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Daniel Gil Pérez (Sevilla, 1973) es periodista, licenciado en Derecho por la Universidad Pontifica Comillas y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid – El País. Ha trabajado en la delegación de El País en Sevilla; en el diario 20 Minutos, en Sevilla y Madrid; y en el Departamento de Comunicación del Ministerio de Sanidad. Desde 2010 trabaja en Farmaindustria. Hijo y nieto de béticos, socio en Voladizo y Gol Sur hasta su asentamiento en Madrid en 2003, desde entonces vive y sufre su beticismo en el exilio interior. Asistió a las dos últimas finales de Copa disputadas por su equipo, en 1997 y 2005, y está convencido de que podrá disfrutar junto a sus hijas de nuevas victorias verdiblancas en grandes torneos.

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«Para ser del Betis no hay cien motivos, hay mil, un millón. Y con uno solo bastaría para ver la luz, abrazar la fe verdadera y disfrutar de sentimiento tan profundo, auténtico y peculiar. En las páginas de este libro se repasa la historia del Betis y el fervor de sus aficionados a través de recuerdos, anécdotas, personajes, títulos, victorias, derrotas y emociones, sobre todo muchas emociones. El que ya lo es se verá reflejado en todos y cada uno de estos relatos. El que aún no ha descubierto que lo es tiene ahora una oportunidad única para empezar a sentir y disfrutar ese beticismo que, aunque no lo sepa, ya late en su corazón.»

• Colección Cien × 100 — 12 •

100 motivos para ser del Betis

Daniel Gil Pérez

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Primera edición: marzo de 2014
Segunda edición: abril de 2017
Tercera edición: septiembre de 2019

© del texto: Daniel Gil Pérez

© de la edición:
9 Grupo Editorial
Lectio Ediciones
C/ Mallorca, 314, 1º 2ª B • 08037 Barcelona
Tel. 977 60 25 91 - 93 363 08 23
lectio@lectio.es
www.lectio.es

Diseño y composición: 3 x Tres
Producción del ebook: booqlab.com

ISBN: 978-84-16918-64-5
DL T 898-2019

A mi padre, Manuel, por hacer de mí el bético que soy.
Por mis hijas, Candela y Lola, presente y futuro de mi beticismo.

ÍNDICE

Introducción

1. La mejor afición del mundo

2. Rogelio, la Zurda de Caoba

3. Real Betis OIT

4. Papa Jones, el primer forofo

5. El manquepierda

6. Los otros Betis

7. Unos ojillos cargados de ilusión

8. Alabanda, uno de los nuestros

9. El Betis, por sevillanas

10. El Sevilla, un motivo para ser del Betis

11. Jaramillo, ocho décadas al servicio del Betis

12. Una gran familia, abuelas incluidas

13. Un origen de leyenda

14. Del Sporting de toda la vida

15. Denilson, el fichaje más caro del mundo

16. 15-J, el nacimiento de un nuevo Betis

17. López, goles decisivos y anchoas

18. El futuro del Betis pasa por la cantera

19. La Portada del centenario

20. Yo vi jugar a Rubén Castro

21. Rivales también sobre el agua

22. Hacia Primera, a alta velocidad

23. Anzarda, el Kung-Fu del Betis

24. Con los colores de Andalucía por bandera

25. Peña Bética Saco Terrero

26. Los silencios de Calderón

27. Yo fui socio del Sevilla

28. La dignidad de la derrota

29. Benito Villamarín, al rescate del Betis

30. Amigo Palmerín

31. Gorriti Esnaola

32. Béticos por el mundo

33. Calle Betis, de Triana a México

34. Antúnez, la semilla del rencor

35. Los vascos y el Betis

36. Un brik de cenizas en el Villamarín

37. Lopera, la larga sombra sobre el Betis contemporáneo

38. El ciberespacio bético

39. Benítez, el pellizco del arte

40. El mal trago del derbi

41. El dueño del banquillo verdiblanco

42. Cómo no te voy a querer…

43. La encerrona de Jaén

44. Eterno Miki en cada minuto 26

45. Con el agua al cuello

46. Campeón en todas las categorías

47. La cartera de Ferenc Szusza

48. Dos estadios, dos inauguraciones, dos victorias

49. La traición

50. La Sombra Juguetona, su sombrero y los pepinazos de Jarni

51. Aquel arroz con bogavante

52. La selección de las trece barras

53. Biosca, el amo del área

54. El Betis sí le metió cinco al Bayern de Múnich

55. El Currobetis

56. Barrios, el Tito Antonio

57. El Betis, en el Pentágono

58. Llorar

59. Luis del Sol, Siete Pulmones

60. Lo siento

61. Un escudo en el corazón de la plaza Nueva

62. Picchi, sinónimo de Betis

63. Malditos campeones de Liga

64. El escudo de las trece barras en la tradición cofrade

65. Antolín Ortega, trece barras grabadas a fuego en el pecho

66. Mejores en Primera División que el Sevilla

67. Harry Potter es del Betis

68. Las increíbles aventuras de un trotamundos del fútbol

69. Un hogar al final de la palmera

70. Kukleta y diez papafritas

71. Gordillo, un mito con las medias caídas

72. Foro de béticos en Madrid

73. La gran canción bética de un rockero sevillista

74. Las bienaventuranzas de Pedro

75. El cuarto anillo

76. Bizcocho, sueños cumplidos

77. El Eurobetis

78. La marcha verde, pero la de verdad

79. El hombre que creyó en Esnaola y Cardeñosa

80. Hay una leyenda que recorre el mundo entero

81. Las rimas de Manolo Melado

82. Joaquín, el líder de una generación triunfadora

83. Peñas, el tejido social del beticismo

84. No solo somos mejores, somos más

85. Núñez Naranjo, el presidente de la verdad

86. Plaza Nueva, donde hay que ir

87. Nuestro escudo, en lo más alto

88. Los Ríos, padre e hijo béticos

89. Primeros en Primera

90. El Betis multidisciplinar, un equipo para todos

91. Alfonso, el genio de las botas blancas

92. Un sentimiento puro, y sanseacabó

93. Un siglo de realeza en el Betis

94. Don Julio Cardeñosa, el 10 del Betis

95. Operación 15.000

96. Un tren a Burgos

97. «Yo no me voy del campo si no es con los pies por delante»

98. Pioneros en Champions

99. El Betis de los béticos

100. La mejor herencia

INTRODUCCIÓN

betificar.

(Del lat. betificāre).

1. tr. Dicho del Betis: Transmitir la afición por el Betis a quien no conocía del beticismo por vía hereditaria o familiar. Intentar atraer a la fe verdiblanca a todo aquel que aún no comulga con la misma.

Hace algo más de cinco años que escribí este libro. Ahora he tenido la oportunidad de revisar y actualizar esta obra que tú, bético, tienes entre las manos. En primer lugar, gracias por comprarlo, leerlo y, espero, disfrutarlo. Durante meses, día a día, fui arrancándole minutos a mi actividad profesional y a mi familia para poner en pie este argumentario, este repaso a los motivos, causas, sucesos, anécdotas y personas que justifican y explican nuestra afición, nuestro sentimiento.

Con la escritura de estas páginas, tuve la ocasión de reencontrarme con muchos recuerdos y experiencias de mi pasado, de conocer y profundizar en detalles de la historia de nuestro equipo que para mí aún eran desconocidos y de disfrutar muchísimo con tantas y tantas anécdotas y personajes. He llorado mucho escribiéndolo, y me he reído aún más. Ojalá tú experimentes también esas mismas sensaciones mientras lo lees.

Durante el proceso de escritura de estos textos conté con la inestimable ayuda de mi ecosistema bético. Le estaré eternamente agradecido a mi tío Andrés Amores, a mi primo Julio, a Álvaro Enríquez o a la familia Moreno. También ha sido de enorme valor el aliento del Foro de Béticos en Madrid o la sabia asesoría de Javier López-Iglesias, Carlos del Águila o José María Catalán.

Gracias, también, por supuesto, a Jordi Ferré, director de la editorial, que rápidamente supo ver que este proyecto era interesante y viable y que tanta confianza y ánimo me ha dado en este tiempo.

Mención aparte merece la colaboración, orientación y oportunas correcciones de mi editora particular, Cristina Álvarez, mi mujer, que después de pasar por esto jamás podrá volver a negarme que su corazón ya late en verdiblanco.

Por último, tengo que reconocer la inspiración que supusieron para mí durante todo el proceso de escritura del libro mis hijas Candela y Lola, ya béticas declaradas. Y la compañía y el impulso que me proporcionó el recuerdo permanente de mi padre, Manuel, que siempre me acompaña y que vibra y sufre las cosas de su Betis a mi lado, aunque ahora tenga su abono en el cuarto anillo del Benito Villamarín.

Bético, desde este momento el libro es tuyo. Tengo la certeza de que compartirás conmigo la inmensa mayoría de recuerdos, emociones y certezas que he intentado volcar en estas páginas. Confío en que disfrutes leyéndolo tanto como yo lo he hecho escribiéndolo y que no dudes en compartir y difundir la buena nueva de la fe verdiblanca. Y recuerda: hay una leyenda que recorre el mundo entero.

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LA MEJOR AFICIÓN DEL MUNDO

Los béticos formamos la mejor afición del mundo. ¿Alguien lo duda? Nosotros, no. Se nos puede echar en cara que no contamos a nuestro favor con datos y cifras que respalden tan osada afirmación, pero a nosotros no nos hacen falta títulos ni estadísticas para saber que estamos en lo cierto. Nos basta con visitar el Benito Villamarín en día de partido para sentir intensamente la emoción de formar parte de un colectivo especial, distinto, único. Aún recuerdo, como un pellizco, el sentimiento, el vuelco al corazón, que me provocaba salir a la tribuna por el vomitorio de voladizo del estadio, de la mano de mi padre, contemplar la grada aún semivacía, en la que cada cual iba poco a poco ocupando su asiento, y sentirme de nuevo en familia, entre los míos, en un lugar mágico.

Nos basta con reconocernos entre nosotros, cuando coincidimos fuera de casa, lejos de Heliópolis, y basta un comentario, un guiño futbolístico, para saber que estás con un igual, con un hermano, con otro de los elegidos, con el que compartes recuerdos, emociones, amarguras, manías, decepciones, alegrías e ídolos. Muchos betificados, aquellos que no han recibido la vocación bética en la niñez de sus padres o familiares sino, ya talluditos, a través de amigos, por vía de matrimonio o por otras benditas casualidades, hablan de que no fueron ellos los que eligieron al Betis, sino que fue el Betis el que les escogió a ellos. Como Saulo, cayeron del caballo y vieron la luz de la verdad absoluta, una luz blanca y brillante tamizada por rayas verdes.

Nuestro sentimiento surge de la certeza de sabernos el pueblo elegido, como el judío en la Biblia, con las circunstancias siempre en contra, pero con la verdad de nuestro lado. Da igual que otras tribus, otras naciones, otras aficiones, campen por el orbe futbolístico rivalizando en puntos conseguidos, partidos ganados o títulos logrados. Para nosotros hay cosas más importantes. La hermandad entre los béticos, los buenos ratos juntos, la guasa, el cachondeo, el rito del domingo de partido, los viajes, la fidelidad inquebrantable, el aliento inagotable, la fe verdadera.

¡Claro que también nos gusta vencer en el campo! ¡Cómo no! Y ganar torneos, y jugar competición europea, y estar siempre en Primera División. Pero sabemos que nuestra afición está por encima de coyunturas deportivas, que no dejaremos de animar a nuestro equipo independientemente de la categoría en que milite. Todos tenemos a algún familiar mayor que nos recuerda que vio al Betis en Tercera División, y que nos advierte de que eso es el Betis. Los jugadores y su desempeño en el terreno de juego no son nuestra motivación principal; solo son una excusa, los representantes en la competición de un colectivo, de una afición, de un mundo aparte, que les considera parte importante de la causa, pero que va mucho más allá de ellos.

Por eso, por tantas certezas, por tan profunda convicción, apenas nos hace falta más motivo que este para saber que estamos en lo cierto. Y que ninguna otra afición, mucho menos la del vecino, está a la altura de la nuestra. Y por eso mismo somos capaces de enumerar, no cien, mil, un millón de motivos para ser del Betis, y no del Sevilla, ni de ningún otro.

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ROGELIO, LA ZURDA DE CAOBA

Cuenta la anécdota que, en el transcurso de un partido del Betis en los años setenta, el entonces entrenador bético, el vasco Iriondo, se desgañitaba desde la banda gritándole a su extremo izquierdo: «Rogelio, corra; corra, Rogelio.» El talentoso y ocurrente futbolista sevillano, aburrido de los gritos del técnico, se le volvió y le espetó: «No corro, míster, que correr es de cobardes.»

Pero si Rogelio es, en sí mismo, merecedor de figurar en estas páginas y convertirse en uno de los motivos que jalonan este recorrido por la iconografía bética no lo es solo por esta y por otras tantas anécdotas que protagonizó, que las hay, y muchas. El futbolista coriano está entre los jugadores más destacados de la historia del Betis por su categoría como futbolista y tiene espacio propio en el recuerdo de los que pudieron disfrutar con su fútbol.

El habilidoso atacante es uno de los máximos exponentes de la llamada escuela sevillana, jugadores técnicos, habilidosos y muy descarados. En el caso de Rogelio, dentro y fuera del campo.

En sus 17 temporadas en la disciplina del Betis, Rogelio, nacido en 1943 en la localidad sevillana de Coria del Río, jugó 354 partidos, marcó 92 goles y vivió de todo: títulos (la copa del 77), ascensos, descensos y muchos grandes partidos. En la retina de los béticos dejó grabada, principalmente, su tremenda habilidad para los lanzamientos de falta. Y de córner. Se hizo famoso por sus goles olímpicos, de los que llegó a marcar una decena en su carrera deportiva. Su enorme talento generó el apodo con el que le bautizó un periodista deportivo de la época, y que ya le quedó como sobrenombre: la Zurda de Caoba.

Como buen jugador de arte, no especialmente generoso en el esfuerzo y el sacrificio, Rogelio alternaba tardes de gloria y excelencia con oscuras y tristes actuaciones. Pero con él nunca había término medio.

Y, además de faltas, goles y talento, Rogelio aliñó su trayectoria profesional con sabrosísimas anécdotas. El coriano solía decir, para desespero de sus técnicos, que no le gustaba rematar de cabeza porque «la cabeza se ha hecho para pensar, no para jugar al fútbol». Cómo sería el figura que Antonio Barrios, otro de sus entrenadores, antes de un partido en Mallorca en el que el Betis se jugaba el ascenso, lo cogió del brazo antes de saltar al campo y le dijo: «Corre hoy nada más. No corras más si no quieres, pero corre hoy.» A los doce minutos del partido, marcó un gol de falta. Hizo un partidazo, y el equipo subió a Primera.

En otra ocasión, durante un derbi en el Ramón Sánchez-Pizjuán, Rogelio recordaba que los aficionados rivales le tiraron un huevo cocido en el descanso. Y él, cuando la grada esperaba que cayera en la provocación y se enfadara, que lo lanzara a ellos de vuelta o que se lo llevara al árbitro, se detuvo en cogerlo, cascarlo, pelarlo y empezar a comérselo. «Más se cabrearon», recordaba en una entrevista el delantero bético.

Tras retirarse, siguió vinculado al club hasta el año 2000, donde llegó a ser hasta segundo entrenador. Nunca llevó las riendas del equipo, pues no llegó a obtener el título de entrenador nacional. Y hasta pocos meses antes de su fallecimiento, en marzo de 2019 con 75 años, gustaba de acudir al Benito Villamarín a ver y vivir los partidos del equipo de toda su vida. Como un bético más. Como cualquiera de nosotros.

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REAL BETIS OIT

El Real Betis Balompié vale para todo, o casi. Lo mismo acoge bodas y comuniones en sus instalaciones, que abre un columbario para que las cenizas de los béticos fallecidos descansen eternamente en las entrañas del Villamarín. Igual tiene peñas en Bosnia que aficionados en el África profunda. Y como tanto vale para un roto como para un descosido, también tiene su historia en la intermediación laboral y la resolución de conflictos colectivos.

Corría 1980, en pleno verano, acabada ya la temporada. El Mundial de 1982 estaba ya a la vuelta de la esquina, y el Betis daba inicio a las obras de reforma de su estadio para acoger un par de partidos de Brasil en la gran cita futbolística.

Pero el 17 de junio, fecha en la que estaba previsto el derribo de la tribuna de preferencia, comenzó una huelga del sector de la construcción en la provincia de Sevilla que ponía en riesgo los plazos previstos para la reforma del estadio.

A la desesperada, con el riesgo de no poder empezar la temporada 1980-81 en casa por el retraso en las obras, el 2 de julio, miércoles, la directiva del Betis reúne a empresa (Dragados y Construcciones), patronal y sindicatos en las oficinas del club, en Conde de Barajas por entonces.

Tal y como recoge la prensa de la época, el representante de CCOO, Eduardo Saborido, confiesa a la entrada a la reunión que su hijo es «bético rabioso». Y después de 14 horas de reunión, con el Betis como mediador, la huelga queda desconvocada. A la salida de la encerrona, otra vez Saborido explica como argumento para el acuerdo: «La mayoría de los albañiles son béticos.»

Algún columnista pedía al día siguiente que dirigentes sindicales, representantes patronales y hasta el ministro de Trabajo fueran béticos obligatoriamente, como condición negociadora previa ante cualquier conflicto laboral. De aquella historia le quedó al Betis el sobrenombre de Real Betis OIT (Organización Internacional del Trabajo).

Lo cierto y verdad es que la mediación del Betis sirvió para resolver la papeleta y poner de acuerdo a las partes, las obras continuaron y la reforma del estadio se concluyó, aunque no a tiempo. El Betis se vio obligado, al comienzo de la temporada siguiente, a jugar dos partidos como local en el Sánchez-Pizjuán, lo que también trajo cola, pero esa es otra historia.

Para el recuerdo queda la transversalidad del beticismo, la capacidad de una entidad deportiva para romper los límites de su actividad natural e infiltrar satisfactoriamente la vida ordinaria de una ciudad, una provincia, toda una región. Motivo de sobra para, como aquellos albañiles, y muchos de sus capataces y patronos, ser del Betis.

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PAPA JONES, EL PRIMER FOROFO

Cualquier club de fútbol centenario en España, casi diría que en el mundo, tiene a algún ciudadano inglés vinculado a la historia de sus orígenes. A finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los británicos dominaban el planeta e imponían su cultura y costumbres en los cinco continentes, los jóvenes gentlemen entretenían su tiempo libre con ese nuevo juego inventado en Sheffield.

El Betis, centenario desde 2007, también tiene un inglés en su historia, aunque no exactamente en su primer origen. Se trata de Herbert R. Jones, conocido como Papa Jones, verdadero artífice de la fusión en 1914 entre el Sevilla Balompié y el Real Betis FC, y el consiguiente nacimiento definitivo del Real Betis Balompié.

Nacido en Colombo, la capital de Ceilán, en 1885, el aventurero Jones, fugado de casa a los 12 años, se instaló en Cádiz a principios del siglo XX. En la capital gaditana se casó en 1909 con una chica de San Fernando y, por motivos laborales, se trasladó a Sevilla en 1912.

Gran aficionado al futbol, participó en la fundación del Español de Cádiz y, ya en Sevilla, se enroló en el Sevilla Balompié, en el que jugó su primer partido en noviembre de 1912 y del que llegó a ser presidente. Desde la dirección de aquel equipo, germen histórico del Betis, Jones inició en 1914 el proceso de fusión con el Betis FC, fundado en 1909, y que acababa de lograr el título de Real por la intermediación ante Alfonso XII de Pedro Rodríguez de la Borbolla, aunque sufría una delicada situación económica.

Culminada la fusión en diciembre de aquel mismo año, e inscrito el nuevo club en el Registro Civil en 1915, Papa Jones se convirtió así en el primer presidente del Real Betis Balompié. Pero su aportación a la historia bética fue más allá. No se puede asegurar que la creara, pero no es aventurado afirmar que consolidó e instituyó definitivamente la rivalidad con el Sevilla FC.

En la época en que Jones llegó a Sevilla, había cinco o seis equipos en la ciudad. Los más importantes eran el Sevilla FC y el Balompié, que encadenó varios años de supremacía deportiva con el inglés en sus filas. La unión con el Betis FC polarizó en dos bandos la rivalidad deportiva en la capital andaluza. Y los sucesos, anécdotas y chascarrillos comenzaron a nutrir la estrecha relación entre ambas aficiones.

Jones, desde la presidencia del Balompie primero, y del Real Betis después, fomentó y alimentó la rivalidad, criticando en repetidas ocasiones determinadas prácticas del rival, al que acusaba de prepotencia y falta de caballerosidad. El dirigente bético llegó a publicar, en 1914, un artículo en el diario El Liberal en el que denunciaba con pelos y señales el comportamiento poco ético del Sevilla FC en el caso de la copa llamada «Violetero».

Al parecer, ambas entidades habían quedado en disputar un partido cuyo trofeo sería una copa de plata que ofrecían al vencedor los propios sevillistas. Pero como, tras un duro encuentro, el resultado fue de victoria bética, los dirigentes rivales se negaron tras el partido a entregar el trofeo. Al día siguiente, cuando Jones acudió a recogerla, la copa había sido sustituida por un pequeño florero, o violetero. La excusa del Sevilla, que la copa originalmente en juego era «demasiado buena para ese partido».

Jones tuvo que dejar Sevilla y su protagonismo en la historia del recién nacido Real Betis de forma abrupta. En 1918 se enroló en el ejercito inglés para luchar en la I Guerra Mundial. Durante mucho tiempo, se creyó que había muerto en la contienda pero, hace pocos años, su hija Beatrice confirmó que nuestro inglés sobrevivió a la contienda, regresó con su familia a Wolverhampton y falleció en 1950.

En 1929 estuvo a punto de volver a Sevilla para quedarse y recuperar su relación con el Betis, pero la muerte de su esposa lo impidió. Pero a pesar de que nunca más regresó a la capital andaluza y no pudo conocer Heliópolis, ni ver a su equipo en Primera o campeón de Liga, su huella quedó indeleble en la historia del beticismo. Fue el primer presidente del Real Betis Balompié ya como tal y, en buena medida, responsable de nuestra eterna rivalidad con el Sevilla FC.

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EL MANQUEPIERDA

¿Quién no ha jurado y perjurado alguna vez desde su asiento en el Villamarín, tras ver perder a su equipo, aquello de «el año que viene no me saco el carné»… y en agosto estaba de nuevo en las taquillas del estadio para renovar su abono? ¿Qué aficionado no ha viajado alguna vez a ver a los suyos en un partido fuera de casa y, tras sufrir una derrota… ha empezado ya en el camino de vuelta a planear su próximo desplazamiento a domicilio? ¿Y cuántos no hemos salido del campo pensando eso tan clásico de «no vengo más»… pero dos semanas después nos reencontramos con los compañeros de grada como si tal cosa? No sé cómo se llaman este tipo de comportamientos cuando suceden en otras aficiones, ni siquiera sé si ocurren; pero tengo la certeza de que en el beticismo son habituales, y tienen un nombre: el manquepierda.

El manquepierda hace referencia a esa condición de irreductibles que caracteriza a los béticos en su relación con el equipo; a la fidelidad absoluta de sus aficionados, independientemente de las circunstancias, los resultados, la clasificación o la categoría en la que milita el equipo; a la superioridad de lo sentimental, lo familiar y lo festivo sobre lo estrictamente deportivo.

Esta manera que tienen los béticos de vivir la relación con su equipo tiene su origen en las casi dos décadas negras que el Betis sufrió entre los años cuarenta y cincuenta, de 1940 a 1958, en los que el Betis, campeón de Liga en 1935, disputó 18 temporadas entre Segunda y Tercera División, cuando aún no existía la Segunda B. En aquellas campañas, en las que la institución sufrió una profundísima crisis económica y deportiva, solo la fortaleza y capacidad de movilización de sus aficionados, inasequibles al desaliento, pudo facilitar la supervivencia de la entidad.

El literal de la expresión Viva el Betis manque pierda podría proceder de un himno compuesto por la Peña Bética Puerta de la Carne, la decana de las agrupaciones verdiblancas. Según dio a conocer en 2010 el investigador sobre la historia bética Rafael Medina, dos publicaciones de la época (la revista Oiga y un suplemento deportivo editado en la ciudad de Tetuán) recogían en 1954, con motivo del ascenso del Betis a Segunda, sendas entrevistas con el presidente de entonces de esta peña, Bartolomé Sanz San Esteban. En ambos artículos, Sanz explicaba que, en 1934, compusieron un cántico que en una de sus estrofas decía «¡Ay!, Peña Bética / Peña Puerta la Carne, / qué acogedora tú eres, / que aunque pierda tu equipo / todos tus socios te quieren.»

De aquel «aunque pierda tu equipo» podría haber derivado el manquepierda que, por fuerza de la costumbre, se hizo ya grito de ánimo popular al equipo en los duros años por la Segunda y la Tercera División. De hecho, una fotografía publicada por la prensa local para ilustrar la victoria del Betis por 0-2 en Utrera en 1953 (en uno de aquellos desplazamientos que dieron origen a La Marcha Verde, aún en Tercera), recogía a un grupo de aficionados con una pancarta que rezaba «Viva Betis manque pierda».

Nacido en aquella época, el manquepierda pasó rápidamente a formar parte del ADN de una afición que, en sus más de cien años de historia, desgraciada o afortunadamente, está de sobra acostumbrada a la irregularidad de los resultados de su equipo y a situarse por encima del rendimiento deportivo del mismo para, a pesar de las circunstancias, mantener su militancia y apoyo contra viento y marea y esperar siempre tiempos mejores.

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LOS OTROS BETIS

Cuando un fenómeno es universal, tiene una idiosincrasia propia y, además, engancha, tiende a reproducirse más allá de su ámbito natural. Es lo que le pasa al Betis. Como el nuestro es mucho más que un equipo de fútbol, es lógico que, a su imagen y semejanza, hayan florecido a lo largo de la historia otras instituciones deportivas alentadas o creadas por béticos lejos de Heliópolis para defender el escudo de las trece barras y nuestros colores en sus propios entornos.

Es el caso del Club Deportivo Betis San Isidro, fundado en Madrid capital ni más ni menos que en 1931, antes incluso de que el Real Betis Balompié jugara por primera vez en Primera División. Sus fundadores, claro está, fueron simpatizantes béticos emigrados a la capital de España. Estudiantes que, el 14 de abril de 1931, mientras este país vivía uno de los momentos determinantes de su historia reciente, la proclamación de la II República, andaban enfrascados en lo verdaderamente importante, la fundación de un club de fútbol a imagen y semejanza del de sus amores. El equipo aún existe, milita en categorías regionales, viste de verdiblanco y su escudo recuerda al de la entidad de Heliópolis en los años treinta. Y hace una valiosa labor de integración en un barrio humilde y con mucha inmigración, el de San Isidro, en pleno Carabanchel.

En aquella época, además de este Betis madrileño, surgieron otros, también creados por seguidores béticos, en Sanlúcar de Barrameda, Elche, Alcázar de San Juan o Cáceres, todos ya desaparecidos.

Antes, incluso, nació en Alicante el Club Deportivo Betis Florida. El equipo fue fundado en 1928 por José Mejías, un sevillano que se fue en busca de trabajo y creó un club en honor al suyo de siempre. Uno de sus futbolistas, Cortés, llegó a jugar con el Real Betis Balompié en Primera División, en la temporada 1962-63. El equipo juvenil militó en División de Honor y su conjunto senior lo hace ahora en categoría regional.

Luego, tras la Guerra Civil, simpatizantes del Real Betis Balompié fundaron en 1941 en Ceuta la Sociedad Deportiva Betis de Jadú, que llegó a jugar en Tercera en 1957 (por poco no se enfrenta al propio Real Betis) y también disputó competiciones oficiales de Marruecos varias temporadas. En la actualidad, la institución sigue existiendo con el nombre de Betis de Hadú y, aunque no tiene equipo sénior, mantiene mucha actividad en categorías inferiores.

En 1942, otro grupo de seguidores verdiblancos, probablemente militares, funda otro de nuestros clones más clásicos, el Betis CF de Valladolid. Esta institución es aún un auténtico pilar del fútbol base de Castilla y León. Con equipo sénior en categoría regional, aunque llegó a estar tres años en Tercera, mantiene hasta otros 11 conjuntos en distintas categorías inferiores y es vivero tradicional para equipos de Tercera y Segunda B de toda la comunidad autónoma.

La gran cantidad de béticos que hay en Cataluña ha provocado también la creación de varios equipos de fútbol catalanes inspirados en nuestro Betis, la mayoría de ellos vinculados a peñas de la novena provincia. Es el caso del Club de Fútbol Bético Esperanza, de Cornellá; el Mas Pellicer UDC, de Reus; las Verdiblanca de Malgrat de Mar y de Mataró, o el Viladamat CF, en Girona.

De vuelta en Andalucía, en Andújar está el Betis Iliturgitano, creado en 1993 por béticos de esa localidad. Su base es la cantera, con conjuntos desde prebenjamín hasta juvenil. Sus benjamines incluso fueron subcampeones de Andalucía.

El fenómeno multiplicador también se ha producido fuera de nuestras fronteras. Así, hay equipos inspirados en nuestro Betis en Bélgica (tres), Alemania, Italia o República Checa, todos ellos en categorías inferiores o, incluso, de fútbol sala.

Pero la historia más tierna, y que merece cerrar esta retahíla de clones béticos, es sin duda la del Betis de Vietnam. En 2003, dos sevillanos que trabajaban en la embajada española en Hanoi, César Revelles y Gonzalo Serrano, béticos ambos, empezaron a colaborar con la Fundación Blue Dragon, dedicada a alejar de las calles a niños sin familia a través de la educación así como con actividades deportivas y de ocio.

Los chicos, habituados a limpiar zapatos o vender periódicos en las calles de la capital vietnamita, encuentran en esta organización alimento, formación y refugio. Como parte de la actividad de Blue Dragon, Revelles y Serrano fundaron un equipo de fútbol al que llamaron Real Betis Vietnam. Aunque su equipación es azul, como el nombre de la Fundación, lucen orgullosos en la camiseta el escudo bético y hasta celebraron en su momento el centenario del club. El buen comportamiento, tanto dentro como fuera del campo, tiene su premio en esta ONG. Por eso, tras el partido de cada semana, los que mejor han jugado y se han comportado reciben un reconocimiento especial y un premio adicional por su buen rendimiento.

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UNOS OJILLOS CARGADOS DE ILUSIÓN

Mis hijas no viven en Sevilla, nunca han ido al Benito Villamarín y aún no han visto en directo al Betis. Pero, desde que empezaron a hablar, las dos cantan de memoria el himno (el de las balas de cañón), les encanta ponerse mis camisetas y bufandas verdiblancas, se les ilumina la mirada cuando les propongo ver conmigo un partido por la tele y, cuando les preguntan, proclaman a boca llena cuál es su equipo favorito.

Es verdad que se ponían la camiseta de rayas verdiblancas para jugar a princesas béticas, que Lola con dos años entonaba un peculiar himno del «Betis rosa», que apenas aguantan diez minutos a mi lado en el sofá viendo el fútbol y que no terminan de entender bien qué es eso de «ser del Betis», pero ¿no empezamos todos un poco así?

Los niños descubren el mundo a través del juego, jugando simulan la realidad y copian y recrean los comportamientos de los adultos. Y así descubren los hijos de los béticos al Betis, ¿no? Porque, como me ocurrió a mí con mi padre, nuestros hijos quieren ser como su papá y su mamá, del Betis, claro.

En una ocasión le leí a un bético en la red social Twitter un mensaje que decía algo así: «Pensé que no podía haber nada mejor que ir a ver al Betis con mi padre hasta que hoy he llevado a mi hijo por primera vez al Villamarín.» Esos ojillos cargados de ilusión ante la novedad, por la emoción de hacer un plan especial con su papá o su mamá.

Llegado el momento de tener y criar «criaturitas béticas», ese es el reto, la responsabilidad y la satisfacción. Ser capaz de transmitirles a nuestros críos la intensidad y el fervor de nuestro sentimiento por el Betis. Y disfrutar haciéndolo, claro. Enseñarles a sobreponerse a la derrota, a exprimir al límite la victoria, a compartir su afición con otros como ellos y a gritarle al mundo que hay pocas cosas mejores.

Y cuando esa emoción prende en ellos, ya no hay vuelta atrás. Prueba superada. Nada ni nadie será capaz de hacerles cambiar de afición y convicción. Y como nuestros padres hicieron con nosotros, nuestros hijos estarán ya preparados para seguir pasando el testigo del beticismo, de generación en generación, hasta el fin de los tiempos.

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ALABANDA, UNO DE LOS NUESTROS

Alabanda, López y Cardeñosa. Los béticos más veteranos recuerdan estos tres nombres como el núcleo de las alineaciones de su equipo en los 70, que se sabían y recitaban de memoria. El Betis glorioso que ganó la Copa en el Calderón, que le había metido cinco al Bayern de Múnich campeón de Europa en un Colombino, que eliminó al todopoderoso Milan en una Recopa. El mismo Betis, genio y figura, que bajó a Segunda en 1978.

Sebastián Alabanda, cordobés, maleno de Posadas, era corazón y pulmón de aquel equipo. Enganche de una plantilla con los pies en el suelo; futbolistas que hicieron el mejor fútbol de la década en España, según los cronistas. Alabanda, nacido en 1950, se enroló en las categorías inferiores del Betis con 14 años y, tras su paso por el Triana y las cesiones al Valdepeñas y al Rayo Vallecano, debutó con el primer equipo del Betis en la temporada 1973-74, aún en Segunda.

Vivió el ascenso con Szusza y el triunfo en la Copa, el Eurobetis y el descenso con Iriondo. Jugó 192 partidos con la camiseta verdiblanca, en los que anotó 16 goles. Los más recordados, por él y por los aficionados, uno por la escuadra al Real Madrid y otro de tacón al Burgos. «Desde entonces, tengo el tobillo dislocao», recordaba con gracia en una entrevista de 2001.

Además de con Cardeñosa, compartió vestuario con otros grandes mitos del beticismo como Del Sol, Rogelio o Gordillo, a los que siempre profesó admiración. «Porque yo era un futbolista del montón», le gusta recordar. Siempre fue consciente de lo efímera que es la vida del futbolista profesional. «Cuando estamos en activo, no sabemos lo que tenemos. En el fútbol no te das cuenta de lo que tienes hasta que dejas de jugar y entonces hay muchos que dicen: “qué idiota fui”», confesaba en otra entrevista.

Su pundonor, su garra y su profesionalidad tuvieron el premio de la internacionalidad. En 1976, cuando el maravilloso Betis del que formaba parte estaba en su mejor momento, tuvo la oportunidad de jugar con España apenas nueve minutos de un partido de clasificación para la Eurocopa contra la República Federal de Alemania que acabó en empate a uno. Poco brillo internacional para uno de los mejores exponentes de la cantera y el espíritu bético.

Tras salir del Betis en 1980, jugó un par de años más en el Murcia antes de retirarse y volver definitivamente a Sevilla para emprender una vida alejada del fútbol profesional, al que solo volvió muchos años después y de forma tristemente efímera. En 2014 dio un paso al frente para incorporarse al Consejo de Administración del Real Betis cuando el club más lo necesitaba, en los difíciles momentos de administración judicial y concurso de acreedores. Apenas dos semanas después falleció de forma inesperada, a los 63 años, dejando huérfano a un beticismo al que él conocía a la perfección.