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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 89 Deseo, n.º 89 - enero 2016

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8088-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

La fantasía del pirata

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

La tentación era él

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Amor sin tregua

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

La falsa esposa del jeque

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

La fantasía del pirata

Capítulo Uno

 

Olivia Wishart se aplicó una capa de brillo en los labios y comprobó su aspecto en el espejo.

–Vestido rojo, labios rojos –frunció el ceño–, pelo rojo –descolgó el vestido negro.

–Bonito, pero no para esta noche –su mejor amiga, Breanna Black, le arrebató el vestido–. Estás estupenda –le echó otro vistazo y asintió–. Te van a mirar.

–Me conformo con que me escuchen –la oportunidad de dar a conocer su obra benéfica a los contrincantes de la regata entre Sídney y Hobart era demasiado buena para desperdiciarla.

–No olvides que es Navidad –Brie le lanzó una boa de plumas blancas–. Esto te pondrá de humor.

–Supongo que te refieres a un humor festivo –Olivia hizo una mueca.

–Estaría bien para empezar –sugirió Brie entusiasmada.

La fundación Pink Snowflake era la razón por la que Olivia participaba en la regata. La fiesta que se celebraba en la mansión que dominaba la bahía de Sídney, un atractivo añadido.

–¿De verdad no te importa que compartamos la suite con Jett? –preguntó Brie por enésima vez.

–¿Ese misterioso hermano tuyo? –Olivia se calzó los altísimos tacones–, ya te dije que no. Es más, tengo ganas de conocerle.

–Hermanastro. Jett no es muy sociable. Ni siquiera estoy segura de que yo le guste.

–¿Cómo que no? –Olivia sonrió–. Aceptó tu invitación ¿no?

–Pero solo porque le falló el plan que tenía.

–Eso no lo sabes con seguridad –era el típico comportamiento irresponsable masculino.

–Me siento mal por no estar en Nochevieja, pero insistió en que no alterara mis planes por él –Brie suspiró.

–¿Y por qué ibas a hacerlo? Si estás en lo cierto, fue él quien cambió de idea y decidió venir.

Era evidente que al hermano que Breanna había estado buscando durante tres años le importaba un bledo. Aunque unidas como hermanas, Olivia había decidido no tocar el delicado tema.

–¿Cuándo aterriza?

–Llegará en cualquier momento –el móvil de Brie sonó–. Hola, Jett.

Olivia vio borrarse la sonrisa del rostro de su amiga.

–Sí, claro, de acuerdo. ¿Tienes la dirección de la fiesta? Nos veremos allí. Mándame un mensaje cuando llegues –se despidió Brie antes de colgar–. El vuelo se ha retrasado –echó un vistazo a su agenda y la sonrisa regresó–, lo cual me proporciona un par de horas para conocer al sexy patrón del Horizon Three.

–Haces bien –la animó Olivia–. Toma –le entregó una tarjeta de visita–, dásela y háblale de nuestra causa. Y recuerda, sexy o no, es nuestro contrincante.

–No te emborraches ni te líes con un extraño antes de que llegue yo –Brie ya marcaba el número del patrón del yate.

Olivia prefería despertarse con la cabeza despejada y sin lamentarse. Su amiga no opinaba lo mismo. Pero, diferencias aparte, formaban un buen equipo y confiaban la una en la otra.

–Te prometo no emborracharme.

–¿Y…?

–La fiesta es para patrones de yates, habrá hombres. Me da igual que sean extraños mientras sean ricos y estén dispuestos a desprenderse de una buena suma de dinero.

–Entonces, buena suerte y ten cuidado. Hola, Liam…

–Lo mismo te digo –murmuró Olivia mientras se dirigía al vestíbulo en busca del chófer.

El coche cruzó el puente, pero Olivia no se fijó en las luces del puerto. Su mente estaba puesta en la cita a la que acudía para hacerse las pruebas genéticas.

Tardaría semanas en tener los resultados, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Jamás se habría realizado la prueba si su madre no le hubiera hecho prometer, en su lecho de muerte, que lo haría antes de cumplir los veintiséis, la edad a la que le habían diagnosticado cáncer de mama a su abuela materna.

Ya no podía seguir negando la posibilidad de haber heredado la mutación genética.

Hasta ese momento se había negado a pensar en ello. Era Navidad, iba a competir en una regata y dirigía una asociación benéfica.

Tenía una vida que vivir.

 

* * *

 

Llegaba tarde. Jett Davies pasó junto al enorme árbol de Navidad que dominaba el vestíbulo, camino de otro tramo de escalera. La tercera planta era una zona de ocio desde la que se divisaba el puerto marítimo. Las luces iluminaban a los exclusivos invitados a la fiesta, a la que había acudido todo el que era alguien en el mundo de la navegación a vela, junto con sus glamurosas consortes o amantes. Allí estaban todos los que tuvieran suficiente dinero para desperdiciar en la regata Sídney-Hobart, una de las más importantes y difíciles del mundo.

Un mar de miradas inquisitivas se posó en él. Con la mirada al frente, se dirigió hacia una antigua escalera de caracol que había visto en un rincón. Con suerte, los empinados escalones desanimarían a todas esas mujeres con tacones. No buscaba una mujer, buscaba a su hermana, que le había enviado un mensaje en el que le informaba que se retrasaría por un problema con el coche.

Apoyado en la barandilla de un pequeño mirador, contempló el rastro de los ferris en el puerto.

Problemas con el coche. Breanna. No la conocía bien, pero sí lo suficiente para saber que no se trataba de ningún coche y sí de un hombre. Quizás tuvieran más en común de lo que pensaba.

La orquesta le atronó los oídos con una melodía navideña. No le gustaban las fiestas.

Entonces, ¿por qué había aceptado la sugerencia de su hermana para reunirse allí? En realidad iba a reunirse con más de una, porque su hermana compartía habitación con una amiga. Y eso le hizo formularse unos cuantos interrogantes sobre las braguitas color fresa y sujetador a juego que colgaban de la alcachofa de la ducha del cuarto de baño del hotel.

«Olvídalo», se recriminó. «Te doy diez minutos más, Breanna, y me marcho».

 

 

Los invitados empezaban a marcharse cuando Olivia al fin encontró un momento para sentarse tranquilamente en un rincón. Tomó un sorbo del cóctel, la primera gota de alcohol que probaba aquella noche, y contempló la iluminación del jardín.

«Date prisa, Brie».

Había dedicado toda la velada a promocionar Snowflake y estaba encantada con los resultados. Pero acababa de completar cinco intensos días de entrenamiento y necesitaba dormir.

Brie no contestó sus llamadas, aunque sí le envió un emoticono guiñando un ojo.

¿Había olvidado el acuerdo de reunirse al finalizar la velada? Pensó enviarle un mensaje informándole de que se marchaba. Hacía años habían hecho la promesa de estar siempre allí la una para la otra, y jamás habían faltado a esa promesa.

De repente, le llamó la atención un par de piernas que bajaba por una preciosa escalera de caracol. Aunque para Olivia los hombres no eran una prioridad, su radar emitió una pequeña señal de placer. Los pantalones negros cubrían unas larguísimas piernas, abrazando los muslos y un firme y redondeado trasero. La visión se hacía cada vez más atractiva.

El hombre descendió el último peldaño y, al verlo de cuerpo entero, Olivia tuvo que pestañear varias veces. Ahí estaba, el perfecto ejemplar masculino pidiendo a gritos que lo tocara.

Un extraño de aspecto delicioso y piel olivácea, una provocación para cualquier mujer que, gustosamente, deslizaría la lengua desde la barbilla hasta la perfectamente esculpida boca.

Sus miradas se fundieron y él no pareció muy contento de verla.

Le resultaba vagamente familiar. Imposible, pues jamás habría olvidado a un tipo así.

Tenía unos ojos negros, tentadores y persuasivos, y un escalofrío le recorrió la espalda a Olivia. Ese hombre exudaba el poder suficiente para doblegarla a su antojo.

Tenía mucho calor, como el que sentía en la cubierta de su yate en un soleado día navegando por Barbados.

Sus miradas seguían fijas y ella hubiera jurado que él había susurrado «problemas».

Y tanto. Problemas de los gordos. Nunca había conocido a un hombre que le hubiera provocado tal impacto. Y ni siquiera podía decirse que se conocieran.

El pulso de Olivia se disparó. El hombre se había movido con tal sigilo que no se había dado cuenta de que se interponía entre ella y la escalera que constituía la única vía de escape.

En la navegación las situaciones inesperadas y peligrosas se afrontaban de manera relajada y racional. Pasara lo que pasara, no huiría.

Con fingida indiferencia, se lanzó el extremo de la boa sobre un hombro, pero un estúpido hilo se quedó enganchado en sus labios.

–Hola.

Jett supo que era hora de irse al descubrir a Problemas, con los cabellos más rojos que hubiera visto jamás, hablándole con voz gutural, casi sin aliento. Y sin embargo era incapaz de apartar la mirada de esa pluma que se le había enganchado en el labio inferior y que intentaba arrancarse con pequeños soplidos. A su mente acudió la imagen de esa joven soplándole así en el estómago mientras le acariciaba el torso desnudo, las caderas, y más abajo.

«Limítate a devolverle el saludo y márchate. Rápido». Sin embargo, los pies avanzaron hacia ella y la mano se alargó para retirar la pluma de la bonita boca.

–Gracias –los ojos, de color menta azulada, chispearon.

Jett apretó los puños. Otra maldita Problemas con sentido del humor.

Le pareció percibir algo en la mirada divertida, pero ella la desvió, como si no tuviera intención de compartir lo que fuera con nadie.

–¿Algo interesante ahí arriba?

–No –«si tú quisieras, podría haberlo».

–Algo habrá. De lo contrario ¿a qué viene esa escalera?

–Solo un par de telescopios –él se encogió de hombros.

–¿En serio? Me encanta contemplar las estrellas.

Incluso en la penumbra veía las pecas que le cubrían la nariz. Era evidente que disfrutaba de la vida al aire libre. Sin duda se trataba de otra niña rica con mucho tiempo que perder.

–Yo diría que están pensados para observar el puerto.

–Por supuesto, ¿cómo no se me habrá ocurrido?

Olivia se acercó a la escalera de caracol y posó una mano sobre la barandilla. Tenía la piel bronceada y las uñas bien cortadas, aunque sin pintar. El escote era digno de mención. ¡Tenía que dejar de mirarla como un adolescente!

–¿Has echado una ojeada?

–¿Cómo? –la mirada de Jett se tiñó de culpabilidad hasta que comprendió que se refería al telescopio–. No.

–¿Por qué no?

–Porque… ¡Oye! No subas ahí arriba así.

De una zancada estuvo a su lado, sujetándola. El contacto le provocó una descarga en el brazo.

–¿Así, cómo? –Olivia lo miró con ojos desorbitados. Sin duda, ella también lo había sentido.

–Con esos tacones –Jett retiró la mano bruscamente–. Te romperás el cuello.

–Solo si… –uno de los tacones se enganchó en el peldaño–. Vaya, ya veo a qué te referías.

–¿Por qué no…? –él sacudió la cabeza.

–De acuerdo –Olivia se descalzó y soltó un sensual gruñido de placer que se clavó en la ya perjudicada libido de Jett–. ¡Qué alivio! –ella se los entregó por encima de la barandilla–. Aguántame esto hasta que vuelva.

–Yo… –los zapatos rojos aún conservaban el calor de los pies de la joven y olían a cuero.

Jett la vio subir. Tenía unas piernas fuertes, bien torneadas y bronceadas. Los suaves muslos desaparecían bajo el vestido. Rápidamente y sin esfuerzo, subía peldaño tras peldaño. Parecía habituada al ejercicio. ¿La mujer de un regatista?

Si él fuera el patrón de ese yate, la mantendría bajo cubierta durante todo el trayecto, para su exclusivo uso y disfrute. Desnuda y descalza. Esos pies despertaban su creatividad. Un poco de brandi y unos albaricoques maduros…

Jett volvió a sacudir la cabeza. No era momento para recetas de cocina.

Él no buscaba una mujer. Y debía recordárselo una y otra vez, porque su mente parecía haberlo olvidado. Estaba allí esperando a Breanna, su hermanastra, que estaría haciendo a saber qué con a saber quién. Debería regresar al hotel, dormir un poco. Lejos de Problemas vestida de rojo.

Lo malo era que tenía sus zapatos en la mano y no podía dejarlos ahí tirados sin más. Tampoco quería marcharse sin echarle un último vistazo. Lo cierto era que deseaba algo más que un simple vistazo. Mucho más.

Posó un pie en el primer escalón y tomó una decisión. Breanna no respondía a sus llamadas y allí arriba tenía una delicia para él solo. No necesitaba, ni quería, saber quién era. Acelerando el paso, subió la escalera con el estómago encogido y la boca hecha agua.

 

 

Olivia confiaba en que el galope de su corazón no resultara audible. Las pisadas que resonaban sobre los escalones de metal le hicieron volverse. De nuevo la visión de ese tipo la desestabilizó.

Se dirigió hacia el telescopio más grande para contemplar a los asistentes a la fiesta. Eso la mantendría distraída y le permitiría reflexionar sobre qué hacer.

Sentía la negra mirada acariciarle la espalda y la parte trasera de los muslos. El almizclado aroma masculino casi le provocó un vahído. La idea de mirar por el telescopio resultó un fracaso, pues ni siquiera sabía si estaba enfocando o no. Y en cuanto a reflexionar sobre qué hacer, lo único que se le ocurría era saborear esos labios.

–Impresionante –murmuró.

–En eso te doy la razón.

Olivia se volvió. El hombre no miraba las luces del puerto, sino a ella.

–¿Participas en la regata? –consiguió preguntar.

–Ni hablar.

–¿No te va la navegación?

– He venido por la comida gratis –Jett se encogió de hombros.

–De modo que fuiste tú el que acabó con las gambas –Olivia soltó una carcajada–. ¿Has bailado?

–No soy el ladrón de gambas –él sacudió la cabeza y sonrió– y, dado que no me lo has pedido, esta noche no he bailado.

En cambio ella, con la obsesión de explicar su proyecto benéfico a todo el que quisiera escucharla, se había matado en la pista de baile.

–No te vi…

–No llevo mucho tiempo –reconoció Jett–. De todos modos, la Macarena no es lo mío.

–¿Ni siquiera la versión navideña con sus campanillas?

–No me va la Navidad –él se acercó a la barandilla y contempló el puerto.

–¿En serio? –preguntó ella–. ¿Por el muérdago, el ponche, Papá Noel, o es algo más personal?

–En dos palabras: mercantilismo navideño –Jett se volvió hacia ella.

–No tiene por qué ser así –Olivia no se lo tragó–, a no ser que tú lo permitas.

–En cualquier caso –Jett se encogió de hombros–, ¿quién necesita muérdago? Si te apetece besar a alguien deberías hacerlo sin más, ¿no crees? –él se inclinó ligeramente hacia ella–. ¿Por qué esperar a Navidad?

–Eso dependerá de si la otra persona quiere que la besen –ella intentaba convencerse de que no lo deseaba, pero cada músculo de su cuerpo se tensó–. Un besito festivo bajo el muérdago siempre es divertido –y mucho más seguro que un rincón oscuro y apartado.

–¿Siempre? –él enarcó las cejas.

Estaba al alcance de su mano y Olivia sentía el calor que irradiaba el fornido cuerpo.

–Normalmente –se corrigió ella con una risita nerviosa–. Con unas cuantas copas, suele ser inofensivo –a diferencia del reducido espacio que los separaba.

¿Había dicho inofensivo? Era una conclusión inevitable. Ese extraño iba a besarla y ella iba a permitírselo. La excitación hacía vibrar su cuerpo como un enjambre de hormigas rojas.

–Pues convénceme de que la Navidad se merece todo este jaleo –murmuró Jett mientras le tomaba un mechón de cabellos entre los dedos.

–¿Por dónde empiezo? –Olivia se esforzaba por recuperar la compostura.

–Refréscame la memoria. ¿Papá Noel es lo mismo que Kris Kringle?

–No necesariamente –ella decidió lanzarse al vacío–. En primer lugar, y sobre todo –lo miró a los ojos a pesar de que las piernas apenas la sujetaban–, debe permanecer un secreto.

–Confía en mí, no se lo contaré a nadie –la seductora voz bañó a Olivia.

–¿Confiar en ti? Y por cierto ¿dónde están mis zapatos?

–A salvo –Jett bajó la mirada al suelo–. Me gustas descalza.

–A mí también. Resulta liberador.

Un extraño brillo asomó a la mirada de Jett y Olivia tuvo la sensación de que le estaba chupando los dedos de los pies uno a uno–. ¿Serás mi Papá Noel?

–Por ti –él le deslizó un dedo por el escote a la joven–, podría. ¿Te acuestas con alguien?

El extraño formuló la pregunta como si tal cosa. Olivia sintió una tensión jamás experimentada en el estómago y las mejillas se tiñeron de rojo.

–No creo que sea asunto tuyo –la confusión se mezcló con irritación ante tanta arrogancia.

–Lo es si voy a besarte tal y como me gustaría hacerlo –los dedos se deslizaron hasta los labios de Olivia.

De inmediato, ella sintió arder esos labios y la tirantez del estómago se transformó en un nudo. ¿Qué tenía ese hombre que le hacía perder todo sentido de precaución?

Estaba claro que sufría enajenación mental transitoria.

Con los años se había acostumbrado a que los hombres la acusaran de ser intimidante o cerrada. Todo su tiempo y energía se lo habían llevado Snowflake y sus estudios, y no le había quedado tiempo para nada más, sobre todo para relaciones fugaces y esporádicas. Tenía cosas más importantes que hacer, como ayudar a las personas con enfermedades terminales.

Pero era Nochebuena y la locura transitoria la había golpeado de lleno, pues lo único en lo que podía pensar era en besar esos labios. Solo por esa noche.

–Cuando una mujer me dice que no es asunto mío –Jett la observaba como si le leyera el pensamiento–, suele querer decir que desea que la bese, independientemente de con quién se esté acostando.

–Es evidente que no me acuesto con nadie. De lo contrario no estaría aquí hablando contigo –espetó ella airada–. Y si crees que soy de esa clase de mujer, tienes muy mal gusto y nosotros nada en común.

–Al contrario, tengo muy buen gusto para las mujeres. Si no te creyera, no volverías a verme.

–De acuerdo –Olivia se relajó un poco. Más o menos–. Porque quiero… quiero que me beses.

–Me alegra haberlo aclarado –él enrolló otro mechón de sus cabellos entre los dedos.

–Yo también.

–¿Dónde estábamos?

–Papá Noel –ella se humedeció los labios.

–Ah… –un diablo sonriente asomó a los ojos negros mientras Jett deslizaba las manos por los brazos de Olivia.

–Lo malo es que tienes más aspecto de pecador que de Papá Noel –ella se estremeció.

–¿Y cuál de los dos prefieres que sea? –susurró Jett con los labios casi pegados a los de ella.

Capítulo Dos

 

Ese tipo leía la mente, pues no dudó de que preferiría el pecado. El masculino cuerpo se endureció contra el suyo mientras los dedos se cerraban en torno a su brazo. Olivia percibió unos reflejos dorados en el iris negro, y vio su propio deseo reflejado en ellos.

Que Dios la ayudara, pues lo que necesitaba aquella noche era experimentar algo malo y salvaje. Quería lanzarse a las negras profundidades y rendirse a la promesa de placer que leía en ellas.

Salvo que el escenario, producto de sus más íntimas fantasías, se había vuelto real y todo estaba sucediendo a velocidad de vértigo.

–Espera –Olivia apoyó una mano en el torso del hombre, duro como el acero, pero cálido y acogedor–. Espera.

–¿Todo bien? –él se apartó ligeramente–. Porque si no…

–Estoy bien –ella respiró hondo–. Muy bien –al menos lo estaría cuando pudiera acompasarse al ritmo de ese dios, endemoniadamente atractivo, que tenía enfrente.

–Te diré una cosa –continuó él–. ¿Por qué no…?

–Eso es ¿por qué no…? –Olivia le rodeó el cuello con la boa y tiró con fuerza de los extremos.

Los ojos negros emitieron un destello de sorpresa cuando Olivia se puso de puntillas y lo besó.

Desde luego ese hombre sabía besar. Mientras sus labios se fundían, ella estuvo casi segura de oír un chisporroteo. La chispa surgida entre ellos desde que se habían mirado por primera vez estalló en un incendio en la parte más baja de su estómago, enviándole oleadas de excitación por todo el cuerpo.

–¿Te gusta tener el control, cielo? –una sonrisa pícara asomó a los labios de Jett.

En otra circunstancia, oírle decir «cielo», la habría irritado, pero no tuvo tiempo, porque los masculinos labios ya estaban sobre los suyos. Violentos, mágicos, irresistibles.

Decidida a no quedarse atrás, Olivia igualó el entusiasmo del joven y se apretó contra él arqueando la espalda. El sabor masculino llenó su boca a medida que los alientos se mezclaban y las lenguas se encontraban en una sensual danza.

Ese hombre sabía a riqueza, poder y persuasión, peligro, y una fuerza de voluntad equiparable a la suya propia. Por primera vez en su vida se preguntó si un hombre, ese en concreto, podría ser demasiado para ella.

Sin embargo, no era más que un inocente flirteo en un balcón. Y la Nochebuena era propicia para locuras y caprichos.

Con gran avidez, ella exploró su cuerpo. Músculos de acero y áspero vello que asomaba por el cuello desabrochado de la camisa. Ese hombre era un regalo y ella una niña el día de Navidad.

Jett también tenía las manos ocupadas. Cálidas y firmes, se deslizaron por la espalda de Olivia. Ella sintió un escalofrío cuando le bajó la cremallera, lo único que la separaba de la desnudez, salvo por las braguitas rojas.

En un balcón a escasos metros de cientos de personas.

Con un desconocido.

Quizás había llegado el momento de vivir peligrosamente.

–Lo sabía –Jett consiguió, a duras penas, despegar los labios de los de la mujer–. ¿Ha sido un estremecimiento de placer y anticipación o necesitamos el muérdago?

–Decididamente no necesitamos muérdago –ella sonrió y le ofreció una mirada chispeante.

–Menos mal, porque no tenía ni idea de dónde encontrarlo.

–¿Por qué has dicho «lo sabía»?

No había sido su intención decirlo en voz alta, y culpó de ello a un duro día de trabajo después de una larga noche. Deslizó las manos por el femenino cuerpo y se detuvo en las caderas.

–Me refería a que eres una refrescante sorpresa para el final de un aburrido día.

–¿Nada de problemas? –Olivia posó las manos sobre las de él.

–Problemas enormes –él frotó la nariz contra la suya.

–Viviré con ello –impenitente, ella rozó los labios de Jett con los suyos–. ¿Y tú?

–Mmm –Jett chupó los dulces labios. Sabían a fresa, piña y un toque de vodka–. Yo también –murmuró antes de probar otro poco.

La erección pulsaba dolorosamente como si se tratara de la primera vez. La cabeza le daba vueltas, ebria del olor de su piel, sus cabellos y el modo en que se frotaba contra él. No era la falta de sueño lo que lo volvía loco, era ella.

La locura estaba bien, tanto como los cálidos labios de esa mujer. Había trabajado sin descanso durante meses y había llegado el momento de cambiar de ritmo.

–Quizás al final esto de la Navidad tenga su atractivo –murmuró él al oído.

–Desde luego –ella sonrió y le rodeó el cuello con los brazos. Olía a albaricoque y pepino.

Jett soltó un gruñido y la empujó contra la pared. Impaciente, se apretó contra ella sin molestarse en tomar siquiera un minuto para admirar la belleza pelirroja de la complaciente desconocida. Olivia reaccionó basculando las caderas y emitiendo un pequeño gemido de rendición, clavándole las uñas en los hombros.

–Sí, cielo, tengo lo que quieres –le deslizó una mano hasta la nuca y continuó saboreando las delicias de sus labios. La otra mano cubrió un pecho y jugueteó con el endurecido pezón.

Un nuevo gemido escapó de los labios de Olivia animando a Jett a sustituir la mano por su boca. A través de la seda del vestido, mordisqueó el pezón antes de introducirlo en la boca y chupar. El placer de esa mujer era su tortura, pues allí no podía hacerlo.

Jett contempló los ojos azules teñidos de deseo mientras deslizaba el vestido hacia arriba.

–Te gusta lo que te hago.

Ella apretó los labios, aunque no pudo contener un suave gemido.

–Hay más –le prometió él mientras sus dedos exploraban la cara interna de los muslos.

Olivia miró hacia la escalera.

–Nadie va a subir aquí –le aseguró él.

Ella lo miró con ojos desorbitados y expresión incrédula antes de dejar caer los brazos.

Jett sintió una oleada de satisfacción. Ya era suya. Al menos lo sería antes de que acabara la noche.

–Oye –murmuró él, describiendo pequeños círculos con los dedos–. Elegiste al pecador. Colabora.

–Yo… –Olivia sacudió la cabeza.

–Buena decisión –los dedos de Jett encontraron la ropa interior de raso. Estaba húmeda y caliente, y supo que casi había alcanzado su objetivo.

Pero de repente la mujer se tensó y empezó a mordisquearse el labio.

–¡Es Navidad! –la animó él.

–Pero…

–Muy bien, olvida al pecador –él acalló sus protestas con un lento beso hasta que la sintió rendirse de nuevo–. Jugaremos a Papá Noel y no hará nada que tú no quieras. Tú mandas.

¿Mandar? Olivia se habría reído de no estar cegada por el deseo y una urgencia que no había experimentado jamás.

Tomar esa copa había sido un error. En circunstancias normales, debería haber sido capaz de controlarse. Nunca había tenido problemas para resistirse a un hombre, pero ese no era un hombre cualquiera. Era un diablo, persuasivo y muy listo. Tenía las manos dentro de sus braguitas, tocándola, excitándola con el más ligero roce sobre sus partes más delicadas. En cualquier momento iba a estallar en pedazos y jamás volvería a ser la misma.

–Llega para mí –la voz que le susurraba al oído transportó a Olivia a paraísos inexplorados.

La música de Coldplay le hizo regresar a algo parecido a la realidad. Brie. Con manos temblorosas, sacó el móvil del bolso. Su amiga le sonreía desde la pantalla.

–A buenas horas llamas –Olivia frunció el ceño.

–¿Una emergencia? –Jett se detuvo, aunque sus manos permanecieron dentro de las braguitas.

–No lo creo, pero…

–Pues deshazte de quien quiera que sea.

–No –el tono autoritario de ese hombre le irritó. Por tentador que le resultara, no podía, no quería, ignorar a su amiga–. Tengo que contestar.

Olivia intentó infructuosamente apartar las manos del joven, y al final consiguió contestar la llamada.

–Hola –saludó casi sin aliento, luchando con todas sus fuerzas para no retorcerse contra las manos que seguían en sus braguitas–. ¿Todo bien?

–Genial. ¿Por qué has tardado tanto en contestar?

–Yo… –Brie no era la única que se sentía genial. ¡Qué demonios!–, estoy siendo seducida por un hombre vestido de negro. Mi Papá Noel pecador.

–Es cierto –susurró él.

Olivia apretó los labios con fuerza para no sonreír y gritar al mismo tiempo.

–Bueno –tras una pausa, Brie reanudó la conversación–. Siento haberme retrasado, pero ya estoy aquí. ¿Sigues en la fiesta? Te he buscado por todas partes.

–Sí… –¡Dios mío!, ese hombre estaba haciendo cosas increíbles con el pulgar.

Era imposible mantener una conversación coherente en esas circunstancias. Los dardos de placer se le clavaban por todo el cuerpo.

–Sigo… aquí. Ya… te lo dije.

–¿Dónde? –preguntó Brie con impaciencia.

–Ahora mismo no soy buena compañía.

–No estoy de acuerdo –murmuró Jett contra sus pechos.

–¿Qué? –la voz de su amiga sonaba confusa–. ¿Estás con alguien?

–Debe ser… –una brisa refrescó ligeramente el infierno desatado en su interior mientras el Papá Noel pecador asumía el control y la llevaba a la cima del placer y el deseo.

–¿Qué has querido decir? Ken espera. Quédate donde estás, voy a buscarte.

–No, ya voy yo.

Era justo lo que iba a hacer. Una ráfaga de chispas estalló ante ella y la mano que sujetaba el teléfono se deslizó por un costado mientras el mundo se retiraba ante la inminencia del tsunami.

De su garganta surgió el sonido, parte súplica, todo placer, mientras coronaba la cima y se lanzaba al vacío.

Un suspiro escapó de sus labios. Apretándose contra el fornido cuerpo del joven y la espectacular erección, Olivia descendió lentamente a tierra. No es que fuera virgen, pero ningún tipo le había hecho algo así jamás.

Esas caricias habían transformado a una mujer racional, disciplinada y sensata en un ser tembloroso, fuera de sí. En alguien a quien no reconocía.

Olivia echó la cabeza hacia atrás y lo miró, grabando las facciones en su mente antes de besarse los dedos y tocarle el rostro.

–Feliz Navidad.

–Olivia –de alguna parte cerca del codo izquierdo, ella oyó la voz de Brie–. ¿Estás borracha?

–No –solo que no era ella misma. Sin apartar los ojos del extraño, se llevó el móvil a la oreja–. Te veo en el aparcamiento. Dame dos minutos.

Colgó la llamada y empezó a alejarse de él. Recuperada la cordura, solo quería estar sola y pensar en lo que acababa de hacer. Lo que él acababa de hacer. «¡Por Dios!». Los músculos se le contrajeron al recordarlo. Ella no practicaba sexo casual en un balcón. No sabía qué decir.

–Gracias –fue la opción ganadora.

–¿Ya está? –el extraño la agarró del brazo–. ¿Gracias?

–Sí. ¿Qué más quieres que te diga?

–¡Aún no hemos terminado! –rugió él.

Ella desvió la mirada, sintiéndose floja ante el magnífico despliegue de masculinidad que tenía delante. Una pena que no fuera a disfrutarlo en toda su magnitud.

–Lo siento. Lo siento de veras –«ni te imaginas hasta qué punto»–, pero mi amiga espera.

–Entonces date prisa –el hombre permaneció quieto, con expresión peligrosamente imperturbable–. Y ten cuidado con los escalones.

Olivia sintió un escalofrío recorrerle la nuca, aunque sabía que no había sido una amenaza, sino una advertencia. No sabía si disimulaba la irritación que le producía su separación, sin siquiera saber sus nombres, o si sentía alivio de que solo se hubiera tratado de un revolcón navideño.

Coldplay volvió a sonar.

–Treinta segundos, Brie –contestó Olivia–. ¿Ya te has reunido con Jett? –se sentía orgullosa del tono casual del que había impregnado la pregunta.

–Olvida a Jett –contestó su amiga–. Sin duda se ha olvidado de mí. Ya encontrará el camino.

Olivia aflojó la marcha al ver a Brie dando vueltas junto al coche. Su amiga ya la había visto. Alzando una ceja, le dedicó una sonrisa burlona, sin duda ante el aspecto arrebolado que presentaba.

–Vamos.

–¡Papá Noel pecador! –su amiga no se movió del sitio–. No exagerabas ni un poquito.

–Es Navidad –Olivia corrió al coche–. ¿A qué esperamos?

–Menudas prisas –Brie la contempló detenidamente–. Cenicienta solo perdió un zapato.

–Da igual. Gracias, Ken –murmuró al chófer mientras entraba descalza en el coche–. Solo son un par de zapatos.

Su amiga la siguió y Ken cerró la puerta. Brie pulsó un botón para subir la mampara y el coche arrancó.

–¿Dónde está el resto de mi boa? –preguntó mientras le quitaba una pluma pegada al hombro.

–He captado el tonito en tu voz, Brie –Olivia cerró los ojos, pero solo consiguió ser más consciente del tumulto desatado en su interior–. Y te advierto que así no conseguirás nada.

–Las mejores amigas lo comparten todo.

–No hay nada que compartir –las mejillas de Olivia se incendiaron–. Nada de nada.

–¡Claro, y yo me lo creo! –exclamó su amiga–. ¿Nada de nada?

–Bueno, no mucho.

–¿No mucho?

–No. Sí. No. Da igual.

–¿Cómo se llama? ¿Volverás a verlo?

–A las dos preguntas, no.

–Oh –Brie parecía defraudada.

–Y aunque supiera su nombre, no te lo diría. Además, tú no me has hablado de Jett.

–Jett es mi hermano, no mi amante. Y si tanto te interesa, no he hablado nunca de Jett porque me pidió que no lo hiciera.

–¿Por qué? Espero que no haya hecho nada malo. ¿Ha estado en la cárcel?

–No –su amiga rio–. Nada de eso. Pero es conocido.

–¿Es un famoso? De serlo, lo conocería.

–Livvie, has estado tan centrada en tus estudios y tu trabajo y montando Snowflake, que lo dudo. En el fondo lo que quieres es desviar la conversación de ti.

–Te lo he dicho. De acuerdo, no te lo he dicho –ella bajó la ventanilla del coche–. No… pero él… yo… –sin poder evitarlo, sonrió–. Fue toda una experiencia orgásmica.

–¡Vaya!

–Completamente –de repente, Olivia sintió una opresión en el pecho que descartó de inmediato–. Papá Noel pecador solo existe en Nochebuena. Desaparece a medianoche y… –consultó el reloj–, ya es más de medianoche.

Oficialmente era Navidad. Si el misterioso hermano aparecía, se suponía que iban a comer con él, y si no aparecía, estarían tan ocupadas los siguientes días que Brie no podría contactar con él.

–¿No has tenido noticias de Jett?

–Me envió un mensaje diciendo que iba de camino a la fiesta –Brie se encogió de hombros–. Desde entonces, nada.

–¿Sabe que participas en la regata?

–Sí. Dado que iba a venir a Sídney de todos modos, le sugerí celebrar juntos la Navidad. Quizás no haya sido tan buena idea.

–Aparecerá, Brie. Y me muero de ganas de conocerlo.

 

 

Jett contempló la huida de la joven, cabellos rojos al viento, aliviado por no haber ido más lejos. Sin embargo, la noche no habría podido ser más caliente si no hubiera descubierto de quién se trataba. Acomodó la protuberante hinchazón que aún tardaría un buen rato en bajar.

Problemas con ropa interior color fresa. Envolviendo los deliciosos pechos.

Se quitó la boa de plumas que seguía rodeándole el cuello y la guardó en el bolsillo del pantalón. Olía a su piel. Albaricoques y pepino.

Había estado a punto de seguirla para devolverle los zapatos, para persuadirla. Seguro que en alguna parte del mundo seguía siendo Nochebuena. Entonces, le había oído pronunciar su nombre.

Había estado tonteando con la amiga de Breanna.

Una árida carcajada escapó de sus labios. ¿Cuáles eran las probabilidades? Asomado al balcón, escudriñó el aparcamiento. Allí estaba. Breanna. Y no tuvo que esperar mucho para ver los rojos cabellos ondear al viento y desaparecer dentro del coche.

Jett necesitaba enfriarse un poco. Cinco minutos. Esa mujer no tenía ni idea de quién era. Podría haber disfrutado una velada con alguien que no estuviera con él por su nombre y fama.

La amiga de Breanna.

Sexy.

Disponible.

Mala idea.

Frunció el ceño con la mirada fija en la pared contra la que ella se había descompuesto bajo sus caricias, el vestido subido, los muslos temblorosos y los gemidos de placer inundándolo todo. El olor de su excitación permanecía en el ambiente. Tendría suerte si conseguía dormir esa noche.

En cuanto la había visto, había sabido que solo le generaría problemas.

Pero, y no pudo evitar sonreír, los problemas nunca se le habían presentado en un envase tan atractivo.