GRUPOS
DE JESÚS

 

José Antonio Pagola

SALUDO

 

Querido amigo, querida amiga:

 

Durante cuatro o cinco años vas a formar parte de un Grupo de Jesús. Junto a otros amigos y amigas vas a vivir una aventura apasionante, pues vas a hacer un recorrido para arraigar tu vida con más fe y más verdad en Jesús.

Estos grupos son de Jesús. Se reúnen en su nombre. Él los convoca y alienta. Jesús ocupa su centro. Para tomar parte en tu Grupo de Jesús no necesitas una preparación especial. Tampoco ser un creyente practicante. Basta tu deseo de encontrarte con Jesús, el Cristo.

Impulsados por Jesús, estos grupos pueden ser en estos tiempos un cauce humilde para hacer circular su fuerza renovadora y humanizadora en el interior de una Iglesia en crisis y en medio de una sociedad necesitada de sentido y de esperanza.

En los próximos años se irá notando cada vez más cómo se va reduciendo el número de religiosos, religiosas y presbíteros en activo. Por eso seréis sobre todo mujeres y hombres del pueblo de Dios los que os movilizaréis para poner en marcha y animar estos Grupos de Jesús.

Estos Grupos de Jesús podrán contribuir, junto a otras iniciativas y experiencias, a que el Espíritu de Jesús resucitado pueda impulsar lo que el papa Francisco llama «un dinamismo evangelizador que actúa por atracción». Jesús salvará a la Iglesia, aunque nosotros no conozcamos sus caminos concretos.

No olvides que Jesús te acompaña y que su Espíritu está vivo dentro de ti. Él te ha traído hasta este Grupo de Jesús. Tu vida puede cambiar. Tu poca fe basta.

 

JOSÉ ANTONIO

GRUPOS DE JESÚS

 

Objetivo y rasgos

Volver juntos a Jesús, el Cristo

Nuestro objetivo principal en los Grupos de Jesús es vivir juntos un proceso de conversión individual y grupal a Jesús, ahondando de manera sencilla en lo esencial del Evangelio. Queremos hacer juntos un recorrido para conocer mejor a Jesús y arraigar nuestra vida con más verdad en su persona, su mensaje y su proyecto de hacer un mundo más humano. Estos grupos nacen de la convicción de que Jesús responde también hoy a las preguntas, los problemas y las necesidades más profundas de las personas1.

Reunidos en el nombre de Jesús

La primera experiencia que se vive en estos grupos se alimenta de esta promesa de Jesús: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Por eso los grupos se reúnen en nombre de Jesús. Él los convoca y alienta. Él ocupa el centro. Estos grupos son de Jesús. No tienen otro nombre ni protector. No se encuadran en la espiritualidad particular de ningún movimiento ni asociación religiosa. Son espacios de libertad, abiertos a quienes quieren vivir la experiencia de volver a Jesús «recuperando la frescura original del Evangelio» escuchado desde las inquietudes, problemas, sufrimientos y esperanzas de las mujeres y los hombres de hoy.

En un clima de amistad fraterna

Hacer juntos este recorrido buscando a Jesús es una experiencia renovadora que se vive en un clima de amistad fraterna. Algunos ya nos conocíamos, otros no. Aquí nos sentimos todos atraídos por Jesús. Nadie está por encima de nadie. Nadie es superior a los demás. En el grupo convivimos mujeres y hombres, creyentes convencidos y personas en búsqueda, laicos y presbíteros... Poco a poco, el Evangelio va despertando en nosotros la comunicación y el diálogo, la confianza mutua y la alegría.

Espacio de conversión a Jesucristo

Estos grupos de Jesús no pretenden sustituir a otros grupos pastorales, procesos catequéticos, catecumenados o realidades semejantes, que tienen sus propios objetivos y métodos. Los que tomamos parte en estos grupos nos movemos en otro plano: nos reunimos para vivir un proceso de conversión a Jesús que tiene un recorrido de cuatro a cinco años. Durante este tiempo, si somos cristianos comprometidos en algún campo, seguimos trabajando donde ya estamos. En los Grupos de Jesús encontramos el clima apropiado para dejarnos transformar por el Evangelio y para recuperar o reavivar nuestra identidad de discípulos y seguidores de Jesús.

Al servicio del proyecto humanizador del Padre

A lo largo de nuestro recorrido en estos Grupos de Jesús iremos descubriendo que no es posible seguir a Jesús sin identificarnos con el proyecto del reino de Dios, que constituye la pasión que animó su vida entera: hacer un mundo más justo, más digno y más dichosos para todos, empezando por los últimos. Por eso, en estos grupos nos sentimos llamados a «buscar el reino de Dios y su justicia». Esta pasión por un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, va marcando poco a poco nuestro estilo de vivir tanto en medio de la sociedad como el interior de la Iglesia.

Construyendo la Iglesia de Cristo

Estos grupos no nacen para vivir encerrados en sí mismos, pensando solo en sus problemas o hablando solo de sus cosas. Desde el comienzo se sitúan en el horizonte del reino de Dios y en el seno de la Iglesia. Más en concreto, los Grupos de Jesús viven y crecen con la voluntad de contribuir a impulsar en el interior de la Iglesia una conversión radical a Jesucristo. Por eso nos esforzamos por contribuir con nuestra propia conversión a construir una Iglesia más fiel a Cristo: una Iglesia más sencilla, fraterna y acogedora; una Iglesia samaritana, compasiva, «amiga de pecadores»; una Iglesia donde la mujer ocupe el lugar querido por Jesús; una Iglesia que nos lleve a Jesús y nos enseñe a confiar en el Padre. Una Iglesia de corazón grande en la que cada mañana nos pongamos a trabajar por el reino, sabiendo que Dios ha hecho salir su sol sobre buenos y malos.

Puesta en marcha del grupo

Primeros pasos

Para tomar parte activa en estos Grupos de Jesús no se requiere una preparación especial. Basta que un grupo de personas quieran hacer la experiencia de escuchar juntos el Evangelio para volver a Jesús. No es necesario que sean practicantes. Pueden hacer el recorrido creyentes convencidos, poco creyentes e incluso personas que andan buscando y se sienten atraídas por Jesús. Él está en el corazón de todos, despertando nuestra fe o el deseo de una vida más digna. Lo pueden acoger los cristianos convencidos y los no practicantes; los sencillos y los ignorantes; los que se sienten perdidos y los que viven sin esperanza. Jesús es para todos.

El moderador

Para poner en marcha un Grupo de Jesús no es necesaria la presencia de un presbítero o de una religiosa. Pero sí es necesario que alguien dirija y anime discretamente el grupo. No es necesario que sepa más que nadie. El grupo no se reúne para escucharle a él o a ella, sino para escuchar a Jesús, que nos habla desde el Evangelio. La misión del moderador es convocar a los miembros, asegurar que todos tomen parte dialogando amistosamente, con respeto mutuo y de manera positiva, que se escuche el Evangelio y se cree clima de oración y de conversión a Jesús, siguiendo los diversos pasos de la reunión.

La iniciativa de los laicos

Sin duda, los curas y las religiosas pueden tener un papel muy importante para impulsar estos Grupos de Jesús, sobre todo en los inicios. Pero en el futuro serán los laicos los que encontrarán en estos grupos un espacio nuevo de compromiso evangelizador. Serán hombres y mujeres del pueblo de Dios los que se movilizarán para constituir y animar los Grupos de Jesús. No hemos de pensar en grupos grandes y complejos, sino, sobre todo, en pequeñas células en torno a doce personas más o menos. En estos momentos están en marcha grupos de vecinos practicantes, matrimonios cristianos, parejas en situación irregular, antiguos alumnos de un colegio, religiosas y madres...

Doble compromiso

Iniciar el recorrido en un Grupo de Jesús supone un doble compromiso en el que todos nos hemos de sentir solidarios. En primer lugar nos comprometemos a preparar lo mejor posible la reunión: la buena marcha del grupo va a depender, en buena parte, del trabajo personal que hagamos cada cual en casa, antes de venir al encuentro. En segundo lugar nos comprometemos a tomar parte activa en la reunión; no todos tenemos la misma facilidad para hablar y dialogar, pero todos venimos al grupo a aportar con toda sencillez, no solo a recibir.

Creatividad del grupo

Al grupo se le propone un recorrido que tiene siete etapas (ver el índice). En cada tema se trata un texto evangélico. A los participantes se les ofrecen diferentes ayudas: para descubrir entre todos el mensaje del Evangelio; para motivar la conversión personal; para estimular el compromiso del grupo en el proyecto de Jesús. Es conveniente que el recorrido se haga correctamente, pero es el grupo el que ha de tener su propia creatividad para decidir la periodicidad y ritmo de los encuentros, así como el lugar más adecuado para las reuniones y su duración. Al grupo se le proponen también sugerencias para la oración, pero, como es natural, conviene que el grupo desarrolle su propia creatividad (cantos, símbolos, gestos, música de ambiente...).

Antes de comenzar el recorrido

Antes de iniciar el recorrido es conveniente hacer un encuentro o dos para tomar contacto entre los participantes, para conocer lo que es un Grupo de Jesús y para concretar, entre todos, el lugar y la periodicidad de las reuniones, la distribución de tareas, la adquisición de los materiales, la preparación de la primera reunión... (se puede utilizar el material de esta introducción sobre los Grupos de Jesús leída y comentada por todos).

Dinámica de las reuniones

A cada tema le dedicaremos dos reuniones. En la primera tenemos como objetivo acercarnos al texto evangélico. Es lo primero. Captar lo mejor posible el mensaje del Evangelio. En la segunda reunión nos proponemos trabajar nuestra conversión personal y el compromiso del grupo en el proyecto de Jesús. Si el grupo lo ve necesario puede añadir otra reunión.

 

Empezamos todas las reuniones escuchando la proclamación del Evangelio en un clima de silencio y escucha atenta. Las concluimos orando juntos el Padrenuestro, puestos de pie y con las manos unidas, formando un círculo. Al terminar nos damos el abrazo de paz.

Primera reunión (acercamiento al Evangelio)

— En casa. Lo primero que hacemos siempre es leer el evangelio. Pero antes cerramos los ojos y en silencio tomamos conciencia de lo que vamos a hacer: «Voy a escuchar a Jesús, Dios me va a hablar, ¿qué escucharé en estos momentos de mi vida?». Esta breve pausa para disponer nuestro corazón puede cambiar profundamente nuestra manera de leer el Evangelio.

Luego leemos el texto evangélico señalado. Lo hacemos muy despacio. No tenemos ninguna prisa. Lo importante es captar lo que el texto quiere comunicar. Si leemos despacio, muchas palabras de Jesús que hemos escuchado tantas veces de forma rutinaria empezarán a tocar nuestro corazón.

En esta lectura nos podemos fijar sobre todo en Jesús. Tenemos que captar bien qué es lo que dice y qué es lo que hace. Hemos de grabar en nosotros sus palabras y su estilo de vida. De él iremos aprendiendo a vivir.

Una vez terminada la lectura nos ponemos a profundizar en el texto evangélico, siguiendo las preguntas o sugerencias del guión. Así escucharemos el mensaje y nos preparamos para hacer al grupo nuestra pequeña aportación.

— En el encuentro. Empezamos siempre creando un clima de silencio y recogimiento para escuchar la proclamación del Evangelio de Jesús, leído por la persona señalada.

Después ahondamos entre todos en el texto evangélico. Seguimos las preguntas y sugerencias del guión. El diálogo ha de ser abierto, espontáneo, pero también ordenado. El moderador puede ir leyendo las preguntas o recoger otras que sugieran los miembros del grupo. No se trata de discutir, sino de exponer el eco que el Evangelio encuentra en nuestro corazón.

Al terminar el diálogo leemos entre todos el comentario y lo vamos comentando despacio. Lo importante es que el mensaje evangélico vaya penetrando en nuestro corazón. Por razones pedagógicas conviene que no leamos este comentario antes de haber trabajado nosotros mismos buscando el mensaje del texto evangélico.

Terminamos el encuentro en oración siguiendo las sugerencias del guión o la creatividad del grupo.

Oración del Padrenuestro y abrazo de paz.

Segunda reunión (acercamiento a la vida)

— En casa. Antes que nada nos recogemos, recordamos lo vivido en el último encuentro y leemos de nuevo el evangelio. Ahora lo conocemos mejor.

Después, reflexionamos sobre nuestra conversión personal. Las preguntas del guión solo son un punto de partida. Cada uno nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús. Para muchos será una experiencia de comunicación muy íntima con Jesús. Por eso sugerimos algunas pautas para una conversación con él.

Por último reflexionamos sobre el posible compromiso de todo el grupo en el proyecto de Jesús. Si nos ayuda, podemos tomar algunas notas para llevar nuestra aportación al grupo.

— En el encuentro. Comenzamos, como siempre, haciendo silencio para escuchar la proclamación del Evangelio de Jesús.

Luego compartimos nuestra reflexión sobre la llamada que hemos escuchado a la conversión personal. Lo hacemos con respeto mutuo grande. Cada cual comunica al grupo lo que cree conveniente. Todos vamos perfilando mejor nuestros pasos para seguir a Jesús.

Después pasamos a dialogar sobre nuestro compromiso en el proyecto de Jesús. Aquí, seguramente, el diálogo será más vivo y variado. Cada uno hablamos desde nuestro propio contexto familiar, el ambiente en el que nos movemos en la vecindad, trabajo, parroquia... Seguimos las sugerencias del guión o nos detenemos en otras cuestiones de interés para el grupo. Entre todos vamos concretando nuestro compromiso con realismo, humildad y gran confianza en Jesús. Él nos sostiene y acompaña.

Terminamos el encuentro en oración, en un clima de alegría y acción de gracias.

Oración del Padrenuestro y abrazo de paz.

Al terminar el recorrido

Al terminar su recorrido, cada Grupo de Jesús dedica un tiempo a reflexionar para tomar una decisión entre diferentes alternativas.
En algún caso, el grupo termina y sus miembros se van comprometiendo, cada uno por su parte, en tareas pastorales y evangelizadoras diversas.
En otros casos, el grupo termina como Grupo de Jesús, pero sus miembros toman la decisión de continuar reuniéndose para escuchar juntos el Evangelio (siguiendo, por ejemplo, alguno de los textos evangélicos de los domingos). Incluso pueden invitar a nuevas personas.
En otros casos, el grupo decide permanecer unido para ofrecerse al servicio de las necesidades pastorales de una parroquia concreta, o se constituye como un equipo evangelizador, concretando su quehacer en algún campo determinado (marginación social, atención a niños o ancianos necesitados de ayuda, atención a inmigrantes, apoyo a familias rotas...).
La mejor alternativa puede ser la siguiente: el Grupo de Jesús termina, pero sus miembros se comprometen a poner en marcha dos o más Grupos de Jesús, acompañándolos con su experiencia. Esta decisión sería de gran importancia, pues iría multiplicando la difusión de Grupos de Jesús.

De esta forma circularía en el interior de la Iglesia la fuerza renovadora del Evangelio, reavivando la fe de las comunidades cristianas y abriendo caminos al reino de Dios en la sociedad. Así, estos Grupos de Jesús podrían contribuir, junto a otras experiencias e iniciativas, a que el Espíritu pueda impulsar lo que el papa Francisco llama «un dinamismo evangelizador que actúa por atracción» (La alegría del Evangelio 131).

 

A lo largo de su recorrido, los grupos podrán tener acceso a una web, que llevará el nombre www.gruposdejesus.com, para compartir su experiencia, pedir orientación u ofrecer sugerencias. Así nos ayudaremos unos a otros.

1

REUNIDOS EN EL NOMBRE DE JESÚS

 

Estos primeros encuentros tienen como objetivo facilitar la formación del grupo en el que vamos a iniciar juntos este proceso de conversión a Jesucristo. Es necesario que todos escuchemos con fe la llamada de Jesús; que vayamos descubriendo de manera más concreta el objetivo del proceso; y que adoptemos poco a poco las actitudes básicas para hacer este recorrido.

La llamada de Jesús

Los tres primeros encuentros van a ayudar a iniciar nuestro recorrido convocados por Jesús. Es él quien nos llama, nos reúne y nos guía en todo este recorrido.

1) ¡Ánimo! Soy yo. No temáis. Comenzamos escuchando la llamada de Jesús, que nos anima a comenzar nuestra tarea confiando totalmente en él, sin hundirnos ante las dificultades que podemos experimentar en estos momentos de crisis religiosa.
2) ¡Ánimo! Levántate. Te está llamando. Tal vez la primera dificultad es nuestra fe débil y nuestra mediocridad. Vamos a escuchar la llamada de Jesús para tomar la decisión de seguirlo con más verdad y más fidelidad.
3) Venid a mí los que estáis cansados y agobiados. Intuimos que este recorrido nos va a exigir esfuerzo, y nosotros no estamos seguros de nuestras fuerzas. Más bien nos sentimos débiles e inconstantes. A lo largo de este recorrido vamos a necesitar muchas veces del apoyo y la comprensión de Jesús.

El objetivo principal

Los tres encuentros siguientes están orientados a ir perfilando mejor nuestro objetivo. Necesitamos ver de manera clara qué es lo que buscamos y cuál es el recorrido concreto que pretendemos hacer.

4) Pedid, buscad, llamad. Antes que nada es importante que nos sintamos un grupo de buscadores. No vamos a vivir este recorrido de manera pasiva o indiferente. Queremos vivir en actitud de búsqueda.
5) ¿Qué buscáis? Queremos buscar juntos a Jesús. Pero, ¿qué buscamos exactamente? ¿Qué esperamos de él? Queremos conocer el secreto de su vida, ver «dónde vive», cómo vive, para qué vive.
6) Id a Galilea. Allí lo veréis. Queremos ver dónde vive Jesús, aprender a vivir como él. Pero, ¿dónde podemos verlo? Hemos de volver a Galilea. Hacer de alguna manera el recorrido que hicieron los primeros discípulos y discípulas. Él va por delante de nosotros.

Dos actitudes básicas

Para seguir hoy a Jesús resucitado por los caminos de Galilea, aprendiendo a vivir como él, hemos de cuidar desde el principio dos actitudes básicas: escuchar a Jesús, sin que otras voces nos distraigan; y abrirnos a su Palabra, dejándonos trabajar por él.

7) Este es mi Hijo amado. Escuchadle a él. Si queremos seguir a Jesús como verdaderos discípulos y discípulas, no podemos caminar de manera distraída. Hemos de vivir muy atentos a su Palabra. Escucharle a él y solo a él. Es nuestro único Maestro.
8) ¡Ábrete! Escuchar a Jesús, el Hijo amado de Dios, pide abrirnos a su Palabra. Dejarnos trabajar por ella. No hacer el recorrido con el corazón bloqueado, sordos a sus llamadas.

1

¡Ánimo! Soy yo. No temáis

MATEO 14,24-33

 

La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían:

—Es un fantasma.

Y se pusieron a gritar de miedo. Pero Jesús les dijo enseguida:

—¡Ánimo! Soy yo, no temáis.

Pedro le respondió:

—Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas.

Jesús le dijo:

—Ven.

Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús. Pero, al ver la violencia del viento, se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó:

—¡Señor, sálvame!

Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo:

—¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

Subieron a la barca, y el viento se calmó. Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo:

—Verdaderamente eres Hijo de Dios.

 

Guía de lectura

En este primer encuentro nos planteamos cómo vivir nuestra fe y nuestro seguimiento a Jesús sin hundirnos ante las dificultades que podemos encontrar en el momento actual. Necesitamos, antes que nada, sentir la cercanía de Jesús. Él nos llama y nos sostiene desde el comienzo de nuestro recorrido.

Acercamiento al texto evangélico

Situación de la barca de los discípulos. El evangelista la describe con tres rasgos. ¿Los podemos señalar? ¿Te recuerda esa «barca de los discípulos» a la Iglesia actual? ¿Por qué?
La crisis de los discípulos. ¿Por qué se turban exactamente? ¿Te impresiona su grito: «Es un fantasma»? ¿Hemos pensado alguna vez que todo esto de la fe podría ser un engaño? ¿Conocemos a personas que sienten algo parecido?
Las palabras de Jesús. Les dice tres cosas. ¿Las podemos comentar? ¿Has experimentado alguna vez a Jesús infundiéndote ánimo y liberándote del miedo y la angustia?
La fe de Pedro. ¿Qué piensas de su oración? ¿Se puede hablar a Jesús sin saber si te está escuchando realmente alguien? ¿Has rezado así alguna vez? Contemplamos a Pedro entre las olas: ¿siento que la fe es muchas veces caminar «sobre las aguas» apoyándome solo en la palabra de Jesús?
La crisis de Pedro. ¿Por qué comienza a hundirse? ¿Qué hace antes de hundirse del todo? ¿Qué piensas de su grito? ¿Entendemos a Pedro?
La reacción de Jesús. ¿Cómo reacciona? ¿Qué es lo que más nos conmueve? ¿Es Jesús para mí una mano tendida que me agarra en los momentos de crisis? ¿Podemos explicar nuestra experiencia?

Comentario2

Creer en medio de la crisis

Eran tiempos difíciles para la joven comunidad cristiana en la que Mateo escribía su evangelio. Se había enfriado el entusiasmo de los primeros tiempos. Los conflictos y tensiones con los judíos eran fuertes. ¿Se hundiría la fe de aquellos creyentes? Lo primero que necesitaban era descubrir la presencia de Jesús en medio de la crisis.

Recogiendo un relato que encontró en Marcos y algunos recuerdos que se conservaban entre los cristianos sobre una tempestad a la que tuvieron que enfrentarse en alguna ocasión los discípulos de Jesús en el mar de Galilea, Mateo escribió una bella catequesis de Jesús con un objetivo concreto: ayudar a los seguidores de Jesús a reafirmarse en su fe sin dejarse hundir por las dificultades. Lo hizo con tal fuerza que todavía hoy nos puede reavivar por dentro.

Los discípulos están solos. Esta vez no los acompaña Jesús. Se ha quedado a solas en un monte cercano, hablando con su Padre en el silencio de la noche. Mateo describe con rasgos certeros la situación: los discípulos se encuentran solos, «muy lejos de la orilla», en medio de la inseguridad del mar; la barca está «sacudida por las olas», desbordada por fuerzas adversas; «el viento es contrario», todo se vuelve en contra. Además se ha hecho de noche y las tinieblas lo envuelven todo.

Los cristianos que escuchan este relato lo entienden enseguida. Conocen el lenguaje de los salmos y saben que «las aguas profundas», «la tempestad», «las tinieblas de la noche»… son símbolo de inseguridad, angustia e incertidumbre. ¿No es esta la situación de aquellas comunidades, amenazadas desde fuera por el rechazo y la hostilidad, y tentadas desde dentro por el miedo y la poca fe? ¿No es esta nuestra situación?

Entre las tres y las seis de la mañana se les acerca Jesús andando sobre las aguas. Nunca ha dejado de pensar en ellos. Pero los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tempestad y las tinieblas. Jesús les parece «un fantasma», algo no real, una ilusión falsa… Los miedos en la comunidad cristiana son uno de los mayores obstáculos para reconocer a Jesús y seguirlo con fe como «Hijo de Dios» que nos acompaña y nos salva en las crisis.

Jesús les dice las tres palabras que necesitan escuchar: «Ánimo. Soy yo. No tengáis miedo». Estas tres palabras las iremos escuchando más de una vez a lo largo de nuestro recorrido. «Ánimo»: Jesús viene a infundir ánimo y sembrar esperanza en el mundo. «Soy yo»: no es un fantasma, sino alguien vivo, lleno de fuerza salvadora. «No tengáis miedo»: hemos de confiar y aprender a reconocerlo junto a nosotros en medio de las crisis, peligros y dificultades. ¿No es esto lo que necesitamos escuchar hoy los cristianos?

Animado por las palabras de Jesús, Pedro hace una petición sorprendente: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». No sabe si Jesús es un fantasma o alguien vivo y real, pero quiere vivir la experiencia de caminar hacia él andando, no sobre tierra firme, sino sobre el agua; no apoyado en la seguridad, sino en la debilidad de la fe. Jesús le dice: «Ven».

¿No es esta la llamada que nos está haciendo Jesús en estos momentos de crisis y desconcierto? En nuestro recorrido nos encontraremos más de una vez con su invitación: «Ven y sígueme». Así llamaba por los caminos de Galilea y así llama hoy a quien lo quiera escuchar. Pero la llamada a Pedro en medio de la tempestad encierra algo más: «Ven a mi encuentro caminando sobre las aguas, aunque no aciertes a reconocerme en medio de esta tempestad, y aunque estés lleno de dudas en medio de la noche».

Pedro bajó de la barca y «se puso a caminar sobre las aguas yendo hacia Jesús». Esto es esencialmente la fe cristiana. «Caminar hacia Jesús», dar pasos día a día orientando nuestra vida hacia él. «Sobre las aguas», sin otro apoyo firme que no sea su Palabra. Sostenidos por su presencia misteriosa en nuestra vida. ¿Estamos dispuestos a hacer esta experiencia?

No es fácil vivir esta fe desnuda. Pedro en concreto «sintió la fuerza del viento, le entró miedo y empezó a hundirse». Es lo que nos puede pasar en estos momentos: nos fijamos solo en la fuerza que tiene el mal, nos entra el miedo y las dudas, y empezamos a hundirnos en la desesperanza, la indiferencia o la increencia. ¿Qué podemos hacer?

Lo primero, «gritar» a Jesús. Es lo que hace Pedro al empezar a hundirse: «Señor, sálvame». Invoca a Jesús como «Señor» (Mateo pone intencionadamente esta palabra en sus labios, pues así invocan a Jesús resucitado en las primeras comunidades cristianas). Y solo le pide una cosa: «Sálvame». Con esto está dicho todo. Este grito salido de lo más íntimo de nuestro corazón puede ser una forma humilde, pero muy real, de vivir nuestra fe.

Jesús, que está atento y pendiente de Pedro, no permanece indiferente a este grito. Según el relato, «le tiende su mano», «lo agarra» y «le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”». Sin saber cómo ni por qué, Pedro vive algo difícil de explicar a quien no lo ha vivido. Experimenta a Jesús como una «mano tendida»; se deja «agarrar» por él y siente que Jesús lo salva de hundirse. En el fondo de su corazón escucha esta pregunta que puede cambiar su vida: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?». Tal vez es en medio de la crisis y de la noche cuando aprendemos a creer con más verdad en la fuerza salvadora que se encierra en Jesús.

Pedro y Jesús caminan agarrados en medio de las olas y el viento. Al subir a la barca, la tormenta se calma. Cuando Jesús está en medio del grupo, los discípulos recuperan la paz. Lo han vivido todo de cerca, llenos de miedo y angustia, pero han experimentado su fuerza salvadora. Los mismos que antes decían «es un fantasma» se postran ahora ante Jesús y le dicen desde muy dentro: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».

Para profundizar: Mateo, pp. 161-167; Creer, ¿para qué?, pp. 60-623.

Conversión personal

¿Cómo me está afectando a mí este tiempo de crisis religiosa y futuro incierto de la Iglesia? ¿Está mi fe en crisis, se va apagando o está creciendo? ¿Cómo me siento por dentro?
¿Dónde y cómo puedo yo sentir a Jesús como una mano tendida que me agarra, me quita los miedos y no deja que me hunda? ¿En qué me puede ayudar este grupo?
Conversación con Jesús. Hazle ver tus miedos y vacilaciones. Él te agarra. No dejará que te hundas.

Compromiso en el proyecto de Jesús

¿Observamos en la sociedad miedo al futuro, desaliento, falta de esperanza?, ¿qué clima se respira en tu parroquia o en el entorno en que tú te mueves? ¿Cuál es la reacción más generalizada dentro de la Iglesia?
¿Qué estamos aportando a la sociedad y a la Iglesia los que estamos aquí escuchando el Evangelio de Jesús? ¿Ánimo o desaliento? ¿Esperanza o pesimismo? ¿Palabras o compromiso?
¿Podemos concretar entre todos con qué espíritu y actitud queremos vivir nuestro recorrido? ¿Qué desearíamos aportar desde este grupo? ¿Lo podemos resumir en tres palabras?

 

Sugerencias para la oración

Nos recogemos para escuchar a Jesús. Un miembro del grupo pronuncia en voz alta su pregunta: «Ánimo. Soy yo. No tengáis miedo». Después de unos momentos de silencio, cada cual puede invocar: «Si eres tú, sálvame y ayúdame a…».
Se puede crear un clima de recogimiento interior. Un miembro del grupo hace en voz alta la pregunta de Jesús: «Hombre o mujer de poca fe, ¿por qué dudas?». Los que quieran pueden responder en voz alta a la pregunta.
Para orar en el silencio del corazón:

 

Jesús, nuestra paz,

tú nos dices a cada uno:

«¿Por qué inquietarte?

Solo una cosa es necesaria:

un corazón a la escucha

para comprender

que Dios te ama

y siempre te perdona».

(H. ROGER DE TAIZÉ)

 

Todos juntos pronunciamos esta oración:

 

Tú sabes que siempre te quise

y que te sigo queriendo;

tú sabes que te quiero.

A pesar del cansancio y del abandono de tantos días,

a pesar de mi cabeza vacía y dura,

y de mi corazón de piedra,

tú sabes que te quiero.

A pesar de mis dudas de fe, de mi vacilante esperanza

y de mi amor posesivo,

tú sabes que te quiero.

(F. ULÍBARRI)

2

¡Ánimo! Levántate.
Te está llamando

MARCOS 10,46-52

 

Llegaron a Jericó. Más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Cuando se enteró de que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar:

—¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!

Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte:

—¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Jesús se detuvo y dijo:

—Llamadlo.

Llamaron entonces al ciego, diciéndole:

—Ánimo, levántate, que te llama.

Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

Jesús, dirigiéndose a él, le dijo:

—¿Qué quieres que haga por ti?

El ciego le contestó:

—Maestro, que vea.

Jesús le dijo:

—Vete, tu fe te ha salvado.

Y al momento recobró la vista y le seguía por el camino.

 

Guía de lectura

Tal vez no son las dificultades del momento actual las que nos impiden caminar tras los pasos de Jesús. Quizá llevamos mucho tiempo instalados en la indiferencia y la mediocridad. Tal vez nunca hemos tomado la decisión de seguir a Jesús. Necesitamos escuchar en este grupo su llamada: «Ánimo. Levántate. Te está llamando».

Acercamiento al texto evangélico

Situación de Bartimeo. Los discípulos y la gente se mueven acompañando a Jesús. Solo Bartimeo permanece inmóvil y al margen. ¿Con qué rasgos lo describe Marcos? ¿Qué nos dice la figura de este mendigo ciego, sentado junto al camino?
Actuación del ciego. Observa cómo reacciona ante la cercanía de Jesús. ¿Cómo se puede «enterar» un ciego de que Jesús pasa junto a él? Según el relato, el ciego se puso a «gritar»: ¿es lo mismo rezar que gritar? ¿Qué sientes ante el grito del ciego? ¿Has sentido alguna vez la necesidad de gritar algo parecido?
Reacción de Jesús. ¿Por qué se detiene? ¿Qué es lo importante para él? Los que antes querían marginar al ciego ahora le llevan la Buena Noticia de Jesús, ¿qué es lo que le dicen? ¿No necesitamos escuchar algo de eso?
Respuesta del ciego. Marcos describe los pasos que da el ciego para encontrarse con Jesús. ¿Los podemos señalar? ¿Qué podemos destacar en su actuación? ¿Su fe para acoger lo que le anuncian de parte de Jesús? ¿Su prontitud para liberarse de lo que le estorba? ¿La valentía de su «salto», a pesar de moverse todavía en la oscuridad? ¿Su necesidad de entrar en contacto con Jesús? ¿Necesitaremos hacer algo de esto para encontrarnos con Jesús?
«¿Qué quieres que haga por ti?». Jesús solo piensa en el bien del ciego. Cuando te relacionas con Jesús, ¿es eso lo primero que escuchas de él? ¿Qué imagen tienes de Cristo? ¿La de alguien que solo piensa en exigirnos? ¿Alguien que busca ayudarnos a vivir de forma más sana y plena?
«Maestro, que vea». El ciego sabe lo que necesita. ¿Ya lo sabes tú? ¿Es importante lo que pide? ¿Por qué?
La curación. ¿Qué nos parece lo más importante en este relato? ¿La curación que ocurrió hace dos mil años en las afueras de Jericó? ¿La transformación de Bartimeo en seguidor de Jesús? ¿La transformación que Jesús puede operar en nosotros?

Comentario

Reaccionar ante el paso de Jesús

Marcos narra la curación de un ciego llamado Bartimeo en las afueras de Jericó. Lo que más le interesa no es describir con detalle lo sucedido. Con ese arte tan propio de los evangelistas, Marcos hace del relato una catequesis extraordinaria para animar a quienes viven «ciegos» a abrir sus ojos, salir de su indiferencia y tomar la decisión de seguir a Jesús.

Por eso este relato nos va ayudar a conocer un poco cómo era Jesús con los enfermos y necesitados que encontraba en su camino, pero sobre todo nos puede llamar a reaccionar ante su paso por nuestra vida. Sin una decisión personal de seguir a Jesús no nos servirá de mucho hacer este recorrido en grupo.

Jesús sale de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente. En Jericó comenzaba el último tramo de la subida a Jerusalén. Como es natural, no faltan mendigos, enfermos y gentes desgraciadas pidiendo ayuda a los grupos de peregrinos que pasan por el camino.

Marcos se fija en uno. Se llama Bartimeo. Lo describe intencionadamente con tres rasgos. Es un mendigo «ciego»: vive en tinieblas; no puede ver el rostro de Jesús; nunca podrá peregrinar a Jerusalén. Está «sentado»: a oscuras no se puede caminar; se pasa el día esperando, inmóvil, la ayuda de los demás; no puede seguir a Jesús. Está «junto al camino», fuera de la ruta que lleva Jesús; al margen de su camino.

¿No nos reconocemos de alguna manera en este mendigo? Cristianos «ciegos», de fe apagada, sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. Cristianos «sentados», instalados en una vida más o menos cómoda, acostumbrados a vivir de manera rutinaria nuestra religión, cansados de nosotros mismos, sin fuerza para seguir a Jesús. Cristianos situados «fuera del camino» de Jesús, sin ponerle a él como meta, horizonte y guía de nuestra vida.

A pesar de su ceguera, el ciego «se entera» de que está pasando Jesús. No ve nada, pero percibe su paso. Intuye que Jesús le puede curar. No puede dejar escapar la oportunidad y se pone a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Algunos le reprenden para que se calle y deje de molestar. Pero él grita todavía con más fuerza: «Ten compasión de mí». Él no puede darse a sí mismo la vista. Necesita a Jesús.

Esta oración humilde, incansable, repetida una y otra vez con fuerza, desde lo más hondo del corazón, va a ser el comienzo de su transformación. Jesús no pasará de largo. ¿Podremos crear en este grupo la misma actitud de Bartimeo ante el paso de Jesús por nuestras vidas?

Al escuchar su grito, Jesús «se detiene». Un ciego le necesita: todo lo demás ya no tiene importancia para él, ni siquiera la peregrinación a la ciudad santa. El ciego no debe de estar tan cerca, pues Jesús pide a los que lo acompañan que le llamen. Si caminan con Jesús tendrán que aprender a no sentirse molestos por los gritos de los que sufren, sino a colaborar con él para aliviar su sufrimiento.

Los enviados por Jesús le comunican al ciego la mejor noticia que puede escuchar en estos momentos: «¡Ánimo! Levántate, que te llama». En primer lugar le infunden «ánimo», poniendo una esperanza nueva en su vida. Luego le invitan a «levantarse» y acercarse a Jesús. Por último le recuerdan que no está solo: Jesús lo está «llamando». ¿No es esto lo que estamos necesitando escuchar de Jesús? ¿No es esto también lo que muchos hombres y mujeres de hoy están necesitando escuchar de los seguidores de Jesús?

El ciego actúa con prontitud. «Arroja el manto», que le servía para recoger la limosna, pero que ahora le estorba para encontrarse con Jesús. Aunque siempre se ha movido a tientas, ahora «da un salto» decidido y «se acerca» a Jesús. Su actuación es ejemplar. ¿No necesitamos también nosotros liberarnos de estorbos y esclavitudes, dejar a un lado cobardías y vacilaciones, y tomar la decisión de acercarnos a Jesús y ponernos delante de él?

El relato culmina con un diálogo breve, pero de profundo significado. Jesús se dirige directamente al ciego: «¿Qué quieres que haga por ti?». Así es siempre Jesús: regalo, gracia, salvación para quienes lo necesitan. El ciego no tiene duda alguna. Sabe lo que tiene que pedir: «Maestro, que vea». Es lo más importante. Si ve a Jesús y recibe de él la luz para vivir, todo cambiará. Jesús le dice: «Vete, tu fe te ha salvado». El evangelista no menciona ningún gesto ni orden de curación por parte de Jesús. Lo que salva al ciego es su adhesión a Jesús y su confianza en él. ¿No este contacto curador lo que necesitamos nosotros?

Marcos termina su relato con estas palabras: «Al momento recobró la vista y le seguía por el camino». En ellas nos ofrece la clave para leer su relato como una catequesis. Al comienzo del relato, Bartimeo era un mendigo «ciego»; ahora, al contacto con Jesús, «recobra la vista». Estaba «sentado» y ahora «sigue» a Jesús como Maestro. Estaba «junto al camino», pero ahora le sigue «por el camino».

Para profundizar: Marcos, pp. 202-208; Creer, ¿para qué?, pp. 14-16, 50-53.

Conversión personal

¿Vivo «ciego» o veo la vida y miro a las personas a la luz del Evangelio? ¿Estoy «sentado», instalado en una vida más o menos cómoda, viviendo mi religión solo por costumbre o tradición? ¿Estoy «fuera del camino», lejos de Jesús?
En este itinerario que estamos comenzando, Jesús pasará junto a mí. ¿Qué puedo hacer para enterarme de su paso? ¿Le pediré a gritos compasión? ¿Abriré bien mi corazón para escuchar su llamada? ¿Haré un esfuerzo para liberarme de las resistencias que me impiden encontrarme con él? ¿Puedo escribir unas líneas para recordar más adelante mi compromiso?
Conversación con Jesús. Siente a Jesús que está pasando por tu vida. ¿Qué quieres gritarle?

Compromiso en el proyecto de Jesús

¿Cómo vemos a los cristianos de nuestras parroquias y comunidades? ¿Cristianos «ciegos», de fe apagada, que no sabemos mirar la vida como Jesús? ¿Cristianos «sentados», instalados en una religión rutinaria y cómoda, sin fuerzas para seguirlo? ¿Cristianos «fuera del camino» de Jesús, desorientados, sin saber cómo encontrarnos con él? Comentamos entre todos lo que vemos de positivo o negativo.
¿Cómo capta la gente el mensaje actual de la Iglesia? ¿Como un mensaje de aliento que invita a vivir con dignidad y esperanza? ¿Por qué se aleja tanta gente de la Iglesia? ¿No se encuentran en ella con Jesús? ¿No pueden escuchar su mensaje?
¿Nos sentimos en este grupo enviados por Jesús a llamar a alguien en su nombre? ¿Hay alguien en nuestra familia, en nuestra parroquia, en nuestro entorno… a quien nos podemos acercar para decirle de alguna manera: «Ánimo. Levántate. Jesús te está llamando»? ¿Nos comprometemos a dar algún pequeño paso antes de la próxima reunión?

 

Sugerencias para la oración

En un clima de silencio, una persona del grupo nos dirige a cada uno las palabras de Jesús: «Maribel, ánimo, levántate, Jesús te llama», «Paco, levántate...». El interpelado responde: «Jesús, ten compasión de mí».
Después de hacer silencio, una persona del grupo pronuncia despacio las palabras de Jesús: «¿Qué quieres que yo te haga?». Después de un silencio un poco más prolongado, los que así lo deseen pueden expresar en voz alta lo que quieren y esperan de él: «Que vea… que no deje escapar esta oportunidad… que me des fuerza para…».
Para orar en el silencio del corazón:

 

Jesús, tú tienes una llamada

para todos nosotros.

Por eso, prepara nuestros corazones

para que podamos descubrir

lo que esperas de cada uno de nosotros.

(H. ROGER DE TAIZÉ)

 

Podemos meditar en silencio esta oración:

 

Aquí estoy, Señor;

como el ciego al borde del camino,

cansado, sudoroso, polvoriento;

mendigo por necesidad y oficio.

Pasas a mi lado y no te veo.

Tengo los ojos cerrados a la luz.

Costumbre, dolor, desaliento...

Sobre ellos han crecido duras escamas

que me impiden verte...

¡Ah, qué pregunta la tuya!

¿Qué desea un ciego sino ver?

¡Que vea, Señor!

Que vea, Señor, tus sendas.

Que vea, Señor, los caminos de la vida.

Que vea, Señor, ante todo, tu rostro,

tus ojos, tu corazón.

(F. ULÍBARRI)