JOSÉ ANTONIO PAGOLA

 

JESÚS

Aproximación histórica

PRESENTACIÓN

 

¿Quién fue Jesús? ¿Qué secreto se encierra en este galileo fascinante, nacido hace dos mil años en una aldea insignificante del Imperio romano y ejecutado como un malhechor cerca de una vieja cantera, en las afueras de Jerusalén, cuando rondaba los treinta años? ¿Quién fue este hombre que ha marcado decisivamente la religión, la cultura y el arte de Occidente hasta imponer incluso su calendario? Probablemente nadie ha tenido un poder tan grande sobre los corazones; nadie ha expresado como él las inquietudes e interrogantes del ser humano; nadie ha despertado tantas esperanzas. ¿Por qué su nombre no ha caído en el olvido? ¿Por qué todavía hoy, cuando las ideologías y religiones experimentan una crisis profunda, su persona y su mensaje siguen alimentando la fe de tantos millones de hombres y mujeres?

 

 

¿Por qué he escrito este libro?

 

No es una idea nueva en mí 1. Siempre he sentido la necesidad de dar a conocer su persona y su mensaje. Estoy convencido de que Jesús es lo mejor que tenemos en la Iglesia y lo mejor que podemos ofrecer hoy a la sociedad moderna. Más aún. Creo, con otros muchos pensadores, que Jesús es lo mejor que ha dado la humanidad. El potencial más admirable de luz y de esperanza con el que podemos contar los seres humanos. El horizonte de la historia se empobrecería si Jesús cayera en el olvido.

Por eso me hace daño oír hablar de él de manera vaga o diciendo toda clase de tópicos que no resistirían el mínimo contraste con las fuentes que poseemos de él. Jesús se va apagando lentamente en los corazones mientras circulan entre nosotros ciertos «clichés» que empobrecen y desfiguran su persona: ese Jesús no puede atraer, seducir ni enamorar. Me hace sufrir también escuchar un lenguaje rutinario, gastado hace mucho tiempo: no enciende los corazones ni pone en el mundo su fuego; no desencadena conversión.

Me apena asimismo ver cómo se puede desenfocar inconscientemente el anuncio del verdadero proyecto de Jesús, y con qué facilidad se recorta su mensaje mutilando su buena noticia: por ejemplo, ¿cómo se puede hablar y escribir tanto de Jesús olvidando su anuncio del reino de Dios? Mucho más lamentable resulta asomarse a tantas obras de «ciencia ficción», escritas con delirante fantasía, que prometen revelarnos por fin al Jesús real y sus «enseñanzas secretas», y no son sino un fraude de impostores que solo buscan asegurarse sustanciosos negocios.

Mi propósito fundamental ha sido «aproximarme» a Jesús con rigor histórico y con lenguaje sencillo, para acercar su persona y su mensaje al hombre y la mujer de hoy. He querido poner en sus manos un libro que los oriente para no adentrarse por los caminos atractivos pero falsos de tanta novela-ficción, escrita al margen y en contra de la investigación moderna. Pero he buscado mucho más. Quiero despertar en la sociedad moderna el «deseo de Jesús», y sugerir un camino por el que se puedan dar los «primeros pasos» hacia su misterio.

Desde su primera edición, mi libro sobre Jesús ha tenido una acogida mucho más amplia y positiva de lo que yo podía esperar. Desde ambientes cristianos y desde sectores alejados de la fe he recibido el testimonio de cientos de personas manifestándome su gratitud por lo que ha significado su lectura en estos momentos de su vida. Pero mi obra ha recibido también críticas negativas y ha despertado cuestiones y recelos que pueden crear malentendidos. Todo ello me ha llevado a preparar una nueva edición revisando el texto y, sobre todo, ofreciendo una presentación más detallada de mi estudio y una notable ampliación del capítulo conclusivo. Lo hago con el único objetivo de que Jesús siga haciendo el bien a quienes se acerquen a él a través de estas páginas.

 

 

¿Qué ofrezco en este libro?

 

Soy cristiano y me esfuerzo por seguir a Jesús, no siempre con la fidelidad que yo quisiera, en el seno de la Iglesia católica. En ella alimento y celebro mi fe en Jesucristo, y desde ella trato de vivir al servicio del reino de Dios inaugurado por él. Sin embargo, no he escrito este libro para estudiar y exponer el contenido de mi fe en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado por nuestra salvación.

Tal como dice el subtítulo, es una «aproximación histórica» a la figura de Jesús, utilizando la metodología y los medios que se emplean en la moderna investigación. Los lectores encontrarán en estas páginas un estudio histórico sobre Jesús que trata de responder a preguntas como estas: ¿cómo era?, ¿cómo entendió su vida?, ¿cuáles fueron los rasgos básicos de su actuación y las líneas de fuerza o contenido esencial de su mensaje?, ¿por qué lo mataron?, ¿en qué terminó la aventura de su vida?

Desde hace algunos años, los expertos hablan del «Jesús histórico» y del «Cristo de la fe» como dos formas o caminos diferentes de acceder a Jesús. Cuando decimos «Jesús histórico», estamos hablando del conocimiento de Jesús que los historiadores pueden obtener utilizando los medios científicos de la moderna investigación histórica. Cuando, por el contrario, decimos «Cristo de la fe», estamos hablando del conocimiento al que llega la Iglesia respondiendo con fe a la acción reveladora de Dios encarnado en Jesús. No hay que confundir mi investigación sobre «Jesús histórico» con un estudio sobre el «Cristo de la fe» en el que creemos los cristianos.

Pero ¿qué necesidad tenemos los creyentes de acudir a la investigación histórica si, por la fe, conocemos el misterio que se encierra en Jesús? ¿Es legítima esta investigación? ¿Es necesaria? Pues bien, no solo es legítima, sino que es un trabajo al que la Iglesia no puede renunciar. La razón es sencilla. Si en Jesús confesamos al Hijo de Dios encarnado en nuestra propia historia, ¿cómo no vamos a utilizar todos los medios que estén a nuestro alcance para conocer mejor su dimensión histórica y su vida humana concreta? Nuestra misma fe lo está exigiendo 2.

Sin embargo hemos de ser modestos y realistas en este acercamiento a Jesús. Mediante la investigación histórica no es posible acceder a la «realidad total de Jesús»; solo podemos ir recuperando un retrato incompleto y siempre mejorable de su actuación en la Galilea de los años treinta del siglo I. Por eso es claro que la investigación histórica de la vida de Jesús no puede, por sí misma, despertar la fe en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado por nuestra salvación. La fe de la Iglesia en Jesucristo no depende de los avances de los investigadores. Si los cristianos creemos en Jesucristo, no es por los estudios que van publicando J. P. Meier, J. Gnilka, R. E. Brown, J. Schlosser y otros 3.

Pero, dicho esto, hemos de afirmar que la investigación histórica, llevada a cabo con rigor, puede despertar la atracción, el interés y la admiración de no pocos por Jesús. Conocerlo de manera más viva y concreta puede ser para muchos hombres y mujeres de hoy, sumidos en la crisis y el desconcierto religioso, el primer paso para iniciar una relación más viva, real y profunda con él. A los creyentes les puede ayudar a reavivar su fe en Jesucristo. A los menos creyentes o a los poco o nada creyentes les puede invitar a buscarlo de manera más sincera.

¿Por qué tiene la figura histórica de Jesús tanto poder de atracción? Sencillamente porque nos acerca a un Jesús «de carne y hueso», dando concreción y vida a su humanidad. Los cristianos confesamos que Jesús es «verdadero Dios y verdadero hombre». Las dos cosas. Sin embargo, con frecuencia sucede que subrayamos con mucha fuerza que es Dios. Y hemos de hacerlo así, pues de lo contrario quedaría destruida nuestra fe. Pero, si por acentuar su condición divina olvidamos que Jesús es hombre e ignoramos su vida humana concreta, disolvemos igualmente nuestra fe 4. Es significativo que el papa haya expresado su «agradecimiento sumo» a la exégesis moderna «por lo mucho que nos ha aportado y nos aporta». En concreto, J. Ratzinger agradece que «nos ha proporcionado una gran cantidad de material y de conocimientos a través de los cuales la figura de Jesús se nos puede hacer presente con una vivacidad y profundidad que hace unas décadas no podíamos ni siquiera imaginar» 5.

 

 

¿Cómo he trabajado el acercamiento a la historia de Jesús?

 

Dicho en pocas palabras, mi libro es un estudio de investigación histórica sobre Jesús, escrito por un creyente que no busca solo reconstruir científicamente la historia de Jesús en la Galilea de los años treinta, sino que lo hace con la voluntad de acercar su persona a los hombres y mujeres de hoy, convencido de que en él se encierra la «mejor noticia» que pueden escuchar en estos tiempos. ¿Es una pretensión excesiva? ¿Es posible abrir este camino? Voy a explicar lo que he intentado y cómo lo he hecho.

 Para hacer mi trabajo de investigación sobre Jesús he seguido los métodos con que opera la ciencia histórico-crítica. La historia, como las demás ciencias, tiene su propia autonomía y sus propias leyes. El hecho de ser creyente no me proporciona un instrumento privilegiado añadido para llevar a cabo el trabajo de investigador. «La exégesis católica no tiene un método de interpretación propio y exclusivo, sino que, partiendo de la base histórico-crítica, sin presupuestos filosóficos u otros contrarios a la verdad de nuestra fe, aprovecha todos los métodos actuales, buscando en cada uno de ellos la semilla del Verbo» 6. Siguiendo este principio básico, me he esforzado en cada uno de los pasos por operar con la ayuda de los criterios científicos aceptados hoy por la inmensa mayoría de los que investigan sobre Jesús, y he tratado de hacerlo con la mayor objetividad posible 7. Como diré enseguida, mi fe ha tenido una importancia grande en otro orden de cosas, pero no he acudido a ella como instrumento de interpretación histórica.

 En principio me he esforzado por investigar a Jesús a partir de todas las fuentes literarias disponibles 8. En esto hay un consenso generalizado entre los investigadores, cristianos o no cristianos. Esto no significa en absoluto equiparar arbitrariamente su valor o credibilidad. De hecho, los cuatro evangelios son, sin duda alguna, la fuente más importante y decisiva. No porque sean los escritos oficialmente aceptados por las Iglesias cristianas, sino porque provienen del grupo más cercano de seguidores de Jesús, y ofrecen el marco en el que su recuerdo se ha conservado de forma más completa y auténtica. El lector un poco atento observará que mi estudio está totalmente fundamentado y centrado en el análisis de las fuentes evangélicas.

De hecho, las demás fuentes, tan valoradas hoy por algunos sectores del mundo anglosajón, no aportan en la práctica información fiable de interés para aproximarnos a Jesús. Junto a los investigadores de mayor prestigio, también yo suscribo la conclusión a la que llega el eminente investigador J. P. Meier: «No creo que el material rabínico, los agrapha, los evangelios apócrifos y los códices de Nag Hammadi (en particular el Evangelio de Tomás) nos ofrezcan información nueva y fiable ni dichos auténticos e independientes del Nuevo Testamento» 9. El lector que se detenga a examinar las notas de mi libro observará que estoy atento al evangelio apócrifo de Tomás y otros escritos semejantes, pero no para fundamentar mis posiciones, sino para analizarlos críticamente o, en ocasiones, para reafirmar más algún aspecto señalado por los evangelios canónicos 10.

 Como es obvio, para no actuar de forma arbitraria o ligera, es necesario tener en cuenta a lo largo de la investigación criterios claros que nos permitan evaluar el contenido de las fuentes. De hecho, aunque los evangelios ocupan un lugar privilegiado en la investigación de Jesús, no son fuentes que garanticen automáticamente la historicidad de sus palabras y sus hechos tal como aparecen narrados en un determinado texto. Los evangelistas no han compuesto una «biografía» de Jesús en el sentido moderno de esta palabra. Sus escritos están impregnados de su fe en Cristo resucitado, son sumamente selectivos, han sido narrados en función de problemas y necesidades de las primeras comunidades cristianas y están ordenados y orientados hacia objetivos teológicos concretos. Por eso exigen un estudio crítico cuidadoso antes de obtener de ellos información fidedigna para la investigación.

Como es natural, he seguido los criterios de historicidad que están hoy más consolidados entre los investigadores: el criterio de dificultad (si un dato crea dificultades, es muy probable que provenga de Jesús y no de una creación posterior de la tradición cristiana); el criterio de discontinuidad, utilizado de manera plausible (si un dato no puede explicarse ni recurriendo al judaísmo ni a la Iglesia primitiva, es muy posible que lo tengamos que atribuir a Jesús); el criterio de testimonio múltiple (si un dato aparece en fuentes múltiples e independientes, crece su fiabilidad histórica); el criterio de coherencia (es más fiable lo que cuadra con las circunstancias históricas o con los datos bien establecidos) 11.

Hemos de recordar que la historia no es una ciencia exacta. El lector observará que, en bastantes ocasiones, voy matizando mis proposiciones con diversas expresiones («probablemente», «tal vez», «seguramente», «todo hace pensar que...», «no es fácil saber»). Es el lenguaje humilde del historiador. Lo importante es esforzarnos por acceder a lo esencial: el perfil básico de la persona de Jesús; los rasgos más característicos de su actuación, el contenido y las líneas de fuerza de su mensaje 12.

 Siguiendo la actitud generalizada de la investigación moderna, que no se limita al estudio crítico de las fuentes literarias que poseemos sobre Jesús, sino que emplea toda clase de métodos y ciencias, también yo me he esforzado por estar atento a las aportaciones más relevantes de la arqueología, la antropología cultural, la sociología de las sociedades agrarias de la cuenca mediterránea, la economía... 13 Esta forma de abordar el estudio de Jesús de manera interdisciplinar está logrando una mejor contextualización de Jesús en la Galilea de los años treinta del siglo I, arrojando nueva luz sobre su actuación y su mensaje (actividad curadora, comensalidad con «publicanos y pecadores», estilo de vivir de Jesús entre los últimos, exigencias concretas del reino de Dios, llamada concreta a la conversión...). He estado especialmente atento a esta investigación, pues, recogiendo pacientemente matices y detalles descuidados de ordinario, se hace posible introducir en nuestra visión del Jesús narrado en los evangelios esa «vivacidad» y «profundidad» de las que habla J. Ratzinger. Creyentes habituados a acceder a Jesús solo en el contexto, a veces rutinario, de la celebración litúrgica y de la predicación homilética, podrán tal vez contemplar a ese mismo Jesús con luz nueva al verlo contextualizado en su vida concreta de Galilea.

 Por último quiero decir que he hecho un esfuerzo grande por conocer de la manera más completa posible los trabajos más importantes de quienes están dedicados hoy a la investigación sobre Jesús. En la medida de mis posibilidades he estudiado, evaluado y sintetizado las aportaciones de los autores más reconocidos por su rigor histórico y la solidez de sus propuestas 14.

No he actuado de manera acrítica. En mi trabajo me distancio de un sector de investigadores que, por su metodología, utilización de las fuentes apócrifas o radicalidad de sus posiciones se aleja llamativamente de la investigación más equilibrada y reconocida 15. También me distancio netamente de la tendencia que se observa en algunos autores de entender la investigación como un esfuerzo por ir eliminando drásticamente de la tradición todo lo supuestamente añadido o retocado posteriormente por la tradición cristiana, hasta llegar a un «Jesús puro» que vendría a sustituir prácticamente al «Cristo de la fe». He seguido más bien el criterio de James D. G. Dunn y otros de estar atentos al impacto que, de hecho, dejó Jesús en sus seguidores más cercanos. A Jesús nos aproximamos estudiando sobre todo el recuerdo que dejó en los suyos 16.

También he hecho un esfuerzo por no quedarme encerrado en la «reconstrucción» personal de un autor u otro, aun de prestigio reconocido. En la investigación de estos últimos años se han diseñado diferentes modelos de Jesús: Jesús «reformador social», Jesús «itinerante cínico», Jesús «profeta escatológico», Jesús «maestro sapiencial», Jesús «carismático piadoso»... Los grandes investigadores corren el riesgo de focalizar su investigación en aquello que responde mejor a su «modelo» de Jesús, descuidando otros aspectos importantes que también están sólidamente recogidos en la tradición. Por mi parte he tratado de estar atento a las aportaciones más sólidas de estos «modelos» diversos, recogiendo lo que aparece razonablemente compatible entre sí 17.

 

 

¿Qué papel ha jugado mi fe?

 

Tengo que decir que yo no he sentido incompatibilidad alguna entre mi trabajo de investigación histórica y mi fe en Jesucristo. Como es natural, no he recurrido a mi fe como instrumento de investigación. He acudido a métodos científicos. Pero prescindir de la fe para estudiar históricamente a Jesús no significa negar la fe, ni mucho menos.

Mi fe ha sido desde el principio el estímulo principal en mi trabajo. Este libro ha nacido de mi fe y de mi amor a Jesucristo. Yo nunca investigaré la historia del emperador Tiberio ni la vida de Aristóteles. A los cristianos nos interesa mucho conocer todo lo que podamos de la persona y de la vida de Jesús precisamente porque creemos que a través de esa persona y de esa vida concreta se nos ha revelado Dios de forma única, excepcional e irrepetible. Si en Jesús me encuentro con el misterio de Dios encarnado, ¿cómo no me va a interesar conocer con la mayor concreción posible cómo es, qué defiende, a quiénes se acerca, qué actitud adopta ante los que sufren, cómo busca la justicia, cómo trata a la mujer, cómo entiende y vive la religión...? 18

Durante la elaboración de este libro he hecho algo que nunca había hecho anteriormente. Después de examinar una cuestión concreta valorando críticamente los datos que me proporcionaban los investigadores, he pasado muchas horas en silencio tratando de sintonizar con el protagonista. A veces lo he hecho como historiador (en tercera persona): «¿Quién es este Jesús que ha dejado tras de sí tantos interrogantes y debates?», «¿qué podemos decir hoy de su actuación y su mensaje?». Otras veces lo he hecho como creyente (en segunda persona): «¿Quién eres tú?», «¿qué es lo primero que brotaba en ti al ver sufrir a la gente?», «¿cómo puedo contar tu historia con verdad a los hombres y mujeres de hoy?». Entiéndase bien. No lo he hecho para modificar los datos críticamente establecidos, sino para penetrar mejor en el significado de esos datos y para sintonizar más vitalmente con la persona de Jesús y su mensaje.

Quiero decir también que, estimulado por la fe, he tratado de cuidar dos actitudes de orden «existencial», que van más allá de cualquier posición confesional o agnóstica. La primera es la afinidad. Es claro que, si el investigador tiene una afinidad vivida con aquello que está investigando, eso le permite captar y expresar mejor su significado 19. No cabe duda de que la sintonía con el mensaje de Jesús, la actitud abierta y positiva a sus llamadas, la simpatía con sus actitudes fundamentales... aumentan la capacidad del exegeta para captar su verdad. He tratado de sintonizar con Jesús, pero cuántas cosas se me habrán escapado por no ser un seguidor más fiel.

En segundo lugar, la fe me ha estimulado a narrar la historia de Jesús de manera significativa para la sociedad moderna. Esta preocupación acerca de lo que puede significar Jesús para la vida humana de hoy es legítima en cualquier investigador y sirve de acicate en la búsqueda histórica 20. He querido poner a los hombres y mujeres de hoy ante Jesús. Por eso, al redactar mi obra, me he alejado del género literario empleado de ordinario por los investigadores. No he buscado exponer fríamente las conclusiones, estableciendo los datos más fidedignos. No me he detenido en tecnicismos académicos ni en intereses de escuela. He pasado mucho tiempo buscando palabras claras, sencillas, buenas, para elaborar un relato vivo. He querido contar a Jesús de manera sencilla a los hombres y mujeres de hoy, pero sin desvirtuar o desfigurar los resultados de la investigación 21.

Mi opción por este género narrativo se debe a mi voluntad de acercar al lector de hoy, creyente o no, a la experiencia que vivieron los que se encontraron con Jesús, y ayudarle a sintonizar con la Buena Noticia que descubrieron en él. Si Jesús fue captado y recordado como algo «nuevo» y «bueno» por quienes se encontraron con él, ¿no podrá aportarnos hoy algo renovador, liberador, esperanzador? Recuperar de manera rigurosa y viva la dimensión humana de Jesús, ¿no puede ser hoy una «Buena Noticia» para creyentes y no creyentes? 22

Es difícil acercarse a él y no quedar atraído por su persona. Jesús aporta un horizonte diferente a la vida, una dimensión más profunda, una verdad más esencial. Su vida se convierte en una llamada a vivir la existencia desde su raíz última, que es un Dios que solo quiere para sus hijos e hijas una vida más digna y dichosa. El contacto con él invita a desprenderse de posturas rutinarias y postizas; libera de engaños, miedos y egoísmos que paralizan nuestras vidas; introduce en nosotros algo tan decisivo como es la alegría de vivir, la compasión por los últimos o el trabajo incansable por un mundo más justo. Jesús enseña a vivir con sencillez y dignidad, con sentido y esperanza.

Todavía más. Jesús puede llevar a creer en Dios sin hacer de su misterio un ídolo ni una amenaza, sino una presencia amistosa y cercana, fuente inagotable de vida y de compasión hacia todos. Lamentablemente vivimos a veces con imágenes enfermas de Dios que vamos transmitiendo de generación en generación sin medir sus efectos desastrosos. Jesús invita a vivir su experiencia de un Dios Padre más humano y más grande que todas nuestras teorías: un Dios salvador y amigo.

 

 

¿Cómo leer este libro?

 

Los capítulos que componen este libro no forman los eslabones de una historia biográfica de Jesús. No han de ser leídos así, pues, como es sabido, no es posible escribir una «biografía» de Jesús en el sentido moderno de esta palabra. Los trece primeros capítulos nos aproximan a él diseñando poco a poco sus rasgos principales: judío de Galilea (1), vecino de Nazaret (2), buscador de Dios (3), profeta del reino de Dios (4), poeta de la compasión (5), curador de la vida (6), defensor de los últimos (7), amigo de la mujer (8), maestro de vida (9), creador de un movimiento renovador (10), creyente fiel (11), conflictivo y peligroso (12), mártir del reino de Dios (13).

Los que no son cristianos podrán leer estos capítulos buscando conocer mejor a un hombre que ha marcado la historia de la humanidad. Algunos tal vez comenzarán a entender por qué el paso del tiempo no ha logrado borrar su fuerza seductora ni apagar el eco de sus palabras. Otros quizá sentirán que su persona y su mensaje siguen ahí, llamando a la humanidad a una vida más digna, humana y esperanzada. Tal vez haya quien se sienta personalmente invitado a poner más verdad, más sentido y más esperanza en su vida, acercándose más a su misterio.

Desde su fe en Jesucristo, los cristianos podrán leer estos mismos capítulos con otra emoción y gozo, al conocer de forma más concreta la vida humana de aquel en quien se nos ha revelado Dios de un modo único e irrepetible. Agradecerán a Dios porque su encarnación no ha sido un acontecimiento abstracto, sino un hecho tan humano como hacerse «vecino» nuestro en aquella aldea de Nazaret. Alabarán a Dios al tomar más conciencia de que, al encarnarse, no se nos ha revelado en la figura poderosa de un emperador romano o de un sumo sacerdote de Jerusalén, tampoco en las enseñanzas de un maestro de la ley o en la ascesis de un «monje» de Qumrán, sino en los rasgos inconfundibles de un «profeta» que anunciaba con pasión su reino de vida y justicia para todos, y en los de un «poeta» que narraba su compasión por el ser humano. Se conmoverán al ver que Dios encarnado ha convivido entre los hombres haciendo el bien: «curando la vida», «defendiendo a los últimos», «amando a la mujer» y buscando su verdadera dignidad. Tal vez su adhesión a Jesús crecerá al sintonizar con él como «maestro de vida» y «creyente fiel», y su voluntad de seguirle con fidelidad se reafirmará al ver su empeño en confiar su misión a un «grupo renovador» al que pertenecen ellos mismos. Y, una vez más, todos podrán adorar en silencio el Amor insondable de Dios revelado en su Hijo crucificado por la salvación del mundo.

En sentido estricto, un estudio histórico sobre Jesús ha de acabar cuando acaba su historia, en la ejecución del Calvario, el año 30. La resurrección del Crucificado no pertenece ya a la historia terrena de Jesús, pues, según sus seguidores, no es un retorno a esta vida nuestra en el mundo, sino su paso a la Vida de Dios. Por eso, la mayoría de investigadores concluyen su estudio con el capítulo de la crucifixión. Sin embargo yo no he querido acabar mi libro en la cruz. He añadido dos capítulos que desbordan la historia de Jesús: el capítulo 14, sobre Jesús «resucitado por Dios», y el último, titulado «Ahondando en la identidad de Jesús». ¿Por qué?

No he querido dejar a los lectores desconcertados ante un Jesús ejecutado cruelmente en un patíbulo. No todo terminó ahí. Si la crucifixión hubiera sido el último recuerdo que quedó de Jesús, no se habrían escrito los evangelios ni habría nacido la Iglesia. Es difícil saber quién habría guardado su memoria y cómo habría llegado hasta nosotros el eco de su vida y de su mensaje. Pero sucedió «algo» difícil de explicar. Sus seguidores más cercanos, que habían huido a Galilea abandonando a Jesús a su suerte, vuelven a Jerusalén, se reúnen en su nombre y comienzan a proclamar que el ajusticiado días antes en la cruz está vivo: ¡ha sido resucitado por Dios!

En este capítulo no expongo todo lo que los cristianos confesamos sobre Jesucristo, resucitado por el Padre de entre los muertos. Sencillamente he querido rastrear históricamente las fuentes para ver qué podemos decir sobre lo sucedido. Solo busco acercar a los lectores, que han recorrido mi obra hasta la ejecución de Jesús en la cruz, a la experiencia que han podido vivir quienes, por vez primera, se atrevieron a confesar que Jesús sigue lleno de vida después de su muerte. En concreto he abordado tres cuestiones que pueden ser objeto de un estudio histórico. Lo primero que podemos examinar es qué quieren decir los primeros que comienzan a hablar de la «resurrección» de Jesús: ¿cómo la entienden?, ¿en qué están pensando? Luego podemos examinar qué es posible decir históricamente del proceso que los llevó a creer en algo tan asombroso: ¿qué es lo que pudo provocar un vuelco tan radical en estos discípulos que poco antes huían dando por perdido a Jesús?, ¿qué es lo que han vivido después de su ejecución?, ¿qué podemos decir de la experiencia que ha desencadenado su entusiasmo por Cristo resucitado? Por último podemos apuntar las primeras conclusiones que empiezan a extraer de su fe en la resurrección: Dios le ha dado la razón a Jesús y le ha hecho justicia.

Naturalmente, no todos leerán de la misma forma este capítulo tan decisivo para la fe en Jesucristo. Entre los no creyentes brotarán las dudas más radicales: algunos se sentirán muy lejos de todo esto, pensarán que es demasiado bello para ser cierto; otros respetarán la fe cristiana o tratarán incluso de entenderla; puede haber quienes se sientan invitados a buscar sin cerrar ninguna puerta. Los cristianos, por su parte, sintonizarán con gozo con la experiencia de los primeros testigos del Resucitado. Es la «experiencia fundante» de la que ha nacido la Iglesia. Tal vez estas páginas le ayuden a más de uno a reavivar esa fe en Cristo resucitado que celebramos los cristianos todos los domingos.

El último capítulo cierra mi libro evocando brevemente el esfuerzo nunca concluido que van a iniciar los cristianos, a partir de su experiencia de Cristo resucitado, para ahondar en la verdadera identidad de Jesús. En el origen y la gestación de su fe en Jesucristo hay una pregunta a la que los primeros discípulos se sienten llamados a responder: ¿quién es este Jesús cuya vida era tan atractiva como sorprendente y cuya muerte lo ha sido aún más al terminar en resurrección?, ¿con quién se han encontrado realmente en Galilea?, ¿quién es este Profeta cuya vida ha despertado tanta esperanza en sus corazones y cuya resurrección de la muerte les invita ahora a esperar la vida eterna de Dios?, ¿cuál es la verdadera identidad de este crucificado al que Dios ha resucitado infundiéndole su propia vida?, ¿cómo le tienen que llamar?, ¿cómo lo han de anunciar?

No es el propósito de este libro desentrañar los complejos caminos de la gestación y desarrollo de la fe cristológica. Solo pretendo ayudar de manera modesta a que los lectores puedan vislumbrar algo de los primeros pasos que se dieron en las comunidades cristianas para ahondar en el misterio encerrado en Jesús. Para ello señalo dos hechos. En primer lugar, la relectura de la historia de Jesús que llevaron a cabo los evangelistas a la luz de Cristo resucitado, para ahondar en su persona, su actuación y mensaje; los evangelistas que, analizados críticamente, me han servido de fuente para aproximarme históricamente a Jesús, los presento ahora como testigos de la fe en Jesucristo, Hijo de Dios, que va emergiendo a partir del Jesús que conocieron en Galilea interpretado desde la luz de su encuentro con el Resucitado. En segundo lugar resumo brevemente el esfuerzo que hicieron las primeras generaciones cristianas para ir buscando «nombres» y «títulos» adecuados para expresar su verdadera identidad.

 

 

¿En quiénes he pensado al escribir este libro?

 

Antes que nada he tenido en mi mente a cristianos y cristianas que conozco de cerca. Sé cómo se encenderá su fe y cómo disfrutarán de ser creyentes si conocen mejor a Jesús. Bastantes de ellos, mujeres y hombres buenos, viven en la «epidermis de la fe», alimentándose de un cristianismo convencional. Buscan seguridad religiosa en las creencias y prácticas que encuentran a su alcance, pero no viven una relación gozosa con Jesucristo. Han oído hablar de él desde niños, pero lo que saben de él no los seduce ni enamora. Su vida se transformaría si se encontraran con Jesús. Conozco bien la tentación de vivir correctamente dentro de la Iglesia, sin preocuparnos de lo único que buscó Jesús: el reino de Dios y su justicia. Hay que volver a las raíces, a la primera experiencia que desencadenó todo. No basta confesar que Jesús es la encarnación de Dios si luego no nos preocupa saber cómo era, qué vivía o cómo actuaba ese hombre en el que Dios se nos ha revelado. Nada es más importante para la Iglesia que conocer, amar y seguir más fielmente a Jesucristo.

Pero Jesús no es solo de los cristianos. Su vida y su mensaje son patrimonio de la humanidad. Tiene razón el escritor francés Jean Onimus cuando manifiesta su protesta: «¿Por qué ibas a ser tú propiedad privada de predicadores, de doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples y directas, palabras que todavía hoy son para todos palabras de vida?». Mientras escribía estas páginas he pensado en quienes ignoran casi todo sobre Jesús. Hombres y mujeres para quienes su nombre no ha representado nunca nada serio o cuya memoria se ha borrado hace mucho de su conciencia. He recordado a jóvenes que no saben gran cosa de la fe, pero que se sienten secretamente atraídos por Jesús. Sufro cuando les oigo decir que han dejado la religión para vivir mejor. ¿Mejor que con Jesús? Cómo me alegraría si alguno de ellos vislumbrara en estas páginas un camino para encontrarse con él.

He tenido muy presentes a quienes, decepcionados ante el cristianismo real que tienen ante sus ojos, se han alejado de la Iglesia y andan hoy buscando, por caminos diversos, luz y calor para sus vidas. A algunos los conozco de cerca. No sienten su religión como fuente de vida y de liberación. Por desgracia han conocido el cristianismo a través de formas decadentes y poco fieles al evangelio. Con Iglesia o sin Iglesia, son muchos los que viven «perdidos», sin saber a qué puerta llamar. Sé que Jesús podría ser para ellos la gran noticia.

Pero nada me alegraría más que saber que su Buena Noticia llega, por caminos que ni yo mismo puedo sospechar, hasta los últimos. Ellos eran y son también hoy sus preferidos: los enfermos que sufren sin esperanza, las gentes que desfallecen de hambre, los que caminan por la vida sin amor, hogar ni amistad; las mujeres maltratadas por sus esposos o compañeros; los que están condenados a pasar toda su vida en la cárcel; los que viven hundidos en su culpabilidad; las prostitutas esclavizadas por tantos intereses turbios; los niños que no conocen el cariño de sus padres; los olvidados o postergados por la Iglesia; los que mueren solos y son enterrados sin cruz ni oración alguna; los que son amados solo por Dios.

Sé que Jesús no necesita ni de mí ni de nadie para abrirse camino en el corazón y en la historia de las personas. Sé también que otros pueden escribir sobre él desde un conocimiento histórico más exhaustivo, desde una experiencia más viva y, sobre todo, desde un seguimiento más radical a su persona. Me siento lejos de haber captado todo el misterio de Jesús. Solo espero no haberlo traicionado demasiado. En cualquier caso, el encuentro con Jesús no es fruto de la investigación histórica ni de la reflexión doctrinal. Solo acontece en la adhesión interior y en el seguimiento fiel. Con Jesús nos empezamos a encontrar cuando comenzamos a confiar en Dios como confiaba él, cuando creemos en el amor como creía él, cuando nos acercamos a los que sufren como él se acercaba, cuando defendemos la vida como él, cuando miramos a las personas como él las miraba, cuando nos enfrentamos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó, cuando contagiamos la Buena Noticia que él contagiaba.