Cubierta

Cornago, Óscar, coordinador

 

A veces me pregunto por qué sigo bailando. Prácticas de la intimidad. Madrid

 

Editorial Continta me tienes, colección Escénicas, octubre 2011

 

488 pp. 19 x 15 cm.

 

Depósito legal:

ISBN: 978-84-937690-2-4

 

7.01. Teoría general del arte. Estética. Filosofía del arte

 

continta me tienes

 

Continta me tienes

C/ Belmonte de Tajo 55, 3º C

28019, Madrid

91 469 35 12

685 28 81 59

 

www.contintametienes.com

Diseño: Moisés Andrade (www.moisesandrade.com)

Colección Escénicas, coordinada por Sandra Cendal

 

Los textos e imágenes son propiedad de sus autores.

El capítulo “Las raíces de la intimidad” se reproduce por cortesía de la editorial Pre-Textos.

Traducción “Pronóstico de la colaboración”: William Ruiz Morales.

Editado con el apoyo de:

 

Matadero y sismo

 

Proyecto del Plan Nacional de Innovación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica «Imaginarios sociales de la globalización: lo público y lo privado. Documentación y análisis de la creación escénica en América Latina y España», del Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2008-06014-C02/ARTE).

A modo de apertura

Carlos Marquerie

Diario (del 6.06.11 al 3.08.11)
y dos vistas interiores de una encina

 


Creador escénico, dramaturgo y artista plástico. En 1977 empieza a trabajar con La Tartana Teatro, que puso en marcha a partir de 1990 el Teatro Pradillo de Madrid. En 1996 abandona esta formación e inicia un recorrido más personal con la Compañía Lucas Cranach. Vive en la ribera del Guadarrama (Madrid).

 

6.06.11

 

Del estudio de Elena me llegan sucias las notas del adagio de la 7ª sinfonía de Beethoven y me acompañan en esta mañana húmeda y gris, tras una noche de continuas lluvias y de insomnio.

Hoy se han vuelto a esfumar los sueños. Solo recuerdo que estaban llenos de teatro, y sucedían en un teatro, y habitados por personas vinculadas al teatro.

El insomnio de madrugada, y mi pelea por recuperar el sueño, y el desprecio por lo soñado ¡tanto teatro! me han hecho olvidar una vez más mi deseo de anotar los sueños. Tengo la confianza de que al registrar los sueños podré encontrar en ellos algo revelador, que a simple vista, en los instantes en que permanecen vivos en mi mente, no se me muestra.

 

7.06.11

 

Esta noche he anotado dos sueños.

En el desayuno Elena me dice que tiene que ir a comprar café, yo le contesto que no hace falta, que ayer mi madre dejó un paquete antes de irse. En mi interior visualizo el gesto de mi madre dejando el café en la alacena de la chimenea de la cocina, y siento algo insólito, pues el gesto de mi madre es preciso y ágil en exceso para su estado actual de forma. Me acerco a la chimenea y, claro, no hay ningún paquete de café. Era un sueño, un sueño traidor de esos que se confunden con la realidad. Solo se diferenciaba de la realidad en cómo aparecía mi madre. La diferencia no era grande y estaba como disimulada. Mi madre era en el sueño una mujer en plena forma, rondando la cincuentena. Claro, lo terrible de esto es que mi yo en sueños tiene una madre de 50 años, es decir que mi yo de los sueños debe ser un chaval, físicamente un chaval pero con la experiencia de un casi sesentón. No está mal, así me veo, radiante y sin límites, y así me hundo cada mañana ante los mil pequeños dolores que noto al levantarme.

El insomnio de hoy ha sido productivo, o al menos entretenido. Aparte de anotar los sueños he leído a Oé con mi linternita.

 

8.06.11

 

Aspiro a un teatro poético, es decir, a un teatro que desentrañe las preguntas que no aparecen en las primeras capas de la realidad, que hable de lo que a simple vista pasa desapercibido, de lo que no se ve; un teatro que no exponga las verdades, siempre dudosas, pero que sí las rastree, que plantee las dudas insalvables que encierran. Claro, mi teatro siempre es una aspiración que únicamente roza lo que quiere ser. Es un teatro que habla de aquello que la escena convoca y que no cabe en la escena; la materia que convoca a lo inmaterial.

Estos días tan limpios, tan claros, qué poco me dicen. Tendré que esperar a la caída de la tarde, cuando los dorados del sol descubran las sombras, para establecer ese diálogo con el paisaje que busco.

 

13.06.11

 

Dos sueños que relato brevemente, Berlín desgraciadamente me espera. No tengo ganas de viajar.

 

1. Iba con mi hijo Juan. Queríamos bajar por unas escaleras abarrotadas de gente. Podría ser un sitio turístico y luminoso (tipo la Acrópolis de Atenas, pero la arquitectura era más bien barroca). Busco un atajo y cuando me quiero dar cuenta estoy colgado de una torre, podría ser del campanario de una iglesia. Agarrado y sujeto a una especie de grapa de hierro, empleada en la restauración de la torre, que no aguanta mi peso. No reacciono fruto del miedo y de la indecisión. Inmovilizado miro a Juan y veo que él está seguro, que no ha comenzado a bajar.

Después, y a lo largo de la noche, cada vez que me despertaba intentaba recordar y memorizar el sueño por medio de claves que impidieran el olvido. Soy como en el sueño me decía. Valiente para salirme de los caminos indicados, me arriesgo, pero a la hora de la verdad me veo inútil, miedoso e incapaz de resolver. Inmóvil ante el vacío que busco. Incapaz de arriesgar y caerme de una puta vez.

El sueño sigue. Juan y yo continuamos caminando, parece que en dirección a Malasaña. Pero la imagen no era de Malasaña, más bien parecía los suburbios de una ciudad, con la misma luz que ahora se me antoja la de Almería de hace 30 años. Había chavales y Juan reconoció entre ellos a un amigo, un tal Walter con camisa azul-añil-desvaído y pantalón blanco-gris. El amigo podría cojear. Yo veía cómo Juan se iba con él. Lo llamativo del sueño era la luz, el abandono del lugar, y que yo todo esto lo identificara con Malasaña, puesto que no tiene ninguna similitud. Podría ser también una imagen de la España en guerra o de la posguerra, por lo luminoso y lo ruinoso del paisaje. También puedo identificar este sueño con las imágenes de El Evangelio según San Mateo de Pasolini, cuando José sale de la casa atacado de celos ante el embarazo de María y se tumba en una especie de cantera donde juegan niños y se le aparece el ángel para darle calma.

 

2. El otro sueño era en un teatro oscuro y cálido. Trabajábamos. Estaba mi colaborador, David, siempre ocupado y silencioso, había más gente, bastante, que no tenía nada que ver con el montaje. Estaba también Getse. Era extraño, pues era como un montaje técnico en el que se iba decidiendo y creando la obra. Nunca ensayábamos. Al principio del sueño la obra estaba dividida en tres partes definidas por tres textos de un autor que ahora no sabría especificar; al reconstruir el sueño me ha parecido que se trataba de tres textos de Heiner Müller, aunque luego esta idea ha perdido peso. En un momento y sin tener ninguna lógica aparente, decido cambiar esos textos por otros míos, poemas que agruparía en tres secciones. Lo bonito era esa especie de ensayo, montaje y representación con público, pues todas esas personas que merodeaban debían ser público. Curioso también era que había cosas o escenas que no quería que se hicieran, quería que se reservaran para el estreno, y no está claro que todo aquello pudiera desembocar en un estreno. Había una cama o camastro en el que yo me dormía y al despertar se me habían aclarado las ideas y decidía. Cada decisión era fruto de un sueño. El camastro cubierto con varias sábanas como de retor o hilo blanco y crudo de diferentes tonos de calidez. Yo me acurrucaba entre ellas con camiseta de tirantes y dormía. Me sumergía en un sueño mientras todo transcurría a mi alrededor. Me despertaba y contaba a alguien lo decidido y volvía a dormirme después de dar una serie de instrucciones precisas. Al final esto de dormir era parte de la función o de la representación, y había dos mujeres conmigo en escena. Yo leía textos con un micro y me sometía a las acciones de las dos mujeres; acto seguido me acostaba y me dormía. Una mujer era de piel transparente, sensual, grande y maternal. La otra era más volátil, entre atractiva y esquiva, algo de serpiente, era una sombra indefinible, pero yo me ponía también en sus manos, con prudencia y con miedo.

 

17.06.11

 

Había olvidado completamente la propuesta que me había hecho Óscar Cornago de participar en un libro sobre la intimidad.

Recuerdo que cuando me lo contó me llenó de ilusión, me parecía estupendo y apropiado reflexionar sobre la intimidad, yo que quizá baso todo mi trabajo en la desnudez de mi intimidad. Pero, a pesar de todo mi entusiasmo, me olvidé. Sí, se me fue de la cabeza. Qué putada. Pero el caso es que al cabo del tiempo me ha llamado, me lo ha recordado, me he disculpado y he conseguido una prórroga para la entrega del trabajo, y aquí me hallo, intentaré reflexionar sobre la intimidad en este diario. Qué voy a hacer…

 

21.06.11

 

Conmovido termino de leer Cartas a los años de nostalgia de Kenzaburo Oé. Me impulsa a una nueva lectura de la Comedia de Dante. Comienzo por el purgatorio. Un tránsito. Mi tránsito por el páramo.

 

22.06.11

 

Me asomaba a una calle, no sé desde dónde pero sí tengo claro que llegaba a tiempo de ver la trasera de un coche blanco. Parecía un Rolls Royce, si no fuera por cierto aspecto de fragilidad característico de los coches de los años 60, e impropio de un vehículo de dicha marca. Conducía una mujer. Daba el aviso de su llegada, parece ser que había cierta expectación. Me asomo ahora por una estrecha puerta de un muro de ladrillos, que da a un patio con suelo de piedra, rodeado por una tapia de la que sobresalen las copas de los árboles de un frondoso jardín; y veo que contra mí avanza sin intención de frenar un deportivo. Su ocupante gordo y grosero, con cascos  y micrófono, frena justo a tiempo para detener el coche junto a la puerta, de manera instintiva pongo un pie en la arista estilizada del morro, abollándolo, pero al retirar el pie la arista vuelve a su forma original. El gordo pertenece a la seguridad de la señora en cuestión, da voces y la gente se arremolina de tal forma que yo, que estaba el primero, quedo apartado de la escena, y consigo no ver nada. Sin mucho disgusto me aparto y al mirar de reojo veo que entre la gente aparece un carro de estructura tubular con un gran perro yaciente. El perro es muy grande. A partir de este instante todo me vuelve a interesar. Veo perfectamente el carro a pesar de la multitud, como si se elevara y al tomar una curva se inclinara hacia mí, pero las ruedas seguían apoyadas con toda su gravedad en el suelo. Mi percepción había cambiado. La representación de la escena en mi mente no se producía por medio de la perspectiva. Yo veía la escena como desde varios planos simultánea pero perfectamente fundidos entre sí, y con una lógica tan aplastante y certera como la de la perspectiva. En un instante el silencio invade la escena y todo se ralentiza y veo cómo debajo de la mano del perro surge nítida una gota de sangre. El perro yaciente incluso es más grande de lo que lógicamente debiera ser, es inmenso, es el centro. Su desproporción está llena de sentido. Todo parece girar en torno a esa gota de sangre que surge incisiva y lenta del costado del perro.

 

23.06.11

 

Digo que olvido los sueños, o como lo normal es que sean sueños aparentemente similares a la realidad, no sepa señalarlos como tales. Pero también creo que otros los olvido adrede. Son esas pesadillas, podríamos llamarlas así, aunque no tengan nada de monstruoso irreal, tan próximas a la realidad que pertenecen al género de lo monstruoso real. Hace unos días, entre las veladuras del sueño, en un amanecer fresco y limpio de estos primeros días con olor a verano, se me aparecían algunas transparencias con cierto tono sexual, mezcladas con alusiones claras a una mujer que en estos días no goza de mis simpatías y que llamaré la innombrable, pues al menos así intento olvidar su nombre, aunque no consiga alejar de mí su imagen. Durante estos días no he hecho caso a esos residuos del sueño que quedaban en mi memoria. El caso es que hoy vuelvo a ese pliegue del amanecer deseoso de saber si olvido, o me lanzo a la reconstrucción, siempre inexacta, de aquello que podría ser un infierno de lujuria. Y ahí reside el interés de mi incógnita, pues aunque quizá hoy me siento más próximo al purgatorio de Dante, donde el penar es un tránsito, y la luz traspasa los cuerpos de los que penan, y así se define la vida en aquellos que proyectan su sombra; el contacto con los infiernos nos da la posibilidad no ya de comprender, pero sí de aproximarnos a la comprensión de nuestras vergüenzas, y con ellas a vivir con el pensamiento del dolor, que inevitablemente nos conecta con el mundo en el que vivimos.

Busco ángeles en el lecho de amor y los confundo con los demonios que también habitan allí. Ver el rostro al demonio a través de un ángel no es lo mismo que irte a la cama con los demonios que convoca el odio. Cada vez que mento a los ángeles, arcángeles y demonios se cuela en la fiesta esa otra innombrable, que yo nombro con miedo y osadía, y que no es otra que la muerte.

Nada que ver mi innombrable de carne y hueso con esa otra: la eterna innombrable. La primera es prescindible y la otra, la otra quisiéramos que lo fuera cuando es nuestra más íntima compañera.

Pero aquí me hallo, sabedor de que quien se acuesta con turbulencias se despierta con la gran turbulencia. Toda pesadilla, ya sea monstruosa irreal o monstruosa real, conlleva un encuentro con nuestra eterna compañera. Los miedos son ante el mutar, y a partir de los 40 todo mutar aboca tarde o temprano al morir. Dan miedo los comienzos y más los finales.

Qué fácil irse a las grandes palabras. En el fondo hablar de muertes y demonios o ángeles no nos compromete, pues siempre está la posibilidad de la lejanía del encuentro definitivo, mientras un sueño sexual con mi innombrable de carne y hueso me compromete y me asusta mucho más, por reconocer en ese sueño los misterios de mi mente. Lo intrincado de los deseos. Queremos vivir en ese equilibrio estable que nos permite avanzar con calma hacia el final, como si al tener todo controlado fuera más fácil o más dulce este tránsito que es el vivir.

¿Podemos engañarnos de por vida? ¿O todo lo contrario, siempre al final hay un enfrentamiento irrefutable ante nuestras verdades ocultas?

Cómo es el deseo por lo odiado. Cómo puede desatar deseos en mí una persona de la que su solo nombre me genera distancia. Inevitablemente el que sueña soy yo y mis deseos en sueños nacen en mí.

 

24.06.11

 

Intimar con la muerte es como el deseo por la mujer hacia la que se siente aversión.

 

25.06.11

 

No es cierto, con la muerte nunca se intima, tampoco es aconsejable hacerlo con aquellas mujeres hacia las que se siente aversión. Sostenemos diálogos con ellas y con la muerte, pero intentamos mantenernos al margen de ellas y de la muerte.

intimar.

(Del lat. intimāre.)

 

1. tr. Requerir, exigir el cumplimiento de algo, especialmente con autoridad o fuerza para obligar a hacerlo.

2. intr. Introducirse en el afecto o ánimo de alguien, estrechar la amistad con él. Intimó con mi hermano. U. t. c. prnl.

3. prnl. Dicho de un cuerpo u otra cosa material: Introducirse por los poros o espacios huecos de algo.

 

27.06.11

 

Intimar tiene en todas sus acepciones un carácter impetuoso. Intimar a alguien presupone una acción violenta en cualquiera de sus acepciones. Quizá sería más fácil acercarse al término (concepto que encierra el término) desde una mirada más impersonal, es decir, cuando lo de intimar es algo que no depende de las personas sino más bien de algo que está en el ambiente. La diferencia está en el intimar a o en el intimar con.

 

Intimar con la naturaleza. Intimar con personas.

Intimar me parece que siempre conlleva algo sensual, como si el cuerpo tuviera un papel fundamental en el hecho de intimar. Creo que en mi cabeza no puedo imaginar ni una sola situación de intimidad con alguien con el cuerpo rígido. Ejemplo: una conversación íntima con alguien que practica algún tipo de gimnasia en una máquina de esas diseñadas para estrujarnos. También nos parecería, al menos paradójico, intimar con cosas rígidas o estructuras grandiosas. No me imagino intimando con una empresa multinacional o con el Museo Reina Sofía, pero sí, por ejemplo, con los dibujos y papeles de Chillida que contiene su colección.

Sensualidad necesaria para una comunicación donde además de la razón intervienen los sentidos.

Antes de haber visto el Guernica de Picasso, cuando lo conocía y admiraba solo por libros y reproducciones, no podía imaginar una situación de intimidad con dicho cuadro. Me parecía un monumento inabarcable. Era un cuadro que hablaba a las naciones, a la sociedad, pero no me lo podía imaginar hablándome a mí. Después de conocerlo, hoy aseguro que he mantenido innumerables diálogos con él. Cuando vi el cuadro, vi los dibujos previos, resté a su lado en silencio, me fui y regresé de nuevo a su lado, establecí con él un conocimiento fruto no solo de la comprensión conceptual y formal del cuadro, también de la observación detallada y subjetiva, y en definitiva del tiempo transcurrido ante él que se convierte en el tiempo transcurrido con él. Solo con este encuentro sensual, permitidme la licencia, pude llegar a establecer una relación personal e íntima con el cuadro.

……

Cuánta confusión tras la siesta.

Varios viajes en tren simultáneos, o un viaje con diferentes destinos también simultáneos. Un solo tren como la trinidad, uno e indivisible pero que son tres viajes en uno, y yo como viajero perdido, en mi asiento acompañado de mis hijos o asomado en el trasportín del vagón de cola, gritaba impotente ante un destino dividido e incierto.

Recogí una mariposa muerta al lado de mi cama y me encerré en el estudio.

Deposité la mariposa muerta en un cartón blanco que tengo encima de mi mesa, al que voy sumando insectos muertos que aparecen en mi casa o en el estudio. Mariposas, chicharras, arañas y escarabajos, incluso una rana seca que me traje el año pasado de Portugal. Mi pequeña colección, custodia de las dudas que acompañan estas pequeñas meditaciones.

El día es tórrido. Sigo prensando y estrujando flores sobre papeles, para obtener sus huellas. Con este calor sobreviven solamente los cardos y la madreselva. Llega a su fin esta tarea de primavera.

 

28.06.11

 

Noche extremadamente calurosa y tormentosa en el interior de la casa. Nos fuimos turnando en los insomnios, comenzó Juan y yo rompí la caja de las agonías nocturnas, para terminar en compañía de Malcolm Lowry.

Por muchos ejercicios que realicé durante la noche para memorizar los sueños, solo conseguí rescatar una imagen del tumulto que mi cabeza vivió en esta noche.

Dudo. No sé bien cuál es su contexto. Pensaba que era una escena o un ensayo de una obra de teatro al que asistía como espectador, pero ahora al recordar dudo, pues la relación que mantenían los dos sujetos era real y no fruto de algún tipo de ficción; o quizá sí era una ficción que invadía lo privado de las personas. Es decir, sospecho que la intimidad sobrepasaba la escena. Me mostraron diferentes escenas o situaciones, desgraciadamente olvidadas. La que queda en mi memoria la comenzaba ella. Mujer de gran belleza pálida, cuerpo grande de formas sensuales y discreción en sus movimientos. Avanzaba hasta una mesa con un traje oscuro y entallado, al no tener mangas dejaba al aire sus brazos que se recogían junto al pecho; llevaba algo que podría ser un libro, pero que no puedo definir ahora con seguridad. Al llegar a la mesa se ocultaba bocabajo recogiendo su cuerpo de tal forma que quedaba desde mi punto de vista oculto bajo la mesa. El hombre mayor de piel muy pálida, pequeño, con poco pelo blanco y corto, se arrodillaba sobre la espalda de la mujer poniendo sus manos sobre la mesa. No ocurría nada, solo el hombre mayor de cabello blanco sudaba y se congestionaba sin dejar de mirar al frente con normalidad. La escena tenía una fuerte carga sexual y morbosa que a mí, espectador, me producía un desagrado sumamente violento, hasta que no pude más y salí huyendo de la habitación. No cabe duda de que yo no era un observador imparcial, y así como los actores mostraban unos vínculos que superaban lo allí presentado o representado, también estos vínculos abrazaban al espectador. Estoy convencido de que no ocurría nada especial que yo no viera. Ella, al acuclillarse o hacerse una especie de “borruño” tras la mesa, parecía dejar su espalda desnuda. Claro, yo no podía verla, pues la mesa me impedía la visión, pero mi punto de vista no era único, y tengo conciencia de la desnudez de su espalda cuando las rodillas de él, cubiertas por pantalones o por la camisa que le llegaba hasta los pies, se depositan sobre su cuerpo. Lo que la escena tenía de cruel, violento y morboso era lo que no ocurría pero evocaba. La intensidad en la sobriedad convocaba una memoria turbulenta, sin duda desconocida para mí pero perceptible.

Estas dobles o triples visiones que se producen en los sueños no aparecen como si fuera en una película, donde el realizador desplaza a su antojo el único punto de vista, por medio del montaje, que ofrece al espectador. No. Es algo simultáneo, donde tan presente y real es lo que vemos como aquello que intuimos o incluso lo que imaginamos. ¿Por qué es más importante o más real lo que vemos? Esta escena es una chorrada pero yo la soñé con gran intensidad e incluso con angustia. Pues tan relevante es lo que veo como aquello que no entiendo pero que sé que existe, aunque sea incapaz de ponerle nombre.

……

Sabéis, creo que no sé lo que quiero contar. Es más, no me interesa saberlo. Quizá por eso me siento tan cómodo con el diario. Creo que lo que quiero contar es una amalgama de cosas dispares. Es como si yo no decidiera, aunque sí lo hago, cuál es el contenido de mis reflexiones.

Estoy, y sin decidirlo, abandonando mi proyecto de El cuerpo de los amantes. Mejor, está desembocando en otro más amplio, más informe. Mi diario, que he llamado travesía o tránsito por el páramo, no recuerdo bien.

El diario lo he empleado a menudo como un medio para trabajar y no como un fin, como una manera de ordenar aquello que sale como un caos de mi cabeza. Una fecha cobija mis pensamientos y así estoy más tranquilo.

 

29.06.11

 

Mi vida, o al menos una parte de ella, ha girado siempre en torno a este pedazo de tierra que se llama Los barros, o como vi en un mapa antiguo Los barros del monje.

Conozco esta tierra de caminarla, de pasarme horas en un tractor arándola y apreciando su olor húmedo cuando en invierno las vertederas la voltean. He rastreado en ella las huellas de la guerra. He recolectado espárragos en abril y níscalos en octubre. Me he sentado a los pies del membrillero a leer. He dibujado y pintado y luego he escrito sobre sus encinas y olivos, he cultivado los tomates que se extinguen, y me cobijo bajo una encina cuadrada, cuando creo que el mundo se me cae encima. Recojo flores cada día de primavera y las prenso sobre papeles para tener testimonio de ellas en el duro y seco verano. He descrito lo efímero de la primavera de esta tierra y las tormentas que rompen el cielo en verano. He llorado volviendo a casa tras mis viajes por Europa al ver esta tierra seca y dura. Perseguí corriendo descalzo a los conejos por los barbechos. Aprendí a cocinar conejo con tomillo y ajo, y aprendí a comer solo o acompañado aquello que cacé. Observé al zorro y a las águilas. Escuché con atención las reflexiones del señor Pepe sobre el sentido de la tierra para los hombres y también me puse ciego de botellines de cerveza helada en el chiringuito que Faustino se construyó con chapas y maderos abandonados bajo el puente del Guadarrama. Una vida ligada, en intimidad, con un territorio.

 

30.06.11

 

Atardeció hablando con Aquilino, agricultor de 77 años, y Luis, su hijo, sobre el desastre de la cosecha. El exceso de lluvia impidió a los tractores entrar a esparcir los herbicidas, de forma que el abono hizo crecer las malas hierbas que ahogaron la cebada. La conversación mezcló sus andanzas de juventud segando en Córdoba, la caza con galgos y la falta de ética de la sociedad actual. Aquilino aseguraba puesto en pie “a la tierra no se la puede engañar, el agricultor tiene que saber que a la tierra no se la engaña, si no la cuidas no te producirá” decía –“los tratantes y mercaderes cuanto más engañan más ganan”y seguía diciendo con contundencia –“el agricultor no. El agricultor no puede engañar a la tierra, se engaña a sí mismo” afirmaba mientras el sol se escondía naranja detrás de las sierras, estirando la sombra de las encinas en el barbecho y tiñendo el reciente rastrojo de esos dorados irreproducibles e indescifrables. Esta jodida tierra cuánta dureza de corazón produce, pero cuando se abre… A punto estuve de ponerme a llorar entre las luces del atardecer y las sombras del alma de Aquilino.

 

Era giá l´ora che volge il disio

ai naviganti e´ntenerisce il core

lo di c´han detto ai dolci amici addio;

e che lo novo peregrin d´amore

punge, se ode esquila di lontano

che paia el giorno pianger che si more[1];

 

Dante Alighieri / Canto VIII / vv. 1-6 (Purgatorio)

 

Una de las tres águilas posadas a nuestra vera me miraba, sus plumas doradas brillaban en especial por la luz que ya a esas horas debiera empezar a declinar. Rodeado de construcciones bajas y encaladas, y con una visión de la orografía más plana de lo que en realidad era y que más adelante descubriría. Este sitio pudiera estar situado en Almería o quizá en alguna cortijada en las estribaciones de la sierra de Yeste en Albacete. Decía que el águila me miraba y no hacía caso a mi hijo Manuel que con unos 4 o 5 años jugaba a su alrededor e intentaba infructuosamente llamar su atención. Algo cambió y sentí una sensación de peligro sobre mi hijo. El peligro no venía de las águilas. Había gente alrededor, gente que charlaba conmigo y otros tres grupos de personas más apartados. El peligro venía de uno de ellos y aquí se me cruzan las imágenes. Es como si un gorila amenazara a mi Manuel pero no era un gorila, era un humano. Observo que hay una escopeta apoyada en una de las ventanas. Con cuidado me acerco hacia ella. “Solo se puede coger un arma cuando estás dispuesto a utilizarla”, resuena en mi cabeza. Al cogerla veo que he perdido la visión de lo que ocurre, pues mi punto de vista anterior del terreno era como desde una altura, aunque yo estaba dentro de la escena y veía todo a mi nivel. Ahora estoy como en una vaguada y mi hijo y su peligro están como al otro lado de una pequeña colina. Asciendo y me encuentro que las águilas y Manuel están rodeados. La tierra es blancuzca. Los que hostigan ven la escopeta que llevo en la mano. Tengo miedo, poseo una visión de mí con el cuerpo ligeramente avanzado, colocándome con velocidad y precisión la escopeta en el hombro y apuntando con ella a varios sujetos alternativamente, y otra en la que yo con suavidad, y disimulando mi indecisión por el miedo, extraigo de los cañones de mi arma una especie de tapón de hierro sujeto por un cordón de cuero. Acto seguido todos se vuelven contra mí de manera sumamente agresiva. Uno de ellos, que podía medir proporcionalmente a mi tamaño unos tres metros, o yo me había encogido, fruto del pavor, a unos 50 cm. de altura, me amenazaba de arriba hacia abajo con una extraña arma de colores que luego me enteré que producía descargas eléctricas directamente al corazón, y simultáneamente me veía en silla de ruedas, paralizado parcialmente por el ataque; y veía cómo había adecuado mi casa con la ayuda de mi cuñado Carlos, excelente carpintero, a mi discapacidad; percibía simultáneamente una gran cantidad de detalles de mi vida de minusválido. Todo está paralizado (hay que hacer notar que todo esto que cuento es simultáneo, causas y consecuencias se producen sin ningún orden narrativo) y me siento satisfecho pues he alejado el peligro que acechaba a mi hijo. Alguien llega por detrás de mí y detiene el inminente ataque. No lo veo pero puede ser la policía. Yo nunca me giro, pero aunque sigo mirando a mis atacantes veo como con otros ojos lo que ocurre a mis espaldas. Efectivamente aparece un coche patrulla de la policía. Esto es como de película. El que avanza es un hombre medio calvo, rubio y gordo con sombrero de ala ancha, gafas de sol de cristales claros o amarillos tipo Ray-Ban clásicas y con una paja en la comisura de los labios. Todo un tópico: un sheriff digno de una película de los Coen o de John Ford. Aquí todo se desvanece y recuerdo el disgusto con el que Elena se acostó anoche, por mis dudas sobre nuestro futuro económico. Repaso el sueño para no olvidarlo e intento volver a dormir, aunque el sol ya ha superado el horizonte y baña de hermosos colores, entre salmones y rosas, el patio blanqueado de la casa.

 

1.07.11

 

Hoy me parece todo absurdo. No le encuentro sentido a casi nada. Solo me apetece cocinar. Llevo pensando todo el día en unos calamares con ajetes, cebolleta, soja y cilantro.

No tengo ganas de pensar en la intimidad, sin embargo deseo una cena íntima con mi familia. No tengo ningunas ganas de irme a Avignon. Irme significa romper esta pequeña rutina de estrujar plantas sobre papeles y mi cerebro contra sombras desconocidas, todo en la soledad de mi estudio.

 

2.07.11

 

Mañana viajo. Me espera mucho trabajo y lo peor: olvidar donde me hallo ahora.

Una duda: mi intimidad con el paisaje que me rodea o mi intimidad en el paisaje que me rodea.

 

4.07.11

 

Primera mañana en Avignon. Había olvidado esta luz.

¡Qué luz!

Ahora se está nublando, pero cuando me levanté a las siete de la mañana había esa luminosidad limpia y ligeramente dorada que hace brillar las cosas con una particular nitidez. Es una calidad de claridad que solo he visto en Provenza. En Cataluña o Toscana (paisajes semejantes) hay otra luminosidad, quizá los objetos y las cosas tienen una especie de aureola provocada por cierta ligera neblina.

 

6.07.11

 

Un sueño, cómo no, y dado el escenario, relacionado con el teatro.

Un oficial en silla de ruedas ordena a un soldado hacer algo o ir hacia algún sitio. A pesar de la contundencia del gesto, para mí no es claro el mandato. No median palabra y el soldado ejecuta la orden. Al soldado se le unen otros soldados.

Se vislumbra a duras penas algo así como una sombra que gira mientras se desplaza, como a cámara lenta. Lleva los brazos abiertos. Se escucha un texto que habla de un dolor, podría ser una canción popular sin melodía; no soy capaz de recordarlo, pero sí mantengo la sensación que me produjo su claridad, su sencillez y la belleza de su lenguaje. La manera de decirlo era muy suave y hasta dulce. Poco a poco se va definiendo la figura del que habla, es un hombre de estatura baja, vestido con un traje gris claro y bajo la chaqueta lleva un chaleco de muchos colores muy vivos. No tengo claro si es el mismo que gira con los brazos abiertos o es otra figura diferente. Aunque todo apunta a que esto sucede en un escenario tampoco tengo claro que lo sea. El hombre bajito que habla lleva una larga barba que se enrosca ligeramente sobre su izquierda a la altura del ombligo. Según voy acostumbrándome a la penumbra voy descubriendo detalles o quizá me aproxime al sujeto o quizá mi punto de vista cambia. En un giro veo que sus grandes ojos y su boca están cosidos con grandes puntadas oblicuas y paralelas con un grueso hilo dorado. Su rostro está lleno de arrugas y al tener más conciencia de ellas veo que son como de un papel grueso y algodonoso arrugado. Es decir, las arrugas no son fruto de una fisonomía que ha vivido y gesticulado mucho. Son las arrugas producidas por un deterioro fuera de toda regla humana.

Rostro de papel arrugado.

Un joven con ropa plateada insulta a mi amigo. Mi amigo le responde con un cabezazo. Yo salto de lo que debería ser un escenario por primera vez intervengo en el sueño, hasta ahora no existía, estaba pero como ausente para separar la pelea. Con esfuerzo consigo apartar a mi amigo, que tras el cabezazo se había quedado inmóvil viendo brotar la sangre de la nariz del joven que vestía ropa plateada, mientras recibía golpes por todas partes. Exijo que alguien detenga al joven del traje plateado y mi amigo me dice: “es que me hierve la sangre, es que me hierve la sangre” y repite “¿Por qué me hierve la sangre? ¿Por qué me hierve la sangre?”.

Yo mientras observo que la cicatriz de mi hernia se ha abierto en el esfuerzo, y sangro en abundancia. Todo ocurre con vértigo. Pienso si la palabra nace del enervamiento o al revés, el enervamiento nace de la palabra.

Cerca cruza mi amiga la innombrable con un cuerpo tan fino que se diría de alambre; parece una mantis religiosa meneando la cabeza con su rostro y un pelo largo, negro y greñudo.

Me es difícil recordar cómo terminó el sueño, mi amigo reaccionó y pro-curó atención médica entre gritos, reproches y reprimendas, para mi herida abierta.

Es como si todo se desvaneciera y quedara tan solo un círculo de amigos y el rojo de la sangre.

Otra vez se cierra un sueño como detenido por la sangre.

 

11.07.11

 

Campoamor, Alicante. Una semana con la familia. Mis padres por un lado, mis hijos por el otro. Por un lado el paraíso que es el mar, por otro el infierno que es el ocio estival.

 

Tú eres el túmulo donde amor sepulto vive.

 

Bajo el volcán / Malcolm Lowry

 

12.07.11

 

Siete de la mañana delante del mar.

Un solo color se convierte en un sin color.

Cerca de la playa aparecen unos tonos verdosos que me hacen ser consciente de que no estoy en un sueño sin color; pero allí lejos, en el lugar que llamamos horizonte, que parece un límite y en realidad es un principio: todo es azul-gris-lavanda. El sol no llega a destellar, se le intuye tras las infinitas capas de neblinas que nos separan. Pero allí, en ese lugar donde es imposible calibrar el espacio, encontramos la grieta donde percibimos la intensidad de la actividad de la naturaleza: en ese lugar la quietud es el movimiento.

Pienso en Rothko y en la superposición de finísimas capas de pintura que dejan ver lo existente y al mismo tiempo lo transforman.

Este alba está como pintada por un dios que con la mano diestra impone e iguala el paisaje con sus aguadas superpuestas, intentando ocultar el misterio que sucede allí donde es imposible calibrar el espacio; y al mismo tiempo, con la siniestra, representa brillos inexplicables y mutantes sobre la superficie del mar; y en el cielo perfila texturas evanescentes en inapreciable movimiento. Vaivenes y conmociones, en definitiva, errores, pues aquello que no entendemos, nos desconcierta y nos rompe los esquemas lo llamamos error. Aguadas que unifican y otras que, simultáneas a las anteriores, diferencian.

 

13.07.11

 

Todo lo que ayer era incertidumbre, sombras, dioses y demonios escribiendo pequeños garabatos en el horizonte, hoy con la claridad y limpieza del cielo se desmorona y aparece la realidad de una costa adulterada por el turismo.

En el extremo sur de mi visión del mar, se veían ayer unas ligeras manchas más oscuras que separaban mar y cielo. Soñé despierto que fueran signos escritos por la mano de un dios arbitrario. Hoy sin neblinas se ve claramente que son edificios y torres construidos en el borde del mar, en esa lengua de tierra que separa el Mediterráneo del mar Menor. Qué desilusión y qué desgracia, y qué imbécil me he sentido.

Luego he pensado en lo que es real de aquello que vemos. Y no sé qué decir, ni qué decirle a Dios.

 

15.07.11

 

Llevo dos días sin escribir. Sigo acudiendo puntualmente a mi cita con el despertar del sol. Las luces del alba entran por el ventanal de mi cuarto y mi deseo por ver cómo sus rayos rompen el aire me escupe de la cama.

Si el martes las nubes y neblinas unificaban el color y generaban misterios, y el miércoles la limpieza del día aclaraba toda incertidumbre; ayer y hoy se ha llenado el aire con morados, rosas y naranjas. Esta mañana, a las 6:30 aprox., por un instante todo fue de oro. Con torpeza busqué la cámara de fotos para dejar memoria del paraíso. Gran equivocación, cuando di con ella el olimpo ya se desvanecía. Solo queda la memoria del instante, y el arrepentimiento por no haberme quedado quieto, observando la mutación de todo y sintiéndome parte de ese todo teñido de oro en continuo movimiento.

Después me dormí pensando en la diferencia entre el espacio que abrió en mí ese instante y la desolación que se adueñó de mí en el tiempo que tardé ayer tarde en recorrer los 12 km. del infierno de ocio que separan Campoamor y Torrevieja.

 

Noi siam venuti al loco ou´io t´ho detto

che tu vedrai le gento dolorose

c´hanno perduto il ben dell´intelletto[2].

 

Dante Alighieri, Canto III / vv. 16-18
(Infierno)

16.07.11

 

Una imagen hermosa entre la algarabía matutina de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, patrona del mar y de sus gentes. Con música de fondo saliendo del insoportable club náutico, nido de marineritos de pantalón blanco y gorrita almidonada a juego. La música era una mezcla horrible que iba de la salve marinera a un Machado-Serrat en plan rociero que producía espanto; para completar la delicadeza sonora, cada poco tiempo dos petardos surcaban el cielo y explosionaban el aire. Como decía, inmerso en este singular y agradable ambiente marinero, una imagen para mi memoria: muy de mañana el mar visto desde la playa, con una ligera bruma que asciende fruto del oleaje de levante y al contraluz de las primeras luces del sol.

 

20.07.11

 

Castilla. De nuevo en casa. Recupero mi rutina de estrujar flores sobre papeles (ya, debido al calor, solo encuentro esas que se abren al amanecer y que a las 10 de la mañana o se cierran o se secan) y mi cerebro también sobre hojas de papel, para encontrar esas sombras que alientan mi vida. Añoraré mis paseos junto al mar y los baños con las primeras luces del día. Pero yo sé que en el fondo no me gusta ausentarme de casa. La novedad de los paisajes que no conozco o la de aquellos que conozco circunstancialmente, no colma mi deseo de encuentro y diálogo con la naturaleza. Cierto que es agradable la sorpresa, pero nada comparable con las emociones entrañables e íntimas que tengo con estas encinas, dispersas por los rastrojos que ante su sola imagen rompe en sudores mi alma. Siempre será tentador descubrir el cuerpo de una nueva amante, pero yo me encuentro más próximo al placer profundo que da el conocimiento de años entre los cuerpos amantes. Claro que existe una excitación ante la novedad, y que uno puede sentirse aburrido ante el mismo paisaje o ante la misma mujer, pero acaso no es cierto que el aburrimiento es la antesala del verdadero conocimiento, y por tanto de los verdaderos placeres de la vida. Hoy todo nos dura poco y la superficialidad de la vida nos propone el hastío. No puedo comprender los millones de paisajes que se nos ofrecen por la facilidad de viajar que tenemos en la actualidad, y quizá solo puedo sentirme con la capacidad de pensar con ingenuidad en la intimidad de este, mi paisaje, o como tantas veces he dicho, de este paisaje al que pertenezco.

Me siento como un mastín que no acepta tener dueño y sin embargo es fiel a su territorio y a su misión.

……

Una semana con mis padres. En cada encuentro con ellos siento que está latente la despedida. Su salud es buena pese a sus 80 y bastantes años, pero no puedo evitar esa sensación de que los días se descuentan. No sabemos cuándo dejamos de sumar para comenzar a restar, pero un día te das cuenta de que ha surgido un cambio sustancial en la vida, y ya todo se ve de otra manera.

Parece que el sumar es un concepto matemático innato en el hombre, pero el de la resta realmente no lo comprendemos hasta el día en que somos conscientes de que el cero existe al final. Si el sumar nos relaciona con el vivir, el restar lo hace con el morir.

Noche, en la cama.

Los grillos comparten melodía con el piano de Elena.

 

21.07.11

 

La comedia

 

25.07.11

 

Día dedicado a un arroz con pollo. Vienen a comer mis padres, una hermana y varios sobrinos. Buscar la leña, preparar el caldo, etc. Luego cocinarlo y comerlo. La tarde para reposarlo, hasta la hora de cenar las sobras con Elena, mis hijos y Sueños de un seductor de Woody Allen. Nada más. Tanto el día como el arroz estuvieron buenos.

 

26.07.11

 

Soñé con Cristina y me hablaba al oído. Cristina es la perra, que igual que mis hijos nació en esta casa desde la que escribo, que pertenece a este territorio que llamamos Los Barros. Yo pertenezco a él, aunque no nací en él, pero sé que este territorio me ha adoptado y me puedo considerar también de Los Barros. Soñé que la perra me hablaba y esta mañana la he llevado al veterinario para que le extirpe el ovario maltrecho debido a una infección. La infección tiene nombre, pero lo he olvidado. Son las cosas que no me importa olvidar. Sin embargo, he olvidado muchos detalles del sueño y eso sí me fastidia. Me desperté a media noche y en vez de escribir el sueño lo repetí en mi cabeza de manera sistemática y sintetizada varias veces para poder recordarlo, hasta que me quedé otra vez dormido. Si no me hubiera vencido la pereza, y lo hubiera escrito, seguro que hubiera conservado muchos detalles bonitos. Por ejemplo, cuando Cristina está ante el puesto de chamarileros a la puerta del hotel y me dice algo al oído, que por supuesto he olvidado, lo mismo que el tono de su voz, que recuerdo vagamente. Sé que era muy suave, grave y dulce a la vez. Su lenguaje hablado era preciso, breve y certero. Pero he olvidado lo más importante, su voz, y lo que me decía.

El hotel estaba en Polonia, no sé en qué me baso para dicha afirmación y menos la importancia del dato, pero así son los sueños y así resuena este en mi pobre memoria. El hotel tenía varios ascensores, dispuestos de manera simétrica como alrededor de una torre, cada ascensor con su ascensorista uniformado. La visión de este salón es extraña, pues aunque parece normal me doy cuenta, al intentar describir su configuración, que mi visión es como desde el suelo, como si yo estuviera a cuatro patas, pero sin embargo estoy de pie y mis piernas se desplazan con total normalidad. Sueño con la perra y mi visión es como la de un perro. El caso es que no sé por qué pero yo bajaba en un ascensor y Cristina en otro; ella me traía mi libro olvidado o perdido, Bajo el volcán, eso sí un poco babeado. Al agacharme a recogerlo en su boca, me doy cuenta que junto al libro estaban mis libretas y mi portaminas. En ese instante Cris y yo echamos a correr, y en la calle, a la puerta del hotel, vimos cómo tiraban mis libretas desde una ventana y caían en el puesto de los chamarileros. Aquí, en este instante del sueño, nos acercábamos y era el momento en que la perra me articulaba una frase al oído. Yo era consciente de lo extraño, claro, no es normal que un perro te hable, pero al mismo tiempo parecía como si no fuera la primera vez, pues yo seguía con toda naturalidad en el desarrollo del sueño. Recuperábamos las libretas y yo robaba una bolita colador de esas que se utilizan para hacer infusiones de té. Entrábamos al hotel, y en ese instante el sueño se desdibuja y se vuelve todo muy confuso, pero tengo el recuerdo claro de que me esperaban amigos, que seguro que nada más despertar del sueño podría haber identificado y que ahora me es imposible. Solo había una cosa extraña: todos estos amigos aparecían en el sueño canosos, con pelo muy blanco, aunque no parecían haber envejecido en exceso.

Me ha resultado muy agradable que el sueño versara sobre Cristina y mi relación con ella, en estos días en que he estado tan pendiente de ella con visitas diarias al veterinario.

 

27.07.11

 

La chicharra que andaba por el estudio ha aparecido muerta en la mesa donde trabajo todos los días.

 

28.07.11

 

Releo este diario para su corrección y edición, y encuentro que en la entrada del día 25 del mes pasado anotaba que con la muerte nunca se intima. Rectifico: con la muerte solo se intima una vez y debiera ser esa la más profunda de las intimidades.

El deseo de intimidad compartido es un deseo oscuro, es un deseo violento. Introducirse por los poros de las cosas. Reptar por las rocas buscando la unión imposible con la naturaleza. Mi cuerpo absorbido por los poros de las rocas. Todo mi cuerpo absorbiendo por cada poro la roca que a su vez me absorbe. La roca y yo unidos manteniendo cada uno nuestra sustancia.

Compartir la intimidad es depositarnos en el otro, un depositarse mutuo; un abandonarse mutuamente al otro.

La intimidad con otra persona busca la común unión. Toda unión es augurio de la disolución. La pequeña muerte.

Con la muerte existirá solo un instante de intimidad. Un único instante. Aunque nos resistamos hay algo en esa última unión que deseamos conocer. Según intimamos con la gran dama nos acercamos al fin: sumamos intimidad y restamos tiempo. Y así, llegaremos a ese tenso y tenebroso instante, pro-curando mantener la propia esencia hasta no poder más y abandonarnos a Ella, a la innombrable, pues cuando la conoces de verdad y quieres nombrarla ya ha desaparecido el lenguaje.

 

1.08.11

 

Esta mañana he corregido el texto y he perdido lo corregido, y soy incapaz de recordarlo con la belleza que tenía.

Recuerdo palabras, pero no es suficiente y me enfrento al silencio. Nunca podré reponerlo, lo que olvido es lo que pierdo día a día. Todo olvido me aproxima a la disolución.

 

3.08.11

 

“Es este silencio lo que me aterra” escribía Ivonne

a su amor bajo el volcán;

y yo día a día acumulo olvidos que son silencios.

Entre sueño y vigilia,

me atrapará la disolución de la palabra.

 

Imagen

Vista interior de la encina I, Carlos Marquerie (2011).

Imagen

Vista interior de la encina II, Carlos Marquerie (2011).