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Akal / Educación / 2

Vanessa Pérez Gordillo

La dictadura del coaching

Manifiesto por una educación del yo al nosotros

Prólogo: Miguel Mazzeo

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Cómo ganar amigos e influir en las personas, El poder del ahora, Inteligencia emocional, Tus zonas erróneas, Gente tóxica, El arte de no amargarse la vida... un tsunami de manuales nos inunda. Ya no estamos solos, un libro puede salvarnos. Hecho añicos el sujeto social, se imponen las terapias de autoayuda, funcionales a la ideología consumista imperante. ¿Cómo combatirlas?

La motivación, la creatividad, la capacidad comunicativa, el éxito personal y profesional, la felicidad o el amor son los códigos de acceso a un programa salvador que nada tiene que ver con el proyecto ilustrado y su finalidad de emancipación humana. Frente a la perversión mercantil de los ideales humanistas, este vigoroso manifiesto se alza en defensa de la pluralidad, del espacio público, de la calidad de la enseñanza, del acceso al conocimiento como bien social, del crecimiento como desarrollo para todos y todas.

«El coaching es la demolición humana. Este magnífico ensayo es un grito en medio del desierto, el aullido de un hombre en la soledad de una ciudad inmensa. Es el intento de un resplandor que nos recupere y nos sople la naturaleza de la vida viva, del sonido humano capaz de estremecer las multitudes y descolonizar las conciencias dormidas. Es salvar la semilla del hombre, hechura de lo colectivo y de lo hermanado, de lo atrevidamente apasionado, sin ataduras, ni pasitos de robot.»

Stella Calloni

«De los años ochenta a esta parte, el auge de la industria de la motivación y la autoayuda es la otra cara de deslocalizaciones y despidos en masa, de la debilitación de los vínculos sociales, del triunfo sin paliativos del neoliberalismo. El alegato de Vanessa Pérez Gordillo constituye una valiosa aportación contra ese individualismo ensimismado que todo lo corroe y nos corroe.»

Carlos Fernández Liria

«Vanessa Pérez Gordillo nos presenta un auténtico antimanual del coaching. Una crítica demoledora a un conjunto de pseudosaberes, pseudoterapias y falsos subterfugios. Un cuestionamiento a fondo de las técnicas centradas en la “construcción del Yo” y en la búsqueda de un modelo estandarizado e inauténtico de la “felicidad” y el “éxito”.»

Miguel Mazzeo

Vanessa Pérez Gordillo es licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), titulada en máster en Comunicación Integral y especialista en Formación Familiar y Educación Evolutiva por la Universidad de Alcalá de Henares e Instituto Hune. Forma parte, actualmente, del espacio de comunicación social y educación popular Vocesenlucha.

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RAG

Directores de la colección

Enrique Galindo Ferrández y Olga García Fernández

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Atxe

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© Vanessa Pérez Gordillo, 2019

© Ediciones Akal, S. A., 2019

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4839-8

A las nuevas generaciones. A Andrea, Emma, Vega y Hugo.

Prólogo

En La dictadura del coaching. Manifiesto por una educación del yo al nosotros, Vanessa Pérez Gordillo nos presenta un auténtico antimanual del coaching. Una crítica demoledora a un conjunto de pseudosaberes, pseudoterapias y falsos subterfugios. Un cuestionamiento a fondo de las técnicas centradas en la «construcción del Yo» y en la búsqueda de un modelo estandarizado e inauténtico de la «felicidad» y el «éxito». La dictadura del coaching es la dictadura de unos prototipos impuestos compulsivamente, o a través de una tergiversación de algunos deseos genuinos de las personas. La dictadura del coaching es la consumación de las distopías más aberrantes.

La autora nos revela el verdadero sentido del coaching: una perversión mercantil de la mayéutica socrática; con sus lógicas instrumentales sin contenido y sin sentido, con sus prácticas manipuladoras y sus manías clasificatorias; una caricatura del asesoramiento y la cooperación; una degradación del proceso de enseñanza-aprendizaje y del pensamiento en general cuyo objetivo central es reforzar el individualismo por la vía de la competencia, anular los entornos sociales e históricos, destituir el conflicto y la voluntad.

El coaching remite a las lógicas mercantiles avanzando sobre todas las esferas del quehacer humano; colonizando lo público, flexibilizando y precarizando el trabajo y la vida; reemplazando la enseñanza por el adiestramiento, la organización colectiva por la figura del empresario/a de sí mismo/a, la experimentación por el «entretenimiento», a «filósofos y poetas» por «terapeutas y entrenadores»; en síntesis: sustituyendo la cultura por una pseudocultura, la sociedad civil por un conjunto de mónadas, la política por la gestión de lo establecido. Con la intervención de la tecnología direccionada por el coaching, se configuraría un capitalismo de «algoritmos», una sociedad de «memes», un mundo donde el único sentido pasa por el consumo individual y, por lo tanto, por lo insustancial y efímero. Un mundo donde se hace difícil construir sentidos existencialmente significativos. Sin lugar a dudas, el coaching forma parte de lo que Mark Fisher llamaba el «realismo capitalista».

Si bien la autora nos propone una visión general sobre el coaching, se centra especialmente en su creciente influencia en los ámbitos educativos. Si, como decía Antonio Gramsci, toda hegemonía conlleva una pedagogía, la presencia del coaching en la educación puede verse como expresión de un proyecto que busca ampliar al máximo la hegemonía del capital, sellando toda posible fisura de su dominio, clausurando todo conato contrahegemónico. En este sentido emerge la dimensión más prístina del coaching: un conjunto de prácticas y subjetividades que colonizan las conciencias, que moldean la percepción del mundo y de la vida en clave de competencia o redención personal, que encadenan el deseo y que logran la sobreadaptación de las personas a unos entornos inhumanos que, indirectamente, terminan naturalizados y legitimados.

De este modo, el coaching se nos presenta como una cima de la perversión, dado que pretende ocultar un fracaso sistémico haciéndolo pasar por un fracaso personal y porque busca conjurar un orden general absurdo con recetas de autoayuda y prescripciones similares, bloqueando sistemáticamente cualquier iniciativa que apunte a la transformación radical de ese orden y a la producción de órdenes alternativos.

Pero la autora no cae en la prosa de resignación. No se precipita en el fatalismo ni en el conformismo. Vislumbra alternativas. Al coaching le contrapone el pensamiento crítico y las experiencias que convocan a pensar colectiva y situadamente. Pensar desde y pensar entre. Reconstruir un nosotros/nosotras. Reconstruir un sujeto histórico dispuesto a encarar la tarea de desarraigar el metabolismo social del capital.

Las páginas de este libro ponen en evidencia la complexión de Vanessa. Estamos frente a una educadora popular, una activista política, una agitadora cultural. Fiel a su visión, reivindica las experiencias autogestionarias y critica las experiencias verticales y autoritarias. Abreva en experiencias cuyo rasgo más distintivo es la construcción de comunidad: la fundación de una comunidad humana, la apuesta comunal por el territorio, la economía popular, el autogobierno, el poder popular. Experiencias en las que se consuma su principal propuesta: realizar el periplo desalienante del yo al nosotros. Muchas de las experiencias que le sirven de referencia se vienen desarrollando en Nuestra América.

Se puede decir, entonces, que la autora representa a una franja «herética» en el marco de la cultura política española y europea, entre otras cosas, porque propone una renovación política y cultural del viejo continente a partir del desarrollo de la capacidad de abrevar en los experimentos emancipatorios del mundo periférico y de extraer de ellos insumos para fijar algunas coordenadas de lo que sería un modelo de «vida buena», un modelo que le haría muy bien a una buena parte de los europeos y las europeas, por no decir a casi todos y todas. Nos referimos especialmente a un conjunto de experiencias populares desarrolladas en Nuestra América que Vanessa conoce en versión directa, porque las lleva en la piel y en la retina, porque las ha «vivenciado», desde México a la Argentina. ¿Estaremos frente a la expresión de una nueva sensibilidad política europea, capaz de decodificar y de nutrirse del potencial emancipatorio de un conjunto de experiencias del mundo periférico? ¿Estaremos frente a los prolegómenos de la reconfiguración de un nuevo universal emancipatorio a partir del diálogo entre los particulares resistentes, desobedientes y dignos de todo el mundo?

Con un estilo depurado, sencillo y directo; con apelación a diversos registros, incluyendo uno testimonial y autobiográfico; con pasajes dominados por potentes metáforas; con afirmaciones que constituyen verdaderos «cross» a la mandíbula; lejos de atenerse al estricto arte de las ciencias sociales, la autora combina «espontáneamente» técnicas predominantemente históricas con otras teóricas. Busca rastrear sentidos pretéritos de un conjunto de experiencias «desde abajo», «horizontales», los sentidos diversos, pero también propone uno específico. La obra no oculta sus momentos de «incitación». Estos son bien explícitos y van amojonando equilibradamente toda la obra, del principio al final. Asimismo, se combinan las técnicas diacrónicas con las sincrónicas. El tema y los objetivos propuestos se muestran afines al desarrollo teórico.

La obra de Vanessa Pérez Gordillo posee una doble orientación: por su estructura y sus características, por su sentido didáctico, resulta un material fundamental para quienes se identifican con una cultura de izquierda, o, más en general, para quienes rechazan y resisten el mundo monolítico y alienante del capital; pero también es un material imprescindible para los maestros, profesores, investigadores y estudiantes que no quieren ser triturados por los engranajes de una maquinaria que los condena a ser autómatas insensibles y esclavos en un mundo donde están vedados el pensamiento, el sentimiento, la pasión y la emoción, donde sólo hay lugar para el rendimiento, que, sin duda, es una de las formas más tristes de la rendición.

Miguel Mazzeo

Lanús Oeste (Buenos Aires, Argentina), 8 de septiembre de 2019

LA DICTADURA DEL COACHING

Preámbulo

Estaba escribiendo la primera parte de este libro cuando Enrique Galindo me etiquetó en un mensaje de Facebook que decía: «Un equipo de coaching preparará a los 2.000 alumnos que harán las pruebas PISA». Acababa de comer y le contesté: «Puuuffff. Acabo de tener un corte de digestión». Leí aquella nota con atención, pues merecía preocuparnos. Entre aquellas palabras rescaté un párrafo que adivinaba cuáles iban a ser los movimientos futuros: «Lo realmente bueno sería trabajar con ellos desde primero de la ESO, pero tendrá efecto». Tendrá efecto preparar al alumnado a pesar de no haber empezado a trabajar con ellos antes incluso de enseñarles a resolver derivadas, de que conozcan la pintura de Rubens o de que hayan leído a Platón. Así se expresaba el investigador en la nota: lo realmente bueno sería… pero tendrá efecto. Claro que tendrá efecto, pensé, un efecto devastador. Debo decir que sentí pavor ante lo realmente bueno, una especie de miedo ancestral recorrió mi cuerpo y cuando Enrique me contestó «lo de tu libro empieza a ser urgente» me propuse acelerar el proceso.

Cómo el coaching ha permeado en el campo educativo no es fácil de explicar. Durante siglos, una serie de factores han generado las condiciones para paralizar el ciclo de observación, de orientación, de decisión y de acción del ser humano sin necesidad de destruirlo. Richard Szafranski lo llama la «guerra neocortical», un paso más allá de la guerra psíquica, cuyo objetivo es la conciencia y la memoria. Las mentes y los corazones han sido labrados con la mejor de las tecnologías. El individualismo, que es la fórmula magistral que surge de experimentar con el anciano «divide y vencerás», y que expresamos como el Yo, desnutrió el carácter emancipador que podía cuestionar el asunto. La Humanidad, ese nosotros al que pertenecemos, tiende a la justicia, pero también se puede neutralizar y pervertir. Imagino que fue una ardua tarea encontrar el freno de esa tendencia. Sin duda, la traición tuvo y tiene un papel principal. Traicionamos el nosotros y somos parte de la tendencia hacia el Yo. La acelerada deshumanización que siembra el mundo se protege con los más feroces agrotóxicos del mercado. Igual que el cultivo del llamado «oro verde», la soja, la deshumanización resulta de lo más lucrativa a los intereses del mercado, a los objetivos del capital, permitiendo la refundación del orden de las cosas, pervirtiendo el concepto y la naturaleza de la Humanidad.

El libro que tienes en tus manos empieza por lo que a mi juicio es el sofrito de este plato que se sirve en bandeja llamado coaching. El coaching, como el arroz –¡que nos perdone el arroz!–, puede cocinarse de cientos de maneras. Hay quienes denuncian que no todo es coaching y que la autoayuda y otras disciplinas han metido las narices en su cocina. En este libro no trataremos esa discusión, pues no defendemos ni lo uno, ni lo otro, ni un híbrido de ambos. Lo que sí haremos será tratar el tema como si fuera un Encuentro Internacional de Coaching donde todos los platos están invitados. Entre miles de rostros y voces coachingianas y coacheeanas[1] mostraremos cómo ante los ojos del mundo, y con el beneplácito del modelo, se ha impuesto la dictadura del coaching. ¿Qué es la dictadura del coaching? Una práctica donde la educación y el conocimiento pierden la posibilidad de hacernos mejores, para ofrecernos un coctel de soluciones donde elegir lo que más nos convenga en cada momento. Sospechamos que elegir lo que supuestamente más conviene en cada momento no ayuda a construir un mundo habitable, sino el mundo hostil perfectamente aseado donde la Humanidad vive cada vez más en la diáspora del Yo. Queremos desgranar con el paladar público los ingredientes que han posibilitado este menú, y queremos identificar la lógica y tendencia de su modus operandi. ¿Qué hace que sea posible que la industria del coaching mueva miles de millones de dólares anuales en el mundo? En algunos momentos, dada la invasión del plato en la oferta gastronómica, podría parecer que nos alejamos, pero será por una causa justa: descubrir por qué a pesar de su buena prensa, de su solución todopoderosa, este ejercicio sanador y salvador no nos nutre e, igual que los alimentos procesados, elaborados en cadena, o cultivados a base de agrotóxicos, nos aboca al cáncer de la angustia, a una congoja histórica que se manifiesta más pronto que tarde en la insoportable sensación de vacío del «pese a todo, nada es suficiente». Una sensación que el asesoramiento psicológico quiere difuminar y superar, y que el coaching, esa ideología de consumo posmoderno, utiliza como cama elástica propulsora hacia la motivación y la transformación personal y profesional.

Aquel lunes, cuando el arroz con frijoles se me indigestó, pensé que la vida estaba más cerca de convertirse en ese mundo feliz que dibujó Huxley, y que muchas generaciones descubrimos en el instituto gracias a la lectura obligatoria. El análisis que habían hecho mis colegas en su libro Escuela o barbarie se repetía en mi cabeza: «La aspiración a alcanzar verdades objetivas resulta incómoda y puede afectar negativamente al pensamiento positivo de los “esclavos felices”»[2]. Esa esclavitud consentida que no aspira a la verdad tiene un efecto desmovilizador, pues la sabiduría va de la mano de la emancipación. Hay un esfuerzo capital por hacernos creer que es ridículo confiar en la naturaleza humana, en esa capacidad reflexiva y crítica que nos permite construir juntos un mundo más justo. La servidumbre cultural, lo decimos con Marina Garcés, lo sabe todo y no puede nada[3]. El esclavo feliz es el abono que destruye el mundo común, tan verdadero y real como frágil. Ese mundo, que se impone por sí mismo, es el mundo habitable y feliz de antes del Diluvio y de Caín, del Trabajo y los días, de la lucha de clases…[4]. Un mundo que hemos olvidado y que nada tiene que ver con el mundo feliz, donde gobiernan las clasificaciones, vigila la «ciencia de la felicidad» y se encarcela el sentimiento. La tierra, es cierto, se seca por el fuego de los venenos que vierten sobre ella; regarla con el agua de la fuente del olvido es arriesgarnos a olvidar un milagro llamado Humanidad. Un milagro que creemos es el antídoto contra esa técnica personalista e individualizadora que representa el coaching y que viene a suplantar la herencia ilustrada de la vida digna. En aras de recordar ese milagro –aun a pesar de la ventaja que nos lleva ese mundo tenebroso construido desde el olvido, y que va succionándonos hacia un agujero negro–, nace este texto. Un alegato a favor de la vida, anterior y salvaje, real y verdadera, ante la cual –por su fragilidad– todo ser humano se conoce a sí mismo en el ágora, en el encuentro con los otros, en la práctica socrática que nos enseña a relacionarnos con el saber, sin necesidad de coaching ni terapias. Sin necesidad de Yo. Creemos que se trata de confiar en nosotros, en la capacidad que tenemos para afrontar la tarea de hacernos mejores. La dictadura del coaching también pretende contribuir a devolver a las disciplinas amenazadas por la dictadura del coaching el lugar que les corresponde. Las humanidades, como herramientas para la construcción de sociedades éticas, colectivas y comunitarias, siguen conteniendo las claves del buen vivir[5] que estas terapias están usurpando para imponer la felicidad o la buena vida, lo cual no es lo mismo, aunque pueda parecerlo.

Con el fin de poner una semilla a la necesaria feminización que requiere el lenguaje de una cultura patriarcal, utilizaré unas veces el femenino y otras el masculino, e incluso intercalaré una y otro, otra y uno. La palabra hombre, utilizada puntualmente, la uso en sentido genérico y, en su lugar, empleo la palabra humanidad. Estoy segura de que con el tiempo encontraremos la manera de hacerlo mejor, por ahora espero no incomodar por ello. También pido disculpas por los momentos en los que el texto pudiera parecer perderse a riesgo de perder al lector, a la lectora; en ese caso aconsejo seguir leyendo hasta volver a encontrar el hilo. Quizá faltaron las palabras, quizá no. La verdad, no la tuya o la mía, la nuestra, es cegadora, y cuando se manifiesta es imposible mantener la mirada sin resultar herida[6]. Con esa herida «cogí aquella idea al vuelo y eché mano de las primeras palabras que se me ocurrieron para fijarla, temerosa de que se me volara otra vez»[7].

Gracias a Enrique Galindo por confiar, y ayudarme a concretar una idea: mi deuda es infinita.

Gracias a Olga García por animarme a tomar partido desde la primera línea, eres un torrente de valentía.

Gracias a Marcos Roitman por su extraordinaria sensibilidad, por elegir momentos y modos, por ser un maestro; respeto y conocimiento le representan.

Gracias a Raúl, compañero de viaje, lector atento y perspicaz, quien siempre estuvo en los momentos en que la pluma se quedó sin tinta, el pulmón sin aire, para que el corazón no dejara de latir. De algún modo, es coautor de este libro.

Y gracias a los que rieron conmigo a través de los tiempos, todos, todas somos pasajeras de un sueño llamado Humanidad. A nuestro modo, vamos encontrando las formas de situarnos en el horizonte, de pensar en nosotros.

[1] Incorporamos estas dos palabras adjetivadas que se refieren al coach (coachingianas) y al cliente (coacheeanas).

[2] C. Fernández Liria, O. García Fernández y E. Galindo Ferrández, Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, Madrid, Akal, 2017, p. 221.

[3] M. Garcés, Nueva ilustración radical, Barcelona, Anagrama, 2018.

[4] S. Alba Rico, «Gabrielillo en el cuarto de juegos», CTXT, 13 de marzo de 2018 [disponible en https://ctxt.es/es/20180307/Firmas/18345/Gabriel-infancia-niños-humanidad-maldad.htm].

[5] Buen vivir: eudaimonía aristotélica, sumak kawsay quechua, tekó porä guaraní, suma qamaña aimara… Aristóteles, Ética a Nicómaco, Madrid, Alianza, introducción de José Luis Calvo, 2001, p. 15.

[6] Leyenda de Sémele y Zeus.

[7] F. Nietzsche, La gaya ciencia, Madrid, Alba Libros, 1997, pp. 188-189; aforismo 298, «Suspiros» (cursiva nuestra).

Introducción

El vacío sobre el que se erige la cultura se ha agrietado, un eco recorre Occidente suplicando soluciones. La sociedad del espectáculo[1] es teledirigida por el tecnocapitalismo. El Estado-TV se ha visto alterado por el Estado-internet. La pantalla interactiva sustituye a la parrilla fija de ayer. Todo, como en el supermercado, está a nuestro alcance con un clic. El mundo entero cabe en un ratón. El conocimiento, las ciencias y las artes flotan en el ciberespacio del autoconsumo. La alienación se ha viralizado, corre por el torrente sanguíneo sin encontrar resistencias. La cumbre del «paradigma individualista»[2] causa el desenraizamiento de las palabras y las cosas, y es responsable de la industria del show business y la happycracia[3], dando lugar a una realidad cíclica (sin salida), donde las ganancias obtenidas en el tiempo de trabajo se gastan en el tiempo de ocio. Realidades esencialmente violentas, y superficialmente habitables, que sustituyen vivir por pasar el rato, controlan el malestar y ocultan la miseria con el placebo de la felicidad.

En una realidad interconectada, de progreso infinito, el êthos homérico[4] se diluye en la globalización donde la sociedad civil, el espacio público, es decir, el nosotros, desaparece. La aparición del individuo como átomo irreductible será el punto de partida y llegada, enriqueciéndose y agotándose todo en él, en la esfera del yo. Una inversión copernicana que anuncia tiempos de autorreferencialidad que persiguen la transformación de sí. Pero, entre las fibras ópticas, la nostalgia originaria de la colectividad ralentiza el sistema. Se sabe que alrededor de un 20 por 100 de internautas concurre al espectáculo del yo con fines políticos. Un porcentaje que intranquiliza a los pensadores del establishment que trabajan en el Plan B temerosos de que se caiga el Plan A, pues saben que la vida siempre encuentra la forma de manifestarse. Cuando ya parecía haber fracasado la Humanidad, la voz de la marxiana «transformación del mundo» se vuelve meme[5].

El plan radica en narcotizarnos con el aroma del logro y adentrarnos en la senda del cuidado propio, privado y personal. Quieren que olvidemos que necesitamos cuidarnos mutuamente, pero la voz de ese 20 por 100 nos recuerda que somos iguales, iguales y frágiles. El agrietamiento se acentúa para traer a la presencia la verdad: aunque bajemos la mirada y traguemos saliva para seguir adelante, algo ha quedado transformado para siempre, como cuando se arruga un papel, como cuando se quema un monte, como cuando se privatiza la educación. La guerra (en todas sus formas) es contraria a la vida. Ese eco que suplica soluciones es el nosotros al borde de la extinción. Un nosotros que no quiere las soluciones de una progenie artificial que viene a suplantarnos. Un nosotros que es un tejido que reclama un hilo emancipador y que está dispuesto a resistir a esta automodernidad fibrosa.

Llamamos automodernidad a una posmodernidad que profundiza sobre sí, que no avanza ni progresa, sino que salta hacia arriba para, al caer, acabar más dentro. Una posmodernidad donde el formidable peso del Yo aplasta todo lo demás, enterrando el nosotros. Una posmodernidad que no reflexiona, sino que autorreflexiona, que no necesita elementos de afuera más que para erguirse sobre ellos, autoadmirarse y autoordenarse. Pura autorreferencialidad. Una posmodernidad donde impera el relativismo moral, que absorbe lo «humano, demasiado humano»[6] para devolvérnoslo en forma de escupitajo. Una posmodernidad que se autosucciona y que autoclasifica desde la más tierna infancia.

Un objetivo del educador infantil es conseguir que los niños se autoclasifiquen bien, ya que ello es condición importante para su salud psicológica. […] Los problemas en la identidad sexual son serios y producen mucho malestar a quien los vive[7].

Algo está sucediendo en las calles, en los espejos, en las carnicerías, en las tijeras, en los convenios… Somos testigos de una transición invisible que está cambiando la televisión, las escuelas, las oficinas, los autobuses, las relaciones, la humanidad. La automodernidad aprieta la posmodernidad, la tensiona en el presente urgido, la encierra en su percepción, la irrita con su declaración de diversidad y pluralidad. La automodernidad acosa a la posmodernidad del «nada es totalmente malo ni totalmente bueno», sustituyendo los viejos sueños por efímeras pasiones e inseguridades. El siglo XXI declara la sustitución del papel central del conocimiento por otras habilidades y competencias. Ni contenidos memorizados, ni memoria: ¿para qué la memoria en tiempos de olvido? La cultura de la superficialidad se entrena en la flexibilidad y la incertidumbre. En esa modernidad «pos», los ideales humanistas quedan cuestionados por el para qué. En esta modernidad «auto», los intangibles humanistas son torturados por los económetras, desahuciados por su falta de rentabilidad, abrasados por la dictadura del coaching. Una dictadura que no necesita vigilantes que vigilen, más eficaz que el panóptico de Bentham. Una dictadura perfecta, que consigue que cada cual se autovigile. La rentabilidad para el sistema no puede ser mayor, pasamos de ser explotados a autoexplotarnos. ¡Millones de vigilantes a la calle! ¡Millones de puestos de trabajo menos! Los márgenes de la vida digna se reajustan para advertirnos de que hay una palabra que sobra: dignidad.

Occidente, esa parte del mundo cuya voluntad política es blanca, burguesa y patriarcal, además de ser literalmente una fábrica de municiones[8], es la prueba fidedigna de que no sólo matan las balas, de que la cultura y las palabras también lo hacen. Por eso, los opresores, esos poderes fácticos que gobiernan el mundo, acaparan desde la televisión hasta los planes de estudio de las escuelas, sin olvidar, ¡cómo iban a olvidarlo!, el campo financiero. El enriquecimiento de unos pocos quiere arruinar la humanidad hasta el punto de que olvidemos quiénes somos. La pregunta «¿quién es el hombre?» pasó de querer ser aniquilada a usarla en su propio beneficio. No nos matan, nos controlan, pues nos necesitan para llevar a cabo sus planes. Nos quieren, pero idiotas. Lo dijo Antonio Gramsci: «Tomen la educación y la cultura, y el resto se dará por añadidura». Cuando el sistema hoy hegemónico toma la educación y la cultura, construye un ser humano que normaliza la cosificación y el sometimiento. Un sujeto acrítico, que consiente la dominación y la ejerce en su cotidianidad sin reparar en ello. Las revoluciones emancipadoras también basan su éxito en la educación, en la enorme tarea que tiene el ser humano de hacer consigo algo mejor, en la apuesta de construir juntos un mundo más justo, donde merezca la pena vivir. La Segunda República española creó en sólo dos años 13.500 escuelas, frente a las 11.000 creadas en los anteriores treinta años de monarquía. Educación versus alienación. Humanidad versus barbarie. Un pueblo educado que afronta el reto socrático de conocerse a sí mismo, que asume la valentía ilustrada de atreverse a saber, siempre abrirá las grandes alamedas por donde pase el hombre libre[9]. Ese pueblo luchará contra la opresión, aunque a veces se confunda. Y por sus visos de humanidad ese pueblo, lo escribe la historia, será intervenido.

En la actualidad, cada vez que se eleva la voz con palabras verdaderas, palabras que hablan de cosas, que señalan la injusticia, que huelen a gente, a soberanía, las prohíben, las borran y las encarcelan. Libros, canciones, películas, documentales, personas son acorraladas diariamente, criminalizadas, multadas, detenidas y muchas veces asesinadas. Y aunque el eco de las voces que exigen soluciones logre viralizarse y llegue a generar opinión, no hay curiosidad que gane la batalla contra el miedo en un escenario donde hay cosas que perder. Por eso los acumuladores mantienen unos mínimos, para evitar el estallido. El mundo de las palabras, liberado del mundo de las cosas, pierde el sentido. Las cosas son los fierros que nos encadenan. Estudio, trabajo, coche, chalé, boda, familia. Somos autómatas perfectas, autoclausuradores de las propuestas alternativas al modelo que tiene la sartén por el mango. Este sólo tiene que mantenernos en ese estado, y vigilar a ese 20 por 100 desobediente, a esos antisistema insurrectos que han decidido no autovigilarse, que han decidido sospechar ¿Os imagináis si fuéramos todos y juntos? ¿Qué pasaría si no consiguieran segmentarnos? No podrían bombardear el mundo, no tendrían ejércitos que avalasen sus maléficos planes de apropiarse de todo, y ese 20 por 100 se multiplicaría. Actualmente hay un 80 por 100 de fieles vividores del aquí y ahora, fieles discípulos del secreto, de un presente que desdibuja el pasado y lo vacía, y de un futuro con el que no se tienen más responsabilidades que pagar la deuda y concentrarnos lo suficiente para poder ser millonarios. Devolver las palabras a las cosas podría generar un desplazamiento, si se quiere tectónico, y despertar algún que otro fantasma que remueva otras opiniones, que recupere otros sentidos comunes, que le diga a Occidente que ya está bien de tanta barbaridad. El 15M remeciendo las plazas, el nuevo color del municipalismo, el 1 de octubre catalán defendiendo el derecho a decidir, el 8M empapándonos de feminismo, los procesos latinoamericanos clamando descolonización, los campesinos del mundo entero luchando por el derecho de los pueblos a la semilla… son expresiones que reclaman la conexión con las cosas, que nos recuerdan ese cordón umbilical que apunta más allá del Yo. Si las palabras, de la mano con las cosas, llegan a las plazas, a la antigua ágora griega donde se hacían y deshacían las reglas del juego, el control hegemónico peligrará. Porque si esas palabras llegan a las calles, a los espejos, a las carnicerías, a las tijeras, a los convenios, al 99 por 100, entonces ni mil caballos a todo galope lograrían pararlas. Por eso la necesidad de tomar posición en las televisiones, las escuelas, los mercados, y construir otras narrativas, narrativas contrahegemónicas que nos hagan preguntarnos: ¿cómo podríamos gobernarnos de otra manera?

Para evitar lo posible, porque sí es posible recordar ese mundo ancestral y humano, demasiado humano, donde las palabras no son huecas, se proclama una posmodernidad que valora la forma por encima del contenido, que renuncia a la verdad, que desconfía de la realidad y apuesta por la gran transformación del gusano en mariposa. Una posmodernidad de imposibles. En nuestro interior se esconde un diamante de extraordinarias dimensiones: ¡tenemos que pulirlo! para brillar en este mundo injusto y desigual. De pronto, el autoconocimiento puede hacer de nosotras lo que el gran padre espera. Parimos la automodernidad, una modernidad hecha por y para el Yo, donde se penalizará el recuerdo y la resistencia. Pero no sólo, también se penalizará brutalmente el fracaso y el empobrecimiento. El ser no será más el ser, sino lo que come, lo que hace, lo que consume, lo que le rodea… En el reino del «somos lo que comemos», nos devora la búsqueda mística de un «quiénes somos» que nos salva por inofensivos, que nos quiere con pocas luces.

Mientras, el pensamiento único produce palabras –vacías o con significados difusos que no remiten a las cosas–, contagia la opinión y secuestra la realidad. Con el grito de la humanidad atravesando el mar en patera, la desestabilización económica de los países que quieren gobernar de otra manera, y el robo de la legitimidad, esta sociedad del bienestar que devino financiera asegura no perder el control al imponer un tipo de relación que impide que otras mejoren. Mientras la atención de la resistencia se dispersa en decenas de frentes abiertos, el pensamiento único reduce las diferencias, blanquea la historia, produce una adictiva necesidad que llama «consumo» y asegura su lugar protagonista.

La cosa fue cociéndose poco a poco, al fuego de un plan cuasiperfecto. ¿Quién iba a sospechar de una Vilma que progresaba en la Edad de Piedra y tenía un pelícano como lavadora, o un mamut como aspirador? ¿Qué daño podía hacer al inocente espectador un Pedro que, a la vuelta del trabajo, bailaba con su mujercita la música que hacía sonar el pico de un pájaro? ¿Qué riesgo podía adivinarse en conducir un coche con los pies hasta el supermercado? ¿Quién se atrevería a explicar lo que se escondía detrás de la vida del pato Donald? ¿Quién iba a sospechar de un periódico que nació tras la muerte de Franco y defendió la democracia el 23F antes de que el discurso del rey fuera escuchado? ¿Cómo podíamos atisbar que El alquimista, de Paulo Coelho, iba a ser el inicio del manual de autoayuda? ¿Cómo prever que la inteligencia emocional recorrería desde despachos docentes, hasta las aulas de los hospitales como alimento motivador? Imposible adivinar cómo el coaching se impondría en la empresa y la escuela para mejorar el rendimiento.

Es urgente reflexionar. ¿Qué está pasando? ¿Por qué queremos un coach en nuestra vida? ¿De qué manera la cultura hegemónica, de la mano de las terapias, se ha apropiado de la herencia socrática primero, e ilustrada después, para cambiar su contenido y su dirección en el curso de la historia? ¿A favor de qué modelo de sociedad trabajan? ¿Por qué son tan codiciadas, tan adictivas? ¿Cómo han conseguido permear en tantos y tan diversos ámbitos? Coaching ejecutivo, empresarial, personal, familiar, infantil-adolescente, nutricional, deportivo, espiritual… No se puede seguir apartando la mirada, cada día son más los estantes de libros de autoayuda en las librerías que restan espacio a otras disciplinas. Cuáles son las disciplinas amenazadas nos proporciona las claves para identificar lo que está en juego.

Recuerdo que a principios de siglo ya se decía eso de que en un futuro inmediato todos necesitaremos un psicólogo o un terapeuta, porque el resultado más probable, según el ritmo de vida, era el déficit de atención, la depresión o el cáncer. Lo que no escuché, y tardé en encontrar, fue la causa. Los tiempos que corren son desquiciantes y vacían el ser de su contenido, convirtiéndole en «capital humano» primero y en «empresa de sí» después. Si fracasa es resultado de una vida mal administrada. Nada tiene que ver la sociedad de libre mercado regida por la competencia, donde se forja un tipo de subjetividad que arranca de cuajo la humanidad para imponer el riesgo.

El sujeto neoliberal debe aprender a vivir peligrosamente, debe conocer el temor de quien arriesga, hasta el punto de ponerse paranoico para sobrevivir, aunque el resultado más probable sea la depresión… Esa dialéctica perversa, sumada a los intereses de las compañías farmacéuticas, aliadas a una neuropsiquiatría que reduce problemas anímicos a desajustes químicos, favoreció la proliferación de los trastornos psicológicos de las últimas décadas[10].

La depresión es propia de la era neoliberal, producto de una existencia precaria donde se impone, entre otras cosas, la culpa de los sujetos por ser lo que son, por tener lo que tienen. Es consecuencia de la deshumanización, de la desestabilización de los sentimientos, convertidos en afectos, en emociones repentinas y pasajeras. Ya entonces, se preveía que en poco tiempo las consultas psicológicas o terapéuticas constituirían un nuevo mercado. Hoy es un hecho. La búsqueda interior es un gran mercado tanto para la farmacia como para los herbolarios, tanto para los psicólogos como para los terapeutas de distintas ramas. Detrás de recuperar las ganas de vivir, de conseguir estar a la altura de las circunstancias, no hay solución verdadera, sino un parche paliativo. El sistema apunta a mantener las cosas como están maquillándolas. Una dosis de autoestima por aquí, acceso a un smartphone por allá, un curso de inteligencia emocional, un viaje con tus compañeros de trabajo… Nada resolverá la inseguridad del trabajador (convertido en empresario de sí) ante un sistema depredador. Ni siquiera esas nuevas formas de gestión de la fuerza laboral que alegan horizontalidad, como la gestión por resultados, la evaluación continua, la realización personal a través del trabajo y bla bla bla. El marketing y la publicidad hacen el resto, siempre saben poner el toque vintage que satisfaga la nostalgia de que los tiempos pasados siempre fueron mejores. Cuidado con la estética del mindfulness color pastel, nos quitan la conciencia y la denominan «plena». Ya pasó con el pato Donald y con los Picapiedra, que tuvieron una función fundamental en todo este lío histórico. Pasó con el periódico progre El País, y supuso una herida aún abierta. Pasó con los reality shows, telerrealidades como «Lo que necesitas es amor», «Gran Hermano», y otros que se metieron y siguen metidos en nuestros hogares para anular la conciencia.

Después de las crueles dictaduras, nuestras sociedades se renovaban a la luz de la palabra «bienestar» sin juzgar a los torturadores y los asesinos. Enmudecimos ante la posibilidad de meter las narices en el saco de la clase media, nos tapamos la boca por el módico precio de tener acceso a todos los extras: lavadora, televisión a color, frigorífico, horno, sofás, coche… Y cada año más: batidora, secadora, microondas, freidora, vitrocerámica, cabina de ducha con masaje, móvil, tableta… Sin conquistar la ciudadanía, pasamos de ser dictados a consumidores, y continuamos siendo esclavizados. Con las cibernéticas rejas de la tecnología, alcanzar la libertad revive la utopía. Y la soberanía es el cromo repetido de intercambio entre coronas, multinacionales y banqueros. Todos, sin excepción, se disputan la carne de la humanidad. Caímos en el montaje que nos encarcelaría: acceder a sus aparatos. Aparatos que esclavizan al otro lado del mundo, pero ¿quién lo sabe?, ¿a quién le importa? Aparatos que esclavizan en este mundo, pero ¿quién lo siente?, ¿quién lo cree? Nos convertimos en sociedades que leen los periódicos de quienes escriben sabiendo qué cosas tienen que decir para poder seguir diciéndolas y tener para pagar los extras. Sin pensarlo, construimos una realidad sin poros que ha contribuido al calentamiento global, físico y moral. Cual locomotora sin freno, vamos directos al abismo (Ab-Grund). Y, si nos preguntan, preferimos el abismo al origen. Ahora, para escapar de esa falta de fundamento y de la presión que siente la humanidad ante una congoja histórica[11], se pone en marcha otro plan. Un plan sin traje militar y de cara amable, que garantiza la sostenibilidad del sistema. Un plan que se muestra exento de balas, pero que no tiene reparo en usarlas cuando se trata de proteger sus intereses. Un plan que seduce y somete a una pasividad social tal que puede abandonarnos y estar seguro de que no haremos ninguna revolución.

Ojalá esta introducción haya despertado las ganas de saber qué tienen que ver la humanidad, la pasividad, la televisión, el 23F, los Picapiedra, el espacio cibernauta, el 15M, la autoayuda y el coaching. Eso es lo que pretendemos explicar en este libro que se divide en tres partes y un epílogo. En la primera parte hago una aproximación a la deconstrucción de la Humanidad. La lectura pasará por lo que, a mi juicio, son los elementos clave que han hecho viable la construcción del Yo. La segunda parte se centrará en los tratamientos del Yo, metodologías que tratan la insatisfacción y la infelicidad en una sociedad en crisis permanente. ¿Lograrán estas herramientas paliar la congoja? En la tercera y última parte, me atreveré a pensar el Nosotros, invitando a hacer del mundo un lugar más habitable, retomando los hilos de lo que nos hace humanos, demasiado humanos. El epílogo es un ejercicio que retoma la necesidad, en tiempos de olvido, de mantener un diálogo con las humanidades, fuentes del pensamiento crítico. El desenlace de ese diálogo imaginario con Sócrates pone título a este libro.

Este relato que discurre del Yo al Nosotros se complementa con ejemplos de la experiencia, propia y ajena. Años de vida dedicados al mundo del crecimiento personal, y años de distanciamiento y reflexión crítica, me permiten hablar con conocimiento de causas y azares. Sin rencores, y con mucho respeto hacia todas las partes, tomo partido hasta mancharme, por la honestidad, la ternura y el amor que las voces en lucha me enseñan a cada rato.

[1] G. Debord, La sociedad del espectáculo, Valencia, Pre-Textos, 2007.

[2] G. Lipovetsky y S. Charles, Los tiempos hipermodernos, Barcelona, Anagrama, 2006.

[3] E. Cabanas y E. Illouz, Happycracia, cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, Barcelona, Paidós, 2019.

[4] Una ética fruto de lo colectivo que conforma la estructura individual. Véase E. Lledó, Memoria de la ética: una reflexión sobre los orígenes de la teoría moral en Aristóteles, Madrid, Taurus, 1994, cap. 2.

[5] Neologismo acuñado por Richard Dawkins en El gen egoísta (1976). Es la unidad teórica de información cultural trasmisible de un individuo a otro, de una generación a otra.

[6] Lo más humano, decía Nietzsche, es ahorrarle la vergüenza a alguien. Lo que complementamos con empatizar con las alegrías y los dolores ajenos.

[7] Centro de Enseñanza Online McGraw-Hill, «Servicios al educador». Texto acerca del desarrollo sexual desde el nacimiento hasta los seis años de edad.

[8] Véase el documental Los hilos del tablero, del Colectivo Miradas (J. Gayà, dir.; España, 2018, 54 min.).

[9] Guiño a las históricas y últimas palabras del presidente Allende a su pueblo antes del bombardeo del Palacio de La Moneda.

[10] M. Saidel, «La fábrica de la subjetividad neoliberal: del empresario de sí al hombre endeudado», Pléyade. Revista de humanidades y ciencias sociales 17 (enero-junio de 2016), pp. 131-154 [disponible en http://www.revistapleyade.cl/wp-content/uploads/7.-Matias-Saidel_17.pdf].

[11] «Congoja» en tanto un vacío que no cesa y se retuerce en su infinitud, e «histórica» porque el conjunto de culturas oprimidas se perpetúa hasta nuestros días.

PRIMERA PARTE

La construcción del Yo. Hacia la sociedad del asesoramiento

[La humanidad] se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético.

Walter Benjamin, «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica» (1936)

Llamamos «construcción del Yo» a la arquitectura individualista que, en nombre del «cuidado de sí», ha abandonado la tarea fundamental que nos corresponde como especie, a saber, la responsabilidad de pensar, entre todos y para todas, una sociedad habitable; humana, demasiado humana, donde ninguna inteligencia, por poderosa que sea, pueda imponerse sobre el resto de inteligencias para controlarlas. Ese Yo se concreta en una subjetividad acrítica, incapaz de cultivar una visión conjunta y colectiva, salvo cuando es por y para sí y los suyos. Es la subjetividad de los nuevos tiempos. Un prototipo que se acopla al ritmo, a la forma, al presupuesto de un sistema que se basa en la acumulación ilimitada de riqueza.

La construcción del Yo es también una época, una espacio-temporalidad circular que nos condena a que la historia se repita. Hemos olvidado y la historia se repite. Se repite porque somos herederos de generaciones que no resolvieron los nudos donde se bestializó. La permisibilidad ante la violencia no tiene parangón. Nos sentimos tan lejos del desastre que lo convertimos en una ficción, hasta que nos llega como realidad. Para entonces, ya interiorizamos esa lógica del asesoramiento que nos educa para ser emprendedores.

El Yo con Y mayúscula es una entidad que silencia al individuo, el cual, aun con sus vicios, es consciente de que sin los otros esto es un desastre. El Yo anula la posibilidad de jugar como si fuésemos niños, para existir en una libertad de juguete, que vela la relación del tiempo libre y el tiempo de trabajo. Es un Yo egoísta por las circunstancias, donde nada tienen que ver los genes. Se autoexplota para vivir porque alberga la ilusión de lograr lo imposible. El Yo no sólo silencia, también se superpone en el individuo, utilizándolo como base material, como soporte para construirse y perfeccionarse hasta ser el todo, la ley, asesor de asesores. En la sociedad del asesoramiento, el individuo (al que nos referiremos también como «yo», con y minúscula) es la materia, la piedra, el diamante por pulir para convertirlo en Yo.

La sociedad del asesoramiento es resultado de la dynamis imperante, poderosa y sobrehumana, que supervisa nuestras vidas en todo su espectro. La línea roja se traspasó hace tiempo, no hay derecho a la intimidad ni a casi nada. Somos resultado de milenios de evolución, de siglos de colonización, de décadas de insensibilización, de años de olvido. Nuestra supervivencia requirió pagar una tasa que nos hipotecó como especie. La construcción del Yo es la involución del Homo Sapiens. Apenas existen Galias donde los yoes comulguen alrededor del fuego para construir el nosotros: un espacio, una época, una arquitectura donde la dignidad sea la brújula del sentir y hacer humano.

Sin renunciar a la posibilidad de construir el nosotros (que es de lo que trata la tercera parte), vamos a esbozar unas líneas para intentar recoger humildemente el devenir que nos varó en el Yo.