2139_-_Belaustegui_-_P2.jpg



A Kico, por acompañarme siempre.

A Salva, Juan y Paloma, por enseñarme tanto.

Al cáncer, por despertarme.

Prefacio

Así como a Quirón, el sabio y sanador centauro de la mitología griega que fue herido de muerte, también se ha clavado en mi muslo una flecha envenenada provocando una herida incurable tremendamente dolorosa. También, como Quirón esta herida despertó en mí la capacidad de sanarme, no sólo del cáncer y del miedo a la muerte, sino de soltar ataduras más profundas para liberar el alma.

La palabra y su expresión han resultado un bálsamo sorprendente para deshilvanar, comprender y sanar algo de mí. Mi alma dictó, una a una, las palabras precisas para comprender mis miserias, mis fortalezas, mis miedos, mis pensamientos, mis virtudes y mi luz.

Expreso en estos versos mis sentires en el camino de sanación del alma y del cuerpo físico. El tránsito por la enfermedad, que desaparecía y volvía a aparecer, me sumergió en un mar de agonizante incertidumbre. Este mismo dolor me permitió desarropar el alma, dejarla a la luz, desvanecer los velos que oscurecían, atravesar una cantidad indescriptible de pruebas, minúsculas y gigantes, que sólo se transitan desde adentro, en una íntima soledad. Fue justamente allí, en el fuero interno, donde encontré la semilla de la sanación.

Esta flecha que tocó mi muslo, tocó también mi corazón. Compartir mis vivencias y aprendizaje es, en sí mismo, un acto de sanación. Comparto con el anhelo de inspirar, aunque sea a uno de nosotros, seres humanos, a despertar su propio sanador.



Vicky Beláustegui



I
Heridas








Hay heridas que además de abrirnos la piel,

nos abren los ojos.


P. Neruda



Guías

Una gata negra

me aulló.

Supo con absoluta certeza

que una parte de mí conocía su lenguaje.

Me habló y tocó mi corazón,

abrió las compuertas a mis lágrimas.


Se frotó sobre mi pierna doliente,

apoyando su cabeza, sus manos y todo su cuerpo después,

acarició el otro lado,

sin detener su aullido.

Me hablaba con la certeza

de que entendería.

No soy la reina de los gatos,

no me resulta irresistible tocarlos,

pero devolví el gesto mostrando mi agrado,

ofreciéndole unas breves palmadas

como para dejarla tranquila,

creyendo que ella quería algo de mí.


Inquieta, merodeaba por la sala

como buscando algo que no alcanzaba a comprender.

Aullando más fuerte,

clavó sus ojos mágicos,

potentes como un rayo,

en el fondo de los míos.

Aunque no supiera descubrirla aún,

veía una clara intención en su gesto:

muy adentro mío

me animé a sospechar de qué se trataba.

Dejé correr unas lágrimas.


No bien me senté, vino a mi lado

sin dejar de hablarme y tocarme.

¿Qué quiere esta gata?

Pregunté inquieta a su dueña

que observaba atónita la escena

¿Quieres subirte en mi falda?

No esperó un segundo,

saltó.


Rodeó con su cuerpo mis piernas

buscando el mejor sitio

para echarse, abrigarme.

Encontró mis manos en cuencos,

y mi cuerpo dispuesto para lo que estaba buscando.

Las lágrimas empapaban ya mi rostro.

Acariciaba frenética su cabeza en mi manos

dándome todo su amor.

Sacó su lengua larga y pinchuda,

para lamerme paciente,

sacar lo que a sus ojos sobraba,

para purificarme.

Me limpió con esmero y paciencia,

como si fuera su cría.

No me besó.

Me limpió.



Sabiendo que podía entenderle,

esta gata negra vino a ofrecerme amparo,

me regaló el saber de su instinto

para terminar de lavar mi cuerpo

y sanarlo,

una vez más.


Me brota una indescriptible emoción

al comprender,

que la Naturaleza,

toda,

viene en mi ayuda.

¡Gracias!

Está llorando

Mi piel está llorando.

Incluso por momentos,

gritando.

Es que necesita lavarse, limpiarse,

sacarse todo lo viejo,

lo que ya no vive,

lo que aún pesa.


Mi piel está llorando,

que es su modo de decir

que necesita urgente otro traje

para atravesar airosa las siguientes pruebas.

Porque no sólo he de cruzar el puente,

quedan dragones enfrente

que lanzan llamas de fuego.


Mi piel está llorando,

es su modo de descanso

para hilvanar los hilos de átomos

y dejarlos que tejan en mí,

nuevamente,

la trama de la vida.

Esa, que necesito ahora,

distinta a la que fue.


Es que mi piel sabe

que puede inventarse el traje

para caminar entre las llamas

y al final del camino,

quién sabe,

no importa.

Mi piel ahora llora,

preparándose para el camino mismo.

Después,

qué importa el después.

Soltar

Apoyar la frente en la tierra

y soltar,

dejar que haga de mí su deseo:

me vuelva polvo o me convierta en estrella.

O la misma cosa.

Me infunda de vida

o me reciba en su seno,

lo que ella quiera.


Entrego mi piel a la Madre

clamando cuidado.

Apoyo la frente en la tierra

y entrego.

Dar batalla

Porque sé que saldré fortalecida,

quiero enfrentarme a los dragones de fuego.

Dar batalla y vencer.

Si existiera un atajo,

no lo tomaría.

Porque comprendo que esta lucha,

y no otra,

sacará de mis ojos

aún más velos.

Y mi tarea es pasar la prueba

para llegar a la próxima

un poco más despierta,

más perceptiva,

más una,

más esencial.


Ese es mi camino

y no otro.

Otra vez

Se viene un tsunami

otra vez.


Ahora en cambio

puedo verlo,

anticiparlo.


Estoy lista,

esperándolo

con mi barca sobre el mar.

Clamor

Clamo a los ángeles

guía

para encontrar el sonido justo de mi alma,

el que afina a la vibración de la sinfonía cósmica

en la danza perpetua del amor.


Clamo a los ángeles,

y querubines,

y seres mayores de luz,

y a todos quienes puedan ayudarme,

que abran mis ojos,

me animen a confiar en el vacío,

revelen el camino primordial

del sanador herido,

para despejar mi canal divino,

y poder caminar junto a otros,

al son de la rueda mágica.

Lloro mi enojo

Cada tanto necesito una estación de descanso

donde poder llorar mi enojo

por las marcas del dolor.


Cada tanto busco refugiarme en la sombra

para descansar mis ojos rojos,

que han dejado de ver claro.


Cada tanto me permito revelarme

a este dolor,

que viajará pegado conmigo

hasta volvernos polvo.


Cada tanto quiero gritarle que ya no lo quiero,

que ya he pasado la prueba,