Introducción

Hace ya algunos años un grupo señero de intelectuales, integrado por Alfonso Reyes (México), Francisco Romero (Argentina), Federico de Onís (España), Ricardo Baeza (Argentina) y Germán Arciniegas (Colombia), imaginaron y proyectaron una empresa editorial de divulgación sin paralelo en la historia del mundo de habla hispana. Para propósito tan generoso, reunieron el talento de destacadas personalidades quienes, en el ejercicio de su trabajo, dieron cumplimiento cabal a esta inmensa Biblioteca Universal, en la que se estableció un canon —una selección— de las obras literarias entonces propuestas como lo más relevante desde la epopeya homérica hasta los umbrales del siglo XX. Pocas veces tal cantidad de obras excepcionales habían quedado reunidas y presentadas en nuestro idioma.

En ese entonces se consideró que era posible establecer una selección dentro del vastísimo panorama de la literatura que permitiese al lector apreciar la consistencia de los cimientos mismos de la cultura occidental. Como españoles e hispanoamericanos, desde las dos orillas del Atlántico, nosotros pertenecemos a esta cultura. Y gracias al camino de los libros —fuente perenne de conocimiento— tenemos la oportunidad de reapropiarnos de este elemento de nuestra vida espiritual.

La certidumbre del proyecto, así como su consistencia y amplitud, dieron por resultado una colección amplísima de obras y autores, cuyo trabajo de traducción y edición puso a prueba el talento y la voluntad de nuestra propia cultura. No puede dejar de mencionarse a quienes hicieron posible esta tarea: Francisco Ayala, José Bergamín, Adolfo Bioy Casares, Hernán Díaz Arrieta, Mariano Gómez, José de la Cruz Herrera, Ezequiel Martínez Estrada, Agustín Millares Carlo, Julio E. Payró, Ángel del Río, José Luis Romero, Pablo Schostakovsky, Guillermo de Torre, Ángel Vasallo y Jorge Zalamea. Un equipo hispanoamericano del mundo literario. De modo que los volúmenes de esta Biblioteca Universal abarcan una variedad amplísima de géneros: poesía, teatro, ensayo, narrativa, biografía, historia, arte oratoria y epistolar, correspondientes a las literaturas europeas tradicionales y a las antiguas griega y latina.

Hoy, a varias décadas de distancia, podemos ver que este repertorio de obras y autores sigue vivo en nuestros afanes de conocimiento y recreación espiritual. El esfuerzo del aprendizaje es la obra cara de nuestros deseos de ejercer un disfrute creativo y estimulante: la lectura. Después de todo, el valor sustantivo de estas obras, y del mundo cultural que representan, sólo nos puede ser dado a través de este libre ejercicio, la lectura, que, a decir verdad, estimula —como lo ha hecho ya a lo largo de muchos siglos— el surgimiento de nuevos sentidos de convivencia, de creación y de entendimiento, conceptos que deben ser insustituibles en eso que llamamos civilización.

Los Editores

Propósito

Un gran pensador inglés dijo que «la verdadera Universidad hoy día son los libros», y esta verdad, a pesar del desarrollo que modernamente han tenido las instituciones docentes, es en la actualidad más cierta que nunca. Nada aprende mejor el hombre que lo que aprende por sí mismo, lo que le exige un esfuerzo personal de búsqueda y de asimilación; y si los maestros sirven de guías y orientadores, las fuentes perennes del conocimiento están en los libros.

Hay por otra parte muchos hombres que no han tenido una enseñanza universitaria y para quienes el ejercicio de la cultura no es una necesidad profesional; pero, aun para éstos, sí lo es vital, puesto que viven dentro de una cultura, de un mundo cada vez más interdependiente y solidario y en el que la cultura es una necesidad cada día más general. Ignorar los cimientos sobre los cuales ha podido levantar su edificio admirable el espíritu del hombre es permanecer en cierto modo al margen de la vida, amputado de uno de sus elementos esenciales, renunciando voluntariamente a lo único que puede ampliar nuestra mente hacia el pasado y ponerla en condiciones de mejor encarar el porvenir. En este sentido, pudo decir con razón Gracián que «sólo vive el que sabe».

Esta colección de Clásicos Universales —por primera vez concebida y ejecutada en tan amplios términos y que por razones editoriales nos hemos visto precisados a dividir en dos series, la primera de las cuales ofrecemos ahora— va encaminada, y del modo más general, a todos los que sienten lo que podríamos llamar el instinto de la cultura, hayan pasado o no por las aulas universitarias y sea cual fuere la profesión o disciplina a la que hayan consagrado su actividad. Los autores reunidos son, como decimos, los cimientos mismos de la cultura occidental y de una u otra manera, cada uno de nosotros halla en ellos el eco de sus propias ideas y sentimientos.

Es obvio que, dada la extensión forzosamente restringida de la Colección, la máxima dificultad estribaba en la selección dentro del vastísimo panorama de la literatura. A este propósito, y tomando el concepto de clásico en su sentido más lato, de obras maestras, procediendo con arreglo a una norma más crítica que histórica, aunque tratando de dar también un panorama de la historia literaria de Occidente en sus líneas cardinales, hemos tenido ante todo en cuenta el valor sustantivo de las obras, su contenido vivo y su capacidad formativa sobre el espíritu del hombre de hoy. Con una pauta igualmente universalista, hemos espigado en el inmenso acervo de las literaturas europeas tradicionales y las antiguas literaturas griega y latina, que sirven de base común a aquéllas, abarcando un amplísimo compás de tiempo, que va desde la epopeya homérica hasta los umbrales mismos de nuestro siglo.

Se ha procurado, dentro de los límites de la Colección, que aparezcan representados los diversos géneros literarios: poesía, teatro, historia, ensayo, arte biográfico y epistolar, oratoria, ficción; y si, en este último, no se ha dado a la novela mayor espacio fue considerando que es el género más difundido al par que el más moderno, ya que su gran desarrollo ha tenido lugar en los dos últimos siglos. En cambio, aunque la serie sea de carácter puramente literario, se ha incluido en ella una selección de Platón y de Aristóteles, no sólo porque ambos filósofos pertenecen también a la literatura, sino porque sus obras constituyen los fundamentos del pensamiento occidental.

Un comité formado por Germán Arciniegas, Ricardo Baeza, Federico de Onís, Alfonso Reyes y Francisco Romero ha planeado y dirigido la presente colección, llevándola a cabo con la colaboración de algunas de las más prestigiosas figuras de las letras y el profesorado en el mundo actual de habla castellana.

Los Editores

Estudio preliminar, por Federico de Onís

La vida de Cervantes. El autor del Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra, por haber escrito tal obra, es una de las cumbres de la humanidad; en el campo de la creación literaria no la hay más alta, y sus pares a través de toda la historia se cuentan con los dedos de una mano. Pero al hablar de él debemos desechar, por falsa, la idea romántica de que en su caso, como en el de los otros pocos hombres cuya obra tiene esa calidad única e incomparable, ésta nace del hecho de ser un hombre distinto en su naturaleza de los demás. Cervantes, más que ninguno de los grandes genios de significación universal, fue en su vida mortal lo que llamaríamos un hombre corriente, muy señaladamente de su patria y de su tiempo. Fue un hombre medio y común, cuya vida, semejante a la de tantos otros, hubiera quedado en el olvido; sólo el valor de sus grandes creaciones literarias ha hecho que los eruditos hayan investigado hasta los últimos pormenores de esa vida, que ofrece ahora para nosotros un doble interés: el de relacionarla con su obra para tratar de explicarnos, si es posible, el proceso de su creación, y el de conocer a fondo la vida de un hombre corriente, representativo de la humanidad anónima que formaba la España de aquel tiempo. Si la vida de Cervantes es un tejido de hechos que se nos aparecen como extraordinarios, hasta el punto de que se haya escrito como una novela, es, más que por la fuerza de su personalidad, porque participa de la grandeza, heroicidad y dramatismo que eran carácter común y ordinario del medio en que se desarrolló y que tiñen igualmente las vidas conocidas o desconocidas de tantos otros hombres de aquel tiempo. El carácter individual que sin duda Cervantes tenía le acompaña a través de los grandes hechos colectivos en que participa como uno de tantos, y sólo encuentra su expresión única e incomparable en su obra literaria.

Fondo histórico. Nació en Alcalá de Henares en 1547. No se sabe el día exacto de su nacimiento; sólo es seguro que fue bautizado el 9 de octubre. Pero el sitio y la fecha de su nacimiento tienen gran significación. Nació en el centro de España, en Castilla la Nueva, entre Castilla la Vieja, al norte, región arcaizante, y Andalucía, al sur, que venía a ser como una Castilla novísima, cuyas ciudades, sobre todo Sevilla, eran el punto de confluencia de toda España para las nuevas empresas nacionales, señaladamente las relacionadas con la expansión allende el mar. La historia conocida de la familia de Cervantes refleja el movimiento normal de la historia de España: los Cervantes, por su apellido, tienen su origen y solar remoto en Galicia, pero los antepasados conocidos de Cervantes, a partir de sus bisabuelos, aparecen ya radicados en Sevilla y Córdoba desde l480, fecha probable del nacimiento de su abuelo el licenciado Juan de Cervantes. Familia hidalga y letrada, se mueve constantemente entre Castilla la Nueva y Andalucía, en las ciudades entre Valladolid y Sevilla, a donde les llevaban los cargos y servicios que sus miembros desempeñaron: Sevilla, Córdoba, Alcalá, Cuenca, Guadalajara, Ocaña, Plasencia, Baena, Osuna, Madrid, Valladolid, área donde se desarrolló también en andanzas y mudanzas perpetuas la vida de nuestro Miguel de Cervantes.

La fecha en que nació, 1547, está en el centro de la gran crisis que a mediados del siglo xvi significó la terminación de la época revolucionaria y creadora que solemos llamar Renacimiento, y el principio de una nueva época conservadora, que en parte reacciona contra los extremos y consecuencias de la época anterior y en parte los organiza, consolida y continúa en formas nuevas. Esta época es la que unos historiadores, mirando a lo religioso —de primera importancia entonces— llaman la Contrarreforma, y otros, mirando a lo artístico, llaman el Barroco. En España la diferencia entre estas dos épocas es la que hay entre el reinado de Carlos V y el de Felipe II. Cervantes nace en las postrimerías del reinado del Emperador, cuando está terminando la gran obra de unidad nacional y de expansión universal iniciada por los Reyes Católicos, tanto en lo geográfico y político, como en todos los aspectos de la cultura. La época de los sesenta años anteriores es la de las grandes invenciones y descubrimientos en el mundo físico terrestre y en el mundo del espíritu, y se caracteriza por la diversidad de intentos de innovación, el poder de asimilación de todo lo extraño, y una aspiración a la integración de las corrientes distintas de la cultura pasadas y presentes en una unidad superior, nacional y universal al mismo tiempo. Hasta en lo religioso, aunque sea carácter esencial de esa época la concepción política de la unidad de la Nación y el Estado como unidad religiosa dentro de la Iglesia Católica con exclusión de las demás, el hecho es que desde Isabel y Cisneros se laboró por la reforma religiosa en las costumbres y los estudios bíblicos, que Carlos se esforzó por buscar la conciliación de los protestantes y la unidad de la cristiandad, y que convivieron en España en aquel tiempo las tendencias religiosas más diversas: erasmistas, protestantes, iluministas, protegidas las primeras por los círculos más altos de la nación, incluso los inquisitoriales. Antes de nacer Cervantes, ya se había llevado a cabo la escisión del protestantismo y la división de la cristiandad, o sea, de Europa, que Carlos había tratado de evitar, y la infancia de Cervantes coincide con la rectificación de la política del Emperador, nacida de la convicción del fracaso de su vida, expresa en sus palabras y en su abdicación y retirada a Yuste (1556). Pero sólo en tiempo de su hijo se llevó a cabo la persecución y supresión del protestantismo en Sevilla y Valladolid (1559-1562), y la de los erasmistas, cuyos hechos culminantes son el proceso del arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza (1559) y la publicación del Índice de libros prohibidos (1559). La Compañía de Jesús había sido definitivamente fundada en 1540.

Todos estos hechos, entre otros muchos, significan el principio de una nueva época, la de Felipe II, que es en la que va a vivir Cervantes. España se encierra en sí misma, en los límites inmensos de su imperio, y se dispone a organizar la lucha defensiva y ofensiva por la unidad y la ortodoxia para salvarse y salvar todo lo que pudiera, sola contra todos. El cauce de la vida nacional se estrecha, y el ímpetu de la época anterior, concentrado ahora en las fuerzas de unidad, lanza hacia arriba a los españoles, hacia la cumbre que llamamos el Siglo de Oro. España se organiza definitivamente, y por primera vez tiene un centro visible el país que hasta Carlos V había tenido su centro movible en los puntos extremos de sus actividades fronterizas: en 1559 Felipe II vuelve a España para no salir más de ella, y en 1560 establece su corte en Madrid, que, salvo un breve traslado a Valladolid, fue desde entonces la capital de las Españas. Madrid fue también el centro de la vida de Cervantes, aunque por largos años viviese en zonas lejanas participando en las actividades fronterizas del imperio español.

Niñez y juventud. Este fondo geográfico e histórico informa y determina toda la vida de Miguel de Cervantes, como la de sus compatriotas y contemporáneos. Era el cuarto hijo de un médico cirujano, médico practicante de baja categoría, Rodrigo de Cervantes, y de doña Leonor de Cortinas, padres de siete hijos. El nacer en una familia hidalga y pobre hace de Cervantes un hombre medio, ni muy alto ni muy bajo, pues la clase de los hidalgos, entre la de los caballeros y la de los villanos y menestrales, era una numerosa clase media, más bien pobre que rica, que imprimía carácter, en mayor grado que ninguna otra, a la sociedad de entonces en las ciudades y en las aldeas. Hidalgos eran, como Cervantes y don Quijote, los innumerables españoles cristianos viejos, sin mezcla de moros o judíos, de abuelos de solar conocido que por su posición y servicios venían gozando de ciertos privilegios y exenciones. Los hidalgos, como su nombre indica (hijos de algo), habían tenido posesiones; pero en el siglo XVI, venidos a menos en su mayoría, su pobreza llegó a ser común y proverbial. La hidalguía, sin embargo, seguía imponiendo, al lado de ciertos derechos y preeminencias, las exigencias del punto de honra familiar en la educación, el vestido y la profesión. Por eso el niño Miguel, como su hermano Rodrigo (nacido en 1550), a pesar de la pobreza de su padre, recibieron sin duda desde su infancia la educación que les preparó para dedicarse a las armas y las letras.

Se sabe poco de la infancia y juventud de Cervantes; pero ese poco basta para reconstruir en lo esencial su vida en esa época. Siguió en ella la suerte de su familia, que, por no ser buena, la llevó a cambiar frecuentemente de asiento: se sabe que cuando Cervantes tenía cuatro años la familia dejó Alcalá para ir a Valladolid en 1551, que en 1561 estaba en Madrid, y hacia 1562 debió ir a Sevilla, donde seguramente estaba en 1564-1565, y de nuevo a Madrid, donde vivía en 1566-1568. En estas y quizá en otras ciudades, todas pertenecientes al área que era centro de la vida nacional, buscó el padre, al parecer sin gran éxito, terreno propicio para el ejercicio de su profesión y mantenimiento de su familia, y el hijo encontró las experiencias primeras que entraron en su formación hasta cumplir los veinte años.

No se sabe con seguridad dónde hizo Cervantes sus estudios; no consta que estuviese matriculado en Alcalá ni en Salamanca, aunque dice de ésta que "enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado"; quizás asistió al Estudio de la Compañía de Jesús en Sevilla, del que hizo un gran elogio en una de sus obras. Lo único seguro es que en 1568 el maestro Juan López de Hoyos, docto humanista que dirigía el Estudio de Madrid, llama a Miguel de Cervantes "mi amado discípulo", y que éste compuso "en nombre de todo el Estudio" una elegía dedicada a la muerte de la reina Isabel de Valois, que, con otras tres poesías del mismo Cervantes, fue publicada en la Historia y relación que Hoyos hizo de la muerte y exequias de la esposa de Felipe II. El elogio de López de Hoyos, buen humanista de la época anterior, y la posición distinguida de Cervantes en el Estudio, al mismo tiempo que prueban que Cervantes estaba a los veinte años atrasado en sus estudios, debido sin duda a que los anteriores los había hecho de una manera irregular e intermitente, demuestran que había en él una capacidad potencial de estudiante superior, que no llegó a desarrollarse en la terminación de una carrera universitaria. Las poesías que escribió a los veinte años son el principio de su carrera literaria y muestran que llevaba en sí desde muy joven la capacidad potencial de ser un buen escritor.

Italia. Sus estudios y su carrera literaria fueron interrumpidos cuando en 1569 partió para Italia. No está claro por qué emprendió este viaje: coincide la fecha de su ida con una orden para prender a un Miguel de Cervantes por "haber dado ciertas heridas a Antonio de Sigura, andante de esta corte", y coincide también con la venida a España del legado especial del papa, Julio Acquaviva, luego cardenal, de quien Cervantes fue camarero en Roma. A fines del mismo año, estando ya Cervantes en Roma, se hace en Madrid, a petición de su padre, información de su limpieza de sangre e hidalguía. Las dudas justificadas que se han expresado sobre el primero de estos hechos, difícil de conciliar con los otros dos, dejan en pie lo más importante, o sea, que Cervantes, alrededor de los veintiún años, emprendió el viaje a Italia, que era el camino normal de los españoles de aquel tiempo hacia el extranjero. Sus obras están llenas de casos semejantes al suyo, y el recuerdo de sus impresiones juveniles de Italia, de sus ciudades, de sus mujeres, de sus vinos, está vivo en él hasta la extrema vejez y reaparece muchas veces envuelto en la luz risueña y gozosa de plenitud vital que él llama la libertad de Italia. Pero además de los goces de la vida, el literato potencial que había en Cervantes encontró en Italia la literatura, el arte y el espíritu del Renacimiento, que asimiló tan profundamente como demuestra toda su obra literaria.

Soldado. Muy pronto, en 1570, emprende el otro camino normal de los españoles de su tiempo, ejemplificado en tantos personajes de sus obras: se alista como soldado, y toma parte, entre otros hechos, en la batalla de Lepanto (1571), una de las grandes batallas de la historia, en la que quedó destruido el poder naval del imperio turco, amenaza constante de la Europa occidental. Cervantes participó anónimamente, como uno de tantos soldados, en aquella acción, "la más alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros"; pero conocemos su actuación por las declaraciones de testigos presenciales, y sabemos que se negó a seguir el consejo de sus jefes y amigos, que por estar enfermo y con calentura, le pedían se quedase abajo, diciendo: "Señores, en todas las ocasiones que hasta hoy en día se han ofrecido de guerra a Su Majestad y se me ha mandado, he servido muy bien como soldado, y ansí agora no haré menos aunque esté enfermo o con calentura: más vale pelear en servicio de Dios e de Su Majestad e morir por ellos, que no bajarme so cubierta", y pidiendo el sitio de más peligro, peleó como bueno, y fue herido en el pecho y en la mano izquierda, de la que quedó inútil para el resto de su vida. Participó después en otras acciones, no tan gloriosas, y siguió siendo soldado hasta 1575. En su carrera militar llegó a ser "soldado aventajado", y sabemos que sus méritos fueron apreciados por sus jefes. Don Juan de Austria y el duque de Sesa, virrey de Sicilia, le dieron cartas de recomendación al salir para España, pidiendo el primero que se le encargase del mando de una compañía. Pudo haber sido capitán si hubiera continuado en la milicia; había demostrado tener el temple del hombre de guerra hasta un grado heroico, y lo mismo que antes había dado pruebas de que llevaba en sí la capacidad potencial de ser un gran estudiante y un gran escritor, ahora las dio de que tenía la de ser un gran soldado. Interrumpió su carrera militar, como antes la de estudiante y la de escritor; pero cuando reanudó esta última y la consagró todas sus energías en la plenitud de su vejez, en su obra literaria está presente por todas partes el recuerdo de su vida militar, de los hechos extraordinarios en que participó y de las experiencias heroicas que probó.

Cautivo. El 20 de septiembre de 1575 salió para España en la galera Sol con su hermano menor, Rodrigo, que, como él, había seguido en Italia la carrera de las armas, reanudándola más tarde en Flandes, donde murió en acción de guerra en 1600. Miguel siguió otro destino; pero en este momento sufrieron los dos la misma desgracia de la pérdida de la libertad, al ser apresados por piratas turcos berberiscos. El cautiverio (que Rodrigo sufrió hasta 1577 y Miguel hasta 1580), aun siendo uno de los males mayores que pueden ocurrir al hombre, era, sin embargo, demasiado frecuente entonces para que pueda dar a la vida de Cervantes un carácter excepcional el hecho de haberlo sufrido. Hombres y mujeres de toda condición y entre ellos muchos de los escritores de la época lo sufrieron también y trataron de él en sus obras como lo hizo Cervantes. Cervantes fue un cautivo más y, como tal, hombre de su época; pero en esta desgracia común reveló las cualidades más hondas y excepcionales de su temple moral. El que se había distinguido como estudiante, como escritor y como soldado, descolló ahora entre sus compañeros de desgracia por virtudes humanas del más alto valor moral. El relato de sus hazañas durante su cautiverio en Argel, hecho por testigos presenciales a raíz de su liberación y por fray Diego de Haedo en una Topografía e historia general de Argel escrita hacia 1604 y publicada en 1612, es como una novela de aventuras extraordinarias en las que Cervantes actúa siempre como protagonista. En la lucha desesperada por la libertad propia y de sus compañeros dirigió cuatro intentos de evasión destinados al fracaso por la traición y deslealtad de otros. En ellos Cervantes puso su inventiva de escritor, para tramar los planes de escape; su valor de soldado, para arrostrar los peligros; su hidalguía, al tomar sobre sí la responsabilidad de los actos de todos en la hora del castigo; su paciencia, tenacidad y serenidad, en medio de tantas y tan largas dificultades; su grandeza de ánimo, para levantarse de los fracasos y para sufrir la traición y la ingratitud humanas. Entre tanto, como dicen algunos testigos, componía poesías, y, en efecto, de aquella época (agosto de 1577) es una de las mejores que escribió, la "Epístola a Mateo Vázquez", secretario del rey Felipe. Tenía "en extremo —dice otro testigo— especial gracia en todo, porque es tan discreto y avisado que pocos hay que le lleguen". A esta superioridad, nacida de tan varias cualidades, se debía la autoridad que tuvo sobre los cristianos cautivos, y creemos que también el respeto y simpatía que debió despertar en su amo el rey de Argel, Azán Bajá, cruel con todos menos con él, como se dice en el Quijote: "Sólo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, al cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez".

Mientras tanto su pobre familia en España hacía los esfuerzos posibles para lograr el rescate de los hijos, y pudo reunir dinero suficiente para el rescate de Rodrigo, que era menor que el pedido por Miguel, considerado persona de mayor importancia por las cartas que traía. Por fin, después de muchos azares, fue rescatado por los padres trinitarios el 19 de septiembre de 1580. De estos cinco años de cautiverio quedó en él toda la materia oriental que hay en sus comedias y novelas, y algo más profundo, que llegó hasta las raíces de su alma: la experiencia del dolor y de la maldad, que le hizo aprender para siempre "a tener paciencia en las adversidades".

Vuelta a España. El 24 de octubre de 1580 embarcó Cervantes para España, y ese día señala el principio de una nueva fase de su vida. A los treinta y tres años volvía a su patria, después de once años de ausencia, llenos de las experiencias y aventuras extraordinarias que acabamos de describir con la necesaria brevedad. Italia, Lepanto, Argel le dieron la oportunidad de probar lo bello, lo heroico, lo grande, y su alma estuvo a la altura máxima de aquellas circunstancias. Ahora, con lo mejor de la vida atrás, restituido a su tierra, empieza para él una nueva vida, que va a caracterizarse, en contraste con la anterior, por estar rodeada de circunstancias ordinarias y vulgares. Tenía ante sí el problema básico, común a todos los hombres, de buscar asiento y modo de vivir. Empezó esta lucha cotidiana por la vida, sin duda, con optimismo y confianza, a pesar de la mala situación de su familia, con la que se reúne en Madrid. Sus servicios, acreditados por informaciones hechas a su regreso, le daban derecho a solicitar empleos en la administración, como era acostumbrado entre los soldados, y así, obtuvo algunas comisiones temporales en servicio del rey. Pero entre 1583 y 1587 se dedicó principalmente a la literatura, escribiendo entonces la Galatea, novela pastoril impresa en 1585, y veinte o treinta comedias, la mayoría perdidas, que se representaron con aplauso en Madrid. Por ese mismo tiempo tuvo una aventura amorosa, la única conocida de su vida, de la que nació una hija natural, Isabel de Saavedra, su único descendiente, que a la muerte de su madre, llamada Ana Franca (o Francisca) de Rojas, fue recogida por su padre en 1599. Poco después, el 12 de diciembre de 1584, se casó en Esquivias (Toledo) con doña Catalina de Salazar Palacios, hidalga manchega, diecinueve años menor que él, que aportó al matrimonio un pequeño caudal, pero no dio a Cervantes ni hijos ni compañía. Aunque avecindado en Esquivias, viaja frecuentemente a Madrid y Sevilla, llevado por asuntos literarios y otros negocios en que se ocupa para ganarse la vida. Muere su padre en 1585, y su madre y hermanas luchan con el eterno enemigo de la pobreza.

El esfuerzo de estos años para resolver el problema de la vida, constituir una familia y consagrarse a la literatura acabó en el fracaso, pues en 1587 le vemos entrar en un largo período de vida errante y de renunciamiento a sus ambiciones literarias, apremiado por la necesidad de ganarse la vida. "Tuve que ocuparme en otras cosas: dejé la pluma y las comedias", dice él sencillamente para describir el período de su vida que empezó en 1587 y terminó con la composición del Quijote, antes de 1604, de los cuarenta a los cincuenta y siete años. En el período anterior a 1587 había logrado con su Galatea y sus comedias y poesías un lugar distinguido en el mundo literario, trabó amistad con escritores y actores, y gozó de la estimación de los mejores y del aplauso del público. Nunca dejó de escribir por completo ni interrumpió del todo sus relaciones y amistades literarias; pero desde 1587 su vida fue absorbida casi totalmente por aquellas otras cosas en que tuvo que ocuparse.

Comisario. En 1587 se trasladó a Sevilla para desempeñar comisiones oficiales sucesivas como recaudador de trigo, aceite y otros víveres para el aprovisionamiento de la armada que Felipe preparaba contra Inglaterra. La distancia entre esta época de su vida y la anterior se mide por la diferencia que hay en la parte que toma en las dos grandes batallas navales de su siglo: en la gloriosa de Lepanto directa y heroicamente; en la de la Armada Invencible, destinada al fracaso, oscuramente en la retaguardia. Lope de Vega, en cambio, dieciséis años más joven que él, participó directamente en la grandeza del desastre, y esos mismos dieciséis años que separan a los dos mayores escritores de España y las dos más grandes batallas, significan en la historia de España el fin del ascenso y el principio de la decadencia del poderío nacional.

El trabajo de Cervantes como comisario era duro, odioso y mal pagado; aunque lo desempeñó con honradez y eficiencia tuvo todo género de conflictos, por un lado con la gente que se resistía a pagar los tributos, y por otro con la burocracia administrativa a quien tenía que dar cuentas. Los pormenores de su actuación, que por ser oficial están recogidos en documentos, forman un tejido tedioso de hechos que se refieren a la rutina de su profesión y a los tropiezos constantes que encontró en su ejercicio. Fueron los mayores la excomunión en que incurrió por decomisar trigo de propiedad de la Iglesia (1587-1588); más adelante, la quiebra del banco donde tenía depositados los fondos de sus recaudaciones (1595), y siempre, la dificultad y demora en la rendición de cuentas, que le enredaron en tantas e inacabables tramitaciones judiciales y le llevaron a ser encarcelado en varias ocasiones: en 1592 en Castro del Río, en 1597-1598 y en 1601 o 1602 en Sevilla, prisión esta última que puede relacionarse mejor que las otras con la concepción del Quijote. En medio de estos tropiezos y dificultades, debidos a mala fortuna más que a culpabilidad, siguió desempeñando nuevas comisiones hasta 1595. Antes, en 1590, había sentido el cansancio de aquella manera de vivir y quiso salir de ella solicitando un oficio en las Indias, que le fue denegado con la fórmula: "Busque por acá en qué se le haga merced". Soñó también con salvarse en la literatura, e hizo un contrato con el actor Rodrigo Osorio, comprometiéndose a entregarle seis comedias, que serían pagadas a cincuenta escudos cada una, siempre que al representarse pareciese ser "una de las mejores que se han representado en España". Todo inútil: su vida era una carrera hacia abajo y tuvo que seguir viviéndola en medio de la red que le envolvía.

Oscuridad y miseria. Cuando llega al fondo y pierde su empleo en 1595 y es encarcelado en 1597, escasean las noticias de su vida, que se va haciendo cada vez más oscura hasta que reaparece en Valladolid en 1604. La falta de documentos durante ese período es el hecho más significativo de él, porque la mejor prueba de que era un hombre caído es el hecho de que no otorgue documentos. Los pocos que hay, por su misma insignificancia, arrojan claridad sobre el carácter negativo de su existencia deshecha: los que se refieren a su vida oficial son una repetición implacable de la petición de fianza o entrega de la cantidad que debía, que "era muy poca", y los que se refieren a su vida privada son dos de 1598, uno en que necesita fiador para comprar a crédito once varas de tela para vestirse, y otro, con fiador también, para un negocio de compra de bizcocho, que se propondría vender. Todo prueba que vivía en la miseria en Sevilla, la gran ciudad de la que él dijo "que es amparo de pobres y refugio de desechados, que en su grandeza no sólo caben los pequeños, pero no se echan de ver los grandes".

Pero al lado de estos escasos documentos, que prueban la miseria abyecta a que Cervantes llegó en estos diez años, de 1595 a 1604, entre los cuarenta y ocho y cincuenta y siete de su edad, hay otro género de documentos, sus obras literarias, que prueban cómo en medio de aquella triste situación renace y aumenta su capacidad creadora. Algunas de las poesías que ahora escribe son como un destello de la ironía honda y compleja que va a constituir el carácter esencial de sus grandes obras posteriores: tal el sarcástico soneto dedicado al duque de Medinasidonia (1596) y el riente dedicado al túmulo de Felipe II en Sevilla (1598). Y cuando al final de este período de descenso hay tres años, de 1601 a 1603, que los biógrafos señalan como una laguna en la vida de Cervantes, porque durante ellos no se sabe nada de él, esa laguna se llena luminosamente sabiendo que entonces estaban escritas o se escribieron algunas de las novelas ejemplares, y que el fin y fruto de esta oscuridad y silencio fue nada menos que la primera parte del Quijote. La vida y el carácter de Cervantes logran pleno sentido y expresión en esta capacidad suya de levantarse desde lo más bajo a lo más alto, y poder reír con la sonrisa más noble, serena y consoladora. Al llegar el momento en que, viejo, pobre y fracasado, no podía esperar nada del mundo exterior, se refugia dentro de sí mismo y encuentra en el fondo de su alma los recursos íntimos inalienables para crearse un mundo propio poético en el que se salva a sí mismo y salva todo lo que la vida había depositado en él. Porque en su obra está vivo y transfigurado todo lo que en su larga vida había vivido, conocido y experimentado, tanto en la época primera, en la que probó lo grande, lo extraordinario y lo heroico, como en la segunda, en la que conoció en todas sus formas lo bajo, lo cotidiano y lo vulgar: lo uno y lo otro envuelto y salvado en una misma luz serena, comprensiva y humana.

Los veinte años, al parecer perdidos, que gastó en sus andanzas por tierras españolas, por la mayor parte en Sevilla y sus alrededores y en sus viajes a Esquivias y Madrid, le dieron el conocimiento íntimo de España que sus obras reflejan, y que hace que se las considere como una pintura total de la sociedad española. El tipo de vida que llevó le obligaba a estar en contacto con toda clase de gentes, en las grandes ciudades, como Sevilla, la Babilonia cosmopolita de entonces, y Madrid, la nueva corte y centro de toda España, y en los pueblos y aldeas de Castilla y Andalucía. En sus prisiones conoció a los criminales y pícaros; en sus viajes, a los arrieros, venteros y caminantes de toda laya. Y a esa suma de experiencias diarias se debe la familiaridad e intimidad de su conocimiento del lenguaje y las costumbres de los innumerables personajes que pueblan sus obras, y su adentramiento en el carácter nacional y humano de hombres y cosas. Todo eso que se llama su realismo le viene de esta época.

La vejez. La primera parte del Quijote señala el principio de una nueva época, la última, de la vida de Cervantes. Es la parte de su vida consagrada casi por entero a la literatura: no teniendo otra cosa que hacer, se dedicó a escribir, y en esos cortos años, desde 1605, fecha de impresión de la primera parte del Quijote, hasta 1617, cuando después de su muerte se publica el Persiles, aparecen sus obras capitales en rápida sucesión, que se acelera conforme se acerca al fin de su vida en 1616. Su alma estaba llena de esas obras que terminó y de otras que promete en sus prólogos y dedicatorias, y que no sabemos si llegó a escribir.

En este tiempo vivía en la corte, que estuvo en Valladolid hasta 1606 y desde esta fecha en Madrid. No se sabe con certeza cuándo abandonó definitivamente Cervantes a Sevilla y cuándo se avecindó en Valladolid con su familia, como le encontramos en 1605. Se sabe que su hermana Andrea residía en Valladolid a principios de 1603 y esto hace pensar que por entonces o poco después se reuniría Cervantes con su familia, con la cual ha de vivir el resto de sus días. La licencia para la impresión de la primera parte del Quijote está fechada en Valladolid el 26 de septiembre de 1604, y el libro salió a luz en Madrid en enero de 1605. La obra tuvo circulación en alguna forma anteriormente, porque hay más de una mención de ella desde agosto de 1604, fecha de una carta de Lope de Vega en la que éste, amigo antes de Cervantes, le dirige un duro ataque, motivado sin duda por las alusiones claras o veladas que en el Quijote hay contra Lope de Vega y su arte. Tanto la amistad como la enemistad demuestran que Cervantes, aun en sus tiempos de mayor desgracia, era persona de cuenta en el mundo literario.

La manera como vivía Cervantes, por el tiempo de la publicación del Quijote y después, la conocemos íntimamente gracias a un proceso criminal en que él y su familia se vieron envueltos. El 27 de junio de 1605 un caballero llamado don Gaspar de Ezpeleta fue herido en riña en la calle y llevado a una casa próxima donde murió dos días después sin declarar quién le había muerto. El juez de la causa hace indagaciones, toma declaración a todos los vecinos de la casa, y ordena su detención. El proceso, que se lee como una novela de aventuras contemporáneas, termina sin que se aclare el misterio, y no deja duda alguna respecto a la inculpabilidad de las personas que vivían en la casa en cuestión, entre las que se encontraba Miguel de Cervantes y su familia. Pero nos hace saber, con los pormenores de una investigación judicial, la naturaleza del medio familiar y social en que Cervantes vivió en los últimos años de su vida, al mismo tiempo que escribía sus grandes obras literarias. Vivía en una casa de vecinos, en las afueras de la ciudad, como correspondía a su pobreza, cerca del matadero y del Hospital de la Resurrección, escena del inmortal coloquio de los perros Cipión y Berganza. Su familia, toda femenina, la constituían las hermanas Andrea, viuda, y Magdalena, beata, "hermana mía en ingenio y en desdichas"; su sobrina Constanza, hija de Andrea; su hija Isabel de Saavedra, y una criada; su mujer estaría en Esquivias. En los demás cuartos de la casa vivían otras personas de situación social semejante: viudas de escritores, como Esteban de Garibay y Pedro Laínez, y otras señoras que, con diferencias de edad, tenían en común el ser gentes venidas a menos, que mantenían relaciones y amistades con personas de mejor posición, y cuya conducta en algunos casos era equívoca y dudosa en cuanto a su moralidad. De las mujeres de la familia de Cervantes su hija Isabel es quien despierta sospechas en este sentido; aunque los testigos bien intencionados explican que las personas que entran en casa de Cervantes vienen a verle "por ser hombre que escribe y trata negocios, y que por su buena habilidad tiene amigos".

En resolución, Cervantes vivía como podía, debatiéndose inútilmente por alejar de sí el enemigo duro de la pobreza, a la que no debemos dar mayor importancia de la que tiene. Es verdad que se ensañó con él hasta el fin de sus días, y que cuando en 1615 era famoso en todo el mundo por sus obras, el licenciado Márquez Torres, al ser preguntado por los caballeros que acompañaban al embajador de Francia por Cervantes, se vio "obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre", contestación que produjo este comentario: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo". La pobreza no hace de Cervantes un ser excepcional, pues era demasiado común en la España de su tiempo, y como él dice, se estrellaba "con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra gente". La literatura no daba para vivir, y otros escritores contemporáneos llevaron una vida igualmente azarosa y difícil. No tuvo tanta suerte o habilidad como algunos otros para lograr la protección de personas poderosas; pero no le faltó enteramente, y gracias a la que recibió de algunos, como el conde de Lemos y el arzobispo de Toledo don Bernardo de Sandoval y Rojas, juntamente con otros recursos poco claros a los que acudía apremiado por la necesidad, pudo seguir viviendo y escribiendo sus obras, de un arte cada vez más alto y más puro. En 1613 salieron a luz las Novelas ejemplares, en 1614 el Viaje del Parnaso, en 1615 las Ocho comedias y ocho entremeses y la segunda parte del Quijote; el 19 de abril de 1616 escribe la dedicatoria del Persiles, su última obra, "puesto ya el pie en el estribo" para la muerte, que acaeció cuatro días después, el día 23. En la misma dedicatoria sueña aún con el milagro de prolongar su vida para acabar otras obras, y en el prólogo, después de predecir su muerte próxima a causa de la hidropesía que padece, se despide con este sueño de vida futura: "Tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta y lo que sé convenía. Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos: que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida".

Retrato de Cervantes. El único retrato auténtico que poseemos es el que nos dejó escrito de su pluma en el prólogo a las Novelas ejemplares:

"Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes, ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo que es el autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha y del que hizo el Viaje del Parnaso... y otras obras que andan por ahí descarriadas y quizá sin el nombre de su autor: llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra".

A este retrato físico corresponde el carácter moral que se desprende de los hechos de su vida, que hemos tratado de resumir, y de sus obras, donde a menudo habla de sí mismo, directamente o a través de los personajes que creó. Capaz de muchas cosas, las ensayó todas y no dio remate a ninguna, excepto tardíamente a su actividad literaria, en la que su vida, tan rica en las más variadas experiencias, y su personalidad, tan compleja y original, adquieren unidad y sentido en obras diversas del más alto valor estético.

Cultura de Cervantes. Una de las contradicciones que muestra el carácter complejo de Cervantes es la que hay en lo tocante a su formación intelectual y literaria, a la cultura adquirida, que está, naturalmente, en el fondo de su propia obra. Por una parte parece ser un hombre de escasa cultura, por no haber hecho estudios avanzados en ninguna disciplina en su juventud, y haber gastado el resto de su vida, como hemos visto, en las condiciones menos propicias para el estudio.

Comparado, no ya con los sabios humanistas, filósofos o juristas de su tiempo, sino con los literatos como Lope de Vega, Quevedo o Calderón, su saber no puede menos de parecer escaso, y se entiende lo que quería decir un contemporáneo suyo al llamarle "ingenio lego". Esta idea ha continuado hasta nuestros días junto con la aceptación del valor genial del hombre y de su obra; según lo cual Cervantes es mirado, igual que Shakespeare, como un genio inconsciente o idiota, y su obra como un milagro o una casualidad. Por otra parte, los estudios modernos han probado, como no podía ser menos, que las obras de Cervantes reflejan amplísimas lecturas, y entroncan en las corrientes más vivas y diversas de la cultura de su tiempo y anterior. A su manera y a pesar de todo, Cervantes, llevado por aquella afición suya a leer hasta los papeles que encontraba en la calle, leyó todos los libros que encontró en su lengua castellana y en la italiana, aprendida en su juventud, en las cuales, aunque no hubiera sabido, como sabía, latín, podía leer las obras de la antigüedad y las de los autores del Renacimiento. Directa o indirectamente, pues, con su capacidad genial para distinguir lo esencial y asimilarlo, adquirió Cervantes el espíritu de la cultura antigua y moderna que hace que su obra sea una síntesis y superación del Renacimiento. Y así se encuentra en ella la huella de la Odisea y Virgilio, de Boccaccio y Petrarca, de Ariosto y Sannazaro, de León Hebreo y Erasmo, de La Celestina y Lope de Rueda, de Garcilaso y Luis de León, de las novelas y obras españolas de todo género, entre las que no hay que olvidar los infinitos libros de caballerías que enloquecieron a don Quijote.

Unidad de su obra. Otro error común en la valoración de Cervantes ha sido el de creer que el Quijote es, no ya su obra superior, sino su único acierto; es decir, que Cervantes, puesto a escribir, se equivocó siempre, y sólo una vez, al escribir el Quijote, acertó de la manera maravillosa que toda la humanidad reconoce. Y esta creencia, tan difícil de creer, se razona diciendo el lugar común de que Cervantes, buscando el éxito y la ganancia que tanto necesitaba, se dedicó primero a ensayar los géneros literarios de moda, como las novelas pastoriles, poesías y comedias, hasta que un día descubrió su verdadero camino en lo que en el siglo XIX se llamaba el realismo, y escribió el Quijote, su obra inmortal. Este error no lo tenían sus contemporáneos y es propio del siglo XIX: al mismo tiempo que se exaltaba el Quijote a la cumbre de la literatura universal se reducían las otras obras de Cervantes a la nada.

No hay duda en que el Quijote es superior a las demás obras de Cervantes; pero la superioridad no consiste en renegar de las obras anteriores sino en incluirlas en una unidad superior. Las poesías y lo pastoril forman parte integrante y esencial del Quijote, dentro de éste hay novelas de todo género, antes y después de él escribió Cervantes sus variadas Novelas ejemplares, entre la primera y la segunda parte del Quijote volvió a sus comedias y a sus poesías, y después de la segunda parte del Quijote escribió los Trabajos de Persiles y Segismunda, su obra más desenfrenadamente idealista, que no se concibe bien cómo pudo ser escrita al mismo tiempo que la segunda parte del Quijote.