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Erica Ruessli





Amigas entrañables

1ª edición en formato electrónico: mayo 2019



© Erica Ruessli (www.libros-ericaruessli.com)

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones



Diseño de portada: ImatChus

© De la ilustración de cubierta Leticia Casati Morales, Retrato de tres mujeres.





Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

info@terraignotaediciones.com



ISBN: 978-84-120490-0-8

IBIC: FA 2ADS





La historia, ideas y opiniones vertidas en este libro son propiedad y responsabilidad exclusiva de su autor.



Cualquier parecido con personas reales, vivas o fallecidas, es pura coincidencia.



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Capítulo primero

Capítulo segundo

Capítulo tercero

Capítulo cuarto

Capítulo quinto

Capítulo sexto





Sombra mía…no me sigas



Con el alma acongojada camino sola por la vida,

sin manos que me detengan, ni moral que me turbe,

mis desvaríos pregonan el amor prohibido;

la indiferencia no oye mis dolorosos gritos.



Solo tú, intrusa inmutable, todo lo mío lo sabes.

Cómplice álgida, inconsciente; te quedas callada, oscura, impune;

Tú que vives por mí, no escuchas mis lamentos.

Todo me permites, todo lo apruebas, en nada me ayudas.

No tienes sentimientos, no tienes conciencia. ¡Déjame sola andar ausente por la vida!



No me sigas, testigo indeseable de todas mis vivencias,

y aun así necesito de tu silenciosa presencia.

Si me dejas, muero, y si muero, te llevaré conmigo.

Cuando el sol naciente me cubre, me escondo de ti;

Guardaespaldas que no me cuidas, que vas de mi lado y,

osada, me adelantas, para guiar mis pasos.



¡Déjame!…Insensible confidente de mis pecados;

Mis rutas no las conoces, tampoco mis pensamientos.

Quiero ir libre a rogarle a mi amado, pero al verte me detengo;

Eres prejuiciosa, prudente, sin sentimientos.

No tienes alma, me estorbas, pero sigilosa me detienes, me regresas.



¡No me sigas! No te quiero más conmigo, fisgona de mis actos;

Vas de un lado a otro, me rondas, me controlas,

me acusas, me condenas…me detienes.

¡No me sigas!…No te quiero más conmigo. Mi índice cometerá el fraticidio perfecto…

Presionaré el gatillo hacia mi corazón, y viéndome, no podrás detenerme.

Te llevaré hasta mi tumba, compartiremos el mismo féretro; y, dentro,

del sepulcro silente, ya no te veré, aunque sigas siendo mi sombra.



Nilda Saba Seman





Para Luzia





No andes detrás de mí, quizás no sepa guiarte;

No andes delante de mí, quizás no quiera seguirte;

Anda al lado mío, para poder caminar juntas.



Sabiduría indígena norteamericana





Anoche soñé que oía a Dios gritándome: ¡Alerta!

Luego era Dios quien dormía, y yo gritaba: ¡Despierta!



Antonio Machado





Parada frente al ventanal, Manuela miraba el jardín de su casa. Dejó que sus pensamientos volaran. No pensaba en nada puntual; simplemente miraba sin ver. El día había amanecido soleado, diáfano, con pocas nubes. El informe meteorológico español había anunciado temprano que, después de mediodía, llovería. Manuela posó su mirada en la Ponciana ubicada en el centro del jardín. Tenía la apariencia de un gran hongo verde, cuya superficie estaba cuajada de flores anaranjadas, tupidas, como un gorro de colores. Aparte de mostrar su indescriptible belleza, el árbol era el hábitat de un sinnúmero de aves coloridas, incluyendo los colibrís importados de la región andina peruana, los cuales, prontamente acostumbrados al medio ambiente, construían sus nidos entre las ramas. Era el árbol más antiguo de la finca sevillana y un ícono para Manuela, quien adoraba a los gigantes verdes.



Aún era temprano y predominaba el silencio. Manuela ajustó el cinturón de su bata de entre casa, y se encaminó a la cocina para poner a hervir el agua para su café matutino. Colocó en la tostadora dos tajadas de pan blanco, exprimió el jugo de dos naranjas y abrió la ventana. Entró el aire puro, limpio, que ella aspiró con toda la capacidad de sus pulmones. Manuela adoraba ese momento de la mañana, el ritual de preparar el café, untar las tostadas con miel de abeja o a veces con aceite de oliva y sal, mordisqueando una suave magdalena1, y sentándose a disfrutar plácidamente su desayuno.



Con su gargarismo, el hervidor anunciaba que el agua estaba lista para el café. Pero otro sonido más sordo llamaba la atención de Manuela. Se acercó al corredor, donde se ubicaba el teléfono, y vio que del aparato de fax salía una hoja escrita. Volvió a la cocina, desconectó el hervidor de agua y vertió el líquido elemento al tamiz de la jarra cafetera, donde previamente había vertido la cantidad exacta de café molido.

Con la taza humeante en la mano, se acercó nuevamente al fax y extrajo la hoja de la gaveta. Tomó unos cuantos sorbos del líquido caliente y se sentó en la silla, junto al teléfono para leer el mensaje. Eran apenas cinco líneas. Sus ojos volaron varias veces sobre el mensaje, una y otra vez. No podía dar crédito: Luzia había muerto. Desde Lima se lo anunciaba Almudena, su amiga, casi hermana, quien también lo era de Luzia. Manuela sentía un vacío como si alguien hubiera golpeado su estómago. ¡Luzia! La amiga de su juventud, con la que había compartido tantas cosas, buenas y malas.



Con el papel en una mano y la taza en la otra, Manuela se encaminó a la sala y se sentó en una de las butacas, frente al ventanal que daba al jardín. ¡Luzia muerta! Volvió a leer el mensaje. No lo podía creer. Sintió una sensación de frío, un frío de muerte, que le recorría todo su cuerpo. ¿Pero qué fue lo que había sucedido?



Tiritando repentinamente de frío, envolvió sus piernas con una manta y, mirando siempre hacia el verdor del jardín, trataba de recordar cómo se habían conocido, los momentos que habían compartido, Luzia y ella, allá por la década de los años sesenta, en el Perú.

1 Bizcocho muy suave.