Arthur Schopenhauer

El Arte de Ser Feliz

Explicado en 50 Reglas para la Vida

 

 

 

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Título: El Arte de Ser Feliz

Autor: Arthur Schopenhauer

Título Original: Die Kunst, Glücklich Zu Sein Oder, Eudämonologie

Editorial: AMA Audiolibros

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salvo excepción prevista por la ley.

 

Índice

 

El Arte de Ser Feliz

Introducción

Prólogo

Regla número 1

Regla número 2

Regla número 3

Regla número 4

Regla número 5

Regla número 6

Regla número 7

Regla número 8

Regla número 9

Regla número 10

Regla número 11

Regla número 12

Regla número 13

Regla número 14

Regla número 15

Regla número 16

Regla número 17

Regla número 18

Regla número 19

Regla número 20

Regla número 21

Regla número 22

Regla número 23

Regla número 24

Regla número 25

Regla número 26

Regla número 27

Regla número 28

Regla número 29

Regla número 30

Regla número 31

Regla número 32

Regla número 33

Regla número 34

Regla número 35

Regla número 36

Regla número 37

Regla número 38

Regla número 39

Regla número 40

Regla número 41

Regla número 42

Regla número 43

Regla número 44

Regla número 45

Regla número 46

Regla número 47

Regla número 48

Regla número 49

Regla número 50

Eudemonología

 

Introducción

 

Arthur Schopenhauer fue un filósofo alemán, considerado uno de los más brillantes del Siglo XIX. Su filosofía concebida como un “pensar hasta el final” es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el Budismo, el Taoísmo y el Vedanta. Enemigo del materialismo y de la dialéctica, Schopenhauer opone a la concepción materialista del mundo, el idealismo metafísico y afirma que la voluntad es la esencia del mundo.

El voluntarismo de Schopenhauer se distingue de las concepciones religiosas ordinarias en que admite la dominación del mundo por una voluntad ciega, irracional, absurda. Su idealismo objetivo es por consiguiente una de las formas del irracionalismo, puesto que esa voluntad, que se supone el principio de todas las cosas, excluye el determinismo de la naturaleza y de la sociedad, y, por lo tanto, la posibilidad de un conocimiento científico. Otra particularidad de ese idealismo, que le ha valido su éxito entre los ideólogos de la reacción, es la negación –que deriva de su voluntarismo– de todo progreso histórico, así como su pesimismo.

Adversario de un arte realista progresista, Schopenhauer es el campeón de una estética fundada en el desprecio del hombre, en la ignorancia de sus intereses vitales, en el desdén de la realidad. El arte progresista que lucha por un ideal, opone una estética sin objeto, la indiferencia, la intuición contemplativa. La filosofía de Schopenhauer se corona con la proclamación del ideal místico del “nirvana” –de la quietud absoluta que aniquila la “voluntad de vivir”– que toma de la religión budista.

El “Arte de ser Feliz” es una verdadera joya excluida de su legado filosófico al no ser grato buscar consejos sobre la Felicidad entre las advertencias de un maestro del pesimismo. Pero es precisamente a partir de la concepción pesimista de la vida que Schopenhauer nos invita a servirnos del ingenio humano y la prudencia práctica para conseguir la felicidad. Estas reglas para la vida muestran la compatibilidad del pesimismo metafísico con los esfuerzos para llevar una vida feliz. En un entorno laboral donde la apatía, la desilusión, la falta de horizontes o, incluso, la depresión están a la orden del día, una lectura sosegada de estas “reglas” bien merece la pena.

 

Prólogo

 

La sabiduría de la vida como doctrina bien podría ser sinónima de la eudemónica. Debería enseñar a vivir lo más felizmente posible y, en concreto, resolver esta tarea aún bajo dos restricciones: a saber, sin una mentalidad estoica y sin tener un aire de maquiavelismo. La primera, el camino de la renuncia y austeridad no es adecuado, porque la ciencia está calculada para el hombre normal y éste está demasiado cargado de voluntad (la vulgo sensualidad) como para querer buscar la felicidad por este camino: la última, el maquiavelismo, es decir, la máxima de alcanzar la felicidad a costa de la felicidad de todos los demás, no es adecuada porque en el hombre corriente no se puede presuponer la inteligencia necesaria para ello.

El ámbito de la eudemonía se situaría, por tanto, entre el del estoicismo y el del maquiavelismo, considerando ambos extremos como caminos aunque más breves a la finalidad, pero sin embargo vedados a ella. Enseña cómo se puede ser lo más feliz posible sin mayores renuncias ni necesidad de vencerse a sí mismo y sin estimar a los otros directamente como simples medios para los propios fines.

A la cabeza estaría la frase de que una felicidad positiva y perfecta es imposible; y que sólo se puede esperar un estado comparativamente menos doloroso. Sin embargo, haber comprendido esto puede contribuir mucho a que seamos partícipes del bienestar que la vida admite. Además, que incluso los medios para ello sólo están muy parcialmente en nuestro poder:

A continuación se dividiría en dos partes:

  1. Reglas para nuestra conducta hacia nosotros mismos.
  2. Para nuestra conducta hacia otras personas.

 

Antes de hacer esta división en dos partes, aún habría que definir con mayor precisión la finalidad, o sea considerar en qué consistiría la felicidad humana designada como posible y qué sería esencial para ella.

En primer lugar: alegría del ánimo, temperamento feliz. Éste determina la capacidad para el sufrimiento y la alegría. Lo más próximo a él, la salud del cuerpo, que está en una precisa relación con aquél, para el que es la condición casi inevitable.

 

Tercero, tranquilidad del espíritu.

 

«Ser cuerdo es la parte principal de la felicidad».

Sófocles, de “Antígona”.

 

«La vida más grata está en la inconsciencia».

Sófocles, de “Áyax”.

 

Cuarto, bienes externos en una medida muy reducida. La división establecida por Epicuro en:

  1. Bienes naturales y necesarios,
  2. Naturales y no necesarios,
  3. Ni naturales ni necesarios.

 

En las dos partes antes indicadas sólo se debería enseñar cómo se alcanza todo esto: (Lo mejor lo hace la naturaleza en todas partes: pero en aquello que depende de nosotros). Esto se haría por medio del establecimiento de reglas para la vida: pero éstas no deberían sucederse pêle mêle, sino puestas bajo rúbricas, de las que cada una tendría a su vez sus subdivisiones. Esto es difícil y no conozco ningún trabajo previo al respecto. Por eso, lo mejor es apuntar las reglas de esta clase primero tal como se nos ocurran y rubricarlas después y subordinarlas unas a otras como ensayo.

 

Regla número 1

 

Todos hemos nacido en Arcadia, es decir, entramos en el mundo llenos de aspiraciones a la felicidad y al goce y conservamos la insensata esperanza de realizarlas, hasta que el destino nos atrapa rudamente y nos muestra que nada es nuestro, sino que todo es suyo, puesto que no sólo tiene un derecho indiscutible sobre todas nuestras posesiones, sino además sobre los brazos y las piernas, los ojos y las orejas, hasta sobre la nariz en medio de la cara. Luego viene la experiencia y nos enseña que la felicidad y el goce son puras quimeras que nos muestran una ilusión en las lejanías, mientras que el sufrimiento y el dolor son reales, que se manifiestan a sí mismos inmediatamente sin necesitar la ilusión y la esperanza. Si esta enseñanza trae frutos, entonces cesamos de buscar felicidad y goce y sólo procuramos escapar en lo posible al dolor y al sufrimiento.

 

«El prudente no aspira al placer, sino a la ausencia de dolor».

Aristóteles, de “Ética a Nicómaco”.

 

Reconocemos que lo mejor que se puede encontrar en el mundo es un presente indoloro, tranquilo y soportable: si lo alcanzamos, sabemos apreciarlo y nos guardamos mucho de estropearlo con un anhelo incesante de alegrías imaginarias o con angustiadas preocupaciones cara a un futuro siempre incierto que, por mucho que luchemos, no deja de estar en manos del destino. Acerca de ello: ¿por qué habría de ser necio procurar en todo momento que se disfrute en lo posible del presente como lo único seguro, puesto que toda la vida no es más que un trozo algo más largo del presente y como tal totalmente pasajera?

 

Regla número 2

Evitar la envidia

 

«Nunca serás feliz si te atormenta que algún otro es más feliz que tú».

Séneca, de “La Ira”.

 

«Cuando piensas cuántos se te adelantan, ten en cuenta cuántos te siguen».

Séneca, de “Cartas a Lucilio”.

 

No hay nada más implacable y cruel que la envidia, y sin embargo, ¡Nos esforzamos incesante y principalmente en suscitar envidia!

 

Regla número 3