CANALLA


V.1: septiembre, 2018

Título original: Rogue


© Katy Evans, 2014

© de la traducción, Sonia Pensado, 2018

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-29-4

IBIC: FP

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

CANALLA

Katy Evans


Serie Real 4
Traducción de Sonia Pensado para
Principal Chic

5





A los sueños, que se hacen realidad



Canalla


Sustantivo

Sinvergüenza. Alguien sin principios; una persona, especialmente un hombre, que no es lo que parece.


Adjetivo

Un hombre que no pertenece. Un renegado con una disposición salvaje e impredecible, que se sale de la norma; por ejemplo, un policía canalla. O, tal vez, incluso un príncipe azul canalla.


Verbo: encanallar

Decepcionar.

Destruir.

Comportarse como un canalla o un sinvergüenza.

Sobre la autora

2


Katy Evans creció entre libros y fantasías hasta que encontró un novio sexy de carne y hueso con el que vivir. Está casada y le gusta leer, pasear y cocinar, aunque se entrega por completo a sus personajes hasta que teclea fin. Con los libros de la saga Real llegó a las listas de más vendidos de Estados Unidos. Real, Mía y Remy son las tres primeras entregas de esta serie.

CANALLA


«Para mí, esto es una fantasía. Para ti, será un error largo y placentero»


Melanie lleva años buscando a su príncipe azul y, cuando conoce al misterioso Greyson King, cree haberlo encontrado. Entre ellos, la pasión estalla como una bomba nuclear. Pero Greyson esconde un lado oscuro y puede que su encuentro no fuera tan casual…



Una historia de pasión y lujuria que no podrás dejar de leer



«Me encantó la intensidad erótica de esta historia y la química brutal que existe entre Greyson y Melanie.»

Top Ten Romance Books


«Dulce, conmovedora, sexy, emocionante y adictiva. Felicidades a Katy Evans por escribir una saga tan vibrante.»

Reality Bites



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CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria

Canalla



Él

Cero

Héroe

Ella

Él

Cuesta trabajo ser un capullo

Cinco para seis

Marcado de por vida

Mensaje

Inquieto

A la espera

Matar

La boda

Esta noche

Fin de semana

Adonde me dirijo

Deudas

Más

El clandestino

Perdida

Confundida

La lista

Decisión

Novedades

Revelación

Caída

En las sombras

Perfecta



Canciones de Canalla

Agradecimientos

Sobre la autora

Él

Melanie


A una edad muy temprana me enseñaron que en la vida no hay certezas. La vida en sí misma no es una certeza, igual que la amistad o el amor. Sin embargo, sí que puedes perseguir tus amistades, vivir tu vida y buscar el amor.

Han pasado veinticuatro años y sigo buscándolo. Sé lo que dicen sobre el amor: que llega cuando menos te lo esperas, que no es como se supone que debería. Sin embargo, sé exactamente cómo será. Lo espero como una tormenta que me empape. Estoy preparada para que me lleve como un torrente y, al mismo tiempo, que abrace cada poro de mi piel. Preparada para caer; caer con fuerza, pero solo si lo encuentro a él. A ese hombre sin rostro ni nombre que hará que los demás parezcan niñatos.

A veces, en mi mente veo su cara y, aunque está cubierta por una neblina, lo siento, tan fuerte y real como espero que sea; y espero, porque hay algo de lo que sí estoy segura: nunca dejaré de vivir mi vida, querer a mis amigos y buscar el amor. Sé que cuando lo encuentre, será tal como soñé que sería: perfecto en todos los aspectos.

El hombre perfecto para mí.

Cero

Greyson


Tengo la polla enterrada unos centímetros en el coño de una mujer que no para de ronronear. Cuando soy consciente del ruido de la puerta de entrada, la saco, agarro las sábanas y se las echo encima. Ella se queja porque ya no la tiene dentro.

—Tápate, bombón, tienes tres segundos…

Dos.

Uno.

El primero en aparecer por la puerta es Derek.

—Tu padre te necesita.

A su lado está el capullo de mi hermanastro, Wyatt, que tampoco se alegra mucho de verme. ¿Qué puedo decir? El sentimiento es mutuo. Me pongo los vaqueros deprisa.

—¿Os ha enviado a los dos? —pregunto casi riendo—. Si fuera una chica, supongo que en este momento me sentiría herida.

Ambos entran en la habitación y comprueban el lugar de un vistazo. No me ven acercarme y en menos de un segundo, tengo a Derek contra la pared y a Wyatt cogido por el cuello. Les doy la vuelta para que miren hacia la puerta mientras veo entrar al resto de hombres arrastrando los pies. Son siete, más los dos que intentan liberarse de mí. La cuadrilla de nueve miembros forma el comité de imposición de El Clandestino, dirigido por mi padre; cada uno de ellos tiene una destreza diferente. Pero ninguno, ni uno solo, es tan hábil como yo.

—Sabías muy bien que, si estabas involucrado, sería una misión para los nueve —dijo Eric Slater al entrar, el hermano y mano derecha de mi padre.

Eric es severo, silencioso y peligroso; es mi tío y lo más cercano a un padre que tuve al crecer. Me enseñó a vivir dentro de la pequeña mafia de mi padre. Bueno, a vivir no, me enseñó a sobrevivir, a amoldarme a las circunstancias y a prosperar. Gracias a él crecí con más inteligencia, con más fuerza y con más maldad. Me enseñó lo que había que aprender elevado a la milmillonésima potencia. Aprendí que o mataba o me mataban.

Él siempre decía: «Da igual si nunca llegas a usar esas habilidades, son un seguro. ¿Has oído hablar de los seguros, chico? La gente que tiene seguros apenas los usa, pero los que no tienen una mierda son los que acaban necesitando uno. ¿Ves esa flecha? Úsala. ¿Ves ese cuchillo? Blándelo, lánzalo. Aprende a usar la menor cantidad de fuerza posible para hacer el mayor daño…».

Tengo un montón de seguros. Toda mi mente es un ordenador programado para visualizar la peor situación, y todo en menos de un segundo. Ahora mismo, sé a ciencia cierta que todos estos van armados. Algunos llevan dos armas, debajo de los calcetines, en los lumbares o en las solapas de las chaquetas. Eric me ve examinar a todos y cada uno de ellos con la vista y sonríe, claramente orgulloso de mí. Se abre la chaqueta y baja la mirada hacia la pistola que lleva en la cadera.

—¿Quieres tocar mi pipa? Toma, Grey. —La saca y me la tiende con el cañón en la mano.

Suelto a los dos hombres que tengo agarrados cuando noto que Wyatt está a dos segundos de asfixiarse. Los lanzo hacia atrás y luego los estampo contra la pared de un empujón.

—Me importa una mierda lo que quiera decirme —afirmo.

Eric echa un vistazo por la habitación. El apartamento está inmaculado, no soy una persona desordenada. Tengo una reputación y me gusta el silencio sepulcral… por eso, desde un principio, he oído a estos imbéciles entrar en mi loft.

—¿Todavía te tiras a esas putas? Con esa cara podrías conseguir a una diosa, Grey.

Mira a la mujer que hay en la cama. No es ninguna obra de arte, cierto, pero está bastante bien, ahí pegada al colchón y con el culo levantado, y no espera nada de mí excepto dinero. Dinero que puedo darle. Dinero y sexo, dos cosas que tengo de sobra.

Recojo el vestido del suelo y se lo lanzo.

—Hora de irse y volver a casa, cielo. —Luego me dirijo a Eric—. Mi respuesta es no.

Saco un par de billetes de un fajo que hay sobre la mesita de noche y los pongo sobre la mano extendida de la prostituta, que monta todo un espectáculo al enrollarlos y metérselos en el sujetador. Los hombres se apartan para dejarla pasar y algunos silban cuando les hace la peineta.

Eric se acerca más a mí y baja la voz:

—Tiene leucemia, Greyson. Necesita pasarle las riendas a su hijo.

—No me mires como si todavía pudiera sentir pena.

—Ha limpiado la organización: se acabaron los asesinatos. Ahora todas las empresas se dedican solo a temas financieros, ya no tenemos enemigos declarados. El Clandestino es una empresa bastante próspera y quiere dejársela en herencia oficialmente a su hijo. ¿Tienes la sangre tan fría como para negarle su última voluntad?

—¿Qué puedo decir? Su sangre es la que corre por mis venas.

Cojo una camiseta negra de manga corta y me la pongo, no por pudor, sino para poder cargar a mis bebés: la Glock, la Ka-Bar, dos cuchillos pequeños y dos estrellas de plata.

—Chico… —Camina hacia mí, observándome con su único ojo marrón. Hace muchos años que no lo veo. Él me enseñó a usar un calibre 38—. Se está muriendo —dice, colocándome la mano en el hombro—. No le queda mucho, le han dado seis meses, o menos.

—Me sorprende que pensara que me importaría.

—Quizás cuando dejes de perseguir mujeres te empiece a importar. Nosotros —dice, señalando a los hombres de la habitación— queremos que seas tú quien tome el control. Te seremos leales.

Me cruzo de brazos y miro a mi hermanastro, Wyatt, el Genio, la mascota de mi padre.

—¿Desde cuándo soy su perrito faldero y hago todo lo que dice? No, gracias.

—A ti te seremos leales —insiste—. Solo a ti.

Sacude la cabeza hacia los chicos. Uno de ellos se corta la palma de la mano. Los demás hacen lo mismo. La sangre gotea sobre el suelo. Eric agacha la cabeza y se corta su propia palma.

—Te estamos haciendo una promesa. —Me tiende la mano ensangrentada.

—No soy vuestro líder —digo.

—Serás nuestro líder cuando descubras que tu padre, por fin, quiere revelarte el paradero de tu madre.

Una ola de frío me recorre las venas y endurece mi voz cuando Eric la menciona.

—¿Qué sabes sobre mi madre?

—Tu padre sabe dónde está y esa información morirá con él si no vienes con nosotros. La morfina le hace delirar. Necesitamos que vuelvas, Greyson.

Mi cara no revela un ápice de la confusión que siento. Mi madre es lo único bueno que recuerdo. Nunca olvidaré cómo me miró cuando cometí mi primer asesinato, fue justo delante de ella donde perdí mi humanidad y dejé que viera cómo su hijo se convertía en un animal.

—¿Dónde está? —Mi voz sale como un gruñido.

—Está volando a uno de los lugares de combate; tenemos un avión preparado para encontrarnos allí con él.

Meto unas cuantas cosas en una bolsa de viaje negra: un portátil, más armas… Cuando tratas con mi padre no puedes hacerlo directamente, fue él quien me enseñó a ser un tramposo, supongo que aprendí del mejor. Cojo mi navaja Leatherman, me hago un corte profundo en la palma de la mano y se la estrecho a Eric; nuestras sangres se mezclan.

—Hasta que la encontremos —susurro.

Los ocho hombres también se acercan a estrecharme la mano.

Busco sus ojos y me aseguro de que se encuentren con los míos. Mi mirada es una amenaza y sé que, si me conocen, la tendrán en cuenta.

Independientemente de las palabras que se digan o de los actos que se cometan, nunca aparto los ojos de los de otra persona. Un pequeño gesto hacia la izquierda o hacia la derecha; ese leve movimiento me dice más cosas que cuando le pirateo el ordenador a alguien. Eso también lo hago.

No confío en nadie, no me fío ni de mi propia sombra. Pero de todos los hombres que tengo delante, Eric Slater es el más poderoso y del que menos me fío. Da la casualidad de que también es el que más me importa, él y mi amigo C. C. Hamilton. Pero C. C. me ha seguido visitando incluso después de haber dejado la organización para ayudarme, en secreto, a buscar a mi madre. Me fío de él todo lo que puedo llegar a fiarme de un ser humano, lo que implica interrogarle hasta la saciedad cada vez que viene. Nunca puedo estar seguro de si mi padre está al corriente de que queda conmigo.

Joder, incluso con el juramento de sangre voy a tener que poner a prueba la lealtad de todos y cada uno de estos hombres antes de que puedan obtener algo parecido a la confianza por mi parte.


***


Ahora, después de haber volado, vamos a reunirnos con mi padre en una habitación cerrada y abarrotada de cámaras en El Clandestino de Los Ángeles. El Clandestino es nuestra forma de ganarnos la vida, un lugar donde los luchadores se enfrentan entre sí cada temporada, dos o tres veces por semana. Organizamos eventos, vendemos entradas y programamos combates en almacenes, bares, aparcamientos…, en cualquier sitio donde podamos meter a la gente y nos ofrezcan un buen trato. Las entradas ya nos hacen ganar una fortuna, pero las apuestas extraoficiales nos hacen ganar diez veces más.

Esta noche estamos en un almacén reconvertido en bar donde se están llevando a cabo los combates, lleno a rebosar de gente gritando. Antes me gustaba planear de manera estratégica las localizaciones: dónde tendrían lugar las peleas y qué luchadores se enfrentarían en el siguiente encuentro. Pero de eso ahora se encarga el resto del equipo; piensan en todo, en realidad, desde la organización y los combates hasta las apuestas.

Voy tras Eric mientras tienen lugar las peleas y examino a la multitud para estimar el número de espectadores, la posición de las cámaras de seguridad y las salidas.

Llegamos a un pasillo pequeño y oscuro, y nos detenemos unos instantes junto a la última puerta antes de que Eric la abra con brusquedad.

—¿Tu visita se debe a que has aceptado mi oferta? —pregunta mi padre cuando nos ve entrar. Compruebo las salidas de la habitación, las ventanas y el número de personas.

Se ríe sin ganas.

—Cuando acabes de preguntarte si tengo a un francotirador por aquí cerca preparado para dispararte, quizás puedas acercarte. Cualquiera pensaría que mi mera presencia te molesta.

Le dirijo una sonrisa fría. Los enemigos de Julian Slater lo conocen como el Carnicero; se dice que es un hombre que silencia sus problemas a la vieja usanza. Aunque esté débil y vaya en silla de ruedas, nunca subestimaré el daño que mi padre puede hacer. En un mundo en el que se midiera el potencial destructivo de cada uno de nosotros, mi padre podría ser una bomba nuclear y no lo sabrías. El cabrón ya está utilizando su labia:

—Se te ve en forma, Greyson. Apuesto a que todavía levantas neumáticos por diversión y te haces con un par de coños a la hora de dormir. Daría lo que fuera por saber lo que se te pasa por la cabeza ahora mismo, y ya sabes lo tacaño que puedo ser. Joder, ya sabes lo que hago si me roban un solo céntimo.

—Me acuerdo perfectamente, te he hecho el trabajo sucio más de una vez. Voy a ahorrarte ese céntimo, estoy pensando en si de verdad merece la pena esperar a que te mueras; podría estamparte la botella de oxígeno ahora mismo y ocuparme de ti.

Lentamente, y sosteniéndole la mirada con una sonrisa fría, saco los guantes negros de piel del bolsillo trasero de mis vaqueros y deslizo una mano dentro.

Se hace el silencio y me lanza una mirada asesina.

—Cuando hayas acabado con tus insolencias, ve a asearte, Greyson.

Uno de los hombres se acerca con un traje.

Con calma, meto la mano en el otro guante de piel.

—Será como antes, nadie sabrá cómo te llamas —empieza mi padre en un tono más suave—. Ya que eres mi hijo, puedes tener el dinero y la vida que quieras; de hecho, te exijo que vivas como un príncipe. Pero necesito tu cabeza y tu corazón en esto. Lo primero es el trabajo, tienes que darme tu palabra.

—No tengo corazón, pero te puedo ofrecer mi cabeza. El trabajo es todo lo que hay y todo lo que hubo. Yo soy mi trabajo.

Silencio.

Nos retamos el uno al otro.

Veo el respeto en sus ojos, incluso, quizás, un poco de miedo. Ya no soy el chico de trece años al que intimidaba con facilidad.

—En los últimos cinco años de tu ausencia, mis clientes… No han visto ni un atisbo de debilidad en el Clandestino. No podemos permitir que se nos deba ni un solo céntimo o comenzarán a considerarnos débiles; y ahora mismo quedan muchos cobros por hacer.

—¿Por qué no envías a tus subordinados?

—Porque ninguno está tan limpio como tú. Ni siquiera los luchadores saben quién eres. No dejas rastro. Entras y sales, sin causar bajas y con una tasa de éxito del cien por cien.

Eric saca la vieja Beretta de mi padre y me la ofrece como símbolo de paz. Cuando la tengo entre los dedos, poco más de novecientos gramos de acero, le doy vueltas en la mano y finalmente apunto hacia la frente de mi padre.

—¿Qué pasa si, en vez de eso, cojo la Beretta Storm y te obligo a decirme dónde está mi madre?

Me mira con frialdad.

—Cuando acabes el trabajo, te revelaré su paradero.

Sin embargo, apunto con la pistola.

—Puede que antes mueras, viejo. Ya vas por buen camino y tengo ganas de verla.

Mi padre desvía la mirada hacia Eric y luego vuelve a mí. Me pregunto si Eric me será «leal» de verdad mientras mi padre siga aquí.

—Si muero —empieza mi padre—, la información de su paradero se encuentra en un sobre que ya está en un lugar seguro. Pero no te diré una mierda hasta que no me demuestres tu lealtad cobrando todo lo que me debe cada nombre de esta lista, sobre todo después de haberte quedado todos estos años al margen. Si lo haces, Greyson, el Clandestino es tuyo.

Eric camina hasta un baúl cercano y saca una larga lista.

—No usaremos tu nombre real —susurra Eric cuando me la entrega—. Ahora eres el encargado de hacer cumplir la ley, nuestro cobrador. Seguirás con tu antiguo apodo.

—Cero —dicen el resto de los hombres de la sala, casi con reverencia. Porque no tengo identidad y no dejo ningún rastro. Cambio de teléfono como de calcetines. No soy nada, solo un número, ni siquiera un ser humano.

—Puede que ya no responda a ese apodo —murmuro doblando los dedos dentro de los guantes de piel antes de estirarlos y abrir la lista.

—Responderás a él porque eres mi hijo y quieres verla. Ahora cámbiate y empieza con la lista.

Analizo los nombres de principio a fin.

—¿Cuarenta y ocho personas que chantajear, asustar, torturar o simplemente robar para conseguir el paradero de mi madre?

—Cuarenta y ocho personas que me deben algo, que tienen algo que me pertenece y que hay que recuperar.

Un escalofrío familiar me recorre la médula cuando cojo el traje del perchero y me dirijo hacia la puerta, intentando calcular cuánto tiempo me llevará conseguir la información pertinente de cada uno de los deudores. Cuántos meses tardaré en reunirme con ellos e intentar negociar por las buenas o por las malas.

—Por cierto, hijo —me llama y su voz gana fuerza mientras camino por la sala—. Bienvenido de nuevo.

Le dirijo una sonrisa fría porque no está enfermo, me apostaría la lista. Pero quiero encontrar a mi madre, lo único que he querido en esta vida. Si tengo que matar para encontrarla, lo haré.

—Espero que tu muerte sea lenta —susurro a mi padre con la vista fija en sus fríos ojos grises—. Lenta y dolorosa.

Héroe

Melanie


A veces la única forma de evitar una fiesta decadente es con una de verdad.

Las expectativas vibran en el aire mientras los cuerpos ardientes se empujan unos a otros, el mío se mueve entre el de los otros bailarines. La diversión que nos rodea me envuelve como un torbellino, de forma embriagadora. 

Mi cuerpo está húmedo por el baile, el top de seda dorado y la falda a juego se pegan a mis curvas de manera sugerente. El roce de la tela hace que mis pezones se marquen en la seda y eso atrae las miradas de algunos hombres.

Pero no importa, la multitud está hipnotizada por la música y el baile.

Esta noche estoy aquí porque uno de mis clientes, al que le decoré este pequeño bar/restaurante, nos ha invitado a mi jefe, a todos los compañeros y a mí. Aunque en un principio dije que solo tomaría una copa, ya voy por la cuarta, pero prometo que esta, que está a medio beber, es la última.

Un chico se me acerca.

No se me escapa su sonrisa brusca de «quiero follarte».

—¿Quieres bailar conmigo?

—¡Ya estamos bailando! —digo y me muevo un poco con él, contoneando las caderas con más intensidad.

El chico me rodea la cintura con el brazo y me acerca a él.

—Me refería a si quieres bailar conmigo a solas, en otro sitio.

Lo miro, me noto un poco borracha y mareada. ¿Quiero bailar con él?

Es mono. No sexy, pero sí mono. Si estuviese sobria, no sería mono en absoluto. Pero borracha, lo veo mono. Intento buscar la respuesta en mi cuerpo: un hormigueo, un deseo… pero nada. Hoy todavía me siento… sin esperanzas.

Sonrío para aliviarle el golpe y me alejo, pero se acerca más a mí.

—Quiero llevarte a casa —me susurra con descaro al oído.

—Claro que quieres. —Río y declino la bebida que me ofrece con una sacudida de cabeza juguetona, pero firme.

Ya estoy suficientemente borracha y todavía tengo que conducir hasta casa.

Pero no quiero irritar a un posible cliente, así que le beso la mejilla y digo:

—No obstante, te lo agradezco. 

Me voy, pero me detiene agarrándome por la muñeca y me doy la vuelta. Sus ojos desprenden pasión y lujuria.

—No, en serio. Quiero llevarte a casa.

Le echo otro vistazo. Parece rico y quizás un poco autoritario, como los que siempre me utilizan. De repente, me noto más abatida, más vulnerable. En menos de un mes, mi mejor amiga se casa. No es que el efecto de esa boda en mí sea malo, sino peor. Mucho peor de lo que uno podría imaginarse. Me arden los ojos cuando lo pienso, porque todo lo que tiene mi mejor amiga, Brooke, un bebé y un marido cariñoso, ha sido siempre mi sueño; no recuerdo haber deseado otra cosa en la vida.

Delante tengo a un hombre que quiere follar conmigo y, una vez más, estoy tentada a aceptar, porque siempre caigo. Siempre me pregunto si esta vez será finalmente mi chico. Pero lo que también sé es que al final me levanto con un montón de condones usados a mi alrededor, sintiéndome más sola que nunca. De nuevo, pienso que solo sirvo para polvos de una noche. No soy la reina de nadie, la Brooke de nadie. Pero, por Dios, ¿podría alguien decirme cuándo deja una de besar sapos? Nunca. Si quieres encontrar a ese príncipe, tienes que seguir intentándolo, hasta que un día despiertes y te encuentres con que eres Brooke, y que los ojos de ese hombre brillan por ti y solo por ti.

—Mira, he estado con chicos como tú miles de veces —susurro y sacudo la cabeza con tristeza y desolación.

El chico arquea las cejas.

—¿A qué te refieres?

—A ti, ya he estado con chicos como tú. —Lo señalo de los pies a la cabeza, con su traje y apariencia elegantes, lo que hace que me hunda más en la tristeza y la desilusión—. He estado con chicos como tú miles de veces y no va a funcionar. 

Me giro para marcharme, pero me agarra y vuelve a darme la vuelta.

—Rubia, nunca has estado con alguien como yo —replica.

Lo miro otra vez, tentada de que me lleve a algún sitio y me haga sentir bien.

Pero esta tarde he estado en casa de mi mejor amiga. Allí he sido testigo de un largo e intenso beso con su chico, la besaba ardientemente mientras le murmuraba cosas provocativas y le decía con voz profunda y tierna que la amaba, y a mí me han entrado ganas de llorar.

Mis entrañas siguen calientes y sensibles por el recuerdo, y ni siquiera bailar toda la noche ha conseguido hacerme olvidar el profundo desamor que siento. Empiezo a pensar que jamás encontraré ese tipo de amor después de haber visto cómo besaban a mi mejor amiga, con un beso de verdad, y de saber que dispondrá de menos tiempo para mí ahora que tiene otras prioridades con su nueva y preciosa familia. Ella siempre ha sido responsable, la chica buena, pero yo… soy yo.

La divertida.

La de un polvo de una noche.

—Venga, rubia —me anima al oído al notar mi indecisión.

Suspiro y me giro, me acerca a él y mira mis labios como si estuviera preparado para convencerme con un beso. Yo soy de tocar, Brooke me llama su bichito amoroso. Me encanta la cercanía, el contacto, lo necesito como el aire. Pero nunca tengo la sensación de que el tacto de ningún hombre me traspase la piel. Sin embargo, la tentación siempre puede conmigo; cuando pienso que el chico perfecto para mí está justo a la vuelta de la esquina, lo único que puedo hacer es intentarlo.

Me inclino hacia él y, luchando contra la tentación de besar a otra rana, busco los últimos restos de convicción que me quedan para repetir:

—No, de verdad. Gracias. Me voy a casa. 

Me pongo el bolso bajo el brazo y cuando estoy lista para marcharme, un pequeño estruendo hace temblar las ventanas tintadas que recubren toda la pared.

Las puertas se abren de golpe y una pareja entra empapada; la mujer se sacude el pelo mojado, riendo.

—¡Dios mío! —grito. Se me encoge el estómago cuando me doy cuenta de que está lloviendo.

Corro hacia la puerta, donde un hombre me la abre. El suelo mojado de la entrada me hace resbalar y sus manos enguantadas en cuero negro me sostienen por el codo para evitar que me caiga.

—Todo controlado —dice con voz vibrante mientras me ayuda a sostenerme en pie. 

Miro desesperada el Mustang azul cielo que hay al otro lado de la calle, es todo lo que poseo a mi nombre. Lo único que tengo para vender y necesito el dinero de forma urgente. ¿Quién lo querrá ahora? Es un descapotable un poco viejo, pero su belleza reside en que es único, con asientos blancos a juego con la capota. Pero ahí está, con esta lluvia y con el techo abierto, lo que lo convierte en mi particular Titanic con ruedas.

Toda mi vida se hunde junto con él.

—Supongo por esa mirada de cachorrito triste que ese es tu coche —dice una voz vibrante.

Asiento con impotencia y levanto la vista hacia el desconocido. El destello de un trueno atraviesa el cielo en la distancia e ilumina sus rasgos.

Y no puedo hablar.

Ni pensar.

Ni respirar.

Sus ojos me atrapan y no me dejan ir. Me quedo sumida en su profundidad mientras miro fijamente su impresionante rostro. Mandíbula marcada, pómulos elevados, frente grande, una nariz clásica, fina y elegante; y los labios que hay debajo son gruesos y curvados, firmes y… Dios, está para comérselo. El pelo oscuro se le mueve con gracia en el aire, es alto y de hombros anchos. Lleva un pantalón de vestir y un jersey de cuello alto oscuros que le dan un aspecto elegante y peligroso.

Pero sus ojos…

Son de un color indescifrable… no, no es por el color, sino por la mirada, por su increíble brillo. Enmarcados por unas pestañas espesas y negras, sus ojos relucen más que cualquier otra cosa que haya visto en mi vida. Mientras, con la mirada evalúa mis rasgos en silencio, como potentes rayos X, y parecen centellear porque, al parecer, he hecho algo que ha divertido a ese hombre, a ese… joder, no sé cómo llamarlo. Bueno, Eros, Cupido en persona. El dios del amor en carne y hueso.

Antes pensaba que Cupido usaba una flecha, pero no noto que me haya atravesado ninguna. Más bien, me siento como si me hubieran golpeado con un cohete.

Mientras sigo ahí de pie, anonadada por el más de metro ochenta del buenorro que tengo delante, me arrebata las llaves que sostengo con una mano enguantada y me coloca la otra sobre la cadera para retenerme, y entonces lo noto. Noto cómo su tacto desciende por mis caderas, se me hace un nudo en el estómago, me produce una palpitación en mi sexo, me baja por los muslos y me pone a cien.

—No te muevas de aquí —me dice al oído. 

Se sube el cuello del jersey hasta colocárselo como una capucha y cruza la calle corriendo.

Veo que se dirige hacia mi coche, que se está inundando. El viento azota la calle con tanta fuerza que tengo que usar las dos manos para sujetarme la falda y evitar que se me levante hasta las orejas.

—¡Súbele la capota! —grito de repente, en medio de la lluvia y con la misma determinación que él tiene por salvar mi coche.

—¡Lo tengo controlado, princesa! —Salta al asiento delantero, arranca el coche y la capota empieza a subir hasta que… se para.

Se queda atascada.

Tras un crujido de protesta, la muy estúpida vuelve a bajar.

Arg, ¡mierda! 

Corro hacia mi coche dejando que las gotas de lluvia me bombardeen como pequeñas balas de cañón. En un segundo, estoy empapada. Juro que quiero gritarles: «¡Que os den!». Mi coche, lo único en mi vida que no ha sido una mierda, se está echando a perder, quiero gritar.

—¿Estás de coña? ¡Ponte a cubierto! 

Salta del coche y se quita el jersey de un tirón. Me lo pone sobre la cabeza para protegerme de la lluvia y me lleva de vuelta a la marquesina que hay sobre la entrada del edificio.

—¡No! Yo te salvaré. ¡Mi querido coche! —grito y lo empujo para que retroceda, pero me saca una cabeza y es fuerte como el acero.

—Yo me encargo de tu coche —promete. Me da su jersey empapado antes de salir corriendo—. Sujeta esto.

Lleva una camiseta blanca de manga corta que se adhiere a su torso musculoso mientras intenta cerrar la capota del coche manualmente.

Las gotas de lluvia se deslizan por sus brazos desnudos y la camiseta se le pega al pecho marcando todos sus músculos. Joder… Su belleza está fuera de serie; acaba de romper mi radar de Tío Bueno. No puedo apartar la vista de su cuerpo, estoy embobada observando cómo se mueve.

Otro trueno sacude la ciudad cuando por fin consigue cerrar la capota del coche y me hace señas para que me acerque. Me abre la puerta desde dentro y me apresuro a sentarme en el asiento del copiloto.

La ropa fría y empapada se me pega a la piel. Él, sentado al volante, parece grande y varonil. De repente, estamos resguardados en el pequeño y angosto interior de mi coche. Los asientos están mojados y cuando me giro para mirarlo, oigo un chapoteo. Las mejillas se me encienden por la vergüenza.

—No me lo puedo creer —susurro—. Mi mejor amiga siempre dice que soy la única idiota a la que se le ocurre tener un descapotable en Seattle.

Me mira divertido.

—Me gusta tu coche. —Lleva la mano al salpicadero, una mano cubierta con un elegante guante de piel que hace que se me ponga la piel de gallina. Se vuelve hacia mí con una sonrisa irresistiblemente abrumadora—. Todo lo que se moja, se seca, no te preocupes, princesa.

Apenas puedo resistirme a la manera en que pronuncia la palabra «mojar» o cómo una gota de lluvia se aferra a sus pestañas oscuras. El agua cae por sus brazos morenos y fibrosos. Lleva el pelo engominado hacia atrás, lo que realza su precioso rostro. He visto obras de arte y hombres guapos, así como edificios bonitos y estancias preciosas; pero ahora mismo me está mirando y no recuerdo haber visto nada más, excepto él.

Es un diez y jamás he estado con un diez. La forma como me mira… Ya he visto esa mirada antes, es la misma de Remington Tate cuando mira a Brooke. Ahora él me mira así a mí y me muero por dentro. ¿Puedo morirme por una mirada? Y si solo una mirada puede matarme, ¿qué me haría una caricia?

—Bueno —dice con suavidad y voz ronca. Hace una pausa antes de hablar de nuevo. Me sorprende que se limite a mirarme a la cara y no al pecho empapado ni a las piernas desnudas; solo me mira a los ojos mientras acaricia distraído el volante—. ¿Quieres ir a algún sitio conmigo? —pregunta y estira la mano con el guante negro mojado para colocarme el pelo detrás de la oreja.

Lo que siento está tan por encima de la lujuria que apenas puedo contestar.

—Sí —digo con voz temblorosa y con la mente nublada por el deseo.

Me dirige una sonrisa que me acelera el pulso y su mano se detiene en mi cara un segundo más, luego enciende el motor y nos conduce por las calles mojadas. 

Entre nosotros hay un silencio tenso, lo único que se oye es la lluvia y los truenos. En el interior del coche predomina su respiración, lenta y profunda, que contrasta con la mía, que es rápida y nerviosa.

Huele… como un bosque húmedo con un toque de cuero. Tiene la vista fija en la carretera mientras que yo solo soy consciente de él. De cómo su pecho expande la camiseta de manga corta mojada. De su perfil ensombrecido y de cómo las luces de la ciudad le iluminan el rostro a medida que circulamos por las calles. De los vaqueros húmedos que se le pegan a esos muslos duros. 

Creo que ambos sabemos que lo haremos. 

Tendremos las manos del otro por todo el cuerpo en cuestión de minutos y saberlo hace estragos en mi mente. Noto como si aflorara en mí un duendecillo sexual. Me gustan los pezones masculinos y los suyos asoman de forma deliciosa tras su camiseta blanca, y los vaqueros… Dios, sus vaqueros están tan apretados que parece que le van a estallar. Me desea, este hombre increíblemente guapo que me nubla la vista quiere hacérmelo.

—¿Siempre eres tan callada? —pregunta con un extraño tono de voz pastoso y lo miro a la cara; esa sonrisa me llega de verdad.

—Te… tengo, mu…, mu… mucho frrrío.

Señala un hotel alto que sé que es caro, pero parece no importarle aparcar en la entrada. 

—Parece el sitio más cercano donde podemos secarnos.

—Sí, es perfecto —digo demasiado entusiasmada.

Me gustan las cosas perfectas, bonitas, alegres y divertidas. ¿Mis padres como pareja? Perfectos. Yo a menudo me imagino a mí misma como una persona perfecta. Pero ¿esta noche? Me peino con una mano el pelo mientras cruzamos el vestíbulo y no puedo ni imaginarme el aspecto que tengo. Creo que parezco una rata mojada. ¿Por qué demonios voy hecha una mierda justo ahora?

Mientras pide las llaves de una habitación en el mostrador, examino su culo en esos vaqueros y lo bien que le sienta la ropa. No puedo controlar los temblores.

Mientras tanto, me abro paso hacia el ascensor junto a un grupo de gente, me froto los brazos e intento parar el castañeteo de los dientes. Me sonríe cuando una pareja se interpone entre nosotros y eso prende una chispa de malicia en mí; le devuelvo la sonrisa.

Lo sigo hasta la habitación y luego hasta el enorme baño de mármol. Coge el jersey de cuello alto que tengo en la mano y lo cuelga a un lado; luego, sin previo aviso, se lleva una mano a la camiseta de manga corta y se la quita de un tirón haciendo que se le tensen todos los músculos. 

—Quítate los zapatos —murmura. 

Me los desabrocho y los aparto de una patada.

Cuando me enderezo, casi me ahogo al verle el torso desnudo. Brazos fibrosos y todos los músculos existentes bien marcados. Una fina línea de vello le baja por el ombligo y se pierde por dentro de la pretina de los vaqueros. Abdominales definidos, cuello ancho y esos labios besables y preciosos. Dios… Veo que tiene una cicatriz grande en el costado izquierdo y una oleada de compasión me recorre el cuerpo; luego me doy cuenta de que me está desvistiendo.

El pulso se me acelera por la excitación y mis pezones se endurecen.

—¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? —pregunta con el ceño un poco fruncido, y me pongo a temblar cuando me quita la camiseta.

Sin pensarlo, estiro la mano y le toco la cicatriz del pecho con un dedo.

—¿Qué te ha pasado?

Me baja la cremallera de la falda y tira de ella hacia el suelo, se inclina sobre mí y me mordisquea el lóbulo de la oreja.

—Ya sabes que la curiosidad mató al gato, ¿no, gatita? — me susurra al oído y me indica que levante los brazos para poder sacarme la camiseta.

Sonrío mientras todavía noto los efectos del alcohol. Abro la boca para responder, pero, entonces, me besa. Me pilla por sorpresa y lo agarro por los hombros para mentalizarme, orgullosa de mi capacidad de reacción ante su boca ardiente, suave y salvaje. Mi propio deseo se desata como un torrente. Sus labios abren los míos, hambrientos. Se me escapa un gemido mientras entierro las manos en su pelo mojado para que no deje de besarme y balanceo las caderas cuando me mete la lengua. Escalofríos de deseo recorren mi cuerpo a medida que se inclina sobre mí y me devora con la boca. Echo la cabeza hacia atrás y dejo escapar un gemido.

Me estremezco mientras le suplico que, por favor, me acaricie los pechos.

—Estás borracha —murmura observando mi cuerpo en ropa interior. Sus ojos salvajes brillan al ver mis pezones duros.

—Solo contentilla —digo en un susurro, casi un gemido—. Por favor, no pares, me muero de ganas.

Con una notable tensión en la mandíbula, levanta el brazo y noto que me pasa una mano enguantada por el pelo; luego me mira y sus ojos parpadean como si acabara de darse cuenta de que lleva puestos los guantes.

Se los quita.

—¿Estás segura? —pregunta.

Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando le veo las manos. Fuertes, grandes, morenas. ¡Por Dios! De repente, noto esas manos en la cintura, me levanta para ponerme sobre la repisa de mármol y se abre paso entre mis piernas.

—¿Estás segura? —insiste.

Me mira con intensidad mientras empieza a pellizcarme los pezones y casi percibo la rigidez de su autocontrol allí abajo. Si le digo que no, parará; pero asiento. Entonces gruñe y me pellizca los pezones de la forma más deliciosa posible, mientras se inclina sobre mí y amolda sus labios a los míos con fuerza. Con mucha fuerza. Su lengua se abre paso y se retuerce con intensidad y hambre alrededor de la mía. Impulsos de placer salen disparados desde mis pezones hasta mis pies, de mi boca a mi sexo. La repisa de mármol que tengo debajo, la habitación, el hotel, todo desaparece hasta que solo quedan esos labios ardientes, poderosos y húmedos que mueven los míos, que me saborean. Sus manos me acarician los pechos y bajan por los costados. Mi mente se acelera, su beso y su tacto incrementan mi pasión como nunca nada lo había hecho antes. Mis manos recorren su pecho húmedo y cuando toco el metal de un piercing en su pezón izquierdo, casi me muero.

—¡Por Dios! —digo con voz entrecortada. La pasión me supera y me duele el culo por el frío del mármol—. Llévame a la cama.

Me levanta y me tira sobre el colchón, muy serio. Se lleva las manos a las caderas para quitarse los vaqueros y saca una caja de condones. Tiene unas manos grandes, morenas y los dedos largos. También tiene una cicatriz en la palma de una mano. Las quiero encima de mí, dentro de mí. Me baja las medias y me desabrocha el top.

—Me llamo Melanie —susurro y me tiro hacia atrás en la cama mientras me desnuda.

Desnudo, se mueve con la elegancia de un depredador, haciendo que se me salga el corazón y que el deseo se instale entre mis piernas.

—Yo me llamo Greyson, Melanie —murmura. Coloca mi mano encima de la suya y me empieza a besar mientras colocamos el condón. Noto sus latidos palpitando bajo mi mano.

Me encanta que me siga besando, nuestras manos tocan su miembro duro, grande, grueso y palpitante, mientras ponemos el condón, y entre mis piernas ya se ha formado una piscina.

Me desliza un dedo en mi sexo mientras me observa poner los ojos en blanco.

—Quiero estar dentro de ti —murmura y me besa el cuello. Levanta la cabeza y amortigua mis jadeos besándome—. Voy a ser el polvo de tu vida, princesa. —Despacio, me recorre la oreja con la lengua húmeda—. Te chuparé hasta que me duela la mandíbula. —Su tono bajo me vuelve loca, hasta el punto de sentir un cosquilleo en la nuca cuando me sujeta por detrás de la cabeza y me besa de nuevo—. Haré que tengas el mayor orgasmo de tu vida.

Me pone tan cachonda que mi cuerpo empieza a sacudirse mientras sigue chupando mis pechos, haciéndome jadear. 

Paso la mano por sus músculos. Me levanto y llevo mi boca hacia la suya. Me besa. Gira las caderas y me presiona contra las suyas como si necesitara el contacto, soltando un ligero gruñido cuando desliza una mano entre mis piernas.

Lo necesito tanto que me duele.

Me abro más de piernas, gimiendo cuando me hace suya. Me retuerzo a medida que mi cuerpo se tensa.

—Voy a correrme —susurro entre jadeos—, lo siento… No puedo… Eres tan perfecto que… no puedo…

—Córrete —dice con voz ronca—. No pasa nada, lo intentaremos de nuevo en un momento… córrete…

Mi cuerpo irradia puro éxtasis y calor, con las rodillas levantadas y las emociones dando vueltas sin freno en mi mente. Mi cuerpo se tensa, se aferra al suyo y se suelta; sus embistes lanzan corrientes por todo mi interior hasta que su cuerpo demoníaco lo consigue y me corro rápido, como un cohete. 

La intensidad del orgasmo me hace respirar con dificultad y me retuerzo bajo su cuerpo. Me penetra hasta el fondo, haciendo que me estremezca sin control y gima agradecida cada vez que lo noto por completo dentro de mí, haciéndome sentir… lo contrario a sola. Lo contrario a triste o vacía. Y cuando mi orgasmo remite, él sigue ahí, cada centímetro, ardiente y duro, encajado en mi interior. Abro los ojos tras un leve pestañeo y veo que me mira de esa forma salvaje, hambrienta y casi autoritaria. Pero también extrañamente reverente y amable cuando vuelve a moverse dentro de mí con la precisión de un experto, con nuestras miradas conectadas. La forma en que me folla ahora, con suavidad, me hace ver las estrellas a medida que se crea otro orgasmo delicioso. 

No lo espero, pero me corro de nuevo con intensidad. Si es posible, más que antes, porque las paredes de mi interior están doloridas y sensibles, y mi clítoris palpita cada vez que sus caderas embisten las mías y el placer aumenta de forma exponencial hasta que me parte en dos con una explosión de puro placer. Le araño la piel con las uñas, grito su nombre sorprendida por la intensidad de mi voz, ahoga mis gritos con la boca, y esta vez serpentea su lengua alrededor de la mía y solo me deja decir parte de su nombre, Grey. Gime como si le gustara probar su nombre en mi boca, sus músculos se tensan sobre mí al explotar, y su pecho me roza las tetas al correrse conmigo.

Cuando sus temblores disminuyen tras los míos, se pone de lado y mientras sigue dentro de mí, me rodea con los brazos y yo acabo corriéndome con él. Nos quedamos sin aliento y en silencio durante un instante, enredados sin importarnos dónde está el brazo de quién, ni de quién es la pierna doblada entre las otras. Estoy tan aturdida y extasiada que casi espero ver trocitos de mí esparcidos por el suelo.

Tras un par de minutos, dejo escapar un gruñido, me quiero levantar. Me suelta y deja que me vaya de puntillas al baño para limpiarme. Me sigue mientras anuda el condón. Se me acerca por detrás mientras me lavo las manos, me quita la pastilla de jabón y se lava las manos conmigo; nuestras miradas se encuentran en el espejo. Veo mi reflejo y… no, no parezco una rata mojada. Tengo las mejillas sonrosadas, el pelo despeinado y, cuando me sonríe y me coge un pecho desde detrás, me muero.

—Vuelve a la cama para que te pueda hacer gemir un poco más —susurra contra mi piel.

—Yo no gimo —digo y le tomo la mano, la que está encima de mi pecho, y tiro de él hacia la cama.

—Jadeas, gimes, gritas y lo volverás a hacer otra vez solo para mí.

—¡Yo no hago nada de eso! —exclamo y vuelvo a dejarme caer sobre el colchón. 

Cuando se tira sobre mí, me noto totalmente sobria. Ya no estoy contentilla. Sé que recordaré cada centímetro de su cara, intensa y voraz, y cuando empieza a jugar con mis pechos me pongo a jadear. Me recorre las costillas con los dedos, me rodea el ombligo y me mira con una sonrisa que me indica que sabe perfectamente lo que hace. Le devuelvo la sonrisa, porque los chicos malos siempre serán mi perdición, y le toco el aro del pezón. Siento que su erección toma forma contra mis caderas cuando levanto la cabeza y empiezo a chuparle el pezón. «Yo también sé jugar a esto, mi querido dios sexual», pienso.

—¿Ahora quién jadea? —murmuro juguetona.

—Creo que estás jodidamente buena —dice al darse la vuelta arrastrándome con él. 

Me aprieta la cabeza contra el aro de su pezón como si quisiera que se lo chupara con más fuerza. Su enorme cuerpo se estremece de placer y el deseo despierta la humedad en mi sexo mientras sigo tirando con los dientes y usando la lengua. Noto cómo crece y vibra con fuerza contra mí.

Nos pasamos toda la noche jugando el uno con el otro, provocando, probando, toqueteando, follando.

Cada caricia, cada susurro, todo lo que comparto con él me hace sentir bien; como un cable en el enchufe correcto, noto que en mi interior fluye una nueva fuerza vital, casi de euforia.

Durante nuestras ajetreadas sesiones sexuales, lo encuentro mirándome a través de esas espesas pestañas oscuras y los ojos le brillan llenos de una curiosidad juguetona.

Me pregunta cosas sobre mí, como si quisiera saberlas de verdad, y me da la sensación de que nos hemos conocido antes… en algún lugar oscuro y prohibido.

Cuando me besa con pasión durante otra ronda sexual, me tiro sobre él con la intensidad de un desastre natural. Tal vez no sea más que eso, un desastre natural, porque parece que ni él ni yo podemos evitar que me entregue y me desate.

Sobre las cinco de la mañana le suena el móvil por tercera vez. Seguimos besándonos, pero con menor intensidad. Noto los labios en carne viva, rojos e hinchados, y tengo los pechos doloridos, pero no dejo de suplicarle que siga. La vibración del teléfono le hace exasperar y al final contesta con brusquedad.

—Más vale que sea importante.

Me pongo boca abajo para dejarle espacio mientras habla y estudio su perfil en silencio. Tiene la vista y una mano clavadas en la curva de mi trasero.

Mientras discute con tono brusco y bajo sobre lo que supongo que será trabajo, apenas puedo seguir haciéndole nada, así que memorizo las marcas de sus abdominales y le acaricio el abdomen. Me dirijo hacia su regazo y, mientras me sigue apretando el culo con su enorme mano, le beso la polla dura y se la chupo, lo que le hace cerrar los ojos un instante de placer y suspirar con fuerza.

Cuando por fin vuelve a abrirlos, son severos y fríos. Suelta una lista de números al receptor, cuelga y permanece pensativo. Es entonces cuando noto que se ha alejado de mí.

Me siento en la cama con sensación de malestar. Mi sospecha se confirma cuando su glorioso cuerpo se levanta de la cama. Se mete en el baño y la desesperación inunda mi interior. Sé lo que va a pasar, ¿no? Claro. La mirada que vi ayer por la noche solo era un truco, un truco de la bebida, de la luz. Un puñetero truco. Debería haberlo sabido, ahora me estoy muriendo por dentro, y no de excitación, precisamente. ¿Esa pequeña fantasía? ¿Esa efímera conexión que pensaba que había tenido con alguien? Se ha acabado.

No fue una conexión. Ni siquiera fue real, fue un poco de alcohol, un poco de lluvia, unas cuantas hormonas y un par de palabras sexys lo que me hizo creer que, en realidad, había sido yo quien lo había puesto más cachondo en toda su vida.

—Tengo que coger un vuelo pronto y antes de marcharme tengo que ocuparme de un asunto. 

Vuelve con la ropa en las manos y se pone los vaqueros con rapidez. Tiene la mandíbula un poco apretada, como si tampoco disfrutara del momento, al igual que yo.

—Claro —digo, y espero con todas mis fuerzas sonar lo suficientemente despreocupada. Todos esos orgasmos y los ruiditos vergonzosos que he hecho por él hacen que la situación sea de lo más incómoda, porque he perdido el control. ¡Por Dios!, he perdido el control y me he perdido a mí misma con un completo desconocido.

Me mira y abre la boca un instante, pero al final no dice nada.

—Es demasiado complicado; no me quieres en tu vida.

—No. Por favor, no. No hagas eso. Dejémoslo tal como está. Ya sé cómo funciona esto. Adiós, que te vaya bien la vida. 

Nos miramos.

—No debería haberte tocado —murmura y se va hacia la puerta. 

Le miro la espalda ancha mientras intento poner buena cara, ya lo he hecho millones de veces. Pongo corazas a mi alrededor para que no me duela nada. Ni una pizca.