D.R. © 2019, I. Froylana Sarabia Franck

 

Se editó para publicación digital en noviembre de 2019

 

ISBN 978-607-8676-03-3

 

Editorial Página Seis, S. A. de C. V.

Teotihuacan 345, Ciudad del Sol, 45050,
Zapopan, Jalisco.
Tel. 52 (33) 3657 3786 y 3657 5045

www.pagina6.com.mx

 

Hecho en México / Made in Mexico

 





A mis hijos I. L. J. y C., enormes
regalos en mi vida y mis grandes maestros en el arte de amar.





 

 





Una antigua creencia china dice

que hay un hilo rojo invisible, irrompible,

que nos ata con quienes estamos destinados a estar unidos.





Introducción





El título de este libro puede parecer provocador… y lo es, pues su intención es evidenciar las contradicciones y paradojas del complejo proceso de adopción y de la responsabilidad emocional que conlleva ser padres, ya sea que los niños lleguen por adopción o de forma biológica.

Cuando digo «gracias a Dios no tienen mis genes», no me refiero en realidad a los genes en su sentido estricto, ni siquiera hablo de las unidades de almacenamiento de información genética que se trasmiten y se heredan a nuestra descendencia, y forman parte de la especie humana en general, y nos hacen parecernos a nuestros ancestros en particular.

Al hablar de genes me refiero a otro tipo de herencia: la condición humana de la que estamos compuestos hombres y mujeres que nos da la capacidad para hacer tanto el bien como el mal, lo cual se podría definir, desde mi punto de vista, como «genomas emocionales», que es toda la información que traemos de nuestras familias, las cargas, las lealtades que tenemos de nuestros ancestros y sistemas familiares. Todas las circunstancias, accidentes, eventos, muertes, abortos, situaciones financieras, abusos, decisiones, etcétera, que han pasado por nuestros sistemas y que han marcado de una u otra forma el sistema familiar y, a veces sin saberlo, nuestro destino.

El genoma emocional no tiene existencia tangible ni se encuentra en ningún libro, pero es la mejor expresión que he encontrado para definir las tendencias emocionales o rasgos de carácter, si no iguales, sí parecidos, de las que todas las personas estamos compuestas.

Diversos autores coinciden en que hay tendencias humanas negativas que podríamos englobar, como la soberbia, avaricia, ira, envidia, lujuria, gula y pereza; de igual manera, hay tendencias positivas como la humildad, la generosidad, la castidad, la paciencia, la templanza, la caridad y la diligencia, entre otras. Otros autores han agregado «formas modernas» de defectos, como la desconsideración o indiferencia, la vanidad, la corrupción, el consumismo o la mentira.

Estas tendencias dan forma y fondo al ser humano, van construyendo nuestro carácter y personalidad. Ser más conscientes de nosotros mismos, así como superar y aceptar las tendencias negativas, nos ayudará a ser personas más satisfechas, plenas y felices.

Sabiéndome poseedora de esta herencia tanto positiva como negativa, anhelo que mis hijos no reciban la parte negativa, lo cual sería una bendición, o al menos esperaría que aprendieran a manejarla sabiamente. Por eso digo: «gracias a Dios no tienen mis genes», ya que para mí ha sido una tarea ardua y permanente el desprenderme de las cargas emocionales, juicios, valores familiares y culturales que me heredaron mis ancestros y con los que crecí; al mismo tiempo que aprendo a decidir cuáles me funcionan en este intento de crecimiento personal y cuáles no.

Ahora bien, creo firmemente que todos los seres humanos estamos compuestos, en diferentes grados, por los mismos «genomas emocionales», sin embargo, la formación de cada persona, la educación que recibe y sus vivencias personales son fundamentales para conocer, manejar y superar cada rasgo, gen o tendencia negativa emocional que posea. Todo lo que pasa en nuestra vida, por más difícil que sea, es un regalo que nos da la oportunidad de crecer.

A pesar de todo, parece increíble que en pleno siglo XXI, con tantos avances en la ciencia y la tecnología, estemos tan atrasados en materia humana. Verdades tan obvias que afirman que todas las personas, independientemente de nuestros rasgos físicos, procedemos de la misma fuente, que todos fuimos creados iguales, y que solo en la dignidad espiritual del hombre se halla la igualdad, parecen frases huecas en un mundo donde las personas se encuentran con una ansiedad paranoide, segregadas, aisladas por el egoísmo, donde predomina la búsqueda del bien personal y no del bien común. Mientras esto perdure el mundo no será mejor de lo que conocemos ahora. Este egoísmo ampliado solo aumenta el miedo que tenemos.

A grandes rasgos, podemos afirmar que en la actualidad vivimos en un mundo hostil donde pareciera que lo importante es acumular riquezas para futuras desgracias, donde se volvió costumbre solo confiar en uno mismo, envuelto en una filosofía de odio, muerte, segregación, indiferencia, omisión y abandono; un mundo donde cada quien se rasca con sus propias uñas.

No obstante, pienso que vivimos en un mundo hambriento de amor, de empatía, de conocimiento…

Puede parecer utópico, pero estoy convencida de que esta sociedad irá moviéndose hacia el amor. Hay claras muestras de ello. Por supuesto, todavía tenemos un largo camino por recorrer; pero cuando lo logremos, nuestros elementos (o genomas emocionales) cambiarán de tal forma que las connotaciones positivas predominarán sobre las negativas y tendremos una sociedad mucho más humana.

Para que esto ocurra, debemos transformarnos gradualmente y abandonar las ideologías erróneas. Seremos testigos de un milagro independientemente del estatus, cultura, ideología, posición y color de piel; entonces seremos verdaderamente lo que siempre debimos ser: una fraternidad humana, la hermandad entre iguales.

La verdadera felicidad está en lo que damos y no en lo que nos quedamos, es decir, lo que das es lo que te quedas, y lo que te quedas es lo que te pierde. Sin embargo, estamos educados en una cultura diferente, donde el que más tiene es el que más vale, destaca como importante el dinero y las diferencias que nos separan de los demás es lo que nos lleva a una infelicidad constante. Los falsos valores que nos dicta la cultura actual nos dirigen por caminos que tienen poco que ver con la felicidad real, la basada en el amor universal.

Si me conozco a mí misma, me ubico en el nivel real, sé y soy consciente de mis cualidades blancas, oscuras o grises; sé que no soy superior a nadie y que todo lo que veo en otras personas coexiste en mayor o menor medida en mí, y esto me permite estar libre de juicio ante los demás, tener apertura y ser capaz de acoger a alguien más en mi vida aunque no lleve mi sangre.

Tanto los hijos biológicos como los adoptivos serán herederos de la sociedad que construyamos. En nuestra labor como padres está la raíz del cambio. Para ello, es necesario realizar un profundo trabajo interior para el mejoramiento personal. Nadie puede dar lo que no tiene.

En este contexto, me interesa mostrar el tema de la adopción desde un enfoque distinto al acostumbrado. La decisión de formar una familia por adopción va de la mano con el conocimiento de uno mismo, de las propias inseguridades, de las creencias y tabúes; porque solo así es posible abrir la puerta al amor.

En la adopción, lo único que cambia es la forma como llegan los hijos, porque la esencia es la misma. Para cualquier persona que vaya a tener hijos, sean biológicos o por adopción, es recomendable entrar en una fase profunda de autoconocimiento. Solo así se podrá criar hijos más sanos y felices.

En el libro compartiré los pasos a los que nos enfrentamos, los monstruos que tuvimos que sortear y al hermoso resultado al que llegamos. Para leerlo, recomiendo apagar el switch de los prejuicios y el falso ego, permitiendo emerger al yo verdadero.