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Cartas a destiempo
©Mariona Masferrer
© HakaBooks.com, 2014
Aragó 368, 4º 2ª 08009 BCN
books@hakabooks.com

ISBN-13: 978-84-942537-0-6

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CARTAS
A DESTIEMPO

Mariona Masferrer

Vallsoliu, 5 de Mayo del 2008

Querida Leonor,

Te debes de preguntar por qué he tardado tanto en escribirte. O quizá no. Tal vez estás muerta del todo y yo estoy haciendo el primo al intentar que me escuches desde algún lugar, sea cual sea. En ese caso no te preguntarías nada, pero si por casualidad tenías razón tú y hay otra vida, haz el favor de leer estas rayas y responder como Dios te dé a entender (nunca mejor dicho).

Voy a serte franco porque ahora ya no hay quien te engañe: no te escribía porque cuando te moriste me agarró un cabreo tan fuerte que no sabía donde meterlo. Todo este tiempo, once meses y veintiún días exactamente, lo he ido arrastrando sin darme cuenta y estoy destrozado, hecho migas... Migas no, ¡polvo! Las piernas no me aguantan. De hecho no me aguanta nadie; tu hija Leo me ha mandado a freír espárragos, dice que hasta que no me quite de encima esta cara de perro rabioso, no me quiere volver a ver. No sé qué pretende, ¡no tengo otra! ¡Y no me puede echar de casa porque la he hecho yo con mis manos de albañil, y la he pagado, un duro sobre otro, desde el primer tocho hasta la última teja! Quizá cree que me puede meter en una residencia; está fresca, ¡yo de aquí no me muevo!

Ahora que... pensándolo bien... parece que sea ella quien se ha marchado; son las doce de la noche y no ha aparecido ni ha dicho ni mu en toda la mañana. No sé donde debe de estar ni qué piensa hacer, lo único que sé es que esta mañana, cuando se ha ido al trabajo, he oído un portazo que ha retumbado por toda la casa y luego el coche arrancando como si fuera un fórmula uno. Si se cree que correré detrás de ella, está lista, ¡cuidado que es rabiosa y tozuda como una mula! Y tú..., tú más o menos hiciste lo mismo, sin mal genio pero igual: ¡pam!, portazo y ¡ala!, ahí te quedas, ya te arreglarás. Al menos podías haber avisado y no: ara estoy, ara no estoy; te fuiste tan de repente que aun me parece que tienes que aparecer con el trapo en la mano, quitando un polvo invisible de los rincones más insólitos, como solías hacer. Me cabreé, qué quieres que te diga, soy así; ya me gustaría ser de otra manera, pero no lo puedo remediar. ¿Cómo te las arreglabas tú para ser tan alegre, Leonor? No entiendo cómo lo hacías para canturrear por la casa y charlar con todo el mundo, como si todo funcionase como debería funcionar. ¿Acaso no vivías en el mismo mundo que yo?

He tenido que parar un rato porque me ha parecido oír que reías y, justo cuando estaba a punto de increparte, me he acordado de que no estás y aun me ha dado más rabia. Entonces he ido a la cocina a beber un vaso de agua (más que nada por hacer algo) y después corriendo a mear. Una meada miserable que me fastidia cada dos por tres. Cuando me desabrochaba la bragueta para no salpicar ni mear fuera de tiesto, te he oído reír de nuevo, esta vez tan claramente que me ha dado la impresión de que estabas allá burlándote de mí, y me he vuelto para mirar. Pero en lugar de tu cara lisonjera, he visto a un perro rabioso al otro lado del espejo. Me he llevado un susto más grande que si hubiese visto un espíritu de verdad, y sobretodo he tenido un disgusto. ¿Sabes lo que es mirarse al espejo y ver un perro rabioso?... No, tú no lo puedes saber porque cuando te mirabas deberías de ver una guirnalda de flores, con angelitos y todo.

Me gustaría cambiar. Quisiera parecerme un poco a ti. Preferiría que rondases por la casa, antes que verme a mí mismo con cara de perro a punto de morder. Además, estar cabreado es cansadísimo, acabo el día hecho polvo (esto ya te lo he dicho antes). Al fin y al cabo, si alucinara que te veo, ¡qué!, ¿eh? No se lo diría a nadie ¡y punto! Así tú y yo podríamos charlar un rato cada noche, ¿qué te parece? Ahora dirías: “a buenas horas mangas verdes”. No sé a que trae cuenta eso de las mangas verdes, pero tú siempre lo decías y ahora también lo dirías, si no fuera que no estás y no puedes decir nada. Cuando pienso en ello siento un vacío en el estómago que me sube por aquí... y ahora me doy cuenta de que hoy no he comido. Como tu hija se ha ido de golpe y porrazo, no me ha dejado nada; ¡no hay ni un mendrugo de pan! Vaya mierda, Leonor, ya hablaremos más tarde,

Andreu

Vallsoliu, 7 de Mayo del 2008

Querida Leonor,

Lo siento, me había propuesto escribirte a diario pero no contaba con los imprevistos y lo que me ha hecho tu hija no me lo esperaba. Ya te dije que me mandó a hacer puñetas, pero no me podía imaginar hasta qué punto es capaz de llevarlo a cabo, una cosa es pegar un portazo y arrancar el coche cagando leches y otra, muy distinta, es marchar definitivamente. Se ha llevado el cepillo de dientes y los potingues del maquillaje, ha vaciado medio armario y me ha dejado más plantado que un pino; ¿te lo puedes creer? Pues eso es exactamente lo que ha hecho: ¡se ha ido! Tal como te lo digo: se ha marchado. ¡Adiós, muy buenas! ¡Ya te apañarás! Como tú, igual, igual, solo que tú te dejaste aquí todas tus cosas y no puedes volver porque estás muerta. En cambio ella no. Creía que tenía un arrebato de los suyos, pero ni por un momento me pasó por la cabeza que se lo tomaría tan mal. Debe de ser el embarazo que la hace tan irritable, no sé, pero es muy exagerada, ¿tu crees que valía la pena ponerse así por nada? Total, por lo que le dije...

He decidido que cuando pase un rato sin escribir me saltaré una línea para no tener que decírtelo cada vez, ¿te parece bien? De acuerdo pues, es que..., claro, tú no sabes lo que le dije a Leo y te lo iba a explicar, pero entonces he visto que no me acordaba y me he puesto a pensar. De momento me venía a la cabeza que no podía ser muy importante, pero luego, pensando, pensando, he llegado a una conclusión. A una no, a dos.

Primera: Soy un viejo cascado y chocheo que da gusto.

Segunda: Me parece que Leo tiene un poco de razón.

Le dije solterona de mierda, maniática insoportable y loca rematada.

De todas formas no tenía porqué tomárselo tan malamente, ya sabe como soy. Sabe lo que pienso de ella, solo se lo dije porque me preocupa que se haya quedado embarazada con la edad que tiene, ya es mayorcita. ¿Cuantos años tiene? Cuarenta y tantos ¿No tantos? Pero cuarenta sí que los debe de tener, ¿no?

¡Que desastre, Leonor! Ya te he dicho que chocheo, intentaba recordar la edad de nuestra hija y no podía. Me he empecinado tanto en ello que he ido al armario, a buscar el álbum, aquel que guardabas debajo de la ropa de invierno (¡que vaya ocurrencias, también!) y he estado mirando las fotos de cuando éramos jóvenes. En fin, que por las fechas he calculado que Leo tiene treinta y ocho años, o sea que estaba confundido, para variar. De todos modos es un poco mayor para tener criaturas y más aun con ese pordiosero con el que se ha juntado, el budista. ¡No me mires con esta cara que te estoy viendo! que es como si te viera, quiero decir, y me imagino lo que me dirías, que es un buen chico, que Leo está bien con él, que quizá esta vez la habrá acertado, que más vale ser budista que estafador como el primero o borracho como el segundo o... ¡Bah, budista! ¡que poco caletre! Es un sinvergüenza cargado de monsergas, ¡y no me mires así, te he dicho! No sé de donde has sacado esa pose tan impertinente.

Me voy de una cosa a la otra y ya no sé qué te estaba diciendo. Ah, sí, que Leo se ha ido a casa del budista porque está enfadada conmigo y no me ha dicho ni esta boca es mía desde el jueves, que me soltó que me podía meter por el culo mi “casa-palacio” que no la necesita para nada (es grosera como ella sola, cuando quiere). Si me diera una embolia o un ataque de corazón como te pasó a ti, me moriría más solo que la una y nadie lo sabría hasta que echara tanto pestazo que los vecinos llamaran a los bomberos.¡Qué! ¿Te hace gracia? ¡Pues a mí no! No sé qué te pasa que todo te lo tomas a la fresca, antes más bien ponías cara de mártir. A medida que te hacías vieja te ibas pareciendo a las santas que tanto de gustaban, como aquella, la de tu pueblo, ¿cual era, santa Rita?, no, santa Rosa... santa “Notemenees”, da igual, todas ponen la misma cara.

Adiós, hasta mañana. Tanto me da que me hayáis dejado solo tú y tus hijas, me arreglo perfectamente y no necesito a nadie. Ahora paro porque estoy cansado y porque tengo que ir a echar la meada miserable e impertinente de cada media hora. Buenas noches,

Andreu

Vallsoliu, 8 de Mayo del 2008

Querida Leonor,

Son las nueve de la mañana. Si tú estuvieses aquí olería a café y tostadas, estaría puesta la mesa de la cocina con botes de miel y mermeladas, habría rosas frescas en un jarrón y la luz del día entraría a raudales por las ventanas. Por contra todo está oscuro, las rosas se marchitan en la valla del jardín, la mesa no está puesta, no hay café, la mermelada tiene moho, el bote de miel está pegado al estante y toda la casa huele a tostadas quemadas. ¡Vaya mierda! Podría ir al bar, pero me tendría que vestir y a mí me gusta desayunar en pijama y zapatillas. Una mierda.

Leo todavía no me ha dicho nada. Anna me llamó desde Perpignan para echarme la bronca; según ella todo es culpa mía y yo debería cambiar. No es verdad, no es culpa mía y, además, no podría cambiar aunque quisiera, ya paso de los setenta (de eso sí que me acuerdo porque los huesos me lo traen a la memoria), ¿cómo quieres que cambie con la edad que tengo? Nos enfadamos y acabamos gritando. Me dijo que no me llamaría hasta que pida perdón. Según ella, Leo se “sacrificó” por mí, ¿qué te parece?, “¡sacrificar!” Cuando tú te moriste, dejó un pisucho rancio compartido con dos solteronas, que si la una era fea y desagradable la otra aun más, para venir aquí donde tiene de todo y puede hacer lo que le de la gana sin dar explicaciones a nadie y ahora resultará que lo dejó “todo” para cuidarme a mí. ¡Pero si no hacía nada! Siempre ha sido un desastre para la casa, esa muchacha; no te diré que no valga para otras cosas, pero para la casa... croquetas congeladas y una lechuga de bolsa que aquello no es ni lechuga ni nada, ¡todo tiene sabor a plástico! Y las camisas, que Anna dice que Leo volvió a casa para que yo comiese caliente y tuviese las camisas planchadas, pues un guiñapo en el cesto de la ropa sucia; me las hacía cambiar para echarlas al cesto y ahí se quedaban días y días... Además, ¿en qué la molestaba, yo?, si me pasaba las horas fuera de casa; hasta el uno de Mayo que cumplí los años y me jubilé definitivamente, ¡me pasaba el día en el trabajo, yo! ¡Si no paraba en casa, yo! ¡Hasta que entregamos la llave del último chalé adosado de la calle Fontetes, me pasaba el día arriba y abajo, yo! Para freír croquetas congeladas, aliñar cuatro hojas de plástico (quiero decir de lechuga) y planchar un par de camisas, montaba unos saraos que ni te imaginas; me gritaba por cualquier cosa, ¡siempre vociferando! Eso cuando le veía el pelo, que no era casi nunca porque parece que la casa le queme a esa muchacha. ¡Y según su hermana le tengo que pedir perdón! ¿Quien es ella para decirme lo que tengo que hacer? Tus hijas están como un cencerro las dos, una se queda preñada de un budista y la otra se va a correr mundo con un saltimbanqui. ¡Estamos arreglados!

Menos mal que la vecina me trae un poco de estofado, que si fuera por ellas me podría morir de inanición. Había pensado llevarle un cestito de fresas a cambio del estofado, pero he estado esperando que saliera su marido a sacar al perro (una mierdecilla de perro insolente como el solo) y no han pisado la calle, debe de tener la vejiga a reventar, la pobre bestia, yo que había cogido las fresas pensando en ella (en la vecina, no en la bestia); es igual, me las zamparé para el almuerzo y mañana ya cogeré otras; es la única cosa que está esplendorosa en la huerta, las fresas, como van por libre, pues mira, ellas solitas se van haciendo, en cambio el resto está un poco atrasado... bastante atrasado... muy atrasado. La verdad es que pensaba dejarlo perder todo.

Ahora iré a vestirme para salir a la calle a ver si me aireo y de paso le diré a Juanito, el del bar, que prepare un pan con tomate.

Antes de morirte hubieses podido explicarme como funciona la lavadora, porque si cada vez que ensucio los calzoncillos los tengo que tirar, la pensión me llegará al tercer día del mes. ¿Dónde demonios guardabas los papeles de las instrucciones?

Ya ves como están las cosas. Tanto querer que me jubilase y cuando estaba a punto de hacerlo, ¡vas y te mueres! Ahora que podríamos estar la mar de bien tú y yo... ¡Eh, Leonor no me pongas caras! Te estoy mirando en la fotografía de la boda (aquella que es falsa, ya sabes, aquella) y estás poniendo cara de incrédula; una cara como... si estuvieses riéndote de mí y eso no me hace ninguna gracia. No te entiendo, ¿acaso no estaríamos bien, tan tranquilos, los dos en esta casa? En fin, ya me lo explicarás otro día.

No tenías que haberte muerto, me tocaba a mí primero. Ya sabías que yo solo no sé hacer nada. No seas rencorosa y échame una mano. Hasta pronto,

Andreu

Vallsoliu, 9 de Mayo del 2008

Querida Leonor,

Ayer estuve un rato pensando en lo que te decía en la carta y llegué a la conclusión de que tal vez no estaríamos tan bien tú y yo solos en esta casa. Seguramente yo pondría la misma cara de perro rabioso que tengo ahora y tú seguirías con la misma pose de víctima expiatoria de los últimos años.