Introducción

MÁS ALLÁ DEL ROCK & ROLL

¿Qué son Pink Floyd? ¿Una banda de rock? ¿Una confluencia de talentos coincidiendo y alejándose alternativamente? ¿Un espectáculo ambulante? ¿Unos genios brillantes y poco comprendidos? ¿Unos gurús de la contracultura? ¿Unos drogadictos con suerte? ¿Una anomalía del rock & roll? Como casi siempre, la verdad está en todas y en ninguna de esas definiciones. Lo que es indudablemente cierto es que fueron una de las más asombrosas bandas del rock & roll y marcaron una época de nuestra cultura. «Si alguien intentara un asalto visual y auditivo similar sería un desastre; los Floyd tienen abiertas las fronteras más amplias de la música pop». La frase no es mía, ni de ningún apasionado fan, sino de un periódico tan serio y sesudo como el Financial Times. En su día sirvió para la crítica de uno de sus conciertos, pero sirve perfectamente para definir toda su trayectoria. Porque si algo han hecho Pink Floyd es romper barreras, ir más allá del rock & roll. Mientras los grupos de finales de los 60 se sumergieron en la dinámica de paz y amor, los Pink Floyd decidieron zambullirse en el lado más hostil, más oscuro del rock.

Vendieron millones de discos pero nunca se plegaron a la comercialización y su nombre figura con letras de oro en el Olimpo de la música, pero siempre transitaron por el lado más underground, incluso cuando eran unas estrellas que gastaban dinero a espuertas en yates, guitarras de colección, coches antiguos o residencias dignas de la rancia aristocracia británica. Con unas permanentes relaciones de amor-odio con la prensa, nunca dejaron de estar en el ojo del huracán, bien por sus enfrentamientos personales, sus disputas legales, sus problemas con las drogas o su militancia social y política, algo que nunca dejaron de lado, aunque muchos les hayan reprochado que fuesen solidarios desde el escenario mientras vivían como príncipes, algo que, ya puestos, es extensible a todas las estrellas del rock & roll que han protagonizado los megaconciertos solidarios que han marcado el final del siglo XX y el principio del XXI.

La banda explotó a mediados de los 60, en los glamurosos días del Swinging London, el movimiento de la moda contracultural británica por el que transitaron los primeros Beatles, Rolling Stones, Animals, Who, Kinks y otros grandes mitos de lo que los norteamericanos conocieron como la British Invasion, que barrió de un plumazo la vieja concepción del rock & roll que solo una década antes crearon Elvis Presley, Chuck Berry, Buddy Holly o Bo Diddley, por citar solo a cuatro eminentes evidencias.

Los Floyd vivieron los días de fascinación por las drogas alucinógenas y lograron vivir para contarlo y para cantarlo, al menos la mayoría, porque Syd Barrett, el genial diamante loco que inspiró los primeros días de la banda, aunque no murió físicamente, sí sucumbió a aquella vorágine de psicodelia, dejando tras de sí una estela imborrable que ha acompañado a la banda hasta el día de hoy. Conocieron el calor de los garitos más cutres y la fría soledad de los grandes estadios. Convirtieron sus discos en obras de arte, obras maestras de un nuevo tipo de cultura popular en el que los géneros y las técnicas se mezclaban, y en el que la música, la imagen, el mensaje y la percepción extrasensorial componían un espectáculo único. Las canciones de Pink Floyd tienen vida propia de una forma casi literal, cada vez que las interpretan tienen algo distinto, algo nuevo, fruto de la creatividad del momento. Es prácticamente imposible encontrar a alguien con una mínima curiosidad musical, un ápice de curiosidad cultural, que no conozca a la banda o haya escuchado alguno de sus temas.

Nunca hicieron canciones comerciales o con formato para radio y aun así son uno de los grupos más populares y conocidos mundialmente. ¿Quién no ha oído hablar del Muro, o de Algie, el cerdo rosa volador, o del lado oscuro de la Luna? Sus aficionados son legión y cada uno tiene su propia visión de sus vidas y su propia lectura de sus obras. Para unos, Pink Floyd dejaron de existir cuando desapareció Syd Barrett, para otros, los auténticos Pink Floyd fueron los de la era Waters y para todos, serán siempre un mito sumergido en la leyenda y la controversia. Tanto juntos como por separado, los miembros de la banda han tenido una característica común: su preocupación social y su vertiente humanitaria. Eran tan egoístas en sus relaciones interpersonales, como generosos en sus contribuciones solidarias.

Sus cifras hablan por sí solas, aunque no ayudan a definirlos, porque los Floyd son, por naturaleza, indefinibles. Uno de sus discos aguantó 740 semanas en la lista americana Billboard, otro vendió 340.000 copias en 5 días solo en Gran Bretaña; hubo años en que ganaron más de 50 millones de dólares y giras en las que perdieron más de 20. Pero esto solo nos indica que fueron grandes entre los grandes. Pero, ¿eran geniales? ¿eran pomposos? ¿eran nihilistas? Este libro no tiene todas las respuestas, ni siquiera lo pretende. Este libro es básicamente una guía para acercarse al complejo y laberíntico universo de Pink Floyd y con ese objetivo la hemos estructurado en apartados muy concretos para que el neófito pueda conocer a la banda sin perderse en intrincados vericuetos, al tiempo que el aficionado seguidor tenga a mano una herramienta de consulta ágil y eficaz. Su única pretensión es hacer un relato ameno y documentado de los hechos y los días de una banda que protagonizó algunos momentos más revolucionarios del rock & roll y la cultura popular del siglo XX. Queda a tu juicio, lector, si lo consigue o no. Yo me sigo quedando con la duda de qué quería decir Roger Waters con aquello de: «Soy el hombre que desde afuera mira lo de dentro».

rock

La historia oficial cuenta que Pink Floyd nació el 5 de junio de 1964, cuando a Syd Barrett se le ocurrió unir los nombres de dos viejos músicos de blues para rebautizar definitivamente a un serie de bandas que se habían sucedido sin mayor éxito y en las que el núcleo duro estaba integrado por Roger Waters, Nick Mason y Rick Wright, junto al propio Syd, por supuesto. Quizá la fecha del bautismo de la banda sea una convención, pero eso carece de importancia, lo significativo es que los cuatro soñaban con convertirse en estrellas del rock y lo lograron, superando, para bien y para mal, sus propias expectativas. ¿Pero quién eran y de dónde venían aquellos veinteañeros llamados a revolucionar la historia de la música rock?

Roger Keith Barrett nació el 6 de enero de 1946 en el seno de una numerosa familia de clase media alta de Cambridge. Él y sus cuatro hermanos gozaban de la acomodada vida que proporcionaba la profesión de su padre, Arthur Max Barrett, un eminente doctor de la Universidad de Cambridge que murió de un cáncer cuando él se disponía a cumplir los 16 años, lo que marcó profundamente su vida y su futura personalidad desequilibrada. Su madre, Winifred, siempre alentó su innato espíritu artístico, aunque él en principio se inclinaba más por las artes plásticas y por la literatura, que por la música. Aun así, Barrett aprendió a tocar el piano y más tarde se pasó progresivamente al ukelele, el banjo y la guitarra acústica. A los 15 años, consiguió su primera guitarra eléctrica, que curiosamente le enseñó a manejar con destreza su amigo David Gilmour, su futuro sustituto en la banda y con quién en sus años universitarios realizaría un viaje por el sur de Europa. También conocía desde niño a Roger Waters, cuya madre fue profesora de Syd. Por aquellos días la casa de Barrett, con una madre muy permisiva, era el punto de encuentro donde sus amigos del instituto se reunían para charlar, fumar y, sobre todo, escuchar música, lo que le convirtió en una figura popular a pesar de su carácter un tanto introvertido. Comenzó a tocar de forma muy improvisada y se fabricó su propio amplificador. Escuchaba mucha y muy variada música, desde bluesmen como Jimmy Reed a rockeros como Chuck Berry, pasando por Bob Dylan, a quién dedicó su canción «Bob Dylan Blues», después de verle actuar en directo cuando tenía 18 años. Su nombre viene de esta época, cuando comenzaba a frecuentar un local de su barrio, el Riverside Jazz Club, en el que prácticamente vivía un batería que se llamaba Sid Barrett, y la coincidencia del apellido llevó a la parroquia del local a apodar al neófito con la variante ‘Syd’. Tuvo su bautismo musical en un grupo de amigos, Geoff Mott and the Mottoes, en el que tocaba la guitarra junto a Nobby Clarken, con Geoff Mott a la voz, Tony Sainty al bajo y Clive Wellham a la batería. A esa formación siguió en 1963 Those Without, con Alan ‘Barney’ Barnes, guitarrista y Steve Pyle, batería, y en 1964 The Hollering Blues, integrada por Ken Waterson, cantante, de nuevo Barnes y Pyle, que también eran amigos de Gilmour, y Peter Glass. Ambas fueron bandas de corta vida y escasa notoriedad, que practicaban un rhythm & blues de segunda generación con excesivos alardes de improvisación y que de algún modo preconizaban lo que sería su impronta en su banda definitiva.

Richard Wright vino al mundo el 28 de julio de 1943 en Londres. Creció en el Hatch End, un barrio de clase alta de la periferia londinense. Su padre era bioquímico de una de las mayores industrias lácteas del país y se crió en un entorno cultural privilegiado. Durante la recuperación de un accidente en el que se rompió una pierna, aprendió a tocar el piano con 12 años, una edad en la que también dominaba instrumentos tan dispares como la guitarra, el violonchelo o la trompeta. Con el respaldo incondicional de su madre estudió teoría y composición musical, aprendió a tocar el trombón y el saxofón, para acabar decantándose definitivamente por el piano, el instrumento que le llevaría a convertirse en mundialmente famoso como teclista de Pink Floyd. Desde muy joven se aficionó al jazz, admirando e imitando a músicos como John Coltrane y Miles Davis, lo que cimentó sus dotes como excelente improvisador. Andando el tiempo, estos conocimientos musicales, superiores a los de sus compañeros, fueron fundamentales en las grabaciones de los discos de Pink Floyd en las que participó; una banda en cuyo nacimiento participaría en sus años de universidad y con la que obtendría fama y prestigio, pero en la que nunca desempeñaría un papel preponderante.

pinkfloyd17

Syd Barrett en Cambridge, su ciudad natal, en 1961.

Nick Mason nació el 27 de enero de 1944 en Birmingham y se crió en Hampstead, un barrio londinense con una gran población de artistas e intelectuales de todo tipo. Su padre, Bill Mason, era un director de cine documental especializado en historia del automóvil y un fanático de las carreras de coches, en las que participaba en la categoría de aficionados. Transmitió su pasión a su hijo, que siendo un adolescente ya pilotaba un aparente pero destartalado Austin que le proporcionó una interesada popularidad entre sus compañeros de instituto, que le usaban prácticamente como chófer, tal y como él mismo reconoce en sus memorias. En su familia la tradición musical la ponía su abuelo materno, Walter Kershaw, que tocaba con sus hermanos en una banda de banjos. Su madre, Sally, tocaba el piano y encauzó en esa dirección al pequeño Nick, que también recibió clases de violín, aunque al final abandonó ambos instrumentos y la música en general, hasta que a los 12 años descubrió a Bill Haley & The Comets y Elvis Presley. Entonces se compró una batería y montó un grupo de amigos, The Hotrods, que acabó abandonando para tocar en sesiones de jazz, hasta que en septiembre de 1962 llegó a la Regent Street Polytechnic, donde comenzó a estudiar arquitectura sin demasiado entusiasmo y donde conoció a Roger Waters, Bob Klose y Rick Wright, que le incorporaron a sus sucesivos proyectos musicales, a los que aportó buena parte del dinero inicial para ponerlos en marcha, y con los que acabó fundando la banda más famosa del rock psicodélico y progresivo.

Por su parte, Roger Waters nació en Great Bookham, un pueblo de Surrey enclavado en el corazón de una zona rural y boscosa, el 6 de septiembre de 1943. Su padre, Eric Fletcher Waters, y su madre, María Whyte, eran maestros de escuela e influyeron decisivamente en la personalidad del joven Waters, aunque de forma bastante dispar. Eric Fletcher provenía de una familia de extracción proletaria. Nieto de un minero militante destacado del Partido Laborista, era un pacifista que mezclaba su orientación cristiana con su militancia en el Partido Comunista de Gran Bretaña y que se declaró objetor de conciencia en 1939, al principio de la Segunda Guerra Mundial, cuyos primeros años los pasó conduciendo una ambulancia bajo las bombas que los aviones nazis lanzaban sobre Londres. El avance del fascismo en los primeros días de la guerra le impulsó a tomar las armas y alistarse en los Royal Fusiliers, en cuyas filas acabó muriendo en combate durante las primeras semanas de la brutal batalla de Anzio, cuando Roger solo tenía dos meses de edad. Su cuerpo nunca fue encontrado y durante años Eric Fletcher Waters figuró en las listas de desaparecidos en combate, convirtiéndose en una figura mítica para su hijo que se pasó la infancia soñando con recuperar una figura paternal cuya ausencia le influiría de forma traumática toda la vida. Tras la muerte de su padre, su madre se mudó a Cambridge con sus hijos, Roger y su hermano mayor, John. Al contrario que en el caso de los otros componentes de la banda, la madre de Waters no solo no alentó de una forma especial su carrera musical, sino que fue una presencia atormentadora, durante toda su vida, tal y como ha reconocido numerosas veces y como se desprende del retrato que hizo de ella en la película The Wall, inspirada en su propia vida. Era una mujer dura, con una vida difícil y poco dada a la ternura y la comunicación.

Siguiendo la tradición familiar, fue un estudiante inquieto y prematuramente ideologizado. A los 15 años, dirigió una campaña para el desarme nuclear y siempre se sintió defraudado por la rigidez del sistema educativo, que en su opinión limitaba la creatividad de los estudiantes. Eso sucedió en la Cambridge High School, donde conoció a Syd Barrett y David Gilmour, sus futuros compañeros de fatigas. En una entrevista concedida a la revista Musician Magazine en 1992, reconocía abiertamente su carácter díscolo e incluso violento durante su etapa escolar, aunque también reconocía que el primer apoyo a su vocación musical vino del director de su primer año en la escuela de arquitectura en la Regent Street Polytechnic, que le animó a que llevara la guitarra a clase y practicase en ratos reservados a estudiar otras materias. Allí conoció a Nick Mason y Rick Wright, con los que en el otoño de 1963 monta el embrión de los futuros Pink Floyd, Sigma 6, un grupo integrado por Waters a la guitarra solista, Wright a la rítmica, los teclados, el trombón o cualquier otro instrumento que se le pusiese por delante, Mason a la batería, Clive Metcalfe al bajo y Keith Noble a la voz con su hermana Sheila haciendo los coros. A principios de 1964 la banda pasa a llamarse The Abdabs, con la incorporación de Vernon Thompson como esporádico guitarrista invitado y de Juliette Gale como voz solista. Llegaron a actuar en el club The Marquee, en el Soho londinense, pero su radio de acción eran los pubs, las fiestas particulares y algunos espectáculos que montaban en su escuela, en los que actuaban usando también los nombres de The Architectural Abdabs y The Screaming Abdabs.

El embrión

A mediados del 64, Metcalf, Noble y Gale abandonan el grupo y Waters, Mason y Wright se unen a sus amigos Syd Barrett y Bob Klose para montar una serie de bandas de nombre cambiante y efímera existencia: The Tea Set, Meggadeaths, The Spectrum Five y Leonard’s Lodgers, nombre éste último que usaron en la etapa en la que la casa del tutor del Regent Street Polytechnic, Mike Leonard, era la vivienda de Waters y Mason y lugar de ensayo del grupo. Sería precisamente Leonard quien les haría sus primeras y rudimentarias grabaciones y quién ensayaría con ellos los primeros efectos de sonido. Básicamente seguían haciendo rhythm & blues, blues y rock & roll, aunque cada vez con un mayor peso de Barrett y su universo de improvisación y distorsión psicodélica, con influencias de The Beatles y The Yardbirds.

La incorporación de Syd, guitarrista, convirtió a Roger Waters en bajista del grupo, mientras aquel iba cobrando cada vez más protagonismo e imponiendo su criterio musical, alejado sobre todo del de Bob Klose, el otro guitarrista. Klose, un buen músico formado en la tradición del blues y el jazz y poco dado a los delirios psicodélicos, acabó dejando la banda por presión del entorno familiar, justo cuando habían empezado a usar el nuevo nombre que había propuesto Barrett y que les haría universalmente famosos: The Pink Floyd.

pinkfloyd94

Fue Syd Barrett (primero por la derecha) quien propuso el nombre que les haría universalmente famosos: The Pink Floyd.

Waters se hizo amigo de Barrett y Gilmour cuando eran unos adolescentes en el instituto de Cambridge y a Mason y a Wright los conoció en la escuela de arquitectura de Regent Street, Londres, rebautizada más tarde como Universidad de Westminster, donde entre otras cosas compartían una gran pasión por los avances de la tecnología de la imagen y su desarrollo escénico, algo que aplicarían más tarde en sus espectáculos. En ambos casos Waters se convirtió en el aglutinador de un grupo de inquietos estudiantes que soñaban con la fama de las emergentes estrellas del rock. Todos, excepto el más joven, Barrett, fueron niños nacidos durante los años de la Segunda Guerra Mundial y todos, sin excepción, se criaron entre las ruinas dejadas por los bombardeos del ejército nazi sobre Inglaterra. Fueron los años del Plan Marshall de ayudas económicas con el que Estados Unidos quería lograr la recuperación de una Europa devastada por la guerra, y del que Inglaterra era la principal beneficiaria, con 3.297 millones de dólares entre 1948 y 1951. Y con los dólares, la leche en polvo, las medias de seda o el acero yanqui, también llegaron los discos de blues y rhythm & blues que traían los soldados norteamericanos y con los que echaron musicalmente los dientes unos jóvenes llamados Mick Jagger, John Lennon, Eric Clapton o John Mayall.

A mediados de los 60 había surgido en Londres, especialmente en torno al barrio del Soho, un movimiento denominado Swinging London, término acuñado por la revista Time en su edición de abril de 1966, que creó una nueva moda y un nuevo movimiento cultural, en torno al cual se movían los nuevos grupos de rock británicos, apoyados por radios piratas como Radio Caroline o Swinging Radio England, creadores del pop-art como Richard Hamilton, galeristas como John Dunbar, modelos como Twiggy, fotógrafos como Richard Avedon y directores de cine como John Schlesinger y Michelangelo Antonioni. La guinda de ese movimiento de modernidad y contracultura fue la aparición del movimiento psicodélico, muy vinculado al uso de drogas alucinógenas, fundamentalmente LSD, en el que se encuadraron desde el primer momento los recién nacidos Pink Floyd.

Nacer en el mismo entorno pero detrás de bandas como Rolling Stones, Beatles, Yardbirds, Who, Animals o Kinks, es nacer con una fuerte influencia de blues y rhythm & blues y del rock & roll que estaba atravesando el Atlántico para invadir su tierra de origen, los Estados Unidos, en la llamada British Invasion. Los miembros de Pink Floyd crecieron y dieron los primeros pasos escuchando a esas bandas, con las que en muy poco tiempo acabaron codeándose de tú a tú para entrar con letras mayúsculas en la leyenda del rock & roll.

El propio nombre, Pink Floyd, lleva el aroma de la leyenda. Fue Barrett, el más aficionado al blues clásico de toda la banda, quien un día cualquiera, mientras escuchaba un disco de la leyenda del Piedmont Blues, Blind Boy Fuller, leyó en los créditos la reseña realizada por el experto británico en música afroamericana, Paul Oliver, sobre la figura de dos músicos desconocidos, Pink Anderson y Floyd Council, sobre los que venía a decir que eran dos más entre los muchos bluesmen que durante los años 30 y 40 del siglo XX, proliferaron por las montañas de los Apalaches y los valles de Virginia, las dos Carolinas y Georgia, al este de los Estados Unidos. Unió los dos nombres y le salió el nombre que propuso a la banda, The Pink Floyd Sound, que pronto se quedaría en The Pink Floyd y que se acortaría definitivamente a Pink Floyd al publicar su primer disco en 1967. Y así, una anécdota se convirtió en historia del rock. En palabras del propio Nick Mason: «Resulta extraordinario cómo una reacción espontánea puede llegar a ser algo permanente con lo que nos sentimos cómodos, con implicaciones perdurables a largo plazo». ¿Pero quiénes eran realmente aquellos dos viejos y desconocidos músicos que pusieron nombre a una de las bandas más grandes de la historia del rock?

Las dos mitades

La primera mitad del nombre, Pink Anderson, vino al mundo como Pinkney Anderson el 12 de febrero de 1900 en Laurens, Carolina del Sur, pero se crió en Greenville, que por entonces estaba considerada la ciudad más importante de la industria del algodón y a la que se había trasladado su familia en busca de trabajo. Durante la Primera Guerra Mundial la ciudad acogió un centro de entrenamiento para soldados del ejército y comenzaron a proliferar los clubs y locales de diversión. También recalaban con frecuencia en la ciudad los espectáculos itinerantes de todo tipo, incluidos los medecine shows, esos espectáculos de vodevil en los que con un carromato o un toldo se improvisaba un escenario en el que, mientras uno o más cómicos cantaban y bailaban, un charlatán que se hacía pasar por un ilustrado doctor o científico intentaba vender remedios y elixires para todo tipo de males y dolencias. Uno de estos espectáculos era el del Doctor William R. Kerr y su Indian Remedy Company, a la que se unió el joven Anderson cuando tenía solo catorce años. Se convirtió en un profesional de este tipo de espectáculos en los que el blues primitivo fue evolucionando durante las primeras décadas del siglo XX. Estuvo con Kerr hasta que el ‘Doctor’ se retiró en 1945, pero mientras no estaba de viaje tocaba con músicos de su zona, como ‘Simmie’ Dooley, un guitarrista ciego que le enseñó el manejo del instrumento y con quien grabó cuatro temas para el sello Columbia en 1928: «Papa’s ‘Bout To Get Mad», «Gonna Tip Out Tonigh», «Every Day In The Week Blues» y «C.C. & O. Blues». Parece ser que su relación con Doodley no fue precisamente fácil debido al mal carácter y la inclinación a la violencia que éste tenía. Tras la desaparición del Doctor Kerr, Anderson se enroló en otro medecine show, el de Leo ‘Chief Thundercloud’ Kahdot, donde conoció al armonicista Arthur ‘Peg Leg Sam’ Jackson.

No volvió a pasar por un estudio de grabación hasta 1950, en Virginia, gracias al experto en música tradicional Paul Clayton, en una sesión que el sello Riverside acabaría plasmando en un álbum compartido con el Reverendo Gary Davis. En julio de 1954 nació su hijo, conocido como Little Pink Anderson, al que transmitió todo sus conocimientos musicales y que tras una azarosa vida se estableció como músico de blues en Georgia. Hasta 1957 siguió actuando regularmente, tanto en solitario como formando parte del tradicional trío de música callejera integrado por guitarra acústica, tabla de lavar y armónica o kazoo. Pero ese año el corazón le dio el primer susto y tuvo que retirarse de las giras y se quedó en los alrededores de Spartanburg, Greenville y Anderson, actuando en clubs locales como uno de los genuinos intérpretes del Piedmont Blues.

pinkfloyd53

El guitarrista norteamericano Pink Anderson, la primera mitad del nombre de la banda.

A principios de los 60, en plena oleada de recuperación del blues por parte de un nuevo público blanco, fue redescubierto por el productor e investigador musical Samuel Charters, gracias al que grabó una serie de temas que han quedado como un referente del tradicional estilo Piedmont Blues. A esa época pertenecen los álbumes Pink Anderson: Vol.1 Carolina Bluesman, Pink Anderson: Vol.2 Medicine Show Man, Pink Anderson: Carolina Medicine Show Hokum & Blues y The Blues Of Pink Anderson: Ballad & Folksinger, Vol.3. También tuvo una pequeña aparición en la película The Bluesmen, estrenada en 1963, en pleno blues revival, pero un derrame cerebral sufrido en 1964 lo apartó definitivamente de los escenarios.

En 1970 el historiador musical Peter B. Lowry intentó sin éxito que regresase a un estudio de grabación de su sello Trix Records, dedicado especialmente a recuperar viejas figuras del Piedmont Blues, pero uno de sus ayudantes, Roy Book Binder, le consiguió algunos conciertos en Boston y Nueva York, tras los que regresó a su casa en Spartanburg, Carolina del Sur. Allí falleció, olvidado por todos y prácticamente en la miseria, el 12 de octubre de 1974, justo cuando Pink Floyd acababan de regresar de una exitosa gira por Francia, el French Summer Tour, y preparaban el British Winter Tour ‘74, durante el que celebrarían 20 conciertos.

La otra pata del nombre, Floyd Council, nació el 2 de septiembre de 1911 en Chapel Hill, una pequeña ciudad de menos de diez mil habitantes de Carolina del Norte, fundada en torno a la universidad del estado y a la que cabe el honor de ser la primera ciudad de mayoría blanca que eligió a un alcalde afroamericano, el 6 de mayo de 1968, el mismo día en el que Pink Floyd actuaba en Roma, en la cima de su fama y con Floyd Council muerto en el olvido. Había comenzado tocando en la calle, como hacían muchos chavales de entonces, para ganarse la vida junto a dos amigos, los hermanos Leo y Thomas Strowd. Con ellos aprendió el manejo de la guitarra y la mandolina y desarrolló un personal estilo de cantar en el que proyectaba su voz aguda con extraordinaria fuerza, lo que era fundamental para un cantante callejero. Eran casi unos adolescentes y se hacían llamar The Chapel Hillbillies.

En los años treinta se convirtió en una figura popular en la región al sureste de los EE.UU, donde también era conocido como Floyd ‘Dipper Boy’ y The Devil’s Daddy-in-Law, coincidiendo habitualmente con el gran maestro del blues de Piedmont, Blind Boy Fuller. Este estilo de blues se había desarrollado en el área geográfica que abarcaba los estados de las dos Virginias, las dos Carolinas y Georgia, con extensiones en Delaware e incluso Florida, una zona de influencia similar a la de la música hillbilly. Se caracterizaba por una técnica de tocar la guitarra conocida como fingerpicking y que imitaba al piano ragtime, al tocar al mismo tiempo el ritmo y la melodía. Aunque nació en zonas rurales aisladas, este subgénero del blues fue muy popular durante los años 30 especialmente en las grandes ciudades industriales tabaqueras de Virginia.

pinkfloyd11

Floyd Council, nacido en Carolina del Norte, la segunda parte del nombre.

En 1937 los ojeadores del sello ACR Records descubrieron a Floyd en alguna de sus actuaciones callejeras y se lo llevaron a Nueva York para grabarlo como segundo guitarra de su viejo compañero Blind Boy Fuller, que por aquel entonces ya gozaba de cierta celebridad. De estas grabaciones queda testimonio en discos de Columbia y Vocalion y en el recopilatorio The Complete Blind Boy Fuller, en los que se recogen canciones como «Poor And Ain’t Got A Dime», «Boots And Shoes», «New Oh Red!», «Ten O’Clock Peeper» o «Shake That Shimmy», en las que la guitarra de Floyd suena acompañando a Fuller, cosa que hizo al menos en siete sesiones de grabación, según sus propias declaraciones.

Cansado de perseguir en la gran ciudad el éxito esquivo, regresó a su localidad natal donde siguió actuando en clubs locales, programas de radio, concursos y fiestas campestres, durante más de veinte años. A pesar de que no quedan discos grabados por él en solitario o como figura principal, sí nos dejó unos cuantos temas –veinte, según llegó a afirmar el propio Floyd en una entrevista a finales de los 60– como «Lookin’ For My Baby», «I Don’t Want No Hungry Woman», «I’m Broke and I Ain’t Got a Dime», «Runaway Man Blues», «I’m Grievin and I’m Worryin» o «Working Man Blues», que están recogidos en distintas recopilaciones de la discográfica histórica Document Records y que figuraban entre los viejos temas de blues que escuchaba el joven Syd Barrett. A finales de 1960 Council sufrió un derrame cerebral del que nunca acabó de recuperarse. Quedó incapacitado para tocar y cantar y fue languideciendo en su casa de Sanford, a menos de 60 kilómetros de donde había nacido. Falleció un domingo de principios de mayo de 1976, recordado tan solo por sus vecinos y algunos musicólogos blancos interesados en rastrear las raíces del blues, la vieja música que había originado el rock & roll.

pinkfloyd45

Floyd Council participó en las grabaciones del músico Blind Boy Fuller.

En cualquier caso, es más que probable que de no haber figurado en los orígenes de una de las bandas más famosas de la historia del rock, ninguno de los dos habría merecido ni una línea en los libros de música y ambos habrían desaparecido en el olvido, igual que muchos bluesman y blueswoman de la primera mitad del siglo XX, que contribuyeron desde el anonimato a expandir el blues, la música que está en el germen de todos los géneros populares del siglo, desde el rhythm & blues al hip-hop, pasando por el rock & roll, el soul, el funk, el pop o el moderno R&B.

rock

Una nueva estrella en el firmamento underground

(1965-1966)

En 1965, mientras comienzan a llegar a Vietnam las primeras unidades de intervención del ejército norteamericano, el movimiento hippie, con su pacifismo, su reivindicación de una vuelta a la naturaleza, el amor libre y el uso de las drogas, comienza a extenderse por el llamado mundo occidental. En Nueva York, San Francisco y Londres nace un movimiento contracultural que empieza a ser imitado de inmediato, en mayor o menor medida, en todas las grandes ciudades europeas. El mundo del rock no es en absoluto ajeno a esa agitación y sufre una transformación radical. La música creada por Elvis, Little Richard, Chuk Berry o Jerry Lee Lewis, que revolucionó la cultura juvenil solo diez años antes, se ha convertido en una antigualla para una nueva generación de jóvenes inconformistas de pelo largo y faldas cortas. En Estados Unidos Bob Dylan escandaliza a los puristas del folk con su actuación eléctrica en el Festival de Newport y en Inglaterra los jóvenes hacen cola para ver Help, la película de The Beatles, o bailan en los clubs al ritmo de «(I Can’t Get No) Satisfaction», el último éxito de The Rolling Stones. En las calles de Londres está naciendo un nuevo movimiento juvenil, emparentado con el movimiento underground de California, el Swinging London, un estilo que pronto tendrá imitadores en todo el mundo, con Mary Quant y su famosa minifalda como abanderadas.

pinkfloyd49

Pink Floyd al completo divirtiéndose en Stanhope Gardens, Londres, en 1965.

En junio de ese año, la banda norteamericana The Charlatans realiza la primera actuación de un grupo de rock bajo los efectos del LSD y la industria musical impone el disco de larga duración, el LP, frente al single como fórmula para comercializar la música pop, dos hechos que, aunque aparentemente desconectados, marcarán dos características fundamentales de Pink Floyd: la influencia de las drogas en su consolidación como reyes de la psicodelia y su fecundidad a la hora de producir largos discos conceptuales. Pero en aquellos días los Floyd son otra banda titubeante de las muchas que tratan de abrirse camino en el bullicioso Londres de los 60.

A mediados de 1965, Bob Klose, el único que tenía una tendencia musical clásica tras la marcha del cantante Chris Dennis a principios de año, abandona también a los recién nacidos The Pink Floyd y Barrett comienza a levantar el vuelo. Se convierte en guitarrista de la banda y además canta y compone canciones. A principios del verano inicia una relación con una joven llamada Lindsay Corner y consume LSD por primera vez con su amigo Dave Gale. Syd se introduce en el ambiente del underground y comienza a perfilarse como el inquieto líder de una banda que queda definitivamente conformada por Roger Waters al bajo y voz, Nick Mason en la batería, Rick Wright en los teclados y Syd Barrett a la guitarra y voz, y que actúa de forma esporádica en concursos como los del Melody Maker National Beat o el Beat Contest del Country Club de Belsize Park, o en fiestas en centros educativos e incluso celebraciones privadas, como la fiesta de cumpleaños de Libby January, la novia de su amigo y compañero de los días de instituto, Storm Thorgerson, el diseñador que se encargaría de crear las portadas más geniales de sus futuros discos. En muchas de estas fiestas actuaban precedidos o secundados por la banda de su amigo David Gilmour, los Jokers Wild, integrada por David Altham, que tocaba la guitarra, el saxofón y los teclados, John Gordon a la guitarra y a la voz, Tony Sainty al bajo y Clive Welham a la batería. Los dos últimos habían tocado anteriormente con Barrett, lo que nos da idea de lo endogámico del ambiente en el que se movía el grupo en sus comienzos.

Por esos días realizan sus primeras grabaciones gracias a que un amigo de Rick Wright les dejó usar durante unas horas libres el estudio de Thompson Private Recording Studios, que en realidad era un sótano de una casa en Hemel Hampstea. De esa apresurada y precaria sesión saldrían cuatro temas, «I’m A King Bee», un swamp blues de 1957 de Slim Harpo, y otras canciones compuestas por Barrett: «Double O Bo’», «Butterfly» y «Lucy Leave», su tema estrella en aquellos primeros tiempos. Esas grabaciones serán las tarjetas de visita que les abrirán las puertas de sus primeras actuaciones profesionales, en las que siguen practicando una música con raíces en el blues y el rhythm & blues pero adaptándola a su distorsionado y personal estilo, cada vez con más peso de los temas de su incipiente líder.

De la mano de su novia Lindsay, Syd se convierte en un embrión de artista a la última moda de Carnaby Street, con sus pantalones anchos, sus camisas de seda multicolores, sus chaquetas de terciopelo, sus pañuelos al cuello y los sombreros exagerados. El resto de la banda le siguen los pasos y emprenden el camino estético e ideológico del underground londinense. Syd incluso se adentra en el espiritualismo oriental tan de moda por aquellos días, e intenta hacerse adepto del Maharaji Charan Singh Ji, un grupo religioso de origen hindú, pero es rechazado, cosa que no asimiló demasiado bien el pasional artista. A pesar de su apocada imagen inicial, Barrett va reuniendo a su alrededor un grupo de jóvenes talentos de Cambridge, que incluía a David Gilmour, al fotógrafo Mick Rock, que acabaría retratando a las estrellas de los 70 y los 80, al diseñador Thorgerson, Joel y Toni Brown, los hippies norteamericanos que idearon las proyecciones de imágenes durante sus actuaciones, Peter Wynne Willson, el creador de los mejores espectáculos de luces de los Floyd, los propios miembros de la banda, sus novias y todo aquel que tuviese ácidos para compartir. Al igual que había hecho con el sótano de su madre, su casa se convierte en el centro de las juergas del grupo. Su popularidad va en aumento y su afición a las drogas también.

En la primavera del 65 tocan en el Countdown Club, con el nombre de Pink Floyd Sound, con un repertorio que todavía incluía algunos temas de Bo Diddley o Chuck Berry. Según la descripción que hace Nick Mason en su libro Dentro de Pink Floyd, era un sótano situado debajo de un edifico de apartamentos, sin ninguna condición especial pero con el ambiente adecuado: «El Countdown no tenía ninguna decoración temática o ambiente en concreto. Era un lugar pensado para la música, con una clientela relativamente joven, y las bebidas eran bastante baratas. Creo que la idea era que, dada la falta de publicidad, los propietarios esperaban que grupos como el nuestro se trajeran un montón de amigos para apoyarlos, y que ellos aplacarían su sed en el bar del club». El método, que ha seguido funcionando hasta hoy, parece que funcionó y el grupo consiguió convertirse en fijo del local. Hacían tres pases de noventa minutos cada uno y su repertorio era escaso, así que fueron introduciendo cada vez más solos e improvisaciones más largas. Y esa personalidad fue creando a su alrededor un grupo de público incondicional. Pero las denuncias de los vecinos a causa del ruido acabaron con este estreno profesional del grupo, que se dedicó durante una temporada a presentarse a todo cuanto concurso se ponía por delante, como el Ready Steady Go!, un programa musical de la cadena de televisión ITV, en el que los rechazaron por su excesiva extravagancia musical.

En 1965 también abre sus puertas la Librería Indica, que en pocos meses se convertirá además en la galería de arte más famosa del Londres contracultural de la mano de sus tres creadores, John Dunbar, Peter Asher y Barry Miles, con el apoyo incondicional del beatle Paul McCartney. La librería se convirtió en el centro de reunión de los artistas e intelectuales más vanguardistas de Gran Bretaña –Yoko Ono y John Lennon se conocieron allí–, un ambiente en el que los cuatro jóvenes reunidos en torno al nombre de Pink Floyd iban a irrumpir con fuerza extraordinaria después de un primer año de penar de local en local buscando una verdadera oportunidad de demostrar su innovadora apuesta musical.

Incubando el virus contracultural

El año 1966 comienza con mejor pie para la banda. El 30 de enero actúan por primera vez en el Marquee Club dentro del Giant Mystery Happening y su intervención no pasa desapercibida. El 13 de marzo regresan al Marquee para actuar por primera vez en los Spontaneous Underground, unas representaciones improvisadas que mezclaban todo tipo de experiencias escénicas y que se celebraban en el club, recién trasladado por entonces al barrio del Soho y que se convertiría en las próximas tres décadas en el corazón de la música británica y el testigo de los cambios que se producirían en ella hasta finales de los años 80: de The Who a Sex Pistols, pasando por Yes, Cream, The Police o The Clash. Las primeras actuaciones de los Floyd causan sensación por su música innovadora y difícil de catalogar y por sus osadas puestas en escena. A partir de ese momento comienzan a tocar con regularidad en el local, convirtiéndose en una especia de banda residente. Cada vez añaden a sus temas más y más largas partes instrumentales en las que vuelcan toda su creatividad, probando siempre nuevos sonidos y apoyándose siempre en las posibilidades que ofrecían los nuevos sistemas de amplificación, que en esos momentos vivían una época de avances revolucionarios gracias al empleo de los transistores, que comenzó a generalizarse a partir de ese año y que auguraba el advenimiento de los grandes espectáculos sonoros de los años 70 y 80, algo en lo que los Pink Floyd serían consumados maestros.

En esos conciertos del Marquee fue donde conocieron a Peter Jenner y Andrew King, dos jóvenes profesionales que a pesar de su nula experiencia en el negocio musical, se convertirían en los primeros mánagers de la banda y regirían sus destinos musicales hasta poco después de que Barrett la abandonase. Peter Jenner era un profesor de la London School of Economics, buen conocedor de la escena underground, tanto inglesa como norteamericana y que había escuchado al grupo en algunas de sus actuaciones en el Marquee. Su amigo Andrew King era un ex trabajador de British Airways, que se hallaba en excedencia y cuya aportación económica no solo fue fundamental para poner en marcha la productora, sino que también permitió adquirir parte de la equipación de la banda cuando daba sus primeros pasos en serio. Por entonces Jenner y Syd compartían casa y llevaban una modesta pero relajada vida de artistas. Según sus compañeros de entonces, Syd se pasaba la mayor parte del día componiendo, tocando la guitarra y fumando marihuana. Se había convertido en el epicentro creativo de la banda, tal y como señala su amiga June Child, futura esposa de Marc Bolan, en unas declaraciones recogidas por Nicholas Schaffner en su libro Saucerful of Secrets: The Pink Floyd Odyssey: «En aquellos días él era el verdadero creador del grupo. Cuando se sentaba a escribir una canción, pensaba en lo que debería tocar el batería, en cómo debería ser la línea de bajo. Tocaba muy bien la guitarra rítmica y la primera, y sabía lo que quería oír».

pinkfloyd37

Póster de un concierto de Pink Floyd en el Marquee Club, en marzo de 1966.

En el otoño las cosas comienzan a precipitarse. El 14 de octubre actúan en el salón de reuniones de la All Saints Church Hall (La Iglesia de Todos los Santos) en Powis Gardens, Londres, el primero de varios conciertos para recaudar fondos para la London Free School, un proyecto de educación alternativa para adultos creado por Rhaune Laslett, activista social y organizadora del famoso y alternativo Carnaval de Notting Hill, y por John ‘Hoppy’ Hopkins, uno de los personajes más inquietos del Swinging London y fundador del Club UFO y la revista underground International Timeshappeninglightshow