Lolita Copacabana

 

Lolita Copacabana, mayor de edad, nacida en la Ciudad de Buenos Aires (Argentina), el 11 de noviembre de 1980 y de profesión escritora, traductora y editora, es la autora de Aleksandr Solzhenitsyn (en lo sucesivo LA OBRA), libro que el lector, como comprador, adquirió mediante un contrato verbal de compra-venta.

Lolita Copacabana es autora de Buena leche: diarios de una joven (no tan) formal (Editorial Sudamericana, 2006) además de LA OBRA y es editora junto con su cónyuge, Hernán Vanoli, de la editorial argentina Momofuku.

Lolita Copacabana fue seleccionada en 2017 como una de los treinta y nueve mejores autores latinoamericanos menores de treinta y nueve años en el Hay Festival de Bogotá, cuyo jurado estuvo compuesto por los escritores Darío Jaramillo (Colombia), Leila Guerriero (Argentina) y Carmen Boullosa (México).

Lolita Copacabana tiene videos en Youtube haciendo playback y bailando.

Lolita Copacabana es el seudónimo de la autora de LA OBRA, cuyo verdadero nombre es Inés Gallo de Urioste. Actualmente reside en Iowa, Estados Unidos.

 

«Internet bajó a la literatura un poco a la tierra, rompió una especie de hechizo».

 

 

Núria Inés «Tinta Fina»

 

Tinta Fina, mayor de edad, de profesión ilustradora, reside en el municipio de El Prat de Llobregat, provincia de Barcelona.

A Tinta Fina le gustan los relatos que surgen de lo íntimo y lo cotidiano, y su pincelada rápida y marcada es perfecta para el melodrama del siglo xxi. Tinta Fina publicó junto con Miguel Ángel Blanca, de profesión cantante, guionista y director de cine, la novela gráfica La importancia de ser rosa (Barrett, 2017), que podemos aportar como prueba número uno.

Tinta fina es morena pero luego se tiñó de rubia.

Tinta Fina es el pseudónimo por el que se conoce a Nuria Inés Hernández, autora de la ilustración de la portada de esta obra.

 

 

 

Título original: Aleksandr Sozlhenitsyn

Primera edición: enero de 2019

 

 

Diseño de colección: Estudio Lápiz Ruso

Corrección: Editorial Barrett

 

 

© del texto: Lolita Copacabana

© del prólogo: Almudena Sánchez

© del diseño de cubierta: Núria Inés «Tintafina»

© de la edición: Editorial Barrett

www.editorialbarrett.org

info@editorialbarrett.org

 

 

ISBN: 978-84-948936-8-1

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Somos buenas personas, así que, si necesitas algo, escríbenos. No nos va a sacar de pobres dejarte hacer unas cuantas fotocopias.

 

 

 

 

Famosos a la vista

Por Almudena Sánchez

 

 

Lo primero: Aleksandr Solzhenitsyn de Lolita Copacabana es una novela modernísima, casi tan innovadora o actual como el sistema nuevo de las teles de resolución 4K. Sin embargo, al contrario que la tecnología, esta novela no quedará obsoleta. Por su contenido. Por la estructura, pues si tuviera que definir la construcción de esta novela, lo haría con una imagen antigua: una moneda entre las dos manos y un giro de 180 grados para saber si nos ha tocado cara o cruz. Las protagonistas son dos y se alternan: la madre de Elle Fanning (cara, por ejemplo) y Lindsay Lohan (cruz, más famosa). Es una novela bidireccional, narrada desde un montículo y con prismáticos, pues a la celebrity y a la madre de la celebrity las vemos desde lejos (siempre están lejos, los famosos) con una mano en el corazón y otra de visera. Y una novela de supervivencia ante las redes sociales, las críticas, la visión de los otros y el constante estado de alerta al que nos somete la vida.

¿Cómo viven los famosos cuando no viven dentro de un espectáculo de ficción? Esa es la gran pregunta y el hallazgo más bello de Copacabana consiste en imaginarlo sin crear ninguna escena escandalosa, solo con las pequeñas dificultades del día a día. Un control de alcoholemia. Una llamada telefónica a un padre ausente. Un día de lluvia. Una menopausia temprana. Un roce entre amigos.

Los personajes que encontramos en Aleksandr Solzhenitsyn son seres cubiertos de fama, pero faltos de cotidianeidad. No conocen el arte de tirar la basura, ni de hablar con el fontanero, ni lo que se vende en un comercio chino. Por ello, los mejores momentos ocurren cuando se distraen, cuando hacen pausas, cuando se sorprenden, cuando nadie los ve y se apuntan a un curso sobre el crecimiento de los cactus o compran pañales en el Carrefour Market: («La madre de Elle Fanning se sorprende con el peso que puede adquirir una regadera llena»; «Lindsay Lohan se distrae mirando a una doctora cruzar con decisión el pasillo»). Luego están las pastillas, los cócteles, las técnicas de relajación para calmar el estruendo con el que suenan sus pasos y el eco que producen.

Lindsay Lohan con tacones faraónicos. La madre de Elle Fanning con botas camperas.

Quizá lo que otros piensan de lo que nosotros hacemos (es decir, la imagen proyectada) sea una de las cuestiones claves de la contemporaneidad. O al menos así lo comparto con Copacabana. Somos escritoras jóvenes y eso hace que hablen de lo que escribimos, pero no solo de lo que escribimos. Lo que cuenta, además, es la foto. En nuestro caso, interviene el año de nacimiento (generación 80) + dónde vivimos + la pareja que tenemos, si la tenemos + ¿otra novela escrita por una mujer sobre cuestiones femeninas?

En fin, lo inevitable en este siglo xxi es lo de alrededor.

En Aleksandr Solzhenitsyn, Lolita Copacabana habla magníficamente de la intimidad, de los huecos vacíos que va dejando, poco a poco, este mundo artificial que habitamos. Si algo los está llenando, es la nostalgia por lo retro y el recuerdo de aquellas tardes en que jugábamos a las chapas en la plaza del pueblo. Pero eso es tapar con pintura una realidad existente y es que andamos escasos de piel, de que nos cojan de la mano en vez de vernos la cara por Skype.

Mientras leía la novela, me acordaba de una película que vi hace unos años: Maps to the Stars, de David Cronenberg. No trata de lo mismo, pero se le parece. El retrato de Cronenberg sobre el famoseo es más descarado que el de Copacabana, ya que la narradora arroja ternura y compasión hacia sus personaje-estrellas. ¿Por qué habrá escogido a ¡la madre! de Elle Fanning? ¿A Lindsey Lohan? ¿A Jared Leto? Los cuida en sus peores situaciones, los alimenta. En cambio, Cronenberg los dejaba haciendo sus necesidades en el baño con la puerta abierta. En mi cabeza está grabada una escena en la que Julianne Moore está sentada en el váter con las bragas bajadas hasta las rodillas.

Y así continuamos, hasta mostrarlo todo.

 

 

Almudena Sánchez, autora de este prólogo, nació en Palma de Mallorca en 1985 y es escritora y periodista.

Almudena Sánchez ha escrito el libro de relatos La acústica de los iglús (Caballo de Troya) donde aúna lirismo, mundos oníricos y humor y con el que quedó finalista del premio Ojo Crítico y del premio Setenil.

Almudena Sánchez colabora habitualmente en revistas y medios culturales.

 

 

 

 

 

A Hernán Vanoli

 

I

El día tres de febrero, un lunes, la madre de Elle Fanning recibe un correo electrónico de la Defensoría Penal, Contravencional y de Faltas Número 13 por la causa de alcoholemia positivo, artículo 111 del Código Contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A un mes y medio del inicio del receso escolar, y a casi dos meses del incidente, la madre de Elle Fanning se encuentra sin mucho que hacer en el pegajoso calor de la ciudad y contempla su casilla de correo electrónico vacía en el momento mismo en el que su buzón de entrada pasa a marcar el muy inesperado (1).

Antes de decidirse a abrirlo, la madre de Elle Fanning dedica un paneo despistado a su escritorio con la esperanza inconsciente de materializar un atado de cigarrillos. Si bien desde el mes de diciembre se permite incurrir en el vicio frente a sucesos fortuitos, ya hace dos años que la madre de Elle Fanning se ha adjudicado el título de exfumadora, por lo que, tras unos segundos de tensión mandibular y nudillos vacilantes, opta por tomar un chicle de nicotina del primer cajón a su derecha y metérselo con desgano en la boca.

La madre de Elle Fanning lee el correo electrónico con expresión facial entre resignada y neutra. El mismo, redactado por su abogado defensor, informa que la madre de Elle Fanning ha sido condenada a la realización de treinta horas de tareas comunitarias, a fijar un domicilio en la Ciudad de Buenos Aires, a cumplir con las citaciones que de ahora en más sean previstas, a abstenerse de conducir por quince días, a concurrir a un curso de seguridad vial, y a hacer una donación de cualquier tipo de elementos que sean necesarios por un valor de quinientos pesos al Hospital Garrahan.

La madre de Elle Fanning, en parte aliviada, aprieta el chicle de nicotina contra su encía y sonríe con indignación agridulce: la madre de Elle Fanning sabe que no ha sido condenada a nada, que no se trata de una condena sino de una lista de «condiciones para la suspensión del juicio a prueba».

La madre de Elle Fanning es «bachiller universitaria en Derecho». Aunque nadie sepa muy bien qué significa, existe el consenso general de que suena a zafar por poco.

 

Esa misma tarde, la madre de Elle Fanning concurre a la Secretaría Judicial de Coordinación y Seguimiento de Ejecución de Sanciones, sita en la calle Libertad al 1100 de esta ciudad. Después de anunciarse en la entrada del moderno edificio, la madre de Elle Fanning sube al impecable ascensor y aprieta el botón del tercer piso.

La madre de Elle Fanning tiene un número de causa tatuado en el brazo y lo presenta junto con sus papeles en el mostrador mientras dirige una sonrisa incómoda al joven homosexual que la atiende cordial y le pide su Documento Nacional de Identidad. La madre de Elle Fanning se lo entrega y, tras ser despachada, toma asiento en los mullidos sillones de la sala de espera, en donde saca el teléfono celular de su cartera con el objeto de mostrarse desinteresada y poder mirar de reojo al resto de la fauna contraventora.

A unos pocos metros, un hombre con una camisa blanca desabrochada y cadenas doradas juega compulsivamente al Candy Crush. La madre de Elle Fanning se detiene unos momentos sobre su aire de resignada calma, y siente a su cuerpo acusar recibo de una oleada de envidia no menor. Una mujer de aspecto desprolijo y descuidado busca algo con expresión facial compungida en los bolsillos de su campera de cuero. Del ascensor sale una enana vestida de empleada administrativa, quien tras mirar a los contraventores con desprecio se mete en la oficina de la Secretaría de Coordinación.

Desde el mostrador un joven con el brazo tatuado hasta el codo llama a la madre de Elle Fanning por su nombre de pila. La madre de Elle Fanning se acerca al joven con el brazo tatuado vacilante y temerosa. El joven con el brazo tatuado se presenta como Luis «el encargado de llevar la causa», trata a la madre de Elle Fanning con amabilidad, y le presenta una prolija carpeta que contiene una lista de varias páginas con una serie de instituciones, ordenadas por comuna, en donde se le da la posibilidad de realizar sus treinta horas de tareas comunitarias.

 

La madre de Elle Fanning permanece de pie junto al mostrador, y hojea primero la oferta de instituciones en las comunas 1, 3, 4 y 5. La madre de Elle Fanning ficha un par, atenta de descartar aquellas instituciones en las cuales la oferta incluya «actividades de limpieza». La mayoría de las instituciones ofertan propuestas que incluyen «actividades de limpieza». La madre de Elle Fanning aprieta su tercer chicle de nicotina del día contra su encía superior e intenta no caer en la desesperanza. La madre de Elle Fanning escucha al hombre de camisa blanca desabrochada y cadenas doradas dirigirse con simpatía y confianza a alguien ubicado del otro lado del mostrador.

 

Después de veinte minutos de agotadora gimnasia neurótica, la madre de Elle Fanning termina eligiendo la posibilidad de realizar actividades de jardinería en el Jardín Botánico Carlos Thays. La madre de Elle Fanning informa su decisión al encargado de llevar su causa y, por algún motivo, se ve compelida a aclarar que «se toma el subte y la deja en la puerta». El joven tatuado encargado de llevar la causa recibe esta información con expresión facial neutra, vuelve a desaparecer hacia el interior de la oficina, y la madre de Elle Fanning vuelve a tomar asiento por unos diez minutos, tiempo que dedica a comparar los beneficios ofrecidos por los distintos sindicatos que con dedicación han empapelado la recepción de la Secretaría Judicial de Coordinación y Seguimiento de Ejecución de Sanciones. Tras lo que no le caben dudas consiste en un sesudo y pormenorizado análisis, la madre de Elle Fanning descarta al sindicato que obsequia útiles escolares y se decide a favor del sindicato que oferta a sus sindicados viajes especiales a la Costa Atlántica a precio promocional.

La madre de Elle Fanning mantiene su vista fija en las puertas del ascensor y escucha al hombre de camisa blanca y cadenas doradas sostener una conversación a través de su teléfono celular. El tono de voz del hombre de camisa blanca y cadenas doradas es despreocupado, por poco celebratorio; el hombre de camisa blanca y cadenas doradas maneja con soltura un caudal considerable de terminología jurídica.

La madre de Elle Fanning frunce el ceño.

Acto seguido la madre de Elle Fanning se pone de pie y se entretiene leyendo una fotocopia del diario Clarín pegada en la pared. Se trata de una nota que habla sobre la «violencia en el hogar», en especial casos de violencia psicológica ejercida por hombres hacia mujeres, generalmente sus parejas, con énfasis en casos que involucran el consumo de bebidas alcohólicas en lo consuetudinario. La madre de Elle Fanning lee un recuadro con el testimonio de Roberto, psicópata celotípico en recuperación, cuando el joven tatuado vuelve a llamarla por su nombre de pila.

La madre de Elle Fanning se dirige una vez más al mostrador, donde el joven de brazo tatuado le entrega un pilón de oficios y le explica el detalle de algunos procedimientos, como el pedido de copias, tickets, la entrega de certificados. El joven de brazo tatuado aclara que, de acuerdo a lo determinado por el Señor Juez, la madre de Elle Fanning deberá haber cumplido con las condiciones de la suspensión del juicio a prueba para el día 6 de junio. La madre de Elle Fanning hace una mueca e intenta en vano memorizar los datos mientras realiza un esfuerzo mental por calcular la cantidad de tiempo que falta para esta fecha clave.

La madre de Elle Fanning pide una birome prestada, anota «6/6» en letra tamaño 20 y lo enmarca en una nube vaporosa en un vértice de la primera hoja de su agenda.

 

 

Breaking rocks in the hot sun, tararea la madre de Elle Fanning mientras prepara una ensalada de tomate y huevo. Hace más de un día completo que la madre de Elle Fanning piensa en sus treinta horas de tareas comunitarias, piensa en eso aun en los momentos en que está segura de que en realidad está pensando en otras cosas.

La madre de Elle Fanning hace un esfuerzo considerable por mantener altas tanto la moral como las esperanzas, aunque por momentos se preocupa porque, según lo que leyó en la carpeta que listaba instituciones para el cumplimiento de horas de tareas comunitarias, el Jardín Botánico Carlos Thays cuenta con un cupo limitado, de hasta quince personas, para la realización de dichos trabajos.

La madre de Elle Fanning baja la intensidad de la hornalla donde ha puesto dos huevos a hervir y se da cuenta, de pronto, de que, en caso de ser rechazada, no se encontraría, ahora, en condiciones psíquicas ni espirituales de poder elegir otra institución diferente del Jardín Botánico.

La madre de Elle Fanning se acerca a la mesada de mármol de su pequeña pero muy ordenada cocina y toma un cuchillo con mango de madera con el que se dispone a cortar un par de tomates para la cena. La madre de Elle Fanning filetea el primer tomate con una pericia sorprendente y una velocidad no menos alarmante mientras procura hacer un inventario mental del resto de las instituciones que figuraban en la carpeta maldita.

La madre de Elle Fanning decide dirigir su atención hacia rumbos más diáfanos, y se sirve una copa de vino blanco.

La madre de Elle Fanning añade dos hielos a su copa y se da cuenta, con el primer sorbo de vino y mientras intenta conjurar imágenes felices que involucren tareas de jardinería en el Jardín Botánico Carlos Thays, de que no tiene idea de cuál es el tipo de ropa adecuado para realizar tareas de jardinería. La madre de Elle Fanning sí tiene la certeza, en cualquier caso, de que no cuenta con dicha indumentaria en su guardarropa.

La madre de Elle Fanning especula unos segundos, retoma la fabricación de su ensalada y con el tercer trago de vino decide que, en caso de haber cupos y de ser aceptada en el Jardín Botánico Carlos Thays, lo más probable es que los encargados de coordinar la realización de sus treinta horas de tareas comunitarias vayan a proveerle algún tipo de ropa de trabajo.

La madre de Elle Fanning se imagina enfundada en un overol marrón cuatro talles demasiado grande. La madre de Elle Fanning se imagina enfundada en overol marrón cuatro talles demasiado grande portando una de esas aspiradoras invertidas, que tiran aire para afuera y se usan para barrer hojas. La madre de Elle Fanning se imagina al hombre de camisa abierta y cadenas doradas que vio en la Secretaría Judicial de Coordinación y Seguimiento de Ejecución de Sanciones enfundado en un overol de talle perfecto, usando una bordeadora con pericia, sonriente y relajado.

La madre de Elle Fanning apaga la hornalla y coloca la ollita con los huevos bajo un chorro constante de agua fría. La madre de Elle Fanning observa la danza errática de los huevos bajo la canilla y piensa en el ritual de apareamiento de unos peligrosos peces de río que observara la semana anterior en un programa de NatGeo. La madre de Elle Fanning piensa «pez gato», y recuerda que el Jardín Botánico está lleno de gatos y que los gatos son alimañas que no le simpatizan. La madre de Elle Fanning se imagina que sus futuros superiores le comandan la tarea de juntar excrementos felinos. La madre de Elle Fanning recuerda la foto de una comadreja en el Jardín Botánico que vio en Instagram hace menos de dos meses.

La madre de Elle Fanning abandona los tomates y se dirige a su computadora. La madre de Elle Fanning googlea «enfermedades transmisibles por mordedura de comadreja».

 

 

Durante los tres días siguientes la madre de Elle Fanning hace, cada dos horas, llamados al Jardín Botánico Carlos Thays. De los dos números de teléfono de los que fue provista, el primero está conectado a una máquina de fax. La madre de Elle Fanning se imagina a la segunda línea haciendo sonar impotente un aparato viejo de Entel en una habitación vacía, detrás de un fichero herrumbroso y mugriento. Se imagina al Dr. Félix de Álzaga, director a cargo del Jardín Botánico según el oficio que le fuera entregado en la Secretaría Judicial de Coordinación y Seguimiento de Ejecución de Sanciones, tomando té en hebras en una taza de porcelana recostado en una habitación contigua, las piernas apoyadas contra el marco de un ventanal que es puro verde.

Al quinto día la madre de Elle Fanning ingresa a la página web del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En la sección perteneciente al Jardín Botánico Carlos Thays figura grande un cartel que informa que el bambú de la China ha florecido. Debajo de la foto, en letras pequeñas, la madre de Elle Fanning lee que se trata de un acontecimiento que sucede cada cuarto de siglo.

Por esta vía la madre de Elle Fanning se entera, además, de que el Jardín Botánico participa en las redes sociales y tiene una cuenta de Flickr. La madre de Elle Fanning ignora un formulario de contacto y comprueba que no se listan números de teléfono distintos de los dos que le fueran provistos en la Secretaría Judicial de Coordinación y Ejecución de Sanciones. La madre de Elle Fanning no ingresa en la sección «Acciones ambientales». La madre de Elle Fanning cliquea sobre la sección «Actividades» y toma nota de un curso de cactus de cuatro clases de duración, los martes de marzo, de nueve y media a doce de la mañana.

 

Dos días más tarde, a las seis de la mañana, la madre de Elle Fanning camina treinta cuadras por la Avenida Santa Fe rumbo a una cita con el Dr. Daniel González Pistarini en el Jardín Botánico Carlos Thays.

El clima es cálido e inestable, el año empezó hace poco y la ciudad está semivacía. La madre de Elle Fanning mantiene una expresión facial neutra pero en su interior sonríe a cada barrendero, corredor, encargado de edificio y demás héroes de las jóvenes horas de la mañana.

La madre de Elle Fanning no confía en que al que madrugue Dios lo vaya a ayudar, de hecho la madre de Elle Fanning está bastante segura de que a Dios le es bastante indiferente a qué hora uno se levante, pero no es ajena a los beneficios de encontrarse, a media mañana, enfrentando el segundo o tercer menester correspondiente al orden del día y de encontrarse, así, a horas-luz del resto de los mortales.

Pese a la inestabilidad del clima, y de los tiempos que corren, la madre de Elle Fanning está teniendo un día soleado. La madre de Elle Fanning se siente agradecida de la oportunidad que implica la entrevista, celebra desde el día anterior que nadie le haya mencionado la palabra «cupo», que nadie haya hecho inquisiciones respecto de sus saberes de jardinería, y que las condiciones para la suspensión de su juicio a prueba hayan sido establecidas durante el receso escolar.

La madre de Elle Fanning es profesora full time de Educación Cívica en una institución privada y da clases a alumnos de todos los años del secundario de lunes a viernes entre marzo y diciembre, y está feliz de poder encarar las mentadas condiciones previo al inicio del nuevo ciclo lectivo.

La madre de Elle Fanning camina con pasos cortos pero enérgicos para llegar a hora a su cita. La madre de Elle Fanning chequea la hora en su celular y piensa «la puntualidad es cortesía de reyes».

Pero antes de llegar a Scalabrini Ortiz, posiblemente a la altura de Salguero, la madre de Elle Fanning descubre que nunca en su vida ha ingresado al Jardín Botánico Carlos Thays, y que no tiene la menor idea de por qué calle habría de hacerlo. En un impulso resuelto, la madre de Elle Fanning abandona Santa Fe para bajar hasta la calle Las Heras, camina errática y estresada hasta la Escuela Técnica de Jardinería, y retrocede sobre sus pasos para subir hasta la avenida esquivando depósitos caninos y mirando de reojo la improvisada vajilla de papel y plástico con comida y bebida que voluntariosas manos han colocado, supone, para el beneficio de los felinos habitantes del Jardín Botánico.
Después de alguna dificultad con los guardias de seguridad en la puerta, quienes aburridos de ignorarla pasaron a responder tercos que
«los días lunes el Jardín Botánico tiene sus puertas cerradas» ante todos los reparos que la madre de Elle Fanning se animó a interponer, un inconveniente imprevisto que la madre de Elle Fanning intentaba palear mediante una segunda dosis desesperada de nicotina en formato chicle tras ese inesperado entredicho, los guardias, avergonzados, la llaman desde la puerta confirmando que podía ingresar, tras lo que el Dr. Daniel González Pistarini hace pasar a la madre de Elle Fanning a su oficina, a todas vistas la dependencia encargada de administrar el trabajo comunitario llevado a cabo en el Jardín Botánico Carlos Thays.

Se trata de un reducto luminoso e impecable, con dos ventanas que dan al verde y naranja característico del Jardín, un escritorio con computadora, varios ficheros que parecen llevados con extremo orden y pulcritud, varios carteles prolijos, algunos con certificados, algunas reproducciones de obras de arte, posiblemente (la madre de Elle Fanning considera poco oportuno mostrarse en exceso analítica y sagaz, y trata de mantener la vista baja) algunas imágenes religiosas. El Dr. Daniel González Pistarini tiene alrededor de sesenta años, luce una camisa arremangada a la altura del codo y un pantalón de vestir, ambos modestos, y a través del botón desabrochado de su camisa deja ver una cadena gruesa con una medalla que la madre de Elle Fanning (nuevamente) supone es algún tipo de insignia religiosa.

La madre de Elle Fanning evoca un convento y se siente a gusto en el clima de calma y austeridad.

 

Recibido el oficio de la Secretaría Judicial de Coordinación y Seguimiento de Ejecución de Sanciones, el Dr. Daniel González Pistarini llena una ficha con los datos correspondientes a la causa. Acto seguido, el Dr. Daniel González Pistarini informa a la madre de Elle Fanning que existe un doble registro, en papel y computarizado, del trabajo comunitario que se realiza en el Jardín Botánico. Le asegura, posiblemente orgulloso, que ante cualquier tipo de problema en el que la madre de Elle Fanning pueda incurrir, o en caso de ser necesario para la causa, o en caso en que la información fuera solicitada por cualquiera de las partes intervinientes, en cualquier momento, el mismo podrá ser consultado y verificado, y de ser necesario proveerse las correspondientes constancias. La madre de Elle Fanning asiente con expresión facial seria, sin saber bien qué contestar.

El Dr. Daniel González Pistarini informa con brevedad las tareas a realizarse, que parecieran consistir en tareas asistenciales a las de los jardineros oficiales y fijos del lugar, y configurar básicamente el barrido y recogido de hojas. La madre de Elle Fanning siente alivio frente al hecho de que el Dr. Daniel González Pistarini no mencione bordeadoras, aspiradoras invertidas ni ningún otro tipo de maquinaria pesada.

Respecto de nada en absoluto, el Dr. Daniel González Pistarini informa a la madre de Elle Fanning que ante cualquier tipo de problema ella deberá dirigirse a su persona, y que está en derecho de negarse a proveer información de cualquier tipo a quien fuera que la increpara acerca de los motivos por los cuales está realizando tareas comunitarias en el lugar. La madre de Elle Fanning vuelve a asentir.

El Dr. Daniel González Pistarini le pregunta, en tono confirmatorio, si su causa está vinculada con «alcoholismo». La madre de Elle Fanning no lo corrige y dice que sí.

La madre de Elle Fanning aprovecha la oportunidad de haber sido increpada para hacer preguntas vinculadas a la indumentaria adecuada, los registros de entrada y salida, la necesidad de establecer días y horarios fijos de asistencia. El Dr. Daniel González Pistarini contesta a todas las preguntas con precisión, y en el curso del intercambio le aclara dos o tres veces que existen cámaras de video para el monitoreo tanto del discurrir de las labores de jardinería como (y pareciera en especial) la entrada y salida de todo sujeto del predio. La madre de Elle Fanning asiente mientras frunce el ceño, levanta el mentón y sube los hombros, tratando de transmitir algo intermedio entre «qué maravilla» y «por supuesto».

La madre de Elle Fanning expresa sería de su preferencia asistir al Jardín Botánico los días lunes, miércoles y viernes, de ocho y media a once y media de la mañana. El Dr. Daniel González Pistarini toma nota.

El Dr. Daniel González Pistarini aclara a la madre de Elle Fanning que es fundamental escribir en las planillas la hora exacta de ingreso y egreso, y recalca que «los minutos son importantes». Recita un pequeño monólogo respecto de la imposibilidad de hacer ojos ciegos u otorgar «favores de diez minutos». La madre de Elle Fanning escucha con atención hasta que se decide a interrumpir y asegura al Dr. Daniel González Pistarini que no tiene la menor idea de jardinería, pero que no tendrán ningún problema con ella porque es una persona responsable y con mucha buena voluntad. El Dr. Daniel González Pistarini sonríe y da señales corporales de alivio y verdadero regocijo, que la madre de Elle Fanning decide ignorar y, consciente de que tres minutos más de discurso vacío en esa dirección lubricarían desmesurada e inmoralmente el lazo con el Dr., haciendo su pasaje por el Jardín Botánico posiblemente más ameno y de seguro más mimado, calla.

El Dr. Daniel González Pistarini carraspea y dice que durante la ejecución de las tareas está permitido hacer recreos para tomar un vaso agua o ir al baño sin pedir permiso, pero que para salir del predio a comprar algo o por cualquier otro motivo es menester dar aviso.

Recibida una copia del oficio, ahora sellada con un aviso que especifica «copia», la madre de Elle Fanning se abstiene de pedir un comprobante que dé cuenta de su paso por el Jardín Botánico Carlos Thays, así como de detenerse en el hecho de que, no habiendo sido requerida su firma y más allá de habérsele solicitado el Documento Nacional de Identidad, no existe verdadero registro de su paso por el Jardín Botánico.

La madre de Elle Fanning se abstiene también de hacer rebotar su pierna contra el piso o emitir otros signos corporales de impaciencia mientras el Dr. Daniel González Pistarini le asegura que, de haber cualquier disconformidad o problema en el ejercicio de sus funciones asignadas, tanto la institución como la madre de Elle Fanning podrán solicitar a las autoridades correspondientes la asignación de otro lugar para llevar a cabo las treinta horas de tareas comunitarias que le han sido asignadas.

El Dr. Daniel González Pistarini entrega a la madre de Elle Fanning un papel en el que anota su nombre y tres formas diferentes de contacto para el caso en que la madre de Elle Fanning se vea en la necesidad de avisar que no va a poder concurrir a la realización de sus tareas por cualquier motivo.

Hacia el final de la entrevista, instalada ya lo que cualquier psicoanalista llamaría una superficial «transferencia positiva», el Dr. Daniel González Pistarini se permite un comentario o dos, en tono no de sospecha pero sí de falso desconcierto, acerca de la cantidad de horas de trabajo comunitario que le fueran asignadas a la madre de Elle Fanning. La madre de Elle Fanning, sin jactancia ni prurito, concede algunos detalles sobre el incidente que desembocara en su situación actual y demás condiciones impuestas para la suspensión de su juicio a prueba. En este contexto se toma la libertad de expedirse con alguna simpatía hacia el Señor Juez de la causa, ante lo que el Dr. Daniel González Pistarini comenta que «en estas situaciones uno en seguida se da cuenta con quién trata» y que «los casos de consumo habitual saltan a la vista de inmediato». La madre de Elle Fanning asiente.