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Introducción

 

La primera versión de este libro se publicó en el año 2008, con dos finalidades principales: primeramente, como apoyo a profesores de bachillerato y educación superior que ven en la investigación un recurso útil para profundizar en el dominio de los temas de su interés, además de resolver problemas de la teoría y la práctica. Esto, aun sin haberse formado en las bases lógicas o metodológicas de la investigación, o no la hayan practicado más allá de búsquedas de información y algunos ensayos para fines escolares (Lloréns y Castro, 2008).1 Se incluye aquí la intención de ayudar al docente a convertir la capacidad de hacer investigación en una estrategia en beneficio de sí mismo y sus alumnos; es decir, hacer de este recurso una parte integral de su práctica docente, con la intención de estimular un aprendizaje más autónomo, responsable y crítico en sus educandos.

La segunda finalidad del libro consistió en apoyar a los estudiantes que por diversas vías llegan a interesarse en la investigación, sobre todo los que requieren de esta competencia por el tipo de programa académico que cursan, ayudándolos a comprender y poner en práctica una visión orgánica, flexible y adaptativa de la investigación, que desde el primer momento permitiera superar las propuestas simplistas que abundan en los textos y cursos de “metodología” de la investigación.

Fue esta crítica —y en gran medida autocrítica— de la enseñanza y el aprendizaje de la investigación la que motivó la elaboración de la primera versión del libro. Hay que decirlo: sigue siendo válida en el caso de esta segunda entrega. Se cuestionaron desde el principio la pertinencia y eficacia de los cursos de metodología de la investigación que a menudo se imparten en el bachillerato y las universidades, así como otros textos existentes bajo la denominación genérica de “manual de métodos y técnicas de investigación”, “metodología de la investigación”, o similares.

Las razones de este libro provienen del salón de clases y de constatar cuatro aspectos perfectamente normales en la vida de las escuelas, sobre todo de nivel medio y superior, respecto de la enseñanza-aprendizaje de los métodos de investigación (posiblemente con diferentes nombres de asignatura, pero en esencia la misma materia): una, está incluida en casi todos los planes de estudio del bachillerato y los niveles de licenciatura y posgrado; dos, los profesores de estas asignaturas rara vez mantienen comunicación entre sí (por ejemplo, en redes de cooperación más o menos formalizadas, proyectos conjuntos o simplemente para compartir y platicar de sus experiencias) o con profesores que imparten otras materias al mismo tiempo, antes o posteriormente; tres, la mayor parte de los profesores de metodología (incluyendo los de técnicas de investigación) no hacen investigación, ni escriben, como práctica regular de su actividad académica o profesional, por lo que agradecen hasta el alma los manuales, y por lo mismo los programas escolares, que reducen la investigación a una receta simplona, rectilínea, insípida, perfectamente estructurada y rígida; y cuatro, en parte como consecuencia de las tres circunstancias anteriores, es una materia sin efecto real en la formación del estudiante, más bien incomprensible para ellos, anodina, sin nada que recordar al terminar los estudios ni incorporar o aplicar a otros aprendizajes.

Cursos y textos, y más ampliamente la visión en la que se forma a los estudiantes en el descubrimiento y desarrollo de su capacidad para la investigación, comparten en mayor o menor medida cuatro errores principales: primero, pretenden que con ellos los estudiantes “aprendan” a hacer investigación, sin tomar en cuenta sus capacidades, soslayando lo que pueden lograr si los motivamos a descubrir por sí mismos el conocimiento y su capacidades para construirlo. Segundo, son cursos y textos que encajonan el aprendizaje en secuencias rígidas de instrucciones, pasos o etapas, cuando lo importante en la investigación es entender su esencia adaptativa y estratégica, que pone en juego la creatividad de las personas y su inteligencia para generar cursos de acción alternativos a los previstos. Tercero, no se necesita mucho para entender que de poco sirve aprender a hacer investigación si ésta no se conecta orgánicamente con el aprendizaje de otras materias y experiencias de aprendizaje, incluyendo las que se dan fuera de la escuela, tarea poco menos que imposible en los archipiélagos curricular es que organizan el proceso en los sistemas educativos actuales. Y cuarto, se parte y aplica de manera puntual el paradigma de que el profesor sabe y el alumno ignora, cuando la práctica nos indica que se investiga precisamente porque no se sabe, lo que implica organizar una búsqueda en la que todos los participantes pueden enseñar y aprender algo, colaborando para llegar a resultados.

62721.png Por cerca de 10 años, tanto los textos preliminares como el que ha quedado impreso en la primera versión de Didáctica de la investigación, fueron puestos a prueba en la formación de estudiantes y docentes, sirviendo de marco de referencia y material de apoyo en el diseño y la realización de cursos, conferencias, talleres y otras actividades afines, en programas académicos de nivel medio superior, superior y posgrado, en diversas universidades y eventos académicos. Los aprendizajes logrados en estas experiencias, y sobre todo los resultados observados en los propios estudiantes, alentaron la idea de regresar al texto inicial e intentar hacer algo diferente. La reflexión se concentró en la necesidad de diseñar estrategias y herramientas que sirvieran tanto a los profesores como a los estudiantes en el desarrollo de su capacidad para hacer investigación, y hacer de ésta un recurso estratégico para el aprendizaje y la solución de problemas de conocimiento en cualquier materia. El resultado está en los capítulos que forman este libro. Didáctica de la investigación, el movimiento de la información al conocimiento para la solución de problemas, es la combinación del libro original y los cambios provenientes del aprendizaje producto de su aplicación en la práctica, sobre todo en la formación de estudiantes de posgrado.

Una decisión importante en el camino de renovar el texto original, con la aportación de innumerables aprendizajes, consistió en editarlo y publicarlo para su distribución en formato digital, propiciando de esta manera un potencial de alcance mucho mayor y un mejor aprovechamiento de los recursos que nos brinda el acceso y la comunicación a través de internet.

En este tiempo de entender mejor el concepto desde la práctica, la creencia original del libro se mantuvo en lo fundamental: más que “enseñar” a hacer investigación, debemos recuperar en los jóvenes y en sus profesores el entendimiento, el aprecio y la práctica de la investigación, compartiendo con ellos la idea de que esta actividad es al mismo tiempo una mentalidad y una competencia, actitud que se expresa en capacidad y en estado de ánimo. En esto consiste la visión que llamamos “orgánica” respecto de la formación en la investigación, de la que este libro se ocupa en diversos puntos. El resultado final esperado de la lectura de esta obra es el aprovechamiento pleno de las posibilidades de la investigación. Con ello, podremos construir una visión diferente y una conciencia crítica y de transformación en las personas cuyos saberes y actitudes tratamos de influir como docentes.

La idea principal que animó la elaboración de esta obra sigue siendo la de ayudar al estudiante y al profesor a reaprender y practicar esta competencia, recuperando lo que seguramente ya hacían desde pequeños, antes de que sus preguntas fueran silenciadas en el proceso de su educación. La intención es “aterrizar” la investigación, es decir, ponerla a ras del piso, bajarla del pedestal, enfocarla desde la perspectiva humana, conjugando aspectos racionales y emocionales, experiencias y oportunidades, planeación, riesgos y, ¿por qué no?, suerte; haciendo coexistir momentos de reflexión y momentos de práctica, satisfacción y frustración, aciertos y errores, intuiciones e inferencias lógicas; en una palabra, hacerla más humana.

Por lo anterior, el libro pretende ser una propuesta al mismo tiempo conceptual (reflexión, autocrítica), estratégica (generación de posibles caminos a seguir en la docencia enfocada a formar en la investigación) y práctica (medios concretos, modelos y herramientas aplicables). El eje de la propuesta es la idea de recuperar lo que muy probablemente ha sido atrofiado por la educación escolarizada y familiar. Recuperar, es decir, reivindicar, redescubrir, reestablecer y abrir nuevos caminos para desarrollar una capacidad fundamental de la inteligencia humana: la de hacerse preguntas y buscar respuestas, resolver problemas de conocimiento o de la práctica; haciéndolo de manera organizada, con propósitos definidos y resultados alcanzables.

Parte importante de la argumentación contenida en los capítulos que siguen, es el cuestionamiento de mitos, prejuicios y esquemas de recetas que impiden entender y sobre todo hacer de la investigación un apoyo real en el proceso de aprendizaje, especialmente de los profesores y sus alumnos, a fin de que ambos puedan encontrarse y reconocerse en los espacios del aprendizaje. Vincular la investigación a este proceso es una estrategia para hacer realidad el ideal de la formación integral del estudiante. La habilidad y práctica de la investigación contribuye de manera importante a este propósito, no sólo porque ayuda a incorporar (“hacer parte del mismo cuerpo”) información, actitudes, experiencias, sabiduría, habilidades, emociones y valores, sino porque la investigación, entretejida al aprendizaje de toda materia, tiene un efecto integrador; es decir, posibilita las síntesis interdisciplinarias cada vez más complejas y de mayor significado para la solución de problemas.

Mientras no logremos una educación enfocada a la formación integral de la persona, incluyendo las dos dimensiones arriba 62731.pngmencionadas —investigación y aprendizaje—, será difícil dar pasos sólidos en la transformación de la educación. No importa cuánto se lleve a cabo en el terreno material (programas, equipamientos, información, sistemas y tecnologías), si sistemáticamente se sigue desdeñando el componente humano. Es necesario apostar a las personas, privilegiando a cambio de los logros materiales que el verdadero cambio está en nosotros mismos, en la visión práctica acerca de lo que somos y hacemos cuando decimos que educamos.

Una educación efectivamente enfocada a la formación integral de todos los involucrados (y no nada más del estudiante) se notaría de inmediato, entre otras cosas, por la atención que pondría al desarrollo de la capacidad de preguntar, y aplicar los inmensos recursos de la inteligencia y la colaboración para construir respuestas verdaderas y en el camino resolver problemas. Investigar, como parte cotidiana y natural del aprendizaje en la escuela, significa estimular la capacidad de aprender a dudar y preguntar, indagar y explorar, experimentar en el transitar de la propia ignorancia al conocimiento, valorando y buscando respuestas, de manera cada vez más organizada y sistemática, fortaleciendo con ello la autonomía intelectual, la responsabilidad y la autoestima. En la misma dirección, intentar de todas las formas posibles crear ambientes que propicien una formación verdaderamente integral implica fortalecer la capacidad de estudiantes y profesores para conectar experiencias de su vida cotidiana a su ejercicio reflexivo y analítico; sintetizar aprendizajes, reordenarlos y convertirlos en recursos para innovar y responder, anticipar y resolver.

Desde otra perspectiva, investigar contribuye a la formación y no solamente al “entrenamiento” o “capacitación” de las personas, porque abre la oportunidad de construir un balance entre la disciplina (el aspecto sistemático y organizado de la búsqueda de conocimientos) y la indisciplina del que duda y pregunta (el aspecto heurístico, desordenador, incierto y creativo de la búsqueda).

62740.png Animar a otros a practicar la investigación es ayudarlos a entender que la buena formación (en la escuela, trabajo o cualquier otra parte) no se reduce a sólo “seguir instrucciones”. Hacerlo así puede ser útil para “quedar bien” con el profesor y “pasar” el curso, hoy una prioridad para los estudiantes. Lo interesante se da cuando no hay profesor y el problema a resolver no depende de un manual o de un procedimiento único, sino de la capacidad de aplicar la inteligencia. Es ahí cuando se nota la diferencia entre una persona “instruida” y una “formada”. La capacidad para conducir una investigación conlleva autonomía, es decir, la capacidad de ejercer un mayor control del aprendizaje, habilitarse para tomar decisiones y asumir riesgos, haciendo converger en un mismo esfuerzo aspectos intelectuales, emocionales, actitudinales, de habilidades y valores. En suma, formar en la investigación es fortalecer la capacidad emprendedora para la anticipación/solución de problemas, capacidad que las personas traemos “de fábrica” pero que con frecuencia el sistema educativo y el entorno social, institucional, religioso y familiar se encargan de atrofiar.

La investigación de la que trata este libro es una capacidad naturalmente ligada a la inteligencia de crear una visión y un camino alternativo para ayudar en la formación de la capacidad de investigación en estudiantes y profesores. Quizá la razón inmediata es de naturaleza práctica: simplemente no hay textos que traten el tema de la investigación de una manera sistemática con una intención didáctica; es decir, elaborados pensando concretamente en las necesidades de los profesores y los estudiantes reunidos en torno a esta materia (cualquiera que sea el nombre que reciba como asignatura) o bien a cualquier otra en la que la investigación sea una estrategia importante para el aprendizaje.

Aprender a investigar a partir de las capacidades intrínsecas de la inteligencia humana es una alternativa viable y probada en muchos ambientes educativos para sacar el aprendizaje de la inercia memorista, repetitiva y de dispersión en la que se encuentran estancados. Como resultado de la implementación de esta estrategia será posible avanzar en lograr las cualidades del aprendizaje que, de acuerdo con Pozo Municio (2003: 79 y ss.), son resultados reales de una buena educación: uno, producir un cambio duradero en las conductas y los conocimientos anteriores; dos, hacer que lo que se aprende sea transferible a otras situaciones, aplicable para resolver problemas no previstos en el aprendizaje inicial (como dice el autor, “mientras más rutinario sea el aprendizaje, más rutinario se usará luego lo aprendido”); y tres, lograr que la práctica que asegura el aprendizaje sea la más adecuada a lo que se tiene que aprender.

Se argumenta en este libro que el aprendizaje de la investigación puede ayudar a lograr estos ideales, llevarlo a la práctica, en cualquier modalidad que asuma el aprendizaje, significará recuperar actitudes, motivos, valores y capacidades favorables a la construcción de conocimientos verdaderos.

62759.png El libro contiene una propuesta educativa a la que por razones prácticas llamamos una didáctica, en una visión más contemporánea, sistémica, holística, centrada en el que aprende, en este caso en su capacidad de reaprender a hacer investigación. Sobre estas bases, los cuatro objetivos principales de esta obra son:

 

 

La exposición ha sido organizada en nueve capítulos, distribuidos en tres partes. La primera, que comprende cinco capítulos, analiza los objetivos, las modalidades y los requerimientos de la investigación. La idea principal es que la investigación es una actividad propia de la inteligencia humana; una capacidad que nos caracteriza como especie y que, como otras que forman parte de nuestra naturaleza humana, necesitamos desarrollar para vivir y convivir.

Los dos capítulos de la segunda parte del libro toman de la mano al lector para llevarlo a través del proceso de construir en la práctica y llevar a cabo un proceso de investigación. La idea central es que la investigación, como muchas otras actividades que llevamos a cabo en la vida, es mucho menos un “procedimiento” (principio, final y puntos intermedios se repiten invariablemente y producen los mismos resultados) que un “proceso” (hay un objetivo y una ruta previstos, pero no hay certidumbre absoluta sobre los resultados o sobre la ruta seguida). Si el investigador supiera todo acerca del camino y los resultados finales, no investigaría, más bien repetiría lo que otros ya hicieron, sin cambio o innovación alguna.

Finalmente, los dos capítulos de la tercera parte del libro apuntan a la necesidad de darle a la investigación “carta de naturalización” en la educación; es decir, aceptarla y asumirla en la práctica como componente esencial del aprendizaje, de profesores y estudiantes, independientemente del nivel educativo del que se trate. La idea en torno a la cual se elaboraron estos capítulos es que en cualquier proceso formativo serio no es suficiente el objetivo de saber: se necesita “saber quién sabe”; es decir, sumar la creatividad, la disciplina y la tenacidad de la mente investigadora y sobre esas bases ser capaz de hacer preguntas y acercarse a sus respuestas.

 

PRIMERA PARTE

En la vida práctica, saber investigar no es un saber optativo