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Sobre Guillermo Máximo Cao

Guillermo Máximo Cao (Ciudad de Buenos Aires, 1958) es profesor de historia del Colegio Carlos Pellegrini, del curso de ingreso de las escuelas secundarias de la UBA y del Comercial N° 31. Publicó el Almanque del Bicentenario de la declaración de la Independencia Argentina –en esta misma editorial– y varios libros de texto y colaboraciones en distintos medios de comunicación: Clarín, Todo es Historia, Radio Güemes, Rivadavia, Continental, AM750, Canal 26, América 24. Recibió mención en el premio “Coca Cola en las Artes y las Ciencias 1989/90”. Expuso en Jornadas de Ciencias Sociales UBA, profesorados Joaquín V. González, Alicia Moreau de Justo y Alfredo Palacios.

Índice

Introducción

El objetivo principal de este almanaque es recuperar el verdadero sentido que tuvo el Cruce de los Andes. En su bicentenario, parece que hubiera sido una hazaña deportiva, y San Martín, el coach de un equipo de andinistas aventureros que se propusieron figurar en un libro de récords, o algo por el estilo.

La verdadera hazaña del Ejército revolucionario, como pareciera ser que quieren transmitirnos los medios de comunicación en la actualidad, segmentando, inclusive, la historia oficial, fue triunfar en la batalla de Chacabuco, apenas terminada la travesía, y no el cruce de los Andes.

El Ejército de los Andes fue una fuerza armada revolucionaria, comandada por un “sedicioso” desertor de su propio ejército, que luchó por la liberación de América del Sur y cruzó la cordillera para romper con la dominación colonial española en Chile, para luego continuar la lucha anticolonialista en Perú, desobedeciendo, de nuevo, a su propio gobierno, que residía en Buenos Aires.

Tampoco el principal legado de San Martín fue “el trabajo en equipo”. El legado de quien varios años después fuera convertido en el Padre de la Patria fue su enorme obra libertadora, fue su vida y las verdades que se intentaron y se tratan de falsear, desdibujar y tergiversar desde su propia actualidad hasta la nuestra.

El historiador Antonio Pérez Amuchástegui decía: “Existe un marcado afán por rodear de misterioso secreto los actos de San Martín. Misterio en su decisión de regresar a América. Misterio en su conferencia con Bolívar en Guayaquil. Misterio en su salida del Perú. Misterio en su resolución de alejarse. Misterio en su regreso de 1829. Misterio en la Logia. Misterio en el hogar. Misterio en su ostracismo. Misterio en todo. Y no podían faltar presuntos misterios en su actuación como jefe del Ejército del Norte”. Y Hugo Chumbita agregaría: misterio en su propio origen, y Rodolfo Terragno, misterio en la autoría del Plan Continental.

Cuando a fines del 2015 estaba escribiendo mi anterior libro, Almanaque del Bicentenario de la Declaración de la Independencia Argentina, recorría, simultáneamente, gran parte de la bibliografía que luego he utilizado también en este trabajo. Y redescubría una obra monumental de principios de la década del 70, que fue una de las que me llevó a elegir esta profesión: Crónica Histórica Argentina (cinco volúmenes), que en ese momento se publicaba en fascículos semanales, y cada uno contenía la “crónica” correspondiente y una sección llamada “Más allá de la crónica” escrita por Pérez Amuchástegui. En esas secciones se analizaban los temas fundamentales de nuestra historia y se profundizaba sobre éstos de acuerdo con fundamentadas opiniones. Mientras escribía mi libro anterior, recordaba a menudo que muchos debates históricos que se dieron en los últimos 50 años —y antes también— ya habían sido planteados y, en algunos casos, resueltos, en esos capítulos que integran los volúmenes de Crónica… editados en 1972. Por ejemplo, el concepto de unidad regional latinoamericana o la restitución y valoración de los pueblos originarios a través del proyecto de la monarquía inca.

Fue releyendo esa obra, precisamente, y escribiendo las páginas del Almanaque del Bicentenario, cuando surgió la idea del presente libro. Porque, sin lugar a dudas, San Martín necesitaba mucho de las decisiones del Congreso de Tucumán: no sólo la declaración de la Independencia, sino también que ésta se hiciera en nombre de América del Sud; incorporar a Perú en el futuro (el diputado por Catamarca Manuel Antonio Acevedo no sólo propone la monarquía incaica sino también que la capital de la nueva Nación sea Cuzco), y por último, que la máxima autoridad apoyara su proyecto libertador (el Congreso eligió como Director Supremo a Pueyrredón, diputado por San Luis, que estaba de acuerdo y apoyó decididamente a San Martín, que en ese momento era el gobernador de Cuyo).

En algunos capítulos de Crónica…, Pérez Amuchástegui ya reconocía que el autor del Plan Continental (liberar Chile para luego hacer lo mismo con Perú y vencer definitivamente a los españoles) no era San Martín. Y aunque todavía faltaba mucho para conocer el descubrimiento de Terragno y el Plan Maitland, ya se confirmaba la participación de Tomás Guido y se revelaban las falsedades de Vicente Fidel López, con su apócrifa carta de San Martín a Rodríguez Peña, que sin embargo siguió siendo utilizada como fuente por la mayoría de los historiadores.

Este libro, si bien fue pensado y comenzado a proyectarse conjuntamente con el Almanaque del Bicentenario, fue tomando mayor fuerza cuando se fue confirmando la falta de historicidad que vivimos actualmente. Ya con las celebraciones de los doscientos años nada menos que de nuestra Independencia, la ausencia de LA HISTORIA marcó un objetivo claro: olvidar o ignorar el verdadero sentido de determinados procesos. Un peligrosísimo desconocimiento del porqué y del para qué tanta gente entregó sus hijos, sus riquezas, su futuro y hasta sus propias vidas, para que fuésemos un país libre, independiente, soberano.

El subtítulo de este libro, El almanaque de la hazaña, recibe este nombre para seguir intentando rescatar una tradición de antiguas publicaciones, en las que se abordaba un tema desde distintos aspectos: Industria y Comercio, Literario, Mundial, Geográfico, Histórico, etc. son algunos de los títulos de anteriores y actuales almanaques.

El presente libro está dividido en seis capítulos que se pueden leer en forma independiente y no necesariamente sucesiva. Se inicia con la historia desde el siglo XVIII hasta 1816, intercalados algunos datos biográficos de San Martín, previo al cruce de los Andes. Allí se plantea la cuestión del origen y la verdadera filiación paterna de San Martín.

El segundo capítulo trata sobre la historia de la guerra revolucionaria de Independencia, desde 1810 hasta 1815, con la descripción de las principales batallas; el objetivo es dimensionar la guerra libertaria no como un encuentro deportivo, sino como lo que realmente significaba: la lucha por imponer los ideales de la Revolución de Mayo y la independencia.

En el tercero, titulado La estrategia, el más crítico, se desarrolla la planificación del Plan Continental, su autoría y su instrumentación por parte del “genio”, que lo va “haciendo”, a pesar de los cambios que se van dando en cada momento y lugar. No sólo se analiza la estrategia del plan continental de liberación de Sudamérica, sino también el tratamiento que la historiografía les dio después a determinados temas.

El cuarto es el almanaque propiamente dicho del cruce de los Andes, día por día, desde los antecedentes, la formación del ejército, la travesía y los combates hasta la batalla de Chacabuco. Una completa cronología de los hechos.

El quinto recopila las biografías de los protagonistas de la gesta, y además, sirve para consulta constante, a medida que van apareciendo sus nombres en el texto, en el caso de que los lectores no recuerden quiénes fueron o qué hicieron dichos protagonistas. Pero el fin principal es dar a conocer sus vidas, antes y después del cruce de los Andes. Muchos de ellos, guerreros revolucionarios; otros, militares obedientes; algunos, verdaderos héroes que no fueron valorados debido a sus adhesiones políticas, y hasta mercenarios que peleaban donde mejor les pagaban o se les permitía.

Y el último capítulo trata sobre las calles de la ciudad de Buenos Aires que homenajean a los hombres, los combates y otros hechos, relacionados todos con el Cruce de los Andes y la guerra revolucionaria de nuestra Independencia.

Por último, vale la siguiente aclaración con respecto a las citas. Como lector, siempre siento incomodidad y hasta fastidio por el hecho de tener que interrumpir la lectura de un texto para ir a leer sus notas al pie (reconozco que es un problema personal), y como por defecto profesional siempre quiero saber dónde se obtuvo lo que se cita y se amplía a pie de página, al final del capítulo o del libro, al escribir mis propios trabajos opté, desde hace algunos años, no sólo no incorporar dichas notas, sino también —y contrariando alguna convención— aclarar o comentar algunas citas u obras de otros autores, en el texto mismo, y siempre citando con formato APA; es decir, mencionando apellido del autor y año de la edición, para que el lector sepa a qué obra pertenece, y también el número de página para poder encontrarla en el libro correspondiente, si es su deseo (igualmente, cuando hay dos o más del mismo autor). Para conocer cuál es el título de la obra citada, no hay más que recurrir a la bibliografía que figura al final del libro y buscar por apellido y año de edición. Una obra muchas veces citada aquí es la Crónica Histórica Argentina, antes mencionada, que al ser una obra colectiva, aparece abreviada como CHA (excepto cuando el autor de la cita es Pérez Amuchástegui).

 

GUILLERMO MÁXIMO CAO

BUENOS AIRES, ABRIL DE 2017

Capítulo 3
LA ESTRATEGIA:
EL PLAN CONTINENTAL

“No se felicite con anticipación de lo que yo pueda hacer en ésta. No haré nada y nada me gusta acá. La Patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra defensiva y nada más: para esto bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar otra cosa es empeñarse en echar al pozo de Ayron hombres y dinero. Ya le he dicho a Ud. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina: aliando las fuerzas pasaremos por el mar para tomar Lima. Ése es el camino y no éste mi amigo.” 22/4/1814, carta de San Martín a Nicolás Rodríguez Peña (carta publicada por Vicente Fidel López en 1881); (Pérez Amuchástegui, 1972, T. 2, pág. XXIX).

 

Este documento fue el que utilizaron la mayoría de los historiadores para adjudicarle la autoría del Plan Estratégico únicamente a San Martín. Sin embargo, la carta no existió nunca, sino en la cabeza de López, ya que nadie jamás vio el original y luego se comprobó que era un invento oportunista. Al respecto, Pérez Amuchástegui publicaba lo siguiente en 1972:

“Ni siquiera se repara en que el mismo López, apurado por Mitre, tuvo que confesar que la carta en cuestión no era más que un trasunto que había hecho de memoria. Por propia confesión del autor del engendro resulta, pues, necesario negar la autenticidad del famoso documento. Ello no quita que pueda haber algo de verdad en lo publicado por López. Pero pretender como se pretende que sea exacta la fecha y prístino el texto, representa una escandalosa violación de las más elementales normas metodológicas de la historiografía” (Pérez Amuchástegui, ob. cit., pág. XXX).

 

De todas formas, durante muchos años, este documento se mantuvo como cierto y se le atribuyó a San Martín la autoría de la estrategia libertadora. Por ejemplo, en la mayoría de las obras publicadas en 1950, con motivo del centenario de la muerte del Libertador, se le siguió dando a la falsa carta un valor documental que no lo tiene. “Entre ellas debe señalarse el estudio de Ricardo Levene, quien sigue haciendo apología de la famosa carta en El Genio de San Martín, 1950” (citado por Pérez Amuchástegui, 1972).

En un librito publicado por la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos, con motivo del bicentenario del nacimiento de San Martín en 1978, también inicia su capítulo de selección de documentos “de pensamiento americanista” con esta carta.

No existe ninguna duda de que el “hacedor” de la hazaña liberadora, independentista, anticolonial, fue José de San Martín. Nada le va a opacar la genialidad de su obra, pero tampoco la falsa exclusividad de la autoría de la estrategia le va a engrandecer más sus méritos. Por el contrario, lo convierten en un falso súper hombre que desmerece su crédito ante las mentiras comprobadas como tales.

Mucho más engrandece al Libertador, no sólo haber llevado a la práctica el Plan Estratégico elaborado en teoría por otros, sino también cómo lo fue modificando tácticamente a medida que en los hechos cambiaba la coyuntura. Por ejemplo, cuando se instala en Mendoza, Chile estaba en manos de los patriotas, con lo cual tenía que pasar la cordillera solamente para embarcarse hacia Perú; sin embargo, a las pocas semanas se produce el desastre de Rancagua y tiene que “inventar” la “guerra de zapa” y planificar el cruce con un objetivo de sorpresa y sincronización para llegar a Chacabuco y vencer.

También existe la intencionalidad de engrandecer la hazaña de la campaña liberadora de Chile y Perú y su exclusiva autoría, que resultó exitosa, para desdibujar u ocultar directamente el segundo gran objetivo de San Martín, la Logia y el resto de los libertadores americanos, que era el de establecer algún tipo de unidad regional. Como ese proyecto quedó truncado, pero siempre vigente, parecería que a algunos no les conviene atribuírselo al Padre de la Patria.

Los ejemplos abundan y se desarrollarán en este capítulo. Pero antes conozcamos la historia del Plan Estratégico Continental, bien resumido en la carta de López a pesar de que sea apócrifa. Tanto Vicente Fidel López como la historia oficial quisieron atribuirle al Libertador haber sido el único que lo ideó.

Sin embargo, otros actores de la Independencia esbozaron proyectos parecidos antes de 1817. Siempre, sin perder de vista que el hacedor, el que “lo hizo”, fue San Martín con su ejército. A continuación, vamos a recorrer algunos antecedentes.

El 29 de noviembre de 1813, el teniente coronel Enrique Paillardelle, desde el Alto Perú (Bolivia), plantea —en los fundamentos de un plan muy parecido— la imposibilidad de avanzar por “la ruta del Desaguadero”, y propone que un ejército conjunto chileno-rioplatense parta de Valparaíso y desembarque en Arica, para avanzar sobre Lima con el apoyo de Belgrano desde el Alto Perú. Paillardelle colaboró con San Martín en la instrucción de los oficiales en Tucumán y en la construcción de las fortificaciones de la ciudad (la Ciudadela), siendo un hombre de extrema confianza del Libertador, hasta que pidió licencia al enemistarse con San Martín por no reconocerle éste el grado militar a su hermano.

El 20 de mayo de 1816, Tomás Guido le presenta al Director Delegado, Antonio González Balcarce, la Memoria donde establece los principios del Plan Continental. Balcarce se lo envía al Director Supremo electo por el Congreso de Tucumán, Juan Martín de Pueyrredón, quien todavía no ha asumido.

 

“Guido en su Memoria luego de hacer un examen prolijo de la situación imperante, estudió los medios más eficaces para combatir los peligros que amenazaban la causa americana. Así llego a la conclusión de que la ocupación de Chile era el objetivo principal que a su juicio debía proponerse al gobierno. En ese informe habla de las medidas defensivas que era necesario adoptar para emprender la ofensiva a Chile, señalando la necesidad de apoderarse del mar para obrar en combinación con las fuerzas de tierra, recomendando que se enviasen emisarios secretos al país trasandino para levantar las poblaciones, medidas que permitirían formar un ejército que atravesaría la Cordillera con 6.000 hombres en dos meses.

”Expresaba en la Memoria que la sola noticia de una victoria en Chile bastaría para inflamar el espíritu de los pueblos” (Corbière, Emilio, en revista Todo es Historia N° 159, pág. 44).

“Sin duda alguna, la Memoria de Guido fue la primera propuesta concreta de un plan orgánico y razonable, en donde se analizaban minuciosamente los aspectos militares, económico, financiero y político” (Pérez Amuchástegui, ob. cit.)

“En su célebre Memoria de 1816 (Tomás Guido) estaba contenido el plan continental orgánico de liberación de Chile y Perú, en su estructuración formal, que había discutido y elaborado en mutuo acuerdo con San Martín” (Pérez Amuchástegui, ob. cit.).

 

Guido estuvo comprometido, desde el principio, con el sector más revolucionario. Él acompañó como secretario a Mariano Moreno en el viaje donde éste murió. Permaneció en Londres junto con Manuel Moreno, hermano del secretario de la Primera Junta, continuando la misión encomendada. Los tres habían viajado juntos. Uno, como encargado de la misión, y los dos acompañantes, como secretarios. Al morir Mariano, fue nombrado Manuel y Tomás continuó como secretario. Ambos tuvieron varios encuentros con autoridades, en Inglaterra, e inclusive Mitre dice que Guido conoció allí a San Martín; de hecho, los dos integraron la Gran Reunión Americana y cuando se reunieron nuevamente en Buenos Aires ya eran miembros de la Logia Lautaro.

En 1813 Guido fue destinado al Alto Perú; tras la derrota de Ayohuma, regresó a Jujuy donde se encontró con Belgrano. Luego pasó a Salta y, cuando San Martín fue destinado al Ejército del Norte, una de sus primeras reuniones fue con Tomás Guido. En este encuentro en una hacienda, en el camino entre Tucumán y Salta, comenzó el Libertador a recibir la información de la imposibilidad de avanzar por el Alto Perú y la conveniencia de hacerlo por Chile. Luego San Martín recibiría de Paillardelle la misma información. Pero es con Guido con quien empieza a elaborar el Plan a partir de las ideas de éste.

Cuando San Martín pide, por razones de salud, una licencia en su cargo (mayo de 1814) y se traslada a Córdoba para reponerse, lo hace acompañado de Guido. Es allí donde casi seguramente elaboraron juntos el Plan. No es casual que Carlos Guido y Spano, hijo de Guido, afirmara años más tarde (cuando su padre aún vivía) que “Tomás viaja a Buenos Aires y le pide al Director Posadas el nombramiento de San Martín como gobernador de Cuyo”. Lo cierto es que el 10 de agosto de 1814 el Libertador es nombrado gobernador y se traslada a Mendoza, donde asume el 1 de septiembre.

Carlos Guido y Spano, años más tarde (1864), va a reclamar que se le reconozca a su padre la autoría del Plan Continental, ya que Mitre sostenía que el único que ideó ese proyecto fue San Martín. En 1881, Vicente Fidel López inventa la famosa carta simplemente para que toda la “gloria” quede para el Libertador. Pero seguramente en López no sólo estuvo la intención de engrandecer la figura del Padre de la Patria, sino también la de ignorar a Tomás Guido, quién gozó de la confianza del “tirano” “deleznable” (para la Generación del 80) Juan Manuel de Rosas, de quien Guido fuera ministro y embajador en Brasil durante casi todo su mandato. Al menos, hay que reconocer la coautoría del Plan, si es que Guido y/o San Martín no conocían el Plan Maitland.

En 1981 Rodolfo Terragno descubre, en Escocia, el Plan Maitland. Un hallazgo extraordinario que viene a demostrar muchas cosas, pero que no cambia absolutamente en nada el proceso que acá estamos tratando. Sí cambia, y mucho, la interpretación histórica que podamos hacer del hecho. Básicamente —más adelante lo desarrollaremos más detalladamente—, el Plan consiste en un proyecto presentado, hacia 1800, por Thomas Maitland, un oficial escocés, que anticipaba las invasiones inglesas de 6 y 7 años más tarde y la campaña libertadora de San Martín. El plan se llamó originalmente “Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito”. Lo importante de señalar es que el objetivo final que se planteaba era la independencia de América con respecto a España, para ganar el mercado para Gran Bretaña. Sin eufemismos, ese, y no otro era el objetivo de plan, escrito de puño y letra: la conquista de nuevos mercados para la economía inglesa. La independencia era un medio, un instrumento para Maitland, mientras que para los libertadores de América era el objetivo final.

El propio Terragno, cuyo hallazgo demuestra que en historia nunca está dicha la última palabra —y acá sumamos a Chumbita, a Pérez Amuchástegui y a tantos otros que intentan sumar y construir verdades y no restar y tergiversar informaciones para sostener una historia mentirosa, que beneficia solamente a los que no quieren rescatar el verdadero significado del pasado—, no puede asegurar que San Martín haya conocido directamente el Plan Maitland; pero todo indica que sí pudo ser, y que si no lo leyó en forma directa o no tuvo conocimiento de él, alguno de los tantos ingleses u otros hombres de confianza (Paroissien, Guido), que estuvieron en Inglaterra, lo hayan conocido y se lo hayan comentado.

Ahora bien, la existencia previa del Plan Maitland no le resta ningún mérito a San Martín, porque en definitiva esto echa por tierra la originalidad y “propiedad intelectual” absoluta de cualquier obra humana. Lo relevante es que fue únicamente él quien pudo llevarlo a la práctica. Sus enemigos contemporáneos, gran parte de la clase dirigente porteña (cuyos descendientes se convertirán, sin ningún escrúpulo, en colonizados y fervorosos admiradores del Imperio británico), y los “amigos” actuales de esa dirigencia, a partir del descubrimiento de este documento podrían demostrar las sospechas de que el Libertador “trabajaba” para los ingleses.

Dando vuelta esa interpretación, y con absoluta honestidad, ya que es difícil hablar de objetividad, la existencia del Plan Maitland viene a corroborar que las acciones de San Martín eran y fueron las únicas posibles para lograr la independencia de América del Sur. Y que la independencia de la propia Argentina hubiera sido imposible sin la victoria de la revolución en Perú. Por lo tanto, lo único que demuestra fehacientemente la existencia de este documento, escrito casi veinte años antes de la hazaña, es el ¿error? de la dirigencia porteña de no haber apoyado a San Martín en su proyecto continental. En realidad, también se comprueba que esto no fue un error, sino una política premeditada, egoísta, mezquina y hasta suicida: haber pensado —con esa visión “chiquita” que tiene la oscura dirigencia, que sólo sirve a sus intereses y no a los de su Nación—, que con la independencia de Argentina “ya era suficiente” para sus intereses elitistas, y que el proyecto de San Martín de andar liberando pueblos (en los que, por otra parte, los porteños no tenían ningún interés, dados los negocios que ya preveían hacer con el Imperio británico) era una aventura a costa de sus dineros. Por eso, la falta de apoyo y las campañas en contra del Libertador, desde Buenos Aires, pero más profundas en Chile y terminantes en Perú, donde el Padre de la Patria tiene que irse a “lustrar botas a otro lado” (autoexiliado en Europa) como le había escrito Pueyrredón. Recordemos que una vez liberado Chile, San Martín recibe la orden de volver a Buenos Aires con su ejército para combatir a los caudillos federales.

 

El Plan Maitland

El Plan encontrado por Rodolfo Terragno, en un archivo de Gran Bretaña, en 1981, es un documento escrito por un militar escocés llamado Thomas Maitland, presentado a mediados de 1800 al primer ministro William Pitt.

En realidad, Maitland presentó dos proyectos: un primer memorándum y el proyecto definitivo. Los dos se encuentran transcriptos completos, en Maitland & San Martín, el libro de Terragno.

El Plan no se pudo llevar a la práctica porque Pitt renuncia al año siguiente de haberle sido presentado, y cuando asume de nuevo, en 1804, el mismo día en que Napoleón se coronaba emperador de los franceses, éste se convierte, hasta 1814, en el problema excluyente, en la prioridad para cualquier gobierno de Gran Bretaña. Tanto es así que la primera invasión inglesa (1806), si bien estaba planificada de antemano y el propio Maitland la había previsto, no fue una orden establecida desde el Almirantazgo, sino más bien una decisión de Popham y de otros miembros de la armada y el ejército británicos que se encontraban en las costas del sur de África.

El Plan Maitland se puede resumir en: 1, ganar el control de Buenos Aires; inclusive estipula la cantidad de hombres y armas necesarios para la invasión. 2, tomar posiciones en Mendoza. 3, coordinar acciones con un ejército en Chile. 4, Cruzar los Andes. 5, derrotar a los españoles y controlar Chile. 6, continuar por mar a Perú. 7, emancipar Perú. Todo esto basado en el apoyo de los criollos y los pueblos originarios, que estaban descontentos con la dominación española; el plan en todo momento habla de “independizar” y no de “colonizar”.

Las similitudes con el Plan Continental de San Martín son indudables, inclusive hasta las que pueden parecer notables diferencias no lo fueron. Por ejemplo, en el punto 1, Maitland proyecta una invasión por la fuerza de las armas. San Martín, luego de organizar su Regimiento de Granaderos tiene que tomar el control del gobierno por la fuerza mediante el golpe de Estado realizado el 8 de octubre de 1812, cuando junto a Bernardo Monteagudo, entre otros, y por supuesto con los Granaderos en la calle, destituye al primer Triunvirato e impone el segundo con el objetivo de convocar a una Asamblea, para declarar la Independencia y dictar una Constitución.

En el punto 3, Maitland piensa en una invasión por el Pacífico y a ese ejército coordinarlo en sus acciones con el que vendría de Mendoza. Cuando San Martín es nombrado gobernador de Cuyo (10 de agosto de 1814), Chile estaba prácticamente dominado por los patriotas criollos, pero en la batalla de Rancagua (octubre de 1814) son derrotados y Carrera, O’Higgins y centenares de hombres se exilian hacia este lado de la cordillera. Luego muchos de ellos se integrarán al Ejército de los Andes. Además, las guerrillas de Manuel Rodríguez y la guerra de zapa de San Martín van a suplir al ejército “del otro lado”. En los demás puntos, son más las enormes coincidencias, que las divergencias. (Cfr. Terragno, 2012, p. 24 y sig.)

Este documento confirma, una vez más, el accionar de la política exterior inglesa y su objetivo de aumentar sus mercados, rutas comerciales y proveedores de materias primas. Éstos son algunos conceptos del texto original:

“… sin ningún riesgo, realmente con muy poco gasto, y sin distraer ninguna parte importante de la fuerza disponible de Inglaterra, podría asestarse inmediatamente un golpe militar en aquella región, tan desventajoso para los intereses de España como beneficioso, según se probaría de inmediato, a los intereses políticos y comerciales de Inglaterra.

”En distintos momentos se han contemplado ideas para efectuar un ataque sobre los asentamientos españoles en los mares del Sur, todas basadas sobre el presupuesto de la debilidad militar española y el desafecto de los colonos.

”(…) con respecto a los sentimientos de los habitantes de las colonias españolas en aquel período; e informaciones más recientes nos conducen a creer que, en un grado considerable, el mismo espíritu existe todavía.

”(…) si bien hay algo fascinante en la idea de emancipar un continente del yugo de nuestro enemigo y (…) abrir nuevas fuentes de beneficio comercial para nosotros (…) me parece que una operación de tal naturaleza es demasiada vasta en extensión, e incierta en sus consecuencias, como para justificar el envío de una gran armada y una gran fuerza militar.

”Pero sí concibo que se puede asestar un golpe, no sujeto a ninguna de las objeciones precedentes, que tendría un objetivo inmediato, breve y rápido en sus efectos, justificado plenamente en términos políticos, y formaría parte, pequeña pero ciertamente brillante, de la subsiguiente campaña. Estoy sugiriendo un ataque sobre los asentamientos españoles en el Río de la Plata”. Del primer memorándum de Maitland (Terragno, ob. cit., pág. 68 y sig.).

 

No solo pone especial énfasis en los beneficios comerciales que obtendría Gran Bretaña, sino que se preocupa también por explicar que no demandaría un mayor costo económico y tampoco distraería fuerzas militares de lugares donde fueran imprescindibles. En el plan definitivo, Maitland explica, además, cómo financiar la campaña, y los contratiempos que se presentarían entre los hombres de las fuerzas armadas, ante tanta riqueza. Por eso insiste en darles participación especial a los “indios”, de los que dice, citando a un navegante: “Es impropio darle a esta gente el nombre de súbditos del Rey de España, con quien ellos están siempre en guerra”.

 

El plan definitivo se puede resumir así:

 

“En el este (…) he concebido un ataque a Buenos Aires (…) con 4000 efectivos de infantería y 1500 de caballería. (…) una vez capturadas Buenos Aires y Montevideo, su objeto debería ser enviar un cuerpo a tomar posición al pie de la falda oriental de los Andes, para cuyo propósito la ciudad de Mendoza es indudablemente el lugar más indicado. (…) El cruce de los Andes desde Mendoza hacia las partes bajas de Chile es una operación de cierta dificultad que toma cinco o seis días. Aun en verano, el frío es intenso pero con tropas a ambos lados cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace tiempo como el canal más apropiado para importar negros a Chile.

”(…) con la adquisición de Buenos Aires y Chile habríamos logrado nuestro propósito en gran medida (…) El fin de nuestra empresa sería indudablemente la emancipación de Perú y México, lo cual sólo se podrá lograr mediante la inmediata posesión de Chile” (Terragno, ob. cit., pág. 83 y sig.).

 

Como ya se dijo, San Martín, cuando se radica en Mendoza, contaba con el apoyo de los patriotas chilenos, que dominaron el territorio hasta la derrota de Rancagua. Esto fue suplantado por la maravillosa guerra de zapa, las guerrillas de Manuel Rodríguez y el factor sorpresa entrando a Chile por varios frentes y sincronizando la llegada de las tropas. De esa forma suplanta el ataque planificado desde el oeste.

También se dijo, y vale la reiteración, que no es fehacientemente comprobable que San Martín haya conocido el plan de Maitland; pero, si se toman en cuenta la planificación y todos los hechos ocurridos —sumado al secreto en el accionar típico de las logias, que no le hubieran permitido al Libertador dejar testimonio de su conocimiento—, existen más probabilidades de que lo haya conocido, aunque sea a través de otras personas, a que no haya tenido nunca noticias de él.

Por supuesto, esto no le quita —reiteramos— ningún mérito ni debería alimentar ninguna sospecha ni malintencionadas suspicacias acerca de que haya sido un agente de los ingleses; muy por el contrario: no solo fue él quien llevó a cabo ese plan que liberó a medio continente —y sin que exista ninguna prueba del apoyo, la logística ni el financiamiento ingleses—, sino que además supo suplir estas restricciones y sortear, con ingenio, entrega y pasión, todos los obstáculos. Si la dirigencia porteña hubiera sabido que el plan no era de San Martín sino de un militar de la corona británica, tal vez hubieran apoyado de buen grado la campaña, sin entorpecer, desprestigiar y atacar a San Martín, como lo hicieron sus contemporáneos.

Por otra parte, como ya se dijo, la genialidad de San Martín estuvo en adoptar las tácticas necesarias para llevar a cabo el plan estratégico —por lo menos, hasta donde pudo—, porque también hay que decirlo: la obra emancipadora la termina Simón Bolívar, y en parte, por la propia limitación de San Martín, provocada sobre todo por la dirigencia política porteña, chilena y peruana, los tres gobiernos más beneficiados por el Libertador y que finalmente lo llevaron a su voluntario pero inexorable exilio.

 

Las tácticas para aplicar el Plan

Dice Terragno:

 

“La estrategia consiste en el planeamiento y conducción de operaciones de gran escala: un arte que no se asienta, ni podría asentarse, sobre la improvisación. El estratega busca todas las alternativas posibles y examina todos los antecedentes que tiene a su disposición (…) San Martín habría incurrido en imperdonable negligencia si, antes de venir a Sudamérica, hubiese desperdiciado las oportunidades que tuvo de conocer las iniciativas de otros estrategas que —como miembros de una de las principales potencias de la época— habían estudiado formas de poner fin al imperio español en América” (Terragno, ob. cit., pág. 225).

 

No sabemos si San Martín conoció el Plan Maitland, y de conocerlo, si lo conocía en profundidad o no. Sí sabemos, y en esto le damos la razón a Terragno, que el Libertador era un extraordinario político y un militar estratega. Por lo tanto, cuando decide regresar a América, ya tenía que tener, al menos en mente, un esquema pensado o estudiado de la estrategia a seguir. Sabemos, además, que viene con un objetivo claro: independizar a esta parte del mundo del colonialismo español y crear una Nación soberana de alcance continental. También sabemos que conocía la geografía del lugar donde venía a pelear únicamente por los mapas, lecturas descriptivas y por dichos de amigos que le habían contado cómo era la tierra que lo vio nacer. Lo mismo sucedía con las características de la gente, la diversidad regional, los distintos intereses, etc. Era mucho más el desconocimiento que tenía de su territorio natal que las certezas de su memoria al respecto, dada la temprana edad en la que se fue del país. Lo que reafirma aún más su interés por las lecturas, investigación y planificación previa a su regreso.

Por eso, la Logia Lautaro. Por eso, el apuro para empezar: la misma tarde de su llegada al país se presenta al Gobierno para pedir ponerse al mando de “algo”. Y lo logra: sale con su grado militar reconocido y la indicación de organizar un regimiento. El mismo día que llega a Buenos Aires, el 9 de marzo de 1812.

El 16 de marzo de 1812 se crea oficialmente el Regimiento de Granaderos a Caballo, comandado por San Martín. El primer Triunvirato —como ya dijimos— le ordena la formación de un cuerpo especial de caballería. Por su admiración a los granaderos franceses, el entonces teniente coronel José de San Martín los bautizó de esa manera.

Una vez organizado el Regimiento de Granaderos a Caballo y analizada la situación política con Monteagudo y la gente de la Sociedad Patriótica y la propia Logia Lautaro, se decide a entrar en acción para tomar el control de Buenos Aires y lograr uno de los principales objetivos: declarar la independencia. El 5 de octubre llega, a la ciudad, la noticia del triunfo de Belgrano en Tucumán el 24 del mes anterior. La fiesta es general, y así lo cuenta Juan Manuel Beruti, en sus Memorias curiosas (cabe aclarar que el autor no es el patriota que junto con French movilizó al pueblo en 1810):

“Como a las 8 del día se hizo saber al público con una salva de artillería y repique general de campanas saliendo enseguida las músicas militares por las calles tocando y alegrando al pueblo por tan gloriosa acción, continuando ésta toda la noche, entre los vivas y aclamaciones de sinnúmero de gentes que iban cantando las glorias de la patria.