Contenido

AGRADECIMIENTOS

1. REFLEXIONES PARA EL PRESENTE Y FUTURO. FRAGMENTOS DE UNA HISTORIA

La necesidad de una piel

Una irremediable metamorfosis

Las voces que hablan de una infancia perdida

Presente y futuro de la infancia: fragmentos de una historia

2. EN BUSCA DE LA INFANCIA PERDIDA: EL HOSPITAL DE LA SANTA CREU DURANTE EL SIGLO XV

Del ejercicio de la caridad a la participación médica

La Sección de Expósitos: las niñas y los niños abandonados en las puertas del Hospital

3. DEJARLOS EN MANOS DE OTROS. EL ABANDONO DE NIÑAS Y NIÑOS EN BARCELONA DEL SIGLO XV

A las puertas del Hospital de la Santa Creu de Barcelona

La primera edad de la vida: definiendo sus tiempos

El bautismo: lazos comunales y protecciones infantiles

Razones de abandono: de su procedencia a la exposición

Palabras y objetos: ¿señales de afecto o de recuperación?

4. HISTORIAS CRUZADAS. EL PERÍODO DE LACTANCIA EN UN MUNDO FEMENINO

La lactancia en la Baja Edad Media

Razonando la problemática de la lactancia

Las nodrizas y las redes en el Hospital

El amamantamiento y los cuidados de los niños de pecho

Los lazos lácticos: circulaciones y relaciones afectivas

5. APRENDIENDO A VIVIR. TRABAJO Y SERVICIO DE NIÑAS Y NIÑOS ACOGIDOS EN EL HOSPITAL DE LA SANTA CREU DE BARCELONA (1401-1510)

De cuidados femeninos a multiformes espacios urbanos

Comprender el trabajo infantil

Servicio y aprendizaje

Marginados e integrados. La importancia de los afectos, amores y lazos comunales

6. PARA CONCLUIR: INFANCIAS VULNERABLES Y VULNERADAS

ÍNDICE DE TABLAS Y GRÁFICOS

CRÉDITOS FOTOGRÁFICOS

FUENTES Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

XIMENA ILLANES ZUBIETA es doctora en Historia Medieval por la Universidad de Barcelona y profesora asistente del Instituto de Historia de la Pontifica Universidad Católica de Chile. Desarrolló el Fondecyt de Iniciación en Investigación nº 11130076 (2013-2016): “Pobreza y marginalidad. El Hospital de la Santa Creu y la Barcelona de los siglos XV y XVI”. Actualmente es investigadora adjunta del proyecto Horizon 2020 “Rebellion and Resistance in the Iberian Empires, 16th-19th centuries”. Entre sus publicaciones recientes destacan: “Dolor y abandono. El drama de dejar a un niño en el Hospital de la Santa Creu (Barcelona, siglo XV)”, en Rafael Gaune, Claudio Rolle (eds.), Homo dolens: Cartografías del dolor: sentidos, experiencias, registro (2018); “Pobres, locos, contrechos, heridos y otras miserables personas de distintas naciones y condiciones. Los enfermos del Hospital de la Santa Creu de Barcelona durante el siglo XV” (2017); “Treated As Sons and Daughters” (con María Teresa Vinyoles) (2016), en Maria Clara Rossi y Marina Garbellotti (eds.), Adoption and Fosterage Practices in the Late Medieval and Modern Age (2016); y “Aprendiendo a vivir. Trabajo y servicio de niñas y niños acogidos en el Hospital de la Santa Creu de Barcelona (1401-1510)” (2013).

A mis niños,

Lucas, Simón y Manuel,

quienes han sido, son y serán

los “caminos de mi vida”.

Agradecimientos

Quisiera dar gracias a muchas personas que forman parte vital de este libro. Han pasado ya varios años desde que defendí mi tesis doctoral —enero del 2011— y, por ello, el ejercicio de reflexión, lectura y escritura ha sido un proceso complejo y de grandes desafíos. Gracias a Fernando Purcell, por ser el primero que me desafió e impulsó a publicar la tesis. A Bárbara Silva, por su generosidad de revisarla y enviarme una propuesta de edición de su primer capítulo; ella tuvo una paciencia infinita para explicarme cómo se sacaba el “olor” a tesis. Para mí, ambos han sido grandes referentes, en este camino largo y sinuoso, pero que ya llega a su fin.

Gracias a Rafael Gaune, por su creatividad, humildad y desinterés desmedido; las palabras me quedan pequeñas para dimensionar la ayuda entregada en todos los ámbitos de este libro. Rafael me leyó una y otra vez, sugiriendo repensar algunos conceptos y recomendando bibliografía. Mi amigo y colega me sacó de la historia y me hizo conectarme con imágenes, objetos y obras literarias, tanto de la época como contemporáneas. Rafael me ha enseñado, aunque no lo crea, a no perder el rumbo, a seguir con tesón lo propuesto, a valorar mi investigación, pero —más importante aún— a atesorar una amistad genuina.

Agradezco a José Araneda y a Magdalena Irrarázaval, ayudantes de investigación, del Fondecyt nº 11130076: “Pobreza y marginalidad. El Hospital de la Santa Creu y la Barcelona de los siglos XV y XVI”. Ambos supieron involucrarse intelectual y emocionalmente con esta historia pasada. Gracias, Magdalena, por tu minuciosidad, entereza y alegría. Gracias, José, por tus habilidades en la georreferencia y tu paciencia en las notas al pie de página. Gracias a ambos por el humor y la música.

Quisiera agradecer a mi decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política, Patricio Bernedo, y a mi director de la Pontificia Universidad Católica, Pablo Whipple, por su amistad incondicional, pero también por darme ambos las energías y ayudas necesarias para seguir en este proyecto. En el Instituto de Historia fueron muchos los colegas y amigos que me contuvieron y animaron hasta el último momento. Solo mencionaré a algunos. Gracias a Nicolás Cruz y Rafael Sagredo, porque fueron los primeros en empujarme para terminar, hace ya años, mi tesis doctoral. Gracias a mis queridas amigas y maravillosas secretarias, Mileny Ayala y Marisol Vidal; a Claudio Rolle, Alfredo Riquelme y Jaime Valenzuela por su gran empatía, cariño y amistad: siempre creyeron en mí. A mis queridas y entrañables amigas: Macarena Ponce de León y Rosario Rodríguez, por estar en las buenas y en las malas, mis hermanas del alma; a Verónica Undurraga, por esa complicidad única, por acompañarme y contenerme en Évora para terminar estos escritos; a María José Cot, por su alegría y fortaleza; a Susana Gazmuri, por su madurez y lucidez intelectual; a Elvira López, por su energía; a Olaya Sanfuentes, por sus palabras cariñosas en todo momento; a Carola Odone, por sus consejos; a María Montt, por su preocupación a distancia. Gracias a Hugo Briñero: su calidad humana es un ejemplo para la vida. Gracias Geraldine Storm, donde quiera que estés, dejaste huellas… aún se te extraña.

Agradezco a todas y todos mis estudiantes de pregrado y posgrado, que han tenido la curiosidad por los diversos temas expuestos; por la paciencia de leer, comentar y discutir lúcidamente. Ellas y ellos han sabido transmitirme la pasión por las vidas humanas e, incluso, han cultivado la creatividad y la imaginación. Sus reflexiones agudas sobre el presente, pasado y futuro, las preguntas y comentarios, fueron realmente vitales en el proceso de investigación y escritura; el aprendizaje ha sido mutuo.

Gracias a mis colegas y amigos medievalistas; a mi maestro José Marín, por inculcarme la rigurosidad y pasión por los estudios del Occidente Cristiano; a Diego Melo y Ángel Gordo, por acompañarme en este proceso amistosamente; a mis catalanes de la Universidad de Barcelona: Blanca Garí, Antoni Conejo y Salvatore Marino; la distancia del Atlántico solo ha hecho crecer una amistad leal, profunda y generosa. A mi querida Teresa Vinyoles, mi guía de tesis doctoral; ella ha sido una sabia consejera que, con su experiencia, entusiasmo y paciencia, ha sabido guiarme por los caminos fragmentados de las niñas y los niños del Hospital. Su entrega y bondad me han permitido no solo abordar este tema con mayor lucidez, sino, además, comprender las diferentes dimensiones de la historia como disciplina, en su ámbito más vital. Teresa es, como dice Marc Bloch, un ogro de la leyenda, que va siempre en busca de la carne humana, de la presa; mujer enérgica, que siempre busca y buscará, a través de los manuscritos, fragmentos del pasado. Doy gracias a Teresa, por su constancia en el tiempo, por su gran calidad humana y humildad.

Finalmente, quisiera agradecer a toda mi familia por acompañarme. Agradezco a mi mamá por su incondicional cariño, preocupación y ayuda en los más diferentes ámbitos de la vida cotidiana. A mi papá, por ser el primero en animarme a seguir mis estudios de posgrado. Ha sido un ejemplo de constancia y esfuerzo, un fiel consejero; me ha transmitido su espíritu curioso durante todos los días de mi vida. Así también, a mis queridas hermanas, Magdalena y Trinidad, quienes siempre empatizaron, desde lo humano con mis temas de estudio.

Dedico con todo mi cariño este libro a mis hijos Lucas, Simón y Manuel. Ellos son los protagonistas de mi vida y han sido capaces de compartirme, con otros amores, las niñas y los niños abandonados del Hospital de la Santa Creu de Barcelona. La experiencia de ser madre de cada uno de ellos ha sido vital, lúcida y esencial para construir, repensar y empatizar con las historias de otras madres y criaturas del pasado.

1. Reflexiones para el presente y futuro.
Fragmentos de una historia

La necesidad de una piel

“Los niños no tienen piel, es como si estuviesen despellejándose, porque les falta un otro”. Las palabras del doctor Eduardo Jaar, exactas o muy similares, retumbaban en mi cabeza; me estaba explicando qué sucedía con niñas y niños que son dejados casi al nacer, solos, completamente solos, en los hospitales chilenos. Si bien la atención médica generalmente está cubierta y parte de sus necesidades básicas también, las criaturas al nacer necesitan de alguien que esté en contacto directo y personalizado con ellas. La ausencia de un o una cuidadora principal tiene repercusiones dramáticas en la vida de los lactantes. Los lazos afectivos que logran establecer con quienes se hacen cargo de ellos son temporales, pues se trasladan de un establecimiento de salud a un centro del

Sename, de una sala a otra, a medida que cumplen seis, doce meses y así sucesivamente. Ellas y ellos llevan la marca de la institucionalización. Hacía varios meses que retomaba mi tesis doctoral para convertirla en libro pero, además de las intensas actualizaciones bibliográficas, estaba inquieta por la realidad de niñas y niños vulnerados de Chile y otras regiones del mundo. Los motivos por el que sus derechos hayan sido transgredidos pueden ser interminables, pero me agobiaba qué sucedía con las y los más pequeños que, de cierta manera, han vivido el impacto inicial de la soledad. Los que son olvidados por el Estado y por nosotros como sociedad, los que carecen de afectos duraderos para toda la vida. El insumo entregado por el doctor Jaar me fue de vital apoyo para realizar un ejercicio de relectura a la tesis, ya que el presente me estaba entregando luces para resignificar y empatizar con las historias de niñas y niños abandonados a las puertas del Hospital de la Santa Creu de Barcelona1. A su vez, me exigía agudizar el análisis de ciertos ámbitos, a partir de nuevos estudios y perspectivas, tanto históricas como de otras disciplinas.

En manos de otros. Infancia y abandono en la Barcelona del siglo XV es un libro que en parte recoge lo desarrollado e investigado en la tesis doctoral. Digo “en parte”, porque ha sufrido modificaciones a raíz de nuevas lecturas y relecturas de documentos hospitalarios. A pesar de ello, esto no significa en ningún caso que las indagaciones estén acabadas, por el contrario, parte de los desafíos de un historiador o historiadora es dejar en barbecho preguntas abiertas que requerirán de otros tiempos y reflexiones para ser respondidas en futuros que llegarán a ser presentes.

Personalmente, el ejercicio de transformar la tesis en un libro implicó muchas preguntas que me permitieron establecer grandes desafíos, los cuales no estuvieron exentos de dificultades. Sin embargo, creo que esta metamorfosis estuvo influida por mi espacio académico, es decir, la docencia, la investigación y el intercambio intelectual entre colegas, estudiantes y ayudantes. A su vez, la generosidad que tuvo el doctor Eduardo Jaar —psiquiatra especialista en vínculos tempranos— en explicarme con “palabras fáciles” los dramas que viven los lactantes que son dejados solos en un hospital, me abrió la curiosidad por otras disciplinas. Con esto quiero decir que el texto contiene una superposición de voces que, a veces, no solo aparecen explícitos con la referencia a otros autores, sino también en los vericuetos y cambios que sufrió la propuesta a partir de conversaciones sugerentes que aparentemente quedaron en el aire, pero también en mi frágil memoria.

Una irremediable metamorfosis

El abandono de niñas y niños en el Hospital de la Santa Creu de Barcelona durante el siglo XV implicó tres etapas esenciales: la escena del abandono, el cuidado de los lactantes en manos de nodrizas y, en los que sobrevivieron, la etapa del aprendizaje en casas de otros bajo diferentes modalidades. Mi propuesta analiza cada fase, tomando atención a las condiciones de integración y marginación de las criaturas, la presencia de lo femenino y las historias de amores y desamores.

Una primera búsqueda, con atisbos de ansiedad, fue recurrir a otras disciplinas, en especial, la psiquiatría y psicología, para dimensionar la importancia de los vínculos tempranos. Las y los especialistas de estos ámbitos me entregaban respuestas que los estudios históricos sugerían como posibilidades. Es decir, las metodologías desarrolladas por estos, en contacto directo, visual y material con niñas y niños, me permitió dialogar con las historias fragmentadas de cada una de las criaturas del pasado. El ejercicio inverso, mirar el presente parar reflexionar lo que ocurría siglos atrás, me dio luces hacia zonas que aún veía difíciles de desentrañar. Destaco en particular lo propuesto por Francisca Pérez, quien considera que el desarrollo infantil debe comprenderse a partir de un modelo biopsicosocial. Esto significa que tanto el ámbito genético como el ambiente, las relaciones sociales y las pautas culturales, son fundamentales en la vida de las pequeñas y pequeños2.

Domenico di Bartolo, La limosina (1441-1442) Pellegrinaio, Santa Maria della Scala, Siena, © Comune di Siena. Foto di Bruno Bruchi.

La necesidad de buscar respuestas en otras áreas del conocimiento enriqueció mi perspectiva histórica, ya que pude conciliar de manera natural lo intrínsecamente biológico del ser humano con lo propiamente cultural. Entonces, comprender estos espacios entrecruzados y sin fronteras me reforzó a profundizar en el contexto y las pautas cotidianas de la época, en que niñas y niños fueron abandonados. Así se dimensionaron con mayor ahínco, los cambios y continuidades en relación al presente.

En este sentido, la invitación a participar en el proyecto “A Cartography of Pain: Interdisciplinary Outlooks on Homo Dolens”3, un Research Project Grant del Ian Ramsey Centre for Science and Religion de la Universidad de Oxford, coordinado por Rafael Gaune y Claudio Rolle, me abrió una ventana de posibilidades al enriquecerme con los seminarios organizados y las lecturas sugeridas sobre la historia de las emociones y del dolor. Al igual que los estudios sobre vínculos tempranos, diversos especialistas reconocían la tensión existente entre lo propiamente intrínseco del ser humano y lo cultural. Parte de ellos indican que, para intentar abordar una historia de las emociones, afectos o sentimientos, es necesario reconocer las manifestaciones de ello en un contexto determinado; es decir, detenerse en lo no visible, interpretar palabras, movimientos, corporalidades e incluso objetos. Estos consejos dejaban espacios para ir más allá de lo explícitamente visible en los documentos y, a su vez, reforzaban la importancia de reconocer subterráneamente el lenguaje de una época y traducirla; leerla entre líneas.

En relación a ello, destaco las “comunidades emocionales” propuestas por Bárbara H. Rosenwein, quien las define como grupos que comparten valores, modos de sentir y, sobre todo, formas de expresar los sentimientos4. Así, el proceso camaleónico de escritura reforzaba un ejercicio de empatía con las criaturas abandonadas, sus padres y todos quienes formaron parte de sus vidas, pero, a su vez, rescataba el significado de las “comunidades emocionales”, traduciendo el lenguaje y las pautas culturales del momento.

La mirada hacia la historia de las emociones también influyó para volver a revisitar la maternidad desde una perspectiva histórica, percibiendo que aún existen tensiones existentes entre lo propiamente biológico y cultural. Junto con ello, las diversas demandas feministas que han cobrado fuerza en los últimos años obligan a que uno, como mujer, razone sobre la maternidad y lo que significa ser madre de una manera más compleja, y lo haga considerando las inequidades existentes por siglos. Como historiadora, considero que es un deber poner este tema en debate, pues, al igual que Badinter5, creo que la maternidad es una construcción cultural que debe resignificarse en todas sus gamas. Esta lleva consigo imágenes contradictorias: a veces, representa la evidencia más clara de una sociedad patriarcal; en otras ocasiones, ha sido la bandera de lucha de las mujeres, configurando, de manera original, redes de solidaridades femeninas.

A su vez, como bien plantea Bolufer, se hace necesario, para este tema, poner mayor atención a la figura de María. En palabras de la especialista, “la historiografía no se ha planteado con suficiente énfasis cómo influyó, tanto en el plano colectivo de la cultura como en la estructuración de las subjetividades individuales, el hecho de que la religión cristiana otorgara un papel central en su imaginario a una figura femenina y maternal, ni se ha seguido con detenimiento la evolución de las representaciones marianas en el mundo católico entre la Baja Edad Media y el siglo XIX”6. Este libro entonces se hace cargo del desafío, al repensar y empatizar con las madres que abandonan y sus posibles sustitutas, como las nodrizas, considerando los discursos de teólogos, moralistas y médicos, pero agudizando la mirada a las representaciones marianas del período.

Finalmente, este libro también es deudor del Proyecto Fondecyt de Iniciación en Investigación (2013-2016) nº 11130076: “Pobreza y marginalidad. El Hospital de la Santa Creu y la Barcelona de los siglos XV y XVI”. La posibilidad de ampliar el campo de estudio de la pobreza, revisando diversos manuscritos hospitalarios y nuevas propuestas historiográficas, enriqueció con creces el análisis de las instituciones asistenciales, los actores considerados pobres y las políticas y redes configuradas para las criaturas abandonadas. Es decir, el ejercicio metodológico de observar a los pacientes que habitaron las diferentes secciones del establecimiento me permitió entrar en un diálogo con la realidad urbana del momento. Tal como menciona Fontanals, el hospital es “una especie de microcosmos dentro de las ciudades” y, por ende, el estudio de este “y de la pobreza en todas sus dimensiones, será siempre un reflejo fiel de la trayectoria histórica de las ciudades y ayudará a entender la compleja dinámica urbana7”. En un sentido inverso, al volver a enfocar mi atención a la Sección de Expósitos, se mantuvieron presentes y explícitas las experiencias urbanas que iban más allá de los muros del recinto, pues complejizaban las pautas culturales y las dinámicas sociales de la población más vulnerable de la urbe.

He decidido no agobiar al lector con un estado de la cuestión sobre la bibliografía revisada ni las perspectivas abordadas, porque podría quedarme en una “discusión bizantina”, eterna e interminable. Más relevante me parece reconocer que, si bien este libro ha sufrido modificaciones camaleónicas, también conserva permanencias relevantes. Las fuentes revisadas han resistido el paso de los años, como fragmentos de esqueletos que aún permanecen en la capilla de los huesos —del siglo XVI— de la ciudad de Évora, Portugal.

Las voces que hablan de una infancia perdida

La búsqueda de una infancia perdida implicó el estudio de documentos hospitalarios que actualmente se encuentran en el Archivo Histórico del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau (AHSCP), y en el Archivo Histórico de la Biblioteca de Cataluña (BCAH). Las fuentes podrían clasificarse en dos tipologías documentales: los libros de expósitos de 1412-1413 y 1426-1430, y los memoriales de 1401-1446 y 1510. Los primeros son volúmenes que describen la llegada de 201 criaturas abandonadas, 89 para el Libro de 1412-1413 y 112, para el de 1426-1430. Los manuscritos entregan información detallada y precisa, sobre lo que significa la primera etapa de la vida de niñas y niños. Es decir, desde la escena del abandono hasta que fueron restituidos al hospital, desmamados, volvían a casa de sus padres o morían antes de tiempo. Cada uno de las y los pequeños llevaron un registro particular de su historia.

Los libros fueron escritos con gran minuciosidad y detalle, intentando no olvidar nada. Ello se debía al interés que tuvo el Hospital en administrar ordenadamente las diferentes secciones y controlar los gastos realizados. Además, existía la posibilidad de que niñas y niños fueran reclamados en un futuro por sus padres o madres, y estos últimos debían recompensar económicamente a la institución.

Si bien ambos libros de expósitos presentan estructuras similares, en el primero se da comienzo a la obra indicando el notario y regente de turno, Pere Agramunt, como también al prior de la institución, Pere Cardona. Le sigue un índice onomástico en orden alfabético de todas las niñas y los niños que fueron abandonados durante esos años. En el margen izquierdo de cada nombre, aparece un número que se repite en el folio donde se desarrolla la descripción de cada pequeño.

Los libros de expósitos mencionados van detallando cronológicamente la llegada de cada criatura al Hospital. Hay que tener en cuenta que un significativo número de documentos llevan párrafos tachados, algunos se encuentran sin terminar y otros simplemente continúan en el libro del año siguiente, el cual no se ha conservado. Si bien existen similitudes en el formato de las descripciones, para el segundo hay una mayor minuciosidad en las referencias, como la descripción de las horas de llegada y sus ropas, la transcripción y conservación de algunos albaranes, entre otros.

En los diferentes registros se encuentran generalmente los siguientes datos: nombres, tiempos de llegada, edades8, bautismos realizados en la institución, referencias a canastas, ropas, señales y albaranes y, las nodrizas contratadas. Finalmente, lo último que se menciona es bastante variable; los documentos llegan a su fin cuando las criaturas son restituidas a la institución, ya sea porque se les asignó otra cuidadora, porque estaban enfermos, o bien al ser desmamados. Los menos afortunados murieron en casa de sus amas de leche o en el mismo recinto hospitalario. Este último acontecimiento se indicaba al inicio del folio, en el margen superior izquierdo del nombre, con el símbolo de la cruz. Hay veces en que el documento quedaba sin terminar9.

Los segundos libros analizados tratan sobre la siguiente etapa de la vida de las criaturas abandonadas a las puertas del Hospital. Estos son el Llibre dels afermaments dels expósits y expósitas del Hospital General de la Santa Creu de Barcelona (1401-1446), conservado actualmente en el Archivo Histórico de la Biblioteca de Cataluña, y el Memorial de 1510, que se encuentra en el Archivo Histórico del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau. A diferencia de los descritos anteriormente, estos se presentan más escuetos y menos detallados con respecto a las historias de cada niño o niña. A la vez, es necesario detenerse de manera particular en cada uno de ellos.

El primer volumen registra a 230 niñas y niños que salieron de la institución para insertarse en el trabajo. Las criaturas ya desmamadas habían estado alrededor de dos o tres años en la institución, siendo cuidados por la mujer encargada de la Sección de Expósitos y el personal adjunto. Cada documento da cuenta del nombre de la o el pequeño y la forma en que se incorporaba al mundo laboral, mencionándose a la vez quiénes eran sus receptores.

Esto presentaba diversas modalidades: por contrato, encomendación o afiliación. A su vez, si la condición era la primera, siempre estaba descrito el tiempo en que la niña o el niño era destinado y las promesas establecidas por el contratante. Los ofrecimientos tenían relación con el vestir, calzar y cuidar a la o el pequeño, en la salud y enfermedad. En algunas ocasiones también se hacía explícito cuál era el oficio que las criaturas aprenderían. Como último antecedente, se establecen los compromisos de pago al final del período establecido, percibiéndose una diferencia entre niñas y niños.

Particularmente para las niñas, las promesas de pago estaban asociadas a lo que significaba la dote. Los registros mencionan las “ayudas para maridar” no solo por parte de los contratantes, sino también por los mismos administradores del Hospital y, a veces incluso, por parte de algún donante. Asimismo, algunos documentos establecían las condiciones para que el patrimonio fuera válido en caso de que la niña con trajera matrimonio, pero quedara viuda, o simplemente no se casara.

Finalmente, como último aspecto hay que destacar que, a lo largo de todos los registros, se percibe un importante esfuerzo por parte del personal de la institución por seguir las huellas de cada uno de ellos, en el futuro próximo. Así se observan las referencias sobre los pequeños cuando se encontraban sanos y vivos, habían aprendido un oficio o su matrimonio estaba concertado. A su vez, las preocupaciones se manifestaron cuando las pequeñas sufrieron malos tratos, estaban perdidas o habían huido de las casas destinadas; allí la administración y el personal comenzaban una intensa labor de búsqueda.

La primera aproximación al Memorial de 1510 se debió a que el Archivo Histórico del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau estaba catalogado y fechado en 1410. Esto era de gran relevancia para mí, pues complementaba la revisión del volumen anterior y ahondaba en la segunda etapa de la vida de niñas y niños abandonados. Tras una primera lectura, transcripción y vaciado de los datos, percibía una diferencia significativa con respecto a los anteriores libros consultados. Luego de un estudio más detenido, pude verificar que este no correspondía a 1410, sino a 1510. Esto era un problema, pues se distanciaba cronológicamente en el tiempo; sin embargo, luego de una reflexión en torno a las fuentes conservadas, consideré que la revisión de este manuscrito era fundamental para complementar los datos obtenidos del primer memorial, pues no existía otro libro del siglo XV que registrara las mismas temáticas. Por ello, el trabajo y análisis de estos dos últimos textos tienen en cuenta la separación temporal y abordan una perspectiva comparativa.

El Memorial de 1510 registró alrededor de 480 niñas y niños que fueron destinados a trabajar a distintas casas, mediante contrato, sin él, o también apadrinados a un matrimonio determinado. Si bien las descripciones y el formato son similares al Llibre dels afermaments, la complejidad radica en que algunos registros de niñas y niños habían sido descritos anteriormente; por lo tanto, el número real de criaturas difiere en gran manera de lo cuantificado. Por ende, se debe tener presente la irregularidad de las informaciones, a veces muy completa, otras veces, bastante escueta.

Las lecturas de los diversos documentos hospitalarios significaron, en un comienzo, una superposición de imágenes difusas que, lentamente, comenzaron a tener un sentido y significado. Las voces invisibles de las niñas y los niños se traducían y expresaban en quienes los habían dejado en las puertas del Hospital y también en los que se hacían cargo de ellos. Las y los más vulnerados y solos, al inicio de sus vidas, me relataban, a través de otros, parte de sus experiencias. Estoy consciente de que solo son fragmentos e instantáneas; sin embargo, he podido volver al pasado y pensar en el presente.

Presente y futuro de la infancia: fragmentos de una historia

El 12 de abril del año 2016, los medios de comunicación informaban que Lissette, una niña de 11 años, había muerto en el Centro Galvarino, el cual formaba parte del Servicio Nacional de Menores (Sename). Ella se encontraba recluida en el establecimiento desde el año 2014 con el fin de alejarla de los abusos que había cometido su padre. A partir de ello, diferentes autoridades públicas, políticos y especialistas de diversos ámbitos en relación con la infancia cuestionaron y reflexionaron sobre las protecciones existentes hacia las niñas y los niños más vulnerados del país10.

Durante el segundo semestre del mismo año, me encontraba realizando un curso de Lecturas Avanzadas de posgrado en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Este se llamaba “Pobreza, caridad y asistencia en las sociedades del Antiguo Régimen”. Las discusiones semanales de los textos asignados, si bien ponían atención a las metodologías propuestas por los diferentes autores y realidades históricas estudiadas, traían una y otra vez problemáticas actuales que ocurrían en Chile y en el mundo. Paralelo a ello, los medios de comunicación develaban constantemente niñas y niños que habían fallecido a lo largo de años, en diferentes centros del SENAME. Las noticias eran alarmantes y no podíamos evadir este tema; más bien, considerábamos que acá, una mirada histórica sobre la infancia vulnerada permitiría enriquecer el análisis de las políticas de protección ya existentes en nuestro país.

Junto con Miguel Morales, estudiante de doctorado que formaba parte de nuestro curso, nos propusimos, con bastante osadía, escribir una columna para El Mercurio. Miguel, psicólogo y con una vasta experiencia laboral en instituciones del SENAME, rescataba la persistencia de problemas a lo largo del tiempo y expresaba que necesitábamos tener una voz, aunque fuera pequeña en la discusión. El desafío fue exitoso, ya que fue publicado a los pocos días con el nombre de “Infancias olvidadas, voces ausentes en la historia”. Allí manifestamos que “como historiadores pensamos que es necesario poner en perspectiva histórica una situación que supera con creces los problemas actuales al interior del SENAME; la realidad de los niños y jóvenes más vulnerados y vinculados a estas instituciones se constituyen en verdaderos espejos de una sociedad y su historia”11.

A partir de ello y de las experiencias académicas del curso, las realidades de las niñas y los niños más vulnerados de Chile comenzaban a visualizarse en mis propias investigaciones, percibiendo con mayor claridad ciertos cambios y permanencias a lo largo del tiempo. Esto hizo que yo recurriera a otras lecturas, me contactara con el doctor Eduardo Jaar y también valorara los estudios históricos para el desarrollo de políticas públicas sobre infancia. La escritura del libro está en directa relación con ello. Con esto quiero decir que mi propósito es que las páginas siguientes sean leídas no solo por historiadores o estudiosos de la infancia, sino también por quienes están pensando en el futuro de niñas y niños de nuestro país y el mundo. Creo sinceramente, para el caso chileno, que todos los esfuerzos económicos y de otros ámbitos enfocados en renovar e implementar un nuevo sistema para los menores solo serán exitosos si el corazón de ello está en relevar en un primer plano, a las y los pequeños. Dentro de ello, hay que poner atención a sus necesidades afectivas con el fin de que puedan establecer vínculos sólidos, estables y duraderos para luego integrarse en una comunidad.

La invitación está abierta, porque este libro no cierra nada, sino que pretende ser una ventana sin pestillos para nuevas investigaciones, pero también para pensar en el futuro. En las palabras de Miguel Morales y mías: “El aporte de la historia no está solo en explicar cómo las instituciones que se han hecho cargo de los niños más vulnerados se han desarrollado a lo largo del tiempo, sino también en comprender qué lugar le damos a la historia como parte constituyente de la infancia y cómo los lazos afectivos son fundamentales para la vida en comunidad”12.


[1] Mi primera aproximación al doctor Eduardo Jaar, fue la lectura (2017) de una entrevista —“Estas guaguas están muy solas”— que apareció publicada en la revista Paula, el año 2014. A partir de allí comenzó mi búsqueda para contactarlo y reunirme con él. El doctor accedió generosamente a recibirme en dos oportunidades en su consulta. Su profundidad, experiencia, compromiso y conocimiento profundo sobre la realidad de lactantes que son dejados solos en el Hospital, caló hondo en mí. Agradezco su amabilidad no solo para conmigo, sino también con mis estudiantes del curso “Infancia y Pobreza. Una historia de larga data”, a quienes cautivó muchísimo, asistiendo a una sesión de la clase. Véase: Eduardo Jaar H., Mariana Córdova V., “Prevención de la carencia afectiva crónica: nuevos paradigmas en el modelo de familia de acogida temporal” Revista Chilena de Neuro-psiquiatría 55:1 (2007), 44-51.

[2] Francisca Pérez, “Hitos claves del desarrollo infantil en la primera infancia” en Javiera Navarro, Francisca Pérez, Mauricio Arteaga (eds.), Vínculos tempranos. Transformaciones al inicio de la vida (Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2017), 63-90.

[3] Rafael Gaune y Claudio Rolle (eds.), Homo dolens. Cartografías del dolor: sentidos, experiencias, registros (Santiago: Fondo de Cultura Económica, 2018).

[4] Barbara H. Rosenwein, Generation of Feeling. A History of Emotions, 600-1700 (Cambridge: Cambridge University Press, 2016).

[5] Elizabeth Badinter, ¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal. Siglos XVIII al XX (Barcelona: Paidos, 1991).

[6] Mónica Bolufer Peruga, “Madres, maternidad: Nuevas miradas desde la historiografía” en Gloria Ángeles y Franco Rubio (coord.), Debates sobre la maternidad desde una perspectiva histórica (siglos XVI-XX) (Barcelona: AEIHM, ICARIA, 2010), 61.

[7] Fontanals Jaumà, Reis, “Asistencia y municipio a través de las fuentes medievales y modernas: el caso del Hospital de la Santa Creu de Barcelona” en Huguet-Termes, Teresa; Verdés-Pijuan, Pere; Arrizabalaba, Jon; Sánchez-Martínez, Manuel (eds.), Ciudad y hospital en el Occidente Europeo (1300-1700) (Lleida: Editorial Milenio, 2014), 72.

[8] El Libro de Expósitos de 1426-1430 es muy prolijo en definir las horas de llegada de los niños; sin embargo, omite absolutamente las edades.

[9] En las últimas inscripciones del Libro de Expósitos de 1412-1413 se menciona que la información de cada una de las criaturas continúa en el libro del año siguiente, el cual no se conserva en los archivos. Para el Libro de Expósitos de 1426-1430, la gran mayoría de los registros de los pequeños está sin terminar, lo que indica que posiblemente continúa en el volumen siguiente, tampoco presente actualmente.

[10] Ximena Illanes, Miguel Morales, “Infancias olvidadas, voces ausentes en la historia”, El Mercurio, jueves 20 de octubre de 2016.

[11] Ibid.

[12] Ibid.

2. En busca de la infancia perdida.

El Hospital de la Santa Creu durante el siglo XV El Raval: barrio emblemático, barrio viejo, barrio nuevo, zona ecléctica. Y es que este pedacito de la ciudad condal es lugar de amores y desamores para los habitantes de la urbe. Sus estrechas calles nos conducen a una vieja historia que se combina fotográficamente con su presente: las últimas tendencias en boga, los restaurantes de moda, las tiendas de diseño y las nuevas expresiones arquitectónicas, como el MACBA y la Rambla del Raval, entre otros. Sin embargo, también perduran las problemáticas sociales y de marginalidad. Allí se encuentra una población inmigrante —donde destaca la comunidad musulmana— que en parte convive con las dramáticas realidades de la pobreza y prostitución.

Para la historiadora o el historiador, para quien escarba entre los restos del pasado, el Raval13 activa la imaginación, la percepción de recorrer estos lugares fragmentados. Así, el encuentro de dos calles —la del Carmen y la de las Egipciacas— introduce a uno de los edificios góticos civiles más importantes de la Barcelona tardomedieval. Es el antiguo Hospital de la Santa Creu, fundado en 1401. Actualmente, la Biblioteca de Cataluña ocupa su lugar desde 1931. Diversos son los personajes que deambulan por su recinto, como los estudiosos avezados que buscan el silencio de esos muros y el placer de los libros. Por su patio transitan jóvenes alumnos de la escuela Massana, quienes se entremezclan con grupos que improvisan música con el sonido de sus tambores. En la otra esquina, como si fuese un espacio implícitamente apropiado, concurren y se reúnen los inmigrantes sin papeles durante largas horas del día. De vez en cuando, drogadictos buscan allí su refugio. A pocos pasos de allí, el Centro de Investigaciones Científicas aúna a investigadores del ámbito de la arqueología, antropología, musicología, historia de la ciencia y estudios medievales. Pocos están conscientes de que, en su lugar, hace seiscientos años, las prostitutas arrepentidas merodearon por esos sitios14.

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Hay que retroceder en el tiempo. El Raval o arrabal, durante el siglo XIII formaba parte de los pocos núcleos de población que se encontraban fuera de las murallas de la ciudad. Lentamente, con el paso de los siglos, la ciudad fue extendiendo y traspasando el recinto fortificado. En palabras de Salvador Claramunt, el Hospital de la Santa Creu en 1401 se convirtió “en una de las construcciones más importantes del arrabal y orgullo de la ciudad”15. Así es como las calles del Hospital, del Carmen y las Ramblas pasarían a ser una de las zonas más urbanizadas de este suburbio, rodeado de huertos, conventos y gentes necesitadas16.

Domenico di Michelino. “Madonna degli Innocenti” (1446) Museo degli Innocenti, Florencia.

¿Qué significó realmente la construcción de este Hospital? ¿Por qué los estudiosos recalcan la magnificencia, la importancia de estos grandes muros de piedra, paradójicamente acogedores en su interior? Porque la construcción y el funcionamiento de esta institución reflejaba una caridad organizada, mixta y diversificada en sus funciones. Porque su grandeza se explicitaba en la unión de los hospitales anteriormente existentes. Porque los necesitados acogidos provinieron de zonas aledañas y a veces lejanas de Barcelona. Y, finalmente, porque esta obra dio espacios para el ejercicio de una ayuda silenciosa, de prácticas informales que se emplazaron dentro de un marco institucional.

A lo largo de este capítulo se realizará un pequeño recorrido por el Hospital de la Santa Creu, poniendo especial atención al funcionamiento y la organización de la sección más compleja y numerosa de la institución: la de expósitos. La de los ex puestos, colocados fuera de las puertas: niñas y niños abandonados. El estudio de su historia, de su fundación se traslada a un grupo determinado, a lo humano, a lo social. Se trasciende y se contribuye a la historia de la sociedad17.

Del ejercicio de la caridad a la participación médica

La fundación de hospitales18 en el mundo cristiano occidental estuvo íntimamente entrelazada con la historia de la caridad19 y la hospitalidad. Fueron las primeras comunidades monásticas las que se encargaron de dar alivio a los pobres y viajeros cansados mediante el alojamiento, la comida y el abrigo20. A ellos se sumarían las sedes episcopales, las parroquias rurales y urbanas para el ejercicio de una hospitalidad cada vez más demandada por los más necesitados. El Hospital de Guitard fue el primero construido en Barcelona entre los años 971 y 985. Atribuido a la iniciativa de Guitard, los canónigos se hicieron cargo de esta institución destinada a los pobres de la ciudad21.

La reforma gregoriana impulsaba, a su vez, el ejercicio de la caridad. Se hacía necesario seguir el ejemplo de Cristo, que asistía a los enfermos. Esto se concretaba en la construcción de nuevas instituciones hospitalarias en espacios transcurridos y solitarios. Se asumía y se comprendía que el cuidado del cuerpo iba en ayuda de las almas. Los canónigos regulares de la regla de san Agustín asumían esta misión desde fines del siglo XI22. También los canónigos blancos o premostratenses, y los condes, por medio de las canónicas catedralicias23.

A lo largo del siglo XII se construyeron hospitales en los diversos ámbitos catalanes, como los de Nuria, Santa Maria de Bellpuig o San Nicolás de Alfondarella. Nuevas hermandades hospitalarias asumían labores en hospitales ya existentes. Algunos llegaron a independizarse, fundando canónicas o conventos. Como plantea Manuel Riu, las iniciativas eclesiásticas o señoriales, laicas y privadas, tenían como principal objetivo mejorar el servicio y la atención de los hospitales. Desde el siglo XII, proliferaron en todo el Occidente europeo los hospitales administrados en régimen de hermandad. Obispos, canónigos, presbíteros y monasterios cluniacenses se sumaban a este espíritu de los tiempos. Desde el ámbito laico, burgueses, nobles y monarcas también formaban parte de este incentivo, especialmente en los núcleos urbanos. La ejecución de estas obras formaba parte de una reflexión más profunda de la condición del pobre y su lugar dentro de la sociedad24.

Durante el siglo XIII, el crecimiento lento pero sostenido del mundo urbano, hacía cada vez más complejo que las instituciones eclesiásticas, pudiesen cumplir con las demandas exigidas. A fines de siglo, Barcelona ya tenía alrededor de 40.000 habitantes. La ciudad contaba con una organización para el ejercicio de la caridad hacia los más necesitados de la población. A través de hospitales, parroquias (Santa María del Pi, Sant Pere de les Puelles, Sant Jaume apòstol, Sant Miquel y Sant Cugat del Rec o del Forn) y de la catedral, se realizaban ayudas y entregas de alimentos a los más pobres (Plats dels pobres)25. Sin embargo, se hacía necesario un mayor apoyo de la burguesía en estos ámbitos y los laicos comenzaron a tomar cierto protagonismo en las instituciones asistenciales.

Sin embargo, esto no significó una secularización de la asistencia hacia los más necesitados. Si bien se extendían procuradores civiles en los distintos hospitales, también perduraron los grupos religiosos en la administración de los mismos. En palabras de Manuel Riu, “la institución hospitalaria fue, pues, variada y rica en soluciones, de acuerdo a las necesidades y los tiempos, tendiendo en primer lugar a hospedar y restablecer las fuerzas de los que atendía y, muy pronto, también a curarlos26. Los problemas cotidianos exigieron muchas veces organizaciones mixtas y espontáneas, según los requerimientos exigidos27.

Los últimos siglos del período medieval catalán estuvieron marcados por un aumento progresivo de enfermos y necesitados. Se hacía inevitable contar con más hospitales para contener a estos desprotegidos. La llegada de la peste provocaba retrasos en las nuevas construcciones, pero a la vez favorecía el impulso de donaciones a través de los testamentos para estas instituciones28. Es decir, se hacía patente la necesidad de continuar mejorando las administraciones de las distintas casas de caridad29.

Desde fines del siglo XIV, no solo se manifestaba un aumento de la participación civil en estas instituciones, sino también una progresiva cooperación del personal médico. Para Mercedes Gallent, esto significaba “la aparición de una nueva mentalidad social que llevó consigo el cambio de pensamiento respecto a la salud y a la marginación (pobres, vagabundos, entre otros), elemento disonante y molesto para una sociedad que empieza a estabilizarse”30. Si bien la construcción de estos edificios se intensificaba en el último siglo, las respuestas a reales soluciones parecían viables a través de la unificación de los hospitales existentes en la ciudad condal31. Estos eran el de Colom, el de Pere Vilar, el de Bernat Marcus32, el de Santa Eulalia y el de Santa Margarita o de los Masells33. Sus dimensiones se hacían pequeñas, pues se acogía a pobres y necesitados de distinta condición que iban engrosando sus filas: enfermos, peregrinos, locos, mendigos, leprosos y niñas y niños abandonados34. A la vez, como plantea Mercedes Gallent para el caso valenciano, la idea de tener un único y gran hospital podía estar asociado a motivaciones económicas, específicamente la reducción de gastos, y, en consecuencia, una mejora en la calidad de la asistencia35. En distintos ámbitos del territorio hispano se reflexionaba sobre la posibilidad de aunar todos los existentes en un centro asistencial. Así se entablaba una organización eficaz y se generaban importantes beneficios en el largo plazo36. El Hospital de Barcelona era pionero en ello37.

Solo cinco meses (1 de febrero-23 de julio de 1401) demoraron los trámites y planificaciones necesarias para la construcción de un único y gran hospital. Esto demostraba la urgencia manifiesta por parte de las autoridades eclesiásticas y civiles. En palabras de Agustín Rubio, “los hospitales eran una exigencia de la comunidad, cuyos regidores tenían la obligación de velar por su correcto funcionamiento, como algo que incumbía a la buena marcha de la ‘cosa pública’”38. Además, se contaba con el apoyo del papado y de Martín el Humano (1356-1410) —conde de Barcelona y rey de la Corona de Aragón—, quienes prometían numerosos privilegios. Finalmente se realizó el acto inaugural —el 17 de abril de 1401— en medio de reuniones donde participaban el capítulo catedralicio y los consejeros de la ciudad39.

El nuevo Hospital de la Santa Creu se situaba entre las calles del Carmen y del Hospital, emplazadas en el Raval, zona rodeada de huertos que lentamente había ido poblándose con los primeros conventos e instituciones hospitalarias, como los hospitales de San Lázaro, de Colom y el convento del Carmen40. La construcción de este edificio —el Hospital de la Santa Creu— en el arrabal de la ciudad, en lugar del antiguo hospital de Colom, significó la urbanización del entorno y una verdadera transformación espacial41. La edificación no estuvo exenta de problemas económicos. Sin embargo, las donaciones del rey y la reina, junto con la participación de los consejeros de la ciudad, fueron consolidando las primeras obras42.

Con el paso de los años, el Hospital llegó a ser una verdadera entidad autónoma y organizada que mantuvo a gran parte del personal viviendo dentro del mismo recinto43. Las Ordinacions44 publicadas con los acuerdos de la ciudad y la Iglesia, en 1417, reflejaban una compleja administración necesaria para la gran cantidad y variedad de personas que deambulaban en el perímetro, tanto pacientes45 como personal. Lo primero que se establecía era una organización mixta escogida por el obispo y los consejeros de la ciudad. Estos debían elegir cuatro personas de vida virtuosa: dos canónigos en nombre del obispo y dos ciudadanos seleccionados por los consejeros. Debían defender los intereses de la institución por un espacio de dos años46. Las disposiciones describían con precisión y minuciosidad las reglas por las que se debían regir y también las funciones, atribuciones y límites de cada cargo que formaba parte del Hospital47. En él se mencionaba desde los más altos puestos, como los administradores, el presidente y el prior, hasta el guardarropa, el especiero, el portero, el panadero, el barbero, entre otros48.