INTRODUCCIÓN


 

 

El hilo que une estos ensayos es el género: una conceptualización que implica una comprensión distinta sobre la condición humana y que permite eliminar ideas y prácticas discriminatorias. Existe gran confusión con el término género, pues en él se cruzan homónimos con distinto significado. Mientras que en inglés genre se refiere a la clase, especie o tipo a la que pertenecen las cosas, gender tiene una acepción que apunta directamente a la diferencia sexual; pero esos dos conceptos distintos, genre y gender, en español se traducen como género. Además hoy, a la tradicional acepción de gender, que es sinónimo de sex y nombra al sexo biológico, se suma una nueva acepción homónima, y así gender también alude a un proceso cultural que asigna de manera jerarquizada lugares sociales, identidades y cánones de comportamiento en función de la simbolización que realiza de la diferencia sexual. Así, con el término género es posible referirse a tres cosas distintas: 1) al género clasificatorio (como en género literario); 2) al sexo (como en la acepción original de gender), y 3) al conjunto de creencias, prácticas y mandatos culturales que establecen una división simbólica entre lo “propio” de los hombres (lo masculino) y lo “propio” de las mujeres (lo femenino), con la nueva acepción de gender.

Tal vez para comprender con más claridad a qué se refiere esta tercera acepción de género valga la pena recordar que, aunque la diferencia sexual (o sea, la anatomía de mujeres y hombres) es igual en los países escandinavos, musulmanes y latinoamericanos, el género, o sea lo que dichas culturas han simbolizado como lo propio de unas y otros, es totalmente distinto. Entender el género como una simbolización cultural que tiene efectos en la psique humana permite captar el proceso de construcción de sentido y significado en los seres humanos. Estas creencias culturales sobre “lo propio” de cada sexo impactan en la manera en que se trata a las personas, por lo que mucha de la discriminación, opresión y estigmatización tiene que ver precisamente con las representaciones culturales del género, que se quedan cortas ante la pluralidad de combinaciones existentes. De ahí el surgimiento de movimientos sociales de personas que transgreden los esquemas tradicionales de qué es ser mujer y qué hombre, que denuncian su marginación y exigen una revisión radical sobre las ideas de género.

En la actualidad, el paradigma hegemónico sobre la condición humana plantea que hay únicamente dos tipos de seres humanos —mujeres y hombres—, mientras que otras formas de ser, algunas atípicas pues su género no se corresponde con ser biológicamente hembra y macho, o porque su orientación sexual es distinta, quedan excluidas o estigmatizadas. Sorprende ver que, a pesar del avance en el conocimiento de la condición humana, en la sociedad persiste la dificultad para reconocer que ni la identidad de las hembras y de los machos humanos ni sus deseos sexuales se derivan de su anatomía, sino de sus elaboraciones psíquicas y del significado que adquieren éstas en interacciones sociales concretas. Ya Norbert Elias (1989) señaló que los procesos de subjetivación no son el resultado de una transformación súbita en el psiquismo de las personas, y que las maneras de sentir y las formas de representación psíquica están vinculadas con la cultura y el momento histórico. Por eso es necesario situar los cambios de género, o sea, de simbolizaciones de la diferencia sexual, en el contexto de las transformaciones provocadas por el capitalismo tardío, que reformulan profundamente la vida cotidiana y las representaciones identitarias de los sujetos debido a la voracidad consumista del neoliberalismo y también a los procesos de democratización. Este cambio de mentalidades, alentado por las conexiones globalizadas de la comunicación transnacional, tiene en el cuerpo, y específicamente en su sexuación, un referente esencial.

Estos ensayos dan cuenta de la forma en que he intentado aclararme una de mis obsesiones políticas e intelectuales: ¿por qué la diferencia sexual se traduce en desigualdad social? Al buscar la vinculación entre el cuerpo, el sexo y la política me he topado con que la confluencia de ciertos cambios sociohistóricos y de nuevas condiciones psicosociales está perfilando nuevas categorías de seres humanos. Por eso el género y la sexualidad se han vuelto ámbitos de intensas luchas por legitimar significados distintos a los tradicionales. Además, el proceso sociohistórico actual alienta una reivindicación moderna —el derecho a decidir sobre el propio cuerpo—, lo que ha tenido consecuencias en una sociedad con aspiraciones democráticas, como la nuestra. Así, pese a la persistencia del sexismo, la homofobia y la transfobia, ciertos cambios legislativos han ocurrido en la ciudad de México: matrimonio entre personas del mismo sexo, ley de identidad de género para personas transexuales, despenalización del aborto. Tal parece que es menos complicado modificar ciertas leyes que transformar la perspectiva de interpretación sobre las cuestiones que les atañen.

Toda persona mira el mundo desde una propia e irreductible perspectiva. La mía es la de una antropóloga y, al mismo tiempo, la de una activista feminista. Por eso estos ensayos son también una toma de posición política, que busca contribuir al respeto de los derechos de todos los seres humanos, con indiferencia de su aspecto físico, sus prácticas sexuales y su identidad psíquica. Con estos ensayos pretendo ofrecer argumentaciones e informaciones que sirvan para revisar una determinada simbolización de “lo propio” de las mujeres y “lo propio” de los hombres que produce dolor e injusticia.

No suelo releer lo que escribo después de publicado. Para esta antología he tenido que hacerlo y me he topado con cuestiones que hoy formularía de otra manera. Sin embargo, preferí mantener lo más posible la forma original de los ensayos, excepto cuando era necesaria cierta puesta al día de información. Explicaré a continuación las modificaciones al mismo tiempo que daré un breve contexto de cómo los escribí.

En el primer ensayo, “La bioética: proceso social y cambio de valores”, intenté mostrar la falacia de cierto relativismo cultural y resaltar cómo los enfoques que postulan la existencia de valores éticos absolutos (deontológicos) tienden a privilegiar la moral tradicional en demérito del bienestar de las personas. Sostengo la importancia de la perspectiva de la bioética laica para la discusión en torno a temas que antes se consideraban, de manera exclusiva, desde los dominios de la ciencia pura o la moral tradicional. Más allá del dogma religioso con el que se suele prohibir cualquier intervención humana en los procesos de vida, existe una postura ética que permite abordar, desde la responsabilidad de cada ciudadano, asuntos como la interrupción del embarazo, la eutanasia e incluso el uso de células madre en la investigación. Para esta compilación actualicé el ensayo original al incorporar, entre otras cuestiones, la creación del Colegio de Bioética y su papel durante el proceso de despenalización del aborto en el Distrito Federal, la reacción de la derecha ante ese suceso y la postura de la Academia Mexicana de Ciencias.

El segundo, “Orientación sexual, familia y democracia”, aborda los casos de las reformas legales que permiten a las parejas homosexuales en Francia y España casarse y adoptar hijos. Son distintos los procesos ocurridos en esos dos países que comparten una raigambre cultural católica y en donde la participación de los colectivos de lesbianas y gays fue notable. En Francia la intelectualidad se implicó en un amplio debate sobre el orden simbólico y la diferencia sexual, mientras que en España la discusión se dio en torno a la aplicación del principio de no discriminación. En Francia se ventilaron argumentos del psicoanálisis, la antropología y la sociología, mientras que el gobierno socialista en España no pretendió apoyarse en opiniones de “expertos” para legitimar una decisión antidiscriminatoria, pasó por alto la dura resistencia católica e impuso sus principios igualitarios, y así confirmó que, aunque la función política del debate intelectual es ampliar la deliberación democrática, la decisión final compete a los representantes de los ciudadanos. Cuando este ensayo se publicó por primera vez todavía no se legislaba el matrimonio en Francia, así que ahora incorporé la información sobre cómo finalmente, con la llegada de los socialistas, el cambio ocurrió en 2013.

“Las putas honestas, ayer y hoy” trata de uno de los temas que más me han interesado: la situación y los dilemas de las trabajadoras sexuales. En 1998, cuando fui invitada a impartir clases en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), surgió el tema de que no era suficiente mi carta de pasante de la maestría en Etnología y tuve que avocarme a titularme. Lo hice en 2000 con una investigación sobre “La marca del género: trabajo sexual y violencia simbólica”. En este texto abordo las actitudes sobre el comercio sexual en distintos momentos de la historia de México, desde la época prehispánica y el virreinato hasta nuestros días. Hablo de mi investigación, analizo las actitudes sociales ante las trabajadoras sexuales y sus clientes, y me centro sobre un punto clave: de qué manera el estigma funciona como una forma de violencia simbólica, que las propias trabajadoras se aplican. Este ensayo incluye unos párrafos aparecidos en “El fulgor de la noche”, otro ensayo previo sobre el mismo tema.

La despenalización del aborto ha sido uno de los ejes fundamentales de mi activismo feminista. Cuando ingresé en el movimiento tenía 23 años, un hijo deseado y nunca había abortado; sin embargo, la problemática me interesó porque entendí que la libertad de decidir es una cuestión básica para que las mujeres puedan ejercer su autonomía en distintos campos: laboral, político, familiar. En “La batalla por el aborto” trato de dar un panorama histórico sobre el proceso para lograr la despenalización que se consiguió en 2007 en el Distrito Federal. Relato algunos de los embates de diversos grupos de derecha y el Vaticano, y explico cómo las agrupaciones feministas y de izquierda tuvieron que replantear su estrategia para la defensa del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Doy cuenta de hechos emblemáticos, como el “caso Paulina” en Mexicali, que mostró el horror de hasta dónde se puede llegar cuando se establece la primacía de un principio moral absoluto, sin respetar el deseo y la decisión legal de una adolescente violada y embarazada. Concluyo subrayando cómo el trabajo sostenido de muchas personas, junto con la voluntad política de legisladores que reconocían la postura progresista de la mayoría de la ciudadanía en la ciudad de México, logró tal avance democrático.

A continuación, en “Biotecnología y ciudadanización”, doy cuenta de una investigación que hice para la UNAM sobre el impacto que tuvo el método de aborto con medicamento en el personal del GDF que atiende la Interrupción Legal del Embarazo. Relato cómo la decisión de la Secretaría de Salud del Distrito Federal de introducir esa biotecnología de interrupción del embarazo instauró la posibilidad de una relación distinta con las usuarias del servicio, quienes toman la interrupción en sus manos. Todo ello ha implicado un nuevo grado de conciencia sobre el ejercicio ciudadano de la libertad reproductiva.

En el ensayo “Transexualidad: ¿el estudio de lo extraño?” exploro la forma y los conceptos empleados para analizar la identidad de las personas transexuales. Esta reflexión tiene que ver con mi tesis de doctorado en Antropología, que fue una investigación sobre la transexualidad y la cultura. Con dicha investigación cristalizó mi inquietud feminista relativa a qué es lo que nos hace sentirnos mujer u hombre. Comúnmente, un ser humano que nace sexuado como hembra, se siente y asume mujer; de igual manera, un ser que nace con sexuación de macho, se siente y asume hombre. Pero hay quienes sienten haber nacido en un cuerpo equivocado y reivindican su identidad psíquica por encima de su biología. Un número significativo llega a transformar hormonal y quirúrgicamente su cuerpo para ajustar su apariencia a su sentir íntimo. Estas personas, a quienes hoy en día se las llama transexuales, representan un porcentaje muy pequeño de la población. Sin embargo, su mera existencia obliga a repensar la clasificación de los seres humanos a partir de la distinción conceptual entre sexo y género, y del reconocimiento del inconsciente.

Finalmente, cierro este volumen con una especie de recapitulación, “Dimensiones de la diferencia”, donde analizo la intersexualidad, la homosexualidad, la transexualidad y la diferencia sexual desde una perspectiva antiesencialista que encuentra en los procesos psíquicos, en la cultura y en la historia el peso determinante de las identidades. Inserto en una reflexión sobre el género como una lógica primordial de la cultura que convierte a las hembras y los machos de la especie en mujeres y hombres sociales, este ensayo aborda el caso de personas atípicas, como las intersexuadas y las transexuales, al mismo tiempo que reflexiona sobre la orientación homosexual y sobre el aborto, un problema sustantivo que se deriva de la diferencia sexual, todo ello con el trasfondo de los derechos humanos.

Mi propósito con estos ensayos ha sido hacer explícita la perspectiva que da cuenta de procesos que han desembocado en una transformación de la valoración tradicional de género. También quise mostrar que los múltiples traslapes de género en la vida cotidiana de las personas se deben a la intrincada trama del proceso mediante el cual ellas simbolizan la diferencia sexual, se estructuran psíquicamente con sus procesos inconscientes y resisten ciertos mandatos culturales. Por eso, para comprender el género —una pieza clave en la construcción de los habitus y la identidad— se requiere una perspectiva teórica que aborde tanto lo cultural como lo psíquico. En estas páginas trato de que se reconozca el papel fundante de la diferencia sexual y su impacto simbólico, al mismo tiempo que subrayo la necesidad de despojarla de sus connotaciones deterministas. El asunto es complejo, y bien dice Edgar Morin: “La complejidad es el desafío, no la respuesta”. Espero que, al menos, estos textos sirvan para delinear una mejor comprensión de la compleja articulación entre lo cultural, lo biológico y lo psíquico. Para quienes anhelamos una sociedad más justa es indispensable apuntalar el cambio de paradigma de género relativo a la identidad sexual y social de las personas, asumiendo que existe una diversidad de maneras de ser, y que todos los seres humanos deben gozar de los mismos derechos humanos.