Tesa Arranz

 

Para empezar a saber quién es Tesa Arranz quizás haya que buscar en Youtube algún vídeo de los Zombies, ese grupo de la movida madrileña liderado por Bernando Bonezzi y cuyo gran éxito fue la canción Groenlandia. Tesa es esa hermosa joven que baila de forma surrealista, salvaje y anárquica.

En esa época se codeó con todos los grandes personajes que dieron nuevos aires de libertad en la España posfranquista, como Antonio Vega, Alaska, Almodóvar o Mecano. Muchos se atreven a decir que es la auténtica musa de la movida madrileña, un período que vivió los excesos con las drogas y que, por desgracia, se llevó a muchos otros genios por delante.

Con una sensibilidad artística fuera de lo común, Tesa, tras alejarse de ese alocado mundo, se refugió en la pintura y la escritura. Volvió a su Valencia natal y, entre cuadro y cuadro (en su mayoría, retratos de extraterrestres), ha escrito poesía y varias novelas, todas inéditas. Hasta la fecha, pues al fin se atreve a mostrar al público una de sus obras literarias con tintes autobiográficos.

 

«Me muero de ganas porque se acerque un platillo volante a mi ventana y salgan sus tripulantes y me lleven con ellos. Adoro a los extraterrestres. Es un amor que se ha hecho cada vez más fuerte según ha pasado el tiempo. La verdad es que he sido una marciana toda mi vida. Este mundo siempre me ha parecido algo extraño, ajeno a todas mis emociones. A lo mejor por eso me dejé llevar de aquella manera».

También ha hecho
posible este
libro

 

 

Armando Jiménez, «La mujer barbuda»

 

Sevillano del 72, diseñador, músico y disc-jockey ocasional, Armando Jiménez fundó junto a Davis R. el colectivo artístico «La mujer barbuda». Armando lleva trabajando más de quince años en el mundo del diseño y la creación audiovisual. Uno de sus últimos trabajos premiados ha sido el cartel para la 19.ª edición del Festival de cine de Málaga.

Con un síndrome de Diógenes exquisito, recopila cadáveres del paisaje urbano que conserva con cariño y que le han convertido a la postre en un celador de la estética de los 70s y 80s en nuestro país. ¿Quién mejor que él para ilustrar este libro de Tesa Arranz?

 

 

Título original: Serena a los once

Primera edición: noviembre de 2017

 

 

 

Diseño de colección y cubierta: Estudio Lápiz Ruso

Corrección: Elia Fernández

 

© del texto: Tesa Arranz, 2017

 

© de la ilustración de cubierta: Armando Jiménez “La mujer Barbuda”

© de la edición: Editorial Barrett

C/ Profesor Manuel Clavero Arévalo, 2, bloque C, 4.º D, Sevilla

www.editorialbarrett.org

info@editorialbarrett.org

 

 

ISBN: 978-84-948445-6-0

 

 

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¿Será verdad que necesito cariño?

Por Germán Pose

 

 

… Y me convertiré en un mínimo de arena

 

Decía Graham Greene que siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta que deja entrar al futuro. Y ese futuro, ese espacio-tiempo indefinido, misterioso y efervescente, que está por venir, ya latía bajo la piel de Tesa desde que era puro embrión en el vientre de su madre. Cuando el destino se hace carne en el universo de un niño y se zambulle como quien no quiere la cosa en la marmita del druida, o le cruza el pecho un rayo de luz con el fuego de todas las estrellas del cosmos infinito, la cosa se pone seria y el niño deja de llorar como un niño. Cruzar la frontera del tiempo a destiempo —algunos no la rebasan nunca— puede resultar una aventura fantástica, pero ese rapto alucinante y transgresor no sale barato y acarrea su buena carga de maldición. En Serena a los once, Tesa Arranz adopta la voz de la niña prodigio que fue y sigue siendo y, en el viaje literario de este cuaderno de bitácora, navega sola como un marinero loco bajo la tempestad salvaje que provoca esa lucidez precoz. Dice Serena:

Cada día se me ocurren mil cosas y tengo que ponerlas en su sitio para que no bailen en mi cabeza más de la cuenta.

 

¡Caramba!, y de inmediato, reventó en mi memoria un lejano suceso que viví cuando observé a una niña de tres años, hija de un amigo, en un rincón del salón de su casa, negra de sombra, dándose tirones de su rubicundo cabello. Yo le pregunté qué le ocurría, y ella me contestó que no podía dejar de pensar. Y me quedé helado —¿qué turbios pensamientos sacudirían el alma de esa criatura?—, y prendió como una brasa el trago de whisky que acababa de echarme al coleto. ¿Cuántas Serenas vagarán por el mundo?

«Es horrible ser niña y sentirte mayor al mismo tiempo», comenta para sí misma Serena en otra parte de su diario, casi queriendo decir, en un lamento místico y tan melancólico, que muere porque no muere y que es posible que el gilipollas mental que pulula por ahí a sus anchas viva más plácido en el paisaje memo de su propia gilipollez que aquel ser dotado de inteligencia, talento y conocimiento.

Otras reflexiones de buen calado fluyen como si tal cosa:

Cuando me toque morirme, seguro que ya habré inventado mi propia manera de morir. ¡Y, ahora que lo pienso, lo mismo me muero de risa como el abuelo de Mary Poppins!

Y no escasea el torrente de interrogantes de severo fuste:

Dice mi amiga Celeste que todos necesitamos cariño. ¿Será verdad que necesito cariño? Soy maravillosa, pero me falta cariño. ¿No me puedo dar yo todo el cariño que me falta para no tener que buscar personas que me lo den?

El libro arranca con la muerte en accidente de tráfico de los padres de Serena. Ella y su hermano mellizo, Bobi, han quedado huérfanos a los once años y reinician una nueva vida al abrigo de sus tíos. Pero Serena afronta ese fatídico suceso con una madurez aterradora, sin llantos ni sentimentalismos. Con una crudeza seca, como la mirada del alacrán:

Papá ni nos hablaba, y a mamá le caíamos mal desde que engordó tanto a causa del embarazo.

A lo largo del diario Tesa/Serena ajusta cuentas con la vida con una frescura pasmosa y la clarividencia de un zorro viejo y sabio.

No es de extrañar que, entre toda la extensa obra poética de Tesa, que reposa como pétalos dormidos entre el polvo de sus cajones, se encuentre este poema que escribió cuando tenía catorce años:

 

Cuando mi madre se marche,
y mi hermana y mi padre queden callados en otra habitación,
subiré el tocadiscos
y la música sabia abrirá mi vientre.
Me sentiré grande y me convertiré en un mínimo de arena
en suelo limpio.
Recorreré el suelo ya brillando, ya diamante.
Rodaré deslizándome en paz.

…Y cuando deje de sonar la música suave y melódica,
yo seré música.
Me sentaré en un rincón a gusto
y mi expresión risueña de éxtasis destruirá el mundo.
Y los pocos diamantes que brillen se unirán sin rozarme.
Sólo mi tocadiscos no se destruirá
y comenzará su labor, ansioso, con el cielo y las nubes.

 

Pero, a pesar de toda la furia y el aire escéptico y bravo que late en su corazón de niña, Tesa/Serena derrama ternura por todos los costados de su piel de terciopelo negro en un viaje imposible hacia el amor. Y ya vemos que, en ocasiones, se aparta al rincón y baja el cuchillo, y se nos muestra desvalida como un animalillo asustado en busca de una caricia, su ansiado anhelo de paz y de cariño. Debe de ser terrible, a los once años, cruzarse de cara con ese Almuerzo desnudo (v. Burroughs), ese instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores.

Prepárense para el viaje y procuren no dejar el libro al alcance de algunos niños: los carga el demonio.

 

 

Germán Pose (Madrid, 1960) es periodista y autor de La mala fama, una recopilación de confesiones de los supervivientes de la movida madrileña, y libro en el que destaca, precisamente, un artículo sobre Tesa Arranz.