La pluralidad política revolucionaria de 1968

En una entrevista de la Revista Materiaux (1988) Daniel Bensaïd refería a Mayo 68, destacando que una de las particularidades del movimiento en Francia había sido la espontaneidad de enfrentar temas anticapitalistas desde la crítica del sistema educativo, contra universidades acusadas de «feudales» y problemas internacionales como la Guerra de Vietnam. Sin duda, esta guerra atravesaría los espíritus mundiales de una lucha donde, desde Europa occidental hasta Japón, los movimientos antiburocráticos en los países del Este y los movimientos sociales de América Latina, los jóvenes eran protagonistas: «Porque todo estaba del mismo lado, el sentido de la historia, el derecho y la moral, era una gran cadena solidaria de los oprimidos». Bensaïd interpelaba, afirmando que se trataba de una resistencia donde había sido nuestra propia juventud la que había estado presente, si bien decirlo de este modo no implicaba la idea de afincarse en el pasado, sino pensar, por ejemplo, que en Francia hubo una huelga general con la que todavía seguimos soñando, mientras que en América Latina se fundaba la idea de una lucha intercontinental.

Ante una conmemoración culturalista y a veces llena de la amnesia que despolitiza el acontecimiento, es importante recordarlo y ubicarlo aunque sea brevemente, en las distintas dimensiones y latitudes donde se produjo. 1968 no es solo el mayo de una revuelta estudiantil, es la huelga general, la sublevación generalizada, la insurgencia en México, la primavera de Praga, como también las luchas de liberación que tenían un potente ritmo, y luego, todo lo que vino después. Pero en 1968 todo parecía posible.

Han pasado 50 años desde aquel hito donde se celebraba el triunfo del individuo que reclamaba derechos, a diferencia del ciudadano impregnado de obligaciones, todo esto en tiempos donde el mundo se acomodaba a la doctrina económica neoliberal, a la vez que veía derrumbarse las instituciones tradicionales. La guerra de Vietnam dominaba la vida social y política en el mundo y las manifestaciones de protesta eran cotidianas en las grandes ciudades. En Francia, la Universidad de Nanterre era cerrada y acusada de «guerra salvaje» después de la detención de los militantes del Comité Vietnam que provocaron violentos enfrentamientos con la policía. Charles de Gaulle disolvía la Asamblea Nacional, consiguiendo que más de un millón de personas saliera a protestar a los Campos Elíseos, después de perder el referéndum de 1969, para terminar posteriormente renunciando a la Presidencia de la República. En Italia, los estudiantes denunciaban la guerra, se unían a las huelgas de sindicatos que reclamaban mejores condiciones laborales y se enfrentaban a la policía en Villa Borguese. En Berlín, se realizaba un Congreso Internacional con miles de personas encabezadas por Rudi Dutschke, que sobrevivía a las dos balas en su cabeza, consiguiendo que se multiplicaran las manifestaciones contra la prensa y las instituciones norteamericanas. En Londres, eran miles los que protestaban, marchaban y gritaban el nombre de Ho Chi Minh frente a la Embajada de Estados Unidos a la vez que denunciaban el racismo proveniente del discurso de los conservadores. Fueron verdaderas batallas campales en Tokio, en Rio de Janeiro, en Amberes, Roma, Milán y París que se difundieron y extendieron al mundo. En enero de 1968 un grupo de estudiantes que se manifiesta contra la prohibición de una pieza musical acusada de antisovietica es detenido en Varsovia, provocando una huelga de las universidades y enfrentamientos con la policía. En Checoslovaquia y desafiando a los soviéticos, Dubcek tratará de instaurar el «socialismo con rostro humano», pero el 21 de agosto de 1968 las tropas soviéticas invaden el país, poniendo fin a la Primavera de Praga.

La Guerra de Vietnam era el acontecimiento que se extendía en una denuncia mundial generalizada y que al mismo tiempo reabría la potente herida racial en Estados Unidos. ¿Por qué los jóvenes negros tenían que defender libertades que nunca habían tenido? ¿Y por qué jóvenes blancos y negros debían luchar juntos para un país que no había sido capaz de sentarlos juntos en los bancos de las escuelas? Eran las preguntas que hacía Martin Luther King un año antes de ser asesinado el 4 de abril de 1968. Su muerte provocó la ira y gigantescas revueltas que pueden leerse en los hechos de la Sublevación de Semana Santa.

En América Latina, desde mediados de los años sesenta la Guerra de Vietnam era un referente que nutría las luchas sociales. Después de la Revolución cubana las esperanzas de transformación y de emancipación eran inmensas. La figura de Ernesto Guevara, junto a otros revolucionarios de la época, tenía gran incidencia en la política, e incluso se hablaba del continente como «el rebelde patio trasero de los Estados Unidos». Los golpes de Estado destruían los procesos democráticos y las intenciones de liberación siguiendo los dictámenes de la Doctrina Monroe e intensificadas después de la Guerra Fría. La presencia e injerencia de la CIA era cada vez mayor, al punto de que la Doctrina de Seguridad Nacional del gobierno norteamericano, que consideraba enemigo a todo movimiento social, terminó justificando planes de contrainsurgencia, escuelas de formación para la tortura y el exterminio, como la de las Américas en Panamá. Esto produjo la invasión directa de Estados Unidos tal como ocurrió con los boinas verdes enviados por Washington a Guatemala, o la operación que terminó con el asesinato del Che en Bolivia en 1967. Un clima generalizado de protestas y de manifestaciones era lo que caracterizaba a los países latinoamericanos.

Este clima de represión general comenzó con la provocación planificada contra estudiantes universitarios en México y una fuerte represión que terminó con la detención de los estudiantes. Un Consejo General de Huelga reclamaba la liberación de los detenidos y la supresión del Cuerpo de Granaderos, entre otras demandas. Soldados y carros blindados irrumpieron en las universidades tomadas y asesinaron a estudiantes desarmados. Se generalizaron las detenciones y los actos de violencia, hasta que el 2 de octubre se produjo la matanza de Tlatelolco, cuando los estudiantes se reunieron masivamente en la Plaza de las Tres Culturas y fueron objeto del ataque de los Granaderos. 500 fueron los muertos declarados por el Consejo Nacional de Huelga. La matanza quedaría impresa a fuego en la conciencia mexicana desde 1968. En Argentina los estudiantes salían a la calle junto a los obreros que se manifestaban contra la dictadura de Onganía. Fueron varios los años de puebladas y de protestas por mejores salarios, principalmente en Rosario y en Córdoba, ciudad que dio el nombre al Cordobazo, donde las barricadas fueron duramente reprimidas.

Recoger la memoria de estos hechos y ver sus alcances en el presente es uno de los motivos que nos hemos planteado para este número. La Revista Actuel Marx/Intervenciones, a 50 años de los años 68’s, aparece cuando el mundo es testigo de conmemoraciones que reactualizan de cierto modo distintos problemas, hechos y también preguntas provenientes de un acontecimiento que remeciera al mundo. Hemos querido rememorar lo sucedido a la luz de los puntos de vista que hoy se tejen, tratando de evitar las reducciones que han tenido los 68’s y las miradas que a veces se detienen en un solo país, en una sola generación, en aspectos culturales o en lo que se ha entendido como una pura revuelta de jóvenes que pasan por una época que los hace inventar revoluciones. Así es como en el presente número hemos querido intervenir y por supuesto también recordar.

Comenzamos abriendo el dossier Nº25 de Actuel Marx/Intervenciones con el artículo « Otras memorias del 68: los comunistas mexicanos y la revolución global», de Jaime Ortega Reyna y Víctor Hugo Pacheco. Aquí los autores nos muestran de qué manera el acontecimiento global de mayo de 1968, más precisamente a partir de la invasión soviética a Praga, tiene un impacto directo en la vida del Partido Comunista Mexicano. Para Ortega y Pacheco, este distanciamiento con la órbita soviética se transformó en un cuestionamiento que de manera sorpresiva «tuvo resonancias apenas 15 años después, cuando el PCM decidió girar radicalmente y autodisolverse en una organización más grande, como parte de la renovación en la que se encontraba inmerso». Seguimos con la conferencia de Huey Newton titulada: «Discurso del comandante supremo del Partido Panteras Negras Huey Newton ante los estudiantes del Boston College en noviembre de 1970». En esta conferencia, Huey hace un análisis pormenorizado del «programa de supervivencia» del Partido Panteras Negras con la intención de afincar una política de base revolucionaria capaz de liberar a las comunidades afroamericanas de EEUU. Para Huey, es solo a través del intercomunalismo revolucionario que es posible superar las condiciones de vida de la población afroamericana, amenazada constantemente por el racismo y el fascismo generalizado que produce la clase dominante.

En el artículo que lleva por nombre «La trama y la fiesta de la transformación social. Un ‘camarada de Chile’ en los preliminares del mayo francés», Jorge Budrovich analiza algunos de los textos del ensayista chileno Laín Diez Kaiser para visibilizar una «trama internacional» de experiencias, intercambios y vivencias con los actores del mayo francés; incluso nos dirá, esta trama es posible verla a través de un legendario «hilo rojo» que enlaza «hasta los destinos de la revolución española o a la difusión del pacifismo ácrata a través del mundo». Seguimos con el artículo «Rescates visuales en los levantamientos chilenos: cruces entre arte y activismo durante el pasado reciente y la actualidad», de Vania Montgomery. En este trabajo se analizan las estrategias visuales de las distintas manifestaciones, marchas y tomas feministas que han tenido lugar actualmente en Chile. Para la autora, es necesario ver el vínculo de estas estrategias visuales con las respectivas «organizaciones políticas y sociales durante la dictadura militar». Para Vania, estas estrategias de manifestación sobre el espacio público son posibles de abordar desde lo que ella llama «una mirada visual como marco para el análisis estético de las protestas». Así es posible poner en perspectiva que muchas de estas estrategias se han llevado a cabo «en el contexto de la dictadura y luego en la transición a la democracia». Luego, en el artículo «Paralelos revolucionarios. El movimiento popular chileno de la Unidad Popular a la luz de la Comuna de París y de la desigualdad política como fuente de retorno a la sociedad de clases», Sebastian Link y Lidia Yáñez nos muestran tres relaciones del movimiento popular chileno con respecto a las «interpretaciones y preocupaciones» de Marx, Lenin y Mao en relación con la Comuna de París, la Revolución Rusa y la Revolución Cultural en China. Los autores sostienen que el caso chileno se aproxima a la experiencia de la Comuna de París, en la cual «las masas tomaban el control del proceso», desplazando de este modo a las vanguardias políticas a través del movimiento popular.

El artículo de Michael Löwy «El romanticismo revolucionario de Mayo 68» nos propone observar que el romanticismo revolucionario de 1968 no solo se nos presenta como una «revuelta contra el sistema económico social considerado inhumano», pues, para Löwy, la experiencia de 1968 también está cargada de «esperanzas utópicas, de sueños libertarios y surrealistas». De este modo, según Löwy, el romanticismo revolucionario se nos presenta como un movimiento singular, un «triángulo conceptual», como dirá Passerini, entre subjetividad, deseo y utopía. Bajo el título «El eclipse de la razón crítica. De la crítica de la vida cotidiana al hombre unidimensional», Daniel Bensaïd nos presenta un análisis sobre la transformación de la cultura de la sociedad capitalista a través de las lecturas de Marcuse «El hombre unidimensional» y de Lefevbre con «La vida cotidiana en el mundo moderno». Para Bensaïd, lo que habría de fondo en el análisis de estos autores, sería lo que él considera una «contradicción entre realidad cultural y realidad social», pero ante la respuesta y el devenir ambos autores «tienden a ser mayormente divergentes en los diagnósticos comunes». Para continuar, presentamos el artículo de Naím Garnica titulado «¿Posestructuralismo alemán? Ecos del mayo francés en la filosofía alemana». Aquí el autor construye dos contextos de recepción y de apropiación que la filosofía alemana de los años ochenta ha realizado del posestructuralismo francés. Se trata de aclarar que tal recepción «no queda atrapada en la polaridad integración/rechazo» que la primera recepción, de la mano de Manfred Frank y Jürgen Habermas, plantea a propósito de las movilizaciones de mayo de 1968. Para Garnica, dicha polaridad puede ser «sorteada» si observamos que la tradición pos-adorniana «habría integrado elementos del posestructuralismo a los efectos de renovar o ‘actualizar’ algunas de sus categorías». Para ver esta posibilidad, Garnica introduce y analiza los trabajos de Christoph Menke para dar cuenta de qué manera dicha recepción obedece a una forma de «renovación de sus marcos interpretativos sobre la dimensión artística», renovación que dicho sea de paso no se encontraba en el contexto alemán.

Finalmente cerramos este dossier de Actuel Marx/ Intervenciones con el artículo «Los tanques del Ejercito francés en el bosque de Rambouillet. Una lección sobre las nuevas estrategias de coerción política», de Ignacio Libretti. El artículo analiza de qué manera la estrategia utilizada por el general De Gaulle, durante las revueltas de mayo de 1968 «fue pionera en el desarrollo de nuevas estrategias de coerción política», pues corresponden a un episodio que muestra que si bien es cierto el ejército no intervino directamente, sí lo hizo políticamente a través de una coerción de «ocultamiento», impidiendo de este modo una verdadera«masacre ciudadana». Pero la estrategia represiva de De Gaulle fue más allá; es decir, fue un intento por «mantener estable la sobredeterminación burguesa de la contradicción capital-trabajo, impidiendo que las revueltas parisinas se transformaran en una revolución proletaria». De este modo las movilizaciones de mayo de 1968 no solo fueron un «campo experimental para el desarrollo de formas inéditas de movilización de masas, sino también para la aplicación de nuevas modalidades de coerción estatal».

María Emilia Tijoux
Santiago de Chile, octubre de 2018.