2472 - Gago - P

Fernández Gago, Serafín

Cuentos, leyendas y narraciones / Serafín Fernández Gago. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0338-1


1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

CDD A863



Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com



Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Dedico este libro, a mi familia,

especialmente al abuelo Serafín a mis padres,

a mi esposa y a todos mis amigos,

que de una forma u otra pudo salir este libro

EL LIBRO

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CUENTOS, LEYENDAS Y NARRACIONES

Los Libros para las personas son

como las flores para las Abejas,

deben leerse y extraer el Néctar

La Abeja


Disfrutar leyendo un libro pausadamente

Es como comer el mejor manjar

Levanta el espíritu para un mejor andar

El Abuelo


Cuanto más estudias, más te das cuentas
que te falta mucho por aprender

Abuelo Serafín


Todos los nombres y anécdotas, narraciones que están escritas en este libro, son comentarios de hechos que viví y otros que me contaron. Si por cualquier circunstancia existe algún parecido con alguna persona, nombre o con la realidad tan lejana es pura coincidencia.

Serafín

PRÓLOGO

Con infatigable constancia, Serafín Fernández Gago continúa ampliando con estas Leyendas, cuentos y narraciones, su producción literaria. Mundo compuesto de recuerdos propios y ajenos al cual está vitalmente apegado.

Así como muchas personas, a sus años, se aburren y quietamente tratan de distraerse frente a la pantalla chica, él prefiere ensimismarse en su propia existencia de inmigrante luchador y laborioso. Rodeado de los afectos familiares y haciendo culto de la amistad, su natal Villadepalos (“que no se sabe porque se llama así, tal vez por la cantidad de ramas y palos que trae el rio en dirección a Galicia”), la vida cotidiana, las peripecias narradas por los amigos antiguos y actuales, y sus lecturas (sobre todo de clásicos gauchescos argentinos): todo le provee de historias que reconstruye con su propio magín.

Pero, aclaremos bien, aunque la vida les sometió a duras pruebas, Serafín no es un hipocondríaco, ni menos un misántropo: cultiva la amistad a la vera de buenísimos asados.

Dotado de una voluntad inquebrantable que no conoce derrota, a lo Cid Campeador, ha trabajado duro, se ha cultivado y ha desempeñado dignamente su profesión de contador. Ahora puede escribir tranquilo. Esta actividad de narrador hace honor al concepto de ocio que tenían los filósofos del pasado.

Me apresuro a decir a los lectores, que Serafín se muestra en este nuevo libro con su sólito descuido; no busca gloria literaria, sólo quiere expresar memorias vivas, propias y ajenas. Destaco de las páginas de Serafín el reiterado sueño de su personaje

Fino por reencontrase en su pueblo, la imposibilidad de hallarse con las gentes amigas, reconstruir el ambiente conocidos de antaño (“Después de tantos años uno es un desconocido, en su pueblo, muy pocas personas se acordaban de mí”); y, sobre todo, la última parte en que el escritor pone en boca de una nieta del corazón la historia de su vida. Todo allí resuma verdad y ternura.

Desearía que la actividad de Serafín sirviera de ejemplo a muchas personas que, no sabiendo qué hacer con su tiempo, destilan y esparcen amargura por doquier.

Él como buen hispano, posee aquella veta indomable y alegre que distingue a su estirpe y la hace magnífica.

Yo, que admiro esa fortaleza, le aliento con este Prólogo.


Prof. Adriana Rogliano

Capítulo I

CABALGANDO POR LA PAMPA ARGENTINA

PERSONAJES:

FINO,

DANIEL,

DON JOAQUIN,

ELOISA,

HIJOS PABLO Y

LUCAS


AYUDANTE:

CIRILO y MEDINA

PAISANO AGUSTIN

1.– LAS REUNIONES DEL PUEBLO

En las reuniones que se hacían en distintas casas de mi pueblo en esas noches de invierno muy frías, alrededor de una mesa, con asientos con respaldos hecho de roble o castaño, se sentaban los paisanos a comer un pedacito de jamón o chorizo, tomando un vasito de vino, castañas asadas en el horno de la cocina, contaban los que habían vuelto de distintos países de América, en especialmente de Argentina, que ese era un país muy grande, que había muchas extensiones sin trabajar, y que se ganaba mucho dinero.

También comentaban que se gasta a raudales, si no se controlan los consumos superfluos. Los inmigrantes no podían ahorrar, tenían que comer, vestir, pero viviendo con mucha austeridad, les queda muy pocos pesitos en el bolsillo.

Otras personas, informaban de las novedades que habían ocurrido en el pueblo, pero siempre aparecían distintos personajes que sabían contar cuentos, anécdotas, todos nosotros en especial los jóvenes los escuchábamos con mucha atención unos eran de miedo y otro de risa.

Lo que estoy comentando, no sé si es un cuento, relato o una leyenda de los inmigrantes que han venido a este país que está en el fin del mundo, lo que sí puedo decir que es una verdad muy triste, ya que vivir solos y en ese paraje despoblado en el medio de la inmensidad del campo, sin ver casas –solamente se veían a lo lejos algunos árboles y los animales pastando– fue un sufrimiento muy grande para esos dos amigos.

2.– EL INMIGRANTE Y SU TRABAJO

Había una vez dos inmigrantes que había ido a las Américas en distintas fechas para hacer fortuna, pero todos sabemos que vamos muy contentos, pero es difícil saber cuándo uno puede volver, los inmigrantes vamos con muchas ilusiones, algunos nos adaptamos a las nuevas tierras, pero para otros el sufrimiento por el desarraigo y la nostalgia es tan intenso, que vuelven a su terruño. Esto que comento les ocurrió a dos jóvenes inmigrantes de nombre Fino y Daniel

Fino cuando tenía apenas 20 años, decidió ir en post de aventuras para ver si podía hacer una fortuna (“hacer la América”), como pensábamos todos los inmigrantes. Les dijo a sus padres que se iba a América del Sur: “voy a volver lo más pronto que pueda, pero con dinero suficiente para comprar aquí unas propiedades.

Pero claro, uno piensa una cosa cuando va a su destino, y resulta otra, ya que puede ser que uno después decide afincarse definitivamente en el terruño que adoptó, es muy difícil volver, ya sea porque formó una familia o no pudo ahorrar lo que quería.

Como tenía algunas pesetas ahorradas, Fino saco un pasaje de ida para ir a ese lugar tan lejano, tomo un tren en la estación de Toral de los Vados, fueron a despedirlo su abuelo Serafín y unos amigos. Después de varias horas de viaje llegó a Vigo, buscó un hotel de poco precio, ya que debía tomar un barco a los tres días. En Vigo estaba amarrado el buque que lo llevaría a ese lugar tan importante de América, la tierra soñada, ¡Argentina!

En esos días, recorrió distintos lugares de esa ciudad, como así también visitó el puerto, habló con varios paisanos sobre cómo sería el viaje, puesto que él nunca había salido del pueblo.

El día señalado se subió al barco que estaba anclado en ese puerto de pescadores y que iba para Buenos Aires. No tuvo un viaje muy bueno, pues se mareó durante algunos días. La travesía duró veintitrés días; el camarote era para cuatro personas y el baño estaba afuera al lado del camarote.

A Fino le pareció muy hermoso sentarse en unos bancos que había en la cubierta y disfrutar viendo como los delfines saltaban fuera del agua, y unos peces voladores y, de vez en cuando, se veía, también algunos tiburones que iban a comer los desperdicios que tira el barco por popa.

Ese barco como era carguero y llevaba algunos pasajeros, paró en el puerto de Canarias, en Santos, en Montevideo y, por último, en el puerto de Buenos Aries. Nos recomendaron que cuando estuviéramos por llegar a algún puerto, cerráramos los ojos de buey y la puerta del camarote, ya que subía gente para cargar y descargar mercancía. (No es por nada, pero hay gente que le gusta disfrutar de lo ajeno)

Cuando llegó el barco al puerto de Buenos Aires, después de un viaje tan largo, en el barco cambié unas pesetas para tener pesos argentinos. Fino se bajó del barco con sus dos maletas, tomó un auto de alquiler y se dirigió al domicilio de una familia de Villadepalos que lo estaba esperando.

Allí lo recibieron con mucho afecto, en especial el Tío Juan, era un hombre muy bueno, tenía un negocio de artículos de cuero para los turistas, había recorrido varios países de América y finalmente se había radicado definitivamente en la Ciudad de Buenos Aires.

Como Fino le había escrito que le buscaran un hotel o pensión para alojarse, le reservaron una para cuando llegara. Ese día almorzó con esa familia, a quienes dijo que quería trabajar de lo que fuera, después lo acompañaron hasta la pensión.

A los pocos días lo llamaron para ir a trabajar de limpia copas y otras tareas en un restaurante del centro de Buenos Aires, después se desempeñó como mozo y estuvo más de tres años, pero no le gustaba mucho ese trabajo,

En ese lugar también trabajaba un joven que era de la provincia de Zamora que se llamaba Daniel, y dio la casualidad de que este joven también vivía en la misma pensión. Fino y Daniel solían hablaban entre ellos, ambos habían trabajado de agricultores, como así también de albañiles (paleta).

Por la noche, en la pensión, hacían proyectos de cómo podían ganar más dinero y volver a sus pueblos, porque lo que cobraban en ese restaurante apenas les alcazaba para comer y pagar el alquiler. Se podía ahorrar muy poco, pero siempre a costillas de gastar lo menos posible, para que todos los meses le quedara algún peso, es decir, “hacer miseria”, no gastar en nada superfluo.

Estos dos jóvenes, que en sus pueblos habían trabajado de agricultores, pensaban ir al campo a trabajar porque le habían comentado que se ganaba más dinero.

Un día dio la casualidad de que un comensal, que solía ir a comer a ese restaurante, y siempre ellos lo atendían, estaba conversando con Fino sobre lo que habían trabajado en su pueblo. El señor le dijo si tenía interés ir a trabajar en un campo. Fino respondió:

“Mire señor, aquí tengo un amigo, compañero de trabajo, que se llama Daniel, y a él también le gustaría trabajar en el campo, tendríamos que analizar la situación, sería conveniente que nos reunirnos un día para conversar con Ud. y escuchar la propuesta que nos haga”. Ese día que era domingo, ese señor le propuso reunirse el miércoles siguiente, para hablar sobre el tema, en un bar, a la tardecita después determinar sus tareas, y ver que le ofrecía, ya que conocían las faenas rurales.

Don Joaquín, que así se llamaba este hombre, en esa reunión les dijo, que él tenía grandes extensiones de campo, pasando Bahía Blanca, cerca de la provincia de La Pampa, a unos 900 kilómetros de Buenos Aires, y que pensaba poner a algunas personas para trabajar en esas tierras, ya que en estos momentos está en barbecho no las trabaja nadie. Y agregó:

—Yo le propongo a Uds. lo siguiente: Yo le pagaría durante un año un sueldo de lo que se acostumbra a pagar en el campo a todos los trabajadores, ya que en los primeros meses no tendrán ingresos, después lo descontaremos de las ganancias que tengan.

—Les voy a hacer un contrato de medieros, le facilito el campo y algunas herramientas y Uds. tendrán que cuidar los animales que hay en ese lugar, traerlos a un corral para después de marcarlos, venderlos en la feria del pueblo y sembrar cereales. Las ganancias serán distribuidas, repartiendo por mitades, después de sacar los gastos, los jóvenes le dijeron que le diera unos días para pensarlo y le contestarían.

Fino y Daniel, después de una semana de analizar la propuesta, le respondieron al señor don Joaquín que le interesaba su oferta, pero que tendrían que esperar un mes, pues a los dueños de este restaurante le tenían que informar con anticipación que se iban a trabajar a otro lugar, porque los propietarios los habían tratado muy bien, y necesitaban poner a unos trabajadores que los reemplazara en sus tareas.

Después de más de un mes, firmaron un contrato de mediería para ir a trabajar a esa estancia en que no vivía nadie. Era un campo muy grande de más de dos mil hectáreas, había algunos vacas y ovejas, y también algunos caballos salvajes. Era un campo virgen ya que nunca se había sembrado nada.

Estaba comenzando el invierno, estos dos jóvenes, con muchas ganas de trabajar, desde Buenos Aires tomaron un barco de carga y con algunos pasajeros que los llevaría hasta el puerto de Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires.

Con dos valijas cada uno, conteniendo ropa, unas frazadas, sabanas, alimentos–varias latas de sardinas arroz, fideos– algunos enseres de cocina –ollas de aluminio, platos, tenedores, varios cuchillos grandes–,y herramientas que le serían muy útiles para trabajar en el campo tales como un serrucho y una hacha, también dos bolsas de dormir, una carpa para dos personas, farol de mecha, fósforos, encendedores para prender fuego, dos cantimploras para agua etc. y un poco de dinero que habían ahorrado.

El viaje fue muy bueno, primero pararon en el puerto de Mar del Plata, estuvieron dos días recorriendo esa ciudad, que les gustó mucho. Compraron ropa de abrigo para soportar el frio del invierno que les esperaba.

Desde ese puerto fueron directamente a Bahía Blanca. Desembarcaron en el puerto de Ingeniero White, que está a diez kilómetros de Bahía Blanca, y se fueron a hospedar en una pensión para descansar del viaje. Luego llamaron por teléfono a ese buen hombre, don Joaquín, para informarle que habían llegado y le dijeron dónde estaban hospedados.

Don Joaquín les dijo que, a los tres días, a las ocho de la mañana, los pasaban a buscar para ir campo de su propiedad, y que los llamaría por teléfono para que estuvieran preparados para ir a ese lugar.


Entrada a la Estancia y Salitral


Tropilla de caballos volviendo de la aguada, con tentador cardo rojo en flor, es un bocado exquisito de los yeguariza


—Recuerdo que era un jueves, a fines de mayo, cuando salimos con dos camiones fuimos para la estancia. Primero tomamos una ruta pavimentada y después un camino de tierra. Llevaron distintas herramientas: una sierra manual, dos hachas y unas palas, además de clavos y chapas, alambres de púa, maderas para levantar una casa, y también una guadaña, para cortar pastos para darle de comer a los animales que habían traído.

Don Joaquín les dio dos caballos con sus monturas para que pudieran transitar el campo, ya que en ese lugar hay caballos sin amansar, vacas y algunas ovejas, le llaman animales cimarrones, ya que están sin las marcas que le corresponde.

Había mucha cantidad de animales de distinto pelaje, ya que durante varios años se reprodujeron solos.

Las vacas y especialmente los caballos eran muy ariscos, apenas los veían, es que escapaba para adentro del campo al lado de algunos árboles que estaban desparramados por la zona.

3.– LA FUTURA CASA DE MADERA

Cuando llegamos a ese lugar, nos encontramos con que ese campo no había ninguna casa a la vista, era totalmente llano con algunas lomas y algunos árboles por el campo y ahí como a setecientos metros había un bosquecito de caldén, nunca habíamos estado en un lugar así tan inhóspito, conversábamos entre nosotros que iba a ser muy duro vivir, pero con las ilusiones de mejorar nuestro porvenir, decidimos trabajar con ahínco e integrarnos este gran país.

Los paisanos que habían venido con nosotros eligieron un lugar alto donde había una loma que estaba como a doscientos cincuenta metros de la entrada, además del dueño del campo, nos acompañaron cuatro hombres más para que nos ayudaran a hacer una casa provisoria con la madera que llevaron y bajaron las chapas para el techo, caños de desagües, palas, una sierra, martillos, maderas y demás herramienta para esa construcción.

Los conductores de los camiones, habiendo descargado todo, se volvieron a la ciudad a la tardecita don Joaquín, se fue con su coche para su casa en Bahía Blanca.

Esos paisanos que nos habían acompañado, lo primero que hicieron fue instalar dos carpas de lona para poder vivir unos días hasta tanto no terminaban de construir ese rancho de madera.

Después desmalezaron una zona de treinta metros por treinta para instalar la casilla prefabricada. Con cal, cemento y tierra hicieron una platea de sesenta centímetros de alto en el lugar donde se iba a instalar la casilla que tenía dos dormitorios, un baño y una cocina amplia con una ventana con mosquitero porque en el campo hay muchos mosquitos y otros insectos en todos los ambientes. Enel piso se puso unos mosaicos y, como a treinta metros, hicieron el pozo donde iban las aguas servidas de la cocina y el baño.

Había cerca un monte de caldén, espinillos y otros árboles, fuimos a cortar varios troncos para hacer un alambrado para el corral donde debíamos poner los animales que podíamos arriar y también a nuestros caballos para que no se escaparan para el monte.

En ese montecito hemos encontrado muchos árboles añejos con su tronco carcomido y algunos agujeros de pájaro carpintero, también notamos algunos ñandúes que al venos salieron corriendo.

Fuimos a buscar leña, en tanto los paisanos hacían un pozo rectangular de treinta centímetros de profundidad y unos ochenta centímetros de largo por unos cuarenta de ancho, a unos metros de la carpa; la tierra la pusieron alrededor de ese hueco para poner una parrilla y así poder calentar el agua y comer algunos pedazos de carne. Uno de los paisanos que nos ayudaba a hacer la casilla, se fue con el caballo a recorrer el campo, y trajo un cordero que comimos asado, mientras vivíamos en la carpa. En esa zona hace mucho frio y viento, por lo que en el fogón de la parrilla siempre había fuego para calentarnos, pusimos unos troncos gruesos para que duraran toda la noche y además espantar los animales salvajes, como ser zorros, comadrejas y algunas vizcachas.