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Para mi tío Bob, quien me ayudó a ser yo misma.

Todos tienen una pesadilla.

Nova estaba bastante segura de que su peor pesadilla era regresar al Cuartel General de los Renegados en su uniforme, menos de veinticuatro horas después de que su alter ego se hubiera infiltrado en el edificio y robado el arma más peligrosa de todos los tiempos. Además de privar a tres Renegados de sus poderes con dosis robadas de la sustancia llamada Agente N, iniciar una pelea que destruyó la mayor parte del vestíbulo del edificio y presenciar cómo Max Everhart casi muere desangrado en medio del vidrio estallado de su área de cuarentena demolida.

Para empezar, no solo era surreal volver al desastre, sino que lo estaba haciendo por voluntad propia. Nova creyó que nunca regresaría. Tras trabajar durante meses como espía entre los Renegados, había logrado robar con éxito el casco de Ace Anarquía. Tenía lo que necesitaba para devolverle a Ace su poder y juntos verían la organización desmoronarse.

Pero las cosas nunca salían según el plan y Nova nunca supo que mientras luchaba por su vida en este mismo vestíbulo, un vigilante enmascarado conocido como el Centinela había descubierto y arrestado a Ace Anarquía: el líder de los Anarquistas y el tío que la había criado.

Rayos, odiaba al Centinela. Siempre aparecía en los momentos más inoportunos, hacía esas poses ridículas de cómics y espetaba frases absurdas como “no soy tu enemigo” y “puedes confiar en mí”.

Salvo que, según lo que sabía Nova, nadie confiaba completamente en el Centinela. Los vigilantes no encajaban en el código de los Renegados y, a pesar de sus intentos de capturar criminales y auxiliar a los Renegados, sus intervenciones hicieron que la organización luciera incompetente e inefectiva en varias ocasiones. Tal vez lo único que a Nova le gustaba del vigilante era su insólita habilidad para alterar al Consejo. Mientras tanto, su determinación para rastrear a Pesadilla y la captura de Ace Anarquía no le había generado muchos amigos entre los villanos tampoco. Las únicas personas que apreciaban los esfuerzos del Centinela eran Adrian, quien parecía tener una apreciación rebelde por el tipo, y el público, que lo veía como un héroe verdadero, uno que creía en la justicia y que no respondía a nadie más que a él mismo. Esa reputación se solidificó cuando capturó a Ace Anarquía.

A pesar de que Nova sabía que nada era sencillo, el arresto de Ace casi fue suficiente para que lanzara las manos al aire y sucumbiera ante lo inevitable. Los Anarquistas y los prodigios como ellos seguirían siendo odiados, demonizados y oprimidos por toda la eternidad. Casi estaba lista para rendirse.

Casi.

Eso había sucedido horas atrás y ahora Nova había vuelto porque… ¿a dónde más podía ir? Por lo que sabía la gente aquí presente, ella seguía siendo Nova McLain, alias Insomnia, una Renegada de pies a cabeza. Sus secretos continuaban siendo su mejor ventaja y ahora que sus enemigos tenían a Ace, sabía que necesitaría toda la ventaja que pudiera conseguir.

Nova no se había percatado de la extensión de los daños en el cuartel general hasta que se encontró avanzando temblorosamente entre los escombros. Estaba rodeada de Renegados, pero nadie le estaba prestando atención. Hasta los miembros del Consejo estaban examinando los restos de vidrio del área de cuarentena que había caído desde la segunda planta y se había hecho añicos contra los azulejos de mármol del vestíbulo principal. Desde su lugar, Nova podía ver al Capitán Chromium sosteniendo la torre del reloj de cristal que, en algún momento, había coronado los tribunales de la réplica en miniatura de Gatlon City de Max.

Ahora estaba destruida. Todo estaba destruido.

Los rastros de la batalla estaban en todos lados. Había vigas de metal dobladas en ángulos extraños, cables colgando del techo en dónde solían estar los soportes de los candelabros de techo. El escritorio de información estaba arrumbado en un costado. Yeso, mesas, sillas, baldosas, vidrio; tanto vidrio del área de cuarentena destruida. Los fragmentos brillantes eran casi hipnotizantes, la manera en que capturaban la luz que ingresaba por la puerta principal.

Y había sangre.

La mayor parte se había secado en un charco en donde Max había caído. Donde Congelina lo había atravesado con la lanza.

Nova arrancó sus ojos de ese punto y vio a Adrian abriéndose camino hacia ella. Sus hombros estaban hundidos y su gracia habitual estaba ausente en su postura. Su rostro ensombrecido era un recordatorio de que Max, lo más cercano a un hermano que Adrian tendría alguna vez, estaba en el hospital. Los médicos le indujeron un estado de coma para estabilizar sus signos vitales, pero no alimentaban la mente de nadie con falso optimismo. Su vida pendía de un hilo. Solo había una leve posibilidad: en los últimos instantes de la batalla, Max logró absorber todo el poder de Congelina, adquirió su control sobre el hielo y lo utilizó para contener la hemorragia, para congelar su propia herida.

Puede que le haya salvado la vida.

Pero también, puede que no.

Nova tragó el nudo en su garganta a medida que Adrian se acercaba. Su expresión sombría no era solo por Max. Estaba lleno de un nuevo odio ardiente que Nova nunca había presenciado… por lo menos no en el tranquilo y alegre Adrian.

Un odio ardiente hacia Pesadilla. Estaba convencido de que ella había atacado a Max. Nadie más que Congelina y sus compañeros habían visto lo que había sucedido y no planeaban corregir las creencias equívocas de todos los demás. Pesadilla era un blanco demasiado sencillo para culpar.

Y Nova, cuya identidad secreta permanecía oculta por milagro, no podía justamente limpiar el nombre de su alter ego, sin importar cuánto deseara defenderse cada vez que los ojos de Adrian brillaban con hostilidad contenida.

–Cuando dijiste que Pesadilla se había infiltrado en el cuartel general –dijo Nova una vez que Adrian se acercó lo suficiente–, esto no es lo que me había imaginado.

Mintió descaradamente, como siempre. Estos días, no paraba de mentir. Ya casi no se daba cuenta de que lo estaba haciendo.

–Sí, es bastante malo –la atención de Adrian estaba distante mientras evaluaba la destrucción–. Encontraron la Lanza de Plata por allí. Creemos que Pesadilla la tomó de la bóveda y la utilizó para robar el casco. Y… –su voz se quebró y tosió para aclarar su garganta–. Estamos bastante seguros de que es el arma que utilizó contra Max. Estaba manchada con sangre, le harán algunas pruebas.

Nova apretó los dientes.

Adrian suspiró y bajó la mirada. Por primera vez, Nova notó algo en sus manos. Una esfera con una pequeña corona en un costado y una costura abierta en su circunferencia. Nova lo reconoció de inmediato: era uno de los misiles de niebla de Fatalia, o eso había sido antes de que ella lo robara del departamento de artefactos. Con la ayuda de Leroy, los habían transformado en dispositivos para liberar una forma gaseosa del Agente N, la sustancia destructora que había sido desarrollada utilizando la sangre de Max Everhart. Aunque era inofensiva para los civiles, era venenosa para los prodigios. Si la inhalaban, la bebían o recibían una inyección del Agente N, perdían instantáneamente sus poderes.

Como Pesadilla, Nova había detonado dos de los dispositivos en este vestíbulo que, junto a un dardo de Agente N robado, causaron que Gárgola y Temblor perdieran sus poderes. También orquestó la neutralización de Congelina, aunque no necesitó el Agente N para eso. Simplemente arrastró a la chica cerca de Max y dejó que el Bandido hiciera lo que necesitaba hacer.

Ahora, se encontró mirando la carcasa del dispositivo en tanto su cerebro pensaba una lista de mentiras que podría decir cuando alguien se molestara en buscar huellas digitales. Había tocado los misiles de niebla trabajando en la bóveda… eso debe haber sido antes de que Pesadilla los robara…

Pero las mentiras eran frágiles.

Cuantas más mentiras acumulaba, más precarias se tornaban. A veces sentía que, si se atreviera a exhalar con libertad, todo se desmoronaría.

–Luce como uno de los misiles de niebla de Fatalia –dijo en un tono de voz parejo.

–Eso es lo que dijo Callum –respondió Adrian.

–¿Callum? ¿Está aquí? –la cabeza de Nova volvió a la noche anterior cuando había dejado a Callum inconsciente en la bóveda.

–Volvió a subir para chequear si estaban los misiles –Adrian asintió.

–Tal vez Pesadilla los tomó cuando robó la lanza.

–No lo creo –las cejas de Adrian se arrugaron sobre el marco oscuro de sus gafas–. Mack Baxter dijo que Pesadilla tenía una especie de bomba con el Agente N. Así fue como pudo neutralizar a Trevor. Creo que esta es una de esas bombas.

Nova maldijo internamente a Temblor y a Gárgola, incluso si no podía culparlos por decir la verdad.

–Bueno, quizás se inspiró en el diseño de los misiles. Se supone que es una especie de genio inventora, ¿no? Debe haberlos creado ella misma.

Adrian dudó y Nova podía ver que estaba luchando con sus propios pensamientos. Finalmente accedió.

–Puede ser. Veremos qué encuentra Callum.

No estaba convencido. Nova tampoco lo estaría. Sin importar cuánto intentara desviar la atención lejos de ella, sus argumentos no eran muy convincentes estos días.

–El asunto es –dijo Adrian lanzando el dispositivo vacío al aire y volviéndolo a atrapar con su palma– que si Pesadilla hubiera activado bombas con el Agente N… también la hubiera afectado a ella. ¿Por qué no tenía miedo de perder sus poderes?

–¿No usa una máscara?

–Sí, pero estoy bastante seguro de que no es una máscara de gas.

–No sabemos eso –Nova encogió los hombros.

–Está bien, pero también estaba justo al lado de Max cuando… –Adrian se interrumpió y sus ojos se dispararon hacia la sangre en el suelo–. Cuando absorbió los poderes de Genissa. También debería haber drenado los de Pesadilla, pero salió corriendo de aquí como si todo estuviera bien. Nadie es inmune a Max.

–Tu papá es inmune.

–Nadie además del Capitán Chromium –frunció el ceño.

–Solo digo que puede haber maneras de evitar las habilidades de Max y al Agente N. Tal vez Pesadilla encontró algo… como cuando tú te tropezaste con el Talismán de la Vitalidad –el artefacto que Adrian había descubierto y podía proteger a una persona de enfermedades, venenos y de casi todo lo que pudiera debilitarlos, incluyendo sustancias como el Agente N. De hecho, en ese momento, ese artefacto se encontraba escondido entre el colchón viejo y los tablones de madera del suelo de la casa de Nova en Wallowridge.

»Podría haber docenas de artefactos que protejan las habilidades de alguien y simplemente no los conocemos.

–¿Y crees que Pesadilla y yo encontramos uno de esos artefactos al mismo tiempo?

–Seguro. Tal vez.

–O… –la voz de Adrian se transformó en un susurro, a pesar de que todos los Renegados a su alrededor estaban demasiado ocupados barriendo vidrios y recogiendo los escombros del desastre como para preocuparse por su conversación–. Quizás Pesadilla tiene el Talismán de la Vitalidad.

Nova había esperado esta refutación. Después de todo, tenía mucho más sentido que su propio argumento, pero mantuvo su expresión neutral.

–¿No lo tienes ?

–No –Adrian hizo una mueca–. Papá lo tuvo por última vez. Se lo di para que pudiera visitar a Max. Ya sabes, fuera del área de cuarentena para variar. Pero ahora, no sabemos en dónde está.

–Entonces… ¿crees que también lo robó de la bóveda?

–No estaba en la bóveda. Simon jura que lo llevó a casa. Ese es el último lugar en dónde lo hemos visto.

–¿Entonces crees que Pesadilla entró a tu casa a la fuerza? –Nova inclinó la cabeza hacia un costado.

–Sí. No. No lo sé. En teoría, podría haberlo robado cuando todos estábamos en la gala, pero no hay nada en nuestras cámaras de seguridad. Y tampoco explica cómo supo del talismán en primer lugar. No le he contado sobre él a nadie más que a Max y a ti y sé qué mis papás tampoco se lo dijeron a nadie –se frotó la nuca y Nova pudo notar que él se sentía un poco culpable por siquiera preguntar–. Tú no se lo mencionaste a nadie, ¿no?

–Por supuesto que no –dijo–. Pero Tina y Callum también sabían del talismán y Callum no puede mantener la boca cerrada. Tal vez se les escapó algo sin que se dieran cuenta de cuán importante era.

–Sí, puede ser. De hecho, esperaba que el equipo se reuniera más tarde para discutir lo que sabemos de Pesadilla. Tal vez pasamos algo por alto. Es solo… parecen haber algunas coincidencias bastante extrañas.

–Es una Anarquista –dijo Nova, atreviéndose a apoyar una mano sobre el antebrazo de Adrian. Sintió sus músculos tensarse brevemente debajo de la tela de su uniforme–. Es retorcida y astuta y probablemente tenga muchas conexiones en el mundo de los… villanos que desconocemos. Si pudo hacer todo esto, si pudo incluso robar el casco de Ace Anarquía, ¿quién sabe qué más puede hacer? Encontrar el talismán o descubrir otra manera de evadir al Agente N. Nada parece descabellado.

Adrian miró la mano de Nova por un momento, antes de que se asomara una leve sonrisa en sus labios y apoyó sus dedos sobre los de ella. Su otra mano, que seguía aferrándose al misil de niebla, cayó a su lado.

–Me alegra que estés aquí –dijo. Pero apenas el corazón de Nova comenzó a revolotear, Adrian agregó–. Me alegra que estés de mi lado.

–¿De qué otro lado estaría? –se permitió una pequeña sonrisa como respuesta.

–¡Adrian! ¡Nova!

Se voltearon y vieron a Ruby y a Oscar atravesando la multitud. Ruby se pegó al otro codo de Adrian.

–¿Cómo está Max?

–Sigue en estado crítico –su mandíbula se tensó.

–Lo lamento tanto –Ruby sacudió la cabeza–. Ella es un monstruo, Adrian. ¡Cómo alguien podía hacerle eso a Max…!

Nova hizo una mueca.

–Odio decirlo, pero no me sorprende –respondió Adrian como si el ataque hubiera sido inevitable–. Por supuesto que Pesadilla intentaría matar a Max. Cualquiera de los Anarquistas lo haría. Por él los derrotaron en primer lugar. Probablemente, han estado planeando matarlo durante los últimos diez años.

Las mejillas de Nova se encendieron. Cuánto más escuchaba sobre el intento de Pesadilla de matar a Max, más quería gritar la verdad. Fue Genissa quien apuñaló al niño, no Pesadilla. Ella nunca lo lastimaría. Diablos, ¡había intentado salvarlo!

Pero se mordió la lengua. No tenía sentido intentar defender la inocencia de Pesadilla. No le creerían y solo levantaría sospechas.

–La encontraremos –dijo Ruby–. Le pondremos punto final a esto. Y Max… estará bien. Es un niño fuerte.

–Lo sé –replicó Adrian. Sonaba agradecido y como si quisiera creerle. Como si se hubiera estado repitiendo lo mismo toda la noche. Pero había un eco de duda debajo de sus palabras.

Nova exhaló lentamente. Adrian había pasado por su casa esa mañana, después de que las cosas se calmaran un poco, para contarle que Max estaba en el hospital y que Pesadilla había robado el casco. Parecía tan derrotado y, sin embargo, al mismo tiempo, impulsado por un nuevo deseo de venganza.

Se estremeció al recordar las palabras que pronunció mientras ella lo abrazaba en su mejor intento de confortarlo.

Encontraré a Pesadilla y la destruiré.

–Escuché que Pesadilla realmente aplastó a Congelina y a su banda –dijo Oscar mientras asimilaba el nivel masivo de destrucción del vestíbulo.

–Más o menos –replicó Adrian–. Congelina, Gárgola y Temblor fueron neutralizados.

–Odio decirlo, pero… quiero decir, eso es una especie de punto a favor de Pesadilla, ¿no?

–Casi mata a Max, ¡idiota! –Ruby golpeó a Oscar en el hombro.

–Sí, lo sé. Pero si alguien tenía que ser neutralizado, no puedo decir que lamento que hayan sido Genissa y sus secuaces.

–Está bien –dijo Adrian–. Tampoco estoy muy molesto por eso. Y, como dijiste, Max estará bien –pausó antes de añadir en voz baja–. Tiene que estarlo.

–Santos humos, ¿qué es eso? –ladró Oscar. Levantó su bastón como preparándose para apuñalar a algo entre las baldosas destrozadas.

Una pequeña criatura corría de prisa hacia ellos entre yeso y concreto quebrado: un velocirraptor feroz y pequeño como el pulgar de Nova.

–No puede ser –balbuceó Adrian–. ¡Turbo! –se acuclilló y tomó a la criatura con su mano.

La criatura chilló y lo mordió.

–¡Ay! –gritó Adrian dejándolo caer. Aterrizó en el suelo y salió disparado entre las piernas de Oscar.

Nova saltó hacia él, sujetó a la criatura por la parte de atrás de su cuello. Emitió un maullido patético y agitó sus garras hacia ella, dejando pequeños cortes en sus dedos.

–¿Cómo puede ser que esta cosa siga viva? –preguntó.

Sentía como si hubieran pasado siglos desde que había dibujado a la pequeña bestia en la palma de Nova para mostrarle que sus poderes no habían sido absorbidos por Max cuando entró al área de cuarentena para rescatarla.

Adrian se inclinó para inspeccionar al pequeño dinosaurio mientras se retorcía en los dedos de Nova.

–Está vivo, pero no ileso. Mira, se está poniendo gris. Y sus movimientos son un poco extraños ahora, como los de una máquina. Eso siempre sucede cuando dibujo animales. De todos modos, duró mucho más de lo que hubiera imaginado.

–Disculpa –intervino Oscar observando a la criatura con inquietud–. Pero ¿qué es?

–Es un velocirraptor –explicó Adrian–. Lo dibujé hace un tiempo y Max lo estaba conservando como mascota. Se llama Turbo. Un momento.

Adrian se encorvó, tomó su marcador y dibujó una jaula del tamaño de su palma en una baldosa blanca. Con un movimiento de sus dedos, la jaula se hizo real. Un transporte tridimensional para un dinosaurio muy pequeño. Abrió la puerta mientras Nova dejaba caer la criatura adentro.

–Se lo llevaré a Max al hospital. Estará feliz de verlo cuando despierte.

Cuando. Nova no pudo evitar notar que, por primera vez, Adrian sonaba verdaderamente optimista sobre la posibilidad de que Max saliera del coma. Tal vez veía la supervivencia de Turbo como una buena señal.

–De seguro tiene hambre –dijo Ruby–. Quiero decir, tus dibujos también tienen que comer, ¿no?

–Supongo que sí –Adrian lucía como si nunca hubiera pensado mucho en ello–. Max solía compartir bocadillos con él.

–Iré rápido al comedor y le traeré… no sé, pollo o algo –asintió Ruby–. Volveré en seguida.

Antes de que alguien pudiera decir algo, Ruby desapareció entre los Renegados que se acumulaban alrededor del vestíbulo destrozado.

–Mmm… –dijo Adrian demasiado tarde–. No creo que hayan reabierto el comedor todavía…

–Encontrará algo –replicó Oscar–. Tienen pavo deshidratado en las máquinas expendedoras.

En el segundo en que se cerraron las puertas del elevador, Oscar giró en su lugar con entusiasmo hacia Nova y Adrian.

–Muy bien, ahora que se fue, necesito hablar con ustedes. Quiero decir, sé que con lo de Max y Pesadilla y todo lo demás, este tal vez no sea el mejor momento, pero estuve despierto toda noche pensando en lo que dijiste en la gala y tengo un plan –fijó su atención en Nova y ella se paralizó como respuesta, preguntándose qué rayos había dicho. Aunque la gala había sido la noche anterior, solo un par de horas antes de que irrumpiera en la bóveda del cuartel general, sentía que habían pasado semanas desde entonces.

–¿Un plan para qué? –preguntó.

–Ya sabes –dijo Oscar con insistencia–. Para decirle a Ruby cómo… cómo me siento respecto a ella. Nova tenía razón. Soy increíble y estoy listo para conquistarla.

–Ah, eso –Nova le echó un vistazo a Adrian quien parecía igualmente aliviado de que el plan de Oscar fuera para algo tan mundano–. Es genial.

–Sí, anímate, Oscar –agregó Adrian–. Anímate a correr el riesgo.

–Gracias, amigo. Así que, la llamaré… –Oscar alzó su mano como si estuviera resaltando palabras invisibles en el aire–. Operación joyas de la corona.

Nova y Adrian lo miraron boquiabiertos, anonadados. Luego, Adrian se aclaró la garganta.

–Mmm… ¿qué?

–Ya sabes. Joyas de la corona… rubíes… ¿entienden?

–¿Eso no es un eufemismo para…? –Nova entrecerró los ojos con escepticismo. Oscar esperó a que ella terminara la oración y lucía tan adorablemente decidido que Nova desistió–. No importa. Solo… ¿por qué hay un nombre de operación?

–Porque tengo ideas –dijo Oscar–. Como un millón de ideas. Esta será una estrategia planeada con varias etapas.

–¿Así que no la invitarás a salir simplemente? –indagó Adrian.

–Por favor –resopló Oscar–. Ruby merece más que eso. Habrá serenatas, regalos, mensajes en el cielo… ya sabes, algunos grandes gestos. Las cosas por las que las chicas enloquecen, ¿no? –miró a Nova, pero ella solo pudo encoger los hombros y él suspiró.

»Bien, pensé que podría empezar con un poema. Lo escribí como a las cinco de la mañana, así que tengan eso en mente. Pero pensaba en dejarle una tarjeta en la puerta de su casa alguna mañana de esta semana. Esto es lo que tengo hasta ahora –se aclaró la garganta–. Los rubíes son carmesí, tus ojos son azules…

–Detente –lo interrumpió Nova.

–¿Qué? –Oscar se congeló.

–Sus ojos son de color avellana –dijo–. Además, este no es momento indicado para poemas –gesticuló hacia la destrucción a su alrededor.

–Pero ni siquiera… –Oscar resopló.

Una explosión de chispas rojas y azules estalló sobre sus cabezas. Nova se zambulló y la invadió el pánico. Adrian estrujó su mano y la miró casi riéndose.

–Es solo Blacklight.

En el frente del vestíbulo, los cinco miembros del Consejo estaban de pie en el balcón al nivel de la calle y el sol de la tarde levemente cubierto reflejaba sus siluetas sobre una pared de vidrio. Podían ver las sombras de periodistas y civiles curiosos en la acera, contenidos por una cinta de precaución y por un puñado de Renegados que habían recibido la tarea de mantener a distancia a cualquiera que no fuera parte de la organización.

Mientras los vestigios de los fuegos artificiales se disolvían, Blacklight apuntó su palma hacia las puertas y arrastró sus dedos en el aire como si estuviera cerrando unas persianas imaginarias. Un velo de oscuridad cayó sobre las ventanas, ocultando la luz del sol y la ciudadanía.

–Gracias, Evander –dijo el Capitán Chromium dando un paso hacia el frente del balcón y el resto del Consejo formó un semi círculo a su alrededor.

Nova escudriñó al Capitán y a Dread Warden, los padres adoptivos de Adrian y Max. Aunque podía darse cuenta de que ninguno de ellos había dormido la noche anterior, la extenuación que era evidente en Dread Warden estaba completamente ausente en el Capitán. Su piel resplandecía como siempre, sus ojos azules estaban brillantes y llamativos como de costumbre. Solo su cabello ligeramente desaliñado sugería que estaba menos tranquilo de lo normal.

Pero Dread Warden no era el único que lucía exhausto. Las alas negras de Thunderbird caían desganadas desde sus omóplatos y la serenidad característica de Tsunami había sido reemplazada por cejas y labios tensos. Hasta Blacklight, quien suele ser el más relajado de todos, estaba con los brazos cruzados sobre su pecho.

–Compañeros Renegados –dijo el Capitán, su voz resonó en el vestíbulo–. Hemos recibido un gran golpe la pasada noche. No me molestaré en endulzar los detalles. Ustedes mismos pueden ver la verdad de los eventos de ayer. Es… –su voz se tensó mientras buscaba una palabra– desalentador, como mínimo. Que pueda infiltrarse a semejante nivel una sola villana. Que Pesadilla haya sido capaz de desactivar nuestro sistema de seguridad y de derrotar a una de nuestras mejores unidades de patrullaje. Que haya podido robarnos. Que haya podido –su voz trastabilló– herir a uno de los nuestros de una manera tan cruel y sin sentido. Y no solo a un Renegado, a un niño, uno que es bueno, inteligente y amable. Es impensable. Es un recordatorio para todos los que estamos aquí de que existe maldad en el mundo y es nuestra responsabilidad enfrentarla.

Los puños de Nova se cerraron con fuerza mientras reprimía los deseos de gritar: ¡No herí a Max!

–Pero somos Renegados –continuó el Capitán Chromium–, y no nos acobardamos ante la maldad. Cuando la enfrentamos, ¡lo hacemos con la cabeza en alto! ¡Luchamos con más intensidad! La adversidad solo fortalece nuestra determinación de ser los protectores de este mundo. ¡Los defensores de la justicia! –se escucharon algunas hurras entre la gente.

»No lamentaremos nuestras pérdidas, en cambio, miraremos hacia el futuro y pensaremos cómo podemos avanzar hacia un mañana mejor. Porque ayer sufrimos pérdidas, pero también hubo una gran victoria. Quiero confirmar que los rumores que han oído son ciertos –hizo una pausa y su atención examinó a la habitación–. Ace Anarquía, quien creímos muerto durante los últimos diez años, está vivo. Y bajo nuestra custodia.

Si esperaba aplausos de aprobación, debe haberse decepcionado. En todo caso, el conocimiento de que su mayor enemigo había sobrevivido en la Batalla de Gatlon causó un murmullo de preocupación sin importar su captura.

–¿Qué pasa con su casco? –gritó el Alquimista–. Nos dijeron que había sido destruido, pero ahora dicen que fue lo que Pesadilla vino a buscar.

El Capitán encerró sus manos en la baranda que los dividía.

–Eso también es cierto.

Nova tragó saliva.

–Después del Día del Triunfo, hice mi mejor esfuerzo por destruir el casco de Ace Anarquía –siguió el Capitán–, pero era indestructible. El Consejo y yo decidimos que lo mejor sería decirle al mundo que el casco había sido destruido para apaciguar las preocupaciones de nuestra gente mientras trabajábamos en reconstruir la sociedad. Me convencí a mí mismo de que el casco estaría seguro aquí, en el cuartel general –una ráfaga de resentimiento curvó sus labios–. Pero parece que estaba equivocado. Pesadilla vino por el casco y logró escapar con él –la habitación se inundó de murmullos, pero el Capitán alzó sus manos–. Escúchenme. Debemos permanecer tranquilos. Permítanme recordarles que puede que anoche los Anarquistas hayan conseguido el casco, pero perdieron a su líder. Sin Ace Anarquía ese casco no es más que el accesorio de un disfraz.

Nova se preguntó si el Capitán creía eso y cuántos Renegados le creerían a él.

No sabía mucho sobre el casco de Ace, pero siempre había asumido que amplificaría el poder de cualquier prodigio, de la misma manera en que había amplificado el de Ace. Si no fuera así, ¿por qué los Renegados habían estado tan determinados a destruirlo una vez que creyeron que Ace había muerto?

Sin embargo, las palabras del Capitán tuvieron un efecto inmediato. La multitud se calló.

–Les imploro –continuó–, por ahora, las noticias de este robo no pueden llegar al público general. No hablen con los medios. No le cuenten a nadie. Lo último que necesitamos es que se propague el pánico entre las masas cuando estamos a punto de contener finalmente la amenaza de los villanos. En este momento, tenemos que ocuparnos de dos asuntos. El primero es reparar el daño causado a nuestro cuartel general e iniciar nuevos protocolos de seguridad. Para ello, mis compañeros del Consejo y yo nos comunicaremos con sindicatos internacionales para solicitar la ayuda de prodigios con habilidades para la construcción y reparación. También, en los próximos días, les asignaremos tareas según sus habilidades a los miembros de nuestra organización. Agradecemos toda su cooperación durante la reconstrucción. Si tienen alguna idea para este proyecto, por favor, coméntenselas a Kasumi, encargada de liderar esta tarea –gesticuló hacia Tsunami, quien asintió con la cabeza como respuesta.

»Y en segundo lugar –continuó el Capitán–, antes de que finalice el día, habremos definido una fecha para develar el Agente N al público. Luego de la revelación, todas las unidades activas de patrullaje estarán equipadas con la sustancia. Esto nos permitirá defendernos de futuros ataques y les hará saber a nuestros ciudadanos cuán en serio lidiaremos con los prodigios que elijan no seguir nuestro código de protección y honor.

Nova estrujó el antebrazo de Adrian, aunque no se dio cuenta de que lo había hecho hasta que él tomó su mano y entrelazó sus dedos.

–Adicionalmente, hemos decidido que la revelación incluirá la neutralización pública de todos los prodigios que han sido condenados hasta este momento de comportamiento delictivo… incluyendo el mismísimo Ace Anarquía.

A pesar de que un escalofrío recorrió la espalda de Nova, esta declaración fue recibida con aplausos previsibles, aunque levemente nerviosos. A la mayoría de la organización el Agente N le había parecido una novedad emocionante cuando lo develaron, pero eso fue antes de que la sustancia cayera en manos de Pesadilla. Antes de que tres de los suyos hubieran sido neutralizados en este mismo vestíbulo.

Ahora parecía que todos estaban un poco más inquietos por el arma más nueva de los Renegados.

–¿Y qué pasará con las unidades de patrullaje que se rehúsen a cooperar? –gritó una voz aguda y cargada de enojo.

Una ráfaga de interés atravesó la multitud mientras Genissa Clark, conocida como Congelina, se abría camino entre los escombros.

En vez del uniforme clásico de los Renegados, vestía pantalones de tela y una camiseta holgada del ala médica. Sus brazos desnudos estaban cubiertos de moretones y cortes de su pelea con Pesadilla.

Nova se tensó al ver uno de los prodigios con los que había luchado la noche anterior. Aunque había vestido su máscara y su capucha, su corazón seguía palpitando al pensar que Genissa podría haberla reconocido.

Genissa no estaba sola. El resto de su equipo la seguía mientras avanzaba: Trevor Dunn, quien había sido Gárgola antes de que sus poderes fueran neutralizados. Seguía siendo más alto que el hombre promedio, pero no tan gigantesco como antes y su piel no mostraba ningún rastro de piedra. Luego estaba Mack Baxter, anteriormente Temblor. Se movía con un ritmo particular, era como si estuviera tan acostumbrado a que el suelo temblara por sus pasos que ahora tendría que volver a aprender a caminar sin que suelo se ajustara a sus pies.

De su equipo, solo Mantarraya, Raymond Stern, seguía siendo prodigio. Nova lo había dejado durmiendo en la sala de vigilancia antes de desactivar las cámaras de seguridad y el chico se había perdido el resto de la batalla. Su cola con púas apartaba los fragmentos de vidrio mientras se agitaba de un lado a otro.

–¿Qué me perdí? –susurró Ruby, apareciendo detrás de ellos. Tenía una bolsa abierta de pavo deshidratado.

–Mmm… te explicaremos más tarde –respondió Adrian, tomó algo de la comida que Ruby le ofreció y la colocó entre las barras de la jaula de Turbo.

–Genissa –dijo Thunderbird, dando un paso hacia el frente del balcón–. Todavía no has recibido el permiso de los médicos para…

–Al diablo con los médicos –gritó Genissa–. ¿Qué harán? ¿Devolverme mis poderes? –chasqueó los dedos como si fragmentos de hielo fueran a materializarse en sus yemas, pero, por supuesto, no sucedió nada. Su mueca se intensificó–. Tú misma lo dijiste. Los efectos del Agente N son irreversibles. Así que no tiene mucho sentido que descanse en una sala de espera sofocante solo para que alguien me dé palmaditas en la cabeza y me diga que podría haber sido peor. Podría estar muerta –se detuvo en el medio de la habitación, donde la R en baldosas rojas había sido destruida por uno de los terremotos de Temblor y dejó que su mirada viajara entre los Renegados reunidos–. Pero detengámonos y hagámonos esta pregunta… en serio, ¿eso hubiera sido peor? –volvió a concentrarse en el Consejo–. No estoy convencida.

–Genissa… –empezó a decir el Capitán.

Congelina –lo interrumpió Genissa, echaba fuego por la nariz. Se irguió tanto como pudo, su corto cabello rubio casi blanco se agitó sobre sus hombros–. Estábamos aquí trabajando, protegiendo su organización. A su cuartel general. Creía en los Renegados. Hubiera hecho cualquier cosa para proteger lo que representamos. Y miren cómo terminé. ¡Cómo terminamos! –gesticuló hacia atrás, hacia Mack y Trevor–. Nos enfrentamos a Pesadilla. Arriesgamos nuestras vidas porque eso es lo que hacen los superhéroes. Pero no fue una pelea justa precisamente, ¿no? Porque, de alguna manera, ella tenía el Agente N. Tenía su arma.

La mandíbula de Nova se tensó y la inundó la irritación. Qué conveniente para Genissa omitir el hecho de que ella también tenía el Agente N a su disposición, ilegalmente, ya que se suponía que los Renegados todavía no tenían acceso a la sustancia. Nova supuso que Congelina había robado algunas dosis durante las sesiones de entrenamiento y no había dudado en dispararle a Pesadilla un dardo lleno de esa cosa la noche anterior. Si Nova no hubiera tenido el Talismán de la Vitalidad, hubiera perdido sus poderes al igual que ellos.

–Quiero saber cómo –continuó Genissa–. Cómo es posible que lograran desarrollar una sustancia que puede privar a nuestros enemigos de sus poderes solo para que caiga en sus manos antes de anunciarlo públicamente.

El Capitán Chromium aclaró su garganta sonoramente.

–Gen… Congelina plantea una pregunta válida e investigaremos este hecho con profundidad.

–Ah, ¿lo investigarán? –Genissa dejó caer sus brazos al costado del cuerpo y enfrentó a la multitud. Aunque los Renegados más cercanos a ella retrocedieron, era claro que escuchaban cada una de sus palabras. Las expresiones de la gente estaban repletas de pena hacia los tres ex prodigios. Perder sus dones era lo que todos habían temido desde el principio.

»¿De la misma manera en que investigaron la muerte de Pesadilla después de que la Detonadora supuestamente la hiciera estallar? –replicó Genissa–. ¿O de la manera en que investigaron la muerte de Ace Anarquía? Discúlpenme si cuestiono su habilidad para descifrar cómo Pesadilla accedió al Agente N, mucho menos cómo planean evitar que otros lo obtengan y lo utilicen en nuestra contra como lo hizo ella –su voz se agudizó mientras el vidrio crujía debajo de sus pies–. Es hora de que enfrentemos la verdad. Nuestros líderes son incompetentes. ¡El Consejo está jugando con cosas que no comprende, cosas que en realidad no controla y lo peor es que están arriesgando nuestras vidas y nuestras habilidades para hacerlo!

Nova intercambió miradas de asombro con Adrian. Pero mientras imaginaba que Adrian estaba sorprendido de que alguien se atreviera a hablarle al amado Consejo de esa manera, ella estaba sorprendida por concordar con Genissa en algo.

–¡Suficiente! –ladró Blacklight, pero fue silenciado por el brazo del Capitán sobre su pecho, bloqueando sus posibilidades de moverse del balcón.

–No, déjala hablar –dijo el Capitán. Si bien su mandíbula estaba tensa, su mirada tenía compasión mientras se posaba en Genissa, Mack y Trevor–. Tenemos cierta responsabilidad por lo que sucedió aquí la noche pasada. Dime, ¿qué podemos hacer para reparar el daño?

–¿Reparar el daño? –Genissa rio con sequedad–. Muy gracioso –sacudió su cabeza y tomó la banda de su antebrazo–. Honestamente, no me importa lo que hagan los Renegados después de esto. Ya no soy una de ustedes. Mi tiempo como superhéroe se acabó –arrancó la banda de su piel y la lanzó a sus pies. Mack y Trevor hicieron lo mismo y lanzaron sus bandas sobre los escombros.

»Espero que todos aquí se den cuenta de que no son más que peones para ustedes. Solo un grupo de soldados rasos que cumplen sus órdenes para que ustedes no tengan que preocuparse por que un grupo patético de villanos aparezcan y les roben sus poderes. O peor… esos inoportunos vigilantes. Pero, enfrentémoslo, no nos convertimos en superhéroes para seguir las reglas. Lo hicimos porque creíamos en nuestra habilidad para cambiar este mundo para mejor, a cualquier precio. Bueno… –agitó sus dedos–. Casi a cualquier precio.

Genissa marchó a través del vestíbulo hacia la escalera principal. La multitud se dividía para que pasaran ella y su séquito.

–Solo sé –gritó sobre su hombro– que cualquier prodigio que ande por allí con el Agente N en su cinturón es un maldito idiota.

Nadie se movió para detener a Genissa, a Mack o a Trevor mientras se acercaba al balcón. Genissa se detuvo una vez, parecía sorprendida de que solo la siguieran dos secuaces. Vio a Raymond Stern, Mantarraya, en el vestíbulo, en el mismo lugar dónde había estado parado a su lado.

Una mueca de desdén vibró en su rostro y luego ella y sus compañeros empujaron las puertas de vidrio y dejaron entrar una explosión enceguecedora de luz. Los recibió el rugido emocionado de la multitud que esperaba afuera, que se apagó en el momento en que la puerta se cerró detrás de ellos.