Marta Sanz

 

 

RETABLO

 

 

Ilustrado por Fernando Vicente

 

Marta Sanz, Retablo

Primera edición digital: mayo de 2019

 

ISBN epub: 978-84-8393-646-7

 

 

Colección Voces / Literatura 280

 

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© Marta Sanz, 2019
Representada por Agencia Literaria Ángeles Martín S.L.
© De las ilustraciones: Fernando Vicente, 2019

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Extraños en un tren
(versión amarilla)

Botiquines y neveras

 

 

 

Almax, Karvea, Synalar nasal y rectal, Manasul, Eau Thermale de Avène protección 50, Aspirina, Sobrepin, Supositorios de glicerina, Hidrosaluretil, Hodernal, Orfidal, Phonal, Lizipaina y Frenadol. El botiquín de una mujer mayor de sesenta años, pecosa, estreñida y aquejada de hemorroides, hipertensa, con el colesterol alto y algo insomne a quien, además, le suelen sentar mal las tortillas de pimientos. Padece, como todo el mundo, un constipado o dos al año que suele coincidir con los cambios de estación. Una mujer normal. Una mujer fuerte. Incluso muy fuerte. Una mujerona. Residente en un barrio del centro de Madrid. Matilde Sebastián Prieto. Viuda. Sin hijos. Vive en compañía de su perro pachón, Felipe IV.

Masticad, un genérico de ibuprofeno y otro de paracetamol, Sofibrax, Movicol, Duphalac, Indasec, Lexatin, Ureadin, pastillas Ricola, Hemoal y Vispring. El botiquín de una mujer mayor de sesenta años que arrastra una osteopenia desde la menopausia, sufre frecuentes dolores de cabeza, molestias de garganta, enrojecimiento y escozor de los ojos y de la piel, pérdidas de orina, reumatismo y estreñimiento acompañado de ocasionales ataques de hemorroides no demasiado graves. Pérdidas de orina y hemorroides son la consecuencia de un único embarazo y parto. Una mujer normal que, como todas las mujeres —según fuentes publicitarias— sufre algún atasco del tránsito intestinal y se preocupa por oler como una muñeca de cera. A nada. Jubilada. Residente en un barrio del centro de Madrid. Ana María Pardo Martín. Viuda. Vive en compañía de su hijo, mayor de cuarenta años, divorciado, en paro.

Matilde tiene en la nevera: un tetrabrik de leche desnatada, dos limones, tres huevos, un paquete de pavo braseado, actimeles, una pechuga de pollo, dos tomates, un cogollo de Tudela, una lata de Fanta naranja, un manojito de plátanos envueltos en papel de periódico para que no se pongan negros.

Ana María tiene en la nevera: el arreglo del cocido, medio repollo, un bote abierto de melocotón en almíbar y uno de aceitunas rellenas de anchoa, un trozo de queso manchego semi-curado, doscientos gramos de chorizo, pan Bimbo, pastelillos industriales, medio kilo de sardinas sin limpiar, seis huevos, un tetrabrik de leche desnatada enriquecida con calcio y uno de leche entera, medio limón, seis latas de Mahou.



Rumor de patio

 

 

 

Por la ventana de Matilde se escuchan a todo volumen las voces de los tertulianos histéricos de un programa del corazón. Matilde está un poco sorda, aunque ella no lo reconoce. Matilde, que es una mujer a quien le disgustan mucho los tópicos, cuando algún vecino protesta por el ruido de la tele, recurre a uno: «Es que me hace mucha compañía». Después, Matilde acaricia el lomo de Felipe IV que la mira con ese arrobo en la mirada que solo te puede dedicar un perro.

Por la ventana de Ana María nunca se oía nada. Como mucho, el chirrido de la polea de la cuerda de tender. Desde que llegó su hijo, se suele oír la voz de Ana María: «¿Has ido al paro?», «¿No vas a hacer otra cosa que jugar todo el día con la maquinita esa?», «¿Has ido al paro?», «Ahora entiendo por qué no te aguantaba tu mujer», «Me estás dejando sin ahorros», «Pero, hijo, ¿has ido al paro?». A veces, las cajas se destemplan del todo y Ana María despliega todos los recursos de su imaginación —tiene mucha—: «¿Por qué no te haces guardabosques? He oído que a los guardabosques les dan una casa». El hijo contesta: «La de los siete enanitos. No te jode…», «Maaaaaaama», «Los guardabosques ya no existen. Tampoco los reyes magos», «Mariví era una bruja». «Déjame en paz, mama». El hijo de Ana María nunca dice «mamá», sino «mama». Ana María no entiende por qué: ella siempre ha puesto en su lugar los acentos, sabe lo que es una sílaba tónica, pronuncia las eses al final de los plurales y se matricula en cursos de pintura para la tercera edad. Ella alardea de matricularse en cursos de pintura en lugar de en cursos de internet. Ana María sabe lo que es el feisbuk pero le da igual y mira a su hijo con un gesto aparentemente indescifrable pero que en realidad tiene que ver con el pinchazo de sus hemorroides y la humedad de su incontinencia. Mientras, él, con el torso desnudo y las greñas demasiado largas, mastica chicles de eucalipto y hace solitarios. Parece un roquero. Caduco. Ana María nunca dice tacos, pero hoy piensa: «Joder, coño, la hostia puta». Los tacos se le quedan atravesados debajo de una costilla. Como un flato.

Ana María se pinta los labios, se echa una peinada, se cuelga el bolso. Sale a la calle. Respira. Su casa le resulta una ratonera.

Leer es bueno

 

 

 

El buzón de Matilde contiene: publicidad de clínicas dentales y restaurantes chinos que sirven la comida a domicilio. Facturas.

Historia del Antiguo EgiptoHistoria del Arte Universal

En la mesilla de Matilde, hay un libro de Patricia Highsmith. Extraños en un tren. En la mesilla de Ana María, hay una biografía novelada de Wallis Simpson. Ni Matilde ni Ana María son grandes lectoras. Pero las dos coinciden en que leyendo les entra el sueño y en que leer es bueno. Por definición.