A Kico, por acompañarme siempre.
A Salva, Juan y Paloma, por enseñarme tanto.
Al cáncer, por despertarme.
Prefacio
Así como a Quirón, el sabio y sanador centauro de la mitología griega que fue herido de muerte, también se ha clavado en mi muslo una flecha envenenada provocando una herida incurable tremendamente dolorosa. También, como Quirón esta herida despertó en mí la capacidad de sanarme, no sólo del cáncer y del miedo a la muerte, sino de soltar ataduras más profundas para liberar el alma.
La palabra y su expresión han resultado un bálsamo sorprendente para deshilvanar, comprender y sanar algo de mí. Mi alma dictó, una a una, las palabras precisas para comprender mis miserias, mis fortalezas, mis miedos, mis pensamientos, mis virtudes y mi luz.
Expreso en estos versos mis sentires en el camino de sanación del alma y del cuerpo físico. El tránsito por la enfermedad, que desaparecía y volvía a aparecer, me sumergió en un mar de agonizante incertidumbre. Este mismo dolor me permitió desarropar el alma, dejarla a la luz, desvanecer los velos que oscurecían, atravesar una cantidad indescriptible de pruebas, minúsculas y gigantes, que sólo se transitan desde adentro, en una íntima soledad. Fue justamente allí, en el fuero interno, donde encontré la semilla de la sanación.
Esta flecha que tocó mi muslo, tocó también mi corazón. Compartir mis vivencias y aprendizaje es, en sí mismo, un acto de sanación. Comparto con el anhelo de inspirar, aunque sea a uno de nosotros, seres humanos, a despertar su propio sanador.
Vicky Beláustegui
I
Heridas
Hay heridas que además de abrirnos la piel,
nos abren los ojos.
P. Neruda
Guías
Una gata negra
me aulló.
Supo con absoluta certeza
que una parte de mí conocía su lenguaje.
Me habló y tocó mi corazón,
abrió las compuertas a mis lágrimas.
Se frotó sobre mi pierna doliente,
apoyando su cabeza, sus manos y todo su cuerpo después,
acarició el otro lado,
sin detener su aullido.
Me hablaba con la certeza
de que entendería.
No soy la reina de los gatos,
no me resulta irresistible tocarlos,
pero devolví el gesto mostrando mi agrado,
ofreciéndole unas breves palmadas
como para dejarla tranquila,
creyendo que ella quería algo de mí.
Inquieta, merodeaba por la sala
como buscando algo que no alcanzaba a comprender.
Aullando más fuerte,
clavó sus ojos mágicos,
potentes como un rayo,
en el fondo de los míos.
Aunque no supiera descubrirla aún,
veía una clara intención en su gesto:
muy adentro mío
me animé a sospechar de qué se trataba.
Dejé correr unas lágrimas.
No bien me senté, vino a mi lado
sin dejar de hablarme y tocarme.
¿Qué quiere esta gata?
Pregunté inquieta a su dueña
que observaba atónita la escena
¿Quieres subirte en mi falda?
No esperó un segundo,
saltó.
Rodeó con su cuerpo mis piernas
buscando el mejor sitio
para echarse, abrigarme.
Encontró mis manos en cuencos,
y mi cuerpo dispuesto para lo que estaba buscando.
Las lágrimas empapaban ya mi rostro.
Acariciaba frenética su cabeza en mi manos
dándome todo su amor.
Sacó su lengua larga y pinchuda,
para lamerme paciente,
sacar lo que a sus ojos sobraba,
para purificarme.
Me limpió con esmero y paciencia,
como si fuera su cría.
No me besó.
Me limpió.
Sabiendo que podía entenderle,
esta gata negra vino a ofrecerme amparo,
me regaló el saber de su instinto
para terminar de lavar mi cuerpo
y sanarlo,
una vez más.
Me brota una indescriptible emoción
al comprender,
que la Naturaleza,
toda,
viene en mi ayuda.
¡Gracias!
Está llorando
Mi piel está llorando.
Incluso por momentos,
gritando.
Es que necesita lavarse, limpiarse,
sacarse todo lo viejo,
lo que ya no vive,
lo que aún pesa.
Mi piel está llorando,
que es su modo de decir
que necesita urgente otro traje
para atravesar airosa las siguientes pruebas.
Porque no sólo he de cruzar el puente,
quedan dragones enfrente
que lanzan llamas de fuego.
Mi piel está llorando,
es su modo de descanso
para hilvanar los hilos de átomos
y dejarlos que tejan en mí,
nuevamente,
la trama de la vida.
Esa, que necesito ahora,
distinta a la que fue.
Es que mi piel sabe
que puede inventarse el traje
para caminar entre las llamas
y al final del camino,
quién sabe,
no importa.
Mi piel ahora llora,
preparándose para el camino mismo.
Después,
qué importa el después.
Soltar
Apoyar la frente en la tierra
y soltar,
dejar que haga de mí su deseo:
me vuelva polvo o me convierta en estrella.
O la misma cosa.
Me infunda de vida
o me reciba en su seno,
lo que ella quiera.
Entrego mi piel a la Madre
clamando cuidado.
Apoyo la frente en la tierra
y entrego.
Dar batalla
Porque sé que saldré fortalecida,
quiero enfrentarme a los dragones de fuego.
Dar batalla y vencer.
Si existiera un atajo,
no lo tomaría.
Porque comprendo que esta lucha,
y no otra,
sacará de mis ojos
aún más velos.
Y mi tarea es pasar la prueba
para llegar a la próxima
un poco más despierta,
más perceptiva,
más una,
más esencial.
Ese es mi camino
y no otro.
Otra vez
Se viene un tsunami
otra vez.
Ahora en cambio
puedo verlo,
anticiparlo.
Estoy lista,
esperándolo
con mi barca sobre el mar.
Clamor
Clamo a los ángeles
guía
para encontrar el sonido justo de mi alma,
el que afina a la vibración de la sinfonía cósmica
en la danza perpetua del amor.
Clamo a los ángeles,
y querubines,
y seres mayores de luz,
y a todos quienes puedan ayudarme,
que abran mis ojos,
me animen a confiar en el vacío,
revelen el camino primordial
del sanador herido,
para despejar mi canal divino,
y poder caminar junto a otros,
al son de la rueda mágica.
Lloro mi enojo
Cada tanto necesito una estación de descanso
donde poder llorar mi enojo
por las marcas del dolor.
Cada tanto busco refugiarme en la sombra
para descansar mis ojos rojos,
que han dejado de ver claro.
Cada tanto me permito revelarme
a este dolor,
que viajará pegado conmigo
hasta volvernos polvo.
Cada tanto quiero gritarle que ya no lo quiero,
que ya he pasado la prueba,