skull

CAPÍTULO 1

En el libro anterior...

Lago Tahoe 

Karen se estaba preparando una infusión para intentar conciliar el sueño.

Después de dejarla en el hotel de Carson, no quiso hablar nada más con ellos. No se veía con fuerza. Era todo muy violento. Así que salió del coche corriendo, y una vez en su habitación, cargó su portátil en una mochila, se puso ropa más cómoda, pidió al hotel que le enviaran su maleta a la dirección de Tahoe, y se montó en su nueva moto para ir a un lugar en el que poder sentirse menos desubicada.

La casa de su tío era acogedora, cálida y repleta de detalles que le gustaban y le hacían sentirse bien. Con la taza de Melisa entre las manos, visitó habitación por habitación para ocupar su mente y para impregnarse de ese tío que no había conocido. Abrió todos los cajones habidos y por haber, cosa que no había hecho en su visita con Lonan, y en una de esas, en los cajones del escritorio blanco de su oficina, descubrió que guardaba una caja con fotos antiguas. Fotos de su madre y fotos de ella de cuando era pequeña.

En una de esas fotos había escrita una dedicatoria: «tu ahijada, única sobrina, te manda un beso lleno de chocolate». En esa imagen, ella hacía morritos a la cámara, y tenía los labios cubiertos de esa crema dulce y negruzca.

Habían cartas intercambiadas entre ellos, donde Henry le hablaba de sus labores con los Gunlock, de un tal Garia, al que siempre mencionaba y que formaba parte de las reservas, incluso de Cihuatl... Dios, en esas cartas mencionaba a la madre de Lonan, poco, pero lo poco que decía eran palabras de respeto y admiración por su trabajo con los atrapasueños.

Debería decírselo a los hermanos, pero mejor mañana, cuando su malestar desapareciera.

En su oficina, cuyos miradores eran ramas de árboles y lago, también halló algunos objetos personales, como una navaja de mango rojo con ornamentos dorados, tipo mariposa, y unas plumas de coleccionista...

Karen estaba sola. Su relación con su padre no era muy buena. Su madre había muerto debido a una larga enfermedad y, lamentablemente, nunca llegó a conocer a la persona de la familia con la que más afinidad podría haber tenido. Y, sin embargo, era el que le había dejado cosas valiosas para su porvenir, y le había regalado aquel lugar impresionante.

Se quedó en el salón, estirada en el chaise longue, mirando hacia el bosque y el agua del lago, con unos calcetines blancos que le calentaban los pies y una sudadera muy larga vintage del equipo de hockey profesional de los New York Rangers. Le gustaba ponérsela siempre para estar por casa.

Recogió sus rodillas y las ocultó bajo la sudadera, y se quedó sentada, con la taza en la mano, sorbiendo delicadamente para no quemarse.

El lago Tahoe era increíble de noche. La luna en lo alto iluminaba el valle como una luz fluorescente de baja intensidad y lo teñía todo de azules suaves. Le parecía increíble que horas atrás hubiera estado en Las Vegas, en una suite de lascivia y depravación, perdiendo medio millón de dólares y una parte de su corazón que no sabía que estaba tan enganchada a uno de los Calavera.

¿Qué decía enganchada? Le gustaba Lonan. Le obsesionaba Lonan. Se había enamorado de él. Le hacía sentir tantas emociones extrañas e incómodas, y al mismo tiempo, tan especiales, que verle era como si hubiera una batalla en su interior entre fuerzas del bien y del mal. Se había enamorado de Lonan la muy cateta, cuando se había jurado y perjurado que ningún hombre iba a hacérselo pasar mal después de Brando. Y había caído como una condenada estúpida, en un abrir y cerrar de ojos, en un intercambio de miradas la noche del homenaje a las víctimas.

Pero él la había rechazado cuando ella se le entregó. Se lo puso en bandeja. Dos veces. Y Lonan se lo negó.

—¿Cómo te puedes enamorar de un tío que quiere compartirte con otros? —se dijo a sí misma. Apoyó la barbilla sobre sus rodillas. Ella lo sabía. Sabía que no era posible. Y le encantaría poder explicárselo a Lonan y a sus hermanos y decirles que, en su caso, cuando se enamoraba, podía aceptar querer y apreciar a otras personas, o podía pensar que son hermosas, pero no era capaz de sentir el mismo tipo de amor de pareja. Ella no creía en eso. No le era sentimentalmente posible.

En ese momento, el timbre de la puerta sonó como un despertador, y la sacó de sus cábalas. Se extrañó, dado que a esas horas de la madrugada nadie iba a ir a verla. Así que, sin pensarlo dos veces y con un poco de restos de paranoia, corrió descalza a coger su arma y con ella a cuestas, miró por la mirilla antes de abrir a nadie.

Mierda.

No quería eso ahora.

Era Lonan.

Y no tenía buena cara.

Tomó aire por la nariz, dejó el arma encima del mueblecito de la diáfana y amplia entrada, miró a sus pies descalzos y se armó de valor. Aquella era la última persona que quería ver en ese momento.

Abrió la puerta y los dos no supieron qué decirse. Se quedaron en silencio, mirándose sin saber muy bien cómo sentirse. Aunque a leguas se veía que no estaban bien.

Pero Karen sí sabía cómo se sentía. De hecho, lo sabía mucho mejor que él.

—¿Qué haces aquí a estas horas? —le preguntó ella.

Lonan miró su atuendo. Aquella sudadera gigante y los calcetines blancos eran adorables. Su puente de la nariz se sonrojó.

—No iba a poder dormir.

—¿Por qué no?

—Porque quiero asegurarme de que estás bien.

—No lo estoy, Lonan. Pero no pasa nada. Tranquilo, no tienes nada de lo que preocuparte.

Él apretó la dentadura y sacudió la cabeza disconforme.

Karen no estaba contenta en ese momento, y no podía culparle por haber hecho una cosa así, porque sabían que algo así podía pasar. Lo que la ofendía era darse cuenta de que él no la quería solo para él.

Lonan se humedeció los labios y cerró y abrió los dedos de las manos, como si los tuviera entumecidos.

—Nos rechazaste. Te jugaste el pellejo por decirnos que no.

—No os lo decía a los tres —contestó ella con severidad—. Te lo decía a ti.

—Hermes podría haberte obligado a otras cosas peores.

—Me importó una mierda.

—Nos pusiste en peligro a todos —gruñó muy tenso—. ¡Sobre todo a ti!

Ella negó con la cabeza al ver que él no podía comprender que, simplemente, solo quería hacer el amor con él.

—Lárgate de aquí, Lonan.

—Karen... no puedo —reconoció sintiéndose miserable.

—¿No puedes qué?

—No puedo estar contigo. Por tu bien.

Ella no toleró que siguiera hablándole como si su mundo estuviera lleno de magos y hechiceros. Así que lo detuvo rápidamente, pero no pudo evitar sentir cómo su garganta se cerraba y empezaba a acorarse y a temblar de la frustración.

—Basta. No quiero que me hables más de la maldición. Sé muy bien lo que os ha pasado. Sé lo que le pasó a tu compañera de los Delta —al menos disfrutó de ver cómo él palidecía—. Y me importa un rábano que creas que fue por el maldito hechizo, Lonan. Y me da igual que tengas miedo a pensar que porque tú desees o quieras a alguien para ti, creas que a esa persona le va a pasar algo horrible. Porque eso me da igual. Lo que me molesta es que no seas capaz de sentir lo que hay entre nosotros, que lo niegues y que hoy, si hubiera sido por ti, habrías aceptado hacer el amor conmigo por primera vez, pero con tus hermanos de por medio, y encima he tenido que ver cómo te sentías mal por haberme negado a pasar por ahí. Como si hubiera sido una decepción.

—¡Mejor conmigo que con los demás! ¡Me asusté! ¡Pensé que podían hacerte daño o...!

—¡Me da igual! Y después, he visto cómo te aliviaba saber que podías follarte a esa chica sin remordimientos —hizo un puchero y sacudió su cabeza llena de rizos—. No soy una mujer que haya creído en cuentos de hadas. Ni en príncipes. Ni en el amor. Me saco las castañas del fuego sola, y me monto mis propios castillos. No tengo una mentalidad machista ni tengo pajaritos en la cabeza. Pero sí que siento algo por ti, Lonan. Algo poderoso —se tocó el centro del pecho con la mano—. Algo que me quema y que no había sentido nunca por nadie. Y no sabes cuánto me asusta... Y ha venido así, de repente. Sin esperarlo. En el lugar más insospechado. Cuando más herida he estado —reconoció sin tapujos. Rob la había dejado tocada, pero había descubierto que lo que tenía con Rob no era nada comparado a lo que sentía por Lonan—. Y me duele en el alma, Lonan. Me duele mucho tener que decirte esto —no le salía la voz—. Pero yo no soy la mujer que va a romper vuestra maldición. Porque es imposible que sienta por tus hermanos lo que siento por ti. Y no solo por eso —hipó totalmente desconsolada—. Porque quiero, necesito —dejó claro— que al hombre que me quiera, no le guste ver cómo otros me tocan y me follan. Eso no es amor —negó con total seguridad—. No. Es. Amor. No es sano. No estoy hecha para eso. Necesito que me quiera solo para él. Igual que yo le querré solo para mí. Pero tú no eres ese hombre... —admitió por fin—. Y yo no soy esa mujer. Me acabo de dar cuenta. Porque para amar y apostar a un número fijo hay que ser muy valiente, y tú no lo eres. Así que buscad a otra para vuestros jueguecitos. Porque no voy a ser yo. ¿Sabes por qué? —dio un paso al frente. Con los ojos hinchados y llenos de lágrimas y el rostro enrojecido le dijo—: porque os aprecio a los tres lo suficiente como para destrozaros de esa manera. Porque solo estoy enamorada de ti. Dasan y Koda no me despiertan más que simpatía. Así que os ahorro miles de peleas, miles de conflictos llenos de testosterona, cientos de discusiones de «me quiere más que a ti»... Un hombre enamorado de verdad de su mujer, ya no solo porque siente amor, sino por algo intrínseco en su naturaleza, no tolera que algo que siente que le pertenece, no como posesión y ejercer control, sino como ser parte de alguien, también es de otros. Es imposible. Igual que el león no deja que otro huela a su leona. Es una cuestión de territorios. Y en mi territorio solo entra uno, no hay barra libre. Podría acostarme con los tres si no estuviera enamorada de ti. Podría follarme a todo un ejército si no estuviera enamorada de ti. Pero mira —se encogió de hombros sin vergüenza— me ha tocado pasarlo mal. Y como sé que no sientes lo mismo como para intentar enviar una maldición a la mierda, solo te puedo pedir que me des espacio y que dejes que sea yo quien os busque a partir de ahora. Dame tiempo para que se me pase esta tontería. Tenemos negocios por llevar a cabo. Tenemos un proyecto en común que me hace ilusión y que no quiero dejar de lado porque nos esté pasando esto. Y además, estamos investigando juntos, cosa que os agradezco infinitamente —tragó saliva y cogió aire—. Pero este es mi límite.

Cuando vio que a Lonan los ojos se le aguaban, se sintió mal por ser ella quien le provocara aquellas emociones, pero no iba a alargar más la agonía ni el sueño imposible de los tres hermanos.

Él parecía luchar contra mil demonios internos. Tenso y lleno de agonía estaba. Se pasó las manos por los ojos, como si le diera vergüenza que le viera así, y sacó el aire con fuerza por la boca.

—¿Puedo pasar la noche contigo? Sin hacer nada... Solo... solo estar contigo —sus ojos hermosos rogaban por una respuesta afirmativa, como si necesitara de verdad estar con ella y no quisiera asumir al cien por cien todo lo que ella le había dicho.

—No —contestó Karen—. Te has follado a una chica delante de mí. Sé que no es justo. Que ha sido culpa mía por rechazaros y que era parte de la partida y del juego. Pero no llevo bien el recuerdo.

—No debía de ser así —dijo él en voz baja, buscando la mirada esquiva de Karen.

—No. No debía —se reforzó en su rabia y en sus celos para poder darle el portazo—. Pero no quiero que estés aquí, Lonan. Necesito estar sola. Ya os llamaré yo mañana... o cuando deje de sentir esto que siento —se frotó el pecho como si le doliera—. Buenas noches.

Ella cerró la puerta paulatinamente, pero Lonan la detuvo con una mano.

—Karen...

—¿Qué? —dijo asomando media cara por el hueco que aún quedaba abierto.

Lonan se quedó callado, y ella odió su conflicto interior y sus creencias Gunlock que lo alejaban de la realidad y de la posibilidad de ser feliz.

—Vete a casa, Lonan —le pidió desilusionada.

Cuando cerró la puerta, escuchó un ruido en el salón.

Con lágrimas en los ojos buscó el origen de aquel sonido, como si algo se hubiera caído, y descubrió con un poco de inquietud, que era el atrapasueños. Uno de los tres círculos hilados y sus cuentas se habían desenganchado del círculo central original, y había caído sobre la cómoda de madera.

A Karen se le puso la piel de gallina. Y eso que no creía en esas cosas. Así que, solo por si acaso, hizo una fotografía con el móvil a lo que le había pasado al adminículo que hablaba de los hermanos Calavera. Después, se puso a recoger las cuentas en forma de calaveritas blancas y negras, las plumas verdes oscuras y el aro con un mandala hilado en el centro. Tardó unos diez minutos en hacerlo. Y le fue bien, al menos, para no sentir aquel dolor desgarrador que experimentaba en la boca del estómago y en la garganta.

Lo dejó todo recogido y pensó que lo mejor sería dárselo a alguien que pudiera arreglarlo. Los Kumar lo arreglarían, pero sería cuando ella tuviera ganas de enfrentarlos otra vez y no verles en cueros follándose a una de las Olsen.

Ahora, estaba bastante mal como para pensar en eso.

Intentó tomarse la infusión, sentándose de nuevo en el sofá. Pero el timbre sonó otra vez.

Karen no se lo podía creer. Lonan quería acabar con ella y con su cordura. Le daba igual verla en horas bajas.

Más enfadada que antes, abrió la puerta de malas maneras:

—¡Te he dicho que no vas a pasar la noche aquí! —exclamó sin paciencia.

Pero cuando se dio cuenta, no era Lonan quien estaba ante ella.

Era el tipo de la cara marcada. El que había ganado el bote de los tres millones y medio en la partida clandestina.

Este la miró a los ojos, sonrió diabólicamente y le espetó:

—¿Seguro que no quieres que pase la noche aquí?

Antes de que Karen comprendiera qué estaba pasando, el desconocido le dio un puñetazo en todo el estómago que la dejó de rodillas en el suelo, luchando por coger aire.

Miró a todos lados, asegurándose de que nadie lo veía, la agarró del pelo y tiró de ella hasta meterla dentro de la casa.

Karen no podía creer aquello, le costaba ubicar a ese hombre ahí.

Le costaba, tanto como le iba a costar defenderse de su ataque.

...................

El puñetazo en el estómago no solo la dejó sin respiración. La tomó tan desprevenida que, por unos segundos, se quedó desorientada, sin comprender qué era lo que le sucedía.

¿El tipo de Las Vegas, el ganador, la había seguido hasta ahí? ¿Por qué? ¿Qué quería?

—Ven aquí, morena... Yo también quiero lo que les has dado a ellos —dijo con un acento del Este bastante evidente.

¿De qué hablaba? Ella no había hecho nada... Por Dios, no podía respirar.

En ese intervalo de tiempo en el que ella luchó por coger aire y ordenar su cerebro, su agresor la levantó por los pelos, la llevó al salón y la abofeteó lanzándola contra el sofá. Fue ese pinchazo de dolor en el pómulo derecho lo que le dio el subidón de adrenalina necesario para intentar sobrevivir. ¿Había dejado la Glock en la entrada? ¿En la mesita del salón? ¿Dónde demonios la había dejado?

El tipo sonrió y la quemadura de la cara se estiró desagradablemente.

—Deja que te folle como ellos, guapa. Tengo dinero. Esta noche he ganado un buen pellizco... Si te portas bien, no tendré que pegarte.

Ella tosió y entre cada tosido, contestó:

—Que te jodan.

—Oh... no me vengas con esas... te he seguido desde Las Vegas a Tahoe. Podría haberme quedado con cualquier puta de allí. Pero me has gustado —hablaba como un sociópata—. Así que si no me lo vas a poner fácil, deja que te dé tu merecido.

Karen intentó levantarse, y esquivó el puñetazo que iba de nuevo a su cara, pero no la patada que alcanzó el lateral de sus costillas izquierdas y que provocó que saliera disparada hacia la mesa blanca del salón, y se golpeara en la cara con el centro de cerámica. Los adornos florales que contenía salieron disparados y una de las sillas cayó al suelo. Vio cómo la madera blanca se manchaba de gotas de su propia sangre y a Karen le entró aquella furia que conocía, que le salvó de morir en manos de Dai y que hacía que hoy por hoy pudiera contarlo.

No iba a matarla aquel asaltador. Si lo vencía, si sobrevivía, podría averiguar si el ataque tenía una relación directa con todo lo que estaban investigando o si solo era la maldad de un violador y un sociópata en estado puro.

—¿Por qué os resistís todas? —se preguntó lamentándolo caminando hacia ella amenazadoramente.

Karen lo esperaba. La rabia le recorría las venas con violencia. Demostraría a Lonan que su maldición era una falsa. Que a ella el hechizo de una bruja no la iba a hacer caer. Así que contraatacó. Escuchó el momento exacto en que aquel hombre se iba a cernir sobre ella, agarró con las dos manos el plato de cerámica que aún se sacudía tembloroso sobre la mesa, y con todas sus fuerzas, se giró como una fiera para darle un mamporrazo que le giró la cara y lo hizo trastabillar hacia atrás. Le había hecho un corte espectacular en la frente, en el lateral de la sien y la sangre salía a borbotones. Respirando agotada, Karen sujetó con más fuerza la cerámica y lo golpeó de nuevo en el otro lado de la cara, dejando ir un grito rabioso.

El tipo abrió los ojos como si no esperase aquello.

Mareada, contempló cómo su agresor caía como peso muerto contra el parqué, con los ojos medio abiertos y la conciencia completamente perdida.

Ella miró el plato manchado de sangre y se dejó caer de rodillas al suelo. No. ¿Qué hacía en el suelo? Tenía que ir a por su pistola. Asegurarse de que ese cabrón no la atacaría de nuevo sin recibir un balazo, como le pasó a Dai. Mierda, en ese momento, se le mezclaban los pensamientos y los recuerdos, el pasado y el presente, producto del shock.

Pero daba igual. Buscó la Glock y la encontró en el mueble de la entrada. La sujetó con una mano, se dirigió a su víctima y la apuntó con la pistola. Ese tío merecía morir.

Pero ella no podía matarlo. No era una asesina.

—Karen.

Ella alzó la mirada dilatada para buscar el origen de esa voz. Y apuntó hacia allí, sin pensárselo dos veces.

Entonces, vio a Lonan, pálido y cansado, como si hubiera acabado de esprintar. Sus ojos verdes estaban abiertos de par en par, con la atención fija en ella, buscando más heridas, además de la inflamación del pómulo y el corte sangrante del labio.

Ella lo ignoró, entrecerró los ojos, como una depredadora y volvió a apuntar al tipo que tenía en el suelo, frente a ella.

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CAPÍTULO 2

Lonan lo sabía.

Sabía que un coche de matón como el Challenger 2015 negro como ese no pintaba nada en una carretera que llevaba solo a las viviendas de aquella zona del lago. En cuanto se cruzó con él en sentido contrario le dio muy mala espina.

Intentó mirar a través del cristal para verle la cara, pero no le dio tiempo. Aun así, aquella sensación de intranquilidad le golpeó con tanta fuerza que decidió dar marcha atrás, dar una vuelta no reglamentaria en un lateral de la carretera, y volver por donde había venido solo para asegurarse de que ese coche no suponía ninguna amenaza.

Pero cuando llegó a la casa de Karen y vio el vehículo negro aparcado en su terreno, se le giró el estómago y todos sus miedos se hicieron realidad.

La maldición actuaba de nuevo.

Chocó el Hummer contra el coche, contra la parte de atrás, y lo dejó aparcado de esa manera. El Challenger quedó hecho un acordeón.

Salió de ahí sabiendo que el conductor ya no estaba dentro y temiéndose lo peor.

¿Por qué?

Porque era un Kumar, un calavera. Y estaba maldito. Y a los malditos les pasaban esas cosas.

Eso le pasaba por sentir cosas por Karen, por fijarse en ella, por siquiera soñar que podía tener una mujer solo para él cuando sabía perfectamente que no podía. Y porque la agente hacía inevitable el enamorarse de ella. Con su carácter, su humor, y su arrojo le había absorbido los sesos.

La puerta de la casa estaba abierta.

Con la vista teñida de rojo furia, Lonan esperó encontrarse otra imagen dantesca, como las presenciadas en otras ocasiones cuando uno de los Calavera se enamoraba de una mujer.

Y de esa no se iba a reponer jamás.

Karen violada. Degollada. Muerta.

Si veía algo así, sencillamente, enloquecería. Nadie podría impedirle que matara a los que le habían hecho eso...

Y entonces, se detuvo en seco. Había dejado atrás la entrada y estaba de lleno en el salón.

En el salón donde una malherida Karen, apuntaba con una pistola al afortunado de la partida clandestina de póker, el cual tenía dos golpes escandalosamente profundos y sangrantes en los dos lados de la cara. Karen le había dado una paliza. Y estaba inconsciente.

No se lo creía. Karen Robinson había vencido a su agresor con una cerámica Gunlock. Si no fuera por los nervios que lo atenazaban se habría echado a reír.

Era una vasija, un plato hondo de los que, ocasionalmente, también solía trabajar su madre. De hecho, por la bella manufacturación, tan precisa y sin grietas, y aquellos dibujos centrales en los que se ejemplificaban plumas de ave, estaba convencido que también era obra de su madre Cihuatl. Qué poético y cómico todo. Qué místico, como si se cerrara un ciclo... Qué cabrón era el destino.

Karen había dejado KO a ese hombre con uno de los platos de su madre. Se había defendido. Había vencido.

Coño... era perfecta. Se la quedó mirando como si estuviera presenciando una aparición. Con aquel jersey del equipo de hockey de Nueva York manchado por gotas de su propia sangre, que le cubría hasta la mitad del muslo; los calcetines, su pelo asalvajado y negro que rodeaba el perfecto óvalo de su cara que empezaba a enrojecerse por los golpes, a Lonan lo dejaba sin aire y sin argumentos para alejarla de él.

Pero aquel desgraciado la había herido. Le había hecho daño.

—¿Karen?

Ella lo miró, como si en el fondo no lo viera, y estuviera en alguna parte de su mente en el que confundía ese momento con otro, en distintos lapsos de tiempo. Fue extraño.

—Eh, nena... —le dijo dulcemente, acercándose poco a poco con las manos en alto—. Mírame. Soy yo.

—Este tío ha entrado en casa... decidido a abusar de mí... a comprarme con su dinero —explicó sin tono en la voz—. Pensaba que eras tú. No he mirado por la mirilla y...

—Chist, tranquila. No es culpa tuya...

—Ya lo sé. Ya sé que no es culpa mía. Pero quiero matarle, Lonan —dijo sin más, sujetando con fuerza su glock—. Déjame hacerlo.

—No. Aunque sea lo que más deseo. Pero no, Karen.

Ella cogió aire trémulamente.

—¿Esta es tu famosa maldición? —le reprochó.

A él se la cayó el mundo y el alma a los pies. Pero al ver que no contestaba, la agente continuó.

—Pues que sepas que la he dejado inconsciente. Esto es lo que hago yo con los hechizos y las maldiciones —se le rompió la voz por la rabia y la frustración acumulada—. Las hago desaparecer. No estoy para tonterías. Por eso voy a volarle los sesos.

Lonan se detuvo en seco al oír aquello. «Si esta es tu maldición, la he dejado inconsciente».

La oleada de orgullo, agradecimiento y deseo que sintió hacia esa valiente mujer, lo dejó con las rodillas temblorosas.

Nunca había sentido aquello por nadie. Ni siquiera por René. Era una sensación de pertenencia, de destino, de encuentro... Como si él se acabara de dar de bruces con su camino correcto. Con todo lo que estaba buscando antes de saber siquiera lo que estaba buscando.

—Espera, espera... —le pidió llegando a su lado, posando su mano sobre la de Karen, transmitiéndole su calor. Necesitaba que bajara el arma—. Calma, Karen.

—No puedo esperar. No voy a calmarme. A las malas personas hay que cortarlas de raíz. Acabar con ellas —dijo entre susurros—. Porque no son reinsertables. No se pueden arreglar. Lo pudren todo. Tarde o temprano vuelven, para acabar lo que habían empezado. Nadie le llorará —repitió con una verdad pasmosa en sus palabras.

—Karen, yo también le quiero matar. Pero si lo matas, nos perderemos la razón por la que ha venido hasta aquí.

—Se encaprichó de mí. Eso ha dicho. Se encaprichó como Dai —contestó enfurecida.

—¿Quién es Dai? —preguntó bajándole el arma muy poco a poco.

—Nadie —sacudió la cabeza—. No es nadie... Le gusté y quiso lo que no le daba por voluntad propia. Se pensaba que él también podía hacerme lo que quisiera. No tuvo suficiente con llevarse el dinero...

—Eh, salvaje —le habló con cariño, acercando su boca a su pelo enmarañado, aproximándola a su cuerpo y hablándole con tiento, pegando sus labios a su cabeza—. Tú eres la mujer más lista que he conocido. Sabes que no solo ha podido venir a por eso... Vamos, hazme caso. Cogemos el cuerpo. Me lo llevo en el Hummer. Y lo llevamos a la Villa. Allí lo interrogamos y si quieres, cuando tengamos lo que necesitamos, dejo que le cortes las pelotas. Pero así no. Tú sabes que así no se hace. Eres una agente del FBI. Darás demasiadas explicaciones... Deja que me encargue yo y que cargue con este engendro del demonio.

Ella apretó los ojos con fuerza, luchando contra sí misma. Contra el deber y contra lo que de verdad deseaba hacer.

—Vamos —la animó bajando el brazo de Karen por completo. Ella le cedió la pistola sin protestar.

Y entonces, Lonan respiró tranquilo y la abrazó. La rodeó con sus brazos y la cobijó con todo su cuerpo, feliz de verla bien y a salvo. Le había sacado un peso de encima increíble. Y entonces sus ojos verdes se quedaron hipnotizados por el atrapasueños de la pared.

Se había roto. Uno de los tres círculos sujeto al superior, más grande, se había caído. Se había desprendido. Él frunció el ceño y lo miró extrañado.

—¿Qué le ha pasado al atrapasueños? ¿Te has golpeado contra él? ¿Lo ha roto este hijo de puta? —preguntó vacilante.

Ella negó y contestó contra su pecho.

—Se rompió. Cuando cerré la puerta después de tu visita, simplemente, se cayó solo.

La revelación dejó a Lonan con una sensación escéptica. Después miró el plato ensangrentado en el suelo, y volvió a atender al atrapasueños.

No iba a pensar en eso ahora. Solo quería disfrutar del perfume de Karen y de tenerla con él, viva. Aunque debía cuidarla y atenderla. Y ponerle hielo en las heridas.

—¿Te ha tocado? ¿Te ha hecho algo?

—Me ha tocado las narices —contestó removiéndose para apartarse de él. Aunque fue imposible luchar contra su fuerza.

—Karen, quédate así un rato más —le pidió.

—Estoy bien. No hace falta que me consueles —ella era fuerte. No una damisela. No necesitaba el calor de Lonan ni su olor ni el sonido de su voz reverberando en cada célula de su cuerpo. Bueno, a lo mejor un poco. Pero iba a pasar mucho tiempo para que ella le volviera a reconocer nada a ese hombre que no apostó por lo que sentían.

—Tú estás bien. Pero yo no. Déjame un rato más —cerró los ojos y apoyó la barbilla en su cabeza.

—Vale, ya está bien... —consiguió apartarse, aunque él aún la sujetaba por los brazos—. Tengo que recoger todo esto y llamar a...

—No vas a llamar a la policía —le contestó Lonan cortante.

—Ya sé que no voy a llamar a la policía —respondió ella.

—Y no vas a recoger nada. Te diré lo que vamos a hacer. Me voy a quedar aquí esta noche.

—Gracias pero no —arqueó las cejas y le dolió tanto el gesto que tuvo que tocarse la zona dolorida y darse cuenta de que necesitaba ibuprofenos y analgésicos.

—Karen. No vas a negociar nada conmigo —le aclaró imperativo—. Y esta vez no me voy a ir. Me quedo aquí. Me da igual lo que me digas. Yo te cuidaré esta noche. Llamaré a Koda y a Dasan para que vengan urgentemente y recojan a este malnacido. Y de paso, saquen su coche de ahí.

—Son las dos de la madrugada. No van a...

—Y tanto que lo harán. Lo único que tienes que hacer ahora es hacerme caso. Y permitir que me haga cargo de todo.

—Lonan —ella necesitaba que él lo tuviera claro—. Sigo viva, ¿te das cuenta?

—Sí —se aclaró la garganta.

—Me como las maldiciones —aseguró chulesca.

Él sonrió y reconoció que no tenía fuerzas para luchar contra ella. Karen lo vencía con un maldito movimiento de ojos. Pero no podía reconocerle nada ni quería desviarse de lo importante. Lo primero era que ella estuviera bien. Lo segundo, encargarse del tipo que la había atacado.

—Ya lo veo —fue lo único capaz de contestar.

—Bien. Recuérdalo cuando te pongas a llorar porque ya no tienes nada que hacer conmigo —arqueó una ceja altiva y se dio media vuelta buscando el sofá. Se estaba mareando.

Él escondió una sonrisa y la ayudó a sentarse en el brazo del enorme sofá. Le colocó un cojín debajo y la obligó a estirarse.

—Vale, lloraré mucho —bromeó.

—Te crees que te lo digo en broma —le advirtió—. Pero te va a pasar. Tráeme una palangana o algo —le ordenó rápido—. Creo que voy a vomitar.

Posiblemente, se merecía cualquier cosa que ella le dijera, sobre todo eso. Pero Lonan no quería pensar en las consecuencias de no haber dado su brazo a torcer respecto a la maldición. Su prioridad ahora era el bienestar de Karen.

—Yo cuidaré de ti.

—No bromeo con lo de la palangana...

—Lo sé. Deja que me haga cargo —le pidió Lonan ayudándola a estirarse poco a poco—. ¿Sientes que tienes algo roto? ¿Puedes respirar bien? —le palpó las costillas con cuidado, por encima de la ropa.

—Estoy bien —contestó entrando gradualmente en razón y siendo consciente de lo que acababa de pasar—. Me duele la cara. Seguro que se me va a hinchar...

—Te pondré hielo. Te curaré. Te tomarás un antiinflamatorio —le puso la mano en la frente y después acunó suavemente su mejilla—. Y un relajante. Y dormirás —se levantó del suelo y se dirigió a buscar todo lo que necesitaba.

—Como si pudiera dormirme ahora —susurró ella cerrando los ojos nerviosa.

Sucedió todo demasiado deprisa. Y aun así, pudo reaccionar. Debería sentirse orgullosa, pero se sentía reventada.

Lonan llegó al cabo de poco tiempo con una bolsa con hielo, dos pastillas y una botella de agua.

—A ver, lo primero esto —le ofreció las dos pastillas a la vez—. Un relajante muscular y un antiinflamatorio. Tómatelos. Son de un gramo y no sé si es demasiado fuerte. Los he encontrado en el botiquín del baño de abajo. Espero que no estén caducados. Pero como sea, tienes que tomártelos.

A Karen no le importó. Se los tragó como una niña obediente, y bebió agua, más de la cuenta, pues tenía la boca seca.

Después colocó de nuevo la cabeza en el cojín y cerró los ojos.

—No podemos llamar a la policia ni llevarlo al hospital —empezó a decir—, porque...

—Chist —Lonan le empezó a acariciar el pelo rizado mientras le ponía hielo en el labio y la hacía callar—. Ya te lo he dicho. Nadie tiene que enterarse de lo que ha pasado aquí. Yo me hago cargo de todo. Le has dado unos golpes muy fuertes. Pero está vivo. Lo podrás interrogar mañana. Ahora tienes que descansar para que yo pueda limpiar todo esto. Registraré lo que queda de su coche y lo que pueda haber en él de valor, o algo que nos diga quién es... y después lo sacaremos de esta casa.

Ella parpadeó como si estuviera de acuerdo con lo que él decía.

—¿Te vas a ir?

Él movió la cabeza negativamente y le pasó el pulgar por el pómulo que empezaba a amoratarse.

—No me voy a mover de aquí. Quédate tranquila.

—No tienes que quedarte si no quieres. Ya has visto que sé defenderme sola. Venga quien venga, esté maldito o no — poco a poco el relajante hacía efecto y por lo visto era bastante fuerte— tengo un plato para su cabeza... —ella lo miró con ojos vidriosos y soñolientos—. Cómo me gustaría poder partírtelo en la cara, Lonan —deseó sinceramente—. Porque de todos, el qué más lo merece, eres tú. Un buen platazo en tu cara guapa —alzó la mano y acarició su piel rasposa y morena—. Por Calavera crédulo y cagón.

Pero bueno, ¡cómo hablaba esa mujer! Era tan honesta, tan directa e impugnante... ¡Y para colmo, no podía quitarle razón!

Karen empezó a cerrar los ojos y dejó caer la mano con la que lo acariciaba. El relajante que tenía su tío en el baño debía de ser para caballos, porque hacía efecto rápidamente.

—No me quedo porque crea que no te sabes defender sola —le explicó Lonan en voz baja—. A la vista está que sí. Me quedo porque soy yo el que necesita estar contigo para sentirme un poco mejor —enrolló uno de sus rizos negros en su dedo y poco a poco lo soltó—. Para sentirme más seguro.

Karen se había dormido.

A regañadientes, Lonan se levantó del sofá y se la quedó mirando con atención. Como si fuera un puzle que él debía montar. Tenía ante él una guerrera morena que acababa de darle un portazo a la maldición en los morros.

Y no sabía cómo sentirse al respecto.

Pero lo que sintiera él ahora no importaba. Tenía cosas que hacer. Quería que Karen se despertara y que lo viera todo recogido, como si allí nunca hubiera tenido lugar aquel ataque. Aquel debía ser su lugar de calma y de retiro, y ese cabrón que yacía sin sentido en el suelo, lo había mancillado. Lo había profanado.

Bueno... ahora tendría que rendir cuentas a los Calavera. Se iba a arrepentir de haberle puesto un dedo encima a esa mujer.

skull

CAPÍTULO 3

Dasan estudiaba la escena perplejo mientras Koda continuaba plantado delante de lo que quedaba del atrapasueños roto que colgaba de la pared.

Habían llegado hacía diez minutos, y aún seguían estupefactos, sin procesar el Challenger en acordeón, el tío con la cara partida en el suelo y Karen dormidita y tapada con una colcha en el sofá del salón, como un ángel con el rostro algo magullado, como si la cosa no fuera con ella, cuando ella solita había tumbado a un hombre que le doblaba en peso y tamaño.

—¿Habéis venido a ayudarme o a quedaros en babia? — les urgió Lonan con un trapo manchado de sangre en las manos y un desinfectante con lejía en la otra.

—Es que te juro que no doy crédito, tío —Dasan intentaba analizar la probabilidad de que una chica de unos cincuenta y pocos quilos tumbara a ese ruso, y le salía cero en todas las ecuaciones—. Explícamelo otra vez.

—No hay nada que explicarte. Este hijo de perra siguió nuestro coche al salir del The Joint. Después siguió a Karen hasta Tahoe. Y cuando lo creyó conveniente, fue a hacerle la visita de rigor.

—Debía estar vigilándola desde algún sitio —murmuró Dasan—. Un lugar desde donde pudiera ver si ella iba a estar sola o acompañada.

—Me da igual lo que hiciera... lo único que quiero es llevarlo a la Villa. Y si tengo que despertarle con descargas eléctricas lo haré —juró Lonan limpiando la sangre de la mesa. Él podía hacer una reconstrucción de los hechos y podía imaginar que aquellas gotas rubí tan llamativas sobre la madera blanca y brillante eran de Karen. Pensar en lo que ella tuvo que sentir al verse atacada así, le revolvió el estómago—. No va a salir vivo de ahí.

—No somos asesinos —señaló Koda sin quitar ojo al atrapasueños.

—Haré lo que tenga que hacer —replicó Lonan sin mirarlo.

—Pensaba que Karen nos atañía a los tres —le dijo Dasan quisquilloso—. ¿Ha cambiado algo desde esta noche?

Lonan lo miró como si perdiera la cabeza, pero fue Koda quien les sorprendió.

—Ha cambiado todo —susurró.

Lonan se dio la vuelta y se acercó a su hermano pequeño. De los tres él era el que tenía el don más arraigado. El chamanismo de sus antecesores bombeaba con fuerza en sus venas, pero nunca tuvo un buen maestro ni nadie que le guiara.

—¿Hasta cuándo vas a fingir que no sientes tuya a esa mujer? —sus ojos amarillos cayeron con el peso de la verdad sobre su hermano mayor—. ¿Cuánto estás dispuesto a negar por la maldición? ¿Cuánto estamos dispuestos a perder? Mira el jodido atrapasueños —lo instó— y dime a la cara que no lees lo mismo que yo. Dasan —llamó a su hermano mediano—, tú ni siquiera te has atrevido a mirarlo porque también lo has sentido.

Él mediano miró hacia otro lado como si estuviera malhumorado. Pero ninguno de los dos podía ignorar las certeras palabras de Koda.

—Es ella. Esto lo ha hecho ella. En la magia todo es simbólico —continuó Koda volviendo a estudiar lo que quedaba del atrapasueños—. Karen nos aprecia a los tres lo suficiente como para pensar en nosotros. ¿Qué te ha dicho, Lonan?

Lonan arrugó el trapo con agua y sangre de Karen en su puño. Le había dicho que no lo quería ver más. Que nunca se acostaría con los tres porque solo sentía cosas por él.

—Me ha dicho que no iba a hacernos eso. Que no podía querernos a los tres porque solo tenía sentimientos hacia mí. Y que nos ahorraba miles de peleas y enfrentamientos entre nosotros, porque nos apreciaba y sabía lo que podía hacernos una relación así. Que ella no cree en esas relaciones y que para ella no son reales porque hay alguien que siempre pierde. Sabía que nos podía destruir.

Koda asintió y señaló el adminículo.

—Ahí está. Por eso se ha roto el amuleto. Ha roto la maldición, Lonan. Este atrapasueños habla de nosotros. Uno de los círculos se ha desvinculado... Nos ha liberado.

—Y una mierda —contestó Dasan.

—Os digo que lo ha hecho —insistió Koda—. El aprecio de Karen es un modo de amor no romántico. Pero es amor, al fin y al cabo. Ella, al querernos a los tres y al no querer ser partícipe de nuestros juegos sexuales, ha roto la maldición.

—Inmediatamente después la atacaron —aclaró Lonan—. Dudo que haya dejado de tener efecto.

—Mírala. Y ahí está —Koda la señaló con admiración—. Vivísima. Durmiendo. No ha muerto. En cambio, el que no ha tenido tanta suerte es su agresor. Y para colmo lo ha vencido con un plato hecho a mano de mamá —se rio como si solo él entendiera las señales—. Como si mamá se hubiera personado en ese plato para decirle a la maldicion: «hasta aquí has llegado, mamona». ¡Zas! Y le ha reventado la cara.

Lonan se negaba a creérselo aunque en una parte oculta de su interior, las palabras de Koda reverberaban como auténticas y veraces.

—Lonan —Koda le puso una mano sobre el hombro—. Karen te ha dado la patada y ha roto la maldición. Te ha rechazado, ¿verdad?

—Sí —dijo él en voz baja.