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Alberto Rodríguez Morejón

Manual de psicoterapias

Teoría y técnicas

Herder

 

 

Los derechos de autor de esta obra se donarán al Comité español de ACNUR.

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2019, Alberto Rodríguez Morejón

© 2019, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN digital: 978-84-254-4333-6

1.ª edición digital, 2019

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

 

 

Decía Baudelaire que la esperanza es una memoria que recuerda. Y es que somos memorias…; memorias que recuerdan, pero también memorias esperanzadas…, comprometidas con el futuro.

Recordar es —según la etimología latina— volver a pasar por el corazón. Y es que el que recuerda sueña con ese algo del pasado que quiere recuperar, o con ese nuevo futuro que anhela alcanzar. Por eso, recordar y soñar van de la mano.

Este libro está dedicado a Marta y a Luis, con los que comparto memorias y anhelos.

Este libro está dedicado también a todas las memorias comprometidas con el futuro que amo.

Los psicoterapeutas tenemos una posición de especial privilegio y responsabilidad. De privilegio porque se nos permite acceder a los conflictos humanos y, con ello, a aspectos profundamente íntimos de las personas. La responsabilidad estriba en que, además, debemos ayudar a trascenderlos, y al hacerlo contribuimos al proceso continuo del desarrollo humano.

GREG J. NEIMEYER (Neimeyer y Mahoney, 1995, pág. 132)

No hay nada más práctico que una buena teoría.

KURT LEWIN

 

Presentación

A un Manual se le pide ser completo en la materia y también accesible tanto a los estudiantes como a los lectores legos interesados en ella. El Manual de psicoterapias del profesor Rodríguez Morejón satisface cumplidamente ambos requisitos. Se deja leer, en su caso estudiar, con facilidad, asequible. Y no solo es completo, sino en verdad exhaustivo: sendos capítulos para una treintena de modelos y respectivas técnicas de psicoterapia, agrupadas en bloques de los marcos teóricos globales que las justifican, a saber, las teorías psicodinámicas, las humanistas, las conductuales, las cognitivas, aquellas otras deudoras de tradiciones asiáticas y las sistémicas. Cada modelo queda expuesto con claridad, con muy completas referencias bibliográficas, son oportunamente destacados los autores más relevantes y algún libro especialmente recomendado para ampliar el conocimiento del tema.

No se pierde el lector en esa selva de modelos. Muy sustanciosos capítulos iniciales y final orientan, como hilo de Ariadna, en lo que, sin ellos, en despistada lectura, podría antojarse un laberinto de autores y de técnicas. Orientan, desde luego, para no incurrir en el desnortado eclecticismo de lo que en feliz metáfora o idea llama los «psicoterapeutas veleta».

Hay muchas ideas felices en el libro. Las hay desde la primera frase que define la psicoterapia sentenciosamente como «una conversación para el cambio». Claro que una sentencia tan genérica debe concretarse y así lo hace el autor. Pero abrir la exposición con tanto tino le da un hilo conductor, un Leitmotiv, a los treinta y tantos capítulos.

El autor es ecuánime a la hora de señalar qué profesionales pueden llevar esa conversación con fundamento (de ciencia) y expectativas (técnicas) de éxito: hay zonas de cambio personal en las que, junto con el psicólogo, pueden concurrir otros expertos. Afina mucho al hablar de la necesaria investigación en psicoterapia, al analizar el porqué de los avatares en sus técnicas, en las que no se ha producido la misma sustitución de tratamientos que en medicina. Se pregunta: la eficiencia y la eficacia ¿vienen de las técnicas o de su uso por terapeutas? A la postre variables relevantes lo son todas: las técnicas, los terapeutas, los clientes, la interacción de todo ello.

Inestimables son los consejos finales del capítulo 33 sobre cómo optar por un modelo, unas técnicas: elegir modelos flexibles y hacerlo con flexibilidad, también con sabiduría, con discernimiento, entre aquellos —una docena o algo más, considera en ese caso Rodríguez Morejón— que cuentan con evidencia empírica razonable; hacer a las personas partícipes del tratamiento; respetar sus valores, escuchar sus juicios, sus ideas; aprender de ellas.

Hay mucho para aprender en este Manual. El mejor elogio que de un libro un lector prologuista puede hacer es confesar que ha aprendido en su lectura. Tal es el caso.

ALFREDO FIERRO BARDAJÍ

Doctor en Teología y Psicología. Catedrático de Psicología de la Personalidad de la Universidad de Málaga.

 

Prólogo

Querido lector o querida lectora:

En primer lugar quiero felicitarte por tener en tus manos este libro. Déjame que piense en ti para escribir estas líneas.

Es posible que seas una profesional de la psicoterapia… o no. Si lo eres, tienes un valioso libro entre tus manos. A estas alturas ya sabes que nuestro campo de trabajo se caracteriza por una enorme variedad de propuestas para conseguir el fin último de nuestro trabajo, que no es otro que el de ayudar a que las personas vivan más felices. Sea lo que sea lo que cada quien entienda por «vivir más feliz». Pues bien, en las siguientes páginas vas a encontrar una treintena de modelos de psicoterapia descritos con orden, siguiendo en cada uno la misma estructura —visión de la persona, conceptualización de la patología y propuesta de tratamiento—. Es casi seguro que alguno o algunos de los modelos que se describen sea el tuyo, el que practicas, el que coincide con tu visión del mundo, de la persona, de su patología y de la forma de abordarla. Es posible que la interpretación que el autor hace de tu enfoque preferido no coincida del todo con la tuya. Eso está bien porque significa que cada profesional entiende y utiliza una misma herramienta acomodándola a su propia idiosincrasia. Pero lo que sí es seguro es que en esta descripción no vas a encontrar ni una sola crítica a las ideas, ni a los procedimientos que tu escuela propone. Pienso que esto es un valor, porque el privilegio de las críticas, constructivas o no, hay que reservarlo para ti, que eres quien utiliza día a día las herramientas técnicas en función de tu forma de pensar, tus valores, tus objetivos… Tú eres quien puede hacer críticas al enfoque de psicoterapia que has elegido con más fundamento que nadie.

Y si no eres profesional de la psicoterapia… te doy la bienvenida. Estás entrando en un campo apasionante y has elegido una buena puerta de entrada. En las próximas páginas vas a encontrar una descripción clara y precisa de un campo enormemente amplio y complejo, como lo es la psicoterapia. Y sin embargo te va a resultar sumamente sencillo entender el pensamiento de los autores que se describen y los procedimientos psicoterapéuticos que utilizan, porque creo que no hay ni un solo concepto que no venga bien definido y explicado; en ocasiones, con un buen ejemplo o con una metáfora ilustrativa. La escritura es precisa, asequible a cualquiera y exenta de toda palabrería. Visto desde tu perspectiva, probablemente te parezca que todos los enfoques tienen razón, aunque sostengan planteamientos opuestos. No te preocupes mucho por esto. A mí también me pasó cuando era estudiante. Significa que todos los modelos de psicoterapia son razonables y que el comportamiento de las personas es tan complejo que da pie a interpretaciones tan diferentes como las que te vas a encontrar. También es posible que unos te convenzan más que otros… genial, el libro te está enseñando a conocerte un poco más a ti mismo, que es el sentido último de la Psicología como ciencia. A mí también me ha pasado al leerlo.

Es posible que seas un estudiante de Psicología o de cualquier otro campo afín —Medicina, Trabajo Social, Enfermería…— o que ya estés graduada y busques una especialización que facilite el ejercicio de tu profesión. Como estudiante, este libro pone a tu disposición el pensamiento de los autores más importantes del campo de la psicoterapia. Seguro que supone para ti un buen ahorro de tiempo. El autor ha leído y profundizado en el pensamiento de cada una de las escuelas de psicoterapia de las que habla y lo plasma en estas páginas de una forma sintética y clara. Tú puedes leer, comprender, aprender los puntos claves y valorar cada uno de los modelos que se describen. Si quieres profundizar en alguno de ellos, también puedes hacerlo a través de la bibliografía que se presenta al final de cada capítulo. Pero si eres estudiante te puede interesar profundizar más en tu propio aprendizaje. Aquí tienes una buena oportunidad. Por ejemplo, al leerlo puedes fijarte en lo que de común y de diferente tienen los modelos entre sí. ¿Cuáles son las escuelas que explican la conducta actual desde las experiencias infantiles?, ¿cuáles son las que tienen una visión positiva de la persona, resaltando sus recursos y posibilidades?, ¿cuáles son las que colocan al terapeuta en un plano de igualdad?, ¿cuáles son las que tienen como meta el crecimiento personal de las personas con las que trabajan?… podrías plantearte muchos más interrogantes de este tipo; estoy seguro de que no te falta imaginación ni tampoco interés.

Si lo que estás buscando es una especialización en psicoterapia tienes suerte. Quiero decirte que a mí me hubiera gustado tener entre mis manos un libro como este para poder elegir con libertad y criterio qué aprender y en qué especializarme. Cuando terminamos la carrera nos damos cuenta de que nos faltan las habilidades técnicas necesarias para ejercer la profesión que hemos elegido. Es lógico, los estudios universitarios son más teóricos que prácticos… y seguramente tenga que ser así. Pero lo más grave —al menos en mi caso fue así— es que mi formación teórica, mis ideas sobre cómo ejercer la profesión, tampoco estaban «para tirar muchos cohetes». De manera que fui aprendiendo como pude, aprovechando las oportunidades que se ponían en mi camino. Mi aprendizaje tuvo mucho más de ensayo y error, que de decisión planificada de acuerdo con mis intereses. Es posible que esta no sea una mala forma de aprender. Finalmente, el ensayo, la práctica, da un plus de información y más criterio para decidir con qué quedarse y qué rechazar. Yo estoy satisfecho del resultado, pero creo que si hubiera leído el libro que tienes ahora entre tus manos, hubiera podido planificar mejor mi aprendizaje para orientarlo en función de mi visión del mundo y de mis valores. En fin, para que las decisiones salgan bien siempre hay que tener suerte; pero las decisiones guiadas por una información sólida y clara reducen la incertidumbre y aumentan las probabilidades de tener la suerte de cara.

Déjame que te cuente alguna cosa del autor, Alberto. Es doctor en Psicología, especialista en Psicología Clínica, Psicología del Lenguaje, experto en Terapia Familiar y Terapia Sexual, profesor en la Universidad de Málaga y terapeuta en diferentes contextos. Ha escrito un par de libros —con este tres— y un buen puñado de artículos… Todo esto está muy bien y es muy meritorio, pero esta información también puedes encontrarla con más detalle en Google.

Si no lo conoces, puedo decirte que es un trabajador incansable. Una prueba obvia es este libro, que es el resultado de impartir la asignatura «Tratamiento Psicológico» en la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga. Su idea es poner a disposición del alumnado un material que facilite su aprendizaje. Esta es otra de las características que lo definen: es un docente muy didáctico. Tiene cualidades para ello: lenguaje claro, buena «puesta en escena» y, lo fundamental, tiene presente al oyente. De manera que lo que explica no depende tanto de lo que sabe, como de lo que tú necesitas aprender. Dice lo que piensa que es necesario decir para que tú aprendas. Hasta tal punto esto es importante para él que, cuando está trabajando como terapeuta en un contexto clínico, también adopta ese rol docente. Docente cercano, perfil propio de quien ejerce la docencia desde una posición igualitaria, en la que quien enseña aprende tanto o más que el que aprende. Esta cercanía se basa en un convencimiento profundo de que todas las personas tienen recursos para alcanzar las metas que se proponen. Aunque en ocasiones se atasquen, aunque en ocasiones tropiecen, aunque en ocasiones parezcan torpes. Él demuestra que confiar en los demás es la mejor manera de ayudar a cada uno a confiar en sí mismo.

Si ya lo conoces como profesor tengo pocas cosas que decirte. «Nunca llueve a gusto de todos», pero no creo equivocarme si te digo que probablemente lo consideres uno de los profesores más coherentes y honestos de los que te han caído en suerte. Y encima, es hábil para conseguir que mantengas tu atención con facilidad. Incluso hasta has llegado a pensar que asistir a sus clases es divertido. Todo un logro.

Si eres su colega no te descubro nada nuevo si te digo que es un «buen punto» en cualquier equipo. Aporta trabajo e imaginación y una especie de sexto sentido para prevenir y evitar conflictos. Cosa no siempre posible. Cuando surgen los conflictos sabe anteponer el bien común a sus propios intereses.

Si además de colega eres su amigo, no puedo añadir nada que tú no sepas. Solo felicitarte por estar en esta categoría.

Déjame unas líneas más para volver sobre este libro y contarte mi experiencia al leerlo. Más allá del interés que me ha suscitado la información en sí misma, para mí tiene dos valores añadidos.

Durante toda mi trayectoria profesional me ha interesado conocer los resultados de mis intervenciones psicoterapéuticas para estar moderadamente tranquilo respecto a si mi práctica clínica sirve a los propósitos de quienes acuden a mi consulta en demanda de «ayuda» psicológica. Pues bien, al leer este texto he podido extraer un listado de «principios activos» que utilizan las diferentes escuelas de psicoterapia. Además de los llamados «factores comunes» que, en principio, están presentes en todos los modelos, hay otros que son comunes a algunas escuelas, pero no a todas. Por ejemplo, «tomar conciencia como elemento terapéutico», «creer en los recursos de las personas», «posición cercana y empática del terapeuta»… Todos ellos son aspectos clave para algunas intervenciones psicoterapéuticas, no todas, y estaría bien saber si, efectivamente, funcionan como principios activos o solo constituyen un ropaje del que se puede prescindir. Te invito a hacer un ejercicio de síntesis: elige un aspecto particular del proceso psicoterapéutico que a ti te parezca especialmente relevante, observa en qué escuelas está presente y en cuáles no y anímate a inventar un procedimiento para conocer algo más sobre el papel que desempeña en el conjunto de la intervención psicoterapéutica.

El segundo valor añadido es que, tras años de ejercicio profesional, parece que tiendo a pensar que los terapeutas nos diferenciamos más en lo que decimos que hacemos, que en lo que en realidad hacemos cuando ponemos en práctica el modelo con el que trabajamos. Tener esta descripción de escuelas de psicoterapia, su teoría y sus técnicas, puede contribuir a la convergencia entre modelos. Esta es la tarea que me queda y nos queda por delante: destilar de cada escuela aquellos ingredientes que resultan eficaces desde un punto de vista empírico, clínico y personal de clientes y terapeutas, para desarrollar una práctica propia, coherente, única y resolutiva, que se aleje del «todo vale» propio del eclecticismo irreflexivo.

Querida lectora o querido lector, tómate tu tiempo para leer este libro con calma. Su valor depende más de tu trabajo que de su contenido.

JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ-ARIAS PALOMO

Doctor en Psicología. Psicólogo clínico durante 25 años en diferentes servicios públicos de salud mental. Supervisor docente por la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar.

 

Introducción

La historia de la psicoterapia es extraordinaria. Desde los primeros clínicos —vestidos con levita y sombrero de copa— teorizando sobre sus propios estados mentales y un puñado de casos, hasta la moderna psicoterapia, basada en los ensayos clínicos y los metaanálisis de miles de artículos, han pasado ya 150 años.

En todo este tiempo, diferentes autores han tratado de resolver tres cuestiones fundamentales: la naturaleza del ser humano, el origen de los problemas psicológicos y la manera en que los terapeutas pueden ayudar a quienes los sufren. Al principio la psicoterapia poco se diferenciaba de la filosofía, fuente en la que los primeros teóricos encontraban su inspiración. Un primer gran avance fue entender que las personas con comportamientos extraños eran «locos», en la terminología de la época, y no seres poseídos por alguna fuerza demoníaca. Un segundo avance fue darse cuenta de que los problemas no tenían por qué tener una base neurológica —un cerebro dañado—, y que los trastornos tenían que ver con algo psicológico, con una mente que funcionaba sobre la base de un cerebro. Descartado lo somático y lo espiritual, el reto siguiente fue proponer una teoría psicológica.

Los primeros pasos fueron tambaleantes, intuitivos. Freud escribe tomos y tomos en los que se corrige a sí mismo una y otra vez, proponiendo nuevos modelos que complementen a los anteriores. Mucha gente lo ve como un exceso, como un despropósito basado únicamente en la especulación. Se olvidan de que los pioneros se esfuerzan tanto en teorizar porque no había nada previo y por algún sitio había que empezar. Para trabajar en psicoterapia usamos modelos. Y, recuperando la vieja —aunque eficiente— metáfora del mapa, los modelos son los mapas que nos permiten orientarnos en el complicado territorio de la psicología humana. El primer mapa —en este caso, físico— del «Nuevo Mundo» que dibujó Juan de la Cosa, compañero de Colón en las primeras expediciones, puede parecernos ahora inexacto y hasta pueril. Pero si les preguntásemos a los navegantes de los gloriosos siglos XV y XVI, probablemente se desharían en elogios sobre las cartas de navegación del marino cántabro. Desde esta base se crearon los modernos mapas con los que contamos en la actualidad: con el aporte inestimable de la experiencia de los siguientes viajeros, y el esfuerzo de precisión de diferentes cartógrafos, ayudados —eso sí— por técnicas de mapeo cada vez más eficientes.

Algo parecido ocurrió en psicoterapia, los primeros modelos parecen únicamente basados en las experiencias clínicas personales de cada autor o autora. Piénsese que la introspección es la técnica de preferencia de los primeros psicólogos experimentales (Wundt, James) y también de los primeros psicoanalistas, aunque estos lo llamen asociaciones libres. No es extraño, pues, que sus mapas —ahora sí psicológicos— estén distorsionados por sus filias y sus fobias, al igual que los de Juan de la Cosa lo están por sus propias percepciones (mientras que el viejo mundo conocido está sorprendentemente bien plasmado, el nuevo mundo es una enorme masa oscura y deforme, ¡una buena metáfora de lo que les quedaba todavía por descubrir!).

En la actualidad, nuestra tecnología estadística nos permite hacer cálculos apasionantes: reducir a un número el efecto de una intervención evaluada por diferentes autores, con metodologías distintas, publicada en artículos diferentes. ¡Me imagino lo que Juan de la Cosa disfrutaría con el Google Earth, jugando a hacer pequeño y grande a su antojo el globo terráqueo! Es cierto que nuestros avances metodológicos nos permiten estudiar con ciertas garantías la eficacia de las intervenciones. Subrayo las palabras «ciertas garantías», pues tenemos una enorme tendencia a sobrevalorar los datos, olvidándonos del enorme grado de incertidumbre inherente a estudiar algo tan complejo y volátil como la naturaleza humana. En cualquier caso, el que ahora estemos en condiciones de hacer las cosas mejor no le quita mérito a las aportaciones de los que llevan más de cien años reflexionando sobre lo psicológico. Más cuando muchos de aquellos mapas, a diferencia del que dibujara el marino cántabro, parecen seguir siendo de utilidad para algunos de los navegantes del siempre turbulento océano de la intervención psicológica.

«Empírico» es un adjetivo que ha obsesionado a los investigadores de la psicoterapia en las últimas décadas. Y no es una mala obsesión la que nos impulsa a verificar constantemente la eficacia de nuestros tratamientos. Aunque se convierte en peligrosa cuando nos lleva a desechar casi inquisitorialmente todo lo anterior. Según la Real Academia Española, «empírico» es «lo fundado en la experiencia», y esta condición adquiere mayor fortaleza todavía cuando se le añade el matiz de estar «basado en la evidencia».

Algunos de los autores que se revisan en este libro proponen modelos basados en la experiencia, con toda la riqueza y con todas las limitaciones que eso conlleva. Simplemente porque en la época en la que escribieron sus propuestas las cosas se hacían así. Digamos que han dejado para futuras generaciones completar la segunda condición, la de basarlos también en la evidencia. Es cierto que hay grandes diferencias en cuanto al esfuerzo que han hecho los diferentes modelos clásicos a la hora de afrontar esa asignatura pendiente. Y estamos completamente de acuerdo con que algunos de ellos deberían hacer más intentos de verificar la eficacia de sus intervenciones. Pero tampoco nos conviene caer en la posición extrema y aceptar solo lo moderno, lo diseñado desde el principio desde el paradigma científico.

A lo mejor me equivoco y únicamente es una idea extraña mía, pero, en los últimos años, tengo la impresión de asistir a la proliferación de nuevos enfoques que se ponen de moda para pasar rápidamente a un segundo plano. A esos nuevos enfoques (lo siento, no voy a citar ninguno) se los reconoce por una serie de características que iré desgranando. Nacen con una impresionante puesta en escena, revestidos de apelativos como «basado en la investigación», o «basado en la neurociencia», o ya la cumbre de la fundamentación: «Basado en la investigación de neurociencias». Tienen además la extraña tendencia a denominarse usando siglas, lo que parece conferirles un atractivo especial (como el alerón con el que algunos jóvenes suelen «tunear» sus coches). Suelen «venderse» con un gran esfuerzo de marketing, desguazados en niveles que los terapeutas en formación deben pagar a precios muy altos; eso sí, te dan derecho a títulos rimbombantes que destacan en el currículo de los afortunados seguidores (y adornan convenientemente las paredes de sus salas de espera). La última característica es que suelen tener una vida relativamente corta, se pasan de moda o, tal vez, el gran mercado en el que se ha convertido la psicoterapia en los últimos años los sustituye rápidamente por algún nuevo producto.

El verdadero problema de todo esto radica en que hay un montón de profesionales ansiosos por aprender, muchos de ellos buscando algo que les permita despegar laboralmente; y el mercado de la psicoterapia tiene en ellos consumidores dispuestos a devorar cualquier cosa nueva que suene bien. Como resultado tenemos «terapeutas veleta» que cambian de modelo o de técnica siguiendo los dictados de la moda psicológica, como si de cambiar de estilo de vestir o de peinado se tratara.

Resulta entonces que ni los modelos clásicos (los basados en la experiencia) están tan desfasados, ni los modelos modernos (los basados en la evidencia) son siempre tan maravillosos como parecen. Si algo he aprendido al revisar las ideas de los autores y autoras que incluyo en este libro (más de cuarenta), es que el desarrollo de la psicoterapia es mucho más lineal de los que nos han hecho creer, que no hay tantos saltos cualitativos entre modelos ni tantas diferencias como se podría pensar de antemano. Basten algunos ejemplos para demostrarlo.

Alfred Adler es el primero en proponer que los problemas de la gente podrían tener que ver con las distorsiones que experimentaban a la hora de entender el mundo. Idea que, por lo demás, estaba ya en la filosofía griega clásica. Karen Horney transforma la idea de Adler y habla de las «necesidades neuróticas»: una serie de autoexigencias culturalmente aprendidas que determinan nuestra visión del mundo. Horney es una de las mayores influencias en la formación psicoanalítica de Albert Ellis, quien transforma las necesidades neuróticas de aquella en las ideas irracionales que son el centro de la terapia racional emotiva de conducta.

Aaron Beck se forma inicialmente en psicoanálisis. Y, mientras trata de verificar algunos postulados de Freud sobre la depresión, llega a la conclusión de que las personas con este problema tienen sesgos cognitivos. Los enfoques de Beck y de Ellis se desarrollan mirándose el uno en el otro. Y, además, muchas de las terapias cognitivas que van apareciendo (terapia de los esquemas, terapia de valoración cognitiva o terapia cognitivo-analítica) son propuestas por terapeutas cognitivos que intentan potenciar el modelo de Beck para que sea útil en los casos más complicados (los que ellos llaman trastornos límites de la personalidad). Algo parecido se puede afirmar sobre las llamadas terapias de tercera generación (el mindfulness o la terapia de aceptación y compromiso). Estas aparecen para ofrecer un tratamiento alternativo a personas que no se benefician suficientemente de intervenciones cognitivas.

La terapia familiar más clásica asienta sus raíces en los modelos psicodinámicos. La mayoría de sus fundadores son psiquiatras afines a este modelo. El psicoanálisis en evolución pasó de considerar la familia como un objeto interno que opera en virtud de recuerdos reprimidos (Sigmund Freud, Melanie Klein, Ronald Fairbairn) a entender que la clave está en el trabajo con las relaciones familiares reales de la persona (Harry S. Sullivan, Stephen Mitchell). La terapia familiar psicoanalítica bebe directamente de esas fuentes. Sin embargo, la evolución a veces implica revolución. De vez en cuando hay autores que miran hacia atrás solo para asegurarse de que su propuesta es radicalmente distinta de lo anterior. En los modelos sistémicos ese papel lo realiza Gregory Bateson. El grupo de Palo Alto, que él encabeza, se propone ofrecer una explicación de la conducta humana lo más alejada posible del psicoanálisis. Y para ello recurren a la Teoría General de los Sistemas. Es curioso que, con frecuencia, los cambios vengan de la mano de la fusión de disciplinas. Muchos de los sistémicos que protagonizan el giro hacia modelos breves tienen formaciones de base diferentes (Bateson es antropólogo, Michel White y Virginia Satir son trabajadores sociales, Steve de Shazer es licenciado en bellas artes y trabajo social).

En esta misma línea de argumentación está lo que podríamos denominar la «trazabilidad de las ideas». En psicoterapia ocurre mucho que nos presentan como nuevo algo que ya ha estado de moda mucho antes. A mí me recuerda lo que ocurre con los pantalones de campana: aparecen y desaparecen en ciclos de veinte años atendiendo a los caprichos de los diseñadores de moda. Lo mismo pasa con algunas ideas en psicología clínica. Con el mindfulness llega a Occidente la moda de considerar como terapéuticos algunos elementos de la filosofía budista. Y toda una generación de jóvenes terapeutas se rindió fascinada a esa idea. Muchos de ellos (y ellas) desconocen que la terapia Gestalt ya planteaba algo muy parecido. La razón es muy simple: al igual que Kabat-Zinn, el introductor del mindfulness, tiene formación budista; Fritz Perls, el creador de la Gestalt, viajó a Japón para conocer esa filosofía e incluirla en su terapia. Además, ninguno de estos autores tiene el mérito de ser el primero en introducir el budismo en la psicología occidental. A Carl Jung le corresponde ese honor. Él fue el primero en poblar su teoría de conceptos budistas (la teoría de los opuestos, el «sí mismo» como final de un viaje de progreso psicológico).

Un último ejemplo sobre la trazabilidad de una idea. Uno de los conceptos más elegantes propuestos por los terapeutas sistémicos es el de límites, una idea de Salvador Minuchin. Se trata del espacio psicológico que separa a una persona (o un grupo de personas) del resto. Una especie de «membrana psicológica» que debe ser lo suficientemente permeable para permitir el apoyo de los demás, pero con la fortaleza necesaria como para facilitar la independencia. Este concepto de pertenencia-independencia es una constante en la historia de la psicoterapia. Hasta donde yo sé, el primero en proponerlo es Otto Rank en su conocida teoría del «trauma del nacimiento». Pero la idea ha seguido progresando, a trompicones, de un autor a otro. Es un tema central en la obra de Donald Winnicott (el holding) y un aspecto de reflexión para los terapeutas existenciales (las patologías de la soledad). Reaparece en la terapia familiar boweniana (la diferenciación del self), de donde con toda probabilidad Minuchin lo recoge y transforma en un concepto simple, elegante y de fácil aplicación práctica (lo que no se puede afirmar de las propuestas de alguno de los autores mencionados).

Lo que quiero demostrar con todos estos ejemplos es que la mayoría de las ideas no aparecen de repente, sino que son el producto de la evolución (o la revolución). En definitiva, ninguna idea proviene de teóricos que han vivido como ermitaños toda su vida anterior. Al contrario, la gente que propone nuevas visiones tiene una formación sólida: ha leído a otros autores, ha practicado sus técnicas y se ha atrevido a ofrecer algo diferente con el deseo de conseguir mejoras en el campo. ¿Por qué entonces este empeño en trazar líneas divisorias infranqueables entre modelos?, ¿por qué esta lucha fratricida por demostrar que el modelo al que cada uno se adscribe es el único que funciona? A veces la psicoterapia se asemeja a una de esas batallas épicas que tanto les gusta recrear a los escritores de literatura fantástica. Batallas cuyo lema se puede resumir en: «La lucha es a muerte, solo puede quedar uno».

Yo pienso que los «terapeutas veleta» existen porque muchos profesionales —sobre todo los recién egresados— carecen de una sólida formación en psicoterapia. Y esto puede atribuirse en cierta medida a su falta de interés, pero pienso que los verdaderos responsables son los planes de estudio que han cursado. Todos los años, el día que presento mi asignatura (Tratamientos psicológicos) hago una especie de experimento multicultural: les pregunto a los estudiantes de programas internacionales cuál es el modelo de terapia que más se estudia en su universidad. Les sorprendería la diversidad de las respuestas. Hay grandes diferencias en función de países y universidades. A muchos franceses les suena raro que haya algo diferente al psicoanálisis, los italianos suelen combinar esta corriente con ideas humanistas, en Alemania la formación parece ser más completa, pero crecen los adeptos a lo sistémico y son los estudiantes latinoamericanos los que han recibido una formación más completa —y menos competitiva— sobre casi todos los modelos conocidos.

Voy concluyendo, que se me ha alargado la introducción y pido disculpas por ello. En un libro con pretensiones de ser una herramienta de divulgación científica, la introducción es uno de los pocos espacios en los que el autor puede reflejar sus opiniones. En España —a diferencia de otros países de nuestro entorno en cuyo espejo tanto nos gusta mirarnos— la formación clínica que se imparte en las universidades se restringe a unos pocos modelos (lo siento, sigo sin decir nombres para que nadie se ofenda). Se utiliza como criterio el de su mayor aval empírico, y hasta se critica con condescendencia a los otros por ser considerados vestigios poco fiables de una historia que hay que superar. El resultado es que de las facultades salen promociones de jóvenes (y no tan jóvenes) estudiantes, que desconocen los esfuerzos que decenas de autores han hecho para ayudar a progresar la psicoterapia. Esos son los mejores candidatos a convertirse en «terapeutas veleta».

Que nadie se equivoque, este no es un libro de historia, aunque contenga elementos biográficos de muchos autores. Es un libro de ideas, algunas viejas y otras muy actuales, la mayoría son conceptos que se han ido transformando al pasar de autor en autor. Porque, definitivamente, sí, la evolución de la psicoterapia es un continuo. Y en este continuo el hilo conductor ha sido el afán de entender y ayudar a las personas con problemas psicológicos. Las ideas que en este libro se recogen son el fruto de la inteligencia, la reflexión y el esfuerzo de muchos profesionales. Te propongo, valiente lectora (o lector), que has tenido la paciencia de leer esta introducción, que los estudies guiada por la curiosidad y no estimulada por la crítica. Que seas —como Juan de la Cosa— una intrépida exploradora del universo de la psicoterapia. «Los inquisidores como Torquemada» poco han aportado al desarrollo de la ciencia. La curiosidad es una herramienta fundamental para toda buena terapeuta. La curiosidad estimula la búsqueda y guía la reflexión, y hace que cualquier descubrimiento nos produzca una enorme dosis de satisfacción.

Cada año empiezo mis clases invitando a los estudiantes a hacer un extraordinario viaje por el universo de la psicoterapia. Te invito también a ti, esforzado lector (o lectora), a hacer lo mismo. Vas a conocer planetas diferentes, seguramente algunos te gustarán más que otros, probablemente te sentirás cómodo en unos y no tanto en otros. Los hay que te resultarán misteriosos, casi incomprensibles, otros te parecerán más acogedores y familiares. No importa, en cada uno de ellos tienes algo importante que aprender. Solo tienes que hacer el viaje con los ojos bien abiertos, con una mochila espacial repleta de curiosidad.

* * *

Unas palabras más para explicar cómo está estructurado el libro. El objetivo de esta obra es ofrecer información a profesionales, estudiantes y demás personas interesadas. Los enfoques que se explican han sido elegidos siguiendo dos criterios: a) modelos que siguen siendo utilizados en la práctica, aunque está claro que no todos con la misma cantidad de seguidores; b) modelos que aparecen en los manuales clásicos de psicoterapia. He excluido los enfoques basados en neurociencias, que no tienen como instrumento fundamental el lenguaje (que, como explicaré en el capítulo 1, es inherente a la definición de psicoterapia). Y reconozco que tengo una deuda pendiente con las psicoterapias positivas, mi compromiso es —en una hipotética segunda edición de este libro— hacer un esfuerzo para incluirlas.

A la hora de agrupar los aproximadamente 35 enfoques que expondré he seguido la división clásica: psicoanálisis y autores psicodinámicos, terapias humanistas, terapias conductuales, terapias cognitivas y terapias sistémicas (me gusta más ese descriptor que el de «familiares»). A estas cinco categorías le añado una sexta: las terapias de tercera generación. Ya sé que esta terminología no va a ser del agrado de todo el mundo. En nuestro país ha cuajado mucho el término de «terapias contextuales». A mí personalmente no me gusta esta etiqueta. Contextuales son todas las terapias que tienen en cuenta el «contexto» en el que las personas viven para entender su comportamiento, es decir: todas. Aunque, sobre todo, las conductuales y, por supuesto, las sistémicas. Lo que diferencia a las terapias que constituyen este bloque es que dan un salto cualitativo: ya no interesa tanto trabajar con el contenido de los pensamientos, sino con el proceso de cómo se piensa. Su objetivo es fomentar la aceptación y generar metaconciencia. Ayudar a las personas a separarse de sus contenidos mentales y flexibilizar su atención. La filosofía de base y algunas de las técnicas que usan están basadas en el budismo. Solo en algunos de los manuales clásicos anglosajones se describen estos modelos, y generalmente se incluyen en apartados muy inespecíficos, por ejemplo: a) Wedding y Corsini (2019) hablan de ellas en un capítulo que denominan «Meditación y psicoterapia», y Sharf (2016) se refiere a ellas como «Terapias asiáticas» y las incluye dentro de un bloque de «Otras psicoterapias». Atribuyamos este desajuste terminológico a la novedad de estos modelos y a la resistencia que los autores clásicos tienen a incluir nuevos enfoques hasta que demuestre que son algo más que una moda temporal. Añado, además, una octava parte, dedicada a describir otra serie de terapias de difícil clasificación, habitualmente por ser una fusión de varios modelos.

Hechas estas primeras precisiones describo brevemente los contenidos del libro. El primer capítulo está dedicado a explicar qué es la psicoterapia y dar algunos datos sobre su funcionamiento. En el segundo expongo un modelo de qué ingredientes incorpora un modelo de psicoterapia. Este capítulo es importante para entender la estructura que luego seguiré al explicar cada uno de los enfoques.

En la parte dedicada al psicoanálisis cuento la teoría freudiana (capítulo 3) y los aportes de algunos autores más a este enfoque (capítulo 4).

En la parte dedicada a las terapias humanistas se explican los siguientes modelos: terapia existencial (capítulo 5), terapia centrada en la persona (capítulo 6), terapia Gestalt (capítulo 7), terapias corporales (capítulo 8), terapia de realidad (capítulo 9), análisis transaccional (capítulo 10) y psicodrama (capítulo 11). Lo más reseñable de esta parte es la inclusión de la terapia de realidad, un modelo muy interesante y de difícil clasificación que, por contener muchos elementos existenciales, he decidido incluir dentro de las terapias humanistas.

En la parte sobre las terapias conductuales trataré la propia terapia de conducta (capítulo 12), la activación conductual (capítulo 13) y la terapia analítico-funcional (14). Para algunos teóricos (únicamente en España) estas dos últimas se clasificarían dentro de las contextuales. Ya antes hice referencia a que no comparto esa clasificación porque no es la más internacionalmente asumida. Esos dos modelos son claramente conductuales y no tienen ningún elemento de trabajo de metaconciencia, característico de las demás psicoterapias que estudiaré en el bloque de terapias de tercera generación.

Dentro de las cognitivas, dedico un tema a la terapia racional-emotiva de conducta (capítulo 15), la terapia cognitiva de Beck (capítulo 16), la terapia de esquemas (capítulo 17), las terapias constructivistas (capítulo 18) y la terapia de valoración cognitiva (capítulo 19). Entre las constructivistas tendrán un apartado la terapia de los constructos personales de Kelly, la terapia posracionalista de Guidano, la terapia cognitivo-narrativa de Gonçalves y la terapia constructivista de Mahoney.

Luego viene la parte dedicada a las controvertidas terapias de tercera generación. Las que incluyen, en mayor o menor grado, ese elemento de aceptación y metaconciencia al que antes hacía referencia. Es cierto que el grado en que se trabaja ese aspecto en unas u otras es muy diferente. En el mindfulness toda la terapia se construye en torno a esos ingredientes, mientras que, por ejemplo, en la terapia dialéctica es solo uno de los mecanismos terapéuticos de un modelo que, por lo demás, podría perfectamente agregarse a la parte sobre las terapias conductuales. En esta parte hay capítulos dedicados al mindfulness (capítulo 20), la terapia de aceptación y compromiso (capítulo 21), la terapia dialéctico-conductual (capítulo 22) y la terapia metacognitiva (capítulo 23).

La siguiente parte está dedicada a las terapias familiares o terapias sistémicas, como yo prefiero denominarlas, dado que en la mayoría de los casos pueden servir para trabajar también con parejas o en un nivel individual. Se incluyen capítulos sobre terapia estratégica (capítulo 24), terapia estructural (capítulo 25), terapia intergeneracional (capítulo 26), terapia familiar experiencial (capítulo 27), terapia centrada en soluciones (capítulo 28) y terapia narrativa (capítulo 29).

La octava parte, como bien sugiere su título, «Otras terapias», incluye modelos de más difícil clasificación porque incorporan elementos de diversos enfoques. Hay un capítulo dedicado a la terapia interpersonal (capítulo 30), un modelo híbrido de gran éxito. Se explica la terapia cognitivo-analítica (capítulo 31), una interesante mezcla de elementos cognitivos y psicodinámicos. Y, por último, la terapia centrada en las emociones (capítulo 32), un modelo que pertenece claramente a los enfoques humanistas, pero que su autor ha ido enriqueciendo con elementos cognitivos y sistémicos hasta construir una potente herramienta de trabajo en terapia.

La última parte incluye un capítulo —el 33— dedicado a la investigación. Una decisión —bien meditada— de este autor es separar el mundo de las ideas del mundo de los datos. No he querido asociar a cada modelo un estudio de sus evidencias empíricas. El lector interesado puede encontrar artículos sobre ese tema en la literatura científica. Mi apuesta es que la gente conozca las ideas de los diferentes teóricos; y, solo al final, incluyo un capítulo sobre lo que la investigación muestra acerca de cómo debemos tomar toda esta diversidad de tratamientos y sobre qué es lo que funciona en psicoterapia.

Para explicar cada modelo sigo siempre el mismo esquema: unas pinceladas históricas para entender de dónde viene, la descripción de la visión de la persona que está en la base de la propuesta, su teoría sobre la patología y el tratamiento que proponen. El apartado sobre el tratamiento incluye subapartados de objetivos, terapeuta, técnicas y proceso terapéutico. En el capítulo 2 se explican extensamente las motivaciones para usar este esquema.

A la hora de exponer los contenidos he tratado de buscar un equilibrio entre la fidelidad al lenguaje de cada uno de los modelos y la búsqueda de la simplicidad a la hora de explicar los términos para hacerlos asequibles a la mayoría de los lectores. Hago también un esfuerzo para identificar claramente las fuentes de las que se extraen los contenidos, pero sin saturar el texto de citas que hagan tediosa la lectura. El objetivo es trasladar al lector la versión más actual de cada uno de los modelos. No se trata de hacer un estudio de su evolución ni de entrar a discutir sus contenidos. La pretensión es hacer llegar a los lectores los contenidos básicos de cada modelo y ofrecer bibliografía a quien quiera ampliarlos.

Un último aviso: me ha parecido importante que las obras citadas aparezcan con su fecha de publicación original. Para ello, incluyo en la referencia la fecha original y, si corresponde, al final de cada una de las referencias bibliográficas consigno también la de la edición consultada.

 

I

Concepto y modelo