Lista de contenidos:

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• Contenido explícito y vulgar

• Contenido maduro +18

• Violencia (psicológica, física y verbal)

• Temas delicados

Inicio: 9/7/2019

Final: 26/6/2020

Todos los derechos reservados @yourspanishunnie

Sugar, daddy

E. M. Valverde

ISBN: 978-84-19367-03-7

1ª edición, febreromês de 2022.

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

2. [noche de gamberradas]

Areum

No sé cómo aguanté el día siguiente de instituto, porque lo cierto es que el acoso del heredero no me dejó dormir más de tres horas.

Al cerrar los ojos sentía sus manos en mí, el calor de su atrayente cuerpo. Había que ser estúpida para negar que Takashi era guapo, pero el trato tan frío y dominador que me dio...algo no iba bien.

—Oye, llevas todo el día ausente –la voz melosa de mi amigo Ito Kohaku me devolvió a la realidad. Me pasó el brazo cálidamente por los hombros cuando le miré–. ¿Qué te pasa?

—No he dormido demasiado bien, pero no tienes de qué preocuparte –le sonreí para que se tranquilizase, y aunque mi argumento pareció no convencerle, no volvió a hablar del tema, cosa que agradecí.

—Bueno, me encargaré de que te lo pases de puta madre esta noche –me acercó a él con el brazo, sonriendo de oreja a oreja, sin ser invasivo como Takashi–. Mientras tanto háblame sobre el heredero de la Hyundai, me quiero reír un rato.

Kohaku y yo siempre hacíamos eso, nos burlábamos de lo mimados que eran los herederos, cuando en realidad nosotros éramos igual. Íbamos a un colegio privado, vestíamos ropa de diseñador y podíamos tener cualquier capricho que quisiéramos, fuera lo caro que fuera.

Sí, éramos asquerosamente ricos y supuestamente enemigos. Kohaku, era el heredero a director general de Apple Japón, actualmente ocupado por su padre. Era mi misma situación con Samsung, solo que yo había dejado mi tierra para estar en el país nipón, más asilado y protegido del mundo exterior.

—Voy a buscar una foto suya en internet –tecleó con dificultad en el buscador, leyendo la pantalla–. Aquí dice que tiene 25 años, que a veces modela para diseñadores exclusivos y que es muy...”guapo” –leyó lo último con asco–. ¿Y por qué narices tiene su propia página en Wikipedia? La información ni siquiera es objetiva, qué falta de profesionalidad...

—Déjame ver –me puse de puntillas, solo para recordar la cara de mi pesadilla. Vi una entrada en la Wikipedia con el nombre entero. Takashi Kaito, así se llamaba el enigmático heredero. Me enfadé conmigo misma al pensar que salía guapo.

—No es más guapo que yo –Kohaku me miró con algo de timidez, esperando aprobación, y le pellizqué una mejilla regordeta.

—Nadie es más guapo que tú, Kohie.

...

A pesar del ambiente condensado de la discoteca, era difícil no centrarse en la naturalidad de Kohaku, quien parecía estar en su salsa a pesar de ser introvertido.

—Kohaku, ¡me encanta esta canción! –no disimulé mi ilusión, ya que cuando estaba con él, podía ser sincera.

—¿Esto es reguetón? –a mi amigo le costó pronunciar la palabra extranjera, pero cuando asentí, un brillo travieso despertó en sus ojos.

¿Qué tramaba?

Acortó un paso entre nosotros, hasta que su respiración me hizo cosquillas en la sien; me percaté de la irregularidad de esta. ¿Estaba nervioso? Porque no lo pareció en absoluto cuando apreció cómo el vestido entallado abrazaba mis curvas con devoción, y se relamió los labios al ver mi boca pintada de rojo.

—¿Kohaku? –incliné la cabeza a un lado, y carraspeó y pronto se recompuso.

—¿Esto se baila...pegados? –dijo con una sonrisa desenvuelta. En sus tiempos libres, bailaba, y a pesar de que sabía perfectamente la respuesta, quería oírme decirlo.

—Así es, se baila de forma anti-elitista –solté una risita al verle negar con la cabeza de forma juguetona.

—¿Y a qué esperas para acercarte? Que no muerdo –alzó una ceja, desafiándome de esa forma que solo él sabía hacer.

Noté un bulto en su pantalón a pesar de que no toqué su cuerpo, y si no fuese por las luces moradas y azules de la discoteca, habría visto sus mejillas sonrojadas. Hice como que no vi nada.

Tenía la teoría de que hace meses que le gustaba a Kohaku, pero era tan tímido que me hacía dudar. Y pensé que a veces a los chicos se les empalmaba cuando bailaban con una chica atractiva, así que seguí en dudas.

—Ari –me tocó el hombro al acabar la canción, llamando mi atención con el apodo de siempre. Tenía perlas de sudor en la frente y se mordía el labio con impaciencia–, necesito...ir al baño, ¿te importa?

—No me moveré de aquí –le sonreí, y desapareció. Bebí la amarga mezcla de zumo tropical y vodka, y cuando estudié mis alrededores, una figura alta se interpuso en mi campo de visión.

¿Por qué había un guardia de seguridad en mis narices?

—Disculpe, no debería... –cerré la boca cuando subí la vista a la cara del hombre trajeado, y la copa comenzó a temblar con mis dedos.

—Señorita So, qué agradable sorpresa –con tranquilidad, Takashi le dio un trago demasiado largo a su copa de vino, sin despegar los ojos de mi cuerpo. Sin disimulo alguno, se relamió los labios, y yo me tensé muchísimo–. No la había reconocido con ese...vestidito. Mucho mejor que el uniforme escolar, desde luego.

No solo me trataba de inferior por mi edad, sino también por la altura de mi vestido.

No le contesté, solo dándole razones para que se fuese y me dejaste tranquila con mi amigo.

—¿Te vas a hacer la muda conmigo? Ayer te pusiste muy gritona para que no me acercase a ti... –se inclinó hasta hacer contacto visual directo, depredativo. Miró por encima de mis hombros, buscando algo–. ¿Estás sola, cielo?

Su mirada se oscureció varios tonos, y no solo por las luces psicodélicas de la discoteca. No tuve un buen presentimiento.

—Estoy con un amigo –hice énfasis en la última o, sacándole una sonrisa de autosuficiencia–. ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a molestarme?, ¿no eres muy mayor como para venir a estos sitios?

—¿Ya no me hablas de usted? –bebió con una ceja duramente arqueada.

—No te los mereces después de faltarme al respeto como lo hiciste –le levanté la voz, intentando no irritarme porque todavía me quedaba mucha noche por delante–. Si quieres que te respete, entonces tú también me tienes que res...–

—Ari –una tercera voz entró al dúo, y el Señor Takashi se irguió en su traje– ¿conoces a este tipo? –el brazo protector de Kohaku se enredó en mis hombros, dándome un pequeño infarto pero a la vez alivio de que hubiera cortado mi conversación con Takashi. Por lo calmado que parecía Kohaku, deduje que no habría escuchado mucho.

—Este es Takashi, el heredero de Hyundai con el que voy a colaborar –le presenté educada, intentando no mirarle ya que me pondría de los nervios su presencia autoritaria. Di palmaditas en el brazo de mi amigo, pero no lo retiró–. Este es Ito Koh... –el mayor me cortó.

—Presumo de que usted es Ito Kohaku, de Apple –la sonrisa felina de Takashi me dió miedo en ese momento, porque escondía algún secreto muy turbio mientras sus ojos se posaban en Kohaku y en mí–. Interesante combinación de amistad, la vuestra. Prácticamente enemigos empresariales.

Noté el brazo de mi mejor amigo apretarse más en mi hombro, dándome una clara señal de que había tocado un tema sensible. Nuestra relación controversial ya era demasiado abordada por la prensa, por el colegio entero y por nuestros propios padres, no hacía falta otra opinión más.

—Nosotros ya nos íbamos –empujé a Kohaku hacia el lado opuesto cuando vi su mandíbula tensada–. Buenas noches, Señor Takashi, le veré en el trabajo –antes de encaminarme hacia la salida, una mano grande aprisionó mi muñeca y me arrastró de vuelta. Reconocí el toque autoritario–. Señor Takeshi...

Ignoré la cercanía tan poco política que había entre los dos, y lo acepté con mentalidad de discoteca.

—Qué ganas tengo de volver a verte en el despacho, Areum –dijo ronco en mi oído, dejándome algo encaprichada.

...

—Kohaku... –admiré su graffiti con admiración–. Sabía que dibujabas bien, pero no tan bien –a pesar de que las mascarillas nos cubrían la mitad de la cara para no correr riesgos con la prensa, vi sus ojitos sonrientes con mi cumplido –. Deberías crear una serie animada para Apple, te juro que triunfaría.

—Estás loca –me despeinó de forma cariñosa, mirando la mierda de graffiti que había hecho yo, el cual consistía en letras de canciones que me gustaban.

—Oye, yo sí que vería la serie...pero solo si es de dibujitos, eh –me sentía somnolienta por el alcohol de la discoteca, así que me apoyé en su pecho, el latido de su corazón nublando el sonido de fondo.

—¿De dibujitos? –repitió, un poco aturdido con mi gesto–. Suenas...bastante adorable cuando hablas así –me rodeó la espalda para darme calor, a pesar de que ya me había dejado su chaqueta de cuero, y el ambiente era utópicamente perfecto hasta que mi móvil comenzó a vibrar.

—¿Mamá? –estabilicé mi voz sin apartarme de él.

—Cariño, me han informado de que estás con Ito Kohaku. Creía que estabas en casa de tu amiga, pónmela al teléfono, quiero hablar con ella.

Mierda

—Mamá, ahora no puedo hablar... –

—Si te atreves a colgar habrán consecuencias –espetó, y por su tono sabía que me iba a castigar.

—Ari –Kohaku me llamó en un susurro, y le miré con pena. Cogió mi muñeca, acercándose el teléfono a pesar de que puse resistencia y le amenacé con no hacerlo–. ¿Señora So? Kohaku al habla –su cara se fue apagando conforme mi madre le gritaba, y no quise saber qué estaba escuchando. Hundí la cara en su pecho, a punto de llorar–. Soy perfectamente consciente de ello... Sí, Señora...

—Kohie, no tienes por qué darle explicaciones... –hice un amago de quitarle el teléfono, pero ciñó el brazo en mi cintura y me callé.

Era la misma mierda de siempre de mantener distancias con la competencia, cosa que tal vez consideraría en caso de que Kohaku no fuese mi mejor amigo.

Cuando colgó la llamada, ya había llegado un coche privado para devolverme a casa.

—¿Qué te ha dicho? –ver su mueca de amargura me hizo sentir fatal–. No le des importancia, sabes que no hay nada de dañino en nuestra amistad –le abracé más fuerte, y solo me devolvió el abrazo con pena–. Siento haber fastidiado la noche, Kohaku.

—No has jodido nada –apartó algunos mechones despeinados de mi pelo, y me obligué a no pensar en lo suave que se sentía su tacto–. Me lo he pasado muy bien perreando y vandalizando las calles contigo, como siempre –acarició mi cintura tímido, y noté el tenue latido de su corazón–. No es culpa de ninguno representar a dos compañías enemistadas –suspiró con pesadez, visiblemente afectado.

—Tienes razón –el puto coche pitó en mi búsqueda y me despedí a pesar de que no quería–. Buenas noches, Kohaku –envalentonada por el alcohol en sangre, me puse de puntillas y besé su mejilla–, a ver si descansas bien.

—B-Buenas noches...Areum –ocultó su cara severamente sonrojada, y le devolví la chaqueta al desaparecer dentro del coche.

Lo que ninguno de los dos sabía era que el Señor Takashi sonreía siniestramente desde su coche, aparcado al final de la oscura calle, con el registro de llamadas abierto e iluminando su cara.

3. [su despacho borgoña]

Areum

—No tengo fuerzas para ir a trabajar –escupí el hueso de la cereza lloriqueando, apoyada contra el árbol de siempre del instituto–. No quiero ver su cara...

—No suenas muy convencida –observó Kohaku, tirando también el hueso de la cereza a la tierra–. ¿Cuánto durará la colaboración?

—Seis largos meses.

—Todavía no me has contado por qué no te cae bien el heredero de la Hyundai –miró al cielo reflexionando, pero no lo compartió conmigo y yo me quedé callada. Se metió otra cereza a la boca–. A mí no me da nada de confianza, sobre todo después de lo de la discoteca –oí el crujido seco cuando sus dientes reventaron el hueso, su expresión fastidiada–, ¿y si llegas a estar sola de verdad?

—No saldría de fiesta sin ti –dije tensa, evitando el tema.

—Ya –hizo una pausa–, pero si llego a tardar más en el baño... El tal Takashi tenía la mirada muy oscura, Areum. Eso no es buena señal, ¿sabes?

“También me ha acosado y cogido del cuello” pensé.

—La discoteca estaba oscura –me hice la tonta, cogiendo otra cereza y evitando sus ojos.

—No me refiero a eso. A la gente mala se le ensombrece la mirada cuando quieren hacer el mal, y es justo lo que le pasó a ese.

Me saltó la alarma al oír el tono defensivo y seco de Kohaku, ya que no quería que supiera lo del Señor Takashi. Prefería lidiar con ello en silencio en vez de pedir ayuda, cosa que no volvería a hacer jamás.

—Es muy egocéntrico, me saca de quicio –apoyé la mejilla en su hombro, con cuidado de no manchar su camisa de Yves Saint Laurent de maquillaje.

—Yo también soy egocéntrico... –Kohaku apoyó su cabeza contra la mía, un ambiguo gesto entre amigos. A ninguno de los dos le pareció mal la cercanía, así que la disfrutamos miserablemente en silencio.

No me pasó por alto su voz necesitada de aprobación, y pensé que Kohaku tal vez se sintió amenazado por el Señor Takashi. No me extrañaría, ese hombre tenía algo extraño...

Lo cierto era que Kohaku era un bombón que se empeñaba en hacer de chico malo, pero él había sido el primer alumno japonés en dirigirme la mirada, cuando muchos otros me miraron con burla. Se había convertido en mi único y mejor amigo, y quería mantenerlo así.

—Pero a ti te lo perdono. Me regalas cerezas para comprar mi amistad –sonreí un poquito, apartándome para llevarme otra cereza a la boca. Bajo sus cejas rectas y negras, se le dilataron los ojos por la sombra del árbol. Tuvo la misma mirada oscura que Takeshi, pero no dije nada.

—Las que quieras –desvió la mirada solo para ubicar las cerezas, y cuando cogió una pensativo, sus ojos estaban más negros, y ya no sabía si era por la sombra o porque estaba viendo algo que le gustaba. Tal vez yo.

No quise hablar para no romper la intimidad que se había formado, así que miré curiosa a Kohaku, cuyos dedos me ofrecían la cereza directamente en la boca. Sentí una chispa de algo, al mirarle directamente a los ojos, y ahí comencé a sentir las primeras mariposas en el estómago, que tendría que haber matado.

—¿No abres la boca?

Sentí mi cara arder y no supe exactamente de qué, pero no tuve que ponerme más nerviosa ya que mi chófer hizo sonar el claxon e interrumpió el momento.

Kohaku abultó fastidiado la mejilla con la lengua, pero no dijo nada.

—Bueno...intenta no morir en el trabajo –carraspeó incómodo, tirando la cereza fríamente al suelo y cogiendo su mochila del césped. Y no sé por qué pero aquel gesto me afectó.

—Nos vemos mañana –le despedí con la mano e hice el amago de irme, pero un urgido tirón en mi muñeca me devolvió a atrás–. ¿Kohaku...?

—Espera –buscó en el bolsillo del pantalón con dificultad, sacando un pañuelo de papel. Me miró confiado y se inclinó hacia mi cara–. Estás manchada de cereza –me quedé quieta y pretendí calma–. Si vas a ir a ver al gilipollas ese, tienes que ir presentable, ¿no crees?

—Claro –dije automática.

Cogió mi barbilla con una mano y limpió con extrema delicadeza las comisuras de mis labios. Y aunque era imposible que se fuesen a romper, los trató como si fuesen de cristal, aquello me dio paz.

El claxon volvió a sonar y me subí al coche privado, destino la sede de la Hyundai.

Vi la sonrisa triste de Kohaku por el espejo retrovisor, la primera de muchas.

...

Ya subiendo en el ascensor gigante, alisé las arrugas invisibles de mi pantalón de traje, sintiéndome mucho más cómoda que con el uniforme de clase. Hoy sí me había dado tiempo a cambiarme, y esperaba que eso resolviese el conflicto erróneamente sexual con el heredero de la Hyundai.

Y hablando del mismo diablo, las puertas del ascensor se abrieron y ahí apareció él, apoyado tranquilamente contra una pared. ¡Uh! ¡¿Pero cómo podía dormir por las noches?!

Aproveché que estaba distraído con su teléfono, y caminé sigilosa para entrar al despacho que rezaba “Sr. Takashi”. Pero cuando mis dedos casi rodearon el pomo de la puerta, una voz gruesa demasiado cerca me hizo saltar del susto.

—Te estaba esperando –levantó mi mano del picaporte, y me giré con pánico para encararle. No me soltó la mano, sino que tiró sutilmente de mí–. ¿A dónde ibas con tanta prisa? Ese es el despacho de mi padre –algo en su voz me hizo sentir pequeña, tal vez el reproche–. Ya sé que estás ansiosa, pero mi despacho está en la planta superior.

Comenzó a caminar hacia la disimulada y pulida escalera que había a un lado del ascensor, donde había que subir a pie.

—No me toques –espeté, y subí primero las escaleras, enfadada. Oí sus pasos calmados detrás de mí, casi como si no tuviera prisa en subir. Curiosa, giré la cabeza hacia atrás, y vi claramente cómo subió la mirada de una zona baja de mi cuerpo, y encima sonrió y fui yo la que se avergonzó. ¡Me acababa de mirar el culo, el muy sinvergüenza!

—¿Llegaste bien a casa anoche, nena?

—No me llames así.

El último piso tenía una sola puerta, la que supuse que era su despacho, y añadiendo que no había ascensor sino escaleras, no me agradó para nada la idea de estar tan aislada con él.

Fue jodidamente incómodo entrar a su despacho, y me sentí todavía más pequeña al enfrentar las dos paredes acristaladas. La única pared de yeso estaba pintada de rojo borgoña, ese mismo color de su copa de vino de la discoteca, y ahí había un escritorio grande y con dos documentos rectos y alineados. Frente a las paredes/ventanas, residía un sofá con una mesita de centro, y me imaginé cómo sería ver las luces de neón de Tokio desde aquí.

El despacho le complementaba bastante, y pensé que sería una buena guarida de villano.

—¿Quieres vino? –sacó dos copas de un armario tras el escritorio, y no pude evitar fijarme en cómo el traje marcaba su complexión atlética–. Hay que celebrar que has entrado al despacho –añadió, enigmático.

—No es muy políticamente correcto ofrecerle vino a una menor –revelé sutilmente mi edad al acercarme al escritorio, con una mueca.

—Soy de todo menos políticamente correcto, Señorita So –vertió el vino en ambas copas, dando por hecho mi respuesta–, pero eso lo descubrirá más adelante –señaló el asiento frente a él–. Siéntate, tienes algo que leer.

Me hizo gracia cómo alternaba los honoríficos con un tono casual, tomándose la confianza de jugar conmigo verbalmente. Pero acabé sentándome y él se quedó de pie, bebiendo de vez en cuando.

Cogí el papel y lo leí. Me tuve que obligar a no gritar de rabia cuando leí el título. Era la aprobación de su idea estúpida, la de instalar cámaras inteligentes en el interior del coche. ¿Pero cómo se había atrevido a hacerlo cuando claramente le dije que no?

—¿Pero qué es esto? –espeté indignada, agitando los papeles en mi mano–. Te dije que no me gustaba tu idea –se relamió los labios tintados de vino, sonriendo con ánimos de triunfo.

Menudo hijo de puta

—Pero tu madre y mi padre sí han dado el visto bueno, y ya sabes que ellos son los jefes –se levantó, posicionándose detrás de mi asiento. Me puso nerviosa no verle y su presencia tan invasiva, y se me pusieron los pelos de punta. Apoyó las manos en la mesa, y su respiración cosquilleó contra mi oído a propósito. Tuve un espasmo involuntario–. Yo ya he firmado, tú también lo tienes que hacer...

Señaló el recuadro destinado a las firmas, la suya ya trazada con una tinta igual de negra que su alma. Cero presión, claro.

—Pero yo no aprobé esta idea, ¿cómo ha podido enviarla sin mi consentimiento? –mis palabras cayeron al vacío poco a poco–. Ni siquiera ha escuchado mi opinión.

—Hay mayoría absoluta y tiene que firmar, Señorita So –habló, de nuevo, demasiado cerca de mí, y cogió mi muñeca para que firmara–. Tampoco es una idea tan loca la de las cámaras –me consoló, y rayé mi nombre con la pluma con el único propósito de que se alejase de mí.

No solo el modelo Hyundai x Samsung saldría a la venta dentro de seis meses, sino que también tendría inútiles cámaras inteligentes para aquellos conductores más pervertidos.

Takashi caminó de vuelta a su butaca con aires vencedores, mirándome con una sonrisa descarada mientras volvía a beber de la copa, manteniendo el contacto visual de una forma provocativa.

¡Por Dios! ¡Que dejase de mirarme así!

—Espero que estés contento –me levanté violentamente de la silla, humillada, irritada y enfadada–. Si no vas a escuchar mi opinión, será mejor que trabajes con algún asistente. Buenas tardes –di un golpe nervioso contra la mesa y me di la vuelta dispuesta a irme, pero algo tiró de mi muñeca y volví a caer sentada, pero en sus piernas.

Me quedé totalmente atónita de que hubiera cruzado la línea.

—¿Puedo saber a dónde ibas? –preguntó casual, rodeando la cinturilla de mi pantalón con su ancho brazo. Yo solo podía pensar en que estaba sobre sus piernas, en el maldito descaro que tenía con las mujeres. Giró la butaca hasta que el borde de la mesa chocó contra mis costillas, encerrándome un poquito más–. Qué mona estás calladita.

No me salían las palabras, ni tampoco podía mover el cuerpo debido a la parálisis momentánea. ¿Cómo salía de esta?, ¿por qué su cuerpo se sentía tan reconfortante?, ¿ por qué mis mejillas estaban tan calientes?

—Señor Takashi –aquello no fue más que un susurro desorientado, y permití que me absorbiera cuando rodeó mi cuerpo con algo de posesividad, como si fuera una simple muñeca manejada por y para él–, esto no está bien.

—¿Quién dice que no esté bien? –me retiró el pelo a un lado, presionando una sonrisilla malvada contra la sensible zona–. No te voy a hacer nada malo todavía, no hace falta que estés tan tensa cada vez que me acerco.

¿”Todavía”? ¡Qué gran consuelo!

Mi móvil comenzó a sonar en el bolso, y sabía que era Kohaku, quien llamaba justo a tiempo.

—Suéltame –me removí para tratar de levantarme, pero apretó más mi cintura, como un candado.

—Harás la llamada después –comenzó–, ahora estás en mi despacho y aquí hay unas normas que seguir –habló contra mi pelo, y agradecí que mi traje cubriera la piel de gallina que se me puso. ¿Por qué se empeñaba en ponerme nerviosa?–. ¿Lo has entendido, nena?

¿”Bajo su autoridad”? ¿Acaso tenía complejo de Takashi Jong-un?

—Te he dicho que no me llames nena... –susurré, cerrando los ojos para evitar pensar demasiado, pero me lo puso muy difícil.

—¿Sabes? Creo que no hemos empezado con buen pie y por eso me guardas rencor –subió los dedos por mi nuca, acariciando complaciente con las yemas de sus dedos.

¿”Creía”? ¡Se me había tirado encima prácticamente en la primera reunión!

—Nos vamos a estar viendo todos los días, no me gustaría que las cejas tan bonitas que tienes se arrugaran cada vez que me ves –bajó el tacto por mi brazo, trazando patrones imaginarios más suaves que una pluma. Me sentí avergonzada de mí misma al no querer levantarme, al creerme sus palabras aduladoras.

—Llegas bastante tarde para una disculpa... –arrastré las palabras, columpiando la pierna adelante y atrás, sabiendo que me miraba satisfecho por estar dócil.

—Vaya, ¿te debo una disculpa? –su pecho reverberó con una risa egocéntrica, y mi respiración escaseó cuando abrazó mis costillas opresivamente–. La verdad es que no te veo muy incómoda sentada encima de mí –apoyó su recta nariz en mi pómulo, y sentí unas tremendas ganas de llorar porque lo que dijo tenía algo de cierto–. ¿Acaso no me da la razón, Señorita So?

—¡Pues no! –le arañé el dorso de la mano con fuerza, hasta que se quejó y me soltó–. No sé qué pretende con esto, Señor Takashi, ¡pero no me puede tocar así!

Corrí hacia la puerta, pero cuando fui a abrirla, me di cuenta de que nos había encerrado. El muy cabrón nos había encerrado en su despacho, aislándome del mundo. Podía hacer lo que quisiese conmigo y nadie se enteraría. Y esa idea me aterró.

El Señor Takashi no lucía feliz mientras analizaba los pequeños cortes en su piel, y cuando cruzó la mirada por toda la habitación, se sintió como una sentencia.

Mierda, ¿dónde me había metido?

No dijo nada cuando me vio luchar inútilmente contra el pomo de la puerta, y en su lugar avanzó hasta mí sin prisa, un poquito de silencio sepulcral entre cada pesado paso que daba.

—Señor Takashi...abra la puerta –estiré las manos frente a mí para evitar que se acercase más, y por algún motivo, me tomó en cuenta y frenó justo cuando su trabajado pecho quedó en contacto con las yemas de mis dedos–. No se acerque más, por favor.

—¿Esto no cuenta como agresión? –me enseñó petulante el dorso con varios cortes–. Tskkk...en mi propio despacho y por una maldita coreana –arrugó la nariz en desagrado y estampó la mano solo unos centímetros arriba de mi cabeza. Me quedé quieta por precaución, mirándole a los ojos con pánico–. Me gustaría haberte conocido en 1910 –dijo, como si me estuviera contando un envenenado secreto–, seguro que se te quitaba la tontería con los trabajos forzados en el Imperio Japonés –me estremecí extremamente, pero no del frío–. Putos coreanos, siempre os creéis mejor que los demás.

—¡Déjame! –le grité, con los ojos vidriosos–. Voy a llamar a mi mad...–

—Cállate, me estás poniendo de los nervios –me sujetó las mejillas con una sola mano, hundiendo los dedos y logrando a la fuerza que guardara silencio. No había ninguna situación en la que eso pudiera ser un toque cariñoso, y mi cuerpo se tensó al no saber qué haría–. Señaló su escritorio con el mentón–. Siéntate. Tengo que mostrarte algo antes de que te vayas.

4. [castigo de novata]

Areum

Sin opción, caminé detrás del Señor Takashi con miedo, cogiéndome las manos nerviosa, en silencio para no molestarle.

—Levanta esos papeles de ahí –su venosa mano señaló una ligera pila de folios, y los aparté, revelando una carpeta azul acartonada–. Ábrela, estoy ansioso de verte la cara.

Me quedé a su lado, él prácticamente riéndose de mis trémulos dedos.

Abrí la carpeta de mala gana, y los ojos casi se me salen de las cuencas cuando vi aquellas imágenes comprometedoras. Fotos de la noche de graffitis con Kohaku, los dos en escena y con las mascarillas bajadas en un oportuno momento de carcajadas histéricas.

Había otra imagen de mí, pintando la pared del callejón y vestida con la chaqueta de Kohaku. Otra foto, le captaba más en detalle a él, sonriendo y también vandalizando el callejón.

Y cada vez que pasaba las fotos, surgían otras peores. La más comprometedora, sin duda, era una en la que los dos estábamos abrazados. No se nos veían las caras por completo, pero había que ser tonto como para no conectar los hilos.

La enemistad empresarial no nos permitía la amistad, y sobra decir que si esto salía a la luz,la prensa nos molestaría por semanas, por no hablar de nuestros padres.

—¿Has hecho esto tú? –pregunté apática, segundos antes de romper las fotos por la mitad, rompiendo el silencio de aquel despacho rojo infernal–. Fuiste tú quien avisó a mi madre de que estaba con Kohaku, ¿verdad?

Podría pegarle un bofetón como mínimo, pero una rabia más profunda se instaló dentro de mí. ¿Por qué había violado así mi privacidad?

—No te preocupes, tengo varias copias de seguridad –se pegó a mí por detrás, las manos apoyadas en el escritorio y hablando sereno–, una para tu madre, otra para la prensa, otra para ti de recuerdo, para tu amiguito...las que quieras, cielo.

Apreté las manos a los lados, prácticamente al borde de un ataque de ansiedad.

—¿Qué quieres de mí...? –fingí debilidad anímica, mientras enfocaba la vista en las tijeras del portalápices–. Esto ya no es gracioso, Señor Takashi –cogí el objeto como arma, girándome y apuntándole violenta al cuello. No se movió ni un centímetro y cubrió una extraña mueca/sonrisa enternecida, pero después de recomponer la postura, retrocedió un paso. Qué mal rollo no saber qué significaban sus expresiones.

—¿Que qué quiero de ti? Hmmn... –pensó en voz alta, haciéndose el interesante y también dándome tiempo para alejarme–. De momento que te estés quietecita de una puta vez, ¿qué te parece eso? –el tono tan seco de su voz me perturbó, como si se hubiera cansado de ser “simpático”.

—No avances más –me temblaron las manos y las piernas, llegando a un punto de descontrol que nunca había experimentado. Que me sintiera tan vulnerable y amenazada delante de este hombre solo me hundía más, ¿cómo serían los siguientes seis meses de la colaboración?

Se le veía, que disfrutaba destrozándome los esquemas y haciéndome dudar, que no era un hombre bueno.

—Nena...¿tijeras de punta redonda? –miró enternecido las tijeras y luego a mí, como si fuera inferior–. Creía que ibas a tener algo mejor preparado para mí –su gélida risa sonó seca, diciéndome en silencio lo patética que veía en sus ojos, que no era rival para él.

Noté mi máscara quebrarse, pero por motivos de orgullo no dejé caer las lágrimas cuando su cuerpo me acorraló contra una esquina.

—Dame eso antes de que te hagas daño, anda –sujetó mi muñeca y yo no me resistí, y el tono paternal de su voz se me clavó en el subconsciente.

Sin mucho esfuerzo, arrojó las tijeras a una esquina perdida y me inmovilizó ambas muñecas.

—Señor Takashi, me quiero ir a casa.... –me sorprendí de lo apagada que sonó mi voz, pero a él pareció gustarle que ya no tuviera fuerzas–, mañana tengo instituto.

—Ni siquiera hemos empezado a negociar –me alzó el mentón para que le mirara, y me tembló el labio de humillación. No quería mirarle, quería irme de aquí–. ¿Vas a llorar, nena?

Esa falsa dulzura de sus ojos vacíos era solo era para provocar, y apreté los ojos para no llorar ahí mismo.

Pensé en cosas agradables como las meriendas con Kohaku, o en un profundo y agradable sueño en mi mullida cama.

—¿Qué pasa si le enseño las fotos a tu madre y le cuento que haces graffitis por las calles de Tokio? O mejor, ¿a la prensa?

Realmente no podía pensar en las consecuencias de aquellas imágenes, mi cerebro no podía procesar la información debido al nulo espacio personal que tenía. Era como si me quisiera anular con su presencia.

—No solo te causaría problemas a ti –apartó un mechón de mi cara–, a tu amiguito del alma también. Estás jodidísima Areum, tengo el poder para acabar contigo en mis manos, literalmente... –remarcó lo último rodeando mi garganta, dando un apretón que finalmente me hizo sollozar como un niño.

—¿Q-Qué quieres de mí? –le hablé con lágrimas precipitándose por mi cara–. Te puedo dar todo el dinero que quieras, solo tengo que...–

—Nena, creo que no lo estás entendiendo –apoyó la frente en la pared acristalada, respirando en mi cuello profundamente–. ¿Tú crees que de verdad quiero dinero? –se rio contra mi oído–. Más bien, yo diría que me he encaprichado contigo. Tú sí que me haces falta, Areum –suspiró nostálgico–. Todo hubiese sido más fácil si no hubieses llegado el primer día con ese uniforme arrancable...

—¿No puedes marear a cualquier otra chica? –inquirí, ya que verdaderamente Takashi era atractivo, tendría más de una a la cola, seguro–. ¿O es que eres tan gilipollas que ninguna quiere estar a tu lado?

—Hmmn...¿te intimido y me sigues vacilando? –algo antinatural en su voz me alarmó–. ¿Te voy a tener que castigar, Areum? No puedo permitir que una coreanita me sea tan insolente... –me empujó con menosprecio contra la pared, como si no fuera más que un simple trapo.

—¿”Castigar”? –repetí, con una idea ambigua en mi cabeza. ¿Acaso no era suficiente castigo haber invadido mi privacidad con fotos infraganti?–. Dime qué quieres. Pero promete dejarme tranquila si te lo doy.

—Quiero que firmes algo más –me dejó de tocar, como si se hubiera dado cuenta de que no quería su contacto–. Tu sumisión.

—¿Pero qué estás diciendo?, ¿mi sumisión? –hice una mueca confundida y asqueada, pero ni siquiera le afectó, se quedó recto y observador, calculando fríamente desde la distancia de medio metro–. No sabía que era de ese tipo de hombres, Señor Takashi –expresé con desdén–. Aunque lo tendría que haber sabido desde que comenzó a mirarme así. Desde luego, se lo diré a m...–

Cerré la boca de forma natural, no había nadie a quien pudiese contactar para sacarme de esta. ¿Mi madre? Probablemente no me creería, el heredero era más mayor y la clave de la colaboración. ¿Los medios de comunicación? Escandalizarían cualquier cosa con tal de causar polémica y atención. Y a Kohaku...realmente no veía el momento ni el porqué de contarle esto.

—Dime, ¿a quién se lo dirás? –repitió cruel, sonriendo satisfecho con mi repentina mudez–. Olvidaba que estás totalmente sola en esto, es una verdadera casualidad que solo me tengas a mí, ¿no crees?

Ya harta, me despegué del cristal para rehuir, pero no le costó nada clavarme a la pared por los hombros. Me sentí mentalmente exhausta, y esto solo era la segunda reunión con él.

—¿Te rindes ya o voy a tener que usar la fuerza? –se inclinó autoritario contra mí, y bajó las manos a mi blusa cuando no me moví. Sus dedos irrumpieron contra uno de los botones, y reaccioné.

—No, ¡por ahí sí que no! –levanté la mano, y sin pensarlo demasiado, le crucé la cara de un bofetón. Hubo un silencio sepulcral, ese que hay antes de una tormenta. Y...¡mierda! No tendría que haberle pegado–. He tenido suficiente con usted, no voy a permitir que un degenerado me acose.

Yo no era una persona violenta, por lo que ya me había quedado suficientemente conmocionada por mi propia acción; situación que él no desaprovechó para nada.

Regresó la mirada a mí con una lentitud demasiado cruel, acondicionando el ambiente tenso para una película de terror, un lado de su comisura elevándose falsamente antes de que el caos se desatara.

—No digas que no te lo advertí, te has metido tú solita en esto y tú misma lo vas a arreglar –su invasiva boca rozó el cartílago de mi oreja, su voz demasiado tranquila para el bofetón que le había dado–. Te voy a castigar como te lo mereces, no me volverás a faltar al respeto mientras yo viva.

Tiró mis muñecas a los lados de mi cuerpo, y ahí las dejó aprisionadas durante todo el tiempo que pasé entre la pared acristalada y su cuerpo. También clavó una de sus fuertes piernas entre las mías temblorosas, e hice una mueca sin mirarle a los ojos, con miedo.

—Apárt... –cubrió mi boca, silenciándome sin darme más opciones.

—Te juro –prometió, apretando la mano en mi cara, mis ojos abiertos como dos platos–, que como hables sin permiso te voy a coser la boca con hilo de metal.

Nunca me habían dicho algo así, y aunque no creía que realmente me fuese a coser la boca, tampoco quise averiguarlo de verdad; porque hasta cierto punto, sí le veía capaz de hacerlo.

Su recta nariz trazó un sendero por mi mandíbula y se hundió sin previo aviso en mi hombro, abrió los primeros botones de la blusa a la fuerza. Intenté por todos los medios no llorar, estar callada y cerrar los ojos, y no sé cómo permanecí así cuando mordía con tanta fuerza mi cuello.

Reconocía ese movimiento de labios y succión fuerte que no necesitaba el uso de dientes, me estaba haciendo chupetón. Y había mordido simplemente por la diversión de hacerme daño.

El agarre en mis muñecas desapareció cuando estuve quieta durante un rato, y lo trasladó a mi cintura, cogiendo de una forma que no era cariñosa, sino más bien como si fuese una marioneta.

Succionó muy fuerte y en diferentes lugares, llegando a un punto en el que me hizo daño. Se notaba a leguas que era para darme una lección, y apenas moví la cadera en protesta y agobio, presionó más su muslo en mi entrepierna con rudeza.

—Me duele –gruñí cuando volvió a clavar los dientes, sus labios curvados hacia arriba.

—Esto ni siquiera son los preliminares –frenó para recobrar el aliento, escrutando mi mirada sombría con una sonrisa satisfecha–. ¿Vas a llorar, Areum? ¿No te gusta que te castigue?

¿Qué había hecho yo para merecer algo así? No había sido tan mala con los herederos, ni con nadie. Apoyé la mejilla en la pared cuando sentí que mi cuerpo se rendía, lo había hecho hace tiempo, pero solo notaba lo muerto que estaba ahora.

No llores, no llores, no llores

—¿No te he dicho que no me gusta repetir las cosas dos veces? –espetó dictatorial–. Y me gusta que me mires cuando te hablo –me cogió bruscamente de la mandíbula y me obligó a mirarle, sus dedos apretando con la misma fuerza con la que su boca succionó.

Mis pestañas estaban húmedas, y una vez hice contacto visual con él, las lágrimas cayeron una detrás de otra, mojando sus nudillos. No hubo freno para las cascadas ni tampoco para su mirada sádica y satisfecha, para el sentimiento de vacío en mi interior, para lo humillada que me sentí bajo él.

—¿Interpreto que eso es tu rendición? –miró el recorrido de las lágrimas, sonriendo satisfecho al notar sus dedos humedecidos. Era un sádico.

Mi teléfono volvió a vibrar en mi bolsa antes de que le diese tiempo a hundirse en mi cuello.

—Continuamos esto mañana, ¿te parece? Todavía no he acabado mi obra de arte y detesto las prisas –pellizcó la enrojecida piel, y apreté los labios para no sollozar más cuando se autoconcedió el permiso de acariciarme la mejilla con mimo–. No puedes estar así de destrozada en media hora, así no durarás nada.

En solo media hora había sufrido lo que no había sufrido en muchos años.

—Por favor apártese –eché la cabeza hacia atrás para apartarme de su bífido toque, y esa vez lo dejó pasar. Mientras esperaba a que Takashi se alejase de mí aunque fuese un centímetro, vi de reojo cómo se quitaba el pañuelo de seda que llevaba al cuello.

Necesitaba mi espacio personal de vuelta cuanto antes, por mi seguridad mental.

Me tensé al sentir de nuevo sus manos en mi cuello, y cuando pensé que me iba a ahogar, envolvió la base con su suave pañuelo, para tapar la escena del crimen. Iba a quemarlo cuando llegase a casa.

No pude mover el cuerpo incluso cuando caminó hacia su escritorio antípodo, mi cuerpo seguía temblando y frío, tal vez así se sentía una degradación.

—Nos vemos mañana para establecer una serie de normas de convivencia –oí el tintineo de llaves cuando abrió la puerta, él impasible como siempre–. ¿Areum?

—¿Sí?

—Si vienes con tu uniforme escolar... –me dedicó una mirada que a sus ojos fue jovial, pero a los míos solo era mofa–, te prometo que estaré de buen humor la próxima vez.

Apagó las luces para darme privacidad, y me dejé caer al suelo cuando por fin escuché la puerta cerrarse, y sollocé miserable en un despacho oscuro entre los miles de rascacielos de Tokio.

En vez de ayudarme a prosperar, ya deduje que esta colaboración acabaría conmigo.

5. [un café bien cargado]

Areum

Sabía que si me quedaba “enferma” en casa iba a rememorar la tarde anterior, y al menos en el instituto estaba con Kohaku y me distraía.

Y aunque tampoco le quería mentir a mi mejor amigo, no pude explicarle lo que me pasaba por la cabeza.

—¡¿Quieres que te parta las piernas, pedazo de gilipollas?! –¿Kohaku estaba gritándole a alguien?, pensé, ¿con lo bueno que es él?–. Ari, ¿te encuentras bien?

Su voz de preocupación reverberó a mis espaldas, y estaba tan anímica, que me daba igual que una pelota de fútbol me hubiese hecho caer al cemento del patio. Notaba la picazón de la rodilla ensangrentada, pero tampoco me molestaba.

Tenía ganas de llorar pero lo contuve, y aunque Kohaku se pensase que era por la rodilla, era por otra cosa, por otro alguien.

—Areum, levántate –me cogió de la cintura con cuidado, y me mordí el labio casi hasta el punto de sangrar cuando el viento sopló directo en mi herida–. Vamos a la enfermería.

Me hizo pasar un brazo por sus hombros para poder caminar, y me tensé cuando tiró sin querer del pañuelo de seda que todavía no me había quitado del cuello.

—Cuidado Kohie –le advertí, ciñendo el pañuelo–, tengo frío.

...

—¿Eso que oigo son suspiros somnolientos? –una voz grave acarició el tímpano de mi oído con sigilo, y me tranquilicé cuando recordé que estaba con Kohaku..

—¿Y tú has puesto voz grave a propósito? –inquirí, inspeccionando los quehaceres en el patio del instituto; todos los alumnos almorzando, y algunos curiosos mirándonos.

Ignoré las miradas y me centré en la pequeña zona de jardín donde Kohaku y yo estábamos, él recostado en el árbol y yo en su pecho. Era un gesto ambiguo entre amigos y propio de pareja, pero lo cierto era que me importaba una mierda.

—Relaja la mirada, fiera –Kohaku me cubrió los ojos juguetonamente bajo sus plácidas manos, y me movió la cabeza en un suave círculo, para que destensara–. Podemos hundirles las acciones en bolsa, no hay necesidad de fulminar con la mirada.

—Últimamente estoy un poco paranoica –bajé sus manos–. Desde que mi madre llamó el viernes que estábamos de fiesta... –dejé caer los párpados, acordándome de las fotos que Takashi había hecho.

—¿Qué?

—Siento que nos observan.

¿Y si Takashi también podía acceder al instituto?

—Ari, de verdad necesitas relajarte. Compaginar la empresa con el colegio es jodido, y no me extraña que te esté dando un chungo cerebral por el cansancio –su cara apareció por el lateral de la mía, dándome un apretón con sus brazos–. ¿Quieres que te dé un masaje antes de volver a clase.

Asentí y me puse recta, a pesar de que eso significase dejar el seguro pecho de Kohaku. No lo llamaría exactamente hogar, pero desde luego era un lugar seguro.

—Te tienes que estar muriendo de calor con esto –no entendí sus palabras hasta que noté un tirón en la bufanda, sus dedos ya maniobrando para deshacer el nudo.

—¡No! –me aferré a la bufanda y me levanté automáticamente del césped, como si tuviese un resorte en el trasero. Kohaku se levantó, esperando en silencio una respuesta por mi anormal comportamiento–. Es que de verdad tengo frío –mentí seria.

—Estamos a 29 Cº –la sospecha nubló sus ojos. No tenía razones para desconfiar de mí ya que nunca le había mentido; hasta esta semana complicada.

—¡Creo que estoy comenzando a resfriarme! ¡No te preocupes!

Si hacía sospechar a Kohaku de lo de Takashi, algo me decía que saldría muy mal. Aunque no supe hasta qué punto escalaría aquello...

...

—Joji, ¿a dónde estamos yendo? –pregunté confundida, tras dejar atrás el edificio Samsung.

El joven chófer no desvió la mirada de la carretera ni un solo segundo, y la luz nocturna engullía el coche en el que íbamos.

—Al edificio Hyundai, Señorita So –su pendiente se movió con el suave giro del volante, mis ojos desamparados al oír sus palabras. ¿Al edificio del Señor Takashi...? ¿Pero por qué?–. Su madre no me ha dado más instrucciones excepto llevarla hasta allí, debería hablarlo con ella cuando llegue.

Y eso fue lo que hice.

Detesté cada hilo de la alfombra roja que me recibió a las puertas del edificio, las letras rojas estratosféricas del logotipo, la iluminación moderna del infierno de Dante. Rojo, rojo, rojo.

Parecía que aquel hombre tenía una pasión por ese visceral color. Una pesadilla con sonrisa bonita de mirada seductora y engañosa.

Para mi mala suerte, mi madre estaba tomando un café con el señor Takashi padre antes de comenzar a trabajar, por lo que me senté en la mesa más apartada de la cafetería.

—Areum, Kaito ya debe de estar arriba –se me hizo raro escuchar su nombre y más de la boca de mi madre, ¿era yo la única tonta que solo le llamaba por su apellido?–. No le hagas esperar –se paseó brevemente por mi mesa, mirándome desde arriba.

—Pero mamá, ¿por qué estamos en la sede de Hyundai? Hoy la reunión estaba organizada en nuestro edificio –me sentí como una niña pequeña cuando mi madre alzó una ceja, con cierto aire de superioridad. A veces mi propia progenitora se sentía como un completo desconocido.

—He tomado la decisión de perpetuar las reuniones aquí, es menos jaleo de transporte y horarios. Además, es mucho más viable transportar el material de Samsung que los coches de Hyundai, nuestros técnicos harán las pruebas aquí.

Eso significaba que me quedaba aquí por seis meses, cinco días a la semana en ese infernal despacho vertiginoso, cuatrocientas ochenta horas con Takashi... ¿Qué podría salir mal? (Nótese el sarcasmo).

El ascensor me dejó en el veinteavo piso, y subí el pequeño tramo de escaleras hasta dar con la puerta al inframundo del piso veintiuno. Me armé de valor y toqué con los nudillos la madera de cerezo, y su severa voz me gritó desde dentro que esperase.

Eran las 21:45, y como siempre, se le daba genial atrasar las cosas un cuarto de hora. ¡Mejor, así le veía la cara menos y antes me iba a casa! Si por mí fuera, me quedaba sentada afuera una hora y media más.

Le mandé un simple mensaje a Kohaku preguntándole qué tal iba, ya que estaría acabando de trabajar en Apple. Creo que más que preocupación por él, fue más bien una forma de evadirme de mi situación actual.

Recordé el táper que me había dado con cerezas, para los días en los que no nos daba tiempo a merendar juntos.Y hoy era un día de esos.

Justo cuando me acerqué la cereza a los labios, recordé cómo él mismo me la había intentado dar la otra tarde, y sonreí en el peor momento.

La puerta de enfrente se abrió, revelando dos figuras: una que no quería ni mirar y otra desconocida. A estaba despidiendo a B, y parecían ser amigos por las palmaditas íntimas que se dieron en la espalda. Qué raro que tuviese amigos.

Me comí más cerezas para mitigar la ansiedad y el nudo que se me formaron en el estómago, atrayendo la mirada de los dos hombres con el movimiento.

Levanté la mirada lentamente cuando se formó un silencio sepulcral importante. Me encontré a los dos sonriéndome, el desconocido de forma amistosa y Takashi de forma sombría.