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Foca / Investigación / 151

Adrian Vogel

Bikinis, fútbol y rock & roll

Crónica pop bajo el franquismo sociológico (1950-1977)

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«Esta es la crónica de aquellos años que cambiaron el mundo demostrando que, como llevan diciendo desde hace siglos los profetas, son las pequeñas personas, con pequeños gestos, quienes generan los cataclismos», escribe en el prólogo El Gran Wyoming, roquero activo con Los Insolventes. Desde una perspectiva pop, Bikinis, fútbol y rock & roll nos sumerge en esas conmociones que sacudieron el mundo occidental desde la década de los cincuenta del siglo pasado, con consecuencias imprevisibles en el llamado segundo franquismo. Colectivos como el LGTB, las mujeres, los jóvenes o el movimiento por los derechos civiles agitaron las conciencias y contribuyeron a configurar nuevas escalas de valores.

Este libro recoge en su título realidades concretas y representativas de fenómenos de masas que permeabilizaron la dictadura franquista. Han sido símbolos de pugnas contra la represión sexual, el racismo y la xenofobia. Signos de transformaciones sociales que impactaron en la sociedad española.

Una historia de historias. Tanto de gentes anónimas como de los principales protagonistas de esos años (creadores y empresarios). El autor refleja testimonios directos de las figuras más importantes. Los hechos más relevantes son puestos en perspectiva y se evalúa su influencia e impacto en términos económicos y, sobre todo, emocionales.

De la cosecha del 56, Adrian Vogel dio el salto de la prensa (fue miem­bro fundador de la revista Ozono) y la radio musical (las primeras FMs rock de Madrid, 99.5 y Onda 2, y el Para Vosotros Jóvenes de Carlos Tena) a la industria discográfica. Desde finales de los setenta ha trabajado en Madrid, Nueva York y París para Gong, Epic/CBS/Sony, Polydor, RCA/Zafiro, Edel, Nuevos Medios y dos compañías propias (Compadres y DMM). También fun­dó dos editoriales musicales. Ha dirigido los contenidos de diver­sas webs. Desde 2007 tiene el blog pop El Mundano, el canal El Mundano TV en youtube e imparte clases, conferencias y participa en seminarios. En 2016 ha empezado a colaborar con la Universidad Carlos III de Madrid.

 

Diseño de portada

RAG

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© Adrian Vogel, 2017

© Ediciones Akal, S. A., 2017

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-16842-05-6

 

 

DEDICATORIA

Quisiera empezar dedicando este libro a mis padres. A mi madre, licenciada en Historia del Arte (Universidad Complutense, promoción de 1984), por, entre otras cosas, inculcarme el amor por el arte. Aprovechaba los viajes futboleros para llevarme a museos y pinacotecas. A mi padre por su empatía con mis aficiones musicales y haberme enseñado la grandeza del deporte.

Siguiendo con la familia: a Begoña, compañera desde hace 42 años y madre de nuestro hijo Adrián, a quien por supuesto también está dedicado.

A José Manuel Rodríguez Rodri, mi memoria en esta crónica. Amigo de décadas. Y, como Bego y Adri, «víctima» de mi empeño. Como lo han sido todos quienes han colaborado, aportado información y soportado el «vengo a hablar de mi libro».

A José Miguel Monzón El Gran Wyoming por su ilimitada generosidad y amistad de tantos años. Desde primero de Medicina.

A Ramón Akal y Jesús Espino, de la editorial, por haber confiado y dado luz verde al proyecto. Y a Pedro Arjona por habernos puesto en contacto.

¡Huye!

Yo que tú desaparecería.

Begoña Fernández Cuevas, marzo 2015

PRÓLOGO

Dadme un ombligo y moveré el mundo

En los libros de química aparece un término que también se utiliza coloquialmente, y que hace referencia al paso de liquido de una sustancia concentrada a otra que lo está menos a través de una membrana para establecer un equilibrio. A este fenómeno se le llama ósmosis.

La membrana que separaba esta célula social y política que llamamos España durante el franquismo eran Los Pirineos donde muchos, con razón, situaban entonces la frontera sur de Europa en contra de los criterios geográficos que nos integraban en aquel mundo remoto, democrático, sólo por el hecho de encontrarnos ubicados en el mismo continente. No obstante, como ocurre a nivel celular, esas membranas, que los científicos dan en llamar semipermeables, no actúan como un muro perfecto de contención porque permiten el paso de sustancias cuando estas, por su tamaño, caben por sus poros.

Así, en aquella España en blanco y negro donde nunca pasaba nada, y si pasaba ya se encargaban los medios de comunicación, que entonces no se llamaban así, de ocultarnos lo que ocurría, la barrera de Los Pirineos se vio rebasada, como los embalses en tiempos de gota fría, por multitud de acontecimientos insólitos que habrían de cambiar el mundo civilizado, tradicional y nacional católico, en el que nos habíamos desenvuelto durante años, aunque para comprender nuestro destino como reserva espiritual de Occidente hubiera sido necesaria una campaña militar que puso en su sitio a los montaraces habitantes de la piel de toro.

El mundo, decía, tal y como lo conocíamos, cambió más en veinte años que en los anteriores dos mil. Yo, que aún presumo de ser un adulto joven y la OMS (Organización Mundial de la Salud) me avala en mi criterio, he conocido el mundo, en un pequeño pueblo de La Mancha, tal y como lo vio el Cid Campeador. Tres años más tarde, sentado ante el televisor, vi a un hombrecito dando saltos ridículos sobre la superficie de la Luna. Mi abuela, siempre de luto por la muerte de algún familiar próximo o remoto, el caso era vestir de negro, anclada en el medievo, contemplaba también aquellas imágenes sin que le causaran el menor estímulo sensorial porque su preocupaciones no rebasaban el ámbito de las lindes del pueblo. Lo que pasara o dejara de pasar en Madrid, le importaba un carajo; en la Luna, ni te cuento.

Este pueblo ibérico, ciclotímico, dual como ninguno, capaz de las mayores genialidades artísticas, de las mayores crueldades, el más ácrata, el más intransigente, amante de la fiesta, donde el cachondeo cotiza como en ningún otro lugar del mundo, absolutamente incapaz del menor atisbo de sentido del humor, se había convertido en una pecera, en un nicho aislado al margen de las corrientes que recorrían como un ciclón el resto de los países que se dan en llamar civilizados por su nivel de renta y su puesta en escena.

Claro está que como decíamos, ese muro físico no fue capaz de contener del todo lo que ocurría al otro lado y a través de las rendijas se nos fueron colando muestras de lo que da en llamarse la modernidad y que, a todas luces, venía cargada, entre otros males, del cáncer del liberalismo, de promiscuidad, desvergüenza y enajenación subversivo–erótica que ha cumplido con su misión degeneradora de nuestra moral tradicional hasta culminar en esta aberración que dan en llamar El día del orgullo gay.

Estoy seguro de que si Franco levantara la cabeza se sentiría frustrado por el mal trabajo de sus muchachos a los que dejó todo atado y bien atado, y es verdad, se lo puso fácil para que retomaran el timón de la nave cuando pasara el tiempo de la euforia democrática, siempre pensó que éste era un pueblo indolente y pusilánime al que se sometía fácilmente con una disciplina férrea. La presencia de rojos en el Parlamento lo tomaría como una batalla perdida por debilidad en la estrategia, pero lo que hundiría su moral al punto de entender que toda su obra, su esfuerzo y su pulso aniquilador no habían servido para nada, sería ver ondeando en la fachada de los ayuntamientos la bandera de «los maricas». Ahí es donde entendería que habíamos dejado de ser la estrella polar que orientaba el camino que conducía desde el Imperio hacia Dios.

Esta es la historia de cómo esos agentes tóxicos, degradantes, han ido cercenando nuestros cimientos hasta llegar a la decadencia moral que hoy contemplamos y que otros llamamos libertad. Es un trabajo constante, como el del óxido que corroe los metales. Ya lo dijo Neil Young: «Rust Never Sleeps».

Cómo no, esta descomposición tuvo una banda sonora que estuvo a la altura de la indecencia que anunciaban los tiempos. Nunca una música ha alterado el cerebro de una generación hasta el punto de la enajenación colectiva que se dio en aquellos tiempos. Cuando The Beatles fueron a Australia se encontraron con 300.000 personas en la puerta del hotel colapsando la ciudad. Harrison lo expresa muy bien: «Todo el mundo se había vuelto loco y nos tomaron a nosotros como excusa». Así es, pero es que era exactamente el sonido que las masas llevaban esperando durante siglos para mandarlo todo a tomar por culo. Lamento la expresión, pero es lo que trajo el rock & roll.

Tras escuchar el riff de «Satisfaction» ya no volvías a ser el mismo, y el tipo de bigotito gris que poblaba nuestras calles pasaba a ser un perfecto imbécil, un ser ridículo. Lo malo es que nuestros padres también eran así, y en esa sopa de contradicciones nos criamos.

Esta es la crónica de aquellos años que cambiaron al mundo demostrando que, como llevan diciendo desde hace siglos los profetas, son las pequeñas personas, con pequeños gestos, los que generan los cataclismos: Un riff de guitarra, un bañador de dos piezas y el mundo no volvió a ser el mismo.

Con unos años de retraso, maleducados como estábamos para entender todo de golpe, tuvimos que echar mano de los manguitos para salir a flote. Otros, como dijo en su día Dylan, se hundieron como piedras porque no aprendieron a nadar, no se enteraban de que las aguas estaban subiendo.

Qué curioso, lo del bikini: la libertad, como la vida, nos llegó por el ombligo.

El Gran Wyoming

INTRODUCCIÓN

El franquismo, de ser originalmente un sistema político,

se convirtió en forma de vida de los españoles.

José Luis López Aranguren, La cultura política en la España de Franco, 1976

Durante el segundo franquismo surgió el franquismo sociológico, también conocido como mayoría silenciosa. Su evolución se produjo en base a hechos de marcado carácter económico y geopolítico. Y de unos factores externos y culturales que, aunque asociados inevitablemente a los cambios económicos, gozan de autonomía propia. Algunos incluso modificaron el panorama macroeconómico. Son precisamente estos agentes exógenos los que contribuyeron a la transformación y apertura de una sociedad constreñida por la dictadura.

En la primera parte de esta crónica pop se expondrán los antecedentes y el desarrollo de los acontecimientos más relevantes. En la segunda el foco estará sobre esos pequeños grandes detalles que alteraron la vida cotidiana de los españoles y modificaron una sociedad civil criada bajo el franquismo. Otros aires traían nuevas costumbres y modelos de comportamiento. Podríamos decir que fueron las semillas que germinaron con la generación que pilotó la Transición. El cántabro Jesús Ibáñez, gran innovador de la sociología española en los setenta e introductor de los grupos de discusión, decía que «pequeñas cosas producen grandes efectos, las formas y los procesos tienen zonas de inestabilidad»[1]. Era un mundo guiado por dos vectores opuestos con un origen común: hijos de contendientes de la Guerra Civil. Los que no combatieron.

La dirección que siguieron los descendientes de los derrotados estuvo marcada por el silencio, el miedo, la represión y también el riesgo, asumido por quienes, desde la clandestinidad, se opusieron a la dictadura y pagaron con su vida o dieron con sus huesos en la cárcel.

Los vástagos de los vencedores tomaron políticamente dos hojas de ruta. Unos serían cuadros de la administración franquista y, desde el poder, los más audaces impulsaron y negociaron los cambios que nos trajeron la democracia tras la muerte del dictador. Otros, en un claro ejercicio de rebeldía generacional, pasaron a formar parte activa de la oposición. Principalmente desde las filas del prohibido y perseguido Partido Comunista, el enemigo público núm. 1 del franquismo.

También encontramos a quienes la situación política tocaba de lejos pero se beneficiaban de ella. Son estos quienes conformaron esa masa silenciosa, apolítica, conformista, que supuso el sustento social de Franco. Una España «apolítica» que no era falangista ni comunista.

Viajar a la década de los cincuenta del siglo pasado será una constante a lo largo de estas páginas. Un punto de arranque y de referencia, origen de las protuberancias. Atrás quedará una durísima y cruel posguerra. Los años del hambre, de las cartillas de racionamiento, del estraperlo, de los campos de trabajo que paulatinamente fueron sustituyendo a los de concentración[2], de la feroz represión, del aislamiento internacional que tuvo su cénit en 1946 con la condena y sanción del Régimen por parte de la ONU. Anteriormente en la sesión inaugural de Naciones Unidas, Conferencia de San Francisco de abril de 1945, el representante mexicano aludió sin mentarlos a países, entre ellos España, que no reunían condiciones para ingresar en la organización. Las tres potencias vencedoras de la segunda contienda mundial, EEUU, URSS y Gran Bretaña, redactaron un comunicado público el verano del 45 en el que anunciaban la decisión de no favorecer una posible solicitud española de ingreso a la ONU[3], resistiendo las pretensiones de Stalin –quería medidas más duras contra Franco, aliado de Hitler en el frente ruso con la División Azul–, por «sus orígenes, naturaleza y estrecha relación con el Eje del régimen de Franco»[4]. Los tres países se hacían eco de la postura mexicana expuesta en San Francisco por Luis Quintanilla, exembajador en Moscú (1943) e integrante del estridentismo, el ecléctico movimiento artístico de vanguardia del México de los años veinte.

Naciones Unidas en su vigésimosexta Asamblea General, 9 de febrero de 1946, recordaba la resolución de la sesión fundacional en San Francisco y la declaración conjunta de Potsdam, en la que los tres aliados confirmaban su negativa a la entrada del nuevo Estado fascista español en la organización[5]. En marzo de ese año Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia reafirmaban la condena de la ONU y advertían de que, si no se emprendían medidas liberalizadoras, romperían relaciones diplomáticas con España. El dictador se enrocó y selló el aislamiento político que su régimen sufriría durante los últimos años de la década de los cuarenta.

Las presiones soviéticas sobre los llamados países satélites ejercían su influencia. Para los norteamericanos una cosa era no permitir la entrada de España como miembro de Naciones Unidas y otra muy distinta romper relaciones diplomáticas, a pesar de los comunicados conjuntos –el último de marzo del 46, firmado con Reino Unido y Francia–. Finalmente, en diciembre de 1946 «el asunto español» llegaba al plenario de la Asamblea General de Naciones Unidas (tras pasar por comités y subcomités tanto del Consejo de Seguridad como de la Asamblea General).

Del 10 al 12 de diciembre se celebraron las sesiones n.° 57, 58 y 59 del pleno de la Asamblea General. En la última se aprobó una propuesta anti-España por 34 votos a favor, seis en contra y 13 abstenciones. Estados Unidos votó a favor. Curiosamente los norteamericanos carecían de la máxima representación diplomática en España desde justo un año antes, por la renuncia voluntaria de su embajador Norman Armour. Esta circunstancia permitía el ambiguo doble juego, «del sí pero no, no pero sí» en cuanto a la ruptura de relaciones con la dictadura. Doble juego que también practicó el generalísimo en su apoyo a Hitler y Mussolini, mientras recibía, con restricciones, alimentos y combustible de EEUU y Gran Bretaña, y en el interior entre Falange y Ejército.

La parte final de la resolución de Naciones Unidas decía:

La Asamblea General

Convencida de que el gobierno fascista de Franco en España fue impuesto al pueblo español por la fuerza, con la ayuda de las potencias del Eje, a las que prestó ayuda material durante la guerra, no representa al pueblo español, y que por su continuo dominio de España está haciendo imposible la participación en asuntos internacionales del pueblo español con los pueblos de las Naciones Unidas.

Recomienda que se excluya al gobierno de Franco como miembro de los organismos internacionales establecidos por las Naciones Unidas o que tengan nexos con ellas, y de la participación en conferencias u otras actividades que puedan ser emprendidas por las Naciones Unidas o por estos organismos, hasta que se instaure en España un gobierno nuevo y aceptable.

Deseando, además, asegurar la participación de todos los pueblos amantes de la paz, incluso el pueblo de España, en la comunidad de naciones.

Recomienda que, si dentro de un tiempo razonable, no se ha establecido un gobierno cuya autoridad emane del consentimiento de los gobernados, que se comprometa a respetar la libertad de expresión, de culto y de reunión, y esté dispuesto a efectuar con prontitud elecciones en que el pueblo español, libre de intimidación y violencia y sin tener en cuenta los partidos, pueda expresar su voluntad, el Consejo de Seguridad estudie las medidas necesarias que han de tomarse para remediar la situación.

Recomienda que todos los miembros de las Naciones Unidas retiren inmediatamente a sus embajadores y ministros plenipotenciarios acreditados en Madrid.

La Asamblea General recomienda asimismo que los estados miembros de las Naciones Unidas informen al Secretario General, en la próxima sesión de la Asamblea, qué medidas han tomado de acuerdo con esta recomendación[6].

Los economistas denominan a este periodo de posguerra y aislamiento internacional como autarquía: el sistema económico según el cual una nación debe ser capaz de abastecerse a sí misma y sufragar todas sus necesidades, con un mínimo intercambio comercial con el exterior y el rechazo a los capitales extranjeros. En política un régimen autárquico se refiere a las dictaduras: al gobierno de un grupo que posee el poder absoluto, decidiendo las leyes y cambiándolas de acuerdo a sus intereses.

En la década de los cincuenta, en el contexto de la Guerra Fría, la dictadura evoluciona –hasta llegar al fin de la autarquía– y se va conformando esa mayoría silenciosa que conocemos como el franquismo sociológico. Antonio Maestre la define como «la cultura política de identificación con el régimen»[7]. Por su parte Pepe Ribas, fundador de la revista Ajoblanco en pleno auge de la contracultura a la que tanto contribuyó y autor de Los 70 a destajo[8], declaraba en una entrevista de abril del 2008 a Radio ELO y transcrita por la web A las barricadas[9]:

El franquismo tiene dos fases: la represión y asesinato terrible, esta no la has vivido, y la que sí vivimos, una España gris, anquilosada, opresiva, pero lo peor era una mayoría silenciosa, el franquismo sociológico muy extendido, con lo cual rebelarte era muy fuerte y difícil, porque el franquismo tenía muchos adeptos, esto no hay que obviarlo, porque es de donde partíamos, sea por los planes de desarrollo, sea por el SEAT 600, había un inmenso franquismo sociológico que hacía aquello más difícil, brutal. Porque la represión estaba en tu casa, en los lugares de trabajo, en todas partes. Si querías romper con esto, chocabas con la policía y con muchísimos elementos de la sociedad que estaba dormida en esa mayoría silenciosa y siniestra.

El término «mayoría silenciosa» fue acuñado por el presidente Richard Nixon para minimizar el impacto de los manifestantes estadounidenses que exigían el fin de la guerra de Vietnam. Los propagandistas oficiales de los últimos años del franquismo lo usaron profusamente para ningunear a quienes salían a la calle pidiendo una apertura democrática y la amnistía de todos los presos políticos. Maestre en su ya reseñado artículo resaltaba que «la apelación a este concepto fue uno de los preceptos que formó parte del llamado franquismo sociológico. La corriente de ciudadanos y políticos que habiendo vivido bien con el franquismo y estando de acuerdo con sus ideas, estaban abiertos a un cierto nivel de apertura para controlar que la transición no se saliera de los cauces tolerables».

Los signos de apertura mental se venían experimentado desde la década de los cincuenta gracias, entre cosas, a la aparición de los bikinis, la globalización del fútbol, el nacimiento del rock ‘n’ roll y otras películas. Tomen estas ideas fuertes como símbolos de unos cambios que afectaron a todo el planeta y que en España produjeron situaciones chocantes e imprevisibles. Son metáforas de varias disciplinas que esconden profundas cargas sociales: moda, liberación sexual, emancipación de la mujer, la juventud como consumidora masiva de cultura y ocio, el deporte y la música como motores de cambio y superación de barreras raciales y de género, más el poder de la radio y de lo audiovisual, sea cine, publicidad o televisión.

Espero que disfruten de este viaje pop que usa parte del concepto de «cultura completa»[10] del conservador y premio Nobel de Literatura de 1948 T. S. Eliot y engloba tanto la alta cultura como la cultura popular. Un todo. Hay que dejar de lado su polémica observación sobre el mantenimiento de las clases sociales (entendiendo que estaba enmarcado dentro del ámbito cultural). Y aceptar que al ser Eliot creyente la religión desempeñaba un rol importante en su visión. Agnósticos o ateos podemos y debemos comprender el aspecto religioso desde varios ángulos. Sin menoscabo de nuestros principios o dudas. Lo cortés no quita lo valiente. ¿O vamos a estas alturas del partido a renegar de obras maestras por su inspiración o temática religiosa? ¿Somos talibanes culturales y eliminamos de un plumazo, a la manera yihadista, el «My Sweet Lord» de George Harrison, a Pascal, a san Agustín, las obras sacras de Bach (luterano) o Zurbarán (católico), el misticismo de Cristino de Vera, el «Salou Qualbi» cantado por Umm Kalzum (hija de un imán egipcio) y un larguísimo etcétera?

No sólo hago mía, parcialmente, la idea de «cultura completa». También me apropio de la de «industria cultural»[11], introducida por Theodor Adorno y Max Horkheimer en 1944. Pero no asumo el punto de vista negativo –tan de Adorno– y peyorativo de los dos pilares de la Escuela de Frankfurt. Al contrario. Es un hallazgo porque reconoce al agente que produce y promueve el acceso y la difusión de cultura. Como llevaba sucediendo desde la aparición de la imprenta (libros, libretos, periódicos, textos teatrales o partituras). Hoy en día se vive un apogeo de la distribución cultural gracias a internet y los dispositivos portátiles (tabletas, móviles, etc.). Y se están configurando las reglas de juego de la nueva industria cultural.

El objeto, el producto cultural, no es la obra de arte. Su producción masiva no la transforma, facilita su deleite. La obra sigue siendo fruto de la creación artística, no de las herramientas que la difunden. La película de 35 mm o el vinilo son los soportes que nos acercan a la película o a la composición y a su interpretación en ambos casos. El arte se encuentra en lo que contienen los fotogramas o los surcos. La manipulación a la que se refieren Adorno y Horkheimer, y de la que nos alertan, no es tal. Se demostró en las formas de expresión artística a lo largo del siglo xx. En campos tan vinculados a las innovaciones tecnológicas como el cine y la música. Un ejemplo clarificador puede ser el de los discos y la radio. Por usar un medio de comunicación al que Horkheimer era alérgico, en realidad desconfiaba de cualquier adelanto, mientras Adorno consideraba perniciosa la producción masiva de grabaciones de música. El caso es que, por mucho que se programe una canción en la radio, si no gusta, no va a vender. Nadie te apunta con una pistola para que adquieras un artefacto sonoro. Una vez detectado este dato comercial, la emisora dejará de pinchar el tema. Funciona también a la inversa: si vende, sonará más. El éxito llama al éxito. La vieja teoría del best-seller de los editores de libros.

¿Hay un trasfondo ideológico en el planteamiento del tándem alemán? La pista nos la proporcionó años antes un conocido de ambos, Walter Benjamin, cuando clamó contra el cine sonoro y defendió el mudo[12]. El del realismo socialista de Stalin, que en 1925 produjo una obra maestra tan indiscutible como El acorazado Potemkin de Serguéi Eisenstein. Las intenciones propagandistas de la cinta, y del cine soviético, eran tales que la censura comunista eliminó la introducción de Trotsky (enfrentado a Stalin). Suceso que se repitió durante el siguiente rodaje de Eisenstein, Octubre, aunque en esta ocasión fue el propio director quien se autocensuró ante las noticias de la caída en desgracia de Trotsky. ¡Le eliminó de su relato sobre la Revolución de Octubre de 1917!

Tampoco conviene pasar por alto que «el público cultural» del siglo xx, especialmente a partir de la década de los cincuenta, es el más activo y numeroso de la historia. Acude a teatros, cines, clubs, festivales, museos, salas de conciertos, exposiciones, viaja y organiza su tiempo de ocio y entretenimiento alrededor de actividades culturales (y deportivas). Seré cortito, pero no percibo la pasividad de la audiencia a la que hacen referencia los gurús de Frankfurt cuando dicen que a eso nos conduciría la (presunta) manipulación tecnológica. Para Adorno y Horkheimer su anunciada pasividad imposibilitaría la subversión. El rock ‘n’ roll, y sus derivados desde los sesenta, demostraría cuán errados estaban en sus proyecciones. Sería un sector de la industria cultural, el discográfico –las compañías establecidas más las de nueva creación–, el que apoyaría e impulsaría la rebelión juvenil produciendo la banda sonora de las revueltas décadas de los sesenta y setenta. Por primera vez en la historia los jóvenes no sólo tenían voz y voto (los mayores de edad); también se convertirían en una fuerza económica de primera magnitud. Ya fuesen consumidores, creadores, empleados o empresarios. Nunca antes hubo tantos millonarios menores de 30 años. Un fenómeno similar al producido en nuestros días con los emprendedores digitales.

Los buenos teóricos, Adorno y Horkheimer lo eran, no se arremangan ni se tiran al barro. Por eso los de Frankfurt desconocían un principio básico, el del «equilibrio ecológico» en las empresas culturales (sean editoriales, galeristas, productoras audiovisuales o discográficas): los éxitos, los superventas, financian la toma de riesgos y las apuestas por nuevos creadores. Más adelante veremos ejemplos prácticos al respecto. Conviene aclarar en su descargo que sus puntos de vista teóricos respondían a circunstancias propias de su época y de los conflictos ideológicos existentes en esos momentos (entre guerras, nazismo, Segunda Guerra Mundial, congresos de la Internacional Comunista[13], su exilio en ¡Nueva York!)[14]. Vivían en un mundo que se movía más rápido. Y lo seguiría haciendo de manera progresiva. Se podía vislumbrar la aceleración futura pero no el vertiginoso ritmo digital de hoy en día.

En este collage que tiene entre las manos, tan propio del primer arte pop británico de los cincuenta, se ha omitido deliberadamente la literatura (aunque aparezcan menciones porque las artes del siglo xx se entrecruzan). La importancia de los textos se reflejará en la cultura rock, nacida precisamente en un siglo marcado por la explosión de las canciones y los géneros musicales. No se pasará por alto la enorme aportación de nuestros cantautores como divulgadores de la poesía española.

Hay dos razones principales para esta ausencia literaria. La primera porque en el caso español nuestra aportación más reconocida universalmente ha sido el arte pictórico. Somos, sobre todo, una nación de grandes pintores. Artistas que a lo largo de los siglos trascendieron y marcaron un antes y un después en la historia de su oficio. El mundialmente reconocido crítico literario Harold Bloom, en su aclamado El canon occidental (la escuela y los libros de todas las épocas)[15] de 1994, elige a 26 escritores canónicos y tan sólo selecciona a Cervantes de entre los nuestros. Comparen, si hiciéramos una lista parecida de pintores, con los Velázquez, El Greco, Zurbarán, Goya, Picasso, Miró, etc. Artistas indispensables para entender el arte y su recorrido en el tiempo. En 2003 Bloom amplió la lista a 100 en Ensayistas y profetas. El canon del ensayo (curiosa traducción del título original Genius: A Mosaic of One Hundred Exemplary Creative Minds[16]) y sólo añadió a Federico García Lorca. La segunda razón es la publicación (diciembre del 2014), en esta misma casa, de El cura y los mandarines de Gregorio Morán: cubre el mundo literario, la elite, sus avatares, y no sólo durante el periodo que nos ocupa. Y qué demonios, hay otra adicional: en España no se lee tanto, a pesar de la pompa que se dan los de las Letras. O precisamente por eso mismo... además de «la dictadura de las subordinadas de las subordinadas» a la que están sometidos nuestros mejores prosistas.

En su acepción más amplia el pop, tanto en arte como en música, fue la oposición artística a las dominantes elites culturales. También al sistema político en el caso musical. Y se dio la circunstancia de que fue el propio sistema quien ejerció la oposición a la nueva música, el grito de rebeldía de varias generaciones durante más de veinte años.

Los caminos de los creadores pop, artistas y músicos, se cruzaron. Compartían coordenadas. Iban a las mismas fiestas.

Este es el prisma óptico bajo el que está escrito este libro.

¡Abróchense los cinturones y disfruten!

[1] J. Ibáñez, Por una sociología de la vida cotidiana, Madrid, Siglo XXI, 2014 (reedición de su obra póstuma), p. 128.

[2] Llegó a haber hasta 180 campos de concentración. El primero, en Ceuta, establecido por Franco en 1936 a los dos días del golpe de Estado; el último en cerrar, 1947, fue el de Miranda de Ebro.

[3] Conferencia de Potsdam: las tres principales potencias aliadas, representadas por Truman, Stalin y Churchill hasta que perdió las elecciones, firmaron acuerdos tras la Segunda Guerra Mundial.

[4] P. Preston, Franco, Caudillo de España, Barcelona, Grijalbo, 1993, pp. 673-676.

[5] Resolución 32 de la Asamblea General «Relaciones entre los Miembros de las Naciones Unidas y España» [http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/32(I)].

[6] Resolución 39 de la Asamblea General «Relaciones entre los Miembros de las Naciones Unidas con España» [http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/39(I)].

[7] A. Maestre, «La mayoría silenciosa, el PP y el franquismo sociológico», La Marea, 6 de octubre de 2013.

[8] J. Ribas, Los 70 a destajo, Barcelona, RBA, 2007.

[9] [http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/685].

[10] T. S. Eliot, Notes Towards the Definition of Culture, Londres, Faber and Faber, 1948. En España no se editó traducido hasta 2004, por Ed. Encuentro, bajo el título La unidad de la cultura europea, con el subtítulo Notas para una definición de la cultura. Para la primera edición, Eliot actualizó los artículos publicados en The New English Weekly, 1943, The New English Review, 1945, y tradujo al inglés tres programas de radio que hizo para Alemania.

[11] T. Adorno y M. Horkeimer, «La industria cultural. Ilustración como engaño de masas», capítulo de su obra conjunta Dialéctica de la Ilustración, Obra Completa. 3, Madrid, Akal, 2007, pp. 133-181. La primera edición alemana data de 1944 y fue revisada en 1947. No se volvió a reeditar hasta 1969, año en el que Adorno falleció de un infarto cuando una activista se le abalanzó a pecho descubierto.

[12] T. Adorno y W. Benjamin, Correspondencia (1928-1940), ed. Jacobo Muñoz, Madrid, Trotta, 1998, p. 284. Benjamin en carta del 9 de diciembre de 1938: «Cada vez veo más claro que el lanzamiento de la película sonora haya de ser considerado como una acción de la industria, una acción destinada a romper el primado revolucionario del cine mudo, difícilmente controlable y capaz de suscitar reacciones políticamente peligrosas». Dos años antes de la carta, Benjamin, en su La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica (Ítaca, 2003), venía a decir lo mismo. En el mencionado capítulo «La industria cultural», son Adorno y Horkheimer quienes arremeten contra el cine sonoro acusándolo de atrofiar y paralizar la imaginación y espontaneidad del espectador.

[13] Trotsky fue el líder más destacado del IV Congreso, Moscú, 1922, debido a la enfermedad de Lenin, además de ser el promotor del mismo. El Congreso dictaminó que la militancia en un Partido Comunista era incompatible con la masonería y la pertenencia a la Liga de los Derechos Humanos.

[14] En el prólogo, fechado en abril, para la reedición de 1969 de Dialéctica de la Ilustración, ambos asumen algunos cambios en sus planteamientos (pp. 9, 10).

[15] Damián Alou fue el responsable de la traducción española, editada por Anagrama.

[16] Páginas de Espuma, 2010, traducción de Amalia Pérez de Villar.