Prólogo
Escrituras rebeldes para tiempos de cambios

Faride Zerán1

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La revuelta estudiantil que se inició en las universidades francesas hace medio siglo y que se enmarca en lo que Hobsbawm denomina el cambio cultural, en tanto la reivindicación que estalló con fuerza en las calles primero de París y luego en gran parte de Europa y América Latina, no sólo planteaba una impugnación de la autoridad, acusando falta de democracia en las estructuras universitarias, sino por sobre todo interpelaba a una sociedad jerárquica y conservadora, desafiando su impronta patriarcal.

En ese contexto desfilaron las demandas bajo consignas para el bronce como «prohibido prohibir», «la imaginación al poder» o «seamos realistas, pidamos lo imposible», entre muchas que también levantaban las banderas del feminismo en un tiempo de gloria para las principales corrientes teóricas que lo sustentaban.

Hoy, a cincuenta años de la revuelta de mayo, en las calles y aulas de nuestro país emerge otro movimiento que esta vez apunta sus dardos a un objetivo mucho más nítido y específico: la estructura ideológica patriarcal de la sociedad chilena con las consiguientes inequidad de género y violencia contra la mujer, expresadas en el acoso sexual en las aulas de nuestras universidades, la educación sexista, el lenguaje discriminatorio y otras lacras. El correlato de estas demandas está en las masivas protestas y manifestaciones de «Ni una menos» o «Me too», que refieren no sólo a la alarmante cifra de femicidios, sino que también denuncian el acoso y las violaciones impunes.

Si en mayo del ‘68 las mujeres levantaron sus demandas en un contexto general y de la mano de las teorías feministas en boga, hoy se apunta al corazón de la sociedad chilena, asumiendo en muchos casos que el feminismo, además de una ideología, resulta una pulsión, un sentimiento, un gesto que marca un punto de inflexión que a la vez dialoga con diferentes vertientes de pensamiento que constituyen las moradas donde hoy habitan los feminismos.

Porque en las inéditas y masivas asambleas de mujeres realizadas en distintos campus de la Universidad de Chile, y en otras universidades del país; en el apoyo transversal a sus demandas, provenientes de distintos sectores de la sociedad, más allá de protocolos y políticas sobre acoso que claramente han resultado insuficientes; incluso en la heterogeneidad de los petitorios y discursos, podemos leer signos de un cambio cultural y de un movimiento que sin duda está haciendo historia.

Ello se evidencia también en la fuerza que adquiere el cuestionamiento al patriarcado y a la reproducción de los roles de género, así como en otros aspectos que apuntan a las bases del neoliberalismo. Un ejemplo es la demanda a la calidad de una educación pública asumida no sólo como un derecho, sino alejada de las lógicas mercantiles y sexistas desde donde pensar e impulsar el necesario cambio cultural que está en curso.

Pero si leemos en la epidermis de este movimiento podemos ver que más allá de su heterogeneidad existe un continuo mediante el cual las históricas reivindicaciones de mayor democracia, libertad e igualdad dialogan no sólo con parte de los feminismos actuales, sino con una tradición de lucha de las precursoras feministas de siglos anteriores.

Por ejemplo, la que nos remite a inicios del siglo XX, concretamente al año 1915, cuando Inés Echeverría formaba el Club de Señoras, y Amanda Labarca, el Círculo de Lectura. O mucho antes, porque el feminismo en Chile tuvo su cuna en el norte salitrero, en las numerosas mutuales femeninas de fines del siglo XIX, a las que les sucedieron grupos de mujeres que integraron las primeras organizaciones sindicales denominadas mancomunales.

Nacida en España, Belén de Sárraga, doctora en Medicina y Filosofía, y portadora de un pensamiento libertario, feminista y anticlerical, fue invitada a Chile por los anarquistas a comienzos del siglo XX. Así, mientras Belén de Sárraga ofrecía en 1913 su segunda conferencia en Iquique, titulada «La mujer en nuestro siglo», y se refería al periodo histórico del matriarcado, concluyendo que «a este le pudo suceder el patriarcado solamente cuando el poder religioso tomó el dominio de la sociedad», Carmen Jeria, con el diario La Alborada, y otros periódicos de mujeres, como La Palanca o El despertar de la mujer obrera, nos remitían a fines del siglo XIX y comienzos del XX a un país que estaba a la vanguardia en materia de lucha por los derechos de la mujer y la igualdad en todos los planos.

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En esta tradición se inscribe este movimiento feminista que interpela a gran parte de la sociedad chilena: en la de Belén de Sárraga, que con su gran capacidad oratoria lograba encender a las multitudes de trabajadoras que repletaban los teatros, así como también capturar la adhesión de miles de hombres que hacían suya la lucha por los derechos de la mujer en un movimiento emancipatorio gestado principalmente en el norte de nuestro país.

Un ejemplo de este fervor que se desplazó a varias ciudades de Chile es el que narra que luego de una conferencia de Belén de Sárraga pronunciada en 1913 en un Teatro Municipal de Iquique desbordado por la masiva concurrencia, los hombres desuncieron los caballos del carruaje que debía conducir a la activista hasta su hotel para tirarlo ellos mismos como gesto de respeto y admiración a la feminista.

Según Elena Caffarena, «las ocho conferencias de Belén de Sárraga causaron uno de los mayores escándalos que recuerda Iquique. Los curas la injuriaban, hacían propaganda contra ella desde el púlpito, en la calle, de casa en casa», consigna Virginia Vidal en el prólogo del libro de Luis Vitale y Julia Antivilo dedicado a esta feminista española y editado por CESOC el año 2000.

En este texto se narra también la impresión que causaba esta mujer entre sus seguidoras. Elvira Reyes, en una carta enviada a la abogada Elena Caffarena, le cuenta:

No me pude contener y más de una lágrima se deslizó por mis mejillas al recordar que yo pertenecí como secretaria al Centro Femenino Belén de Sárraga del año 1913 en Iquique, y tuve el alto honor de ir a bordo a recibir a la señora Belén de Sárraga, que venía a visitarnos en persona y a dar nueve conferencias en el Teatro Municipal de Iquique. ¿Y sabe quién fue el precursor y el guiador de esta gran enseñanza librepensadora? ¡El apóstol Luis Emilio Recabarren!

La intelectual y teórica feminista Julieta Kirkwood escribe en su libro Ser política en Chile, editado por LOM el 2010, que «sin la presencia de la misma Belén de Sárraga, de su fogosa oratoria feminista, anarquista, librepensadora y anticlerical, que alentó a las mujeres a organizarse y dar vida a la reivindicación emancipadora, no hubiese germinado “esa semilla paciente, desparramada por Recabarren”, ni se hubiesen creado centros de mujeres en Iquique, Antofagasta, Lagunas, Negreiros y en casi todas las oficinas salitreras».

Y agrega: «si consideramos que en esa época tanto la moral como la reglamentación de la vida, la escala de valores que orientaba la pertenencia a clases y la inevitabilidad de los roles sociales estaban bajo la influencia de la ideología, el discurso anticlerical de Belén de Sárraga, su prédica de libre pensamiento y el cuestionamiento a lo establecido parecen de una osadía extraordinaria», señala Kirkwood, puntualizando que «es más sorprendente aún el entusiasmo y adhesión que logró de las mujeres chilenas de la época y la enorme actividad que estas desplegaron». Así, al destacar la teórica feminista la actividad desplegada por los Centros Belén de Sárraga, expresa que fue de tal magnitud «que difícilmente pudo ser igualada cuarenta años más tarde, aún en condiciones bastante más favorables en cuanto al desarrollo político y social de las mujeres».

Más aún, sobre el impacto de estas actividades traducidas en conferencias, charlas y movilizaciones en distintos puntos de Iquique y de la Pampa, Recabarren escribe en El despertar de Iquique que se trata de la «única organización en Chile en su género que desarrolla las conciencias femeninas del fanatismo salvaje que aún supervive».

De ahí que resulta interesante la pregunta que se hace Kirkwood sobre la vitalidad que ya en el año 1913 tienen las ideas y los movimientos de mujeres, así como la conexión de estas luchas emancipatorias con los partidos de la izquierda, proletarios y protestatarios, capaces de reconocer su condición de «más oprimida que la del propio trabajador»:

«¿Por qué no reaparece sino muy tangencialmente, después, este planteo en los futuros partidos más desarrollados orgánica e ideológicamente de la izquierda?», se pregunta Kirkwood. Y más aún, «¿por qué el rechazo posterior a los feminismos que siguen denunciando una condición de opresión que ni el desarrollo material, ni ideológico, ni político han permitido superar?». Interesante interpelación efectuada por Kirkwood en los años ochenta y que hoy, a más de tres décadas de estos escritos, adquiere una relevancia mayor cuando constatamos que la disociación entre los tradicionales partidos políticos de izquierda o progresistas –ni hablar de la derecha– y las demandas de las mujeres organizadas en asambleas en sus colegios y universidades es tal que no sólo han estado ausentes en este proceso, sino que, a diferencia de las primeras décadas del siglo XX, han sido sorprendidas por la magnitud y contenido del movimiento.

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La vitalidad y amplitud del activismo de las mujeres de inicios del siglo XX, sus asambleas, conferencias, seminarios y actos públicos tenían una relevante expresión en la prensa escrita de mujeres, que como correlato natural de las escrituras rebeldes para un tiempo de cambios se plasmaban en periódicos como La Alborada (Valparaíso, 1905-1907), dirigido por Carmela Jeria; La Palanca, fundado en Santiago en 1908 por la Asociación de Costureras; El despertar de la mujer obrera, Santiago, 1914; La obrera sindicada, Santiago, 1917, órgano del Sindicato de la Aguja; y una decena de medios de mujeres católicas y de distintos ámbitos de la producción que pusieron en el centro del debate las ideas emancipatorias de la mujer y las problemáticas de la mujer trabajadora.

Un estudio publicado en la revista Trashumante, «Voz para las mujeres. La prensa política de mujeres en Chile, 1900-1929», escrito por las académicas Claudia Montero y Andrea Robles, señala que «el vocero político feminista obrero representó a las mujeres trabajadoras urbanas que salieron al mundo laboral en actividades informales como la administración de cocinerías, baratillos, ventas ambulantes y lavado a domicilio. También incluía asalariadas, mayoritariamente en las industrias de la indumentaria y alimentación».

Montero y Robles explican además que con periódicos como La Alborada y La Palanca se unieron a la demanda por derechos laborales y sociales. Así, por ejemplo, Carmela Jeria, su fundadora, explica, en su editorial titulada «Nuestra primera palabra», que «nace La Alborada con el único y exclusivo objeto de defender a la clase proletaria y muy en particular a las vejadas trabajadoras. Al fundar este periódico, no perseguimos otros ideales que trabajar con incansable y ardoroso tesón por el adelanto moral, material e intelectual de la mujer obrera».

Pero estas ideas fueron planteadas de manera más radical en La Palanca, dirigido por Esther Valdés de Díaz, como lo expresan en este estudio Montero y Robles, quienes señalan que en la línea editorial de este periódico las mujeres «hicieron una crítica más profunda del sistema patriarcal, que incluía no sólo la relación con los hombres sino cómo el propio patriarcado hacía que las mujeres reprodujeran su propio sometimiento».

Así, en La Palanca del 1 de mayo de 1908 aparece el siguiente texto: «tan arraigada está en nuestra condición de mujer la creencia de que nuestra esclavitud es cosa natural e inherente... tendremos que sostener ruda lucha, dentro de nuestro sexo, para convencernos de lo indigno y despreciable de nuestra condición actual; y que debemos emplear toda nuestra energía para llegar a conquistar en la Sociedad el puesto que por derecho natural nos corresponde».

En este mismo periódico y bajo el título de «¿Es preciso luchar?», en abril de 1908, Blanca Poblete (de la Asociación de Costureras) escribe: «¿Acaso sin luchar vence el sanguinario guerrero, en el maldito campo de batalla? Es pues, necesario luchar por nuestro mejoramiento social, i desechar la creencia vulgar que la vida es solo un sueño: ¡No! La vida no es un sueño i fugaz, es dolorosa realidad…» Y prosigue llamando a que «es necesario luchar, hasta dar derrota a la funesta ignorancia, que cual cizaña voraz, consume toda esperanza de bienestar i libertad».

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Pero mientras la expresión de las mujeres trabajadoras se plasmaba en estos periódicos a través de la columna de opinión, la proclama, la poesía o el panfleto, la crónica surgía también como testimonio de un tiempo de luchas que exigían cambios.

El libro Antología crítica de mujeres en la prensa chilena del siglo XIX, de las autoras Verónica Ramírez y Carla Ulloa, y el autor Manuel Romo, editado por Cuarto Propio, nos remite a las primeras cultoras de este género en Chile a través de la radiografía de una época en la que las mujeres estaban acotadas a roles predeterminados por la Iglesia y las instituciones patriarcales, por lo que su presencia en los medios, planteando sus puntos de vista en temas literarios, culturales, históricos y políticos, o incidiendo en debates como el derecho a la educación, resultaba toda una osadía.

Si bien hemos apuntado a los comienzos de la prensa escrita por mujeres en el siglo XX, resulta relevante consignar que Chile fue uno de los últimos países latinoamericanos en tener un periódico escrito exclusivamente por ellas y dedicado a reivindicar sus derechos. Se trata de La Mujer, periódico semanal: historia, política, literatura, artes y localidad (Santiago, 1877), una iniciativa que nos remite al peso que tuvo la impronta conservadora y patriarcal de nuestra sociedad.

¿De qué opinaban las mujeres en la segunda mitad del siglo XIX? ¿Cuáles eran sus preocupaciones? ¿Cómo era el Chile que se asoma en las crónicas publicadas en distintos periódicos que conformaban nuestra prensa nacional?

El recorrido de Ramírez, Romo y Ulloa está acotado a veinte medios de un total de sesenta y seis revisados, medios dirigidos tanto por hombres como por mujeres cuyas escrituras poseen el correlato de un tiempo donde ellas, condenadas a habitar sólo lo privado, apuestan a incidir en lo público, debatiendo sobre todos los aspectos de la sociedad, pero específicamente apuntando al derecho a la educación.

Así, y cito a los autores, «las ensayistas que estaban incursionando en el espacio público del siglo XIX debían enfrentar la idea de género hegemónica en su época, que concebía a las mujeres, por una parte, como “ángeles del hogar”, inocentes e incapaces de participar en lo público; y, por otro, como “madres republicanas”, responsables de la instrucción de los futuros ciudadanos y no de la educación de ellas mismas».

El contexto en el que una gran parte de las mujeres intentaba, a través de la escritura, impugnar estos roles era complejo. Por una parte, la Constitución de 1833 no sólo no permitía la autonomía de las mujeres sino, que tampoco contemplaba su derecho al trabajo asalariado, a la representación política, a la educación secundaria y universitaria, a la potestad de los hijos y a la libre vida sin la tutela del padre o el hermano. Todo esto cuando la ciencia argumentaba que la inteligencia de la mujer era menor que la del hombre.

De allí que podamos afirmar que este conjunto de mujeres presentes en la prensa chilena a través de sus crónicas cumplió un papel fundamental en el cuestionamiento de un sistema patriarcal que les negaba ser sujetas de derechos.

Destaca en este trabajo un hecho que sin duda ilustra la importancia y gravitación que estos escritos tenían en la entonces ordenada sociedad chilena y que tiene que ver con el periódico El Eco de las Señoras de Santiago, que se suponía era la expresión de mujeres más conservadoras que aplaudían los roles más tradicionales y firmaban sus crónicas tomando distancia de aquellas que exigían sus derechos.

El Eco de las Señoras de Santiago debió de ser redactado completamente por hombres. «La falsificación de la identidad de los redactores de ese periódico –dicen los autores de este trabajo– fue provocada con el objetivo de argumentar a favor de la hegemonía católica sobre la intimidad y la vida pública de las personas, en su afán de buscar legitimidad en medio de una reforma constitucional que pretendía expandir los derechos de las minorías religiosas». Y concluyen: «No conocemos otro caso de falsificación periodística de este tipo, excepto por los montajes sucedidos en la dictadura cívico-militar (1973-1989)».

Entre las cronistas seleccionadas en esta antología figuran nombres como Carmen Arriagada, quien publicó con seudónimo en la década de 1840; Mercedes Marín del Solar; Rosario Orrego, la primera mujer en liderar y dirigir un periódico en Chile, la Revista de Valparaíso; o Lucrecia Undurraga, quien a través del periódico La Mujer apoyaba la Ley Amunátegui.

Este estudio, que en su segunda parte contiene una extensa antología de las crónicas publicadas en periódicos como Las Mariposas, Las Bellas Artes, Revista de Santiago, La brisa de Chile, La Familia, y La Verdad, entre otros, se detiene en el periódico semanal La Mujer: historia, política, literatura, artes y localidad, fundado en mayo de 1877 por Lucrecia Undurraga, destacando que por primera vez en Chile se editaba un periódico dedicado por completo a la promoción, ilustración y emancipación de las mujeres, proyecto que se concretó además en los meses posteriores en que se permitió el acceso de las estudiantes a la Universidad de Chile.

«Consideramos que La Mujer», nos dicen sus autores, «fue un órgano de difusión, reforzamiento y argumentación que tuvo como principal objetivo asegurar el acceso a la educación básica, secundaria y universitaria de las chilenas, como queda de manifiesto en el número 17:

“Tanto en Santiago como en Valparaíso, La Serena y Chillán, ha tenido lugar un acontecimiento altamente satisfactorio para La Mujer: varias señoritas se han presentado a rendir exámenes públicos de diferentes ramos de las humanidades. Enviamos nuestros más sinceros y entusiastas aplausos a estas valientes niñas que se han adelantado serenas e intrépidas al encuentro del porvenir. Ellas han adquirido una gloria imperecedera: son las precursoras entre nosotros, de la nueva era que blanquea el horizonte femenino. Hacemos fervientes votos porque no se duerman sobre sus laureles. Confiamos en vosotras, no lo olvidéis”».

Lo que omitían las mujeres de este periódico eran los constantes ataques de que eran objeto por sus escritos. Calificadas como revolucionarias, peligrosas, frenéticas, rojas y masonas, conceptos altamente peyorativos en esa época, la estrategia de defensa asumida por ellas era apelar y reiterar su filiación católica como escudo ante la opinión pública.

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Algunas de las frases que cuelgan en los lienzos de las aulas ocupadas por las asambleas de mujeres en el mayo del 2018 señalan: «¡no al patriarcado!»; «¡contra toda autoridad, excepto mi mamá!»; «¡aquí se abusa!».

Los medios de comunicación han cubierto ampliamente esta revuelta pero no hay espacios que profundicen acerca de las raíces, causas y contextos de este estallido que por más de dos meses paralizó a buena parte de las universidades chilenas.

Sin duda, una de las razones apunta a que en el Chile de la postdictadura, signado por la palabra concentración, no existen o son escasos los medios destinados a promover y enriquecer los debates de un país con déficit de ciudadanía; menos una prensa feminista o un periodismo cultural que aborde los temas desde otras miradas que no sean las hegemónicas presentes en los grandes medios. Por ello el libro resulta un soporte fundamental a la hora de convocar otras voces, miradas y disciplinas para leer los signos del cambio que cada tanto remecen a nuestra sociedad.

Invitadas hoy a analizar la contingencia, este conjunto de mujeres, más representantes de las disidencias sexuales, nos recuerda que desde hace dos siglos, junto a Carmen Jeria, Amanda Labarca, Elena Caffarena, Julieta Kirkwood y muchas otras, somos un continuo de acciones, palabras y escrituras en pos de los cambios; un continuo cuyos puntos de inflexión, como el protagonizado por las asambleas de mujeres este mayo del 2018, permiten suponer que estamos más cerca.

Así, desde los feminismos, la academia, el activismo, la política, la filosofía, la historia y la cultura, desde el ensayo, la crónica o el testimonio surge este libro al que fueron convocadas quince voces de todas las edades para reflexionar en torno a esto que hemos denominado «la rebelión contra el patriarcado».

Como Cristeva Cabello, quien aborda la expresión de los binarismos de género y su efecto negativo sobre la educación de los jóvenes, sobre todo en contextos no metropolitanos; Alejandra Castillo y la relevancia de la «operación feminista» para reescribir la historiografía de las mujeres; relevancia, sobre todo, del trabajo de Julieta Kirkwood en este ámbito, que ayuda a volver explícita la lectura masculina que se le ha dado a todo el relato histórico. Jorge Díaz y las dificultades para instalar un discurso feminista al interior de las ciencias, un campo que se plantea como «neutral» y «objetivo», pero que sin duda está cruzado por el machismo, desde los temas y enfoques de investigación hasta las dificultades adicionales que enfrentan las científicas versus sus pares masculinos.

O el recorrido que propone Diamela Eltit, quien transita por los diferentes momentos que ha atravesado la lucha feminista en nuestro país y se centra en las condiciones que prepararon el estallido feminista actual, cruzado por variables como la ventaja de tecnologías que permiten una comunicación más eficiente. O la apuesta de Nona Fernández, con una visión desde un «nosotras» de lo vivido por Sofía Brito, estudiante de Derecho que denunció a Carlos Carmona. De Luna Follegati con su breve historia de la lucha feminista en Chile con énfasis en la necesaria distinción entre feminismo (orientado a desmontar relaciones de opresión en cualquier ámbito, de las que las mujeres suelen ser víctimas frecuentes) y políticas de género remediales que restringen la lucha de las mujeres a un espacio cultural acotado.

Olga Grau entrega una mirada sobre las manifestaciones feministas de los últimos meses (protagonizadas por mujeres que usan su cuerpo como arma política) y cómo estas suponen la revitalización de un movimiento que parecía apagado por la fuerza del neoliberalismo en Chile. Kemy Oyarzún plantea la necesidad de comprender el feminismo en su extensa lucha, que no sólo se centra en los problemas de género a los que nos acostumbraron las políticas públicas pro-mujer, sino que lo vincula con las luchas de clases. Y Nelly Richard usa como ejemplo la toma de la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Chile para dar cuenta de cómo el movimiento feminista es capaz de remecer las bases sobre las cuales se ha construido la sociedad en la medida en que integra luchas anticlericales y en defensa de los derechos de los trabajadores, y que revitaliza la discusión que parecía silenciada sobre cuerpos, sexualidades e identidad.

Mientras la joven diputada Camila Rojas da cuenta de cómo, una vez que se ha tomado conciencia sobre el abuso patriarcal en la sociedad, este es visible en cada ámbito de la vida de las mujeres. Y Valentina Saavedra y Javiera Toro explicitan cómo el despojo de los derechos sociales, propio de la instalación de la fase neoliberal del capitalismo, está íntimamente relacionado con la explotación patriarcal en la medida en que subordinar a las mujeres es una herramienta para expandir el mercado sobre cada vez nuevas esferas de la vida. Beatriz Sánchez, en tanto, se centra en su experiencia como periodista y sobre todo como candidata presidencial frente a un país machista.

El libro cierra con Alia Trabucco y la necesidad de «imaginar» nuevos escenarios que han tenido las diferentes luchas de las mujeres a lo largo de la historia, y se pregunta si quizás las nuevas denominaciones del lenguaje que actualmente inquietan a los puristas no serán otra forma de las feministas de hoy de imaginar un futuro y una denominación, al menos en el lenguaje, que no las oprima; y con Ximena Valdés recorriendo las luchas feministas en la historia chilena con acento en las organizaciones de mujeres que han sostenido la disputa feminista a lo largo de las décadas.

Se trata de una reflexión crítica que no sólo es coral, sino por sobre todo diversa, y que intenta tornar más interesante el debate sobre nuestras urgencias.

Mis agradecimientos a cada autora y autor que respondió a este llamado de emergencia, y como siempre, a mis queridos Silvia y Paulo, de LOM, cómplices de todas las batallas.


1 Profesora titular de la Universidad de Chile, fundadora y directora de su Instituto de la Comunicación e Imagen. Premio Nacional de Periodismo 2007. Es una reconocida periodista cultural en Chile y América Latina. Ha publicado, entre otros, los libros Tejado de vidrio, crónicas del malestar; Carmen Waugh, la vida por el arte; Chile actual: crisis y debate desde las izquierdas y La guerrilla literaria. Huidobro, De Rokha, Neruda, por el que obtuvo el galardón del Consejo del Libro y la Lectura. También ha sido reconocida con los Premios Amanda Labarca y Elena Caffarena, este último de la Región de Magallanes y la Antártica Chilena. Colaboradora de distintos medios de comunicación, como el diario La Época y revista Análisis, entre otros. Fue subdirectora y copropietaria de la revista Pluma y Pincel y fundadora y directora de la revista Rocinante.