cover.jpg


Dieter Thomä

Puer robustus
Una filosofía del perturbador

Traducción de
Alberto Ciria

Herder


La traducción de esta obra es una versión revisada y ligeramente abreviada por el autor de la edición original alemana
Puer robustus. Eine Philosophie des Störenfrieds.

La Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
de la Universidad de St. Gallen ha financiado
la traducción de esta obra.

Título original: Puer robustus. Eine Philosophie des Störenfrieds

Traducción: Alberto Ciria

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2016, Suhrkamp Verlag, Berlín

© 2018, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3882-0

1.ª edición digital, 2018

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com


Índice

INTRODUCCIÓN

I. EL PUER ROBUSTUS COMO HOMBRE MALVADO: THOMAS HOBBES

1. El ser liminar en el campo de tensión entre el poder, la moral y la historia

2. Interés personal y razón

3. Los perturbadores egocéntricos, según Hobbes: chalados, epilépticos, rabiosos, pobres y ricos

4. La teoría del autor-actor-espectador: el perturbador excéntrico en el vientre del Leviatán

5. El puer robustus en Horacio. ¿Un modelo para Hobbes?

II. EL PUER ROBUSTUS COMO BUEN HOMBRE: JEAN-JACQUES ROUSSEAU

1. Poder y moral del salvaje

2. La transformación del puer robustus en ciudadano estatal

3. ¿Qué hace el puer robustus de Rousseau tras su triunfo? Democracia y disturbio

III. EL SOBRINO DE RAMEAU COMO PUER ROBUSTUS: DENIS DIDEROT

1. La sublime definición de Hobbes

2. El puer robustus como problema social o como figura ambivalente: Diderot más allá de Helvétius, de Hobbes y de Rousseau

3. La vida en el umbral: El sobrino de Rameau

4. El sobrino de Hegel y de Foucault

IV. NIÑO ARISCO, HIJO MALVADO, SALVADOR ROBUSTO: FRIEDRICH SCHILLER

1. El puer robustus como «manumiso de la creación»

2. Franz y Karl Moor: ¿todo el poder para mí, u otro poder para todos?

3. El camino que Guillermo Tell recorre desde el solitario hasta el fundador de la alianza

V. EL PUER ROBUSTUS COMO VÍCTIMA Y COMO HÉROE: VICTOR HUGO

1. Quasimodo como mono tarado

2. Cuando la maldad nace de la humillación

3. Emancipación moral

4. El golfillo como puer robustus

5. Los parientes del golfillo: el hombretón de Balzac y el pequeño salvaje de Baudelaire

VI. SIGFRIDO, NIÑO TONTO: RICHARD WAGNER

1. El contrato como crimen contra la naturaleza

2. Salvación desde fuera

3. El héroe como niño y como tonto: la clave del éxito de Sigfrido

VII. EL PUER ROBUSTUS ENTRE EUROPA Y AMÉRICA: ALEXIS DE TOCQUEVILLE

1. El nacimiento del puer robustus bajo el yugo del despotismo: la primera conclusión de Tocqueville

2. Alabanza de América, advertencia sobre el salvaje oeste

3. Cuando el puer robustus nace del espíritu del capitalismo: la segunda conclusión de Tocqueville

4. La vida como revolución y experimento: Tocqueville, Mill, Nietzsche

VIII. EL PUER ROBUSTUS COMO REVOLUCIONARIO: KARL MARX Y FRIEDRICH ENGELS

1. Lo más peligroso de todo es el pueblo

2. La lucha contra la dependencia y la segregación

3. El lumpenproletariado como aguafiestas de la revolución

4. El sujeto revolucionario como ser genérico o como ser comunitario

IX. EL PUER ROBUSTUS COMO EDIPO: SIGMUND FREUD

1. El pequeño salvaje

2. Democracia y dictadura

3. Política después de Freud. Una controversia entre Walter Lippmann, Paul Federn, Hans Blüher, Thomas Mann y Hans Kelsen

X. ANARQUISTAS, AVENTUREROS, MACARRAS Y PEQUEÑOS SALVAJES: CARL SCHMITT, LEO STRAUSS, HELMUT SCHELSKY Y MAX HORKHEIMER

1. Florecimiento en tiempos sombríos: Hobbes da capo

2. Carl Schmitt sobre el Estado totalitario y sus enemigos

3. Leo Strauss sobre la sociedad cohesionada y los aventureros

4. Helmut Schelsky sobre el poder y los macarras

5. Max Horkheimer sobre el Estado autoritario y los pequeños salvajes

XI. ESPÍRITU BUENO Y HIERBAJOS VENENOSOS: EL PUER ROBUSTUS EN LA ITALIA DE 1949 Y EN LA CHINA DE 1957

1. El mensaje de Año Nuevo de Togliatti a los camaradas

2. Mao Tse-Tung y Tan Tianrong sobre flores aromáticas y hierbajos venenosos

3. Regreso de China a Europa: nos podemos ir olvidando de Alain Badiou

XII. EL PUER ROBUSTUS HOY

1. La historia interminable

2. El perturbador egocéntrico y el final de la historia

3. Perturbador excéntrico y nomocéntrico… y la paradoja democrática

4. El perturbador masivo y el fundamentalismo

5. El pequeño salvaje y el populismo de Donald Trump

6. En el umbral

AGRADECIMIENTOS

INDICACIONES SOBRE EL MODO DE CITAR

NOTAS

ÍNDICE DE ABREVIATURAS

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

Para mis amigos
Petra y Christoph

The man is […] a misfit from the start.1

El hombre es […] desde el primer momento un inadaptado.
RALPH WALDO EMERSON

Man möcht halt über sich hinaus
und muß pochen an fremder Tür.
2


Uno lo que quiere es salir de sí mismo,
así que tiene que llamar a puertas ajenas.
MARIELUISE FLEISSER


Introducción

El puer robustus hace de las suyas, da el cante, se rebela. No es participativo, no cede, actúa por cuenta propia, contraviene las reglas. Es indócil, desvergonzado, molesto, no está integrado, es despreocupado. Le temen, lo marginan, lo castigan, pero también lo admiran y lo ensalzan. El puer robustus, el chico robusto, el tipo recio… es un incordiador, un perturbador.

El perturbador incordia, perturba la paz. Por eso no está bien visto… a no ser que rechace una paz engañosa y falsa. Entonces le dan las gracias por haber dado fin a los tiempos pesarosos. Con su rostro tan repelente como atrayente recuerda a una de esas imágenes por impresión lenticular que se transformaban al ladearlas y con las que yo jugaba de niño: en cuanto lo ladeabas un poco, el rostro furioso se transformaba en un rostro amable… o a la inversa. Esto explica que se conozca al puer robustus como monstruo, pero también como héroe, como visión aterradora, pero también como ideal, como adversario al que hay que temer, pero también como la figura de un líder. Mejor dicho: se lo conocía. Hoy ha caído en el olvido, pero durante tres siglos enardeció los ánimos. Thomas Hobbes, Jean-Jacques Rousseau, Denis Diderot, Victor Hugo, Alexis de Tocque­ville, Karl Marx y muchos más le dedicaron mucha atención y discreparon sobre la cuestión de qué pensar de él. El puer robustus merece salir de nuevo al escenario de la filosofía política. Tiene la capacidad de desplazar modelos consolidados de pensamiento y de acción y de transformar toda la escena. Si no es porque tiene esas pintas tan campechanas, fácilmente se lo podría incluir entre esas influyentes personalidades de la historia de las ideas que operan en la sombra.

La controversia que se ha desencadenado acerca del puer robustus no afecta a un problema cualquiera de la filosofía política, sino al problema por antonomasia: la cuestión de cómo se establece y se legitima un orden, cómo se lo critica, cómo se transforma o se lo ataca, cómo los hombres quedan incluidos en ese orden o excluidos de él, cómo se amoldan a él o intrigan contra él. Del tema del orden forma parte necesariamente el del disturbio y la perturbación, y por tanto también el papel que desempeñan las figuras marginales y secundarias, los querulantes y los intrigantes. A mí me parece que las eclosiones políticas y los cambios radicales de la modernidad representan crisis que no se pueden comprender desde el centro del poder, sino desde el margen. De forma correspondiente, también únicamente ahí se puede aprender cómo tratar estas crisis y cómo buscar soluciones a ellas. El prendido inicial de estos fuegos artificiales intelectuales que se lanzaron con el puer robustus se produjo en el siglo XVII. Thomas Hobbes le consiguió su primera aparición sobre el escenario de la modernidad. En 1647 se publicó la segunda edición de De cive (Sobre el ciudadano). Hobbes la completó con un prólogo en el que se decía que el «vir malus» es casi lo mismo que un «puer robustus, vel vir animo puerili». La traducción inglesa que se hizo todavía en vida de Hobbes decía: «A wicked man is almost the same thing with a childe growne strong and sturdy, or a man of a childish disposition» («Un hombre malvado viene a ser casi lo mismo que un chico que ha crecido fuerte y robusto, o que un hombre con inclinaciones pueriles»). Este puer robustus representaba la amenaza definitiva al orden estatal. Hobbes lo consideraba el perturbador por antonomasia.

El puer robustus hizo la que hasta ahora ha sido su última aparición llamativa en China, durante una breve fase de liberalización política en la primavera de 1957. «¡Que cien flores florezcan!», había exclamado antes Mao sobre esto. Los estudiantes de la Universidad de Pekín le tomaron la palabra, crearon una «Sociedad de las cien flores» y proclamaron su opinión en periódicos murales. Tan Tianrong, uno de los portavoces estudiantiles, encabezó su proclama del 20 de mayo de 1957 con una cita de Heráclito que dice que «hay que encomendar el gobierno de la ciudad a jóvenes imberbes», y la firmó con la expresión latina «Puer robustus sed malitiosus». De forma muy distinta a como sucedía en Hobbes, este puer se presentaba como activista demócrata, como un perturbador bueno.

El puer robustus ha ido recalando en uno y otro lado, del Londres del siglo XVII llegó al Pekín del siglo XX… además de a un sinfín de otros lugares. Nadie hasta ahora había prestado atención a la enmarañada y desconcertante historia de este enfant terrible ni había cosechado sus frutos para la teoría del orden y de la perturbación. Mi libro se dedica a redescubrir, a hacer presente y a valorar al puer robustus.

La estructura de este libro es comparable a un escenario giratorio. En cada acto se muestra un nuevo decorado y un puer robustus distinto. Va cambiando a toda velocidad, tan pronto es un tozudo como un balarrasa, un bárbaro o un chalado, un aprovechado o un artista, un bandido o un salvador, Sigfrido o Edipo. A su paso se entonan cantos fúnebres y se producen estallidos de júbilo. Desde luego este libro versa sobre la historia posterior a Hobbes, y por tanto sobre una aburrida y prolija confrontación con él que va desde Rousseau hasta Leo Strauss… y aún más allá. Pero no es mero ornato accesorio que dos de los héroes más inusuales de la literatura francesa, el sobrino de Rameau y el jorobado de Notre Dame, intervengan como encarnaciones del puer robustus. A su lado aparecen los golfillos parisinos, los proletarios europeos, los pioneros californianos del siglo XIX, el movimiento juvenil de principios de siglo XX, los adolescentes alborotadores y los macarras alemanes, los comunistas italianos, los estudiantes chinos de los años cincuenta que ya hemos mencionado y muchos más. Los pensadores que han rendido homenaje al puer robustus lo exponen a un desenfrenado juego de conflictos. Lo que ellos ejecutan es una danza en torno al sujeto o a varios sujetos de la historia.

Con esta danza no casa que nos limitemos a entonar un canto de alabanza o un canto de despedida al perturbador. Quizá uno desearía describir únicamente la marcha triunfal de los héroes libertarios o, a la inversa, acabar de una vez por todas con los zánganos, los querulan­tes y los provocadores. Pero este tipo de soluciones claras y de separa­ciones tajantes queda descartado en vista del puer robustus contradictorio y reacio. No se lo puede meter a la fuerza en una novela de formación, en la que «el sujeto», a base de escarmientos, lenta pero inexorablemente «va entrando en razón» (G. W. F. Hegel, W 14, 220).

Si este libro fuera un ser vivo, tendría dos corazones latiendo en su pecho. Es un tratado filosófico… y a la vez algo así como una historia de aventuras. Admito que no pretendo competir con los reporteros que se mueven en el mundo del hip hop, entre los albaceas de Occupy Wall Street, entre agitadores o vándalos. Pero creo que también existen aventuras intelectuales, y me lanzo a ellas. Este libro se podría describir tentativamente diciendo que traza un arco desde Hobbes hasta el presente, pero eso ya sería erróneo. Un arco es una línea continua e ininterrumpida. Quien lo recorre conoce su rumbo. Por el contrario, quien se mete en una «novela de aventuras» carece de tal seguridad. La novela de aventuras es un género literario que versa sobre un héroe que no «tiene sitio fijo […] en la vida» y que muestra «cómo una persona se acaba convirtiendo en alguien distinto» (Mijaíl Bajtín).1

Mi héroe, el puer robustus, está en marcha. No sabe dónde estará ni quién será mañana. En lugar de ir recopilando sus experiencias al modo como se insertan perlas en un cordel hasta que todo haya quedado asentado y encajado, él lucha para salir adelante esperando que al final todo salga bien. Lo único que puede admitir es: «no entiendo de esto». La novela de aventuras se considera injustamente un género con rasgos anacrónicos. Es el género por excelencia de un mundo —de nuestro mundo— en el que uno es llamado «a descender al caos para sentirse a gusto en él» (Ludwig Wittgenstein).2 Para eso hace falta una concepción de la historia según la cual las situaciones concretas conlleven un sobrante, un factor sorpresa, y se resistan a ser clasificadas. «La aventura es el enclave del contexto vital» (Georg Simmel).3 La predilección por la novela de aventuras encierra un recelo hacia la teoría. No creo que en filosofía política sea bueno tratar la cuestión del orden y la perturbación meramente sobre la mesa de dibujo. No basta con examinar argumentos y establecer reglas. Tampoco basta con simular casos ni con llevar a cabo experimentos mentales en los que tales reglas se puedan aplicar y examinar. La suposición de que uno puede manejar así su tema encierra una «ridícula inmodestia» (Nietzsche, KSA 3, 627). La contrarresta el descontrol por el que se caracteriza el personaje del puer robustus. Al cabo resulta ser justamente esto: un personaje que aparece ora aquí, ora allá, tan pronto así como de otro modo, pero no una argumentación, una tesis que se pudiera formular claramente y debatir. Los pensadores que hacen intervenir la figura del puer robustus podrán creer que se trata de un instrumento dócil. Pero él hace escarnio de la confianza que tales pensadores tienen en sí mismos, él tiene su vida propia y se desarrolla hasta convertirse en protagonista de la modernidad. Las transformaciones internas y las contiendas externas que lo afligen no se me ocurrirían ni en sueños (y menos aún estando despierto). Pero lo que aquí hace falta no es solo desconfianza hacia la teoría, sino exactamente en la misma medida confianza hacia ella. Con un poco de suerte, la comprensión de sus límites y el caos que conlleva la aventura a la que ella se expone más bien incentiva la teoría que la debilita. Con ayuda de la teoría uno logra salirse de su situación particular: además de a sí mismo uno observa a todos. Así es como esa historia de aventuras que también es este libro viene acompañada de una teoría del perturbador, que busca definir cuál es la artimaña con la que su figura cambia y qué es lo que debemos pensar de cada una de sus apariciones.

Para mantener el equilibrio entre historia de aventuras y teoría, la mayoría de las reflexiones sistemáticas las desarrollaré solo en el curso del viaje que ahora emprendo. Entonces habrá que preguntar, por ejemplo, por qué el puer robustus es tan tremendamente masculino, o qué le sucede al descubrir su lado femenino o simplemente humano. No solo es llamativa su masculinidad, sino también su individualismo… y quizá además de llamativos también sean achacosos. Se le asocia con la idea de regatear con la cooperación social echando mano del esquema de cierre y ruptura de contrato. Esta idea me interesará tanto como la cuestión de si el puer robustus está condenado a seguir siendo un solitario o si encuentra acceso a comunidades y colectivos. (La diferencia entre socialización empática y sinérgica resultará ser aquí muy fecunda). Antes de poner en marcha el escenario giratorio sobre el que hace su aparición el puer robustus, antes de indagar en detalle sus jugadas y sus formas de combate, quiero introducir al menos un concepto fundamental de la teoría del perturbador y esbozar una pequeña tipología de sus diversas formas. El concepto fundamental se llama umbral.

Como se dijo al comienzo, este libro versa sobre la relación entre orden y perturbación. Por motivos que pueden ser de índole muy diversa, el puer robustus queda relegado al margen, desbarata los planes o se entromete, pero al margen de cómo se comporte el perturbador siempre se encuentra en el borde, en una frontera o, justamente, y como se debería decir mejor, en un umbral. Este umbral es uno de los detalles arquitectónicos menos aparentes y al mismo tiempo más importantes del edificio de la filosofía política.

Prefiero la palabra «umbral» a la palabra «frontera», porque muestra dos peculiaridades. En primer lugar, se considera que un umbral es típicamente bajo. Un umbral se puede traspasar, uno se puede tropezar con él o detenerse en él. La permeabilidad del umbral es variable y negociable en una medida mucho mayor que la de la frontera. En segundo lugar, por medio del umbral se puede hacer un reparto a resultas del cual dos espacios quedan definidos como dentro y fuera. También quien traza fronteras conoce esta distinción, pero en su caso la definición de dentro y fuera depende exclusivamente de la ubicación del observador: lo que para uno es el extranjero para el otro es el interior de su propio país, y viceversa. A diferencia de ello, la acepción más conocida del umbral es aquella que lo sitúa en una entrada con la que, de una vez por todas, queda establecida una asignación de dentro y fuera. Alguien que está ahí fuera delante de la puerta no puede persuadirse de estar dentro. Con el problema político de orden y perturbación cuadra mejor el umbral que la frontera, con sus asignaciones variables: el umbral se refiere a un espacio interior que está contorneado por un borde, en el cual se producen confrontaciones entre los miembros del orden y los marginales. Precisamente por eso la permeabilidad del umbral pasa a ser una cuestión clave.

Una frontera separa ámbitos o reinos en los que tanto acá como allá se pueden encontrar miembros. El puer robustus, que merodea por el umbral, no queda en medio de dos órdenes, sino que más bien se mueve en el borde de un único mundo que está definido por el alcance de su campo de poder. Este borde no es un lugar distinto, sino en realidad un no-lugar. El puer robustus no pertenece a ninguna parte, sino que es el desarraigado por antonomasia. Le resulta difícil asentarse en este no-lugar. No puede recrearse en la sensación de que no le gusta el mundo. Más bien se refiere innegablemente al orden, estando en tensión con él. Lleva una «vida en el umbral» y se queda «interiormente inacabado» (Bajtín).4

Pero como no puede haber orden sin un borde que marque su campo de validez, el orden asume que hay hombres que merodean fuera de este ámbito, más allá de este borde. Con palabras de Hegel, hay que señalar que «habiéndose definido algo como límite, en ese mismo momento ya se lo ha rebasado» (W 5, 145). Es decir, en realidad es el orden el que engendra al perturbador que aquel mismo observa y combate. Al pretender excluir, el orden tiene que vivir con la agitación que lo rodea como si fuera un círculo de fuego. Este esquema de dentro y fuera viene asociado con un modelo centralista de política para el que los únicos enemigos son los marginales. Considerándolo históricamente, esto significa que el puer robustus solo puede ser un vástago de los comienzos de la modernidad, es decir, de una época en la que el juego de fuerzas entre las diversas instancias de poder (monarquía, Iglesia, nobleza, etc.) es reemplazado por el monopolio de poder del Estado. No es ninguna casualidad que fuera justamente Hobbes quien introdujera al puer robustus en la filosofía política. Pero este personaje seguirá con vida mientras sean tales centros de poder los que marquen la pauta, ya sean Estados nacionales, poderes imperiales, instituciones transnacionales u otros global players, es decir, hasta la época actual. Con ello también queda claro que al final de este libro el puer robustus se habrá transformado en un contemporáneo.

Siempre que se habla de «umbral» o de «liminaridad», inevitablemente entra en juego la teoría etnológica del «ser liminar».5 Sin embargo, el puer robustus no es, en esta acepción etnológica, un ser cuya existencia quede ligada a un tiempo muerto o a un período intermedio, es decir, no es por ejemplo un adolescente que por breve tiempo se pasa de rosca o que se retira una semana al desierto a prepararse para la vida adulta. En el caso del perturbador, el ritual del tránsito no es una mera fase o episodio: para él, el tránsito se convierte en tarea de toda una vida. Se detiene en el momento en que su vida vacila irresuelta, arruinándole así al mismo tiempo al orden su cohesión. Desde luego que el orden puede hacer ostentación de dureza castigándolo por su negativa a someterse o forzándolo con todo su poder a que ceda, pero el perturbador no solo tiene la elección entre exclusión o integración. Cuando desafía el orden poniendo a prueba su elasticidad, también el orden puede tambalearse. Diciéndolo brevemente, se plantea la pregunta por la direction of fit: ¿quién se adapta a quién? ¿Castiga el orden al perturbador por la vía rápida o el perturbador hace que el orden se transforme, operando un cambio radical?

Siendo un ser de umbrales, el puer robustus se enfrenta al homo sacer, es decir, a aquella figura que Giorgio Agamben rescató del olvido. Ambos vienen a ser proscritos, e igual que al puer robustus de Hobbes se le llama un vir malus, también así el homo sacer es designado en el derecho romano como homo malus.6 Pero en análisis de Agamben «exclusión», «segregación» o «abandono» son categorías definitivas.7 El homo sacer se encuentra en un afuera absoluto, es el totalmente distinto, contra el cual se define un orden y al que es lícito matar impunemente (al menos en la Antigüedad). La distinción «entre el Estado y el no-Estado»8 está consolidada, el umbral del que —por cierto— Agamben habla a menudo9 se transforma en un obstáculo insuperable. A diferencia de Agamben y de muchos otros, lo que a mí me interesa no son solo las fronteras, sino también los pasos fronterizos. Si la exclusión se establece de forma absoluta, entonces se paraliza al marginal, y junto con él la historia. El marginal no interviene como actor, sino que se convierte en víctima.10 En este punto se puede contraponer a Foucault y Agamben: «Hay que escapar de la alternativa entre fuera y dentro; hay que estar en las fronteras». «Preguntarle a una cultura por sus experiencias límite significa preguntarle en los límites de la historia por una fragmentación que viene a ser el nacimiento de su historia».11 Si las experiencias límite tienen su propia historia, eso significa que las fronteras constantemente se están confirmando, discutiendo, defendiendo, desplazando o rompiendo. Y si todo esto debe suceder, entonces entre los excluidos y los integrados no solo debe haber perjudicados que padezcan el daño, sino también actuantes. El puer robustus es uno de estos actuantes. Hay que creerle capaz de influir sobre el curso del mundo para bien o para mal.

Con la crítica a Agamben enlazo un punto general: tengo la impresión de que la filosofía política adolece de una falsa oposición entre identidad y alteridad.

Por un lado, el marginal se ha vuelto entre tanto un tema tan popular de la teoría que, paradójicamente, se podría pensar que es uno de nosotros. Ya en 1990 Stuart Hall comentó que «se han escrito [muchos] artículos elegantes sobre lo “distinto” sin que forzosamente sus autores se hayan “enterado” de qué significa para algunos “ser distintos”».12 Hay un determinado tipo de teoría política que ya no puede prescindir del discurso sobre la alteridad, la marginalidad, la multitude, etc. Diciéndolo a grandes rasgos, tal teoría se presenta bajo una modalidad gozosa y bajo una modalidad melancólica, como movilización de energías heterodoxas o como referencia a la alteridad básicamente insondable del otro.

Por otro lado, existe otro tipo de teoría política no menos famosa que está obsesionada con los modelos de identidad colectiva y se dedica a recopilar el material en el que pudiera consistir el cement of society o «cemento de la sociedad». Las palabras clave al uso son «cultura dirigente», «capital social», «memoria colectiva», «solidaridad», «bien común», «ética mundial», etc. También este tipo de teoría se presenta bajo diversas modalidades, y lo hace con los bríos constructivistas del establecimiento de normas universalmente válidas y vinculantes o con los gestos restaurativos del aseguramiento de los fondos de la tradición.

Si —como cabe esperar— a los representantes de ambos bandos les resulta evidente que esta contraposición formal es correcta, entonces solo queda por aclarar en un paso siguiente si resulta aconsejable tomar partido por uno de estos bandos. A la luz de la teoría del umbral que acabamos de esbozar, eso me resulta absurdo. A quienes celebran el juego de las alteridades y al mismo tiempo recelan de la institucionalización de la convivencia cabe objetarles que, en realidad, lo que están propagando no es la diferencia, sino la indiferencia, un estado de indolencia. Pero la lucha por las divergencias solo es concebible como lucha por las afinidades. Quizá el modo más fácil de poner en apuros a quienes apuestan por la identidad sea con una cita de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe:

Ya se trate de una compañía de teatro o de un imperio […], por lo común se puede indicar el momento en el que habían alcanzado su nivel supremo de perfección, de concordia, de satisfacción y de actividad. Pero a menudo sucede que el personal cambia rápidamente, que ingresan nuevos miembros, que las personas ya no encajan con las circunstancias o que las circunstancias ya no encajan con las personas, y todo cambia.13

La discrepancia entre «circunstancias» y «personas» no se reduce a que acaso las últimas no estuvieran de acuerdo entre sí acerca de qué aspecto debe ofrecer el marco político en el que se encuentran. Esta discrepancia conduce más bien a una inseguridad radical de las instituciones. Estas se asientan sobre una base oscilante, porque eso que Goethe llama el «personal» cambia constantemente. Lo extraño no procede solo de la distancia espacial, sino que surge en primer lugar de la mudanza biográfica en el tiempo, a la cual quedan expuestos los órdenes políticos tan pronto como se refieren de alguna forma a la iniciativa de sus miembros y se apoyan en ellos, y esto se puede decir al menos de todas las sociedades modernas a partir de Hobbes.

Cuando hoy día pensamos en los extranjeros, lo primero que nos viene a la cabeza son los flujos migratorios en el mundo globalizado. Inevitablemente aparecerán en el horizonte del cuadro que se dibuja en este libro. Pero lo primero que hay que describir es la migración interior en una sociedad, es decir, la intensa actividad, los estímulos en ese umbral en el que los sujetos políticos llegan a ser lo que son y en el que los órdenes son desafiados a afirmarse o a renovarse. Eso significa también que justamente porque las sociedades modernas se ven forzadas a manejar por sí mismas —voluntaria o involuntariamente— la migración interior, ya están preparadas para manejar la migración exterior. Siguiendo el hilo conductor del puer robustus como si avanzara por él colgado de las manos, me iré desplazando hasta llegar al final a las actuales crisis de exclusión e integración.

¿Qué sucede con el puer robustus, que está en el umbral del orden? Puede quebrantarse en él y sucumbir. Puede desistir de sí mismo y volverse serio lenta pero inexorablemente. Pero aparte de su final más o menos fatal también tiene disponibles escenarios para autoafirmarse. Tales escenarios son extremadamente dispares y se pueden compilar en una pequeña tipología del perturbador, que yo tomaré como guía en este libro. En primer lugar, tenemos el perturbador egocéntrico, que —diciéndolo plásticamente— patalea en el suelo del umbral, resistiéndose al orden estatal y apurando hasta el fondo su testarudez. (En Hobbes, la historia del puer robustus comienza con este tipo). A su lado aparece el perturbador excéntrico, a quien las reglas le importan un ardite, pero que al mismo tiempo no puede confiar en su testarudez porque todavía anda buscándose a sí mismo. El borde en el que se encuentra no lo emplea como domicilio, sino que lo aprovecha como trampolín para saltar a lo incierto. (Será Diderot quien introduzca este tipo en la historia del puer robustus, y Tocqueville oscilará entre la antipatía hacia el perturbador egocéntrico y la simpatía hacia el perturbador excéntrico). Luego está también el perturbador nomocéntrico, que lucha contra el orden anticipando unas reglas que en su momento habrán de aparecer en el umbral de tal orden. (Este tipo lo encontramos en Rousseau, Schiller lo llevará al escenario con los personajes de Karl Moor y de Guillermo Tell, y Marx tratará de sacarlo del escenario para llevarlo a la realidad de la lucha de clases).

Con esta tríada del perturbador egocéntrico, excéntrico y nomocéntrico se pueden consignar todas las figuras que aparecen es este libro… o casi todas. En la fase tardía del puer robustus toparemos con un tipo que hace de las suyas desencadenando una especie de perturbación perturbada. Para la agitación que él promueve y para su propia resistencia necesita algo que, en realidad, contradice la imagen que el perturbador tiene de sí mismo: la protección de la masa en la que se disuelve y en cuyo nombre actúa. Por eso no ha merecido ningún nombre mejor que el de perturbador masivo.

Esta sucesión de tipos que acabo de describir podría suscitar la impresión de que aquí se está perfilando un desarrollo histórico en el que los tipos van apareciendo y retirándose sucesivamente uno tras otro, pero no es esto lo que se quiere decir. La historia del puer robustus es y será una historia de aventuras, y eso significa que no se basa en ninguna secuencia lógica, en ninguna tendencia de la filosofía de la historia. Los diversos tipos de perturbador salen al escenario, desaparecen y reaparecen una y otra vez. Entre ellos hay una tremenda y fecunda competencia. El puer robustus está en discordia consigo mismo, porque los pensadores que se ocupan de él lo meten en los papeles más dispares. Se lo dejan preparado para luego atacarlo o defenderlo.

Como la historia que narro coincide temporal y temáticamente con el establecimiento de la democracia en el mundo occidental, la imagen del orden que aquellos pensadores contraponen al perturbador queda sujeta también a mudanza. A la inclinación o el rechazo hacia el perturbador se le suma una lucha a favor o en contra de la democracia, sin que en este doble «a favor y en contra» se formen siempre las mismas coaliciones y los mismos frentes. En último término habrá que preguntar qué agenda sigue el perturbador cuando la democracia se declara dispuesta a recibirlo con los brazos abiertos, cuando ella se llama a sí misma «salvaje» (Lefort), «rebelde» (Abensour) o «creativa» (Dewey) (cf. infra, pp. 300, 347). Pero ya podemos anticipar que no desaparecerá.

En este libro analizaré los puntos fuertes y los puntos débiles de los papeles que asume el puer robustus. Estos juegos de rol solo resultan comprensibles si se tienen de fondo los decorados en los que se mueve el puer robustus, así como en contraste con los defensores del orden que tienen que lidiar con él. Si uno quiere conocer al perturbador, tendrá que familiarizarse tanto con sus enemigos como con sus amigos, entre los cuales se podrán hallar algunos falsos enemigos y algunos falsos amigos. Se mostrará qué perturbador merece reconocimiento y ánimos, y se enseñará cómo sentir simpatía hacia él del modo correcto. Yo siento un especial cariño —por desvelarlo ya ahora— por el perturbador excéntrico.

En el escenario giratorio al que se invita a subir al puer robustus se marcarán las precarias y arriesgadas posiciones del marginal, habrá que explorar las estrategias del orden para excluirlo o amansarlo, y se ensayarán los intentos de conmocionar y reconfigurar el orden. Se alza el telón, la obra puede comenzar.