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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Christine Wenger

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Orgullo ciego, n.º 1670- enero 2018

Título original: Not Your Average Cowboy

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-777-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

DÓNDE demonios estoy?».

Meredith Bingham Turner detuvo el pequeño coche gris que había alquilado a un lado de la carretera, bajó la ventanilla y se quedó mirando los cactus que se levantaban hacia el ardiente sol de Arizona.

Hacía calor, mucho calor y estaba perdida.

Una vez más, leyó las indicaciones que su amiga Karen le había mandado por correo electrónico para llegar al rancho Rattlesnake. No había nadie por allí a quien preguntar: ni policías, ni peatones, ni turistas.

Tan sólo lagartijas, escorpiones y tarántulas.

Se estremeció y rápidamente subió la ventanilla. Todavía no había visto ninguna de aquellas criaturas, así que ¿para qué tentar a la suerte?

Dos semanas atrás, Karen había llamado a Merry para pedirle un favor.

—Sé que estás ocupada, pero es importante. Mi hermano no sabe qué hacer. Con las facturas del siquiatra de Caitlin, los gastos de Louise y Ty y todo lo demás. El caso es que podemos perder el rancho si no hacemos algo. Además, he leído sobre ese George y tú en la revista Celebrity Gossiper y creo que necesitas un descanso.

Karen tenía razón. Necesitaba salir de Boston y de su empresa. Necesitaba alejarse de George Lynch, su último e indiscreto novio. Cada vez que pensaba en el titular del Celebrity Gossiper, deseaba gritar: «Magnífica cocinera; no tan magnífica en la cama».

Merry había hecho lo único que podía hacer: poner el asunto en manos de sus abogados.

—Claro que te ayudaré —había respondido Merry a la petición de Karen—. ¿Qué quieres que haga?

—Ayúdanos a convertir el rancho en un parque de entretenimiento. Yo puedo ocuparme de la parte empresarial, pero necesito ayuda con la decoración y los menús. Quizá puedas echarnos una mano con la publicidad. Con tu apoyo, seguro que será un éxito.

—Ya se me están ocurriendo algunas ideas.

Estaba encantada de poder serle útil a su amiga. Karen había ayudado a Meredith, una introvertida y solitaria muchacha de Beacon Hill, Boston, a integrarse en la universidad de Johnson y Wales. Los cuatro años que habían sido compañeras de habitación, habían sido los mejores de su vida.

Karen era la única amiga que tenía. Podía confiarle sus sentimientos y problemas más íntimos, sabiendo que nunca acabarían en una revista.

Quizá no lo pasara tan mal allí en el desierto. Lo único que tenía que hacer era darle unas cuantas ideas sobre la decoración, conseguir algo de publicidad para el rancho y, después, volaría de regreso a Boston y a su magnífico apartamento con vistas al puerto.

Karen pensaba que había mercado para su nuevo negocio. Merry estaba convencida de que había habitantes de grandes ciudades dispuestos a convertirse en vaqueros durante una semana, aunque a ella no le pareciera divertido. ¿Por qué viajar hasta Arizona? Claro que a las empresas les gustaba ese tipo de actividades para incentivar el trabajo en equipo. Quizá ésa fuera la respuesta, atraer a empresarios.

Fuera lo que fuese que Karen necesitara, Merry haría lo que fuera por ayudarla.

Merry estudió el mapa y pensó que estaba en algún punto de la línea gris que separaba la montaña del Hombre Muerto de la del Caballo galopante.

Los nombres en el oeste eran muy pintorescos, pero no estaba de humor para detenerse a pensar en ello.

Miró por el retrovisor. No había ningún coche ni ninguna persona a la vista. Ni un alma a quien preguntar cómo llegar al cruce del Árbol Ahorcado, otro nombre pintoresco. Le hubiera resultado muy útil si alguien hubiera puesto alguna señal que al menos le permitiera saber si seguía en los Estados Unidos y no en México.

Quizá debería seguir recto. El sol se pondría pronto y no le entusiasmaba la idea de conducir por la noche en aquellas carreteras de montaña.

Y entonces lo vio. El primer vaquero que veía en su vida, montado en un gran caballo negro. Al acercarse, observó que llevaba espuelas en las botas.

No podía apartar los ojos de él. Parecía tan duro como el paisaje. La culata de un rifle asomaba desde la silla de montar.

Su boca se quedó seca y se preparó para pisar el acelerador.

El vaquero entornó los ojos bajo la luz del sol. No podía distinguir el color de sus ojos, pero apostaría hasta el último céntimo de los beneficios de su último libro de recetas a que eran tan azules como el cielo.

Si vivía para contarlo, haría que Joanne, su nueva publicista, lo contratara para el anuncio del rancho de Karen. Sería perfecto.

El hombre se ajustó el ala frontal del sombrero al acercarse y ella se derritió, a pesar de que llevaba el aire acondicionado puesto al máximo.

El caballo se detuvo junto a la ventanilla de su coche y el vaquero le hizo un gesto para que bajara la ventanilla. Sin retirar el pie del acelerador, apretó el botón con la mano izquierda y bajó la ventana unos centímetros.

—Buenas, señora —dijo, volviendo a tocarse el sombrero—. ¿Está perdida?

—Así es.

—¿Por casualidad no será usted Meredith no sé cuantos?

—Soy Meredith Bingham Turner —respondió, arqueando una ceja—. ¿Y usted es…?

—Bucklin Floyd Porter, pero todo el mundo me llama Buck.

—¡Eres el hermano de Karen!

Gracias a Dios. Ahora lo reconocía. Recordaba haber visto fotos de Buck y de los otros hermanos de Karen. Siempre le había parecido guapo, pero las fotos no le hacían justicia, especialmente con aquel atuendo de vaquero.

Él asintió.

—¿Y tú eres la que nos va a ayudar a convertir mi hogar en un rancho para turistas?

Ella bajó la ventanilla del todo y se asomó.

—Sí, ésa soy yo.

Él sacudió la cabeza. No parecía alegrarse demasiado.

—Si no te importa, no quiero seguir hablando aquí, bajo este calor. Karen me ha mandado a buscarte. Sabía que te perderías. Dice que necesitas señales cada tres metros.

—Me alegro de que estés aquí. Ve delante, yo te seguiré.

Meredith se dio cuenta de que sus ojos brillaron divertidos. Eran azules, tal y como se los había imaginado.

—No puedes seguirme. Voy a bajar por ahí —dijo, señalando un camino entre los cactus—. Te sugiero que continúes por la carretera.

Él giró el caballo y comenzó a darle indicaciones, señalando hacia la carretera. Ella se asomó aún más para escucharlo y, de repente, el caballo agitó su cola y le dio en la cara.

—¡Oh! —exclamó, llevándose la mano a su ardiente mejilla.

El caballo volvió a agitar la cola. Esta vez, tuvo que sacarse el pelo de la boca y retirárselo de los ojos. De pronto, su codo rozó la bocina. El caballo relinchó, comenzó a galopar y, saltando el guardarraíl, se alejó colina abajo con Buck Porter agarrándose fuertemente para no caerse.

 

 

—Tranquilo, Bandit.

Buck tiró de las riendas, pero no demasiado.

¿Por qué aquella mujer había tenido que tocar la bocina? ¿Acaso no sabía que eso asustaría al caballo?

Mientras bajaba a toda velocidad la colina, arañándose con los cactus, pensó que aquella Meredith iba a traer problemas.

—Es una chef muy famosa. Sale en televisión y ha escrito varios libros de recetas —le había dicho Karen—. Nos proporcionará publicidad. Además, es mi mejor amiga y hace mucho tiempo que no la veo. Nos vendrá bien ponernos al día.

Buck no deseaba que el rancho se convirtiera en un parque de ocio. Le gustaba tal cual estaba. Por desgracia, no tenía otra opción. En la votación, había perdido frente a sus dos hermanas y a su hermano. Cada uno de ellos era dueño de una cuarta parte del rancho que habían heredado de sus padres.

—Tranquilo, Bandit.

El caballo por fin se detuvo. Sacudió la cabeza y relinchó mientras golpeaba el suelo con una pata.

—Lo sé, lo sé. Esa chica de ciudad no sabe lo que hace.

De pronto, oyó un sonido y levantó la mirada. Allí estaba ella, al otro lado del guardarraíl.

—¿Necesitas ayuda? —gritó, rodeando su boca con las manos.

—No —contestó él.

—¿Te has hecho daño?

Con aquellos gritos, estaba asustando a todos los animales en un radio de cincuenta kilómetros.

—Estoy bien. Métete en el coche y vete.

—No sé adónde ir.

—Vuelve a Boston —murmuró y luego levantó el tono de voz para añadir—: Sigue la carretera hasta el final. Gira a la izquierda, luego a la derecha y toma la segunda a la izquierda. El rancho quedará a tu derecha.

—¿Alguna de esas calles tiene algún nombre pintoresco? Ya sabes, algo que pueda recordar.

—No —respondió. No tenía sentido decirle los nombres que recibían aquellos polvorientos caminos.

—Derecha, izquierda, izquierda y luego giro a la derecha. ¿O era la segunda a la derecha? Debería escribirlo.

—¡Espera! Voy a buscar un bolígrafo y un papel para escribirlo.

Tenía mil cosas que hacer y guiar a una mujer de la gran ciudad no era una de ellas.

Un grito rompió el silencio. Era ella otra vez.

Se bajó del caballo y, tomando el rifle y la cuerda, subió por el mismo camino por el que acababa de bajar.

—¿Meredith? ¿Estás bien?

Silencio.

—Contéstame, maldita sea —gritó.

La gravilla resbalaba bajo sus pies, pero estaba avanzando. Las puntas de los cactus se estaban clavando en sus brazos, traspasando su camisa.

Dejó el rifle en el suelo, agitó la cuerda sobre su cabeza y la lanzó, dando con su objetivo, el guardarraíl. Tiró de la cuerda para asegurarse de que estaba fija y la tensó. Sujetó el rifle bajo el brazo y subió la colina tan rápido como pudo.

—¿Meredith?

Otro grito rompió el silencio.

De un salto, cruzó el guardarraíl y rodó por el suelo.

Dos burros estaban comiéndose el contenido del bolso de Meredith. Había papeles y cosméticos regados por la carretera y uno de los burros estaban dando cuenta de todo ello. Ella estaba apoyada contra su coche, mientras el otro burro olisqueaba su traje rosa.

Parecía estar a punto de gritar de nuevo y no estaba dispuesto a soportarlo una vez más.

Pero en esa ocasión, en lugar de gritar, habló.

—No les dispare. Sólo aléjalos de mí.

Él bajó el rostro para ocultar su sonrisa. Dejó el rifle a un lado, se levantó del suelo y se quitó el sombrero.

—So —dijo, agitando el sombrero—. Venga, idos. Estáis asustando a la señorita y ella está asustando a medio estado de Arizona.

Los animales lo miraron y enseguida se alejaron.

—¿Qué demonios te pasa? —preguntó, girándose hacia ella—. Me has dado un susto de muerte.

—¿Tú? ¿Asustado? ¿Y yo qué? —dijo ella, comenzando a recoger sus cosas de la carretera—. ¿Qué animales eran ésos?

—Burros.

—¿Por qué no están en el zoo?

—Esto no es Boston.

Se agachó de nuevo y siguió recogiendo sus cosas.

—Mi bolso tiene huellas de pezuñas. Han chupado mi teléfono móvil y se han comido mi maquillaje —dijo, y se detuvo para mirarlo—. ¿Hay tiendas por aquí, verdad?

En opinión de Buck, aquella mujer no necesitaba maquillaje. A pesar de lo que le irritaba, tenía que admitir que era una de las mujeres más guapas que había visto en su vida. Y, aunque no sabía nada sobre moda, aquel traje rosa que llevaba parecía caro, al igual que las joyas de oro que llevaba.

Buck confiaba en que no esperara ser atendida. Karen no se encontraba bien y él tenía que ocuparse del rancho.

—Sí, tenemos tiendas por aquí. Hay una de suministros en Lizard Rock y otra de herramientas en Cactus Flats.

Ella se quedó mirándolo con sus enormes ojos verdes, seguramente pensando en cómo conseguir que le enviaran maquillaje desde Boston de un día para otro. Luego, se giró para mirar a los burros, que después de alejarse unos metros, se habían detenido en mitad de la carretera.

—¿Puedes vigilar por si vuelven?

—Sí, los vigilaré —dijo él, conteniendo la risa.

—Gracias.

Se volvió a agachar para seguir recogiendo sus cosas y él reparó en cómo la falda se estrechaba marcando su trasero.

—¿Dónde está tu caballo? —dijo, levantándose y fijando la vista en el rifle—. ¿No habrás tenido que dispararlo?

—No suelo disparar a todo lo que se mueve —dijo bromeando, pero en seguida se dio cuenta de que le había hecho la pregunta en serio.

Probablemente habría visto muchas películas del oeste en la televisión, en las que solían sacrificar a los animales.

—Bandit está bien —añadió él—. Probablemente haya vuelto al establo y esté ahora mismo comiendo.

—¿Bandit?

—Sí, mi caballo.

—¿Cómo va a volver a casa?

—Pensé que podría volver contigo.

—¿Los vaqueros montáis en coche?

Era evidente que era de ciudad, a menos que le estuviera tomando el pelo.

—Lo intentaré.

De pronto se fijó en sus piernas. Eran increíbles. Además, tenía el cabello del color del maíz dorado y parecía muy suave.

Pero ¿qué demonios le pasaba? Tenía que dejar que se fuera. Aquella mujer no le iba a traer más que problemas. Y de una cosa estaba seguro: no iba a perder el tiempo en mantener a Meredith fuera de líos. Tenía un rancho, o lo que quedaba de él, del que ocuparse.

—¿Quieres conducir? Porque ¿sabrás conducir un coche, verdad? —preguntó ella con cierta ironía en su voz, mientras le tendía la llave.

—¿Quieres decir que me dejas conducir un coche de verdad como éste? —dijo él, exagerando su acento tejano—. ¿Qué te parece si te llevo de vuelta al aeropuerto? Este lugar no es para ti.

Ella se quedó en silencio y Buck se arrepintió de sus palabras. Estaba siendo muy antipático. Si Meredith era una gran celebridad como Karen le había dicho, el nuevo rancho de recreo Rattlesnake sería un éxito.

Debía de alegrarse por el nuevo proyecto para el rancho. Sería la respuesta a sus problemas financieros, aunque lo único que necesitaba era más tiempo para conseguir dinero. Tenía un plan, pero el reloj no dejaba de correr y el banco amenazaba con ejecutar la hipoteca.

Su idea era vender los muebles que había estado haciendo. Un antiguo compañero del ejército tenía una galería en Scottsdale y había programado una exposición para venderlos. No sabía si tendría éxito, pero tenía esperanzas en que así fuera.

—Tu hermana me dijo que me necesitarías. Estoy dispuesta a hacer lo que haga falta para ayudarla. Así que si no quieres llevarme, indícame en qué dirección debo ir.

Buck admiraba la lealtad, pero aun así, no quería ver un montón de gente en el rancho que tanto quería, jugando a ser vaqueros y comiendo y durmiendo en la casa de sus padres. Tenía que pensar en Caitlin. Su hija se había encerrado en su propio mundo desde que su madre se fuera. Un puñado de extraños haría que las cosas se complicaran aún más.

Sus hermanos no opinaban como él, especialmente Karen, que pensaba que Cait necesitaba gente a su alrededor, sobre todo niños de su edad para ser más extrovertida. A regañadientes, había accedido. Haría lo que fuera por ayudar a su hija.

Estaba convencido de que, aunque el rancho diera beneficios, serían insignificantes. La deuda del rancho ascendía a casi doscientos mil dólares y el banco le había dicho que tenía que devolver todo antes de dejarle un céntimo más.

Deseaba tener el dinero necesario, pero le era imposible.

Miró a la amiga de su hermana. Quizá no fuera mala idea tenerla allí en el rancho. Al menos, sería divertido tomarle el pelo, además de una alegría para la vista. Un poco de diversión le vendría bien.

Cait parecía impaciente por conocer a Meredith, o al menos, eso era lo que Karen creía. Cada martes, cuando se emitía el programa de cocina de Meredith, Karen y Caitlin lo veían juntas.

Ya debería estar acostumbrado a los silencios de Caitlin, pero no era así. Seguía esperando que algún día dijera algo, lo que fuera. Deseaba oír la voz de su hija otra vez y que le llamara papá.

Meredith le dio las llaves y le preguntó si había tintorerías por allí. Estaba seguro de que no aguantaría en el rancho más de una semana.

Confiaba en que sus muebles gustaran y se los compraran. Si así era, dejaría atrás los números rojos y su hogar estaría seguro.

Pero para entonces, quizá no fuera suyo.

Capítulo 2

 

BUCK condujo con destreza el coche de alquiler a través de las estrechas carreteras de montaña, pero Meredith no pudo dejar de contener el aliento en cada curva. Ajustó las salidas del aire acondicionado para que el fresco le diera en la cara y respiró hondo. Se estaba comportando de un modo ridículo, como una asustadiza adolescente en un campamento de verano.

Pero lo cierto era que no había ningún signo de civilización: ni hoteles, ni tiendas, ni bancos. Arizona parecía Júpiter.

Miró de reojo a Buck. Era tan alto que había tenido que quitarse el sombrero para sentarse en el coche. Su pelo era negro y lo llevaba recogido en una coleta. Tenía un aspecto más masculino que algunos hombres de Boston con sus impecables cortes de pelo.

Merry recordó el día en que Karen la había llamado para decirle, entre sollozos que su hermano estaba destrozado porque su mujer lo había abandonado. Al parecer, la esposa de Buck, Debbie, se había ido a Nashville para forjarse una carrera como cantante. De eso hacía dos años y, desde entonces, Caitlin había dejado de hablar.

Buck había encontrado un siquiatra para la niña, pero, según le había contado Karen en su última llamada, la pequeña seguía siendo muy introvertida y no hablaba con nadie.

Merry dirigió otra mirada a Buck. Tenía que haber sido horrible pasar por tanto dolor. De alguna manera, había perdido a su esposa y a su hija a la vez dos años atrás. Karen le había contado que durante el primer año apenas había salido de los establos más que para dormir.

Sus hermanos Karen, Louise y Ty le habían dicho que tenía que abandonar aquella actitud por el bien de su hija. Al final habían logrado convencerlo, pero Cait seguía sin hablar.

Merry suspiró y se concentró en la carretera, la misma carretera que la llevaría de vuelta al aeropuerto cuando acabara con los asuntos que la habían llevado hasta allí. Pero no había ninguna acera ni ninguna señal. Tan sólo subidas, bajadas y curvas.

—No queda mucho —dijo Buck al oírla suspirar—. Unos veinte minutos más.

—Gracias.

Trató de buscar algún tema de conversación, pero a pesar de ser una celebridad de la televisión, no se le ocurría qué decir a un hombre de anchos hombros y barba incipiente, lo que le daba cierto aire peligroso.

El tiempo era siempre un tema socorrido, así que decidió intentarlo.

—¿Ha llovido últimamente por aquí?

—Es el desierto.

—Entonces, imagino que no.

Hasta ahí había llegado la conversación con el vaquero. Se frotó las manos mirando el resultado de la manicura y recordó que gracias a Karen había dejado de morderse las uñas. Sería maravilloso volver a ver a su amiga.

Estaba decidida a ayudar a su amiga tal y como le había prometido. Cuanto antes acabara, antes regresaría a casa.

—Ahí está —dijo Buck, señalando a la distancia—. El rancho Rattlesnake.

—¿Dónde? —preguntó ella, girándose.

—Ahí.

Buck giró a la derecha y frente a ellos apareció una señal anunciando la entrada del rancho. Ella se estremeció y de pronto sus ojos repararon en algo que se deslizaba por la carretera.

—¿Buck?

—¿Sí?

—Acerca de las serpientes…

—¿Qué pasa con ellas?

—¿Hay muchas por aquí?

Él le lanzó una rápida mirada con sus ojos azules y enseguida volvió a fijar la vista en la carretera.

—Esto es el desierto, claro que hay serpientes —dijo y, deteniéndose frente a la hacienda del rancho, añadió—: Ya hemos llegado.

Merry percibió un tono de orgullo en su voz. Sacó su cuaderno y buscó una página limpia de las babas del burro. Luego tomó un bolígrafo del bolso. Había llegado el momento de tener ideas.

A primera vista, la hacienda parecía acogedora. Era un ejemplo de la arquitectura tradicional de Santa Fe, con un gran porche alrededor de toda la casa. Había flores de todos los colores en las jardineras a lo largo del corredor de ladrillo, así como colgando de cestos. Era preciosa.

Sabía que las flores eran cosa de Karen. Siempre se le había dado bien la jardinería.

La puerta del coche se abrió, lo que la sorprendió. Buck le tendió la mano para ayudarla a salir y la tomó. No era una mujer menuda, pero cuando sintió su fuerte mano sujetando la suya, se sintió muy femenina y protegida.

Trató de analizar por qué estaba teniendo aquellas fantasías con el vaquero, cuando de repente un pequeño huracán bajó los anchos escalones de madera.

—¡Merry, cuánto tiempo!

Buck soltó su mano y Merry se encontró abrazada por Karen.

—Ya veo que mi hermano te ha encontrado, o ¿lo has encontrado tú a él?

Merry rió.

—Él dio conmigo. Estaba perdida.

—Lo sabía —dijo Karen, girándose hacia su hermano—. Buck, gracias a Dios que estás bien. Cuando Bandit llegó a casa sin ti, me preocupé y les pedí a Juan y a Frank que salieran a buscarte. ¿Qué ha pasado?

—Es una historia muy larga —dijo Buck, subiendo los escalones con las maletas de Merry como si no pesaran nada.