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“No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo. Te servirás de mí; está bien. No quiero evitarlo; pero yo también me serviré de ti. Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas”.


Vicente Huidobro.

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PRIMERA EDICIÓN

DICIEMBRE DE 2013

Autor:

Antonio Landauro

Coordinación de edición:

Víctor Arévalo Marín

Ilustración y diagramación:

Andrés Mora

Diagramación digital:

ebooks Patagonia

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Derechos reservados.

I.S.B.N. Edición impresa: 978-956-312-220-6

I.S.B.N. Edición digital: 978-956-312-253-4


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Nací marqués

Mi nombre artístico es Vicente Huidobro, como todos me conocen, pero mi nombre verdadero es Vicente García-Huidobro Fernández. Nací un día 10 de enero de 1893, en Santiago, en una mansión ubicada en el paseo principal de la capital de Chile. Mi familia es dueña de muchos negocios y propietaria de grandes extensiones de tierra, entre las que figura la famosa Viña Santa Rita.

Mi padre, Vicente García-Huidobro, es un hombre influyente y de prestigio, terrateniente y rico. Mi mamá también pertenece a la aristocracia criolla; es descendiente de españoles, con título nobiliario. Ella tiene un sello especial que la diferencia de las otras mujeres de mi familia y de su época: es feminista, amante de las artes y la cultura, gran lectora y escritora. Su espíritu liberal y sus ansias de conocer Europa nos llevaron a radicarnos en París.

No recuerdo el día que llegué a esa ciudad. Solo sé que allá aprendí a caminar, a hablar y leer. Supongo que heredé de mi madre la vocación literaria, a la que pronto se sumó mi formación con institutrices francesas. Regresé a Chile a los 7 años e ingresé al Colegio San Ignacio, dirigido por los curas jesuitas. Desde el primer día me sentí como pez fuera del agua. Y pienso que debe ser por mi condición social. Al ser el primogénito de una familia de “alcurnia”, me corresponde heredar el título de marqués de Casa Real. Yo pertenezco a la realeza en un país sin rey. Curioso, ¿verdad?

Vivir como en un sueño

Santiago era una ciudad de color gris, sobre todo en invierno. En el centro estaban los edificios públicos, las estaciones del ferrocarril y algunas mansiones señoriales. En las calles circulaban carruajes tirados por caballos y unos cuantos automóviles que causaban sensación y asombro. Era como ver un cuadro monocromo y opaco.