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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Linda Lucas Sankpill

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Amores perdidos, n.º 1227 - septiembre 2014

Título original: Secrets, Lies… and Passion

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4691-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

 

Portadilla

Créditos

Sumário

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Publicidad

Prólogo

 

En aquella noche estrellada de Texas, una cálida brisa de verano tranquilizaba los sentidos de Sorrels y también enfriaba su piel caliente. Era la víspera mágica para una boda perfecta.

Reid se puso de lado, recorriendo con el dedo la cadera desnuda de la mujer que amaba y con la que se iba a casar al día siguiente. Con sus veinte años, Jillette Bennett era todo lo que Reid, a sus veinticuatro, podía desear y necesitar. Ella era la primera cosa en la que pensaba nada más despertarse y la última antes de acostarse. Era parte de él, su mejor parte. Cuando la miraba, podía ver su propia vida y su futuro, sus hijos y los hijos de sus hijos, una unión infinita de amor y confianza.

Él miró el reloj despertador en la mesita de noche y la abrazó contra sí una vez más.

—Es medianoche... el día de nuestra boda, Jill. ¿De verdad no crees que trae mala suerte que el novio vea a la novia antes de la ceremonia?

—No, tonto. Eso es una vieja superstición, además, lo que trae mala suerte es ver el vestido. No tiene nada que ver con lo que acabamos de hacer —dijo ella dándole un beso en el cuello.

Aunque solamente hacía veinte minutos que habían hecho el amor, el sexo de Reid se excitó una vez más. Nunca tendría bastante de aquel duendecillo de pelo negro que había cautivado su alma. Gracias a Dios, se acababan de graduar y les esperaban tres semanas de luna de miel antes de ponerse a estudiar para el examen de entrada al Colegio de Abogados. Confiaba en que su cuerpo aguantase tres semanas haciendo el amor sin descanso. Juntos eran increíblemente ardientes.

Él alargó la mano para cubrir el pecho de ella, le acarició el pezón y sonrió cuando consiguió ponerlo duro. Ella gimió de placer y se apretó aún más contra él.

—Me deslumbras —dijo él con la voz ronca—. Eres tan sensitiva y tan inhibida. No puedo dejar de tocarte.

—Pues no lo hagas, has sido mi primer amante y... —ella se puso sobre él y besó su pecho.

—Serás la mejor y la única. Todo lo que sé sobre el amor procede de estar contigo. Quiero que esta felicidad dure y dure para siempre.

El cuerpo de ella se estremeció cuando él acercó la boca hasta su pecho, cuando la punta mojada de la lengua se fundió contra su piel.

—Las cosas ocurren cuando tienen que ocurrir —murmuró él contra el pecho de ella—. Ahora me tengo que ir. Necesitas dormir, tenemos un largo día por delante.

—No, todavía no. Quédate un poco más, ¿por favor? —dijo ella estirando el brazo hasta alcanzar su erecto sexo y pasando la uña sobre su punta palpitante consiguió perderle.

Él se puso encima y con un solo movimiento la penetró. Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás. Pronunciando su nombre, la totalidad de su cuerpo se ciñó alrededor de él.

Ella alcanzó el clímax deliciosamente moviéndose contra él una y otra vez hasta que él se desplomó dentro de ella.

Media hora después, Reid se levantó dejando a la novia durmiendo. De puntillas bajó las escaleras en dirección a la puerta principal de la casa de su futuro suegro. Se sorprendió cuando vio al primo de Jill, Travis, de pie y a oscuras al final de la escalera. El ensayo de la boda había terminado hacía horas. Parecía como si Travis hubiera estado esperando allí, durante un buen rato, para hablar con él. Reid se preguntó qué sería tan importante.

—¿Travis? ¿Qué pasa?

Aunque se habían pasado la vida compitiendo por todo, Travis Bennett había sido siempre su mejor amigo. De hecho, muy pronto se convertirían en socios en la firma de Bennett y Bennett, que por supuesto cambiaría de nombre para llamarse Bennett, Bennett y Sorrels.

—¡Hola! Un ensayo estupendo, ¿eh? —dijo Travis acercándole un vaso de whisky—. ¿Tienes un momento para ver a mi tío? Tiene algo que decirte.

Reid le notó nervioso y lo miró con detenimiento.

—¿Pasa algo malo? ¿Está tu padre con él?

Travis movió la cabeza.

—No, papá se fue hace ya un rato. Tu futuro suegro, mi ilustre tío Andrew, está todavía trabajando en su estudio. Te está esperando, ve con él, yo estaba a punto de irme —dijo Travis asintiendo ligeramente y saliendo por la puerta.

Los padres de Jill y Travis eran hermanos y también socios en una mediana firma de abogados. Andrew Bennett, el padre de Jill, había llegado a la pequeña ciudad de Rolling Point, a veinte millas de Austin, hacía más de treinta años para trabajar. Unos años después el hermano de Andrew, Joseph, había conseguido su título de abogado y se había ido con él para formar su propio bufete. Con los numerosos delitos ocurridos en los suburbios, ellos pronto habían tenido más trabajo del que podían hacer. En pocos años elevaron su negocio a un nivel más que decente.

Reid había comenzado a pensar en Andrew casi como en un padre adoptivo. El suyo era un distante y frío trabajador de la industria petrolera local, pero ellos dos nunca habían visto las cosas de la misma manera. Incluso en aquel momento no habían sido capaces de ponerse de acuerdo en la celebración de la boda. El padre de Reid no asistiría a la ceremonia.

Bueno, aquello no importaba ahora, la idea de que Andrew quisiera hablar con él, hizo que Reid sonriera. El padre de Jill representaba todo lo que Reid quería llegar a ser, ambicioso, un abogado competente y un adorable y cariñoso marido y padre.

Reid encontró la puerta del estudio entreabierta. La empujó y se dispuso a entrar, pero se detuvo al oír voces. Obviamente Andrew tenía compañía y Reid no quería molestarlo. Fuera lo que fuera lo que Andrew quisiera contarle podría esperar hasta el día siguiente.

No, un momento, al día siguiente iba a estar muy ocupado, no tendría tiempo para nada. Reid decidió quedarse y esperar a que quien estuviese con Andrew se fuese rápidamente.

De pronto las dos voces subieron considerablemente de tono. La voz enfadada de Andrew era muy fácil de distinguir, pero la voz de la otra persona era irreconocible. La curiosidad de Reid fue en aumento, se echó un poco hacia delante intentando oír mejor la conversación.

—Nuestro trato es privado, solamente entre nosotros dos —dijo con tono beligerante el desconocido—. Es imperativo que nadie nunca sepa nada sobre esto... o sobre mí.

—Pero mi hermano... y Sorrels, el prometido de mi hija. Podría sernos de gran ayuda.

Al escuchar que mencionaban su nombre, Reid se inclinó un poco más.

—Mira —continuó con voz fuerte el desconocido—, mis socios insisten en que el trato permanezca secreto. No les iba a gustar nada un cambio en los planes.

El sonido de una silla desplazarse sobre la alfombra hizo saber a Reid que la conversación estaba a punto de terminarse. La voz enfadada se transformó en un desafiante murmullo.

—No juegues con nosotros, si lo haces no vas a vivir para arrepentirte.

Asombrado y asustado por la seguridad de su suegro, Reid perdió el equilibrio, pero antes de que los otros lo viesen, se escondió detrás de la puerta. Desde allí pudo oír el sollozo de Andrew. Aunque lo intentó, Reid fue incapaz de ver la cara del desconocido.

Capítulo Uno

 

Verano, diez años después.

 

Jill Bennett se quedó mirando a la gigantesca y dorada lámpara que colgaba del salón de baile del Hotel Hyatt en Austin. En silencio se pedía paciencia. La mujer de pelo cardado y grandes pechos que estaba con ella, no paraba de hablar con aquel duro acento del oeste de Texas, pero teniendo en cuenta que se trataba de una de las mayores contribuyentes de su partido, era imposible que Jill pudiera evitarla

—Cariño —continuó la mujer mientras llenaba un panecillo con una cucharada enorme de caviar—, deberías dejar que os prepare, a ti y a Billy, una despedida de solteros —se metió el panecillo en la boca, pero siguió hablando— al estilo de Texas.

Jill no podía entender muy bien lo que ella estaba diciendo porque hablaba con la boca llena de comida, pero continuó hablando mientras se llenaba de migas.

Jill asintió y aprovechó el momento en que la mujer se acercó a la mesa donde estaba la comida para dar una vuelta alrededor de la escultura de hielo, de doce pies de altura que decoraba el bufete, y alejarse a una esquina un poco más tranquila.

Mirando los destellos que desprendía el diamante de dos quilates del anillo que llevaba en el dedo, Jill se tragó las ganas que tenía de gritar. ¿Cómo Bill Balding se atrevía a ponerle un anillo de compromiso en el dedo en aquella sala, llena de contribuyentes, sin avisarla de ante mano? ¿En qué estaría Bill pensando? Era el político más importante del momento. Ella lo miró desde el otro lado de la sala repleta de gente. Estaba estrechando la mano con el gobernador, aceptando felicitaciones por su recién anunciado compromiso de todo el mundo. Con su pelo rubio peinado hacia atrás, su traje de diseño y con aquella corbata cara, Bill era la viva imagen de político perfecto. Era el fiscal general de Texas más mimado de la prensa, si todo saliese bien, sería el siguiente en ocupar la mansión del gobernador. Pero, ¿por qué el hombre, que le había jurado su amor en privado, había elegido una impersonal, abarrotada y ruidosa fiesta benéfica para anunciar su compromiso cuando ni siquiera ella le había dicho todavía que sí? Moviendo la cabeza, ella intentó deshacerse de la idea de que todo aquello había sido un truco político. ¿Podría de verdad Bill caer tan bajo?

—Enhorabuena, Jill —su primo Travis, convertido en senador y, además, socio suyo en Bennett y Bennett, se acercó hasta ella y le dio un beso en la mejilla—. Espero que seas muy feliz.

—¡Uh!

Ella no sabía qué decir. Se había figurado que Bill se declararía tarde o temprano, pero su corazón se negaba a pensar en una respuesta. Bill había sido un buen amigo y el hijo de Jill, Andy, parecía que se llevaba muy bien con él. Aunque en un principio, cuando Jill lo besó se sintió muy cómoda, no experimentó ni rechazo ni repulsión, pero tampoco amor o pasión. Había sido como besar a un hermano o incluso a Travis.

Su primo Travis, un joven increíblemente atractivo, aunque tenía muchas obligaciones, le acercó una copa de champán. Ella se fijó en que tenía los ojos cansados, quizá se tratase del estrés de dirigir el bufete de abogados de la familia junto con sus labores de legislador estatal. Ella sonreía al pensar en cuántas veces había deseado que hubiera sido su hermano.

—Aún no le he dado una respuesta, Trav —dijo Jill suspirando—. No estoy muy segura de... —hecha un lío dudó un instante. Se echó hacia atrás, dio un sorbo a su copa y se quedó mirando los eléctricos ojos azules de su primo. Ella los tenía del mismo color. Desde la muerte de su padre y la embolia de su tío, Travis había sido el gran apoyo en su vida.

—Ya hemos hablado de esto —dijo Travis razonablemente—, necesitas un marido y Andy necesita un padre. Ayudarás a que Bill salga elegido, ¿qué más necesitas?

—Eso no son razones suficientes para casarse —dijo Jill dejando la copa en la bandeja de un camarero que pasaba a su lado—. Después de todo, yo también ayudé a que tú salieses elegido. Si tú no estuvieses casado, ¿esperarías a que me casase contigo también?

Él movió los ojos en señal de frustración.

—Muy graciosa. Ya sabes que te quiero, Jill. Me preocupo por tu bienestar. ¿Por qué no te tomas un par de días y lo piensas tranquilamente?

Ella se quedó en silencio unos instantes y finalmente asintió con la cabeza.

—Está bien, Trav. No voy a tomar ninguna decisión sin antes haberlo pensado cuidadosamente —dijo ella.

—Esa es mi chica —dijo Travis alargando el brazo y dándole un abrazo—. Tengo algo más que decirte.

Ella se quedó preocupada al ver la cara de su primo. Dio un paso hacia atrás y se quedó mirándolo.

—No se trata sobre nuestro negocio, ¿verdad? —porque si lo fuera podría esperar hasta el día siguiente.

—No. No se trata de negocios —dijo Travis mirando hacia sus relucientes zapatos.

Aquello sí que preocupó a Jill, la indecisión no era el estilo de su primo, ¿qué pasaría?

Finalmente Travis levantó la mirada hacia ella.

—He traído a alguien conmigo esta noche. He pensado que no te molestaría o que incluso estarías tan ocupada que no te darías ni cuenta —dijo él.

—Travis, ¿de qué demonios estás hablando?

—¡Hola, Jill!

Aunque Reid no hubiera aparecido delante de ella en aquel momento, habría sido capaz de reconocerle solo por el tono de su voz. Ella había estado escuchando aquella profunda y resonante voz en sus sueños y pesadillas casi cada noche en los últimos diez años.

Y ahora... ahí estaba. Se lo quedó mirando. Tenía el mismo tamaño que el hombre que recordaba, pero físicamente nada más le era familiar en él. Su pelo, antes castaño y suave, ahora tenía reflejos plateados haciéndole parecer mayor que los treinta y cuatro años que ella calculaba que tendría que tener. Ya no tenía aquel cuerpo delgado y estilizado, propio del final de la adolescencia, ahora tenía un cuerpo musculoso. Tenía enfrente a un auténtico adulto. Se tomó unos segundos en estudiar su cara. La bonita nariz y la mandíbula cuadrada que ella recordaba besándola tiernamente, habían sido sustituidas por unos rasgos toscos y fracturados. El chico que le había robado el corazón ya no existía, en su lugar había un hombre de considerable poder y personalidad.

Ella intentó controlar el descontrolado latido de su corazón.

—Reid —dijo ella con voz chillona.

—Sí, he vuelto en el peor momento —dijo él tomándole la mano entre las suyas. Jill recibió una descarga eléctrica a lo largo de su brazo y directamente en su alma—. Estás maravillosa, Jill. El tiempo ha sido muy generoso contigo.

Reid la observó detenidamente.

—Bueno, supongo que aparecer en el peor momento es mejor que desaparecer en el peor momento posible —dijo ella con una sonrisa falsa.

Involuntariamente ella intentó bruscamente liberar su mano. Le estaba costando mucho, él nunca sabría cuánto, permanecer frente a él manteniendo la calma.

Él, por su parte, no hizo ni caso a los intentos de ella por liberarse y no la soltó.

—Enhorabuena por tu compromiso. Te pido disculpas si te he arruinado tu gran noche, pero Travis me dijo que iba a ser una fiesta para los miembros del Parlamento de Texas y que vendrían algunos de nuestros antiguos compañeros de facultad. No se molestó en decirme que tú estarías aquí y lo que iba a suceder —dijo Reid mirando a su amigo.

Jill estaba tan absorta en sus ojos que casi no escuchó nada de lo que dijo. Aquellos ojos seguían siendo tan oscuros e intensos como los recordaba, incluso más. Él soltó finalmente su mano.

—No es culpa de Travis, ninguno de nosotros sabía lo que iba a pasar... excepto Bill, por supuesto —contestó ella.

—Perdonadme los dos, pero acabo de ver a unos votantes con los que tengo que hablar —interrumpió de pronto Travis—. Reid, te buscaré cuando esté listo para irme. Hablaré contigo por la mañana, Jill —dijo Travis antes de desaparecer entre la multitud repartiendo apretones de mano con su encantadora sonrisa.

Reid estaba furioso con su amigo de la infancia. ¡Maldito Travis! ¿Cómo no le había dicho que Jill estaría allí? Todo lo que Travis le había contado sobre la fiesta era que estaría llena de buenos contactos.

Como agente especial del FBI al mando de la operación Rock-A-Bye, Reid había vuelto, un tanto reticente, a su ciudad natal. Ostensiblemente para asistir a la reunión de antiguos alumnos de su Facultad de Derecho y para pasar unos días con su madre y sus amigos, pero en realidad aquel viaje era una tapadera.

Reid esperaba, de una manera o de otra, dar finalmente con el cerebro de una banda internacional de tráfico de menores. Las pistas que tenía le habían conducido hasta el Parlamento Estatal de Austin. Aquella fiesta era perfecta.

Durante años había estado tras la pista del bastardo que había arruinado innumerables vidas a ambos lados de la frontera. Hacía unos meses, un agente especial había identificado a uno de los mediadores en la banda. Durante el interrogatorio aquel hombre había admitido que no conocía a sus jefes, pero había dicho que sus contactos estaban localizados en Austin, y definitivamente aquella gente pertenecía a la política.

Reid no había vuelto a Rolling Point ni una sola vez en diez años. Ni siquiera cuando murió su padre. Durante aquellos años había conseguido evitar cualquier pensamiento sobre su hogar, sobre todas las oportunidades que había perdido y sobre sus decepciones. No quería estar allí en aquel momento, pero era el mejor hombre para hacer aquel trabajo. Un tercio de sus antiguos compañeros de la universidad trabajaban, de una u otra manera, para el gobierno. Todos recordarían su nombre, él podría tener acceso a cosas que ningún otro agente, implicado en la operación Rock-A-Bye, podría tener.