CAMINOS DE EVANGELIZACIÓN

 

José Antonio Pagola

 

 

PRESENTACIÓN

 

Este trabajo forma parte de un proyecto para dinamizar las parroquias y comunidades cristianas, respondiendo a la llamada del papa Francisco, que nos invita a impulsar una nueva etapa evangelizadora. Estas son sus palabras: «Quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora, marcada por la alegría de Jesús, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años» 1. El objetivo concreto de este proyecto es ayudar a las parroquias y comunidades cristianas a impulsar, de manera humilde, pero responsable, un proceso de renovación.

Después de tres volúmenes, en los que he tratado respectivamente de Recuperar el proyecto de Jesús, Anunciar a Dios como buena noticia y Cristo resucitado es nuestra esperanza, doy término a mi proyecto con este último libro, titulado Caminos de evangelización. Esta obra tiene dos partes. En la primera me detengo a exponer cinco actitudes o líneas de fuerza que considero importantes para evangelizar en nuestros tiempos. En la segunda, me esfuerzo por escuchar la llamada del papa Francisco a «salir hacia las periferias existenciales», indicando cinco campos concretos de acción evangelizadora.

 

 

Primera parte: Actitudes para evangelizar hoy

 

Los hombres y mujeres de hoy, como los de todos los tiempos, andan buscando vivir lo mejor posible en medio de conflictos y contradicciones, aciertos y errores, luchas y trabajos. Su primer problema no es la religión, sino la vida: acertar a vivir de manera digna. En este primer capítulo, que titulo «Sugerir la pregunta por Dios», solo quiero ayudar a los evangelizadores a que, en estos tiempos de nihilismo y ausencia de Dios, no olvidemos que, en el horizonte de nuestro acto evangelizador, ha de estar presente una tarea humilde, pero urgente: introducir la pregunta por Dios. No son tiempos de imponer certezas, sino de acompañar a las personas a preguntarse por el sentido último de la existencia. No son pocos los que, sin saberlo, andan buscando a Dios: necesitan encontrar un sentido nuevo a su vida, una fuente para actuar de manera responsable y una esperanza última para enfrentarse al misterio de la vida y de la muerte.

Vivo también convencido de que en estos tiempos hemos de sentirnos llamados a evangelizar, animados por el Espíritu de Jesús e impulsados por su pasión por abrir caminos al proyecto humanizador del reino de Dios. En el centro del segundo capítulo, que titulo «Alentados por el espíritu evangelizador de Jesús», hablo de la necesidad de promover un cambio decisivo en nuestra actitud evangelizadora. Casi siempre pensamos que lo más importante para evangelizar es contar con personas valiosas y preparadas, tener medios eficaces, estructuras fuertes y, naturalmente, un número importante de personas comprometidas. Sin negar la importancia de toda esa estrategia humana, hemos de pensar que en el futuro será cada vez más importante contar con testigos de Jesús, utilizar los medios empleados por él, tener estructuras sencillas que alienten el testimonio y saber que más importante que el número será la calidad humana y evangélica de los cristianos.

El tercer capítulo, que lleva por título «Actuar desde la misericordia de Dios», lo considero hoy clave para la acción evangelizadora, y nos lo ha recordado Francisco con estas palabras: «La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio». En este capítulo trato cuatro temas fundamentales, extrayendo sus consecuencias para nuestra acción evangelizadora: Jesús vive a Dios como misterio insondable de misericordia; su actuación profética, orientada hacia los más necesitados de compasión, es la encarnación viva de la misericordia del Padre; su herencia a toda la humanidad, «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso», es mucho más que un mandato, pues nos llama a reproducir y actualizar en la tierra la misericordia del Padre del cielo; su parábola del buen samaritano nos permite ahondar de manera práctica en la dinámica de la misericordia: mirada compasiva; acercamiento al que sufre; el compromiso de los gestos.

El capítulo cuarto lo he titulado «Despertar esperanza en los corazones». Mi propósito no es hablar de la «esperanza cristiana». Quiero ayudar a los evangelizadores sugiriendo caminos para poder acoger, escuchar y acompañar a personas que viven desbordadas por la tristeza, la angustia, el miedo, la soledad... sin fuerzas para seguir esperando en algo o en alguien. No podemos entregarnos a anunciar la «esperanza en la vida eterna» ignorando a quienes están perdiendo incluso la esperanza en esta vida. Trato temas a veces bastante olvidados entre nosotros: ¿cómo se pierde la esperanza? ¿Cómo se puede recuperar? ¿Cómo actuar ante problemas que no tienen solución? Actitudes para generar esperanza.

Termino esta primera parte del libro con un capítulo dedicado a «La oración del evangelizador». Estoy convencido de que la oración es una experiencia clave para despertar, alentar y enriquecer nuestra acción evangelizadora. A lo largo de este quinto capítulo voy insistiendo de manera breve en diversos aspectos de nuestra oración: la importancia de la experiencia interior de un Dios bueno para poder contagiar su Buena Noticia; la meditación del amor de Dios a todo ser humano para aprender a amar a los hombres y mujeres de hoy tal como son; la escucha de la llamada de Jesús para sentirnos enviados a los más pobres e indefensos; las horas de silencio ante Dios para alimentar nuestra audacia para evangelizar, aceptando la cruz de cada día o para comunicar esperanza.

 

 

Segunda parte: Salir a las periferias existenciales

 

Comienzo esta segunda parte con el capítulo sexto, titulado «Acoger y escuchar a los alejados». Apenas hemos reaccionado todavía ante un hecho doloroso e interpelador: cada día son más los que se alejan de la Iglesia y abandonan la fe. Aunque hay parroquias que están tratando de poner en marcha algunas iniciativas, todavía hay no pocas preguntas que necesitamos aclarar. En este capítulo trato de aclarar caminos y sugerir posibles respuestas: ¿quiénes son los que se han marchado? ¿Por qué lo han hecho? ¿De qué se alejan? ¿Por qué vuelven algunos? ¿Qué buscan? Dicho en pocas palabras: ¿cómo ir definiendo una respuesta evangélica y evangelizadora concreta, capaz de escuchar sus demandas, acoger sus inquietudes y acompañarlos en su búsqueda?

El capítulo séptimo, que titulo «El compromiso cristiano con los pobres», lo he redactado directamente para alentar y reafirmar el compromiso de tanta gente sencilla de nuestras parroquias y comunidades que trabajan en servicios de Cáritas, en la acogida a refugiados o inmigrantes, en la atención a familias desestructuradas, en el cuidado a ancianos desatendidos y en tantas iniciativas y proyectos orientados a luchar por una vida más digna para los marginados. Después de una breve reflexión sobre los pobres en la sociedad actual, recuerdo algunas convicciones cristianas básicas para los comprometidos con los pobres. A continuación recuerdo tres rasgos de la actuación de Jesús con los pobres y desvalidos. Luego expongo algunas actitudes de fondo que hemos de cuidar en las parroquias y comunidades cristianas ante la pobreza y la marginación. Concluyo con una reflexión que nos ayude a concretar el sentido y el contenido del compromiso en la línea de un voluntariado social.

El objetivo del capítulo octavo, titulado «Introducir el Evangelio en la prisión», es sugerir algunas claves para entender y desarrollar la acción evangelizadora en el mundo de los presos como servicio de reconciliación. Después de ofrecer una visión sencilla que nos permita conocer un poco más la realidad de la prisión y el perfil de los reclusos, expongo brevemente la concepción cristiana de la reconciliación y la importancia del ofrecimiento del perdón de Dios por parte de Jesús. A partir de ahí sugiero desarrollar la pastoral penitenciaria como una pastoral de acogida que invite al preso a reconciliarse con Dios; una pastoral de acompañamiento que le ayude a reconciliarse consigo mismo; una pastoral de concienciación social. Concluyo exponiendo los principales objetivos de la acción evangelizadora al servicio de los presos: sensibilización de la sociedad; servicio al preso y a la defensa de sus derechos; atención a la familia del preso; asistencia poscarcelaria.

«Llevar la Buena Noticia a los enfermos psíquicos» es el título del capítulo noveno. Comienzo proponiendo la actuación de Jesús con los «poseídos por espíritus malignos» de su tiempo como modelo que puede inspirar nuestra actuación evangelizadora en el mundo de los enfermos psíquicos de hoy. A partir de ahí sugiero algunas líneas básicas: acercamiento sanador y realista al enfermo psíquico; trato marcado por la «bendición de Dios»; defensa de la persona y de los derechos del enfermo mental; colaboración en su integración social; atención religiosa personalizada; apoyo a las familias de los enfermos.

Termino con un capítulo titulado «Hacia una sociedad libre de homofobia, un reto para los cristianos». Comienzo haciendo algunas precisiones sobre la condición homosexual. Expongo luego el principio-misericordia, que motivó e inspiró toda la actuación profética de Jesús. Después trato de mostrar cómo el principio-misericordia nos puede ayudar a dar pasos hacia una sociedad liberada de homofobia: inspirando el magisterio de la Iglesia sobre la homosexualidad; promoviendo en los seguidores de Jesús una mirada más humana y justa de la experiencia homosexual; promoviendo en las parroquias y comunidades cristianas una acogida evangélica inspirada en Jesús.

ACTITUDES PARA
EVANGELIZAR HOY

 

1

SUGERIR LA PREGUNTA POR DIOS

 

No pretendo en este primer capítulo describir la crisis religiosa en la que vivimos inmersos los creyentes, en medio de una sociedad masivamente secularizada, donde no pocos expertos piensan que hemos entrado en una «era poscristiana» 1. Solo quiero ayudar a los evangelizadores a que, en estos tiempos de nihilismo y ausencia de Dios, no olvidemos que en el horizonte de nuestro acto evangelizador ha de estar presente una tarea humilde, pero urgente: introducir la pregunta por Dios. No son tiempos de proponer certezas dogmáticas, sino de acompañar a los hombres y mujeres de hoy a preguntarse con honestidad por el sentido último de nuestra vida.

 

 

1. El hombre en busca de sentido

 

Como en todos los tiempos, los hombres y mujeres de hoy andan buscando vivir de manera acertada en medio de conflictos y contradicciones, aciertos y errores, luchas y trabajos. Su primer problema no es la religión, sino la vida, acertar a vivir de una manera digna del ser humano. Y esto exige al menos atender a tres aspectos de la existencia. La persona necesita, en primer lugar, dar un sentido a su existencia; necesita además actuar de manera responsable; por último, el ser humano no puede caminar dignamente por la vida si no es sostenido por una esperanza. De mil formas y maneras la vida nos enfrenta al problema del sentido, de la ética y de la esperanza.

 

 

a) Un ser lleno de contradicciones

 

La ciencia moderna se basa fundamentalmente en la experimentación y la verificación. Su extraordinario éxito se debe a que se observan y analizan cada vez más datos, se llevan a cabo nuevos experimentos y se pueden así formular nuevas teorías. La misma tecnología no es solo la aplicación práctica de esta ciencia, sino que se ha convertido en su mejor estímulo, ya que abre nuevos horizontes, origina nuevos problemas y obliga a desarrollar nuevos descubrimientos científicos.

Los logros alcanzados eran insospechados hace solo unos años. Las sociedades tecnológicas han logrado el mayor nivel de vida y bienestar que se conoce en la historia. El ser humano tiene hoy capacidad científico-técnica para resolver problemas como el hambre o enfermedades antes incurables, para avanzar en el control genético de la especie humana o en el dominio progresivo de la naturaleza. Se puede afirmar que la ciencia y la tecnología modernas han inaugurado una «nueva época en la historia». No resulta demasiado extraño que la ciencia de nuestros días haya pretendido extenderse a otros ámbitos socio-culturales y antropológicos que hasta ahora parecían reservados a la filosofía y a la religión. De manera precipitada y hasta ingenua se ha llegado a pensar que la ciencia podría responder a todos los interrogantes del ser humano y que la tecnología podría satisfacer los anhelos del corazón humano. No es así.

La ciencia se ocupa de conocer cómo está constituido el mundo, cómo funcionan las cosas. La tecnología, por su parte, se preocupa de cómo utilizar de modo pragmático el poder científico del ser humano. Pero con ello no se agota el misterio de la existencia humana. El hombre de hoy, como el de todos los tiempos, sigue siendo un enigma difícil de descifrar. La pregunta elemental podría ser esta: ¿quién es este ser lleno de contradicciones? Siempre en busca de seguridad, y siempre desamparado. Llamado a la luz, y acosado de incertidumbres. Nacido para vivir, y abocado a la muerte. Buscando remedio a todo, y sin capacidad para encontrar un remedio para sí mismo. Capaz de las mayores grandezas, y también de las mayores miserias. Anhelando la verdad, y autoengañándose constantemente. Buscando ardientemente libertad, y con miedo para disfrutar de ella. Capaz de dominar el mundo, y sin lograr ser dueño de sí mismo.

 

 

b) La necesidad de sentido

 

El hombre de hoy, como el de todos los tiempos, no puede acallar del todo un interrogante que envuelve en profundidad toda su existencia y se despierta una y otra vez de manera callada, pero inevitable: ¿qué sentido tiene todo? ¿Qué sentido tiene la existencia? Casi espontáneamente brotan en nosotros interrogantes que no tienen fácil respuesta: ¿qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué es lo que buscamos? No son preguntas forzadas. Son los interrogantes supremos que nos nacen de dentro como un manantial.

Son preguntas a las que la ciencia y la técnica no pueden responder. No se trata aquí de acumular datos y sumar información. El saber científico solo estudia el funcionamiento de las cosas y de los seres, pero no puede responder sobre el sentido de la existencia. El ser humano busca, sin embargo, el sentido, el porqué y el para qué de nuestra existencia. Necesita incluso preguntarse por el sentido y el valor de este desarrollo científico para dar sentido al problemas de la existencia. Busca una respuesta a esta pregunta que gobierna todas las demás: ¿quién soy yo? ¿Quién es el ser humano?

Solo una respuesta convincente a estos interrogantes puede permitirnos vivir de manera digna. Necesitamos saber quiénes somos y de dónde venimos, por qué existimos y adónde vamos, incluso para integrar de manera adecuada el poder de la ciencia y de la tecnología en la dinámica de la historia humana. Hasta ahora, las religiones han sido las «grandes dadoras de sentido». Hoy la religión está en crisis. Sin embargo, no es previsible que el ser humano se acostumbre a vivir su existencia como algo sin sentido.

Es cierto que, desde una determinada filosofía posmoderna, se nos está invitando a aprender a vivir como quien camina sin saber adónde va. Desde hace años, Javier Sádaba viene predicando entre nosotros que no tiene sentido preguntarse por el sentido de la vida, y que la religión es una actitud anacrónica y desfasada. Sin embargo, el interrogante persiste: ¿cuál es el sentido último de todo? ¿Cómo situarnos ante el misterio último que sostiene y da sentido a toda esa realidad cada vez mejor conocida científicamente en su funcionamiento? Podremos eludir las cuestiones más fundamentales de la existencia, pero pretender vivir sin sentido, ¿no es, en definitiva, vivir una existencia «insensata»?

 

 

2. El hombre en busca de proyecto

 

Sea cual fuere la respuesta que se dé al sentido último de la existencia, hay algo que parece imponerse de forma clara. El ser humano no se realiza si no es haciendo el bien. Las distintas formas de entender la existencia pueden llevarnos a pensar de forma diversa acerca de lo que es bueno o malo, de lo que debemos hacer o evitar, pero la llamada que experimenta la conciencia humana a hacer el bien parece una constante inherente al ser humano. El proyecto humano está inseparablemente unido a la urgencia que sentimos las personas a hacer el bien.

 

 

a) La necesidad de proyecto

 

La ciencia moderna arranca del método matemático de conocimiento y se basa en una racionalidad deductiva, lógica, objetiva, exacta. Por ello se presenta con unas pretensiones de objetividad, neutralidad e imparcialidad que van más allá de las opciones subjetivas que están en el fondo de toda religión o filosofía.

Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XX se ha puesto en cuestión la racionalidad objetiva del trabajo científico-tecnológico. No porque se discuta el carácter objetivo del método científico, sino porque se ha tomado conciencia de que la misma investigación científica forma parte de un proyecto político previo y está condicionada y determinada por intereses de carácter económico, social o cultural. De hecho, los grupos de investigación están organizados y financiados en función de intereses concretos que son determinantes a la hora de orientar el curso de la investigación.

Ya no es posible afirmar de manera inocente la objetividad e imparcialidad de la ciencia tecnológica. Hay algo previo que lo determina todo: los fines que se pretenden, las decisiones que orientan la investigación, las implicaciones y las consecuencias del desarrollo científico y tecnológico. El potencial científico se puede desarrollar para potenciar la industria militar o para acabar con el hambre en el mundo.

Surge, pues, de nuevo el problema de la ética, de la legitimidad o no de ciertos experimentos. El progreso científico-tecnológico no aporta, sin más, mayor humanidad. El hombre necesita actuar en el horizonte de un proyecto capaz de conducirlo hacia su propio bien, hacia su realización, hacia niveles de existencia siempre más dignos del ser humano.

Este proyecto es previo a la ciencia. Sus metas y objetivos desbordan la racionalidad científica. La configuración de un proyecto humano es de carácter ético. La ciencia o la tecnología no pueden señalar los fines o el objetivo que alcanzar en el desarrollo digno de la humanidad. Su naturaleza es de orden funcional e instrumental, pues solo se ocupan de los medios más o menos aptos para mejorar el desarrollo y funcionamiento de las cosas.

 

 

b) El sistema de valores

 

No es suficiente contar con un proyecto humano de carácter teórico. El ser humano va alcanzando niveles más elevados de humanidad de forma progresiva y a través de múltiples decisiones que ha de tomar una y otra vez. La misma ciencia tecnológica coloca al hombre ante múltiples posibilidades entre las que ha de elegir para comprometerse en una dirección o en otra. Ahora bien, no es posible escoger si no es función de unos valores determinados.

Surgen entonces en la conciencia humana interrogantes decisivos. ¿Cuáles son aquellos valores auténticos que hemos de perseguir si queremos avanzar hacia la liberación real y hacia la realización más plena del ser humano? ¿Qué es lo que puede hacer al hombre más digno de tal nombre? Las ciencias nos pueden enseñar mucho acerca de los medios que podemos utilizar o los modos de funcionar en un campo u otro, pero nada nos dicen sobre los valores que hemos de promover. La ciencia no tiene conciencia, y no nos puede señalar el camino a seguir.

Sin embargo, el ser humano necesita valores desde los que orientar su conducta; necesita actitudes con las que afrontar los acontecimientos de la existencia; necesita medir el significado y las consecuencias de las construcciones humanas; necesita evaluar, juzgar y corregir su trayectoria. Sería un error dejar la cultura tecnológica vacía de valores, ideales e impulsos que canalicen la conducta humana y ofrezcan modelos de identidad siempre más digna.

Solo aludiré a dos hechos significativos. El olvido de Dios y de la ética cristiana está encubriendo el triunfo de una ideología global que empieza a ser cada vez más determinante. Estamos asistiendo hoy al triunfo de la ideología neoliberal. La globalización actual del planeta se identifica cada vez más con el modelo liberal y consumista. El sistema de mercado imperante parece el único marco pensable y viable; el objetivo primero y casi único parece ser el desarrollo eficaz de la sociedad de consumo. ¿Dónde encontrar una fuente vigorosa de la que extraer los valores y el aliento ético necesarios para defender al ser humano de las injusticias y abusos que tal sistema encierra?

Un segundo hecho. Es cada vez más evidente el agotamiento progresivo del actual modelo de democracia parlamentaria, más virtual que real, donde a veces casi todo se reduce a votar para elegir el cuerpo de «políticos» que tomarán luego las decisiones. Son cada vez más las voces que piden un protagonismo más fuerte y eficaz de la sociedad civil frente a un Estado más representativo y más subordinado a ella. La pregunta parece inevitable: ¿quién dotará a esa sociedad de valores, ideales e impulsos éticos? ¿Dónde se puede alimentar el aliento moral de las nuevas generaciones?

Es difícil negar la necesidad de un sistema de valores, coherente con el auténtico ser y destino del ser humano. Olvidar la dimensión ética traería consigo el riesgo de vaciar nuestra libertad de su verdadera dignidad. No podemos, por otra parte, encerrarnos en un círculo de valores totalmente subjetivos e imprecisos. Tampoco parece suficiente una «moral de consenso» obtenida por acuerdos concretos logrados más de una vez en función de determinados intereses. Parece necesario contar con un patrimonio estable y fundamentado de valores morales, dignos del ser humano. ¿Es esto posible sin referencia a algún valor último y absoluto? ¿Es posible una moral digna del ser humano sin Dios?

 

 

3. El hombre en busca de esperanza

 

El ser humano no solo se pregunta por el sentido de su existencia; no solo se cuestiona sobre la responsabilidad de orientar su conducta hacia el bien. Es, además, un ser de deseos, carencias y expectativas; un ser de temores, proyectos y esperanzas. Hay preguntas últimas que no hay más remedio que hacerse y que desbordan el mero ámbito de lo científico e incluso de la estricta racionalidad. Es, en definitiva, la pregunta suprema del ser humano, la pregunta sobre su futuro: ¿qué va a ser, al final, de todos y cada uno de nosotros? ¿Qué nos espera? ¿Podemos confiar en algo o en alguien?

 

 

a) La fuerza del mal

 

La liberación del hombre está siempre amenazada. Ningún movimiento renovador y transformador ofrece garantías de no degradarse para caer en nuevos doctrinarismos, totalitarismos y abusos contrarios a la dignidad humana. Siempre resulta posible legitimar nuevas injusticias.

Por otra parte, a pesar de todos los cálculos y previsiones, los procesos puestos en marcha por el ser humano pueden volverse contra él mismo, destruyendo incluso lo que antes había construido. De hecho, el hombre contemporáneo comienza a preguntarse si no está poniendo en peligro su propio hogar en el cosmos y, con ello, el futuro de la especie humana y de la vida sobre el planeta Tierra.

Sería, por otra parte, una ingenuidad creer que las estructuras políticas y socio-económicas que tenemos actualmente y las que se puedan instaurar en un futuro nos preservarán automáticamente del egoísmo, de la voluntad de poder o de la explotación del más débil. Las estructuras pueden facilitar una convivencia más justa, pero, en la mejor estructura, el hombre puede ser injusto y hacer el mal. Cada individuo, cada grupo humano, puede ser fuente inagotable de injusticias, conflictos, divisiones y destrucción.

¿Qué hacer ante el misterio del mal? ¿Qué hacer con la culpabilidad? ¿Cómo liberarnos de la maldad? Estamos hoy muy lejos de las tesis que profetizaban la curación psicológica del individuo mediante el psicoanálisis impulsado por S. Freud, o que auguraban la liberación de la sociedad mediante el desarrollo del comunismo predicado por K. Marx. Pero el ser humano no se resigna. Sigue luchando contra el mal y busca liberación. Pero ¿qué decir de este esfuerzo? ¿No será, en definitiva, un esfuerzo muy noble, pero tal vez inútil? ¿Hay alguna garantía de éxito para esta obstinada confianza del corazón humano en su lucha contra el mal?

 

 

b) La derrota de la muerte

 

Son muchos los males que amenazan al ser humano: la enfermedad, la soledad, el accidente, la vejez, la depresión... Pero la última amenaza que nos atenaza a todos de manera inexorable es esa muerte inserta en la entraña misma de nuestra existencia. Podemos ignorarla y no hablar de ella, pero la muerte está ahí como la más drástica «antiutopía» de todas nuestras aspiraciones, desafío final a todos nuestros logros, trágica realidad que destruye de raíz nuestros proyectos.

Nunca ha sido fácil morir. Ante la muerte, el ser humano experimenta casi inevitablemente un conjunto de sentimientos dominados por el desconcierto, la impotencia, la rebelión o el miedo. Tampoco el hombre actual sabe cómo enfrentarse a la muerte. Ya no acierta a morir de forma religiosa, como en otros tiempos, con la confianza puesta en Dios, pero todavía no ha descubierto una manera nueva y más humana de morir. Tal vez es ante la muerte donde aparecen con más claridad la verdad y los límites de la cultura actual, que no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla y retardar al máximo su inevitable llegada.

Pero la muerte llega, y con ella surgen de nuevo las preguntas. Si lo único que espera a cada uno, y por tanto a todos, es la muerte, ¿qué sentido pueden tener todos nuestros esfuerzos, luchas y penalidades? ¿Qué final le espera a la historia dolorosa, pero apasionante, de la humanidad?

Podemos decir que la vida tiene, a pesar de todo, su grandeza y dignidad si vamos logrando niveles siempre mayores de justicia y liberación. Pero ¿qué decir del número incontable de personas muertas sin haber alcanzado justicia alguna? Vidas perdidas y sacrificadas de seres humanos como nosotros, gentes a las que nadie devolverá ya la vida que se les quitó. ¿Qué esperanza puede haber para ellos? ¿Y qué esperanza puede haber para nosotros mismos, que no tardaremos en formar parte del número de quienes no han visto cumplidos sus anhelos y aspiraciones de vida plena?

Podemos escuchar la invitación del profesor Tierno Galván y aprender a vivir sin esperanza, «instalados en la finitud». No es fácil. ¿Qué sentido tiene entonces una historia humana que engendra libertad para que desaparezca inmediatamente en la nada? ¿Por qué hemos de construir con tanto esfuerzo y tantas penalidades una sociedad más solidaria, de carácter siempre provisional, que lleva dentro de sí esa muerte que muy pronto nos separará a todos de manera inexorable y definitiva?

El hombre sigue luchando tenazmente contra el mal, el sufrimiento y la muerte. ¿Por qué? ¿Qué espera en el fondo de su ser? ¿Hay algo que nos pueda permitir no desesperar?, ¿una plenitud final que cumpla nuestros anhelos y nos dé coraje para vivir y esperanza para morir?

 

 

4. Introducir la pregunta de Dios

 

a) Luz en nuestras contradicciones

 

El hombre no es solo un problema que descifrar científicamente. Es un misterio al que no sabemos encontrar fácil respuesta. Una contradicción que no somos capaces de iluminar científicamente. ¿No necesitaremos otra luz que nos revele qué hay de verdad en nuestras ilusiones, qué hay de victoria en nuestras derrotas, qué hay de sentido en nuestros absurdos? ¿No estaremos los seres humanos necesitados de una Luz que nos ilumine para descubrir nuestra irrenunciable dignidad al mismo tiempo que nuestros límites?

Ciertamente, también en el futuro se podrá prescindir de Dios, pero ¿no se convertirá entonces el ser humano en una pregunta sin respuesta? Expulsado Dios de nuestra existencia, encerrados en un mundo creado por nosotros mismos y que no refleja sino nuestras propias contradicciones, ¿quién nos podrá decir quiénes somos y qué es lo que buscamos?

 

 

b) Orientación para nuestros esfuerzos

 

El hombre es tarea. Un ser que se va haciendo más humano a lo largo de los siglos. La experiencia, sin embargo, nos dice una y otra vez que no acertamos a orientar la historia hacia aquello que nos podría hacer más humanos. ¿No necesitaremos una Orientación que nos indique el verdadero camino a seguir, más aún en estos tiempos en que la humanidad, dotada de gran poder tecnológico, ha de tomar decisiones cada vez más complejas y, al mismo tiempo, más trascendentales para su porvenir?

También en el futuro se podrá ignorar a Dios y acudir en cada momento a las normas de comportamiento que parezcan más oportunas; pero ¿no nos iremos quedando cada vez más indefensos éticamente? ¿Quién podrá legitimar un marco de valores intangibles o inviolables para garantizar la dignidad de toda persona?

Al hombre contemporáneo le resulta cautivador atribuirse a sí mismo el protagonismo total y exclusivo de construir su historia. Pero ¿no es atribuirse un poder excesivo? ¿No es algo que desborda sus posibilidades? ¿Puede el hombre alcanzar con sus solas fuerzas la libertad que busca o ha de abrirse para ello a una Libertad más plena que ha de acoger como don?

 

 

c) Esperanza para nuestros fracasos

 

El ser humano está clamando por un destino absoluto que, en su caducidad, no puede alcanzar. Desde el fondo de nuestro ser anhelamos una plenitud total que luego no hacemos sino rebajar y malograr en nuestras vidas concretas. No somos capaces de darnos a nosotros mismos la plenitud que buscamos.

¿No está pidiendo toda la historia humana desembocar en una Plenitud infinita? ¿Hemos de aceptar como lo más humano y normal una existencia desde la nada hacia la nada? ¿No será nuestra existencia un fluir desde Dios hacia Dios?

También en el futuro se podrá borrar a Dios de la conciencia humana, pero ¿no quedará el ser humano reducido a un proyecto imposible, un esbozo inacabado que se desvanece en la muerte? Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior de nuestros interrogantes más hondos, ¿no hemos de reconocer el Misterio último de la realidad que los creyentes, no todos, llamamos «Dios» como posible Fuente de salvación? Un Dios del que hoy muchos dudan y al que no pocos han abandonado. Un Dios por el que tantos siguen preguntando. Un Dios al que tantos creyentes siguen invocando. El Dios revelado en Jesucristo.