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Primera edición digital: diciembre 2019

Campaña de crowdfunding: Equipo de Libros.com
Composición de la cubierta: Daniel Diosdado
Maquetación: Álvaro López
Corrección: Juan F. Gordo
Revisión: María Luisa Toribio

Versión digital realizada por Nerea Aguilera

© 2019 Francisco Herranz
© 2019 Libros.com

editorial@libros.com

ISBN digital: 978-84-17993-20-7

Francisco Herranz

Gorbachov: luces y sombras de un camarada

A Eli, Inés y Marta, por todo lo que me han aguantado.

«Pero en la Historia se repite sin cesar la tragedia del hombre de espíritu que, en el momento decisivo, incómodo en su fuero interno por la responsabilidad, rara vez se convierte en un hombre de acción».

Stefan Zweig

 

«Mijaíl Gorbachov abrió un nuevo futuro para el conjunto de Europa. En el momento culminante de la Guerra Fría, formuló el concepto de casa común europea. Entendió la herencia común de Europa y la responsabilidad común de los europeos. Y eso en una época cuando muchos en Occidente todavía se agarraban obstinadamente a los estereotipos de la Guerra Fría […]. Sin embargo, la gran nación europea de Rusia forma parte de la identidad histórica y cultural de Europa. Gorbachov siempre confió en eso».

Hans-Dietrich Genscher, ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, 1974-1992

 

«Gorbachov queda como el hombre que consiguió la más increíble, la más deseada y la más desesperada liberación. Rom­pió los grilletes, retiró el pesado yugo que la gente había soportado por miedo durante 75 años. Les liberó decididamente y muy rápido, sin derramar ni una sola gota de sangre por el camino».

Françoise Sagan, escritora francesa

 

«Hay algo inusual en él, una energía inexplicable. Alguno de sus movimientos, manierismos, me recuerdan a un boxeador e incluso a un luchador. Pero es un hombre de gran inteligencia. Su pensamiento es judo mental. Después de todo, ¿qué es el judo? Es cuando uno mismo usa la fuerza del atacante para defenderse. Gor­bachov es el político que salvó a Rusia sin sacar ningún provecho de ello».

Bono, cantante

 

«Siento una continua admiración por Mijaíl Gorbachov. Es una admiración compartida por todos aquellos que saben que, si no hubiera sido por sus iniciativas, el mundo aún estaría viviendo bajo la sombra de la catástrofe de una guerra nuclear […]. Pero, ¿trajo la Perestroika una segunda revolución rusa? No. Trajo el colapso del sistema construido en la Revolución de 1917, seguido de un periodo de ruina social, económica y cultural, de la que los pueblos de Rusia de ninguna manera se han recuperado todavía por completo».

Eric Hobsbawm, historiador británico

 

«[Es necesario] reconocer los crímenes de Gorbachov y Yeltsin a nivel gubernamental. Cometieron un auténtico crimen. De­libera­damente o no, guiados por la ambición o no, esa no es la cuestión. ¡Sus “logros” llevaron al colapso de nuestro país! Y esa es la mayor catástrofe geopolítica ocurrida durante el siglo [XX]».

Nikita Mijalkov, director de cine ruso

 

«Para mí Gorbachov es el sinónimo del mal. Es el símbolo del colapso de mi patria. Es el hombre a través del cual hemos recibido tal flujo de desastre que todavía no podemos digerirlo. Es el colapso de una gran civilización, una gran tecnoesfera, una gran ciencia, una gran cultura, es el colapso de un vector entero de la historia rusa».

Alexánder Projánov, escritor ruso

 

«Hay dos personas: él [Yeltsin] y Gorbachov. El poder les estaba contraindicado. Fue nuestro error, el mío también. Porque yo también apoyé a Gorbachov cuando llegó al poder en 1985. Y otros le apoyaron, pero no debería haber sido nombrado porque sencillamente ¡no estaba preparado para ello! ¡Si hubiera sido el puesto de predicador del país, lo habría asumido perfectamente bien! Hablaría y hablaba durante horas… Pero gestionar y dirigir el país sistemáticamente y de una forma equilibrada… Es muy impulsivo y desorganizado».

Nikolái Rizhkov, primer ministro soviético, 1985-1991

 

«Le doy la bienvenida como la persona más destacada en la historia de este siglo, que ha logrado la democracia en su país, el fin de la Guerra Fría y el desarme».

François Mitterrand, presidente de Francia, 1981-1995

 

«Un funcionario típico del Komsomol [Juventudes Comunistas], que no era capaz de decidir por su propia cuenta. Siempre eran los comunistas o los funcionarios ejecutivos quienes debían decidir. La pesada carga del poder en este país estuvo más allá de sus capacidades».

Anatoli Lukiánov, presidente del Parlamento soviético, 1990-1991

 

«Es relativamente abierto de maneras e inteligente. Es afable y tiene algo de encanto y humor. Ciertamente lo encontré un hombre con quien se podría hacer negocios».

Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido, 1979-1993

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Gorbachov
  4. Introducción
  5. 1. Infancia y juventud
  6. 2. Relaciones e influencias familiares
  7. 3. El paso por la universidad
  8. 4. El encuentro con Raísa Maxímovna
  9. 5. Los primeros empleos: el Komsomol
  10. 6. El salto a Moscú
  11. 7. La escalera del poder
  12. 8. Socialismo y Perestroika
  13. 9. Reunión en el balneario
  14. 10. Andrópov, su mejor mentor
  15. 11. Una partida de ajedrez
  16. 12. Encuentros cruciales
  17. 13. Primeras decisiones
  18. 14. Lenin y Jrushchov
  19. 15. Veto al alcohol
  20. 16. Glásnost y Chernóbil
  21. 17. Renuncia a Stalin
  22. 18. Retirada de Afganistán
  23. 19. Reforma del Partido
  24. 20. Presidente de la URSS
  25. 21. Cambios constitucionales
  26. 22. La cuestión nacionalista
  27. 23. Mensaje implícito a los conservadores
  28. 24. Claros y oscuros
  29. 25. Informe de la CIA
  30. 26. El estilo Gorbachov
  31. 27. Tácticas de liderazgo
  32. 28. El modelo chino
  33. 29. El factor Yeltsin
  34. 30. El poder de la palabra
  35. 31. El equipo de colaboradores
  36. 32. Los sucesos de Lituania
  37. 33. El golpe de Estado
  38. 34. Enfermo incurable
  39. 35. Dimisión en Navidad
  40. 36. Ideas socialdemócratas
  41. 37. ¿Fracasó la Perestroika?
  42. 38. Cuestiones pecuniarias
  43. 39. Event-making man
  44. Cronología
  45. Glosario
  46. Mecenas
  47. Contraportada

Introducción

 

Este libro que tienes entre tus manos, apreciado lector, es el fruto de años de dedicación, estudio y trabajo. Es un proyecto editorial hecho realidad que se fundamenta sobre una fuerte motivación personal, en la que tiene especial importancia mi propia experiencia profesional.

Antes de hablar de las razones que me impulsaron a enredarme en esta magnífica aventura, considero que es necesario aclarar cómo se lee esta obra. En ella están muy presentes dos teorías psicológicas, el análisis transaccional y la teoría del guion de vida, ambas desarrolladas por el mismo autor: el psiquiatra Eric Berne. Ambos conceptos me sirvieron, de manera impecable, para entender mejor el complejo comportamiento de Gorbachov. Los empleé durante todo el relato para explicar ciertas conductas y conclusiones. Por eso y para evitar incomprensiones, creo que merecen una explicación aunque esta sea somera.

El análisis transaccional es un método de comunicación e interacción basado en la identificación de los tres estados del ego o del yo (Padre, Adulto, Niño). Estos estados se dan en todas las personas. El Padre representa lo que se debe hacer; el Adulto, lo que conviene hacer; y el Niño, lo que apetece hacer. El análisis transaccional sirve para analizar los pensamientos, sentimientos y conductas de las personas y, además, es un sistema efectivo de psicoterapia, educación, análisis organizacional, sociocultural y de psiquiatría social.

La teoría del guion de vida, por su parte, es un potente instrumento del mencionado análisis transaccional. Se basa en la idea de que todas las personas crean inconscientemente un plan vital forjado en los primeros años de la infancia bajo la presión de los padres y que luego continúa en vigor. El guion se desencadena por las conductas verbales y no verbales de los padres y es una respuesta de supervivencia que realiza el estado Niño en un momento de su vida ante una situación insostenible de miedo o ansiedad.

Ahora sí paso a desgranar los motivos que me llevaron a escribir este libro. En noviembre de 1992, siendo un joven corresponsal del diario El Mundo en Moscú, tuve el privilegio de entrevistar a Mijaíl Gorbachov. Hacía menos de un año que él había presentado su dimisión como presidente de la URSS. Habían pasado tan solo diez meses desde que yo me había trasladado a la capital soviética con un visado de turista y una reserva en el hotel Cosmos.

Conseguir la entrevista fue un suplicio. Y un éxito. Me pasé semanas enteras llamando todos los días por teléfono a Vladímir Tumarkin, del Fondo Gorbachov, para que me hiciera un hueco en la apretada agenda de su jefe. El encuentro tenía que producirse en unos días muy concretos de aquel mes de noviembre para que coincidiera con la visita a Rusia del entonces director del periódico, Pedro J. Ramírez, que tenía previsto asistir en Moscú al congreso anual de la Asociación Mundial de Periódicos y de Editores de Noticias (WAN-IFRA). Al final, resultó providencial la intervención de Alexánder Pumpianski, director de la revista Tiempos Nuevos.

De aquella reunión de más de una hora aún mantengo un vívido recuerdo, a pesar del largo tiempo transcurrido. A la profunda satisfacción profesional de obtener la entrevista en el plazo estipulado se unió la grata experiencia personal de hablar con un político de primer nivel, de enorme talla, que ya entonces había entrado en los libros de Historia. La conversación confirmó su inteligencia, su carisma y el magnetismo que emitía, así como su proverbial sentido del humor. El personaje me fascinó de tal manera que seguí extremadamente interesado en rastrear su trayectoria pública y privada, aunque ya hubiera abandonado el poder y se sintiera apartado y perseguido por su archirrival, el presidente ruso Borís Yeltsin.

Esa fascinación por Gorby —una mezcla de «Maquiavelo con Don Quijote» en palabras de la escritora francesa Françoise Sagan— se había desatado por todo Occidente, incluida España, por supuesto. Cuando el presidente soviético llegó a Madrid el 26 de octubre de 1990 para una visita oficial de cuatro días de duración, el diario El Mundo publicó a cuatro columnas: «ДОБРО ПОЖАЛОВАТЬ, ГОРБАЧËВ!», es decir, «¡BIENVENIDO, GORBACHOV!», escrito en ruso y con caracteres cirílicos. Ese mismo día en su columna diaria, titulada «¿Rendición o conquista?», Francisco Umbral escribía lo siguiente: «La Historia se había basado siempre en una bipolaridad que era su argumento: Alemania contra Inglaterra, Francia contra España, USA contra Rusia. Gorbachov deja la Historia sin referente, bipolaridad ni adversario. Dijo d’Ors que Napoleón había desgarrado el mapa del mundo. Este Napoleón ruso y pacífico ha borrado mapas y fronteras. Con él empieza la Historia».

Cuando en 2014, tras embarcarme en la realización de un máster de Comunicación Política, tuve que pensar a qué dedicaba mi trabajo de fin del curso de posgrado, la idea brotó rápidamente en mi cabeza: el análisis de los discursos de Gorby. Fue de esa manera como me zambullí en una ardua tarea de investigación que desembocó en la creación de una tesis doctoral, titulada «Mijaíl S. Gorbachov: la persona, el político y el discurso desde el análisis transaccional y la teoría del guion de vida», que defendí en 2018.

Mis vivencias en la urbe soviética, donde permanecí un lustro, y los viajes que me llevaron a lo largo y ancho de la geografía de la ahora extinta URSS me permitieron evaluar todo el voluminoso material recogido desde una perspectiva más cercana. Como periodista, tuve la suerte de poder describir y comparar, a veces en primera persona, los formidables y abruptos cambios políticos, sociales y económicos experimentados en Rusia y el espacio postsoviético a consecuencia de las políticas iniciadas por Gorbachov. Todo ese bagaje está volcado en este libro.

En septiembre de 1991, cuando aterricé en Moscú, las estanterías de las tiendas estatales estaban vacías. La gente recorría las calles de la ciudad con sus típicas bolsas de rejilla o avoskas (palabra que viene del ruso avós, авось, que significa «quizás») por si encontraba lo que fuera aunque no lo necesitara en absoluto. Para comprar una botella de vodka era necesario acudir al mercado negro o entrar en una tienda Beriozka, la cadena de comercios solo autorizada para extranjeros o para la nomenklatura que podían permitirse el lujo de pagar en divisa convertible o con tarjeta de crédito. Transcurrido menos de un año, el abastecimiento a los ciudadanos había mejorado de forma considerable y al menos habían desaparecido las colas para obtener pasta de dientes, papel higiénico u otros productos de primera necesidad. Gorbachov fue el responsable indirecto de esas mejoras. Pero también no es menos cierto que los precios se habían disparado, el nivel de vida se había hundido y abundaban las babushkas (abuelitas) que vendían botes de crema facial o un par de zapatos en las bocas del metro para ganar unos rublos extra con los que subsistir.

De ahí que el personaje haya proyectado luces y sombras que aún perduran.

Nota sobre la transliteración

En cuanto a la transliteración de las palabras escritas en ruso que aparecen en el libro, he procurado seguir una pauta que facilite la lectura a quienes no conocen ese idioma ni leen caracteres cirílicos. Así, he puesto tildes a los nombres y apellidos, a las regiones y ciudades, para facilitar su correcta pronunciación. La transcripción se ha hecho directamente del ruso al castellano, por lo que escribo Mijaíl, y no Mikhail, y Gorbachov, y no Gorbachev. Este error se debe a la propia naturaleza del apellido original —Горбачёв— en el que la vocal ë no es un sonido «ye» sino «yo». En algunos casos, se ha seguido más la costumbre que la norma estipulada. Así, por ejemplo, he escrito Alexánder y no Aleksandr, Volski y no Volskiy, Lukiánov y no Lukyanov. Pero acentúo Borís porque así se pronuncia correctamente en ruso.

1. Infancia y juventud

 

El destino acechaba a Mijaíl Serguéyevich Gorbachov desde la misma pila bautismal. Por alguna razón, inconsciente o no, su abuelo, Andréi Moiséyevich, decidió cambiarle de nombre cuando le llevaron a bautizar en secreto, en 1931, a la iglesia situada en la aldea de Leníntskoye. El bebé tendría que haberse llamado Víktor, que era el nombre elegido por los padres, pero el pope, es decir, el sacerdote cristiano ortodoxo, le introdujo en el mundo como Mijaíl, y así quedó modificada irremediablemente su suerte. El padre de su padre le privó de la ocasión de ser «el vencedor» —el significado de Víktor en griego— y pasó a estar, para siempre, bajo la protección de un gran anacoreta (Mijaíl) que era considerado «igual a Dios».

Boris Kuchmaev, el autor de un libro publicado en 1992 sobre los años de Gorbachov en Stávropol y que trabajó bajo su mando en la organización territorial del partido comunista y también como periodista, cita al propio Gorbachov diciendo que Mijaíl no era el nombre que sus padres querían ponerle. En otra ocasión, cuando celebraba su 85.º aniversario, reveló que le estuvieron llamando Víktor durante dos semanas, hasta que le bautizaron en un pueblo cercano. Y en una entrevista concedida en 2009 a Sophie Shevardnadze, nieta del que fuera su ministro de Asuntos Exteriores, dijo lo siguiente con ironía y sentido del humor: «¿Sabías que Mijaíl es un nombre judío? Cuando empezamos a tener nietos, nos pusimos a ver los nombres en un libro. Pues Mijaíl, traducido del hebreo, significa “igual a Dios”. Así que el abuelo no se equivocó».

La elección del nombre del recién nacido y el significado de la opción elegida por los padres no son cuestiones baladíes. Tienen un importante trasfondo que ha sido estudiado incluso por los psicólogos[1]. Por esa razón, esto no es una simple anécdota de la biografía de Gorbachov, sino todo lo contrario. Esa circunstancia es una de las piedras angulares para considerar el rumbo del guion de vida que propició, quizá de forma involuntaria, Andréi Gorbachov, el abuelo de nuestro personaje, quien prefería que su nieto fuera perfecto, divino, el mejor, a que simplemente fuera un triunfador. Ahí arrancó el primer mandato parental, la primera exigencia familiar, antes incluso de que el niño tuviera conciencia de serlo. Desde su más tierna infancia, Gorbachov tenía ganas de romper el círculo continuo de vida de esclavo que llevaba y optó por tomar el camino de los estudios y aprender. Ahí se produjo el momento de adoptar un guion de vida, resultado de una decisión forzada y prematura, ya que fue tomada bajo unas duras condiciones existenciales. También, entonces, se generaron los mandatos o requerimientos paternales: «¡No seas débil!» y «¡sé el mejor!».

El colegio completo más cercano estaba a veinte kilómetros de distancia de su aldea, en Krasnogvardeiskoye (el Pueblo de la Guardia Roja, según su traducción del ruso). Mijaíl o Misha, como le llamaban, era entonces un niño revoltoso, curioso y obstinado. Leía con fruición todo lo que caía en sus manos. Una vez, según él mismo recuerda en uno de sus libros de memorias, desapareció durante tres días, lo que le preocupó mucho a su madre: se había escondido en el granero para devorar las páginas de la traducción de una novela de aventuras del escritor Thomas Mayne Reid titulada en inglés Afloat in the Forest.

Gorbachov admitió públicamente que ya desde pequeño quería «sorprender a su padre y a su madre, y a sus compañeros». Al cóctel de su personalidad, todavía embrionaria, había que añadir la mezcla de sangre de dos familias de colonos que se instalaron y se unieron en Privólnoye, su aldea natal: los Gorbachov, oriundos de la región rusa de Voronezh, y los Gopkalo, procedentes de la comarca ucraniana de Chernigov. El protagonista de esta biografía llegaba a considerar que tenía una misión predestinada y casi mesiánica, lo que enlaza con uno de los guiones de vida que siguió, el guion «Hasta que». Y no tenía ningún problema en verbalizarlo:

«Para decidirse a llevar a cabo las reformas había que vivir lo que yo había vivido y ver lo que yo había visto: salir de una familia que ha conocido el drama de la colectivización y las represiones de 1937, y pasar por la Universidad de Moscú».

En el guion «Hasta que», las personas se sienten obligadas a hacer algo, a vivir algún tipo de vida, frecuentemente penosa, porque sienten que «Hasta que» lo hagan no podrán ser felices o triunfar. Algunos no lo consiguen nunca. El héroe mítico de estos individuos es Hércules, conocido por sus doce misiones.

¿Cómo era la familia de Gorbachov? Sus abuelos eran polos diametralmente opuestos. Panteléi Yefímovich Gopkalo era un partidario acérrimo de la colectivización fomentada por Stalin, mientras que Andréi Moiséyevich Gorbachov se oponía a ella con uñas y dientes. Mijaíl vivió en una casa donde se sentía directamente la lucha de clases, pues padre e hijo, Andréi y Serguéi, reñían a menudo por cuestiones políticas e ideológicas. Los abuelos eran políticos temperamentales, pero él mamó la tolerancia y el pluralismo hasta en su propio hogar, pues en la habitación principal de la casa de los Gopkalo, que era un suerte de salón, comedor y dormitorio, descansaban en una esquina los retratos de Lenin y Stalin, y en la otra, sendos iconos ortodoxos traídos del monasterio de Pechora, ya que la abuela Vasilisa era muy religiosa. Según Gorbachov, Andréi sentía envidia de Panteléi. También admitió que sus abuelos le querían desinteresadamente y que en su casa se sentía importante, lo que implica la administración de permisos o licencias. Sus dos abuelos fueron enviados a los campos de concentración en 1934; uno, por «sabotaje» agrario; otro, por «actividades contrarrevolucionarias trotskistas», cuando era presidente del koljós. El arresto en plena noche de Panteléi, ante los ojos del pequeño Mijaíl, perturbó profundamente al niño. Sin duda, las duras experiencias vividas por sus padres y sus abuelos le impresionaron mucho, ya que en el momento de las grandes purgas ordenadas por Stalin él tenía entre seis y siete años, es decir, cuando se estaba grabando en la mente de Gorbachov su estado del yo Padre[2].

Andréi Gorbachov parecía «haber sido incluido en la saga familiar a propósito, siguiendo las reglas de cualquier guion que se precie, para crear contraste»[3]. El exdirigente comunista describió, al hacer memoria, una escena que debía haberle traumatizado de chiquillo y que, sin duda, tuvo efectos en su posterior comportamiento personal y político: padre e hijo estuvieron a punto de llegar a las manos por el cereal que Andréi guardaba en un granero. Durante la Segunda Guerra Mundial, con las tropas alemanas ocupando una buena parte de la región del Stávropol, incluido Privólnoye, el abuelo Andréi salvó a su nieto de doce años Mijaíl escondiéndole en una granja de cerdos vecina después de que se propagara el rumor de que los nazis iban a deshacerse de los familiares de los comunistas cuando se retiraran de la zona. Cuando su padre marchó al frente, le compró un helado y le regaló una balalaika sobre la que Mijaíl grabó la fecha: 3 de agosto de 1941. Incluso llegó la noticia de que había caído en el campo de batalla, noticia que afortunadamente para ellos resultó ser falsa.

En el colegio le interesaban todas las asignaturas; estaba ávido por aprender. Le encantaba el teatro. Tanto Alexánder Yákovlev como Yegor Ligachov, dos de sus más estrechos colaboradores, coincidieron en que Gorbachov habría sido un excelente actor. «Es difícil decir qué le atraía más: si la posibilidad de metamorfosearse, de cambiar de máscara, el juego, o la atención del público, los aplausos», escribe a propósito de ello Andréi Grachov, el que fuera su secretario de prensa en el Kremlin[4]. Durante algún tiempo, estuvo considerando muy seriamente seguir la carrera de actor.

Mijaíl mantenía más que una relación amistosa y afectiva con su padre. Lo adoraba. Una foto del padre en uniforme presidía la mesa del despacho en la dacha de secretario general. Los lazos eran de estrecha amistad, conectados al trabajo, pero al mismo tiempo, tiernos y conmovedores: «Cuando pienso en mi padre o mi abuelo Panteléi, soy consciente de su sentido del deber, su vida y obra, su actitud hacia su trabajo, su familia y su país, todo tuvo una tremenda influencia sobre mí y sirvió de ejemplo moral. La naturaleza dotó con riqueza a mi padre, un simple hombre del campo, con discernimiento, perspicacia, inteligencia, humanidad y ¡muchas otras virtudes! Esos regalos le hicieron sobresalir sobre otros campesinos. La gente le respetaba y confiaba en él. Como adulto, yo estaba incluso más fascinado por mi padre. Su inextinguible interés por la vida me impresionó profundamente. […] Siempre aprecié su consideración hacia madre. No era ni abierta ni refinada, bastante reservada, simple y cálida, no grandilocuente pero sentida»[5].

Serguéi Gorbachov solo estudió hasta cuarto curso de Primaria. No obstante, leía a menudo el periódico Pravda (La Verdad, en ruso), al que estaba suscrito, y se interesaba por todo con avidez, lo mismo que le pasaba a su hijo. Serguéi era tranquilo y trabajador, y era respetado por el pueblo. «La gente joven le pedíamos a menudo consejo, le preguntábamos cómo debíamos hacer algo. Lo que particularmente me impresionaba de él era que siempre estaba tranquilo. Siempre tenía el enfoque correcto. En el campo, cuando se rompe un motor, casi todo puede ocurrir. Pero nadie le escuchó soltar palabrotas», dijo Nikolái Liubenko, el exagrónomo del koljós del pueblo. Iván Maliko, que trabajó de joven con Serguéi Gorbachov, subrayó: «Nunca se enfadaba con nadie. Si ibas a verle para algo, siempre estaba listo para ayudarte. No importaba que fueras mayor o no». De ahí que el propio Gorbachov lo recordara con estas palabras: «Los vecinos de mi padre le valoraban como un hombre trabajador, modesto y considerado. Estoy orgulloso de mi padre»[6].

La relación con su madre, María Panteléyevna, era mucho más complicada y menos fluida. En agosto de 1991, tras recuperar la libertad en el intento de golpe de Estado, Gorbachov no la llamó para decirle que estaba sano y salvo. «No tuve tiempo. Y hoy lo lamento», escribió más tarde en la versión rusa de su libro El Putsch. La figura de la madre, que era analfabeta[7], es poco citada en sus memorias, como si le costara hacerlo o tuviera sentimientos contradictorios y poco publicables acerca de ella. Sí mencionó que era una «mujer decidida» que hizo todo lo posible para que se salvaran de la hambruna de 1944. Los campesinos vecinos la consideraban demasiado ruda en comparación con las maneras suaves del padre, Serguéi Andréyevich. Según su asesor Andréi Grachov, en una ocasión en que discutían las «eternas dudas» de Gorbachov, este le dijo: «Mi madre nunca ha tenido dudas. Nunca estudió, pero todo estaba claro para ella»[8]. Exteriormente, el expresidente soviético se parecía a su madre, pero por dentro era como su padre, según confesó en una ocasión su única hija, Irina.

Madre e hijo vivieron un incidente en 1944 antes de que el padre regresara de la guerra que está recogido en la biografía publicada por William Taubman. Un día, ella cogió un cinturón y, gritando, le amenazó con darle con él. «La agarré, se lo quité y le dije: “¡Basta, se acabó!”. Rompió a llorar porque yo era el último objeto que podía controlar y lo había perdido». La actitud de ella hacia él era de resentimiento, como él mismo confesó: «Nunca me perdonó la forma en que defendía a mi padre. “Tu padre es tu favorito”, me decía. Y yo respondía: “Tú también eres mi favorita, solo que no te has dado cuenta de que he crecido”».

Tras ser elegido secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), reparó la casa familiar, el pavimento, instaló teléfono e impuso medidas de seguridad, pero las visitas y las conversaciones con su madre se hicieron cada vez más raras. El puente entre ambas personas fue Irina, quien, cuando todavía vivía su abuelo Serguéi, iba allí en verano y regularmente visitaba a su abuela María. Otra de las explicaciones plausibles para entender este distanciamiento es que la madre se llevaba mejor con el hijo menor, Alexánder Gorbachov, quien nació dieciséis años después que Mijaíl y falleció en 2001.

Gorbachov consideraba que su hermano pequeño había sido un niño muy querido por sus padres. Quizá sobreprotegido por ellos. Eso se infiere de estas declaraciones: «Su infancia y juventud fueron diferentes [a las mías]. Todo eso se reflejó en su carácter y en su relación con respecto a la vida. Para Alexánder todo era distinto. Me parece que más simple y fácil. A mí eso no me gustaba y yo intentaba ajustar su orientación vital. Luché mucho con él, algo conseguí. Pero Sashka [forma diminutiva y cariñosa de llamar a Alexánder] se mantenía en sus trece»[9].

Gorbachov visitó muy pocas veces su aldea natal siendo secretario general. Lo hizo en 1992 para convencer a su madre de que se marchara con él a Moscú. El padre falleció de una hemorragia cerebral en 1976. Su madre murió en la primavera de 1995 y vivió sola un tiempo en la pequeña casa que su marido había construido en la aldea donde era conocida como «abuela Manya». La dimisión de Gorbachov le complicó la vida. Los poderes locales dejaron de manifestar por ella el interés de antaño. Los vecinos, condenando la desintegración de la URSS, le dieron la espalda. La casa que pertenecía a María Panteléyevna la compró un tal Razin, jefe del estudio musical Dulce Mayo, quien oficialmente formalizó que quedara bajo tutela de la madre del expresidente soviético. Sin embargo, poco después, ella se trasladó a la casa de su hijo menor, Alexánder, con quien vivió en unas condiciones incomparables con las de su hijo mayor.

2. Relaciones e influencias familiares

 

Sus padres contrajeron matrimonio en 1928. Serguéi tenía diecinueve años; María, diecisiete. Ella no quería casarse con él, era guapa y tenía más pretendientes. Serguéi estaba profundamente enamorado y le llevaba regalos cuando iba a la capital de la provincia. El matrimonio fue acordado por sus abuelos, en contra de los deseos de ella.

Gorbachov nació el 2 de marzo de 1931 en Privólnoye, un pequeño pueblo del Cáucaso del Norte, en el seno de una familia campesina, dos hechos que ya le distinguirían con respecto a cualquier otro líder previo de la Unión Soviética. Además, fue la primera figura política destacada de la historia soviética que pasó su juventud en un pueblo y en el campo antes de hacer carrera en el Partido Comunista. Incluso el nombre del pueblo de Gorbachov tiene su propia historia. «Privólnoye» significa en ruso «holgado, libre, vasto, ancho», haciendo relación a esa extensión de tierra que cubría la estepa a la que llegaron los primeros campesinos. Una curiosa casualidad.

Gorbachov tenía muy nítidos sus recuerdos de entonces. El director de un periódico de Moscú declaró que, durante una conversación, él mismo le confesó que, en 1937, su abuelo había estado en prisión durante año y medio, y que su familia había sido declarada enemiga del pueblo. Esas cosas no se discutían abiertamente en Privólnoye. Según los archivos oficiales, Panteléi Gopkalo fue encarcelado quince meses por negarse a entregar una de las vacas del koljós a un funcionario del centro administrativo. Esa circunstancia le marcó no solo como persona sino también como político. Posteriormente, Gorbachov consideró que la política agraria de Stalin fue un error y que la colectivización se convirtió en una de las causas de la crisis agraria que él tuvo que manejar, incluso antes de ser secretario general.

El abuelo de Gorbachov podía ser un miembro del Partido. Su familia, como en muchos otros pueblos, continuaba viviendo la tradicional vida de los campesinos rusos. La abuela le llevaba con él a la iglesia durante la guerra, en un tiempo en el que se relajó la persecución religiosa porque Stalin necesitaba sacar partido de las fuerzas del país en la defensa de la URSS y sabía que la religión era un buen catalizador de ello.

Gorbachov tenía diez años cuando los alemanes invadieron Rusia, ocupando gran parte del sector occidental. Su padre fue movilizado durante cuatro años como soldado del Ejército Rojo. Recibió una medalla al valor cuando su unidad cruzó el río Dniéper. Fue herido en Checoslovaquia y hospitalizado en la localidad polaca de Cracovia. Regresó condecorado y con el carné del PCUS en el bolsillo.

El respeto que Mijaíl Serguéyevich sentía hacia su padre, participante activo en la Gran Guerra Patria, denominación soviética de la Segunda Guerra Mundial, era enorme. Baste un ejemplo: durante una visita a Polonia, Gorbachov insistió en visitar el hospital de Cracovia en el que su padre había sido curado de una herida cuarenta años antes. Era evidente que los recuerdos no le permitían olvidar la tragedia de la guerra. En especial, no se le borraron los cinco largos meses —desde el 5 de agosto de 1942 hasta el 21 de enero de 1943— durante los cuales las tropas nazis ocuparon la región de Stávropol. Él tenía entonces solo once años.

El conflicto armado también alcanzó Privólnoye. En el memorial del pueblo aparecía siete veces escrito el apellido Gorbachov entre los caídos. Su madre también fue reclutada y se dedicaba a cargar bienes y productos en trenes en distintas estaciones de la región no ocupadas por el enemigo, por lo que rara vez volvía a casa por la tarde. Misha se crio, ese tiempo, con sus abuelos mientras cuidaba del ganado y las gallinas.

Durante casi seis meses, Privólnoye se encontró en la zona ocupada por los nazis, pero como estaba lejos de la carretera principal, pocos soldados alemanes entraban en el pueblo. En otras partes de la región de Stávropol se vivieron arrestos y ejecuciones, pero en Privólnoye no hay historia de atrocidades alemanas. El hecho de que su madre y su padre no tuvieran ningún contacto directo con las fuerzas invasoras les libró de aparecer posteriormente como sospechosos de colaboradores a los ojos de la policía.

Durante la ocupación alemana, Mijaíl Súslov, líder de los partisanos, era el secretario del Partido en el distrito de Stávropol. Más tarde, siendo ya miembro del Politburó, Súslov apoyó sin dudar a Gorbachov, lo que sugiere que ya entonces confiaba en la «limpieza» del pasado del joven Gorbachov y su familia.

La guerra como experiencia traumática se instaló de forma indeleble en el esquema mental de Gorbachov. Durante un encuentro con el entonces canciller alemán Helmut Kohl celebrado el verano de 1990, Gorbachov, fiel a su carácter reservado, evadió una pregunta sobre su experiencia personal durante la ocupación nazi. «Usted sabe, la guerra es la guerra —dijo—. Para nosotros, para nuestra gente, fue una guerra dura y terrible, e incluso creo que los alemanes fueron completamente destrozados. Nuestros dos pueblos, y otros pueblos como los polacos, experimentaron una tragedia. Pero entonces vivíamos en tiempos diferentes. El frente pasaba por el lugar donde yo vivía. Mi padre lo sufrió todo —la batalla de Kursk, el paso del Dniéper— y cayó herido. Recibimos un informe de que había muerto. Hubo muchas familias que perdieron a sus familiares más cercanos. Eso no se puede olvidar»[10].

Después de que Privólnoye fuera liberada, la vida recuperó gradualmente su ritmo normal. La escuela de una planta de la aldea volvió a abrir sus puertas. Pero Mijaíl Gorbachov no acudía a clase. La vida se había endurecido, y no tenía ropa que ponerse para poder ir a estudiar. Durante tres meses, se quedó en casa.

María Panteléyevna reconoció lo siguiente a un periodista de la televisión soviética en una entrevista que nunca fue emitida: «Mi marido me escribió desde el frente. “No importa lo que cueste, tienes que encontrar algo para que Misha pueda ir a la escuela”. Así que cogí el ganado y me lo llevé a Salsk [una localidad cercana] y lo vendí. Con el dinero —1.500 rublos— compré botas militares. Entonces fui a ver al director de la escuela, Gitalo era su nombre, y me dijo: “María Panteléyevna, han pasado ya tres meses”, y yo le contesté: “Misha dice que alcanzará todo lo que se ha perdido”». Tras realizar ocho entrevistas al exdirigente soviético, entre 2007 y 2016, el profesor Taubman ofrece más detalles de este episodio que marcó el futuro de Gorbachov. Al parecer, tras ser liberada la aldea y reabierta la escuela en el otoño de 1944, el joven Gorbachov no tenía muchas ganas de volver a estudiar después de todo lo que había vivido y porque realmente no tenía ropa que ponerse, ni botas, ni abrigo.

Cuando sus familiares y su abuelo materno se enteraron de eso le rodearon y le convencieron. El abuelo Panteléi le ofreció un claro mandato parental: «Tienes que estudiar, Misha. Eso es lo que hay que hacer para convertirse en una persona de verdad. ¡Estudia mucho!». La carta de su padre, quien pedía que también se compraran incluso libros, fue asimismo determinante en su decisión. La ropa y las botas que le dieron le estaban grandes. Incluso se había quedado rezagado en las lecciones. «Llegué, me senté, escuché y no entendí nada. No me quedé. Volví a casa. Lancé el único libro que tenía y le anuncié a mi madre que no volvía», reconoció Gorbachov en la biografía de William Taubman.

La madre se puso a llorar y se marchó con unos productos con los que consiguió una pila de libros que trajo esa misma tarde a casa. Él no dio su brazo a torcer. Pero «entonces empecé a echarles un vistazo [a los libros], a leer, y me dejé llevar. Madre se fue a dormir y yo seguí leyendo [especialmente un libro de texto de lengua rusa]. Algo debió pasar en mi cabeza esa noche, porque por la mañana me levanté y fui a la escuela». Lo que pasó entonces fue que Gorbachov validó su guion de vida.

«Lo que ocurrió esa noche fue un punto de inflexión revelador. Por un momento, una opresiva sombra de temor —al fracaso y la humillación— recayó sobre la autoconfianza en aumento de Gorbachov, pero entonces su madre, a menudo tan dura, le demostró por enésima vez su amor. Después de eso, comenzó a identificar el éxito en la vida con la lectura y la reflexión, y también con desplegar sus dotes de mando»[11].

Misha era un alumno trabajador y atento pero no ambicioso, según afirmaron sus colegas de pupitre. Recuperó pronto los tres meses que había perdido y al final de año consiguió incluso un certificado de méritos. Estudiar le gustaba. Y leer, más. Esa tarea se convirtió en una licencia.

En 1944, a la edad de trece años, empezó a trabajar en el koljós, o granja colectiva, y desde los quince, en el depósito de máquinas y tractores. Se esforzaba más que sus compañeros de clase, probablemente influido por las convicciones de su padre, para quien el trabajo duro podía compensar el hándicap de su hijo de haber vivido bajo territorio ocupado.

El joven Gorbachov se organizaba muy bien para simultanear sus tareas en el campo y en la escuela. Sus colegas aseguran que era un muchacho inteligente que aprendía pronto y tenía buena memoria. Podía hablar bien y de forma convincente. Esa facultad le sirvió muy bien cuando se unió a las filas de las Juventudes Comunistas, el Komsomol, a los catorce años. Pero otra gente de su pueblo no recuerda nada especial de él en esa etapa.

Liubov Stuliyeva, una amiga de la escuela, entonces la líder del Komsomol en el colegio, ya detectó un rasgo esencial de la personalidad de Misha: «Durante los primeros daños después de la guerra, él llevaba pantalones de montar, de un antiguo uniforme, pero le sentaban bien […]. Todo el mundo pensaba bien de él. Era muy consciente de lo mucho que sabía, estaba muy seguro de sí mismo. Era listo y guapo. Recuerdo bailar con él cuando yo era joven»[12]. La profesora de alemán de Gorbachov le recordaba como un muchacho inquisitivo, que hacía más preguntas que los demás.

Pronto surgió otra cuestión. La escuela del pueblo terminaba en el séptimo curso, pero Serguéi Gorbachov quería que su hijo continuara estudiando. La escuela más cercana, con todos los cursos, se encontraba en la ciudad de Molotóvskoye, hoy conocida como Krasnogvardeiskoye.

Serguéi alquiló una cama para su hijo en una pequeña habitación compartida con otros dos jóvenes del pueblo. Curiosamente, uno terminó siendo teniente general y el otro, profesor de universidad. La cama costaba 150 rublos al año, un montón de dinero para una familia campesina, sobre todo porque esos años se habían reintroducido las matrículas escolares para los tres últimos cursos. En vacaciones y los fines de semana, Misha volvía a su pueblo andando 24 kilómetros para trabajar la tierra y ayudar a su padre con la cosechadora. Alexánder Yakovenko rememoraba lo siguiente:

En verano, Misha ayudaba a su madre y a su padre, sobre todo a su padre, quien conducía la cosechadora. […] Trabajábamos de día y de noche, empezando al alba, tan pronto como el rocío se había secado. No íbamos a dormir hasta bien tarde. Después del trabajo, limpiábamos las cosechadoras. Entonces nos tirábamos en la hierba. Naturalmente no teníamos ni mantas ni sábanas. Dormitábamos dos horas o así para volver a trabajar. Así era. No nos bañábamos. ¿Dónde hacerlo? No teníamos agua caliente. Nos quitábamos la suciedad como podíamos. Y la comida, bueno, entonces había una gran pobreza. De desayuno había gachas con cebada, sopa de repollo a mitad del día, y por la noche, bolas de masa hervida o pasta. No había carne. Era duro para Misha. Cuando volvía de la escuela ocupaba inmediatamente su puesto en las cosechadoras. Incluso cuando sus compañeros se bañaban en el río o descansaban, él continuaba trabajando hasta septiembre, cuando volvía a empezar la escuela. No tenía vacaciones, ni descansos. Nuestros dos padres conducían cosechadoras…[13].

Los dos Gorbachov y los dos Yakovenko trabajaban tan duro juntos que se ganaron una excelente reputación en el distrito, noticia que reflejó, en 1948, un periódico local. «En aquella cosecha recogimos tanto trigo que recibimos una condecoración del Gobierno», declaró Alexánder Yakovenko a Ruge:

Nuestros padres recibieron, cada uno, una Orden de Lenin, y nosotros, cada uno, una Orden de la Bandera Roja del Trabajo. Fuimos premiados en Stávropol y a cada uno nos permitieron comprarnos un traje en una tienda. No sabíamos qué talla necesitábamos. Los trajes no nos sentaban bien. Estaban hechos de lana gruesa, nadie los querría hoy, pero nosotros estábamos encantados con ellos y pensábamos que éramos los chicos mejor vestidos del pueblo[14].

Recibir la Orden de la Bandera Roja representó «un gran honor», según recogió Gorbachov en su libro de memorias Vida y reformas (Zhizn i Reformy en ruso), obra que un año después se tradujo al inglés con el título de Memoirs (Memorias). Tenía diecisiete años. En esa ocasión pronunció su primer discurso ante una reunión.

Aunque Misha no era ambicioso, las expectativas de sus padres lo espoleaban. Su madre solía visitar a los maestros y hacía preguntas precisas sobre el progreso de su hijo. Su padre venía incluso más a menudo y no preguntaba solo por su vástago, sino por sus compañeros.

«Misha Gorbachov siempre tomó parte activa en la clase. Naturalmente, a nadie se le ocurrió que podría llegar a ser secretario general, aunque quizá destacaba porque jugaba un papel activo en la escuela», declaró la directora de entonces del colegio, María Grevcheva. Otros profesores subrayaron que ya le gustaba debatir si algo era bueno o malo y que nunca se peleaba por una discusión, o lo hacía involuntariamente, y si pegaba era porque no había otra salida y otro había comenzado la disputa. «Si había una discusión, él intentaba persuadir a sus oponentes hasta que entendían sus puntos de vista y entonces había paz».

No soportaba a los alumnos que eran vagos, puntualizó Lidia Chaiko, otra de sus maestras. En general, todos manifestaron que era respetuoso con los adultos, les pedía consejo y escuchaba con atención. Según otro entrevistado, Gorbachov ayudaba a echar leña a la estufa que calentaba la clase, aunque no se lo pidieran y sin esperar alabanzas.

Los testimonios recogidos por Ruge coincidieron en que Mijaíl Serguéyevich era muy popular. Tocaba la balalaika y el acordeón, le gustaba cantar y bailar por las tardes. Era alegre y le gustaba actuar. Su profesora de lengua rusa, Yulia Shushkova, creía que ella le había enseñado a amar la obra del poeta, dramaturgo y novelista Alexánder Pushkin: «Gorbachov tenía una memoria excepcionalmente buena, y pronto se aprendió de memoria muchos poemas de Pushkin». Además de Pushkin, el futuro Premio Nobel de la Paz descubrió a otros autores clásicos rusos como Nikolái Gogol o Mijaíl Lérmontov. Pero lo que más le impresionó fue la obra, en un volumen, de los trabajos de Vissarion Belinsky, un filósofo radical y crítico literario de la primera mitad del siglo XIX. Enemigo del régimen zarista y agitador de la intelligentsia occidentalizante que se proclamó socialista en 1841, Belinsky se convirtió para Gorbachov en una revelación y una inspiración. El libro de Belinsky se convirtió en su Biblia particular, lo leía y releía y se lo llevó a Moscú para estudiar Derecho.

Su predisposición a la oratoria no habría sido suficiente si no se hubiera sumado su afán por estudiar a fondo los textos oficiales y conocer cómo no debía apartarse de la línea oficial del Partido. Por ambición o por curiosidad, leyó libros que no le mandaban en clase, lo que en el contexto de una escuela de una ciudad pequeña no era habitual y le daba una clara ventaja frente al resto de alumnos. «En el décimo curso me sorprendió mucho porque presentó un ensayo sobre el trabajo de Lenin acerca del movimiento cooperativista. Puedo decirle que en 1950 eso no era precisamente un tema popular», rememoraba su profesora Antonina Churbanova[15].

Lo que sus amigos de la escuela y sus maestros manifestaron sobre él puede sonar demasiado bueno como para ser cierto. Puede que sea consecuencia de la exageración, un producto de adorno de la realidad, teniendo en cuenta que aquel Misha inquieto llegaría a la cúspide del poder. Quizá la vista en retrospectiva idealizara las declaraciones de la gente que le conoció en su infancia. Pero eso solo no explica por qué el periodista alemán Gerd Ruge, un reputado corresponsal que realizó un formidable trabajo biográfico de investigación a finales de los 80 del siglo pasado, no encontró a nadie que hablara mal del Gorbachov niño. Y es relevante recordar que las entrevistas que hizo Ruge se realizaron, precisamente, en un momento en que una parte de la opinión pública soviética ya cuestionaba el comportamiento de Gorbachov.

En otras palabras, todos los indicios apuntan a que Gorbachov no tenía enemigos. Había conseguido llevarse bien con todo el mundo, lo que era fruto de una posición existencial: «Yo estoy bien – Tú estás bien», lo que le hacía muy autónomo. Al mismo tiempo, tenía voluntad propia, un fuerte sentimiento de búsqueda de la verdad y de la justicia y una independencia de mente que le permitía expresarse sin hacerse estridente. «Lo que se echa de menos en las declaraciones de quienes le conocían cuando era joven es esa veta de impaciencia, incluso intolerancia, que mostró más tarde, cuando el secretario general Gorbachov rechazaba replicar a las objeciones de los oradores opositores en los debates políticos».

Otra conclusión significativa es que las características de la personalidad de Gorbachov que recordaban sus vecinos, amigos y profesores del pueblo encajaban perfectamente con las del retrato de un futuro secretario general. «No hubiéramos imaginado que Gorbachov tendría algún día un cargo muy alto, pero sabíamos que ese muchacho haría su camino por su cuenta a través de la vida», refrendó Lidia Chaiko, una de sus maestras.

En Privólnoye también recordaban que, al conocer la muerte de su padre en 1976, Gorbachov regresó directamente desde un congreso del Partido en Moscú. Fue al cementerio, luego al memorial de la guerra y después, a la casa de su madre. Ella le esperaba en la puerta, llevando un delantal y un pañuelo, y cuando lo vio, se echó a llorar. Él sonrió y le dijo: «¿No se hizo usted fuerte por nosotros?». «Por supuesto, hijo», respondió ella. «Entonces, no hay necesidad de llorar», contestó Gorbachov. En esta interesantísima transacción complementaria, él hablaba desde su estado del yo Padre y ella contestaba desde el estado del yo Niño. Los roles habían cambiado[16].