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KARINA OROZCO

Libérate Mariposa

Mis aleteos con el cáncer de mama











Editorial Autores de Argentina

Orozco, Karina

¡Libérate Mariposa! Mis aleteos con el cáncer de mama / Karina Orozco. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0221-6


1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título.

CDD A863



www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com


Un proyecto de www.ruralmode.com


Fotografías Tapa y post (Junio 17, 2019) : Carlos Marques


Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Dedicado a Raúl. Mi esposo, amante,

amigo, compañero de juegos y aventuras.


Cómplice de mis locuras y utopías.
Mi alma gemela. Mi ángel, mi vida, mi todo.
El amor de mi vida.

Agradecida


Gracias a Dios. De Él vine y a Él volveré.

Gracias a todos los profesionales de la salud que me han cuidado y me han dado lo mejor de sí tratando de curarme.

Gracias a cada persona que me ha acompañado en mi blog desde tantos lugares del mundo, haciéndome llegar su apoyo y su cariño de mil maneras. Le dieron sentido a mi decisión de contar mi historia. Y me animaron a que la convierta en libro.

Gracias Argentina, hace diez años en tu tierra sembré lo que soy, en tu gente coseché amor y amistad. De aquí son Raúl y la que hoy es mi amada familia.

Gracias a los amigos de Irala, nuestro lugar en el mundo. Por su respeto, apoyo y generosidad.

¿Quién soy?

Soy Karina Orozco.

Nací en Venezuela. Desde muy niña supe que quería recorrer el mundo. Ya sea con una cámara fotográfica, de video o con lápiz y papel, siempre he sentido fascinación por documentar momentos y experiencias que me enseñen algo y que puedan servir a otros.

Al ir creciendo, quise hacer y experimentar muchas cosas. Practiqué varios deportes, tomé clases de piano, pinté, canté, bailé, modelé, actué, fui estudiante de intercambio, aprendí un segundo idioma, di clases de inglés, fui a la Universidad, me gradué de Comunicadora Social, hice una maestría, me casé con el amor de mi vida, conocí muchos lugares del mundo, perdí a mi madre, con mi esposo logramos el sueño de construir nuestra casa usando un container marítimo para vivir en el medio del campo argentino, estoy sobreviviendo al cáncer de mama...

A pesar de los temores, las incertidumbres y los numerosos tratamientos por los que he tenido que pasar tras mi diagnóstico en diciembre de 2013, he sido muy afortunada. Hoy siento como si hubiese vivido varias vidas. O la vida de varias personas desde un solo cuerpo y siguiendo una sola línea cronológica.

Para vivir todo lo que viví, tuve que tomar muchas decisiones. Todo lo he vivido y sigo viviendo intensamente, con entrega, pasión, esperanza y fuertes dosis de idealismo.

Los lugares que pude recorrer, la gente que pude conocer, las cosas que sigo aprendiendo, forman un universo que poco a poco intento exponer a través de la palabra escrita, de imágenes y de sonidos.

La humildad, la curiosidad, la imaginación y la sensibilidad han sido mis herramientas más valiosas. Son las que me han permitido arriesgar, crear, amar y ser quien soy.

“Las ataduras duelen. Nos alteran la respiración. Limitan y condicionan nuestros pensamientos y nuestras acciones.


Esas ataduras, las que más daño hacen, están en nuestra cabeza.


Hace falta mucho coraje para desatarlas, muchas ganas de ser uno mismo, reconociéndonos como individuos libres e irrepetibles.


Las fórmulas de la liberación de nuestras ataduras están en nuestro interior.


Desatarlas depende de nosotros, de nadie ni de nada más.


¡Libérate mariposa! Vuela y recorre a tu ritmo, tu propio camino.”


Karina Orozco

Prólogo

Un vuelo es interrumpido, abrupta e inesperadamente. La confusión y el temor se apoderan de nuestra mente y de nuestro cuerpo. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué nos hemos detenido? El corazón acelera sus latidos y nuestro universo va perdiendo colores, mostrando un panorama cada vez más sombrío.


Cuando el cáncer se instala en nuestras vidas, experimentamos una trasformación profunda y dolorosa. Cual mariposas, nuestras alas sienten el peso de una realidad que amenaza nuestra estabilidad. Nos sentimos impotentes, desesperadas.


Queremos creer que se trata de una equivocación. Sentimos explotar nuestras cabezas con millones de interrogantes. Nos cuesta entender, asimilar, abarcar y dimensionar el giro de nuestra historia de vida. Una vida que jamás imaginamos vivir.


Desde que fui diagnosticada con cáncer de mama a mis 35 años de edad he tenido un sinfín de vuelos y caídas. Entre aleteo y aleteo me he enfrentado a fuertes vientos huracanados, pero también he aprovechado el viento a favor para retomar fuerzas y emprender un viaje diario cargado de esperanza.


“¡Libérate Mariposa!” nació en octubre del año 2016 como un blog personal, donde volqué gran parte de mi historia con el cáncer de mama. Luego de dos años compartiendo mis aleteos, decidí basarme en la cronología del blog para editar este libro, en el que además entrego un compendio de sentimientos y pensamientos muy íntimos. Cual mariposa, abrí mis alas para tomar un nuevo vuelo... Un vuelo cargado de fe, de gratitud, de coraje y de amor.


Esta es mi historia con el cáncer de mama. Una historia que pretende, con genuina humildad, servirle a mujeres y hombres que también han tenido que interrumpir su vuelo para emprender otro incierto, complejo y lleno de desafíos, y al mismo tiempo, un vuelo lleno de numerosas oportunidades para tener una vida intensa, plena y feliz. Hasta que Dios nos llame para volar hacia Él.

Esto no me puede estar pasando a mí

Imposible. No hay posibilidad alguna de que algo así pueda ocurrirme a mí. ¡Pero si mis senos son muy chicos! Ni hablar, seguro fue causado por un mal esfuerzo mientras hacía ejercicios. Además, es muy probable que haya nacido con eso y justo ahora me doy cuenta. No, no, lo aseguro desde ya. Es imposible. No es nada. ¡Simplemente imposible!


Con esa actitud viví durante varios meses, luego de haberme palpado un bulto muy chico en el costado de mi seno izquierdo cuando me estaba bañando. El jabón ayudó a encontrarlo, ni siquiera tuve necesidad de apretar mucho los dedos para sentirlo. Estaba allí, sin dolerme, sin molestarme, sin preocuparme.


Me había hecho los estudios ginecológicos anuales un mes antes, estaba todo en orden. Tenía 34 años de edad, por esa razón no me correspondía hacer una mamografía. En mi cabeza no estaba contemplado ningún problema con mis senos. A lo sumo, algún quiste sin mucha importancia.


Corría el año 2013, en ese momento ya teníamos cuatro años viviendo en Argentina, mi país de adopción y lugar de nacimiento de Raúl, mi esposo.


Mientras pasaban los meses, poco a poco fue creciendo una pequeña, muy pequeña, curiosidad. “Qué raro que no desaparezca”, pensaba en voz alta. Luego, esa curiosidad fue adquiriendo mayor tamaño, así como el bulto que en un principio desestimé por completo.


Fue Raúl quien me insistió en volver a la ginecóloga. Sobre todo porque ambos queríamos retomar la tranquilidad que estábamos empezando a perder entre tantas elucubraciones. Y también porque además me había aparecido una molestia en la axila izquierda.


En noviembre fui a ver a mi ginecóloga, la Dra. Lucila Papagregoriou. Le comenté sobre mi inquietud con el seno y la axila izquierdas y en seguida me dio una orden médica para realizarme una ecografía mamaria lo antes posible.


Esa misma tarde, Raúl y yo fuimos al Centro de la Mujer, el cual pertenece al Sanatorio Otamendi (Buenos Aires, Argentina). Allí conocí a la Dra. Marisa Solá, quien me realizó la ecografía mamaria. “¿Podrías quedarte un poco más de tiempo para hacerte una mamografía? Me parece importante que lo hagas”, me dijo con calma y dulzura. “¡Por supuesto!”, le respondí sin titubeos.


Era lunes, el informe completo con los resultados de la ecografía y de la mamografía estarían el viernes de esa semana, pero yo ya tenía pasaje para viajar a Venezuela a visitar a mi familia justo en esa fecha. Como Raúl viajaría a encontrarse conmigo una semana después, él se encargó de retirar el informe. Debíamos esperar a nuestro regreso de Venezuela para que mi ginecóloga viera el informe. Hasta ese momento, manteníamos la intriga en torno a la interpretación médica de los resultados.


Durante mi estadía en Caracas traté de enfocarme en compartir con mi familia, evitando hablar del tema con mi mamá, quien se sentía emocionalmente frágil por esos días. No quería angustiarla con algo que, para mí y hasta ese momento, no era nada serio.


Cuando faltaban pocos días para despedirme de mi familia y volver a la Argentina, decidí contarle a mi padre lo que me estaba robando la calma. “Papá, me hicieron unos estudios porque tengo un bultito, diminuto, en el seno izquierdo y otro más en la axila. Al llegar a Buenos Aires consultaré con mi ginecóloga, pero no sé si se trata de algo grave”, le expliqué con la voz entrecortada y le rogué que, por favor, todavía no le comentara nada a mi mamá.


En ese momento, luego de hablar con mi papá, me di cuenta del enorme mar de ansiedad que había estado conteniendo durante todo ese tiempo. Caí en cuenta de que tenía miedo. Y mucho. Mucho miedo a que estuviese enferma. Empecé a presentir que algo no andaba bien. Raúl estaba tenso y preocupado, aunque hacía malabares para que yo no lo percibiera.


Cuando me despedí de mi mamá, antes de tomar el avión de regreso, me hizo dos preguntas que me sorprendieron totalmente. “Hija, ¿te has hecho estudios médicos últimamente? ¿Te hiciste los controles ginecológicos este año?”. Estábamos en el auto, mi papá manejaba, mi mamá estaba de copiloto y yo estaba en el asiento trasero. Inmediatamente, mi papá y yo cruzamos nuestras miradas a través del espejo retrovisor. Mi papá me gritaba con sus ojos que él no le había dicho nada. Todavía agradezco que en ese momento mi mamá no me estaba mirando a la cara, porque tuve que decirle una “mentira blanca” a sus espaldas. Le expliqué que sí me había hecho todos los estudios médicos y que todo estaba bien. Luego de escuchar mi respuesta, mi mamá me extendió su mano, yo le extendí la mía, y me dijo: “Gracias a Dios, hija linda, nunca olvides de chequear que todo esté bien con la salud”.


Definitivamente, la intuición materna es real e irrefutable. Partí de mi ciudad natal con un nudo en la garganta y con el corazón sobresaltado por la ansiedad de no saber qué nos esperaba al llegar a Buenos Aires.

El inicio de un torbellino

Aterrizamos en Buenos Aires un sábado por la noche y dos días después, el lunes 2 de diciembre, Raúl y yo fuimos a mostrarle los resultados de los estudios a la Dra. Papagregoriou. Luego de ver los informes, la doctora nos explicó que había una imagen sospechosa, que era mejor ir a un especialista en patologías mamarias para que la analizara lo antes posible.


No tenemos auto, (por decisión propia y filosofía de vida), así que de inmediato fuimos en colectivo (autobús) hasta el consultorio del doctor al cual nos había enviado la ginecóloga. Al llegar, nos recibió su secretaria y le mostramos una derivación que decía “urgente”. Pero, cuando pasó la credencial de la medicina pre-paga (Medicus) a la que estamos suscritos desde que llegamos al país en el año 2009, nos informó que ese médico no estaba en la cartilla de nuestro plan.


Raúl y yo nos miramos con impotencia y nerviosismo.


Fuimos de prisa a ver a la ginecóloga nuevamente, antes de que terminara su consulta. Al llegar al edificio subimos las escaleras corriendo hasta el segundo piso donde está su consultorio y le expliqué a la secretaria que me urgía ver a la doctora nuevamente. Al percibir mi estado de “nervios contenidos”, me hizo pasar. La doctora me miró sorprendida y no tardé en explicarle la situación.


No hay problema, Karina, mejor ve al Dr. Lucas Cogorno, un excelente mastólogo. Su consultorio está cerca, pueden ir caminando ahora, ojalá pueda verte hoy mismo con un sobreturno”, me dijo al tiempo que me entregaba la nueva derivación y la dirección del doctor.


Salimos con paso acelerado, caminamos hacia el edificio donde atendía el doctor Cogorno. Cuando abrimos la puerta del consultorio nos encontramos con muchas mujeres esperando a ser atendidas. Algunas estaban solas, otras acompañadas de sus parejas y la mayoría estaba embarazada o con bebés en brazos.


Me acerqué al mostrador, donde estaba una mujer de anteojos con rostro cansado y serio. La miré y le hablé con un poco de vergüenza porque me había presentado sin un turno previo. Le pedí disculpas por mi atrevimiento y le pregunté si era posible ver al doctor esa misma tarde, dado que mi ginecóloga me había enviado de urgencia para consultarle sobre los resultados de unos estudios mamarios.


La mujer me miraba por encima de sus anteojos, primero con actitud incrédula. Miró a la sala y me dijo que había muchas pacientes esperando a ser atendidas por el doctor. “No tengo ningún problema en esperar, así sea la última a la que atienda. Claro, siempre y cuando no la comprometa a usted”, le contesté serena. Ella me volvió a mirar y luego de tomarse unos segundos para pensar, me dijo que tomara asiento en la sala de espera. No tenía idea si eso significaba que iba a anotarme en la lista o no. Justo se había desocupado una silla y me senté mientras Raúl esperaba de pié.


A los pocos minutos, la mujer se paró de su asiento, me miró y me pidió que me acercara. Cuando llegué al mostrador, que era de la altura de mi pecho, incliné mi cabeza para escucharla al tiempo que ella elevaba la suya. Me dijo en voz baja: “El doctor te va a ver, dame tu credencial”. Ya tenía la credencial en la mano y se la entregué. Y continuó diciendo: “No debería hacer esto, porque vienes por primera vez y no solemos dar sobreturnos a quienes no son pacientes del doctor. Pero, voy a hacer una excepción”. Creo que se escuchó más fuerte mi corazón agradecido que mi voz cuando pronuncié la palabra “gracias”. Le sonreí y ella también me sonrió.


Esa sola decisión de aquella mujer, de hacer una excepción conmigo, marcó un giro fundamental en la historia que empezaba a desarrollarse. Gracias al gesto de esa mujer, que se llama Tina, ese día pude ver al doctor Lucas Cogorno y delinear el nuevo rumbo que tomaría mi vida. Por eso le estaré a Tina eternamente agradecida.


...


A pesar de la ansiedad, mientras esperaba sentada a ser atendida por el doctor, me sentía tranquila. Ya se había desocupado un poco la sala y Raúl estaba sentado a mi lado, tomándome de la mano. “Orozco Karina”, escuché tras abrirse una puerta blanca que separaba la sala de espera del pasillo donde estaban tres consultorios y un baño.


Habíamos quedado con Raúl en que yo entraría sola. Así preferí hacerlo, todavía conservando una gran cuota de esperanza de que todo estaba bien, que no había razón para preocuparnos. Me dirigí a la puerta blanca, me presenté al doctor y entré a su consultorio.


Luego de transmitirle las razones de mi visita, le entregué las imágenes de la ecografía mamaria y de la mamografía, con sus respectivos informes. No tardó mucho tiempo en fruncir el ceño. Era evidente que no le gustaba lo que estaba viendo. Me preguntó cuándo había palpado el bulto por primera vez. Hace varios meses, demasiados, tal vez.


Acto seguido, me condujo a la camilla para poder palpar mis senos, la zona por encima de la clavícula y las axilas. Suspiró. Yo seguía manteniendo la calma. Sentí un poco de dolor cuando palpó el seno y un poco más cuando palpó el ganglio de mi axila izquierda. Acusé el dolor con un gesto casi imperceptible.


“¿Viniste sola o alguien te está acompañando?”, el doctor me preguntó en un tono más dulce pero al mismo tiempo, de preocupación. Le respondí que mi esposo estaba afuera, le dije su nombre y de inmediato salió a buscarlo para que entrara al consultorio.


Yo me estaba terminando de colocar la camisa cuando entraron Raúl y el doctor. Raúl y yo nos miramos con una sonrisa cómplice, tratando de bajar el nivel de angustia que se había generado en esos pocos minutos.


El doctor nos comentó lo que había visto en los informes y lo que había palpado. Para esas alturas mi subconsciente ya se estaba preparando para el nuevo mundo que se me plantearía a continuación. “Tenemos que operar”, dijo de forma contundente el cirujano, a lo que contesté, con serenidad, sin dramatismos y con determinación: “Perfecto, doctor. ¿Cuándo será la cirugía?”


Raúl estaba sentado a mi lado. No hizo falta verlo para percibir, primero, su apoyo incondicional y, segundo, su dolor al entender la seriedad de la situación.


Mientras el doctor nos explicaba el procedimiento a seguir, yo estaba tan concentrada que no le había dado chance a mis emociones para que se exteriorizaran. No las podía procesar, porque todavía no podía creer lo que me estaba sucediendo.


Me iban a realizar una cirugía el sábado 21 de diciembre (2013) para extraer un nódulo sólido mamario del seno izquierdo, de pocos milímetros, pero con aspecto sospechoso. También me sacarían los ganglios linfáticos de la axila y, tras una prueba de tinción que se hace en el momento de la cirugía, se descubriría si el nódulo era bueno o malo.


Así, lo que creía “imposible” se desvanecía poco a poco en mi cabeza, quedando sólo un “posible” que me colocó, automáticamente, en estado de alerta. Mi ignorancia y ceguera no me permitían entender que yo no estaba exenta de tener algún inconveniente de salud en mis senos, a pesar de mi juventud y por más pequeños que fueran.


...


A partir de la palpación de mi ginecóloga se inició un ciclo de sobresaltos, de cambios drásticos, de correr y correr sin ni siquiera tener tiempo para procesar la modificación de rutinas, de objetivos, de prioridades y de preocupaciones.


Todo sucedió bastante rápido. Sentí cómo, sin previo aviso, me habían cambiado de vida. Como si de pronto había entrado en un cuento de fantasía, de suspenso, de misterio.


¿Ingenuidad, soberbia, desconocimiento, inmadurez? Tal vez de todo un poco (o mucho de todo). Aún sabiendo que debía someterme a una cirugía, la idea de tener una enfermedad grave estaba en un plano mental lejano, difuso.


“¿Cómo piensas manejar el tema con tus padres?”, esta pregunta, hecha por mi cuñado Carlos días antes de la cirugía, fue un llamado a la conciencia. Pero la respuesta la tenía muy clara sin darle tantas vueltas en mi cabeza. “Una vez que despierte de la anestesia, dependiendo de lo que me diga el doctor, decidiré cuándo decirles todo”, le contesté con seguridad.


Mis padres estaban a más de siete mil kilómetros de distancia, mi hermano estaba mucho más lejos. Faltaban pocos días para Navidad y no quería arruinarles las fiestas. Mi decisión de evitarles una angustia terrible pesó mucho más que la necesidad de sentir su apoyo, así sea desde lejos.


Mi contención afectiva estaba cubierta totalmente por Raúl, mi suegra, mis cuñados y cuñadas, quienes respetaron mi decisión e intentaron transmitirme calma, confianza y fe en que todo estaría bien.


Pero muy dentro de mí sentía una opresión fuerte. Un presentimiento, acompañado por datos y hechos irrefutables que se desprendían de los estudios médicos, me mantuvo en vilo durante los días previos a la operación. Fueron días complejos, de contrastes emocionales.


Una semana después de haber pautado la cirugía para sacarme un tumor en el seno izquierdo, el 13 de diciembre de 2013, Raúl y yo logramos concretar el gran sueño con el que llegamos a Argentina desde que partimos de Venezuela en el año 2009: Comprar un pedacito de tierra en el medio del campo, construir nuestra casa reciclando un contenedor marítimo y vivir una vida simple y de la manera más autosustentable posible.


¡Estábamos felices e ilusionados por haber encontrado nuestro lugar en el mundo! Una comunidad rural de 300 habitantes. Sin embargo, los temores que generaba la operación ya empezaban a empañar nuestra alegría y afectar nuestros planes.


A pesar de nuestros esfuerzos por mantenernos optimistas y seguir con nuestra normalidad del día a día, se nos dificultaba evitar el tema de la cirugía y caer en suposiciones, incluso, pecando de pseudo-adivinos.


De forma soslayada, persistía en mi cabeza esa idea caprichosa de que era imposible que algo así me estuviese pasando, justo a mí, justo ahora. ¡Una locura! ¡Un desatino de la vida! ¡Un absurdo!


Tenía un 50% de probabilidades de que el tumor fuese malo. Y un 50% de probabilidades de que fuese bueno. Así me lo explicó el doctor y así lo asumí desde el principio. Pero mi pecho seguía muy oprimido, angustiado.


Tras numerosos intentos por intelectualizar sensaciones inevitables, me encomendé a Dios, pidiéndole paciencia y fortaleza para soportar la espera hasta que llegara el día de la cirugía. Aún creyendo ingenuamente que, tal vez, todo resultaría ser un gran susto... pero con un final feliz.

La cirugía

Sábado 21 de diciembre, 2013. Ese fue el día de mi primera cirugía mamaria.


Me operaron en la ciudad de Buenos Aires, en la sede principal del Centro MEDICUS, empresa de medicina prepaga a la que estamos suscritos desde que llegamos a vivir al país. Este servicio de salud integral ha cubierto la totalidad de mi tratamiento, todas las cirugías, la medicación, los estudios y las consultas médicas.


¿Ansiosa? ¡Por supuesto! ¿Temores? Muchos. Sin embargo, traté actuar con normalidad mientras entraba a la habitación donde me recuperaría después de la cirugía.


La enfermera me recibió sonriente, vistiendo un uniforme blanco. Me explicó con mucha paciencia y dulzura cómo debía prepararme para entrar al quirófano. Me entregó un kit esterilizado que contenía una bata, un gorro y una especie de botas de la misma tela para cubrir mis pies.


Antes de cambiarme y de vestirme con el kit, la enfermera me colocó en la muñeca derecha una pulsera que tenía escrito mi nombre. Luego tomó la carpeta donde había un formulario que debía llenar con información sobre el procedimiento que me iban a realizar. Y empezó a hacerme algunas preguntas, a las que fui contestando con mucha calma, mientras ella anotaba mis respuestas concentrando su mirada en el formulario.


Hasta que una de sus preguntas logró alterar toda la serenidad que venía trabajando arduamente desde mi cabeza: “Te van a colocar implantes mamarios, ¿cierto?”, dijo la enfermera con gran naturalidad mientras continuaba completando el formulario.


“¡¡¡¡Nooooo!! No es eso, no, por favor. Me van a quitar un nódulo mamario... No me van a poner implantes mamarios”, dije con temor ante una posible equivocación.


“Tranquila, mil disculpas, fue mi error, entendí mal.. disculpa, por favor”, me insistía la enfermera. Por los nervios, quizás, las dos empezamos a reírnos, como si se hubiese tratado de una broma (aunque de mal gusto...)


Ese día me dirían si tenía cáncer o no. En absoluto se trataba de una cirugía estética. Al menos no en esa oportunidad...


... La historia de mis senos es larga, compleja y dolorosa. A veces, juventud, ignorancia e inseguridad pueden convertirse en un cóctel que nos lleva a cometer grandes errores. Mis senos ya habían sufrido las consecuencias del contacto con el bisturí algunos años atrás. Ya estaban marcados con cicatrices mucho antes de esta cirugía.


Hacía casi 15 años atrás, me había colocado unos implantes mamarios. ¿Por qué? Todavía no logro comprender qué me llevó a tomar tal decisión, por más chicos que fueran mis senos. Posiblemente quería verme “linda”, “sexy”, “atractiva”. Sin embargo, pasó poco tiempo hasta que me di cuenta del error que había cometido. No podía estar un día más con algo extraño en mi organismo. Algo que, además, podía devenir en complicaciones innecesarias.


Era muy joven y la imagen que veía en el espejo no correspondía a mi verdadero yo. Mis prótesis mamarias parecían dos pelotas de tenis (créanme, no exagero) que se pronunciaban aún más por mi delgadez. Vestirme se había convertido en una tarea incómoda, era difícil ocultar o disimular lo artificial que se veían mis pechos.


No logré acostumbrarme en ningún sentido, me incomodaban para dormir o hacer ejercicios y hasta mi espalda me lo reclamaba con dolor. Por si fuera poco, se estaban encapsulando, ya ni siquiera era seguro tenerlas dentro de mí. Entonces decidí volver al quirófano para sacarme las prótesis mamarias. Fue un procedimiento arriesgado, ya que el cirujano tuvo que reconstruir mis senos con el poco tejido mamario que me quedaba.


Mi pecho lucía senos más chicos de los que tenía naturalmente. Pero, yo estaba más tranquila, sentía que había recuperado la coherencia e, incluso, fortalecí mi autoestima. Y fue así cómo mi pecho obtuvo sus primeras cicatrices.


...


Luego de que la enfermera completara el formulario, que trajo del pasado episodios cargados de sentimientos encontrados, empecé a prepararme para esperar a los camilleros que me llevarían a la sala de operaciones.


La última vez que había estado anestesiada fue cuando me quitaron los implantes mamarios. Recuerdo que en esa oportunidad al ir despertando de la anestesia, lloré desconsoladamente, como una bebé, me sentía muy mal, tenía la cabeza y el estómago revueltos. Gritaba y lloraba, llamando a mi mamá, quien ya estaba a mi lado, tratando de tranquilizarme con sus caricias y besos. Fue un momento dramático y duro.


Esas imágenes se cruzaban ahora en mi mente cuando me llevaban al quirófano varios años después, por otras razones y en otro lugar. Rogué a Dios que por favor esta vez la reacción a la anestesia fuese mucho más llevadera. Ya no tendría a mi mamá a mi lado para consolarme, pero sí a Raúl, quien me acompañaba con su amor incondicional.


Ya en el quirófano, el doctor Lucas Cogorno y su equipo lograron hacerme sentir tranquila y confiada. Sabía que estaba en excelentes manos. Todos me trataron con dulzura, con consideración. ¡Hasta hablamos de los platos de comida típicos de mi país!


El ambiente era muy cordial, me atrevería a decir que hasta divertido, a pesar del lugar y de las circunstancias que nos reunían. Todos hacían su trabajo de forma rigurosa y se hablaban entre sí. Yo los escuchaba cada vez más lejos, los veía cada vez más borrosos... Y en pocos segundos, caí rendida por la anestesia.


Sabía que fuera del quirófano estaban esperando ansiosos Raúl, su hermana Alejandra y Carlos, su esposo. Ese día nuestra sobrina Lourdes, la hija de Fabio, el hermano menor de Raúl, cumplía 7 años y se lo celebraban justo cuando a mí me estaban operando. Toda la familia estaba constantemente en comunicación, esperando novedades y orando para que todo saliera bien.


Una triste casualidad de fechas, que no se pudo evitar. Aunque los niños no tenían una clara dimensión de lo que estaba sucediendo, percibían la angustia de los adultos. Fue un día bastante intenso para todos.


...


No sé muy bien cuánto tiempo transcurrió desde que entré al quirófano y el doctor Lucas empezó a despertarme de la anestesia, llamándome insistentemente por mi nombre.


Mis párpados pesaban tanto que me impedían abrir los ojos. Escuchaba voces distorsionadas. Sentía confusión, malestar, sueño... mucho sueño. Poco a poco tomé conciencia de que estaba en una camilla, todavía sedada por la anestesia.


Mientras me trasladaban a la habitación, vislumbré a través de mis pestañas al doctor conversando con Raúl y mis cuñados en el pasillo de la clínica. Ellos me miraron y sonrieron. Eran sonrisas tristes. Sonrisas preocupadas. Sonrisas que me querían transmitir calma, pero lamentablemente no pudieron lograrlo.


Cuando fui despertando de la anestesia, ya en la habitación, permanecí en silencio por un buen rato. Raúl me acariciaba la cabeza y me sonreía. Él no decía mucho. La enfermera entró y me ayudó a incorporarme en la cama para comer algo liviano. Había pasado muchas horas sin comer. Estaba muy mareada.


Aproveché para preguntarle a la enfermera cuándo venía el doctor, quería que fuese él quien me confirmara mi suposición. No me atreví hacerle ninguna pregunta a Raúl, por todos los medios quería evitarle la dolorosa tarea de decirme lo que imaginé que le había explicado el doctor.


“Estás bien, tranquila... todo salió bien”, me dijo Raúl bajito al oído, seguido de un beso tierno en mi mejilla. Su respiración era agitada y sus lágrimas estaban contenidas, haciendo un enorme esfuerzo por no estallar.


Los minutos pasaban lentamente en mi cabeza. Necesitaba estar en silencio. Algo dentro de mí me decía que no iba a recibir ninguna sorpresa, que la lógica y las suposiciones estarían acertadas.


Cuando el doctor entró a la habitación, me preguntó cómo me sentía y pronunció las palabras a las que tanto temía: “El nódulo no era bueno”. Y continuó explicando: “Vamos a tener que iniciar quimioterapia...”.


Luego de escuchar la palabra “quimioterapia”, mis oídos empezaron a bajar el volumen, la voz del doctor pasó de inmediato a un segundo plano y un sonido agudo y perturbador retumbaba en mi cabeza profundizando, segundo a segundo, mi desconcierto.


“Nódulo”. “Oncólogo”. “Quimioterapia”. “Drenaje”. “Puntos”. Ganglio centinela comprometido”. “Curación de heridas”. Todas fueron palabras sueltas que poco a poco fueron organizándose para construir una idea global y coherente en mi cerebro.


Me costaba entender lo que me estaba pasando. En un instante mi cabeza recibió un bombardeo con miles de preguntas que me hacía de forma desenfrenada. ¿Qué quiso decir el doctor con que el nódulo no era bueno? ¿Qué significa? ¿Por qué tengo que hacer quimioterapia? ¿Acaso mi problema ya no estaba resuelto al extraer el nódulo? ¿Por qué me sacaron ganglios linfáticos de la axila? ¡No entiendo nada!


En ningún momento se pronunció la palabra “cáncer”. Mi ingenuidad y mi confusión se pusieron de acuerdo para crear un mecanismo de defensa, y de emergencia, y así evitarme un colapso psico-emocional.


La puerta se cerró tras la salida del doctor. Un abrazo empapado de llanto nos unió por varios minutos a Raúl y a mí. No podíamos hablar. No podíamos dejar de llorar. El dolor de nuestras almas era desgarrador.


Pedí estar sola. Necesitaba ordenar las piezas en mi organismo, que estaba golpeado y adolorido. Tenía ganas de gritar. Y lo hice, en silencio. Grité mucho dentro de mí.


De pronto, una sensación de cordura, en medio de ese descontrol emocional, me sacudió drásticamente. Sentada a la orilla de la cama, conversé a solas con Dios. Le hablé con el alma desnuda. Puse mi vida en sus manos. Le pedí que me orientara, que me diera fuerzas y sabiduría. Mi cabeza estaba determinada a hacer lo que fuese necesario para estar bien. Aunque mi corazón no entendía razones, estaba herido profundamente.


Esa noche fue la más dura de mi vida. Al mismo tiempo, sentí que tenía que estar a la altura de las circunstancias. Siempre he sido una mujer de fe, además de ser una mujer tenaz y muy cabeza dura. Me precedía una historia de vida llena de momentos difíciles y dolorosos, en los que me vi obligada a tomar decisiones transcendentales. Esta era otra situación difícil, pero sin dudas la más complicada de todas las que había tenido hasta ese instante.


Me extirparon un nódulo mamario y 10 ganglios linfáticos axilares, cuatro de ellos estaban comprometidos, incluyendo el llamado ganglio centinela.


“El nódulo no era bueno”. Esa fue la frase utilizada por el doctor Lucas, basada en los datos preliminares que obtuvo el patólogo mediante una técnica de tinción histológica en el momento de la intervención. Una frase que se convirtió en la premisa con la que se inició un nuevo ciclo en mi vida.

¿Luchar o amar?

Mi cuerpo es una batalla campal. Las células “buenas” están tratando de defenderse de las “malas”. No hay que darle tregua a las células traidoras, esas rebeldes e indolentes que minaron mi organismo y mi vida de enfermedad, dolor, angustia, sufrimiento y miedo.

Al escribir y re-leer el párrafo anterior, siento asombro. Hay algo de esas frases que no está bien, que no es coherente ni tiene mucho sentido.

¿Cómo voy a convertir mi cuerpo, con el que nací y el que me ha permitido transitar mi vida, en un campo de batalla? ¿Acaso esas células no forman parte de mi organismo? ¿Por qué las llamo “malas” e “indolentes”? ¿Quién lidera su comportamiento? ¿Son capaces de saber que me están ocasionando un daño?

Las campañas que existen alrededor del mundo para crear conciencia en torno al cáncer, por lo general utilizan un término, como verbo o sustantivo, que de por sí hace alusión a un acto agresivo: lucha / luchar. La “lucha” contra el cáncer... “Luchemos” contra el cáncer.

Además, va seguido de otra palabra que determina una enemistad: “contra”. Estamos siendo llamados a luchar en contra de algo. En contra de nosotros mismos. Me pregunto, ¿cuál es la actitud que puede conducirnos a la sanación o a la no manifestación de la enfermedad? ¿estar a favor o estar en contra?

Sin entrar en detalles semánticos, ni mucho menos generar una discusión filosófica, mi razonamiento sólo pretende buscar una coherencia conceptual que me permita establecer un plan de acción efectivo para sentirme mejor y no tener más enfermedad.

No sólo la que generaron esas “células rebeldes”, como las llamaba al principio, sino, más importante aún, la enfermedad que muchas veces creamos con nuestros propios sentimientos y pensamientos. Son ellos, justamente, los que pueden direccionar nuestro comportamiento celular, para bien o para mal.

Creo que la idea, desde mi humilde punto de vista, es poder reducir al mínimo el grado de toxicidad que vamos acumulando en nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestro espíritu y en nuestro corazón.

Muchas veces se elige aplicar métodos paliativos cuando algo está mal y no actuamos en la raíz del problema para, en el mejor de los casos, evitar intoxicarnos. Es como tomar un remedio que alivia los síntomas de una rinitis alérgica, en vez de buscar la causa del problema para no volver a tener alergia.

Durante todos estos años que he estado viviendo con células rebeldes en mi organismo he tenido tiempo para ir analizando varios planteamientos. He tratado de basarme e inspirarme en datos científicos que conocí a partir de mi diagnóstico, pero sobre todo, en los aprendizajes espirituales con los que me intento nutrir día a día.

Creo haber llegado a una conclusión que parece simple, pero requiere de un gran compromiso personal. El camino más efectivo para sanar el cuerpo y el alma de enfermedad o toxicidad, es el amor. Así es, el amor, en todas sus formas y manifestaciones.

Un abrazo, una palabra afectuosa, un beso, un gesto que demuestre cariño, pueden ser auténticas muestras de amor, independientemente del nexo y de las circunstancias. Todas ellas alimentan nuestra alma, son una potente inyección de vida y esperanza.

Sin embargo, muchas veces descuidamos las acciones amorosas que podemos y debemos brindarnos a nosotros mismos. Amarnos es la primera medida que nos puede conducir, no tan sólo a sanarnos, sino más bien, a no enfermarnos.

Se dice y escribe muy fácilmente. Pero todos sabemos lo difícil que puede llegar a ser. Se trata de un plan de acción complejo, integral, intenso y profundo. Para entenderlo mejor, me atrevo a graficarlo con la típica clasificación de las partes de nuestra existencia:

Cuerpo / Mente / Espíritu /

Estas tres partes, a modo generalizado, demuestran nuestra integralidad. Ni siquiera un estornudo está divorciado de la parte mental y de la parte emocional. Todo nuestro ser, abosolutamente todo, está interrelacionado e interconectado.

“Tranquila, debes estar tranquila”, es el mensaje que siempre me transmiten los médicos. Esto, con la creencia de que nuestro estado mental y emocional influye en el estado físico. La ciencia ha ido aceptando la importancia de actuar en nuestro organismo como complemento y no como método único de curación.

La estrategia empleada hasta ahora por la medicina moderna, para poder “atacar” al cáncer de mama está compuesta por acciones agresivas y de alta toxicidad, como son: la cirugía, que rompe y extirpa, la quimioterapia que envenena y la radioterapia que aniquila.

Muchos podemos pensar que son una especie de comando armado con el claro objetivo de destruir células malignas y así lograr la paz en nuestro organismo. En el camino, hay numerosos efectos colaterales, en ocasiones radicales e irreversibles, pero que al mismo tiempo están justificados en función de un bien mayor.

En este punto resurgen las interrogantes del inicio. ¿Cómo contrarestar los efectos de dicho “ataque” a nuestro organismo? ¿Cuál debería ser nuestra actitud y nuestro plan de acción?

Hoy tengo la convicción de que la única manera en que puedo sanarme es a través del amor. Y amarme significa cuidarme. Cuidarme significa alimentarme, tanto física como espiritualmente, con todo aquello que no me perjudique ni me cause daño. Comer bien, ejercitarme, rezar o meditar, cultivar mi intelecto y procurar una actitud humilde, bondadosa y alegre ante la vida.

Si aprendo a amarme, estaré en capacidad de amar a otros con mayor profundidad y de crear una barrera pacífica ante posibles ataques, internos o externos, que pongan en peligro mi estabilidad y equilibrio celular, mental, espiritual y emocional.

Siento que no es justamente luchar contra el cáncer lo que estoy haciendo en estos momentos. Siento, en cambio, que estoy tratando de armonizar los elementos que le dan vida a mi ser. Siento que, poco a poco, célula a célula va respondiendo a una actitud pacífica y amorosa, con la que pretendo crear un ambiente propicio para una vida saludable.

Entiendo que mi fe, mi actitud y el amor pueden ser insuficientes para mi total recuperación. Pero, hasta ahora, han logrado reducir considerablemente el grado de toxicidad de mi ser, sirviendo de complemento fundamental al tratamiento médico.

Día a día, trato de aprender a amar las células que me dan vida. A todas y a cada una de ellas. No lucho contra ellas. Matarlas significaría un suicidio. Amarlas, significa darles y darme vida.

Octubre 15, 2016

Llegó el momento

A veces los momentos no se buscan, simplemente llegan. Durante casi tres años he estado buscando el momento idóneo o más adecuado para empezar a compartir con otras personas mi experiencia con el cáncer de mama.

El miedo, la vergüenza y los celos por mi intimidad, han mantenido un arduo y constante debate con mi necesidad de drenar los sentimientos y pensamientos que me acompañan día a día.

Una imagen de tan sólo 6 milímetros tuvo la fuerza suficiente para darme ese impulso que tanto estaba evitando. Una posible metástasis en el cerebro, que pudiera comprometer mi capacidad para pensar, leer y escribir, por ejemplo, me llenó de temor y, al mismo tiempo, de coraje.

Hace unas horas tuve en mis manos el informe de una tomografía que realizaba por control de la enfermedad. En el cerebro apareció una imagen nodular, totalmente inesperada, que empieza a alterar, una vez más, el curso de mi tratamiento.

En este momento no tengo ganas de llorar. Ni siquiera estoy molesta. Tampoco estoy tranquila, pero intento mantener una espera silenciosa y paciente hasta tanto no se hagan estudios más completos y tenga un panorama más claro de la situación.

No sé si es el momento ideal para presentar mi historia ante quienes ni siquiera me conocen. Pero de pronto sentí de manera muy profunda un fuego interior que me condujo a escribir y a dejar constancia de este momento tan extraño y confuso que estoy viviendo. En esta ocasión, no ofrezco tanta resistencia.



COMENTARIOS

Mariant Peña says:

OCTOBER 27, 2016 AT 04:15

Un comienzo! Ni bueno... Ni malo. Sólo el q debía tener.... Y así es perfecto

Octubre 19, 2016

El día rosa

Hoy el mundo se viste de rosa para crear conciencia, ya que la vida no siempre es de ese color.

A pesar de estar atravesando un momento muy difícil y triste, siento una profunda necesidad de aprovechar esta fecha simbólica que recuerda la lucha internacional contra el cáncer de mama, para agradecer y celebrar.

La vida es una oportunidad única y maravillosa para amar y ser amado. La enfermedad es la cuna de grandes trasformaciones internas, que se manifiestan de diversas maneras.

Desde que la tenebrosa posibilidad de tener cáncer se asomaba inesperadamente en mi vida, las numerosas muestras de cariño, apoyo, solidaridad y amor que he recibido de tantas personas, se han convertido en la mejor medicina.

Estas breves líneas son para dar las gracias por todo el afecto, la atención, preocupación, generosidad y dedicación que ha generado “mi cáncer de mama”. He tenido la dicha de contar con muchas personas que día a día me inyectan esperanza y alegría para superar cada desaliento y adversidad.

Por eso hoy y con cada amanecer, retomo fuerzas, le doy gracias a Dios y celebro el milagro de estar viva.


COMENTARIOS

Anonymous says:

OCTOBER 19, 2016 AT 15:22

Dios te bendiga hoy y siempre!


Karina Orozco says:

OCTOBER 19, 2016 AT 19:55

Amén! Muchas gracias!


Adriana says:

OCTOBER 19, 2016 AT 18:33

Gracias por compartir tu experiencia plasmada en palabras desde lo más sincero de tu corazón. Amor, Luz y muchas benciones en tu nombre Kari linda. Desde aquí mi más sincero y cálido abrazo, espero en algún momento poder dártelo personalmente sin la distancia física de por medio. Te quiero.


Karina Orozco says:

OCTOBER 19, 2016 AT 19:29

Adri, gracias por tus palabras y por ese abrazo! Yo también te quiero.


Ronny says:

OCTOBER 19, 2016 AT 19:41

Hola Karina, es Ronny, pocas veces tenemos oportunidades para conversar, las más de las veces es con Raúl y de cosas realmente importantes como es el futbol y otras cosas esenciales, ahora fuera de broma, quiero decirte que realmente me pareces una persona admirable que llevas adelante una lucha tan increíble como desigual, pero tu fe y tu enorme trabajo lo único que hacen es que uno diga gracias porque personas como vos existan, que nos enseñen a todos que no hay

que perder nunca la fe ni jamás bajar los brazos, que pa’lante es pa’alla y pa’alla vamos, todo va a salir bien y créeme, al final del camino si hay recompensa, un beso grande y todo el cariño del mundo, y gracias por haber compartido conmigo durante todo este tiempo. Un beso grande


Karina Orozco says:

OCTOBER 19, 2016 AT 19:52

Ronny, eres el vivo ejemplo de lo que verdaderamente significa ser AMIGO. Gracias por tus palabras, por tu cariño y por estar siempre pendiente de nosotros. La mejor recompensa es contar con gente tan especial como tú, de esas personas que “dejan todo en la cancha”. Te quiero y sé que Raúl también te quiere muchísimo. Un beso y abrazo enormes!


Drianny says:

OCTOBER 27, 2016 AT 14:17

Hola! Mi hermana acaba de terminar su tratamiento de cáncer de mama, tuvo metástasis en los ganglios y le hicieron mastectomia radical, tenerla conmigo justo después de la cirugía me hizo reaccionar sobre lo dura que es esta lucha , sin embargo tiene su lado amable ya que en la enfermedad nos hemos reencontrado, amado y comprendido como cuando éramos niñas, en la enfermedad nuestra familia se unió para demostrar que somos uno... espero que no desmayes

jamás y que se haga en ti el propósito que Dios tiene para tu vida , es muy fácil decirte se fuerte, pero me pongo en tus zapatos y mejor te digo: no pierdas nunca la fe


Karina Orozco says:

OCTOBER 27, 2016 AT 20:12

Hola Drianny, agradezco de corazón que me hayas escrito. Tu hermana y tu familia son afortunadas al haber aprovechado esta dura situación para amar. Ese es el fin y el principio de todo en la vida. Quisiera enviarle a tu hermana, a través de ti, un abrazo lleno de optimismo y esperanza. No está sola. Tal vez la actitud, la fe y la fortaleza sean insuficientes para curarnos, pero son fundamentales para vivir el proceso de la mejor manera posible. Muchas gracias!!


Drianny says:

NOVEMBER 10, 2016 AT 15:46

Se lo haré llegar sin duda alguna, ahora mismo ella terminó las radioterapia y se q fué muy valiente como también se que lo eres tu, no te conozco pero te abrazo y te quiero. Así que adelante !


Karina Orozco says:

NOVEMBER 11, 2016 AT 13:11

Gracias, Drianny! Yo te mando otro abrazo y, sin conocernos en persona, también te quiero.


Ale says:

OCTOBER 29, 2016 AT 04:13

Hola como estas yo tengo 15 días me realizaron una mastectomia radical y aun no puedo con la tristeza y confusión de todo lo que me esta pasando dentro de dos semamas comienzo con la químios la cual me dan miedo pero tengo que ser mas fuerte q el miedo por eso te digo q no es fácil y admiro tu actitud de escribir y ser tan optimista te mando muchas bendiciones


Karina Orozco says:

OCTOBER 30, 2016 AT 04:21

Hola Ale, gracias por escribirme. Créeme que imagino cómo te debes sentir. No es una situación sencilla, es sumamente duro digerir y aceptar la enfermedad y sus consecuencias. A mí me han operado 4 veces y hace casi 2 años me hicieron una mastectomía radical en la mama izquierda. Me costó mucho recuperarme anímica y emocionalmente. Pero, créeme, es muy

importante que te mantengas fuerte para poder afrontar la quimioterapia. Come sano, bastante y variado. Trata de moverte, a mí me ayudó muchísimo hacer estiramientos de yoga (los básicos y poco a poco) para recuperar los movimientos de los brazos y envitar inflamación (linfedema). Descansa mucho, pero cuidando de no dejarte llevar por el letargo y la tristeza, te pueden jugar en contra. Trata de hacer cosas que te distraigan, escribir resulta de una muy

buena terapia. Llora, grita, golpea tu almohada, trata de drenar todo lo que sientes, no lo retengas, es totalmente comprensible y válido que tengas sentimientos encontrados. Luego iré escribiendo algunos posts contando un poco más de cómo lo fui sobrellevando. Por ahora, te digo: no estás sola! La medicina ha avanzado muchísimo, trata de no dejarte vencer por el miedo, cada caso es distinto y lo que generes con tu actitud y tu predisposición influye directamente en cómo toleres los tratamientos. Te mando un abrazo largo y fuerte... llora pero retoma energías para enfrentar lo que viene que todo será para que estés mejor. Dios nos acompaña y cuida siempre.