RICHARD BASTIEN

CINCO DEFENSORES DE LA FE Y LA RAZÓN

A. MacIntyre, C. S. Lewis, G. K. Chesterton,

J. H. Newman y P. Kreeft

EDICIONES RIALP, S. A.

Título original: Cinq défenseurs de la foi et de la raison: J. H. Newman, G. K. Chesterton, C. S. Lewis, Peter Kreeft, Alasdair MacIntyre

© 2018 by Yves Briend Editeur / Salvator, París

© 2019 de la versión española, realizada por MIGUEL MARTIN

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-5142-2

ISBN (edición digital): 978-84-321-5143-9

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«Sé que se acusa a la Iglesia de despreciar la razón, pero es justo lo contrario. La Iglesia es la única en la tierra que reconoce que la razón es suprema. La Iglesia es única en la tierra en afirmar que al mismo Dios se alcanza por la razón».

El padre Brown

en La cruz azul, G. K. Chesterton

«La dureza de Dios es más benevolente que la dulzura de los hombres, y sus exigencias son nuestra liberación».

C. S. Lewis, Sorprendido por la alegría

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

ANTES DE COMENZAR

1. ¿HAY QUE INTERESARSE POR LA FILOSOFÍA?

2. ALASDAIR MACINTYRE O EL MUNDO FRAGMENTADO

LAS DERIVAS MORALES

RAZONES DE ESTA DERIVA

LOS FUNDAMENTOS DE LA MORAL

3. C. S. LEWIS O LA CRÍTICA DE LA MODERNIDAD

¿QUIÉN ES C. S. LEWIS?

LA OBRA DE C. S. LEWIS

LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA Y TEOLÓGICA DE LEWIS

ALGUNAS CONCLUSIONES

UN COMBATE ANTROPOLÓGICO

4. G. K. CHESTERTON O EL HOMBRE FELIZ

EN EL SER HUMANO, CUERPO Y ALMA ESTÁN INDISOLUBLEMENTE UNIDOS

UNA NATURALEZA HUMANA HERIDA POR EL PECADO ORIGINAL

EL HOMBRE ES NATURALMENTE RELIGIOSO

EL CRISTIANISMO ES LA RELIGIÓN QUE MEJOR CONVIENE AL HOMBRE

EL CATOLICISMO ES LA EXPRESIÓN MÁS PERFECTA DEL CRISTIANISMO

CONCLUSIÓN

5. PETER KREEFT O LA RAZÓN EN UNA ÉPOCA DE SINRAZÓN

TODO SER HUMANO ES UNA PERSONA QUE TIENE UN VALOR INTRÍNSECO

ENTRE EL HOMBRE Y EL ANIMAL HAY UNA DIFERENCIA DE NATURALEZA Y NO SIMPLEMENTE DE GRADO

EL HOMBRE ESTÁ DOTADO DE LIBRE ALBEDRÍO

EL INTELECTO NO ES INFERIOR NI SUPERIOR A LA VOLUNTAD, LOS DOS SON COMPLEMENTARIOS

ALMA Y CUERPO NO SON DOS SUBSTANCIAS SEPARADAS

EL ALMA HUMANA ES INMORTAL

CONCLUSIÓN

6. JOHN HENRY NEWMAN O LA RESPUESTA AL ESCEPTICISMO FILOSÓFICO

LA CONVERSIÓN AL CATOLICISMO

LA DOCTRINA NEWMANIANA DE LA CONCIENCIA

LA CONCEPCIÓN MODERNA DE LA CONCIENCIA

LAS RELACIONES ENTRE FE Y RAZÓN

7. MAHOMA, DESCARTES, NIETZSCHE O CRISTO: HAY QUE ELEGIR

EL FIDEÍSMO (SOLA FIDES)

EL MODERNISMO (SOLA RATIO)

EL POSMODERNISMO (NEC RATIO NEC FIDES)

EL CATOLICISMO (FIDES ET RATIO)

CONCLUSIÓN

AGRADECIMIENTOS

AUTOR

ANTES DE COMENZAR[1]

EN LOS CAPÍTULOS QUE SIGUEN, EL LECTOR se encontrará en grandes líneas con el pensamiento de cinco autores anglófonos (escocés, irlandés, inglés y americano) que, bajo el rechazo del dogma modernista según el cual no puede haber relación entre fe y razón, han emprendido la tarea de demostrar su necesaria unidad. Lo que ha motivado la elección de estos autores no es tanto que se hayan erigido como defensores de la tradición cristiana —otros lo han hecho tan bien como ellos o incluso mejor—, sino que, habiendo crecido en el seno de una cultura protestante perfectamente adaptada a nuestro mundo secularizado, han percibido sus carencias intelectuales y morales, y han descubierto la riqueza de una tradición católica perfectamente cómoda con las adquisiciones de la ciencia y de la modernidad, y no menos cuidadosa de preservar las verdades eternas. De ahí vino su conversión del protestantismo al catolicismo (al catolicismo «anglicano» en el caso de C. S. Lewis). Nos revelan que nuestro mundo tiene urgente necesidad, no tanto de reformas económicas o políticas, sino de una cura espiritual. El resto, vienen a decir, se nos dará por añadidura.

[1] Esta obra sigue en gran medida cinco conferencias pronunciadas en el marco del seminario «L’histoire de l’âme en Occident» [La historia del alma en occidente], que se celebra cuatro veces al año en Montreal y Longueuil (Quebec) desde 2008.

1.

¿HAY QUE INTERESARSE POR LA FILOSOFÍA?

LA FILOSOFÍA TIENE CADA VEZ PEOR REPUTACIÓN. Si un estudiante muestra un interés verdadero por esta disciplina, sus compañeros y amigos le tendrán lástima, se preguntarán por su salud mental.

Los adeptos de la filosofía contestarán sin duda que se trata de la disciplina intelectual preferida por los más grandes espíritus de todos los tiempos: Platón, Aristóteles y santo Tomás de Aquino.

En todo caso, lo que se llama comúnmente la filosofía moderna, es decir, la filosofía que empieza en el siglo XVII con Descartes, y luego se transforma al hilo de los siglos en una multiplicidad de corrientes de pensamiento (racionalismo, empirismo, idealismo, marxismo, nihilismo, existencialismo, deconstruccionismo, etc.), no se parece en nada a lo que practicaban los filósofos griegos y medievales.

La única constante de la filosofía moderna es su pretensión de apoyarse solo en la autosuficiencia absoluta de la razón. En sus manifestaciones más recientes, llega incluso a afirmar que no hay otra razón que la científica, negando así el valor de todo pensamiento metafísico. ¿Puede extrañar entonces que no engendre sino escepticismo y relativismo? La filosofía moderna duda de casi todo lo que parece normal y sensato al hombre de la calle, incluida la posibilidad de llegar a una verdad cualquiera. En Ortodoxia, Chesterton sostiene que la filosofía moderna es una forma de desesperanza, porque «no cree verdaderamente que el universo tenga un significado». Y en su biografía de santo Tomás de Aquino, añade: «La mayor parte de las filosofías modernas no son otra cosa que dudas filosóficas; quiero decir: dudan hasta el punto de saber si la filosofía puede existir»[1].

El hecho es que, según sus propios representantes, la filosofía moderna se encuentra hoy en una calle sin salida. Inspirándose en Hegel, que pensaba haber puesto punto final a la investigación filosófica en el siglo XIX, tres de los filósofos más célebres del último siglo —Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger y Richard Rorty— tienen en común haber puesto fin a su carrera sosteniendo que después de ellos la filosofía no podía seguir progresando. Dicho de otro modo, está sin salida. Según esas tres celebridades mundiales de la filosofía, no hay más que una certeza: el intento del espíritu humano, inaugurado por Descartes, de poner los fundamentos de un conocimiento seguro es un fracaso lamentable, y en vano alguien se empeñará en perseguirlo.

Este sentimiento de fracaso proviene de que la filosofía moderna no admite que el espíritu humano consiga captar lo real tal cual es. Rechaza sistemáticamente reconocer que la inteligencia tiene la facultad de representarse fielmente el mundo exterior por vía de abstracción y de captar así la naturaleza real. Para decirlo todo, niega que una cosa cualquiera pueda tener una «naturaleza», es decir, un principio de organización que asegure la unidad de sus diferentes partes y permita comprender las relaciones internas y la coherencia. Lo que admite es solo la posibilidad para el espíritu humano de determinar los aspectos cuantitativos de lo real. La filosofía moderna está viciada en su mismo principio porque, lejos de contentarse con decir que se puede cuantificar lo real, va hasta afirmar que se es incapaz de ir más allá. Al Conócete a ti mismo de Sócrates, ella opone su propia divisa: Fuera de lo cuantificable no hay salvación. Lo que equivale a decir que todo lo que se puede conocer del universo y de sus componentes minerales, vegetales y animales se encuentra en las ciencias naturales (empíricas). Todo juicio que no derive de estas ciencias habría que considerarlo una superchería.

La mayor parte de los científicos suscriben más o menos conscientemente esta concepción cientista del conocimiento. Por ejemplo, en una obra titulada El Gran Diseño (¿hay un gran arquitecto en el universo?), el célebre astrofísico británico Stephen Hawking sostiene que «la filosofía está muerta» porque «no ha sabido asimilar los progresos de la ciencia, sobre todo de la física, [de modo que] los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento»[2]. Bertrand Russell dijo más o menos lo mismo, pero más sucintamente y en términos más elegantes: «La ciencia es lo que sabemos, la filosofía lo que no sabemos»[3].

No es extraño, por tanto, que la filosofía sea hoy tan frecuentemente ignorada, esto es, considerada como una forma de esoterismo. Sin embargo, no debemos desesperar por eso. Como señala con humor Étienne Gilson en La unidad de la experiencia filosófica, «la filosofía acaba siempre por enterrar a sus enterradores»[4]. No se podría decir mejor: todos hacemos filosofía. Incluso aquellos para quienes la filosofía es una estafa están condenados a formular juicios filosóficos. El escéptico que duda de todo mientras frecuenta a sus compañeros universitarios deja de dudar del riesgo que corre si se salta un semáforo en rojo, o del salario al que tiene derecho, o de la perfidia, es decir, estupidez de quienes no comparten sus pretendidas convicciones. Por mucho que afirme que toda verdad es subjetiva, se comporta a diario como si fuese perfectamente objetiva.

Felizmente, los cristianos, sobre todo los católicos, tienen todas las razones del mundo para tratar a la filosofía como un alimento indispensable del espíritu. En Caminos hacia Jesucristo, el papa emérito Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) recuerda que nuestra fe, siendo el fundamento mismo del cristianismo, es también una fe que «afirma en primer lugar la dignidad y la importancia de la razón». Y añade: «La razón es crítica de la religión en su búsqueda de la verdad; sin embargo, en su origen, el cristianismo se alinea al lado de la razón y considera a esta aliada como su principal precursor»[5]. Se trata aquí de un aspecto del cristianismo que lo distingue de las demás religiones del mundo, y sobre todo del islam, que concibe a Dios como pura voluntad más que como Logos (para los musulmanes fundamentalistas, Dios podría mandar una cosa y su contraria si lo quisiese). La fe cristiana, nos recuerda Benedicto XVI, no es solo un asunto del corazón, sino también un «viaje de naturaleza propiamente intelectual».

Todo eso parece sin duda un poco extraño en una época en que los medios y el mundo universitario se empeñan en hacernos creer que no hay ninguna relación concebible entre fe y razón, entre filosofía y teología. Sin embargo, se puede demostrar que fe y razón, lejos de estar en conflicto, no pueden subsistir más que en el marco de una relación simbiótica cuya ruptura sería fatal para una y otra. ¿Por qué sería necesario que una relación de confianza y amor no fuese también una fuente de conocimiento racional? La relación entre fe y razón solo tiene sentido si se comprende la naturaleza de una y otra.

La razón significa la capacidad que tenemos de conocer la verdad de una cosa apoyándonos en lo que nos revelan ya sea nuestros sentidos, ya nuestro intelecto, concerniente a esa cosa. El conocimiento adquirido vía nuestros sentidos es un conocimiento sensible, que se llama también conocimiento empírico, es decir, un conocimiento de cosas tangibles y mensurables. El conocimiento adquirido vía nuestro intelecto es el de las verdades abstractas, como la lógica, las matemáticas y la metafísica.

La fe consiste en creer que una cosa es verdad. El hecho de creer que algo es verdad no tiene nada que ver con el hecho de saber que es verdad. El espíritu se adhiere a una verdad de fe no sobre la base de los datos de la experiencia sensible o de una operación puramente intelectual, sino apoyándose en el testimonio de una persona. Creemos algo porque creemos a alguien. El hecho de creer algo es indisociable de la confianza concedida a una persona. Eso no significa que la fe ignore los datos de la experiencia sensible. Por el contrario, la fe es generalmente reforzada por alguna experiencia que no puede explicar plenamente, por ejemplo, tengo confianza en que el tratamiento que recomienda mi médico curará mi enfermedad, sin por eso comprender por qué ese tratamiento me curará.

Lo que resulta de todo esto es que fe y razón difieren sensiblemente. La fe exige el libre asentimiento de la voluntad, mientras que la razón exige pruebas concluyentes o evidencias primeras (los primeros principios). En todo caso, las dos persiguen un mismo fin, que es servir de fundamentos a nuestra búsqueda de la verdad. Dicho de otro modo, las dos solo tienen sentido por su relación con la verdad. La razón es una manera de comprender la verdad de algo, o de probarla. La fe es una manera de descubrir la verdad de algo y de apreciar su amplitud, el misterio. Sin esta relación con la verdad, la fe no tiene sentido alguno, ni tampoco la razón.

En suma, fe y razón, teología y filosofía, deben trabajar concertadas. Una es indispensable a la otra y viceversa.

Hoy la fe es contestada en muchos frentes; necesitamos dar cuenta de nuestra fe recurriendo a instrumentos intelectuales accesibles a todos, esto es, a la razón y a la filosofía. Los cristianos deben dotarse de una formación que les permita tratar las grandes preguntas que suscita la cultura contemporánea, y sobre todo estas:

—¿Cuál es el campo legítimo de la fe y del principio de autoridad?

—¿Es conforme a la razón negar la existencia de Dios?

—¿Por qué existe el mal?

—¿Cómo se puede saber si la vida tiene un sentido?

—¿Existe una ley moral inscrita en la naturaleza humana?

—¿Qué tipo de sociedad debemos construir?

A través de los medios, la filosofía moderna ha intentado proponer respuestas racionales a estas cuestiones. Este intento ha fracasado lamentablemente: de ahí la desesperanza concerniente a la posibilidad de encontrar un sentido a la vida y a la capacidad de la naturaleza humana de alcanzar la verdad por medio de la razón. El mundo en que vivimos se percibe como intelectual y moralmente superior a todo lo que existió en el pasado. Repudia todo sentido de la tradición, pues estima no tener nada que aprender de quienes nos han precedido. Se trata, sin embargo, de un mundo que desprecia tanto la fe como la lógica y la razón, y donde el pensamiento ideológico ha sustituido al conocimiento objetivo y al sentido común. Por eso podemos hablar de un mundo no ya moderno, sino posmoderno. Después de haber renunciado a la fe, ha renunciado al uso de la razón y ha hecho nacer una cultura de la desesperanza.

En su Tratado de filosofía política, Aristóteles afirma que un «bárbaro» es una persona que ignora o niega que las cosas están dotadas de una naturaleza, y por tanto de un principio de orden o de regla interna. Se sigue que el bárbaro no es apto para vivir según la virtud de la prudencia. Su espíritu es esencialmente anárquico, en el sentido de que la noción de orden le es totalmente extraña. El mundo posmoderno, que es el nuestro, es esencialmente bárbaro, lo que significa que tiene en sí mismo algo de inhumano. Lo atestigua el hecho de que todos los países occidentales tienen tasas de natalidad que no bastan para asegurar la renovación de las generaciones. El humanismo secularizado, que se ha convertido en nuestra religión dominante, es profundamente mórbido y mortífero.

La encíclica Fides et ratio, que el papa Juan Pablo II publicó en 1998, afirma que «la fe y la razón son como las dos alas que permiten al espíritu humano elevarse hacia la contemplación de la verdad» y que «es Dios quien ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad». Anima también a los cristianos a atender a la filosofía, porque «cuanto más conoce el hombre la realidad y el mundo, más se conoce a sí mismo en su unicidad, mientras deviene más urgente para él la pregunta por el sentido de las cosas y de su misma existencia»[6].

Para restablecer un verdadero conocimiento de la naturaleza humana, habrá que repudiar el relativismo cultural y moral que pesa sobre nuestra época como una verdadera losa de plomo y devolver la vida a la tradición moral fundada sobre la ley natural. Esta tradición postula que el mundo descanse sobre un cierto orden físico y moral y que no se tendrá experiencia de la felicidad sin aceptar las prescripciones que se derivan de él. Además, destaca que hay verdades morales objetivas inscritas en la textura misma de lo real y que las cosas tienen una finalidad. En esta óptica se sitúan las obras de Alasdair MacIntyre, C. S. Lewis, G. K. Chesterton, Peter Kreeft y John Henry Newman.

[1] G. K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, Rialp, Madrid, 2016.

[2] Ver a este propósito: https: www.telegraph.co.uk/technology/google/8520033.

[3] Bertrand Russell, John G. Slater, Peter Köllner, Last Philosophical Testament: 1943-1968, Psychology Press, Londres, p. 378.

[4] Versión española en Ediciones Rialp.

[5] Caminos hacia Jesucristo. Ediciones Cristiandad.

[6] Juan Pablo II, Carta encíclica Fides et ratio (Fe y razón), parágrafo de introducción.