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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Anna DePalo

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Doble

Doble engaño, n.º 171 - noviembre 2019

Título original: Hollywood Baby Affair

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios

(comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-714-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Festival de amor de la actriz y el especialista. Un despliegue de algo más que pirotecnia cinematográfica.

 

Chiara Feran recordó el titular de la página web de cotilleos, cuando no debería haberlo hecho.

Se hallaba agarrada a los musculosos hombros del doble cinematográfico, en lo alto de un edificio de cuatro pisos, mientras la hélice de un helicóptero giraba al fondo, intentando actuar como si le fuera en ello la vida cuando, en realidad, lo que se jugaba era la carrera. Al fin y al cabo, en esa web se había escrito que aquel semental y ella eran pareja y, en aquellos momentos, ella necesitaba que la prensa no prestara atención a su padre, un tahúr amante de Las Vegas, que amenazaba con provocar controversia.

Alzó la cabeza para apartarse el cabello del rostro. Al ensayar había oído que el especialista se llamaba Rick, pero le parecía que la forma más conveniente de llamarlo era «insoportable». Tenía unos llamativos ojos verdes que la miraban como si fuera una diva mimada que necesitaba que la trataran con guantes de seda.

«No quiero estropearte las uñas».

«Gracias, pero hay una manicura en el plató».

Había intercambiado algunas frases durante el rodaje que a Chiara la habían puesto furiosa. Era cierto que él poseía un magnetismo que podía igualar al de una gran estrella cinematográfica, por lo que no entendía por qué se conformaba con ser un doble. Sin embargo, no necesitaba que le estimularan aún más la autoestima, y corría el rumor de que no era quien aparentaba ser y que tenía un pasado turbio y secreto.

También se rumoreaba que era inmensamente rico. Teniendo en cuenta el tamaño de su ego, a ella no le sorprendería que hubiera sido él mismo quien hubiese puesto los rumores en circulación. Era un macho dispuesto a salvar a la damisela en apuros, pero ella podía salvarse sola. Había aprendido, hacía tiempo, a no depender de ningún hombre.

Abrió la boca, pero, en lugar de lanzar un grito de angustia, dijo la siguiente línea del guion.

–¡Zain, vamos a morir!

–No voy a soltarte –contestó él.

Chiara sabía que a él le doblaría la voz el protagonista. Le producía una perversa satisfacción llamarlo por el nombre de este, su compañero de rodaje. Y, desde luego, estaban muy lejos de ir a morir.

Aunque tanto Rick como ella se hallaban sujetos por arneses invisibles, en un plató cinematográfico se producían accidentes. En ese momento, sonaron más explosiones a su alrededor.

En cuanto la escena acabara, se iría a su caravana a tomarse una café y a hablar con Odele.

–¡Corten! –gritó el director por el megáfono.

Chiara se soltó, aliviada.

Mientras los bajaba, Rick apenas disminuyó la fuerza con la que la agarraba.

Ella estaba físicamente agotada después de haberse pasado doce horas en el plató. En la otra clase de agotamiento prefería no pensar; un cansancio existencial que le hacía difícil que le importara algo en la vida. Por suerte, el rodaje de la película acabaría pronto.

Las películas de acción la aburrían, pero servían para pagar la hipoteca y algo más. Y Odele, su mánager, siempre le recordaba que hacían que el gran público no la olvidara, que siguiera siendo muy popular y que la recaudación fuera alta. Esa película no era una excepción. El orgullo de Pegaso trataba de una misión para impedir que los malos volaran la sede de las Naciones Unidas y otros importantes edificios de gobierno.

En cuanto sus pies tocaron el suelo, no hizo caso del principio de excitación que sentía y se apartó de Rick.

Este tenía el pelo revuelto y los vaqueros por debajo de las caderas. Una sucia chaqueta le cubría la camiseta. De todos modos, de él emanaba la autoridad de un señor del universo, tranquilo e implacable, pero listo para actuar.

A Chiara no le gustaba su forma de reaccionar ante él. Hacía que se sintiera cohibida por ser mujer. Sí, todo él era puro músculo y fuerza en potencia, e indudablemente se hallaba en excelente forma física. Pero era arrogante y molesto y, como la mayoría de los hombres, no era de fiar.

Ella se negaba a dejarse intimidar. En realidad, era ridículo, ya que su cuenta bancaria era mucho mayor que la él.

–¿Estás bien? –preguntó Rick.

Su voz era profunda y potente como el chocolate a la taza que a ella le gustaría estarse tomando. Hacía un día de abril sorprendentemente húmedo y frío en los Estudios Novatus de Los Ángeles. Decenas de personas deambulaban alrededor de ellos en el plató.

–Se acabó el trabajo del día –contestó ella.

–Parece que esta película va a exigir más de lo habitual.

–¿Cómo?

–¿Has hablado con tu mánager?

–No, ¿por qué?

Él miró en la dirección de la caravana de ella.

–Será mejor que lo hagas.

Rick se sacó el móvil del bolsillo y le mostró la pantalla.

Chiara tardó unos segundos en ver con claridad el titular del periódico, pero cuando lo hizo abrió mucho los ojos.

 

Chiara Feran y su especialista intiman. ¿Es algo más que las alturas lo que hace que sus corazones se aceleren?

 

«Por favor…», se dijo ella. Un periódico sensacionalista había recogido el chismorreo de la página electrónica y, peor aún, Rick ya lo sabía. Sintió calor en las mejillas. Él no era su especialista. No era nada suyo. De repente se preguntó si no debería haber desactivado la primera noticia en Internet cuando había tenido la oportunidad de desmentirla. Pero se había sentido muy aliviada porque se centraba en una relación inventada en vez de en el verdadero problema: su padre.

Al ver que Rick la miraba divertido, dijo en tono seco:

–Voy a hablar con Odele.

Él la agarró de la barbilla y le acarició la mandíbula con el pulgar, como si tuviera derecho a hacerlo.

–Si me deseas, no hace falta tomar medidas extremas, como inventarse historias para la prensa. ¿Por qué no me lo dices directamente?

Ella le apartó la mano y procuró controlar la furia.

–Estoy segura de que se ha producido un error. ¿Te parece eso suficientemente directo?

Él la miró con ojos divertidos y dijo con arrogancia:

–Mantenme informado.

Además de la posibilidad de que su padre saliera en las noticias, Chiara debía enfrentarse a los rumores de su relación con el último especialista del mundo con el que querría pisar la alfombra roja.

Le dio la espalda a Rick y se fue a toda prisa. Apretó los puños. El corazón le latía desbocado. Los vaqueros y la camiseta rota que llevaba le quedaban muy ajustados, como era requisito en una película de acción, por lo que sabía que Rick estaría disfrutando del panorama mientras ella se marchaba.

Entró en la caravana y dio un portazo. Odele se hallaba sentada a una mesita. La mujer, bastante mayor que Chiara, alzó la cabeza y le dirigió una cálida mirada por encima de las gafas. Chiara había aprendido, durante sus años con su mánager, que nada la alteraba.

Se llevó la mano a la frente.

–Hace una hora me he tomado una pastilla para el dolor de cabeza, pero ese hombre sigue en ella.

–Los problemas con los hombres llevan décadas desafiando la farmacología, cariño –contestó Odele con voz ronca.

Chiara le contó los rumores que circulaban sobre Rick y ella, y cómo había reaccionado él.

–¡Se cree que es un regalo del cielo para las actrices!

–Necesitas un novio –afirmó Odele en tono críptico.

Durante unos segundos, el cerebro de Chiara trató de procesar lo que Odele le acababa de decir.

–¿Qué?

Era una actriz a la que pagaban por aparecer fotografiada con una determinada marca de bolso o de zapatos. Miró la madera reluciente y las encimeras de mármol de la caravana. Tenía mucho más de lo que necesitaba. No deseaba nada; sobre todo, no deseaba tener novio.

Era cierto que llevaba mucho tiempo sin salir con nadie, lo cual no quería decir que no pudiera hacerlo. Pero no le apetecía. Los novios suponían trabajo y los hombres causaban problemas.

–Tenemos que conseguirte un novio –insistió Odele.

Chiara se rio con desdén.

–Se me ocurren muchas cosas que me hacen falta, pero un novio no es una de ellas. Necesito un nuevo estilista ahora que Emery se ha marchado. Necesito pasta de dientes. Y necesito unas buenas vacaciones cuando se acabe este rodaje. Pero ¿un novio? No.

–Eres la novia de Estados Unidos. Todos quieren verte feliz.

–Te refieres a que quieren verme avanzar hacia el matrimonio y los hijos.

Odele asintió.

–La vida casi nunca es así de sencilla.

Odele lanzó un profundo suspiro.

–Bueno, pero nosotros no tratamos con la realidad, ¿verdad, cariño?, sino aquí en Hollywood, con la ilusión de los sueños.

Chiara se contuvo para no poner los ojos en blanco. Verdaderamente, necesitaba unas vacaciones.

–Por eso te hace falta una relación para que tu nombre vuelva a sonar de manera positiva.

–¿Y cómo voy a conseguirla?

Odele chasqueó los dedos.

–Muy sencillo, tengo al hombre adecuado.

–¿Quién?

–Un especialista al que ya conoces.

Una idea horrorosa surgió en la mente de Chiara.

–Has hecho circular el rumor de que Rick y yo hemos intimado.

¡Por Dios! Había ido a contarle el rumor a su mánager porque esperaba que apagara el fuego mediático sin contemplaciones. Y en lugar de eso había descubierto que Odele era una pirómana que tenía mal gusto en cuestión de hombres.

–Desde luego que lo he hecho. Necesitamos una distracción para que la prensa no se centre en tu padre.

Chiara dio un paso hacia delante.

–¿Cómo has podido hacerlo? Y con él –señaló la puerta con el dedo– ni más ni menos.

Odele no se inmutó.

–¿Qué ha dicho él de semejante maniobra?

–Le ha parecido bien.

No era de extrañar que Rick se hubiera mostrado tan…íntimo unos minutos antes. Odele le había hablado de su plan para que fuera su novio. Chiara respiró hondo para controlarse.

–No es mi tipo.

–Es el tipo de cualquier mujer, cariño. Pura golosina.

–No hay nada dulce en él, te lo aseguro –era odioso, irritante y tóxico en todos los sentidos.

–Tal vez no sea dulce, pero muchas de tus admiradoras femeninas se lo comerían.

Chiara levantó los brazos. Una cosa era no desmentir una noticia falsa en Internet, y otra, fingir que era verdad. Y acababa de enterarse de que su propia mánager era quien se la había inventado.

–Vamos, Odele, ¿de verdad esperas que represente una relación para la prensa?

Odele enarcó una ceja.

–¿Por qué no? La competencia hace vídeos sexuales para la prensa.

–Pretendo ser candidata a los premios de la Academia, no a los Razzies.

–Es como si una amiga te hubiera sorprendido en una cita con alguien y lo hubiera divulgado.

–Salvo que las dos sabemos que, en este caso, hay un motivo oculto.

–Siempre lo hay: dinero, sexo…

–¿Es necesario? La competencia ha sobrevivido a aventuras extramatrimoniales, conducción en estado de embriaguez y desagradables disputas por la custodia de los hijos.

–Solo debido a la rapidez de reflejos y la habilidad de los mánagers o publicistas. Y el médico no deja de aconsejarme que mantenga el nivel de estrés al mínimo porque no es bueno para la presión sanguínea.

–Tienes que marcharte de Hollywood.

–Y tú necesitas a un hombre.

–No –y, sobre todo, no a él. No sabía cómo había conseguido caravana propia, a pesar de que no protagonizaba la película. También acudía a la caravana que hacía las veces de gimnasio. Ella no la usaba, pero se había percatado de que él lo hacía.

Odele sacó el móvil y leyó lo que había en la pantalla:

 

El padre de Chiara Feran envuelto en un escándalo de apuestas ilegales: «Mi hija no quiere verme».

 

Chiara conocía aquel titular del día anterior. Era una pesadilla de la que se despertaba sin parar. Por eso se había sentido temporalmente aliviada por la absurda historia sobre su romance.

–La única razón por la que llevo veinte años sin verlo es porque es una serpiente mentirosa. ¿Ahora resulta que no solo soy responsable de mi propia imagen, sino también de lo que hace un donante de semen?

En lo que a ella respectaba, la donación de esperma de Michael Feran había sido la principal contribución a la persona que ella era. Ni siquiera el apellido que compartían era auténtico. Se lo habían cambiado en la isla de Ellis, tres generaciones antes. Y había pasado del italiano Ferano a ser Feran, más inglés.

–Debemos promocionar una buena imagen de ti –afirmó Odele en tono solemne.

–¡Me gustaría ahogarlo!

 

 

Rick Serenghetti no podía dejar de mirar a Chiara Feran. Sus ojos castaños y su piel suave que contrastaba con el cabello negro la convertían en una doble de Blancanieves.

Un hombre podía volverse imbécil con facilidad ante aquella perfección física. Tenía el rostro completamente simétrico. Sus ojos le incitaban a perderse en su profundidad y su boca rosada pedía a gritos que la besaran. Y, además, tenía un cuerpo fabuloso.

Se hallaban en pleno rodaje en los Estudios Novatus. Ese día, el tiempo era cálido y soleado, a diferencia del día anterior. Con un poco de suerte, la película terminaría de rodarse rápidamente y sin complicaciones. Entonces podría relajarse, ya que en el plató siempre estaba mentalizado para la siguiente escena de acción.

Él estaba de pie en una esquina observando a Chiara, rodeado del equipo de rodaje y de todos aquellos que hacían posible la película: ayudantes, extras, diseñadores de vestuario, diseñadores de efectos especiales y especialistas, o sea, él.

Sabía más de Chiara Feran de lo que ella se imaginaba o le gustaría. Aún no había ganado ningún Oscar, pero a la prensa le encantaba hablar de ella. Sorprendentemente, no había provocado ningún escándalo en Hollywood… salvo el que suponía su padre, el jugador.

Era una pena que Chiara y él no congeniaran, porque ella era valiente. Y la respetaba por eso. No era como el protagonista de la película, al que, según la prensa sensacionalista, le gustaba que le hicieran cortes de cabello de cuatrocientos dólares.

Al mismo tiempo, Chiara era muy femenina. Él recordó el contacto de sus curvas en la escena del helicóptero que habían rodado el día anterior. Ella era suave y estimulante. Y ahora, los medios habían publicado que Chiara y él eran pareja.

–Quiero hablar contigo.

Rick se volvió y vio a la mánager de Chiara. La había visto en el plató ya en los primeros días de rodaje. Alguien del equipo le había confirmado que era Odele Wittnauer.

Aparentaba sesenta y pocos años y no se esforzaba en ocultarlos, lo cual la hacía destacar en Hollywood. Tenía el cabello gris y papada.

Rick esbozó una amable sonrisa. Habían intercambiado algunas frases, pero era la primera vez que ella le pedía algo.

–¿Qué se te ofrece?

–Tengo que hacerte una propuesta.

Él no dejó traslucir su sorpresa y bromeó.

–Odele, no creía que te fueras a atrever.

Muchas mujeres se le habían insinuado, pero nunca le había dicho la palabra propuesta alguien que se parecía mucho a Madeleine Albright.

–No me refiero a esa clase de propuesta. Quiero que seas pareja de Chiara Feran.

Rick se acarició la barbilla. No se esperaba aquello. Y después sumó dos y dos.

–Has sido tú quien ha puesto en circulación el rumor sobre ella y yo.

–Sí. Hay que alimentar a la bestia de la prensa. Y lo que es más importante, necesitamos que esté distraída para no centrarse en el padre de Chiara.

–El jugador.

–El aprovechado.

–Eres implacable –afirmó él con involuntaria admiración.

–Hay química entre vosotros –dijo Odele cambiando de tema.

–Fuegos artificiales, más bien.

–La prensa se lo tragará: el especialista y la ganadora del concurso de belleza.

Así que Chiara había ganado un concurso de belleza. No debería extrañarle. Su aspecto debilitaría a cualquier hombre, incluido a él, a pesar suyo.

–He visto a los medios devorar a alguien y escupirlo después. Te lo agradezco, pero no.

–Ganarías popularidad en la ciudad.

–Me gusta la intimidad.

–Te pagaría bien.

–No necesito el dinero.

–Entonces, tendré que apelar a tu sentido caballeroso.

–¿Qué quieres decir?

–Verás, Chiara tiene un pequeño problema con un admirador demasiado entusiasta.

–¿Un acosador?

–Es pronto para decirlo, pero ese tipo ha intentado subirse a la verja de su casa.

–¿Sabe dónde vive?

–Vivimos en la era de Internet. La intimidad ha muerto.

Él todavía conservaba retazos, pero no iba a entrar en detalles. Incluso Clark Kent, el alter ego de Superman, tenía derecho a poseer algunos secretos.

–De todos modos, no le digas nada a ella de ese admirador. No le gusta hablar de él.

–¿Sabe Chiara que ibas a hablar conmigo?

–Cree que ya lo he hecho.

Rock supuso que Odele y Chiara habían hablado y parecía que Chiara había cambiado de táctica y decidido aprovecharse de la situación. Estaba dispuesta a soportarlo en aras de su carrera. No debería sorprenderlo. Ya había tenido una mala experiencia con una actriz deseosa de publicidad, y él había sido una de sus víctimas.

De todos modos, las cosas se habían puesto muy interesantes.

–Cuando estés dispuesto a hablar, comunícamelo –dijo Odele con los ojos brillantes, como si presintiera que había ganado.

Mientras Rick la vio alejarse se dijo que lo había puesto en un dilema. Desde aquella mala experiencia, tenía por norma no tener relaciones sentimentales con actrices, pero también era galante. Además, Chiara era la protagonista de la última película de él, en la que se jugaba mucho.

El móvil le vibró. Se lo sacó del bolsillo y vio en la pantalla el número de uno de sus socios, uno de los que le servía de pantalla en la empresa, porque él prefería quedarse entre bastidores.

–Hola, Pete, ¿qué pasa?

Rick escuchó el resumen que le hizo Pete de la reunión de esa mañana con un director independiente que buscaba financiación.

–Mándame su propuesta por correo electrónico. Podría ofrecerle hasta cinco millones, pero quiero conocer más detalles.

Cinco millones de dólares eran calderilla en su mundo.

–Tú mandas –contestó Pete alegremente.

Sí, él era el jefe, pero nadie del plató sabía que era el productor de El orgullo de Pegaso. Le gustaba el anonimato.

Vio a Chiara a lo lejos, sin duda dirigiéndose a rodar la escena siguiente. Ella lo trataba más como a un ayudante que como a un jefe.

En el rodaje de una película, eran habituales las complicaciones y los retrasos. Y Rick tenía el presentimiento de que Chiara estaba a punto de convertirse en una enorme complicación.