ÉTICA Y FE CRISTIANA EN UN MUNDO PLURAL

 

Emilio Martínez Navarro

 

 

 

 

 

 

 

Para Adela y Jesús,

maestros de ética,

hermanos en la fe

Contenido

Portadilla

Dedicatoria

 

Introducción

1. Diversidad de morales locales y de teorías éticas

2. Pluralismo moral, filosófico y religioso

3. Las parcelas del saber y el horizonte de la verdad

4. Ética cívica para la convivencia

5. Los valores de la ética cívica

6. Ética cívica y educación

7. Ética cristiana en un mundo plural

8. Compromiso cívico y compromiso cristiano: por un mundo menos injusto

Bibliografía

Créditos

INTRODUCCIÓN

 

Vivimos, desde siempre, en un mundo plural. Un mundo caracterizado a todos los niveles por la variedad, la diversidad, la pluralidad. Desde los albores de la humanidad, nuestro planeta alberga una multitud de grupos humanos heterogéneos, que durante siglos han vivido por regla general bastante aislados entre sí. Pero el curso de la historia ha ido aproximando a los pueblos de diversas maneras, desde las conquistas y colonizaciones a las relaciones comerciales, desde los intercambios de ciencia y tecnología hasta la difusión de las diversas religiones.

En los siglos más recientes, la historia parece acelerarse en muchos sentidos. Asistimos atónitos a una ocupación del planeta entero por parte de nuestra especie, mientras las distancias se acortan enormemente y los canales de información y comunicación entre los seres humanos se multiplican exponencialmente. Se diría que el desarrollo tecnológico ha puesto en manos de la humanidad una ingente cantidad de posibilidades que en otros tiempos se consideraron utópicas, pero no parece que hayamos alcanzado un desarrollo moral equivalente. Porque, mientras la tecnología nos está permitiendo, por ejemplo, ir a la luna y explorar los fondos marinos, los problemas de hambrunas, de guerras y de abusos a los débiles y al entorno natural están a la orden del día.

Parece, a primera vista, que los problemas morales de la humanidad son los mismos de siempre, sólo que agravados cada vez más por el hecho de que ahora disponemos de nuevos medios para seguir haciendo el mal. Urge, pues, una respuesta a las preguntas que nos hacemos un buen número de personas de nuestra época:

  ¿Acaso no hemos logrado cierto desarrollo moral a lo largo de la historia de la humanidad? En caso afirmativo, ¿en qué se nota ese desarrollo moral?
  En un mundo plural como el que nos rodea, ¿acaso no hay tantas éticas como grupos humanos, e incluso tantas éticas como personas? ¿No es la ética algo subjetivo, que cada cual entiende a su manera, sin posibilidad de objetividad alguna en cuestiones de valor?
  ¿Es posible señalar algunos valores básicos, lo suficientemente objetivos y vinculantes para todos los seres humanos, que permitan afrontar los problemas de nuestro mundo con alguna posibilidad de éxito? En caso afirmativo, ¿cómo podemos argumentar que hay tales valores básicos?
  Si hubiese algunos valores básicos compartidos, aunque cada grupo humano los contemplase desde sus propios esquemas, ¿no estaría en peligro el pluralismo moral, con riesgo de acabar viviendo todos en un mundo demasiado homogéneo?
  Y si pudiéramos evitar esa posible pérdida del pluralismo moral, ¿no caeremos en el relativismo extremo de creer que «todo vale lo mismo» mientras forme parte de «la cultura» de algún colectivo humano?
  En medio de semejante panorama, complejo y problemático, ¿qué puede aportar, si es que puede aportar alguna luz, una propuesta a la que pudiéramos llamar «ética cristiana»? ¿Acaso existe una ética cristiana, o más bien hay muchas propuestas diferentes que aspiran a ser consideradas como la auténtica ética cristiana?
  Suponiendo que hayamos encontrado una propuesta de ética cristiana que merezca realmente ese nombre, ¿deberían sus partidarios intentar difundirla entre todos los seres humanos para que algún día llegase a ser la única moral de toda la humanidad, aboliendo de ese modo el pluralismo moral que hoy existe?
  Y suponiendo que una genuina ética cristiana, que esté a la altura de nuestro tiempo, pueda ser compatible con el pluralismo moral y religioso, ¿qué relación puede y debe haber entre una propuesta de ética cristiana y una ética cívica común, vinculante para creyentes –de diversas confesiones– y para no creyentes?
  Suponiendo que hubiéramos encontrado una respuesta mínimamente satisfactoria para las preguntas anteriores, ¿cómo sería posible avanzar en la práctica hacia una convivencia más armónica, más respetuosa, más cooperativa, más humanizadora, entre las personas y entre los pueblos, a pesar de las diferencias que seguramente nos van a seguir separando en cuanto a creencias y actitudes éticas?

En estas páginas trataré de responder a las preguntas anteriores de la manera más clara y rigurosa que me sea posible, aprovechando las aportaciones de muchas personas que han hecho un generoso esfuerzo de reflexión y argumentación a lo largo de muchos años. Naturalmente, la interpretación que yo hago de sus ideas puede ser discutible, o incluso errónea. Pero en todo caso el lector o lectora encontrará en estas páginas, al menos, una invitación a la reflexión, al debate y a dejarse interpelar por la complejidad de la realidad que tenemos delante.

Agradezco entrañablemente las enseñanzas que he recibido de muy diversas lecturas y conversaciones, pero sobre todo del aporte de formación filosófica y de trabajo en equipo en torno a la profesora Cortina y al profesor Conill. Un ingrediente básico de ese aporte es el énfasis en dar prioridad a los afectados directos de la actividad que se lleve entre manos, tener muy presentes a los destinatarios de nuestro trabajo: en este caso, a los lectores y lectoras. A todos ellos envío desde estas páginas un fraternal y alegre saludo, y les pido que colaboren con sus comentarios y sugerencias a continuar la deliberación sobre los temas aquí tratados. Esa deliberación es una tarea interminable, pero apasionante. Gracias por participar.

EMILIO MARTÍNEZ NAVARRO (emimarti@um.es)