Cósima

Carmen Amor

ISBN: 978-84-19367-68-6

1ª edición, mayo de 2022.

Ilustradora: Wendy Gómez Menendez

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

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Reservados todos los derechos.

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Sinopsis

Se suponía que debía estar conquistando sus sueños, no dejándose llevar por la corriente, pero eso iba a cambiar, y drásticamente. El resultado no tenía que ser brillante, ni siquiera contaba con que hubiese uno, pero hay momentos en la vida en los que simplemente tienes que decir ¡basta!, y luego a la quiebra, a la calle, y a volver a empezar. Fue así como terminó siendo la distinguida secretaria de un Tanatorio, lidiando con familiares de muertos, y persiguiendo su sueño a la vez. Esta es la historia de Cósima, con fragmentos ficticios y otros, patéticamente reales.

Capítulo 1

Mi nombre es Cósima Violeta Estrada Pérez, tengo 29 años, y este es el comienzo de un nuevo ciclo en mi vida. He estado escuchando esta vocecita en mi cabeza desde hace un par de años, esta que te dice: “haz algo diferente hija mía, que te vas a podrir en vida”, ya saben, la que todos tienen, eso espero. A veces hablo conmigo misma como si estuviera escribiendo una autobiografía. Es que soy una escritora frustrada, con rasgos de histrionismo, introspección y delirios de grandeza, y por alguna extraña razón, con tendencia al fracaso. Pero tengo un buen presentimiento esta vez, algo me dice que no deje de buscar mis sueños, están ahí fuera, gritando mi nombre, rogando que los encuentre y eso es exactamente lo que haré.

Las cosas han sido difíciles en los últimos años, quería escapar, cambiar de lugar y de vida, pero mi situación financiera era caótica. Me gradué de filología en la universidad de Las Palmas, en Gran Canaria, y desde entonces he estado buscando mi sitio en lugares que, para empezar, no tenían ningún respeto por el arte de las letras.

Desde el mismo comienzo quise ser escritora, pero la realidad continuaba impulsándome en la dirección opuesta. Probé suerte en varios sitios publicitarios como editora, también en el mundo del marketing digital, porque se supone que hay que avanzar con los tiempos. Ganaba dinero eso sí, pero el peso de estar a la sombra significaba un “contra” en la lista de comparación entre ser editora y tener dinero, o ser escritora y perseguir tu sueño.

Eran imperceptibles al principio, las señales, cada vez llegaba unos minutos más tarde al trabajo, olvidaba simples detalles, le prestaba poca atención a las combinaciones de la ropa que usaba, repetía los mismos zapatos durante semanas, hasta que comenzaban a mostrar signos evidentes de suciedad y desgaste, sin provocarme gran conmoción. El sentimiento de abandono y despreocupación personal fue creciendo en mí lentamente, durante meses, creando cambios en la casa, en el trabajo, en mis amistades, hasta un punto en el que ya no me reconocía en el espejo. Estaba de acuerdo en que algo andaba mal, pero no lograba unir los puntos, simplificaba las cosas a cambios que ocurren por la edad.

– Señorita hemos llegado. -me dijo el taxista. -enseguida la ayudo a bajar las maletas.

– Gracias señor Juan, es usted como siempre un caballero.

Un señor muy majo el taxista, lo tenía registrado en mis contactos más frecuentes. Desde la primera vez que requerí sus servicios me di cuenta lo agradable que era compartir un viaje con alguien parlanchín y servicial como él. Me ayudó a entrar las maletas hasta el interior del edificio residencial y luego se marchó, sonriendo y deseándome buena suerte con el cambio de piso. Siempre he tenido mente positiva, pero me encanta cuando me desean suerte.

Logré entrar al elevador con mis supermaletas, haciendo una fuerza hercúlea, teniendo en cuenta mi deplorable estado físico.

– Genial, ahora sólo espero que mi nuevo compi de piso no sea un pringao.

Apreté el botón cuatro y subí hasta la planta de mi nuevo apartamento, un piso hermoso que había encontrado por casualidad en un anuncio por internet. El dueño era un señor de mediana edad, quien me aseguró todas las comodidades, a buen precio y en el mismo centro de las Palmas, con sólo una pega, que debía compartirlo con alguien más. Soy una mujer independiente, pero en bancarrota, me había dicho para mis adentros, al final qué importaba compartir piso con alguien si sabía respetar los límites. El casero me dio las mejores referencias y le di el sí en un intento desesperado por no perder la oportunidad que se presentaba en mis narices como un billete de lotería.

El elevador se abrió, y me vi pateando mis maletas hasta la puerta. La próxima vez que tuviera que mudarme, le pagaría a alguien para hacer el trabajo sucio, mientras que yo estaría sentada en una butaca esperando a que todo estuviese listo. Para eso primero tienes que tener dinero cariño mío. Eran muy interesantes y reveladoras las conversaciones que mantenía conmigo misma.

Toqué la puerta una vez, y me quedé jadeando como una perra por el esfuerzo de arrastrar las maletas. Definitivamente tenía que hacer ejercicios. Cósima hija mía tienes que parar, sé que siempre te lo digo, pero ahora sí vamos a empezar a mover ese culete hermoso. Vaya, el que me escuche pensará que voy a reencarnar.

Tenía la llave del departamento, el casero me las había dejado el día antes en mi casa, junto con una disculpa por no haberse presentado hoy en mi nuevo hogar, ya que tuvo un viaje inesperado. Por eso no tenía ni idea de con quién me iba a encontrar. No quería usarla para no dar la sensación de estar irrumpiendo en el espacio privado de alguien, así que, por esta vez, toqué la puerta como lo haría cualquier invitado/inquilino.

Muy bien, el que estuviera del otro lado me estaba haciendo esperar a propósito porque era difícil no escuchar el toque de una mujer con un creciente estado de ansiedad. Así que decidí tocar nuevamente, ahora con toque melodioso, para ocultar mis instintos psicópatas, “tin ti ti tin tin, tin tin”.

– Tuviste tu oportunidad amigo, es hora de sacar la pistola. -dije muy bajito, al tiempo que me abrían la puerta. ¡Ostias!

– ¿Qué fue lo que dijo? Mire chica no me interesa comprar nada. Tenga un buen día. -abrió la puerta de repente un adonis personificado, sólo para escucharme a medias amimisma, soltarme aquello y cerrarme la puerta en mis narices.

Necesitaba un momento de silencio para digerir todo esto. O sea, mi nuevo compi era una escultura humana de 1.85m, 10 de ancho, ojos negros como la noche y cabello a juego, como una cena a la italiana. Oh oh oh, malas noticias Cósima Violeta, estás a punto de compartir piso con el hombre de tus sueños. Mmm esto puede funcionar sí, es el muso que he estado esperando para elevar mi inspiración a los cielos, o bajarla al infierno, je je. Estaba sonriendo como una desquiciada delante de una puerta cerrada, en un pasillo completamente sola, pero no me preocupaba porque las grandes mentes funcionan así, apuesto a que Tolkien personificaba a Gollum cuando creía que nadie lo estaba viendo.

Bueno ya está bien, vamos a abrir la puerta con mi llave del apartamento. La saqué del bolsillo de mi chaqueta y la introduje en la cerradura, temblando levemente ante la expectación. Voilá

– ¿Qué…? Ah ya, eres la chica nueva, perdona mis modales, es que estaba en medio de… un asuntillo.

Puaff, era el sonido de un cubo de agua fría arrojado sobre mí. Al parecer iba de camino a llevarle una bebida refrescante a alguna chica en su habitación. Nooooo, tenía novia, ¡joder! que mala suerte, no es que hubiese tenido oportunidad, pero soñar no costaba nada. ¡Madre de Jesús bendito! pero si está mejor ahora que cuando me cerró la puerta en la cara, con ese jean descosido, a medio camino entre la gloria y el olvido, sin camisa y con unos pectorales gritándome: ¡Pásame la lengua! Aghhh. En fin, hija mía di algo, no te quedes ahí como cadáver putrefacto, tu actúa digna e interesante, como lady Di.

– Conejo.

– ¿Cómo?

– ¿Cómo? -repetí para confundir.

Oh dios, esto va de mal en peor, cada vez que siento emociones tan fuertes que no puedo arrancar el motor, suelto esa palabra, es difícil de explicar, es un mecanismo de despegue. Lo utilizo cada vez que quiero salir de una situación hipnótica. Concéntrate Cósima, no hagas que te echen el primer día.

– Disculpe, quiero decir que soy su nueva compañera de piso. El dueño me entregó la llave ayer, ya que tenía un viaje y no podía recibirme hoy. -logré decirle apenas.

– Ya, pues… bienvenida a tu casa, soy Sansón, por cierto.

– Sansón, como…

– La Biblia, sí.

– Iba a decir que suena como la sazón, el sabor de las comidas.

Intenté disimular la idiotez que dije poniendo cara de tontaina. Genial, ahora cree que estoy colada por él. Ya sé por qué sigo soltera, el arte de ligar no es para retrasados mentales. Aunque por alguna razón no pareció disgustarle mi comentario.

– Tu habitación está ahí, la mía es al final del pasillo, siento que no tengas tanta privacidad, pero no te preocupes, no suelo asaltar en las noches. -me dijo en tono gracioso, como si tuviera que hacerlo para verse más apetecible.

– Conejo

– ¿Qué? -me preguntó esta vez tomándoselo más personal.

– Ah… no me hagas caso cuando diga esa palabra, no es por ti… algún día te lo contaré, tu ignórame y estarás haciendo una labor social. -le dije recogiendo la poca dignidad que me quedaba del suelo, y escapando hacia la soledad de mi nuevo dormitorio.

Caminé por inercia y cerré la puerta detrás de mí, ya volvería luego por las maletas cuando no lo escuchara en el salón. Por Dios bendito, qué fácil me resultaba perder la calma con este hombre.

Mi habitación era sencilla pero bien equipada, con cierto aire hogareño. Tenía unas ventanas que daban a la calle, de tamaño mediano, pero al abrirse proporcionaban una vista increíble. Definitivamente aquello tenía potencial, buen barrio, lindo piso, compi enloquecedor, vamos bien, vamos bien, lo importante ya lo tenemos hija mía, buenas vibras.

Había una cama matrimonial en el centro de la habitación que no parecía abarcar demasiado, quizás era más amplia de lo que un momento me pareció. Con dos mesitas de noche a juego, a cada lado, de madera tallada, de igual estilo que el armario, la zapatera y el pequeño escritorio con tapa de mármol debajo de la ventana. No había cuadros, pero sospechaba que con unos muebles tan elegantes y curiosamente adecuados para cada espacio, cargar las paredes podría estar de más. Ahora sólo faltaba una cosa, probar el colchón.

Me dejé caer encima, haciendo que revotara al hacerlo, y me quedé justo así, mirando el techo, con la calma que sólo podía darme una meta alcanzada. Suspiré de alivio, necesitaba una pausa luego de un día de locos, de una semana de locos.

Estaba a mediados de septiembre y el verano tocaba a su fin. Aunque, a decir verdad, en Las Palmas de Gran Canaria el clima siempre se mantenía más o menos igual, sobretodo en la capital. La isla hacía gala de microclimas muy diferentes en cada extremo. El norte siempre tan montañoso con vientos y gran vegetación, quizás la región más friolenta de la isla. El Sur con sus playas y zonas turísticas, siempre con clima cálido en cualquier mes del año, el lugar de escape perfecto cuando no puedes tolerar más el frío en los meses de invierno. Y la región del noroeste, con mínimas variaciones en el año y lugar de asentamiento de los principales negocios y obras públicas. Algún día escribiré una historia a la altura de la belleza de esta isla. Nunca había pensado en dejarla, pero de ocurrir el momento, estoy segura que siempre volvería.

Me gustaba mi anterior apartamento en uno de los barrios más alejados de la capital, con la única pega de que estaba muy viejo y me veía constantemente en situaciones ridículas como rayar un jabón por el borde del escusado, sólo para sellarlo un poco más y mejorar los pequeños salideros por los que se escapaban muchas veces olores desagradables; o amarrar el teléfono de la ducha con un lacito blanco a una tubería más alta, porque el sujetador metálico se encontraba completamente desecho por el óxido y la humedad; o intentar arreglar sin éxito la zapatilla del tanque de agua que me recibía algunos días con inundaciones catastróficas en la azotea, creando más humedad en las paredes de la casa por filtración. Con todo esto, no era un mal lugar, tenía muchos pros en su lista, y el principal era la privacidad que me brindaba, incomparable con nada.

El día que decidí perseguir mis sueños, tuve que cambiar a la vez mi forma de vida. Necesitaba tiempo libre para hacer lo que realmente quería, escribir. Para ello tenía que buscar un trabajo a tiempo parcial y un apartamento con un coste más barato, lo que me facilitaría dedicar el resto del día a impulsar mis dotes artísticas.

– Deberías ponerte a organizar. -me regañé.

Me levanté como un rayo y no pude evitar contemplar mi imagen de cuerpo entero reflejada en los grandes espejos empotrados del armario. Me acerqué para inspeccionarme, seguro debía tener una cara de demacrada total debido al insomnio persistente de los últimos días.

Me sentía cómoda con mi tamaño, con mis 1.65m era capaz de lograr las mismas tareas que las personas de mayor altura, sin mencionar el confort especial que te brinda pasar inadvertida muchas veces entre la multitud. Mi piel pálida hacía juego con el color de mis cabellos, un tono castaño claro que bajo la luz intensa se torna miel, y mis ojos color avellana, los cuales me han dicho que son lo suficientemente expresivos como para dar una respuesta, sólo con mantener el contacto visual.

Nunca he sido ni demasiado delgada ni demasiado gordita, la verdad es que prefiero el término: rellenita con curvas exóticas. Llevaba unos jeans oscuros, con una blusa color mostaza una talla mas grande, que caía en volandas por mis hombros. Vestir holgado siempre me había proporcionado comodidad y seguridad en mí misma, era mi marca personal, junto a mi pelo recogido a medias sobre mis hombros, amenazando con derrumbarse en cualquier momento. Sí, definitivamente era la viva imagen del caos, una representación personificada de la nueva etapa de mi vida. Con razón el Adonis me había cerrado la puerta en la cara.

Comenzaba a caer la tarde y tenía que ponerme a desempacar. Abrí la puerta esperando no tener otro momento incómodo y tuve suerte, porque todo lo que escuché eran murmullos de una conversación del otro lado del pasillo. No me había detenido a mirar, pero… sí, mis sospechas eran ciertas, había un solo baño en el piso.

Genial Cósima, tu solo recuerda no dejar tu satisfayer a la vista y todo estará bien.

Arrastré los maletines como pude y me tiré al suelo de mi habitación a organizar. Luego de un par de horas de ensimismamiento, tratando de poner todo en su lugar, me di cuenta que la iluminación había disminuido considerablemente, debían ser más de las siete, y en efecto, eran las siete y media de la noche según mi móvil.

Ya todo parecía estar más cerca del control, excepto dos pequeños bultos con los que mantenía una batalla de voluntades. Luego de dos segundos mirándonos fijamente, ganó él, así que lo dejé todo como estaba por el día de hoy, y decidí darme una ducha.

Casi tropiezo con Sazón al salir, al parecer, me estaba esperando, y yo con todos los botones del jean y la blusa abiertos, bajo mi pequeña mudada de toallas y ropa limpia que me disponía a llevar al baño. Como siga este hombre sacándome los suspiros e hipnotizándome, me voy a tener que confinar en mi habitación.

– Conejo.

Eso Cósima, tu sigue dándole ese toque rarito e incómodo a la situación, que es lo que hace falta. Tomé aire y decidí intentarlo nuevamente. En este punto ya me estaba mirando fijamente con una expresión de resignación y algo más. Me apostaba un huevo a lo que debía estar pensando: vamos a seguirle la rima a la loca esta, que no hay de otra.

– Ejem, quiero decir, ¿te puedo ayudar en algo? -le dije aparentando ser normal.

– Solo quería decirte que a veces trabajo de noche en un bar que está a pocas calles y llego de madrugada. Si escucharas un ruido a esas horas no tienes que preocuparte. Ah, y no suelo tomar alcohol en el trabajo, aunque soy barman. Eso es todo, ¿alguna pregunta que quieras hacerme sobre la casa? Me di cuenta que antes no te recibí como debí haberlo hecho. -me dijo a modo de disculpa, pero manteniendo las distancias.

– ¿Por casualidad dispones de un baño propio en tu habitación? -No había preguntado ese detalle al casero.

– Lo siento, baño compartido. ¿Cómo es que te mudas a una casa sin verla antes?

– Tenía prisa, ¿algún hábito tóxico que me interese conocer?

– Ninguno que te afecte directamente. Que pases buenas noches y bienvenida. Mi número de móvil está pegado en la nevera, por si tuvieras algún problema.

Dijo esto y se fue, concluyendo que ya me había regalado demasiados minutos de su preciado tiempo. Bueno, al menos hizo un esfuerzo, tengo que reconocer que yo no se lo había puesto nada fácil. Me considero un gusto adquirido. Al principio parezco un unicornio torcido, luego voy resultando tan agradable como una tarde de verano, y termino provocando adicción como el café de las diez de la mañana, que no es necesario, pero le da sentido a tu vida.

Cerré los ojos bajo la ducha tibia y sentí de inmediato como mis músculos comenzaban a relajarse. Estaba bastante limpio todo, para ser un piso de un hombre soltero, a no ser que recibiera ayuda de alguna amiga especial. El plato de ducha era pequeño, pero permitía el movimiento libremente, y la presión del agua era simplemente fantástica, debía tener instalado algún potenciador hidráulico. Había escuchado sobre eso, mejoraba notablemente la calidad de los baños. Me tomé par de minutos dejando que el agua, a modo de masaje, se llevara todo el jabón y la suciedad de mi cuerpo. Y como estaba sola, decidí salir envuelta en mi toalla color púrpura, luego de absorber las gotas del cabello.

Salí en puntillitas y me detuve en la entrada de la cocina que estaba justo al lado.

Mierda, me olvidé de la cena, déjame ver si este Sazón le hace justicia a su nombre.

Abrí la nevera y dentro de las cosas que podía coger sin que fuera tan evidente, estaba todo lo necesario para hacerme un sándwich bien sabroso.

El móvil comenzó a sonar y recordé que lo había dejado junto al desorden encima de la cama. Vaya, es mi madre, ya se estaba tardando.

– Hola mami, que tal va todo.

– Pues aquí esperando tu llamada.

– Ah que bien, estábamos pensando lo mismo. -le dije en tono inocente.

– ¡Pero que cara tienes!, sino te llamo yo, ni te acuerdas que existo, por eso tengo la obligación de recordártelo casi todos los días.

– Y te lo agradezco.

– En fin, te llamo para comentarte algo, no sé si te acuerdas de Fermín.

– ¿Fermín? -Ay por dios bendito dame paciencia.

– Sí Fermín, al que te lleve una vez a su casa cuando tenías cuatro años y te pasaste todo el tiempo jugando con las jicoteas.

– Ah ya, ese Fermín, tenías que haber empezado por ahí, me acuerdo perfectamente.

– No puedo creer que no te acuerdes. En fin, su hermana, que es media india y habla como las canarias, aunque no lo sea, le avisó a una amiga que tenemos en común que había descuentos en el hotel del sur “Su eminencia”. Ahora todas mis amigas van a ir.

– Conclusión…

– Conclusión, que me voy de fiestorro a reencontrarme con Fermín, estaré fuera todo el fin de semana, y te lo digo para que sepas que si me necesitas no voy a estar. Si te pasa algo, tu llama al teléfono de urgencias 911 y todo se resolverá.

– Querrás decir al 112, no creo que a los americanos les interese mis problemas, aunque me esté quemando viva.

– ¡Ay que cabeza la mía! Bueno cariño te dejo por hoy, cuando venga me cuentas todo sobre tu nuevo piso. Te quiero.

– Yo también te quiero mami. Pásala súper. -le dije tirándole un beso y colgué.

Sinceramente mi madre estaba yendo de mal en peor cada día. Por suerte le gustaba vivir sola, sino estaría en crisis profesional y personal hasta el final de mi vida.

Terminé de secarme el pelo y me puse un pijama de traje negro completo con lunares blancos y un lazo en el cuello. Me comí el sándwich de pie porque los ojos se me cerraban, y quería dejar la cocina limpia. No podía agregar nada más a la lista de malas impresiones.

Me acosté temprano, sin fuerzas para más. Aparté el desorden para un extremo de la cama, porque mi nivel de batería no era suficiente y podía apagarme en cualquier momento. Acomodé mis cojines del descanso eterno, uno en la cabeza, parecido al que se utiliza para viajar, dos debajo de cada brazo, y una almohadilla larga para levantar mis pies. Ya estaba listo mi ritual para dormir, había encontrado una sensación de confort tan grata desde que lo había probado por primera vez, luego de ver un video en YouTube, que ahora me declaraba incapaz de cerrar mis ojos sin él.

Hasta mañana Cósima. Todo estará bien.