NOTAS


1 Salmos 15-16, 10.

2 Cita oculta del poema «Silentium!» (1830) de Fiódor Tiútchev, célebre poeta ruso.

3 Charles Baudelaire, «Correspondencias».

4 Mateo 12:34; Lucas 6:45.

5 Juan 3:8.

6 Giacomo Leopardi, El infinito (1826).

7 Goethe, Feliz anhelo (1814).

8 Mateo 26:41.

9 Mateo 11:30.

10 Mateo 26:52.

11 Muerte en llamas.

12 Juan 4:10, 7:38.

13 Referencia a Platón, Timeo 23AB, Fedro 274C-275B.

14 Mnemosina: personificación de la memoria y madre de las musas.

15 Del poema «Derevia» [Los árboles] de V. I. Ivánov.

16 Lev Shestov (1866-1938) filósofo existencialista ruso.

17 Del poema «Dvizhenie» [El movimiento] (1825) de Aleksandr Pushkin.

18 Ezequiel 37:1.

19 Mateo 5:18.

20 Del poema «Vermächtnis» («El legado») (1829) de Goethe.

21 Goethe, Fausto, I parte.

22 Mateo 8:22.

23 Carta a los Hebreos 12:1.

24 Mateo 11:17.

25 1 Reyes 4:25.

26 Título de la obra de M. O. Gershenzón publicada en 1918.

27 Así habló Zaratustra, El preámbulo de Zaratustra-III.

28 Deuteronomio 5:8.

29 Devorador de almas.

30 Del poema «Praschur» [El antepasado] (1917) de V. I. Ivánov.

31 Referencia a la primera codificación del derecho romano en 451-450 a. C.

32 Del griego areté. Cultivo de las virtudes cívicas, morales e intelectuales.

33 Mateo 26:28; Marcos 14:22; Lucas 22:19.

34 «Es duro luchar contra los deseos del corazón, pues todo lo que obtienes, lo pagas con el alma», Heráclito, B85.

35 Ídolo de la Rusia precristiana.

36 Wilhelm Wundt (1832-1920), filósofo y psicólogo alemán.

37 La expresión pertenece a la obra Un enemigo del pueblo (1882) del dramaturgo Henrik Ibsen (1826-1906).

38 Fiódor Tiútchev, «Silentium!» (1830). Ver nota 2 de la carta III.

39 Mateo 18:20.

40 Del poema Kochévniki krasoty [Los nómadas de la belleza] de V. I. Ivánov.

41 Del poema «Zemliá» [La tierra] de V. I. Ivánov.

42 Del poema «Son Melampa» [El sueño de Melampo] (1907) de V. I. Ivánov.

43 Alusión a la obra inacabada de Novalis Los discípulos en Sais.

44 Del poema «Bescryliy duj, zemlióiu polonionni» [Espíritu sin alas, del suelo prisionero] (1883) de Vladímir Soloviov.

45 De la tragedia Prometeo de V. I. Ivánov.



M. O. GERSHENZÓN

V. I. IVÁNOV


CORRESPONDENCIA

DESDE DOS RINCONES 

DE UNA HABITACIÓN


traducción de

Yulia Dobrovolskaya Pesina







jus


1



título original

A corner to corner correspondence


© de la traducción, 2018, Yulia Dobrovolskaya Pesina

© 2018, Jus, Libreros y Editores SA. de CV.

Donceles 66, Centro Histórico

CP06010, Ciudad de México


Correspondencia desde dos rincones de una habitación

isbn978-607-8650-00-2


Primera edición: noviembre de 2018

Composición digital: Giulia Lo Monaco


Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción total o

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Este intercambio epistolar comenzó por azar. Se trata de doce cartas que el filósofo Mijail Osipovich Gershenzón y el poeta Viacheslav Ivánov intercambiaron durante el verano de 1920 en el Sanatorio para los Trabajadores Científicos y Literarios, cerca de Moscú. Mientras Gershenzón se encontraba fuera del cuarto, Ivánov le dejó una carta sobre la mesa; el tema: la inmortalidad del hombre. Como respuesta, el poeta obtuvo una breve disertación sobre la naturaleza de la cultura y su función en la sociedad. A partir de entonces los vecinos polemizaron, cada uno desde su trinchera en la habitación.

Gershenzón fue uno de los pensadores rusos más importantes de la segunda mitad del siglo XIX; consideró la revolución bolchevique un fenómeno social que liberaría al hombre de la acumulación excesiva de valores culturales. Por su parte, Ivánov, también llamado «Viacheslav el Magnífico», fue discípulo de Mommsen; escribió brillantes ensayos literarios y poesía, caracterizada por su contenido altamente intelectual. Ambos compartieron el cuarto y reflexionaron sobre el estado y el destino de Occidente.

Con Europa en ruinas, Rusia pasó por la revolución de 1917, y el proletariado, tras el zarismo, accedió al gobierno; la idea de progreso, sustentada en su herramienta más poderosa —la ciencia—, derivó en el desarrollo de armas de guerra utilizadas en un conflicto bélico de magnitudes nunca antes vistas. ¿Qué hacer ante esa realidad asfixiante? La correspondencia entre Gershenzón e Ivánov es un juego de preguntas y respuestas. Siempre pertinentes, también ahora.

N. del E.

 






CORRESPONDENCIA

DESDE DOS 

RINCONES

DE UNA HABITACIÓN 





I






A M. O. Gershenzón


Sé, querido amigo y vecino de habitación, que usted ha puesto en duda la inmortalidad propia y al Dios íntimo. Podría pensarse que no soy quien debería defender ante usted el derecho del individuo a su reconocimiento metafísico y su sublimación,ya que en verdad no siento en mí nada que pudiera reivindicar la vida eterna.

Nada excepto lo que en todo caso ya no es yo, excepto todo aquello total y ecuménico en mí que, como un visitante luminoso, enlaza y comprende espiritualmente mi existencia limitada e inevitablemente provisional en toda la complejidad de su composición caprichosa y eventual. No obstante, me parece que dicho convidado no me visitó en vano e «hizo morada» en mí.

Su meta, creo yo, es brindar al anfitrión una inmortalidad que mi razón no comprende. Mi ser es inmortal no porque exista sino porque ha sido llamado a despertar a la existencia. Y como cualquier despertar, como mi nacimiento en este mundo, la percibo como un total milagro. Veo claramente que jamás encontraría en mi supuesta personalidad y sus multiformes expresiones un solo átomo siquiera semejante al embrión de la existencia autónoma y verdadera (es decir, eterna). Soy una semilla que ha muerto en la tierra; porque «si la semilla no muere ¿cómo dará fruto?». El Señor me resucitará porque Él está conmigo. Lo conozco en mí como el oscuro regazo que da vida , como aquello eternamente sublime que fortalece lo mejor y lo más sagrado de mí, como el principio viviente de ser, más sustancioso que yo y que por tanto contiene, entre otras, energías y cualidades mías, mi propia seña de conciencia personal. Surgí de Él y en mí Él reside. Y si no me abandona, creará las formas de su posterior presencia en mí, es decir, mi personalidad. Dios no sólo me ha creado, sino que me crea continuamente y volverá a crearme. Puesto que, sin lugar a dudas, desea que en adelante lo cree dentro de mí de igual manera que lo he hecho hasta ahora. No puede darse el advenimiento sin la aceptación voluntaria: ambas proezas son en cierto sentido equivalentes, y el que da se vuelve digno de recibir. Dios no puede abandonarme si yo no lo abandono a Él. De modo que la ley interior del amor escrita en nosotros (ya que sin dificultad leemos su tabla invisible) nos cerciora de que tiene razón el salmista del Antiguo Testamento cuando le dice al Señor: «No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción».1 Eso, querido vecino, es lo que pienso . ¿Qué me dirá en respuesta desde el rincón opuesto de la misma habitación? ¿Qué piensa?

V. I.

17 de junio de 1920 





II






A V. I. Ivánov


No, V. I., no pongo en duda la inmortalidad propia y, de modo similar al suyo, considero la personalidad como el tabernáculo de la realidad verdadera. Pero en estas materias no se debe ni disertar ni reflexionar. Nosotros, querido amigo, nos encontramos en los extremos opuestos de una diagonal no sólo en esta habitación sino también en el sentido espiritual. No me gusta elevarme a las alturas metafísicas aunque admiro su suave vuelo por encima de ellas. Esas especulaciones más allá de los límites que invariablemente adquieren formas sistemáticas conforme a las leyes de los vínculos lógicos, esa arquitectura quimérica a la que se entregan tan afanosamente muchos de los que pertenecen a nuestro círculo, le confieso que me parecen un pasatiempo ocioso y extraviado. Más aún, esta abstracción me oprime, y no sólo ella: últimamente, como un lastre enojoso, como un atuendo demasiado pesado, demasiado sofocante, me oprimen todo el patrimonio intelectual de la humanidad, toda la riqueza de concepciones, conocimientos y valores acumulada y aposentada durante siglos.

ó

M. G.