PRESENTACIÓN

 

Esta publicación se titula La Buena Noticia de Jesús y consta de tres pequeños volúmenes dedicados a comentar brevemente los textos evangélicos que se leerán sucesivamente en las comunidades cristianas durante los ciclos A, B y C. Fue precisamente Marcos, el primer evangelista que recogió el mensaje y la actuación de Jesús, quien no encontró un título más adecuado para su pequeño escrito que este: «Buena Noticia de Jesucristo».

Es fácil entender por qué la gente de Galilea sentía a Jesús como «Buena Noticia». Lo que Jesús les dice les hace bien: les quita el miedo a Dios, les hace sentir su misericordia, les ayuda a vivir con confianza, alentados y perdonados por el Padre de todos. Por otra parte, la manera de ser de Jesús es algo bueno para todos: Jesús acoge a todos, se acerca a los más olvidados, abraza a los más pequeños, bendice a los enfermos, se fija en los últimos. Toda su actuación introduce en la vida de las personas algo bueno: salud, perdón, verdad, fuerza para vivir, esperanza. ¡Es una buena noticia encontrarnos con Jesús!

¿Cómo encontrarnos cada domingo con él y descubrirlo como «Buena Noticia»? Los cristianos decimos cosas admirables de Jesús: en él está la «salvación» de la humanidad, la «redención» del mundo, la «liberación definitiva» del ser humano... Todo esto es cierto, pero no basta. No es lo mismo exponer verdades cuyo contenido es teóricamente bueno para el mundo que hacer que los hombres y mujeres de hoy puedan experimentar a Jesús como algo «nuevo» y «bueno» en su propia vida.

Por eso los comentarios que ofrezco a las comunidades cristianas están redactados desde estas claves básicas: destaco la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús, fuente inagotable de vida, de misericordia y perdón; sugiero caminos para seguir a Jesús aprendiendo a vivir hoy su estilo de vida y sus actitudes: ofrezco sugerencias para impulsar la renovación de las comunidades cristianas escuchando las llamadas del papa Francisco; recuerdo las llamadas de Jesús a abrir caminos al proyecto humanizador del reino de Dios y su justicia; invito a vivir estos tiempos de crisis e incertidumbre arraigados en la esperanza en Cristo resucitado.

Al ofrecer estos comentarios pienso sobre todo en las parroquias y comunidades cristianas, necesitadas de aliento y de nuevo vigor espiritual. Deseo que pueda llegar hasta ellas la invitación del papa Francisco a «volver a la fuente para recuperar la frescura original del Evangelio». Como he dicho en alguna otra ocasión, quiero recuperar la Buena Noticia de Jesús para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Quiero que conozcan un Jesús vivo y concreto. Con un mensaje claro en sus labios: el amor inmenso de un Dios Padre que quiere una vida más digna y dichosa para todos. Con un proyecto bien definido: humanizar el mundo implantando el reino de Dios y su justicia. Con una predilección muy concreta en su corazón: los últimos, los indefensos, las mujeres, los oprimidos por los poderosos, los olvidados por la religión... Sé que, para muchos, Jesús puede ser la mejor noticia.

Este volumen dedicado al ciclo C contiene los comentarios al texto evangélico de todos los domingos, incluso los que no serán proclamados este año. Además se ofrecen los comentarios de las fiestas de Navidad: Natividad del Señor (25 de diciembre), Santa María, Madre de Dios (1 de enero) y Epifanía del Señor (6 de enero). No hay que olvidar que, en la distribución del año litúrgico, el Tiempo Ordinario está repartido en dos bloques, interrumpido por la Cuaresma y el Tiempo Pascual.

De esta manera, este volumen podrá ser utilizado no solo en 2018-2019, sino también siempre que toque el ciclo C, es decir: 2018-2019, 2021-2022, 2024-2025, 2027-2028…

INDIGNACIÓN Y ESPERANZA

 

 

LUCAS 21,25-28.34-36

I ADVIENTO

 

 

25 Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas. 26 Los hombres se morirán de miedo al ver esa conmoción del universo, pues las potencias del cielo quedarán violentamente sacudidas. 27 Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. 28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.

34 Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre vosotros. 35 Ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes de la tierra. 36 Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre.

 

* * *

 

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.

Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día, la creación entera dará «signos» de que ha llegado a su final, para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.

Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los «acontecimientos cósmicos» que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.

El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos «Dios».

No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El «último día» no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: «Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación». Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.

Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día, los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.

Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. «Tened cuidado: que no se os embote la mente». No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. «Estad siempre despiertos». No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.

¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

ABRIR CAMINOS NUEVOS

 

 

LUCAS 3,1-6

II ADVIENTO

 

 

1 El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la región Traconítida y Lisanias tetrarca de Abilene, 2 en tiempos de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, la palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y fue por toda la región del Jordán predicando que se convirtieran y se bautizaran para que se les perdonaran los pecados, 4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

Voz del que grita en el desierto:

preparad el camino al Señor, allanad sus senderos;

5 todo valle será rellenado y toda montaña o colina será rebajada;

los caminos tortuosos se enderezarán y los ásperos se nivelarán.

6 Y todos verán la salvación de Dios.

 

* * *

 

Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permiten acoger a Jesús entre nosotros.

Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?

Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarnos solo de doctrina religiosa. No es posible seguir a Jesús convertido en una sublime abstracción. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.

En medio del «desierto espiritual» de la sociedad moderna hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Vivir la experiencia de reunirnos creyentes, menos creyentes, poco creyentes e incluso no creyentes en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas.

No hemos de olvidarlo. En los evangelios no aprendemos doctrina académica sobre Jesús, destinada inevitablemente a envejecer a lo largo de los siglos. Aprendemos un estilo de vivir realizable en todos los tiempos y en todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús sí.

La experiencia directa e inmediata con el relato evangélico nos hace nacer a una nueva fe, no por vía de «adoctrinamiento» o de «aprendizaje teórico», sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir la fe no por obligación, sino por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana no como deber, sino como contagio. En contacto con el Evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.

Recorriendo los evangelios experimentamos que la presencia invisible y silenciosa del Resucitado adquiere rasgos humanos y recobra voz concreta. De pronto, todo cambia: podemos vivir acompañados por alguien que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. El secreto de toda evangelización consiste en ponernos en contacto directo e inmediato con Jesús. Sin él no es posible engendrar una fe nueva.

¿QUÉ PODEMOS HACER?

 

 

LUCAS 3,10-18

III ADVIENTO

 

 

10 La gente le preguntaba:

–¿Qué tenemos que hacer?

11 Y les contestaba:

–El que tenga dos túnicas que le dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida que haga lo mismo.

12 Vinieron también unos publicanos a bautizarse y le dijeron:

–Maestro, ¿qué tenemos que hacer?

13 Él les respondió:

–No exijáis nada fuera de lo fijado.

14 También los soldados le preguntaban:

–Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?

Juan les contestó:

–No uséis la violencia, no hagáis extorsión a nadie y contentaos con vuestra paga.

15 El pueblo estaba a la expectativa, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. 16 Entonces Juan les dijo:

–Yo os bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. 17 En su mano tiene el bieldo para aventar su parva y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará en un fuego que no se apaga.

18 Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena noticia.

 

* * *

 

La predicación del Bautista sacudió la conciencia de muchos. Aquel profeta del desierto les estaba diciendo en voz alta lo que ellos sentían en su corazón: era necesario cambiar, volver a Dios, prepararse para acoger al Mesías. Algunos se acercaron a él con esta pregunta: «¿Qué podemos hacer?».

El Bautista tiene las ideas muy claras. No les propone añadir a su vida nuevas prácticas religiosas. No les pide que se queden en el desierto haciendo penitencia. No les habla de nuevos preceptos. Al Mesías hay que acogerlo mirando atentamente a los necesitados.

No se pierde en teorías sublimes ni en motivaciones profundas. De manera directa, en el más puro estilo profético, lo resume todo en una fórmula genial: «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo». Y nosotros, ¿qué podemos hacer para acoger a Cristo en medio de esta sociedad en crisis?

Antes que nada, esforzarnos mucho más en conocer lo que está pasando: la falta de información es la primera causa de nuestra pasividad. Por otra parte, no tolerar la mentira o el encubrimiento de la verdad. Tenemos que conocer, en toda su crudeza, el sufrimiento que se está generando de manera injusta entre nosotros.

No basta con vivir a golpes de generosidad. Podemos dar pasos hacia una vida más sobria. Atrevernos a hacer la experiencia de «empobrecernos» poco a poco, recortando nuestro actual nivel de bienestar para compartir con los más necesitados tantas cosas que tenemos y no necesitamos para vivir.

Podemos estar especialmente atentos a quienes han caído en situaciones graves de exclusión social: desahuciados, privados de la debida atención sanitaria, sin ingresos ni recurso social alguno… Hemos de salir instintivamente en defensa de los que se están hundiendo en la impotencia y la falta de motivación para enfrentarse a su futuro.

Desde las comunidades cristianas podemos desarrollar iniciativas diversas para estar cerca de los casos más sangrantes de desamparo social: conocimiento concreto de situaciones, movilización de personas para no dejar solo a nadie, aportación de recursos materiales, gestión de posibles ayudas…

Para muchos son tiempos difíciles. A todos se nos va a ofrecer la oportunidad de humanizar nuestro consumismo alocado, hacernos más sensibles al sufrimiento de las víctimas, crecer en solidaridad práctica, contribuir a denunciar la falta de compasión en la gestación de la crisis… Será nuestra manera de acoger con más verdad a Cristo en nuestras vidas.

MUJERES CREYENTES

 

 

LUCAS 1,39-45

IV ADVIENTO

 

 

39 Por aquellos días, María se puso en camino y fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá. 40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Y, cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, 42 exclamó a grandes voces:

–Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. 43 Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44 Porque, en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno. 45 ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

 

* * *

 

Después de recibir la llamada de Dios, anunciándole que será madre del Mesías, María se pone en camino sola. Empieza para ella una vida nueva, al servicio de su Hijo Jesús. Marcha «deprisa», con decisión. Siente necesidad de compartir con su prima Isabel su alegría y de ponerse cuanto antes a su servicio en los últimos meses de embarazo.

El encuentro de las dos madres es una escena insólita. No están presentes los varones. Solo dos mujeres sencillas, sin ningún título ni relevancia en la religión judía. María, que lleva consigo a todas partes a Jesús, e Isabel, que, llena de espíritu profético, se atreve a bendecir a su prima en nombre de Dios.

María entra en casa de Zacarías, pero no se dirige a él. Va directamente a saludar a Isabel. Nada sabemos del contenido de su saludo. Solo que aquel saludo llena la casa de una alegría desbordante. Es la alegría que vive María desde que escuchó el saludo del ángel: «Alégrate, llena de gracia».

Isabel no puede contener su sorpresa y su alegría. En cuanto oye el saludo de María, siente los movimientos de la criatura que lleva en su seno, y los interpreta maternalmente como «saltos de alegría». Enseguida bendice a María «a voz en grito», diciendo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre».

En ningún momento llama a María por su nombre. La contempla totalmente identificada con su misión: es la madre de su Señor. La ve como una mujer creyente en la que se irán cumpliendo los designios de Dios: «Dichosa porque has creído».

Lo que más le sorprende es la actuación de María. No ha venido a mostrar su dignidad de madre del Mesías. No está allí para ser servida, sino para servir. Isabel no sale de su asombro. «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?».

Son bastantes las mujeres que no viven con paz en el interior de la Iglesia. En algunas crece el desafecto y el malestar. Sufren al ver que, a pesar de ser las primeras colaboradoras en muchos campos, apenas se cuenta con ellas para pensar, decidir e impulsar la marcha de la Iglesia. Esta situación nos está haciendo daño a todos.

El peso de una historia multisecular controlada y dominada por los varones nos impide tomar conciencia del empobrecimiento que significa para la Iglesia prescindir de una presencia más eficaz de la mujer. Nosotros no las escuchamos, pero Dios puede suscitar mujeres creyentes, llenas de espíritu profético, que nos contagien alegría y den a la Iglesia un rostro más humano. Serán una bendición. Nos enseñarán a seguir a Jesús con más pasión y fidelidad.

ANTE EL MISTERIO DEL NIÑO

 

 

LUCAS 2,1-14

NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

 

1 En aquellos días apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se empadronasen los habitantes del Imperio. 2 Este censo fue el primero que se hizo durante el mandato de Quirino, gobernador de Siria. 3 Todos iban a inscribirse a su ciudad. 4 También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, 5 para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta. 6 Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

8 Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche al raso, velando sus rebaños. 9 Un ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Entonces les entró un gran miedo, 10 pero el ángel les dijo:

–No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo: 11 os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. 12 Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

13 Y de repente se juntó al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo:

14 –¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!

 

* * *

 

Los hombres terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y la rutina van vaciando de vida nuestra existencia. Decía Ch. Péguy que «hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada a casi todo». Por eso no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a tantos hombres y mujeres de «alma acostumbrada».

Estamos acostumbrados a escuchar que «Dios ha nacido en un portal de Belén». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se ofrece como niño. Lo dice Antoine de Saint-Exupéry en el prólogo de su delicioso Principito: «Todas las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.

Pero esa es justamente la gran noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo Misterio. Pero ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso, entrañable, desde la ternura y la transparencia de un niño.

Y este es el mensaje de la Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacernos niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirnos confiadamente a la gracia y el perdón.

A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón un rincón íntimo en el que todavía no hemos dejado de ser niños.

Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, compras y compromisos.

Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera, bondadosa y confiada en Dios. Es posible que comencemos a ver nuestra vida de otra manera. «No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos» (A. de Saint-Exupéry).

Y, sobre todo, es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa, sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que no separa, sino que une; que no recela, sino que confía; que no entristece, sino que ilumina; que no teme, sino que ama.

UNA FAMILIA DIFERENTE

 

 

LUCAS 2,41-52

SAGRADA FAMILIA

 

 

41 Sus padres iban cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua. 42 Cuando el niño cumplió doce años, subieron a celebrar la fiesta, según la costumbre. 43 Terminada
la fiesta, cuando regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.
44 Estos creían que iba en la comitiva, y, al terminar la primera jornada, lo buscaron entre los parientes y conocidos. 45 Al no hallarlo, volvieron a Jerusalén en su busca.

46 Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían estaban sorprendidos de su inteligencia y de sus respuestas. 48 Al verlo se quedaron perplejos, y su madre le dijo:

–Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados.

49 Él les contestó:

–¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?

50 Pero ellos no comprendieron lo que les decía. 51 Bajó con ellos a Nazaret y vivió bajo su tutela. Su madre guardaba todos estos recuerdos en su corazón. 52 Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y ante los hombres.

 

* * *

 

Entre los católicos se defiende casi instintivamente el valor de la familia, pero no siempre nos detenemos a reflexionar sobre el contenido concreto de un proyecto familiar entendido y vivido desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia inspirada en Jesús?

La familia, según él, tiene su origen en el misterio del Creador, que atrae a la mujer y al varón a ser «una sola carne», compartiendo su vida en una entrega mutua, animada por un amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta experiencia amorosa de los padres puede engendrar una familia sana.

Siguiendo la llamada profunda de su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva. Es su tarea más apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo a su amor. La que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.

Los hijos son un regalo y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. La actuación de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y abrazando y bendiciendo a los niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida frágil de quienes comienzan la andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer nada mejor.

Muchos padres viven hoy desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz desde las comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho bien encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es evangélico exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y desvelos.