INTRODUCCIÓN

I


DUEÑO DE UNA VASTA OBRA DONDE PUEDE APRECIARSE SU CONOCIMIENTO DE LAS MÁS VARIADAS DISCIPLINAS, JUSTO Sierra dedicó su inteligencia y generosidad a servir a la nación en las diferentes tareas públicas que se le encomendaron. Educador, historiador, político, orador, diplomático, escritor y periodista, Sierra dejó la huella de su magisterio en varias generaciones, aunque la impronta inmediata de su pensamiento fue decisiva en los escritores del Ateneo de la Juventud.

Justo Sierra Méndez nació en la amurallada ciudad de Campeche, entonces parte de Yucatán, el 26 de enero de 1848, año de la revuelta indígena conocida como Guerra de Castas que tuvo serias repercusiones en la vida de la región. Su padre, el afamado jurisconsulto y escritor, Justo Sierra O'Reilly no estuvo presente en el nacimiento de su primogénito, pues se encontraba en Estados Unidos cumpliendo una delicada y controvertida misión diplomática: asegurar la neutralidad de la península en la guerra que México y el vecino país del norte libraban (1846-1848). Un año más tarde, cuando Yucatán se integraba nuevamente a los Estados Unidos Mexicanos, Sierra O'Reilly regresaba a su tierra natal donde emprendería una significativa labor política y cultural.

Dos fueron las figuras que modelaron el carácter y las inclinaciones artísticas de Justo Sierra: la de su abuelo materno y la de su padre. Sin duda, el proceder y la reciedumbre del temperamento de Santiago Méndez fueron determinantes en la conformación de la voluntad de Sierra; sin embargo, la vocación por la escritura y la curiosidad intelectual que lo caracterizarían a lo largo de su vida fueron herencia de su progenitor.

A la muerte de su padre en 1861, Justo Sierra se trasladó a la ciudad de México bajo la tutela de su tío Luis Méndez Echazarreta para estudiar en el Liceo Francés e ingresar dos años después al Colegio de San Ildefonso donde estudió Derecho. La estancia en esta benemérita institución fomentó decisivamente su posición política republicana liberal, debido a que en el Colegio se propagaba abiertamente esta doctrina.

El pensamiento de Justo Sierra se forjó en las distintas corrientes intelectuales vigentes a mitad del siglo XIX y proyectó su acción durante el dilatado régimen de Porfirio Díaz. Su juventud y madurez se desenvolvieron entre dos épocas de honda significación social para México. Se identificó, a decir de Martín Quirarte,


con los grandes próceres que hicieron la Reforma y que combatieron la intervención extranjera consolidando definitivamente la República. Espiritualmente se vinculó a los intelectuales de la Revolución, particularmente a quienes iban a ser educadores de las primeras generaciones que surgieron a la caída del gobierno porfirista.


Entre su primer ensayo, "Disertación sobre el matrimonio" (1865) y el último "Discurso de fundación de la Universidad Nacional" (1910), Justo Sierra mantuvo un principio: mirar hacia el horizonte de otras culturas, historias y hombres —sin dejar de revisar las propias raíces— con el propósito de educar nuestro espíritu y fortalecer nuestra experiencia para ser mejores individuos.

Si bien es cierto que la obra del educador, historiador y político ha recibido más atención que su trabajo literario, afortunadamente, y gracias a la labor de los estudiosos e investigadores del siglo xix, sus creaciones en el terreno de la poesía, la narración y el ensayo empiezan a ser revaloradas.

Por ello, celebro que se incluya su novela corta Confesiones de un pianista en la Colección Relato Licenciado Vidriera.

Para hablar de Justo Sierra como escritor de ficción, hay que referirse necesariamente a las "Conversaciones del domingo" que son el manantial de donde nacen dos vertientes de la producción literaria del autor: la de narrador y la de cronista. De las "Conversaciones", publicadas del 20 de abril al 20 de septiembre de 1868 en el folletín de El Monitor Republicano, emana una parte importante de sus narraciones que, posteriormente, fueron recogidas en Confesiones de un pianista (1882) y corresponden a sus años de estudiante en el Colegio de San Ildefonso, donde se graduó como abogado en 1871.

Los cuentos que figuran en El Monitor y textos que aparecieron en otras publicaciones, junto con sus novelas cortas La novela de un colegial y Un cuento cruel y otras narraciones, fueron publicados en 1896 por Raúl Millé con el título de Cuentos románticos. En una carta de Justo Sierra a Millé, suscrita en junio de 1895, encontramos la siguiente autocrítica:


Querido amigo. Por empeño de usted, no mío, publico esta colección de cuentos que bien habría podido titularse románticamente Amor y muerte. Exceptuando dos o tres, están escritos de 1868 a 1873, entre mis veinte y mis veinticinco años... Lleva esta colección su fe de bautismo en el lirismo sentimental y delirante que la impregna...


Desafortunadamente, éstas y otras insinuaciones, que el propio autor externó en el prefacio a sus libros escritos en su madurez, orientaron buena parte de la recepción crítica de su obra, pues al hablar de los cuentos se generaliza demasiado y éstos no pasan de ser "narraciones sentimentales", "fantasías poéticas o románticas" o "poemillas en prosa impregnados de lirismo sentimental", frases que se vuelven lugar común y evidencian la ausencia de una lectura más cuidadosa. Esta circunstancia propició que se relegara a un segundo plano el valor literario tanto de los cuentos como de las novelas cortas y se ignoraran otros aspectos de suma importancia, como son las ideas estéticas del escritor y el desarrollo de una versátil temática que ostenta su narrativa.

A decir de Francisco Monterde, editor de la prosa literaria de Sierra, los cuentos y novelas cortas cierran la etapa juvenil del escritor: "su título indica que se hallaba madura la obra, porque el autor podía considerar como románticos los relatos, gracias a la perspectiva creada por él, al colocarse en el posromanticismo". Por su parte, Luis Leal, estudioso del cuento mexicano, observa que "la flexibilidad de su sintaxis [la de Sierra] anuncia lo que ha de ser la prosa de Gutiérrez Nájera y Martí", y Emmanuel Carballo complementa la afirmación al señalar que los Cuentos románticos están "escritos con temple de poeta, de poeta romántico que prefigura a los modernistas". Antonio Castro Leal llama a las novelas cortas de Justo Sierra "novelitas psicológicas", pues considera que el autor dedica al aspecto psicológico de sus personajes un interés particular y advierte que en estas narraciones persiste el tono romántico de sus primeras ficciones.

Al acercarnos a los cuentos y las novelas cortas de Justo Sierra podemos apreciar —como bien ha observado César Rodríguez Chicharro— que todos ellos nacen de tres actitudes vitales: la añoranza de la patria chica (su amado Campeche), la relación del escritor con la ciudad de México y su experiencia con los habitantes de ésta (el mundo estudiantil y los problemas propios del momento). A estas inquietudes pueden sumarse los diversos intereses intelectuales del autor, orientados hacia la historia y la literatura, que le permitieron recrear hechos o ambientes no locales y dilucidar sobre el quehacer del escritor.

No obstante la riqueza y variedad que exhiben todas sus narraciones, es posible observar en los escritos literarios de Justo Sierra ciertas características generales que les otorgan un rasgo de estilo y les confieren unidad. La primera es el diálogo con el lector. Tal vez parezca exagerado decir "diálogo", pues en todo autor siempre está presente la conciencia de escribir para alguien; sin embargo, Justo Sierra tiene plena conciencia del lugar de su receptor. El papel que asume el narrador en sus relatos no consiste únicamente en contar la historia, sino en concebirse como un guía para el lector, que recurre a las justificaciones necesarias para otorgarles verosimilitud a sus relatos. Otra característica es la exuberancia de las descripciones, que por momentos parece que desbordarán las páginas de sus narraciones, en las que el autor recurre a una técnica pictórico-descriptiva, procedente de las artes plásticas, cuyo propósito es bosquejar a sus personajes y recrear con acierto los escenarios por donde se desplazarán. Una característica más es la búsqueda de originalidad en las estructuras que utiliza, pues éstas van desde el uso de un doble marco —es decir, del relato dentro del relato, donde prevalece el punto de vista del narrador en primera persona del singular— hasta un texto que se construye con el argumento que proporciona alguno de los personajes, o bien aquellos cuentos y novelas donde se presenta una carta para completar una información dada o para disentir de la visión presentada por el narrador.


III


Confesiones de un pianista se publicó por vez primera en el periódico El Domingo entre diciembre de 1872 y febrero de 1873; a la luz de una lectura contemporánea ofrece más novedades de las que en su momento y en las primeras ediciones de esta narración pudieron apreciarse. En la novela corta pueden distinguirse ciertos aspectos que la alejan del género breve, porque aunque difícil de definir, la nouvelle, como se le denomina en Francia, presenta una serie de características que la deslindan tanto del cuento como de la novela. A saber: una mediana extensión, así como la división en capítulos que permiten el manejo de una trama central que puede tener diversas ramificaciones para ofrecer un tratamiento mayor de los personajes, del tiempo y del espacio, sin que el narrador descuide la intensidad y tampoco incurra en la dilatación ni en la morosidad, elementos más próximos a la novela. Estos elementos podemos apreciarlos en la novela de Justo Sierra.

A mi juicio, tres son los aspectos que le otorgan a la narración de Sierra calidad literaria y un lugar sobresaliente en el devenir de la novela corta en nuestra literatura: la estructura, la configuración del personaje protagónico y la presencia de una serie de dicotomías características de la modernidad.

Confesiones de un pianista consta de nueve episodios mediante los cuales el lector conoce la vida de Antonio, un joven músico que abandona su lugar de origen en la costa para trasladarse a la ciudad de México con el propósito de terminar su educación musical y consumar la aspiración de ser compositor. Para la factura de esta obra Justo Sierra acudió a dos elementos caros a la estética romántica: la música y la introspección del "yo". El quinto Nocturno de Joseph Leybach (l817-1891), compositor francés hoy prácticamente desconocido para nosotros, pero que gozó de cierta popularidad en el siglo XIX, es el leitmotiv que recorre la novela en la que el pianista, mediante el recurso de la confesión —palabra a viva voz como asevera María Zambrano—, expresa la historia de su fracaso, la historia de las "ilusiones que han partido, esperanzas que no volverán".

Si bien las alusiones al Nocturno de Leybach no son frecuentes en el transcurso del relato, cuando aparecen son detonadoras de acciones, de sucesos que contribuyen a la disposición de la trama y establecen momentos decisivos en la narración. Así, en el episodio inicial de la novela, la interpretación del Nocturno, pieza romántica de tono lento y soñador, frente al lecho de muerte de Eduardo, propicia el desplazamiento del protagonista a la ciudad; tiempo después su ejecución, debida a un capricho de la veleidosa Emilia, trunca la promesa sagrada brindada por el pianista a su madre de sólo tocarla como expresión de un vínculo de unión con el pasado, con la vida sencilla, con la tradición. Esta circunstancia, entre otras, trae consigo la pérdida de lo más sagrado para el protagonista: la familia, el amor y la inocencia representados en la tía Victoria y en Luisa.

Para contarnos la vida de Antonio, esa vida que necesita ser revelada, expresada, Sierra acudió a una estructura original y diversa en recursos narrativos. En Confesiones de un pianista, el autor hace del fragmento el elemento que cohesiona la narración; la historia que leemos hilvana confesiones, epístolas, pensamientos, notas de diarios, preponderantemente del narrador, aunque también se incorporan los escritos de sus amigos Félix y Ricardo, mecanismos a través de los cuales se va develando el "yo" del protagonista en plena conformación.

La singularidad de esta novela reside en la utilización acertada de varios narradores y géneros literarios, porque permite al autor configurar no sólo la personalidad y el temperamento del protagonista, sino además manifestar las reflexiones y los conflictos del músico frente a una serie de dicotomías que le plantea la modernidad: la tradición frente a la novedad, el campo frente a la ciudad, el deber frente al deseo, la vida tranquila frente a la bohemia, la religión frente a la duda; inquietudes, como sabemos, que también fustigaron la sensibilidad del joven Justo Sierra. De esta aseveración, puede inferirse que la figura de Antonio sea, en parte, un alter ego del propio Sierra, pues basta atender, particularmente en los primeros episodios, las abundantes alusiones a diversas disciplinas artísticas para suponerlo; sin embargo, más allá de la sabiduría ostentada por el protagonista, lo que prevalece es la capacidad inventiva del escritor.

En los primeros episodios, Antonio, narrador y personaje, transita de un pensamiento llamémosle tradicional a uno más complejo en el que se entabla una lucha entre el deber y el deseo. Al inicio de la novela, debido a las eficaces descripciones del entorno, vemos al pianista en un locus amoenus