portada.jpg

“John Parmiter abrazó la fe en Jesús a los treinta y tres años mientras trabajaba en una agencia inmobiliaria de Londres. Este libro es el fruto de toda una vida dedicada a poner la fe en práctica en el lugar de trabajo. En él, Parmiter enseña cómo los valores y mandamientos bíblicos siguen siendo relevantes y por qué los necesitamos desesperadamente para cambiar vidas”.

Nicky Gumbel

Miembro del equipo de liderazgo de la iglesia Holy Trinity Brompton de Londres y desarrollador de cursos Alpha

“John Parmiter es un hombre lleno de honestidad, integridad, practi-cidad y sabiduría bíblica. De tal autor, tal libro. Diez en el trabajo es una piedra preciosa muy útil para vivir la fe en el trabajo”.

Jago Wynne

Miembro del equipo de liderazgo de la iglesia Holy Trinity Brompton de Londres. Anteriormente fue responsable del ministerio sobre el lugar de trabajo en la iglesia All Souls, Langham Place (Londres)






A David Prior: orador, escritor, profeta, sabio, predicador puntual de la diócesis de Londres y maestro en el lugar de trabajo.

Con sumo agradecimiento, de parte de su estudiante.

¿Qué pueden aportar las tablas de piedra que Moisés cargó montaña abajo para los estresantes lugares de trabajo del siglo XXI?

Según John Parmiter, todo.

En este honesto e inspirador libro, analiza cómo aplicar los diez mandamientos al trabajo y la libertad que ello nos genera. Con su enfoque en la integridad personal y las relaciones clave (con Dios y los demás), son extremadamente relevantes para las presiones que soportamos a diario. El análisis de John se ha sometido a la prueba de fuego del mundo laboral contemporáneo, y la supera en cualquier sala de juntas, reuniones de venta de ladrillos o cuidado de bebés. Ya sea que trabajes a nivel profesional o de forma voluntaria, en casa o fuera, brindan una perspectiva fresca y convincente sobre cómo vivir para Jesús con todo el corazón.

‘Nos enseña a ejercer una fe real en un mundo real. (...)
Si te encuentras en el mundo laboral,
te conviene mucho leer este libro y
reflexionar sobre el mismo’.

J. John

‘John Parmiter es un hombre lleno de honestidad, integridad,
practicidad y sabiduría bíblica. De tal autor, tal libro.
Diez en el trabajo es una piedra preciosa
muy útil para vivir la fe en el trabajo’

Jago Wynne

SOBRE EL AUTOR

John Parmiter es socio de la empresa de consultoría Peter Brett Associates, en el grupo empresarial de planificación, desarrollo y economía. También es un mediador calificado, colabora con el London Instituir for Contemporary Christianity y es miembro desde hace varios años de Holy Trinity Brompton, donde participa en los cursos matrimoniales y ha dirigido grupos Alpha durante más de veinticinco años. Está casado con Jackie y tienen cuatro hijos adultos y casados.

Índice

Prólogo

Introducción

01 - Descubrir el contentamiento

02 - Conservar la honestidad

03 - Prosperar con integridad

04 - Entablar relaciones saludables

05 - Mantener la paz

06 - Vivir con el pasado

07 - Mantener el equilibrio

08 - Respetar

09 - Trabajar en libertad

10 - No perder el rumbo

¿Cómo continuar desde aquí?

Otros libros de la serie

Prólogo

Es un honor presentar este libro acerca de la aplicación de los diez mandamientos en el lugar de trabajo. Y lo es por cuatro razones.

En primer lugar, porque se trata de un libro profundo, muy profundo. Me cuesta imaginar a alguien que haya predicado sobre el Decálogo más que yo y, con todo, he podido encontrar en este material nuevas ideas. Página tras página, John Parmiter da con perspectivas novedosas (siempre basadas en la Biblia) sobre estas palabras tan conocidas. Esta obra entraña el fruto de años de meditación.

En segundo lugar, se trata de un libro sumamente práctico. No es una disertación teológica abstracta, sino un manual desafiante sobre cómo hacer lo que conviene en un mundo que quiere que hagas lo malo. Este recurso está repleto de enseñanzas relevantes y útiles acerca de cómo poner en práctica en el creciente mundo de los negocios todo lo que proclaman los diez mandamientos. Es necesario este reto de dar testimonio en el entorno laboral. Hay demasiados cristianos cuya fe parece quedarse en casa cada vez que van a trabajar. En el mejor de los casos, su fe se convierte en irrelevante. En el peor, se convierten en hipócritas. Diez en el trabajo nos enseña a ejercer una fe real en un mundo real.

A la vez, es un libro totalmente desafiante. Se ambienta en el día a día del mundo empresarial, de los contratos y negociaciones; ese mundo que a veces parece ser independiente de la fe. Gracias a ello, no deja de lanzar retos para que meditemos acerca de nuestra forma de vivir. Si te encuentras en el mundo laboral, te conviene mucho leer este libro y reflexionar sobre el mismo. Al fin y al cabo, si no eres cristiano en la oficina, ¿puede decirse que seas cristiano?

Por último, es un libro profético. Probablemente ya te has dado cuenta, pero el mundo de la empresa y las finanzas no ha sido precisamente un modelo de altos estándares morales en los últimos años. Este libro explica de qué forma y por qué, los negocios (pequeños y grandes) pueden llegar a corromperse. Con todo, este material transmite el mensaje de esperanza de que, si los cristianos vivimos los valores del Decálogo en el trabajo, el mundo del comercio y la empresa podrá cambiar a mejor.

John Parmiter reconoce, con mucha misericordia, la influencia que un servidor ha ejercido en su pensamiento. Quisiera devolverle el cumplido; yo también he aprendido de él. Esta obra ha supuesto una gran inspiración para mí y me ha aportado muchas enseñanzas. Deseo que también lo sea para ti.

J. John

www.philotrust.com

Introducción

Porque los mandamientos que dicen: “No cometas adulterio”, “No mates”, “No robes”, “No codicies”, y todos los demás mandamientos, se resumen en este precepto: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley. Haced todo esto siendo conscientes del tiempo en que vivimos.

Romanos 13:9-11a

Amor

El amor le prepara a uno para toda obra.

— George Herbert1

Amar a los demás puede suponer todo un reto, especialmente en el trabajo. Tal vez el segundo al mando es un abusón, los profesores colegas son unos pretenciosos, el responsable de oficina intimida con solo mirarlo, el gestor es un mentiroso y la enfermera encargada es una tirana. Por otro lado, quizá el jefe es muy inspirador y los compañeros siempre están dispuestos a ayudar. Para la mayoría, el lugar de trabajo aporta una de cal y otra de arena, ya sea en una tienda, un hospital, una biblioteca, un despacho o unos almacenes. Incluso los que trabajan desde casa se enfrentan a desafíos relacionados con las personas con quienes interactúan o hacen negocios.

Tal vez suena sorprendente hablar de cómo aplicar amor al contexto laboral, pero ese es el maravilloso mensaje del Evangelio; que el amor de Dios es tan importante en ese espacio como en el resto de facetas de la vida.

Al final, los mandamientos tratan fundamentalmente sobre el amor y las relaciones. Dios nos los concedió por amor para que nos protegieran y proporcionaran libertad de la culpa y la vergüenza; y también como marco para entablar relaciones. El Decálogo resume las enseñanzas principales de Jesús: amar a Dios y amar al prójimo.

Jesús recordó a sus oyentes la importancia de los mandamientos en relación con nuestra relación de amor con Dios: “Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Juan 15:10); “Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos” (Mateo 19:17). Lo principal no es el buen comportamiento externo (aunque este será el fruto evidente), sino el estado espiritual de la persona. De hecho, todos los mandamientos lidian con la condición del corazón humano.

Por nuestra parte, la respuesta que damos al amor de Dios cuenta con dos caras: amar a Dios al obedecer sus mandamientos y demostrar ese amor ofreciéndolo a los demás.

Damos testimonio del amor a Dios cuando le seguimos de todo corazón y obedecemos sus mandamientos en todo lo que hacemos; una cosa lleva a la otra. Con el modo en que vivimos, le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros. Y el trabajo es parte de ello.

La promesa

Los mandamientos no deben entenderse como cargas pesadas que Dios nos impone ni como reglas opresivas de un régimen religioso, sino como promesas. Igual que le sucedió a Israel, puede que los mandamientos nos parezcan gravosos y dejemos de cumplirlos. Pero Dios ya explicó lo que eran en realidad en boca del profeta Ezequiel: “Os daré un nuevo corazón, y os infundiré un espíritu nuevo; os quitaré ese corazón de piedra que ahora tenéis, y os pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros, y haré que sigáis mis preceptos y obedezcáis mis leyes” (Ezequiel 36:26-27).

Así es cómo Dios obra en nosotros y convierte lo que parecen cargas gravosas en promesas vivas. Y lo hace en el trabajo si entregamos toda nuestra vida al señorío de Jesucristo.

Por ello, es necesario que consideremos los mandamientos como promesas a través del filtro de la cruz; son las promesas que aseguran que el Espíritu de Dios nos da fuerzas para poner en práctica los mandamientos como fruto de nuestras vidas y ver así cómo Dios nos transforma el corazón. El Espíritu de Dios, según dijo Ezequiel, nos hace actuar de manera diferente: “No robarás” se convierte en “No tengo intención alguna de robar”. Es como lo que Pablo dijo a los gálatas: “Así que os digo: Vivid por el Espíritu, y no seguiréis los deseos de la naturaleza pecaminosa. [...] Pero, si os guía el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gálatas 5:16, 18). La obra de Dios transforma en deseo del corazón lo que parecía ser una ley dura.

La obra de Jesús en la cruz y del Espíritu Santo en la vida de los creyentes también cambia toda perspectiva. No es que nos preguntemos qué haría Jesús; nos preguntamos qué es lo que está haciendo Jesús. Confiamos en que él hará lo que desee en nosotros e iremos más allá de las sensaciones de lucha y desesperación en que tantas veces nos hallamos en el trabajo.

Buenas noticias

¡Hay buenas noticias! Saber que no todo depende de nosotros nos quita un enorme peso de encima, porque sabemos que no somos esclavos de los mandamientos de un legislador inmisericorde. Así pues, el trabajo no consiste en mera supervivencia, aunque muchas veces lo percibamos de esta forma.

El Evangelio nos reconforta, porque nos enseña que Dios ha tomado la iniciativa de rescatarnos de la esclavitud para que nos reconciliemos con él y con el resto del mundo. Él ha dado el primer paso para restaurar la relación que habíamos perdido a través de la cruz de su Hijo Jesucristo y ha enviado al Espíritu Santo como guía y consejero.

El trabajo, como parte de la vida, debe ser una respuesta más a la obra de Jesús. Él logró la victoria en la cruz, y ahora, si hemos depositado nuestra confianza en él, estamos “en Cristo” (2 Corintios 5:17). Y Dios nunca ha dejado de tomar la iniciativa con nosotros.

“Conscientes del tiempo en que vivimos”

La mayoría de deseos pecaminosos se pueden alimentar con lo que encontramos en la cultura.

— Tim Chester2

La Escritura nos desafía a esforzarnos por comprender la cultura del lugar de trabajo: “Haced todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos” (Romanos 13:11a). No debe sorprendernos que muchos de los problemas que experimentamos residan en la cultura del trabajo, ya sea en un sector, como vimos con el escándalo de los gastos de los diputados británicos, o a nivel local, como la forma en que los profesores se tratan unos a otros en la sala de docentes. Por ejemplo, es posible que el ambiente del almacén en el que trabajas sea totalmente negativo y afecte a todos los trabajadores. También puede ocurrir que el jefe tenga por costumbre poner en un compromiso a sus empleados en público y ello provoque que los segundos al mando se comporten igual que él. Por otro lado, tal vez tu gestor sea alguien positivo y que siempre trata de animar a sus subordinados. Todas estas actitudes, buenas y malas, arraigan en la cultura laboral y pueden ser contagiosas.

Anne Wilson Schaef y Diane Fassel afirmaron lo siguiente: “Si tu vida consiste en mentirte a ti mismo y a los demás, tratar de tenerlo todo bajo control, perseguir el perfeccionismo y la negación, buscar abarcarlo todo y rechazar información que te ayudaría a cambiar ese paradigma adictivo, te encuentras en bancarrota espiritual”.3 Creo que la solución a muchos de los problemas laborales no reside en regulaciones externas, sino que se trata de algo espiritual. El objeto de la reparación son los corazones de las personas; somos tú y yo.

Me llamó muchísimo la atención una carta que escribieron dieciséis jefes de negocios al periódico Financial Times en 2010 en plena época de clamorosas quiebras bancarias, avaricia empresarial y crisis de los sistemas financieros. Los autores querían “crear, infundir y supervisar en sus organizaciones una cultura basada en la profesionalidad y la integridad”. ¿Por qué escribieron eso? Alguien comentó que lo hicieron porque estaban convencidos de que la ciudad había perdido el pulso moral y se habían dado cuenta de que estaba a su alcance servir como guías, ya que algo tan básico como la cultura de la integridad no puede imponerse desde fuera.

¿Dónde está la solución que buscan esos jefes de negocios, igual que tantas otras personas? Debemos volver a los principios fundacionales, y los diez mandamientos lo son por excelencia. Si regresamos a ellos, repararemos en cuán relevantes son para la vida laboral.

Convertir el entorno laboral en un lugar mejor

Puede que el trabajo domine toda nuestra vida. Para muchos, se convierte también en la fuente principal de vida social. Para algunos, entraña algo totalmente satisfactorio y que nos llena de verdad. Sin embargo, lo cierto es que para muchos es también un lugar duro, lleno de estrés, horas extra, conflicto, jefes que no confían en nadie y dificultades para la conciliación con la vida personal. El trabajo es un espacio cada vez más inseguro y, según afirman las encuestas, menos significativo. Este libro presenta el mensaje de que es posible que la vida laboral sea mejor y que los cristianos podemos marcar la diferencia en ella.

El pensamiento cristiano sobre el lugar de trabajo es necesario, ya que somos testigos de los efectos de los vaivenes del mercado. La cultura de la avaricia ha predominado durante los años de prosperidad, y ahora se ha sustituido por el miedo, ya que la contracción del crédito ha originado una recesión total. La avaricia y el miedo afectan de forma corrosiva en el trabajo. Las tendencias ascendentes y descendentes tampoco garantizan las condiciones necesarias para una vida laboral significativa. Por ello es necesario que tratemos este tema.

Los problemas subyacentes a los que nos enfrentamos en el trabajo y en los negocios no son ninguna novedad, aunque su representación sí es distinta. Alan Greenspan, antiguo presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, señaló lo siguiente: “No es que las personas seamos ahora más avariciosas que en las generaciones pasadas, sino que ahora hay muchas más maneras de expresar la avaricia”.

Y no se trata solo de los problemas de los demás. En cada situación concreta hay una persona real. Todos tendremos que rendir cuentas; no podemos eludir la responsabilidad de las acciones individuales que llevamos a cabo. No basta con esconderse en que la decisión la ha tomado la junta, el profesor al mando, el gestor de la tienda o el consejero delegado.

La salud de la cultura laboral es muy importante y, cuando enferma, daña a la sociedad entera. El caos de los mercados financieros, las crisis bancarias, la avaricia de algunas empresas y los escándalos parlamentarios son consecuencia del fracaso de una cultura del trabajo cada vez en mayor bancarrota moral, sin valores y deshumanizada. Durante las épocas de prosperidad, el London Institute for Contemporary Christianity (LICC) comentó lo siguiente en uno de sus correos electrónicos semanales:

No sorprende que los gestores sitúen el sentido de la vida en su trabajo; prácticamente no pueden invertir tiempo en nada más. Tampoco es extraño que eso no les satisfaga; a pesar de la retórica de las declaraciones morales corporativas, el entorno laboral actual se centra casi exclusivamente en los beneficios. […] De hecho, uno de los mayores desafíos a lo que se enfrentan los cristianos británicos es el de vivir de forma abundante en Cristo ante los efectos relacionalmente destructivos y debilitantes espiritual, físico y emocionalmente del lugar de trabajo contemporáneo.4

Así que, en el lugar de trabajo, no es oro todo lo que reluce. En cualquier ámbito, la pérdida de confianza es vidente y continua tanto en la gestión de las escuelas, los servicios públicos, las empresas y los oficios, como en las personas encargadas de dirigirlos. He conocido a personas que cada vez están más esclavizadas en su trabajo, incluso son adictas al mismo. La inseguridad es una experiencia demasiado habitual, la arrogancia es endémica en ciertos círculos y el abuso es un problema cada vez más creciente. El estrés es tan alto en ciertos entornos que cada día es una misión de supervivencia. Y las relaciones suelen ser pobres y dolorosas.

Se necesitan soluciones

Los expertos se preguntan dónde encontrar soluciones, porque se han dado cuenta de que la economía y la aplicación de la ética no son suficientes, por importantes que sean. No basta con cumplir ciertas normas externas, porque estas no pueden salvarnos. Se trata de un malestar espiritual que debe resolverse.

Pero, como cristianos, debemos compartir el camino de Dios, sus buenas noticias y predicar con el ejemplo. Tal vez hemos callado durante demasiado tiempo. Fue positivo escuchar lo que dijo el arzobispo católico romano de Westminster en un discurso de Navidad:

Los cristianos ni condenan ni canonizan la economía; tal vez sea un elemento fundamental del comportamiento de los asuntos humanos. Sin embargo, debemos recordar que se trata de un sistema gobernado por personas, no por una fuerza ciega como la gravedad. Los que trabajan en dicho sector, tienen que actuar en pro del bien común […] la economía solo funcionará de forma justa si goza de un propósito moral subyacente.5

Como cristianos, podemos aportar mucho a tal propósito. Es nuestra responsabilidad explicar lo que está bien y ponerlo en práctica de forma diaria. Y es que cada vez que hacemos algo, por pequeño que sea, abrimos una puerta al cielo y no sabemos lo que Dios puede hacer con ello.

Con todo, me temo que muchos cristianos están demasiado aislados y bajo tanta presión que se paralizan. Les falta confianza o no creen que puedan establecer ninguna diferencia. Normalmente, esa diferencia no se trata de un acto de revelación o defensa del Evangelio. Suele consistir en pequeñas obras o palabras a nivel local. Por ejemplo, no expandir las habladurías que corren por los vestuarios, defender a miembros más vulnerables del equipo ante el resto o entablar una amistad con alguien poco popular durante la hora del café.

Con este libro, me propongo demostrar cómo los diez mandamientos nos pueden liberar para trabajar correctamente, experimentar paz como cristianos en el espacio laboral y ganar confianza para marcar diferencias.

Pero, ¿por dónde empezamos? Pues es buena idea hacerlo por el principio, y los diez mandamientos son la norma fundacional por antonomasia que Dios nos concedió por amor para que rigieran el pacto relacional entre él y su pueblo: “Haré de vosotros mi pueblo; y yo seré vuestro Dios” (Éxodo 6:7). Los primeros cuatro mandamientos conciernen a la relación con Dios y los seis siguientes se refieren al trato con los demás y, en el contexto de la conexión especial entre Dios e Israel, también con el resto del mundo. El Decálogo es tan central en el pacto de Dios con su pueblo que, cuando Salomón trajo el arca al templo, contenía las tablas de la ley dadas a Moisés.

¿Hay alternativas?

Existe la opinión predominante de que los diez mandamientos ya no son relevantes. Por ejemplo, hace unos años la cadena británica de televisión Channel 4 alcanzó el éxito de audiencias un sábado con la transmisión de The New Ten Commandments [Los diez nuevos mandamientos], con Jon Snow en el papel de Moisés. En lugar de escuchar a Dios, Moisés consultaba una encuesta masiva de dos partes con 44000 participantes del Reino Unido. “¿Cómo van a ser importantes si ni siquiera los recordamos?”, respondía alguno. Otro opinaba que “ya no los necesitamos”. Jon Snow reflejaba lo que muchos pensaban y citaba respuestas como “Merman el placer” o “Son un producto defectuoso”.

Se pidió a los participantes que reescribieran los mandamientos. La nueva lista revisada era ahora un top 20. Desaparecieron rápidamente cuatro de los mandamientos originales de Dios. El de no tener dioses ajenos y no cometer adulterio fueron relegados a lo más bajo de la lista, y el quinto mandamiento, sobre honrar a los padres, se modificó y se mantuvo en decimoprimera posición. “No matarás” y “No robarás” lograron entrar en el top 5. La mayoría de los nuevos mandamientos manifestaban sentimientos populares genuinos e intensos: intentar hacer las cosas tan bien como se pueda, disfrutar de la vida, proteger a la familia, defender a los vulnerables, cuidar el medioambiente, ser honesto o asumir responsabilidad por las acciones propias (de hecho, este era el segundo).

La investigación del programa acabó por producir un último y superior mandamiento que destacaba sobre el resto. Por mayoría aplastante y con cuatro veces más votos que su competidor más cercano, el mandamiento nombrado como superior fue el siguiente: “Trata a los demás como querrías que te trataran a ti”. ¿De verdad es eso novedoso? Jesús terminó uno de sus discursos con estas palabras: “Así que en todo tratad a los demás tal y como queréis que ellos os traten a vosotros. De hecho, esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12).

Una de las razones principales por las que ha resurgido el interés en los diez mandamientos (como pasó en este programa) reside en que, en el fondo, somos conscientes de que hay algo en el mundo que funciona mal. En el trabajo, sabemos que las cosas no son como deberían ser. Sentimos que hemos descarrilado y deseamos desesperadamente retomar el rumbo. Pero no todos sabemos dónde está la vía.

Hay una manera mejor de vivir y trabajar. Creo firmemente que debemos recuperar el valor fundacional de los diez mandamientos tanto individual como corporativamente, es decir, en el modo en que hacemos negocios. Creo que todos buscamos vidas auténticas. Es decir, vivir una sola vida, no en una dicotomía entre vida familiar y laboral, pública y privada, lunes y domingo. Una vida auténtica, real, genuina y que lo integre todo, no muerte maquillada como vida o una vida laboral basada en lograr sobrevivir semana a semana (o día a día). Deseamos una vida laboral plena, equilibrada y con relaciones saludables.

¿Qué debemos hacer?

La respuesta en cierto modo es que no hay nada que podamos hacer en realidad. Cuando Jesús alimentó a la multitud en el monte y luego se les invitó a responder a su mensaje, le preguntaron: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige?”. Jesús contestó: “Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel a quien él envió” (Juan 6:28 y 29).

Al realizar las obras de Dios, existe el riesgo de caer en el legalismo, ya que no hay nada que podamos hacer para ganarnos su aprobación. Tal como indicó Jesús al final de su ministerio, la vida cristiana es imposible sin Dios (Marcos 10:27). La vida cristiana consiste principal y primordialmente en creer en Jesús. Lo que él nos ofrece es pura gracia inmerecida y pagada por él a un alto precio.

Pero, evidentemente, a otro nivel, deseamos vivir correctamente, no con buenas obras, sino con una acción justa proveniente del amor. En el último capítulo, queremos explorar algunas de las formas en que podemos desarrollar la fe en Dios mediante actos de amor en el lugar de trabajo y, por tanto, ganarle terreno a la injusticia del entorno laboral.

Un camino

Yo asistí a una escuela religiosa que me hizo perder el interés en la fe y de la que salí sin ninguna creencia. Emprendí una carrera bastante exitosa, me casé y tuve hijos. No tenía problemas, simplemente iba avanzando en la vida.

coach

Escribir este libro ha sido emocionante y desalentador a la vez. Por un lado, emocionante al explicar públicamente lo que he aprendido. Por el otro, desalentador, porque muchas veces he fracaso en el intento de dar la talla. ¿Cómo alguien que ha cometido tantos errores, puedo tener las agallas de escribir un libro así a tantas personas que brillan como estrellas en el trabajo? Muchas veces dejé aparcado el proyecto. Además, han sido dos años llenos de desafíos, ya que me he enfrentado a la recesión económica. Pero he logrado seguir combatiendo gracias a otros que, a pesar de mis fracasos, creen que es posible aportar algo valioso sobre este tema.

He trabajado en el centro de Londres toda la vida, principalmente en el sector de la propiedad, con especialización en consultoría de planificación. He trabajado como funcionario del gobierno local, profesional júnior, socio capitalista, director de empresa y autónomo. Todas esas experiencias han influido en mi perspectiva y los ejemplos que uso. Con todo, espero que el libro sea aplicable a ti, sea cual sea tu sector o campo de trabajo, tanto en el sector público, en una gran organización, como parte de una pequeña empresa o como trabajador independiente.

Lo que he podido observar en todo tipo de trabajos —y en la vida en general— es que la libertad no se encuentra fuera sino dentro, en el corazón. Y en los seguros límites diseñados por Dios, el creador, que nos ama: el marco que conocemos como los diez mandamientos.

Diez

Comienzo el libro con el décimo mandamiento, siguiendo el modelo de J. John. Su presentación de los diez mandamientos que escuché un verano sentado en una carpa enorme en Clapham Common me impactó. Transmitió su relevancia y expuso maneras de aplicarlos. La respuesta entre los oyentes fue algo digno de ver. Me pregunté si estos temas podrían aplicarse de manera más directa al lugar de trabajo. Fui a hablar con él. Fue muy amable y me atendió, me bendijo y me animó a desarrollar el material orientándolo al ámbito laboral.

Esbozamos juntos el formato de lo que acabaría siendo una serie de charlas impartidas en la ciudad durante el año 2005 y más adelante, cuando el material se desarrolló, en el LICC en 2009 y 2011. Estoy muy agradecido por los ánimos que J. John me ha transmitido y por la oportunidad de usar contenido y la estructura de su libro Ten [Diez]. Eso sí, soy el único responsable de las decepciones que pueda generar el mío.

Sigo el camino de J. John; inicio el libro con el décimo mandamiento y lo finalizo con el primero. El primer mandamiento es el fundamento, la verdad radiante. Lo trataremos minuciosamente, con cuidado y calma.

Los diez mandamientos no son temas de discusión, sino herramientas de libertad que deben vivirse por obediencia. Acompáñame a descubrir, durante los próximos diez capítulos, el poder de sus verdades y encontrar liberación al ponerlos en práctica en el entorno laboral. Encontraremos una nueva libertad, una vida auténtica y confianza para marcar la diferencia en el lugar de trabajo.


1. George Herbert, Outlandish Proverbs, núm. 642 (Everyman, 1995).

2. Tim Chester, Tú puedes cambiar: Conoce el poder transformador de Dios (Andamio, 2013).

3. Anne Wilson Schaef y Diane Fassel, The Addictive Generation: Why We Overwork, Cover up, Pick up the Pieces, Please the Boss and Perpetuate Sick Organizations (HarperCollins, 1990), 67.

4. 2 de julio de 2004.

5. Daily Telegraph, 7 de enero de 2009.