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F.I.Bottegoni

Naraligian tierra de guerra y pasión : saga de reyes y héroes / F.I.Bottegoni. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0564-4


1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863



Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com


Ilustración: Fabián Fucci

Nota del Autor

Se dice que las grandes historias, nacen de un sueño. Ésta en su particularidad, nació de muchos de ellos. Por eso estoy dispuesto a compartirlos con ustedes.

Es una historia de amor y celos, de peleas y sacrificios, de verdades y mentiras. Pero lo más importante es que todos los personajes tienen algo en común. Todos ellos nacieron de mi imaginación.

Prólogo

Todo comenzó cuando los dioses, los dadores de vida, dieron origen a todas las criaturas vivientes.

La tierra perfecta era conocida como Naraligian, un vasto territorio lleno de montañas, bosques y lagos. Es allí donde ellos crearon los cinco reinos dominantes de esta tierra. Estos fueron dispersándose por cada zona de este lugar y cada uno de ellos fue devoto a su dios creador.

La vida en Naraligian era próspera y segura, las personas sembraban, pescaban o construían las grandes ciudades o aldeas en las cuales vivirían. El más poderoso de los cinco reinos era conocido como Fallstore, un reino sureño, reconocido por tener y crear a los mejores guerreros y caballeros que hubiera sobre Naraligian. Éste era gobernado por el rey Alkardas primero, un hombre de edad madura, alto y de grandes particularidades que lo convertían en supremo monarca. Junto con su esposa tuvieron un hijo, el cual fue nombrado desde su nacimiento como Ponizok, el siguiente al mando de Fallstore. Desde su llegada al mundo el joven fue criado y entrenado para su futura vida, en la cual tendría que mantener la paz y la seguridad de toda Naraligian.

Fue así como el gobernante de uno de los reinos sintió una envidia por este niño y el futuro que le tocaría. Esta persona era nada más y nada menos que el rey de Algirón, Golbón, al cual se lo reconocía por su tiranía y manera de provocar el sufrimiento extremo en cualquier persona. Éste, desde tiempos remotos, sentía un gran odio por Fallstore y una gran ambición de poder, que lo llevarían a su pérdida total y a la Muerte. Pero no solo eso, su reinado, era considerado una gobernación a través del terror, tanto a sus sirvientes como a sus pobladores. Según las criaturas vivientes y los reinos de Naraligian, los algirianos eran las personas menos decentes y más egoístas en sus decisiones. Para Alkardas, el egoísmo y la indecencia eran particularidades que solo los débiles de corazón y alma solían tener. Todas las personas que se topaban con alguno de los pobladores de este reino eran asesinadas, raptadas y torturadas, para sufrir con trabajos forzados en Algirón. Todo Fallstore tomó medidas para evitar que cualquiera de estas personas entrara en los otros reinos.

Un día de verano, el señor de Fallstore, montado en su bravío corcel, puso rumbo hacia el Norte, junto con una docena de sus guardias como protección. Su travesía sería en vano ya que nada de lo que hicieran lograría detener la maldad que día tras día se acumulaba en la gran ciudad capital algiriana. Afnargat, o Torre de las Tinieblas, era el nombre que le había dado la familia Lenger a su hogar.

Muchos días tardó el sureño en llegar al Norte, donde trataría de impedir la guerra que estaba por iniciarse en toda Naraligian y lograr así, la paz y tranquilidad en los cinco reinos. Al llegar a las grandes puertas de la ciudad algiriana, los centinelas apostados sobre los muros, que no permitían el ingreso de nadie del exterior, solo por orden de su señor, autorizaron a los encargados que abrieran las puertas para darle el paso a quien lo solicitaba. La maldad asechaba en cada rincón, todas las personas emanaban grandes cantidades de odio al rey fallstoriano. Las puertas del castillo se hallaban ante él, los soldados que hacían guardia las abrieron. Allí, en el gran salón principal, se hallaba Golbón de la casa Lenger, un hombre adulto de cabellos color negro que le llegaban a la nuca. Su barba era puntiaguda y contenía varios toques de oro que habían sido fundidos y colocados allí. Sus ojos rojos no dejaban ni por un segundo de mirar al recién llegado. Junto a este se encontraba su reina, una mujer de su misma edad, con cabellos como hilos de oro y su piel blanca como la leche.

El señor de Algirón, cortésmente recibió al recién llegado, mientras les ordenaba a sus hombres que le ofrecieran alimento y algo de beber a sus acompañantes.

—¡Alkardas Greywolf, viejo amigo! –dijo Golbón –temo que no esperaba tu visita, por lo que no tengo nada preparado o elaborado para ofrecerte.

—No viajé desde el Sur, por tu repentina amabilidad, Lenger. –dijo Alkardas, mientras tomaba una de las copas de vino que le ofrecían –lo único que he venido a pedirte, es que retires de tu cabeza, la simple idea de conquistar y dominar todas las tierras. Estas son muy grandes para ti solo.

Golbón dejó escapar una pequeña risa entre dientes. Su esposa lo miraba con inquietud, nadie sabía lo que podía estar maquinando este ser maléfico para el futuro.

—¡Es por eso, que has venido desde tu lejano y frío hogar en el Sur! –dijo sonriendo el señor de Afnargat –déjame ver si lo entendí, estás pidiéndome que retire a mis hombres del campo, para así continuar con la paz, que desde hace años reside en esta tierra… Ja ¿acaso creíste que unas simples palabras tuyas lograrían calmar mi avaricia? ¡No!, tú más que ninguna otra persona debe entender, que esto no lo inicié yo, sino tú. –apuntando con su dedo al sureño –¿Por qué deberían solicitar tu ayuda, cuando yo también los pude socorrer?, temo decir que mi respuesta es no, y déjame aclarar que la masacre concluirá, cuando tú, el gran lobo sureño, duermas eternamente en el suelo y todos aquellos que te juraron lealtad, estén postrados ante mí.

—Estas eligiendo un camino que no posee retorno alguno. –dijo Alkardas, con furia en su mirada –no solo eliges tu extinción, sino la de todos aquellos a los cuales consideras tus iguales –intentando calmar al monarca. –¡Te lo imploro!, termina de una vez con tu codicia, porque lo único que conseguirás de ella será, pena y dolor.

—¡No intentes amenazarme! –gritó Golbón saltando de su trono y apretando sus puños –no te olvides que soy el heredero de la muerte y todos aquellos que me sigan, tendrán ventaja sobre esta. –los hombres de Algirón se acercaron al sureño para sacarlo del lugar, pero los mismos guardias de Alkardas, desenfundando sus espadas se interpusieron, para que no pudieran tocar a su señor –Ahora vuelve, pasa tiempo con tu hijo y esposa, porque dentro de unos meses no los volverás a ver. Me haré cargo de que tu linaje, se extinga, todos los Greywolf que existen sobre Fallstore morirán ¡Yo soy Golbón Lenger, nunca lo olvides!

El señor de Fallstore, seguido por sus leales guardias, salió del lugar. Los caballeros que habían jurado protegerlo lo esperaban montados en sus caballos. Uno de estos le entregó las riendas del suyo. Alkardas, subiéndose, les dijo a sus hombres:

—Si es la guerra lo que quiere, –dijo mirándolos seriamente –es lo que conseguirá por haberse metido con mi familia. El imponente rey se retiró de la ciudad, seguido por sus fieles escoltas.

Tardó unos meses en llegar de vuelta a Filardin, donde su esposa lo esperaba, con su hijo parado a su lado ante las puertas de la fortaleza. Cinco años había cumplido ya, era un príncipe bello de cabellos y ojos color castaño oscuro, su piel era blanca como la de la mayoría de los habitantes de Fallstore, ya que en ese reino la mayor parte de los días del año estaban nublados por el invierno.

El joven príncipe al ver a su padre entrar por la puerta, corrió rápidamente a recibirlo. Alkardas lo abrazó con fuerza y besó su cabeza. Valeri acercándose, lo abrazó también y lo besó en los labios.

—¿Qué pasó en Afnargat? –preguntó su esposa impacientemente –¿Acabará Golbón con esta locura?

—Él no quiso acceder a mi solicitud de paz, por lo que tendré que encargarme yo mismo del asunto. –el rey de Fallstore mirando a su hijo dijo –Envía mensajes a los reyes amigos. Diles que los espero a todos en las cercanías de la ciudad de Carpincho Rojo. Deben llevar consigo a todas sus fuerzas.

—¿Atacarás a los algirianos? –dijo nerviosa la Reina. Tenía sus manos sobre los hombros del pequeño príncipe.

—Dile a tu hermano que necesito que la flota de Thoms ataque la prisión de Angustia y luego tome posesión de Torre de Muerte. Debe atacar antes del cinco de marzo, durante la luna nueva.

—Ordenaré a los emisarios reales que envíen rápidamente los mensajes a todos los señores de las tierras naraligianas. Todos deberán estar allí, dentro de dos meses –Valeri, tomando a Poni de la mano, lo condujo a su habitación. Esta se encontraba en el gran torreón de Filardin, junto a la de sus padres y varias más. Tuvieron que pasar varios pasillos y subir largas escaleras para poder llegar. Cuando entraron en esta, el pequeño se cambió de ropa y se acostó en su cama, la cual estaba hecha de plumas, lo que hacía que fuera muy cómoda.

—¡Mi padre irá a pelear! –dijo Ponizok a su madre, mientras ella, acariciaba los cabellos del niño –¿Podré ir con él?

—Cuando crezcas, y seas más alto que yo, lo harás hijo mío. –dijo ella besando la frente de Poni –Ahora debes disfrutar de tu infancia, luego vendrán las guerras, cacerías y noviazgos. Pero preocúpate de que todo salga bien en tu vida. Evita tener enemigos, y ten grandes amigos que te protejan en todos los aspectos de ella.

—Así lo haré madre –dijo el príncipe acomodándose en la cama –Pronto seré grande como mi padre y valiente como los gloriosos reyes que me precedieron.

Valeri salió por la puerta dejando solo en la habitación la luz de la estufa, donde ardían los grandes maderos, y a su primogénito quien miraba por la ventana de su cuarto mientras pensaba:

—Seré el rey más grande que se haya conocido en toda Naraligian decía para sí mismo. Cerró los ojos, dejando que el sueño lo invadiera y todos sus deseos se cumplieran en el futuro.

1

Sangre y espadas

El ruido de los caballos relinchando y hombres con armaduras de hierro desmontando o simplemente marchando, inundó toda la ciudad de Carpincho Rojo.

Todos los reyes de Naraligian habían respondido al llamado del soberano de Fallstore, quien desde la cima de una colina, admiraba el gran campamento que se había erigido a los pies de la fortificada ciudad. Con él se encontraban Pulerg, rey de Goldanag, un hombre de baja estatura, de cabello castaño rojizo y una barba que le llegaba a la barriga. También estaba Hignar, señor de Lodriner. Este era considerado como el rey más apuesto de Naraligian. Su cabello era dorado como el sol y sus ojos verdes como dos esmeraldas. Su talla y su pulcritud destacaban por sobre los demás, por lo que tuvieron que colocarlo en un desnivel para que estuviera a la misma altura de estos.

—No imaginé que vendrías –dijo Hignar mirando a Pulerg –Creí que preferirías quedarte en tu castillo bebiendo, teniendo relaciones con tus mujerzuelas o simplemente durmiendo. –Isnirir el rey de Ismiranoz no pudo contenerse y se rio en la cara del montañés.

Cuentan las historias de la creación de Naraligian que Gustan, el dios de las estrellas, no solo creó al reino de Lodriner, sino que también al gran reino norteño de Ismiranoz. Por lo que tanto los lodrinenses como los ismiranianos, llevan la misma sangre y también ciertos rasgos físicos.

Isnirir, también conocido como el Rey Bestia, era un hombre de similar estatura a la de Hignar, pero su cabello era rojo fuego y sus ojos marrones rojizos. También es bueno decir por qué fue apodada la Bestia, ya que carece de modales, y su comportamiento es como el de un animal salvaje.

—¡Basta caballeros! –dijo el fallstoriano tomando asiento alrededor de la mesa –El asunto, por el cual los he hecho llamar es el siguiente –los demás reyes tomaron asiento –: Golbón, en su locura ha decidido iniciar la guerra contra Naraligian. Está en nosotros atacar unidos, o simplemente rendirnos a sus pies.

—¡Está loco! –dijo Hignar –¿Cómo puede iniciar la guerra, sabiendo que nosotros somos cuatro y él está solo sin aliados? Y además de nuestro lado están ustedes –señalando a Alkardas –Un pueblo de grandes guerreros que han visto a la muerte a los ojos.

—Estoy de acuerdo con lo que dice el señor de Lodriner –Pulerg tomó ánimo al hablar –Es un estúpido al pensar que puede solo contra nosotros, a no ser que tenga algo escondido entre mangas que no sepamos.

—Lo que piensa hacer es una locura –dijo Isnirir tomando apresuradamente una copa con vino. El oscuro líquido cayó por su barba roja manchando así su camisa blanca con bordados en naranja –En mi opinión –golpeó la mesa con la copa –para Golbón, todo está perdido, no tiene posibilidad de vencernos.

Por la puerta del gran recinto entró un hombre, que arrodillándose ante los cuatro reyes, dijo con voz temblorosa:

—Perdonen mi intromisión ¡oh grandes reyes de Naraligian! –el hombre se puso de pie y dejó un pergamino sobre la mesa.

—¿Qué es esto? –dijo con desconfianza Pulerg, desenrollando el amarillento papel.

En este había una serie de dibujos, que, al parecer, el rey de Goldanag no logró interpretar con facilidad. El señor de Fallstore pidió a Pulerg que le entregara el papel. Este se lo entregó y se volvió a sentar. Alkardas miró y analizó por un momento lo dibujado en ese pergamino. Los demás señores no comprendían lo que estaba tratando de entender o deducir de ese escrito.

—Dime, ¿es esto todo lo que lograste ver? –dijo mirando al curioso personaje. –¿Estás seguro de lo que viste?

—Sí mi señor –dijo el sujeto –Usted me pidió que espiara a los algirianos y eso es lo que Pit hizo. Según lo que vi, las fuerzas algirianas están reuniéndose en Fuerte del Caos. Por lo que será difícil poder atacar Afnargat.

—¡Un espía! –dijo sonriendo Hignar –¡Lograste infiltrar un espía, en Algirón! Temo que me has sorprendido sureño. Nunca creí que los servidores de Golbón, hubieran dejado sus fronteras desprotegidas.

—No fue fácil mi señor –Pit miró a Hignar mientras extraía otro papel, esta vez, uno más chico de su bolsillo. –Esto es un tratado algiriano, el cual únicamente los soldados y equipos militares poseen. Tuve la suerte de hurtar uno, lo cual me permitió, entrar como un fantasma al reino.

Alkardas ordenó a uno de sus hombres que acompañase hasta la salida a Pit, quien con una reverencia se retiró de allí. Pulerg llenó su copa con vino. Este era de color bordó y tenía un gusto ligeramente frutado.

Los otros dos, lo único que hacían era discutir entre ellos, sobre quien era el que debía ir al medio del ejército y quien en la vanguardia.

—Dime, hermano –dijo Pulerg a Alkardas –¿cómo será nuestro plan de ataque? Porque si dejamos que estos dos sigan peleándose como críos, no va pasar mucho hasta que seamos derrotados por los algirianos y sus fuerzas. –Pulerg movió su silla y la colocó junto a la del fallstoriano. –yo digo, nada más, es mi opinión.

—Tienes razón brazo de hierro –respondió el señor de Fallstore, poniéndose en pie y golpeando la mesa, con su mano. –Lo digo a todos y quiero que quede bien claro, nuestro ataque será por el flanco derecho y el flanco izquierdo de Fuerte del Caos. Yo encabezaré el golpe del lado izquierdo junto con Pulerg, mientras que ustedes dos –señalando a Isnirir e Hignar –atacarán el lado derecho de sus fuerzas ¡Marchamos al amanecer!

Alkardas se alejó de la habitación seguido por sus guardias personales, que lo protegían todo el tiempo y nunca lo dejaban solo.

Según los preparativos hechos por el señor de la ciudad, bajo las órdenes del rey de Ismiranoz, los reyes debían de tener las mejores habitaciones de toda la fortaleza. A Alkardas Greywolf, le dieron una habitación que daba al Sur, ya que, según él, en el Sur se encuentra la paz de Naraligian.

Sus aposentos eran bastante grandes para lo que el rey imaginaba. En este se había dispuesto de frutos secos en una especie de canasta y velas en distintos candelabros de oro macizo. La cama era dura como piedra, ya que nadie la había usado en años. Le resultó difícil quedarse tranquilo y dormir.

En sus sueños, veía a su hermosa familia, que lo esperaba a los pies de los grandes muros de su hogar. Todo era paz, salvo cuando de pronto, lo único que vio fue a las personas que más quería, ensangrentadas en el salón del trono. Las mujeres de la ciudad de Filardin eran violadas y los hombres asesinados. Lo último que el rey soñó, antes de ser despertado por uno de sus servidores, fue ver a Golbón riendo mientras la masacre ocurría.

Cuando este se despertó del sueño, ante él se encontraba su fiel escudero quien tenía en sus manos, la armadura de su rey.

—Ya es la mañana mi señor –dijo este colocando la pesada coraza a un costado –El rey Isnirir ha dicho que debemos iniciar la marcha.

—¿Ha dicho algo más, con respecto al ataque? –Alkardas se limpió la cara con el agua fría de una fuente –¿No dijo por dónde piensa cruzar? O solamente piensa avanzar.

—Él sugirió, mi señor, que debemos cruzar las Montañas Negras. el escudero, colocó la armadura a su rey –dice que los algirianos nunca esperarían que entremos por allí.

—No lo esperarían, porque es una locura cruzar por ese lugar –Alkardas colocó su espada en el cinturón del tabardo. –Además que no contamos con las fuerzas suficientes, como para afrontar la pérdida de hombres en esos caminos.

Cuando Alkardas estuvo listo, salió por la puerta seguido por Quitarin, su escudero. Estos emprendieron la marcha hacia las puertas de la ciudad, donde todos los esperaban. Hignar que los vio llegar les dijo:

—Mientras más tiempo perdamos más fuerte se vuelve Golbón –este dio vuelta su caballo hasta que quedó mirando al frente de las montañas.

Quitarin, ayudó a su señor, para que pudiera subir sin problema alguno a su caballo. Este ya preparado, ordenó a sus fuerzas que avanzaran. Miles y miles de hombres iban siguiéndolo, todos ellos marchando al ritmo de tambores y cuernos. Quitarin tomó su lugar junto a su señor. Pulerg se acercó a toda velocidad y le dijo a su amigo:

—No entiendo la idea de cruzar por allí –dijo susurrando el montañés –Conozco las montañas más que nadie, pero esto es suicidio ¿Y si ellos nos esperan del otro lado? –dijo sosteniendo con fuerza las riendas –no estamos preparados para tal reto.

—Lo mismo digo Pulerg –respondió el fallstoriano –pero ahora que lo pienso, no hay otra forma. Los demás caminos son demasiado largos y llegaríamos tarde para el combate.

—Rezo a los dioses que nos protejan en ese lugar –Pulerg estaba asustado, como si supiera lo que iba a suceder, –ni siquiera sabemos lo que nos tiene preparado Golbón allí.

—Por lo menos, acabaremos con el mal de una vez por todas. –Alkardas colocó su mano derecha en el hombro de su amigo –Lo hacemos por nuestras familias para que nuestros hijos se sientan seguros y no tengan miedo..

La gran horda de Naraligian ahora se dirigía a las grandes y altas Montañas Negras, un grupo de cadenas montañosas las cuales según los habitantes de Ismiranoz, es donde nació la maldad del mundo, donde Halfindis, dios de la oscuridad, dio lugar a las criaturas más horribles y aterradoras sobre la faz de la tierra. Pero esas historias hablan de tiempos remotos, cuando aún existía la gran batalla entre la luz y la oscuridad.

El paso por este lugar fue difícil. Varios hombres perdieron la vida por sus caminos y senderos, ya que, en estos podían resbalarse o simplemente, un derrumbe podría acabar con ellos. Alkardas se lo veía venir, supo desde un principio lo que les costaría cruzar por ese lugar maldito.

Ya era de mediodía y el ejército se detuvo bajo las órdenes de sus comandantes para tomar el almuerzo merecido: pan con unas fetas de carne y vino para bajarlo todo. Los reyes se colocaron en un sector apartado de los demás hombres para discutir cómo sería su plan de ataque.

—Les dije que esta marcha nos costaría vidas necesarias –dijo enojado el señor de Fallstore a los otros reyes –pero no, ustedes no escucharon. Ahora yo les pregunto, ¿vamos a enfrentar a Algirón en su terreno, con lo que nos queda?

—No tenemos opción –dijo Isnirir mirando la copa repleta de vino –lo que debemos hacer, es decidir cómo acabar con los algirianos –bebió de su copa hasta que pudo seguir hablando.

Mi plan era atacar Fuerte Caos, solo así destruiríamos la mayor parte de las fuerzas algirianas.

—Si queremos destruir Algirón, estamos atacando la fortaleza equivocada –afirmó Alkardas –Afnargat, es de donde se controla todo ese reino. Si pudiéramos destruirla, ellos no tendrían más remedio que rendirse.

—Es verdad lo que dice el sureño –Hignar se puso de pie para que lo escucharan bien –Lo que yo digo es que debemos engañar a los hombres de Golbón, solo así conseguiríamos el paso libre hacia esa fortaleza –espero para recuperar el aliento –¿Cuántos hombres nos quedan? –preguntó.

—Seis mil goldarianos, diez mil fallstorianos, dos mil ochocientos lodrinenses y menos de un millar de ismiranianos –dijo Alkardas recostándose contra un tronco en el piso.

—Esto es lo que haremos –dijo Pulerg después de meditarlo por varios segundos –nosotros uniremos nuestras fuerzas, mientras que Alkardas y sus huestes atacan Fuerte Caos. Mientras que ellos se fijan en nosotros, dejan desprotegida su fortaleza.

—Golbón sospechará la trampa, cuando vea que nuestras filas no poseen el estandarte de los Greywolf. Por lo que nos tratarán de destruir, para luego acabar con los fallstorianos que estén en su castillo –dijo Hignar, mirando serio al rey de Goldanag.

Por eso, tendremos estandartes de Fallstore, pero no sus hombres –dijo sonriendo Pulerg –así y solo así, les daremos paso libre por las llanuras pantanosas –se puso de pie y ajustando su cinturón siguió –Cuando salgamos de este paso nos separamos. Alkardas –dijo mirando a su viejo amigo –espero que no falles.

—Por mi vida lo juro –respondió mientras se ponía en pie.

Después de haber comido placenteramente, la compañía siguió en viaje. Ya llevaban unos días marchando cuando se encontraron al final del sendero. Los fallstorianos despidiéndose de sus compañeros tomaron el rumbo Este hacia la fortaleza enemiga mientras los bravos hijos de Gustan y Mindlorn siguieron por el camino marcado.

Estos sentían que el miedo los invadía, parecía como si sus corazones fueran a detenerse en caso de ser sorprendidos. Hignar cruzaba cada dos por tres la mirada con Isnirir y con Pulerg. Eso fue algo que llamó la atención del montañés, el señor de Lodriner sentía miedo a lo que podría pasar. Ya a lo lejos pudieron distinguir grandes torres de humo que se alzaban en los aires.

—Así es como se ve un ejército algiriano –Hignar tomó su espada –les digo para que no queden dudas. Debemos resistir hasta que llegue la ayuda de Alkardas, cuando eso pase, avanzamos sin detenernos hacia el Norte, donde aguarda la peor de las ciudades de este reino.

—Estamos contigo señor de Lodriner –dijo Pulerg, también tomando su pesada masa de hierro –Como dijo nuestro amigo y señor de Fallstore, lo hacemos por los que amamos.

Isnirir asintió con la cabeza al igual que Hignar. Después de eso nadie más emitió un sonido hasta que estuvieron cerca de las fuerzas enemigas. Estas habían armado un monstruoso campamento en el cual fundían o preparaban las armas para la guerra que se avecinaba.

En ese momento cuando las fuerzas de los tres reyes se disponían a atacar, una flecha certera dio en el pecho de Hignar quien cayó de su caballo. Fue cuando las tropas enemigas atacaron por sorpresa al recién armado ejército.

Estos armaron un círculo de escudos y se defendieron de las repentinas oleadas de miles y miles de algirianos. Pulerg guio a sus hombres contra la caballería de Golbón. El señor de Goldanag golpeó con su masa el torso de uno de los jinetes, cuya armadura se abolló rompiéndole así el pecho. Fue entonces cuando los malvados algirianos detuvieron su ataque, pero rodearon al ejército rival.

De entre los millares de enemigos, salió un jinete el cual llevaba puesta una armadura negra, con un casco con dos cuernos. Este enigmático personaje, descendió de su caballo y se quitó el yelmo de la cabeza.

—Vaya, vaya –dijo el caballero, que era Golbón –veo que han tenido el coraje de venir a enfrentarme en mis tierras. Y díganme –mirando el ejercito de los reyes –¡dónde esta Alkardas, o no vino con ustedes?

—Que te hace pensar que no está con nosotros –dijo Hignar colocándose al frente de sus hombres. Un hilo de sangre corría por su pecho –¿Acaso no ves que sus hombres están aquí?

—No trates de engañarme –dijo enfurecido el villano –conozco bien a los fallstorianos como para no reconocerlos. ¡Estos hombres tienen miedo! –señalándolos –un soldado de Fallstore no lo tendría, por lo contrario, sentiría un impulso de asesinar a sus enemigos. –Golbón desenfundó su espada, la cual era de acero negro como el carbón –así que lo preguntaré por última vez, y aquí termina nuestra plática. ¿Dónde está Alkardas Greywolf?

—Lejos de aquí –dijo Pulerg colocándose al costado de Hignar –Pero eso ya lo sabías ¿no? O simplemente te acabas de enterar.

Los ojos del señor de Algirón se encendieron como fuego, en su interior su corazón se llenaba de ira y odio. Sin previo aviso ordenó a sus hombres que acabaran con el ejército y le trajeran las cabezas de los reyes. Estos avanzaron contra los enemigos, quienes con todas sus fuerzas aguantaban cada asalto.

Estuvieron luchando por horas hasta que Golbón se abalanzó con su último ataque, el cual logró destruir el muro de escudos del enemigo. Los arqueros algirianos lanzaron lluvias de flechas sin piedad contra los lodrinenses, quienes caían como moscas. Hignar con valor enfrentó a su enemigo, quien parecía feliz por la valentía del sabio.

Sus espadas se cruzaban simultáneamente provocando sonidos vibrantes en el ambiente. Pulerg trató varias veces de ayudar a su compañero, pero este simplemente, lo apartaba del conflicto. El rey de Ismiranoz, cegado por el miedo, cuando vio la oportunidad junto con sus hombres emprendió la retirada, de vuelta hacia sus tierras. Eso hizo que Hignar se distrajera, dejando que Golbón asestara un golpe en el casco del bosquerino, quien perdió la razón y cayó al suelo desmayado.

El rey de Algirón levantó su espada para matar a Hignar, pero Pulerg se interpuso y bloqueó el arma de su enemigo antes de que cumpliera con su objetivo.

—Ya no tienen oportunidad contra mí y mis fuerzas –Golbón tomó con una de sus manos el mango del maso de Pulerg, quien trataba de soltarse –Los ismiranianos los abandonaron, sus hombres mueren contra los míos y además tu aliado sureño no vino a ayudarte.

En el furor del combate, se escuchó el sonido profundo de un cuerno, que sonó en lo alto de una de las colinas cercanas al campo de batalla. Como fantasmas, salieron del otro lado los estandartes del ejército fallstoriano, con el blasón de la casa Greywolf como insignia. Los hombres del señor del Sur marchaban contra los algirianos, quienes no entendían lo que pasaba.

Golbón miró a Pulerg, quien le mostraba una sonrisa burlona, mientras dejaba salir una carcajada.

—Te equivocas, traidor –dijo el señor de Goldanag, soltando su maso y tomando la espada de Hignar –estuviste ciego, y en tu ceguera de poder no te diste cuenta que todo fue para tomar Fuerte Caos.

¡Nooooooooo! –gritó con toda su furia Golbón, quien tiraba golpes contra Pulerg. –Nadie puede conmigo, ni siquiera ese maldito lobo de Fallstore.

—Eso es algo que yo no pienso. –Alkardas frenó la espada de Golbón con la suya –Te metiste con mis amigos y aliados, traicionaste a los dioses, pero por sobre todas las cosas involucraste a mi hijo, Ponizok –El imponente rey, hizo descender con tanta furia su espada que quebró la de su contrincante en varias partes. –Si me hubieras escuchado, esto no habría pasado, y la cantidad de muertos el día de hoy, no existiría. –Alkardas golpeó con la punta de su bota en la rodilla de su enemigo, quien ensangrentado, cayó de bruces al suelo. –¡Ahora, Golbón, señor de la casa Lenger, muere por tu traición! –El imponente rey de los fallstorianos decapitó a su enemigo y su cabeza rodó por los suelos hasta golpear la bota de Pulerg.

Este la tomó y la alzó en el aire para que todos los algirianos la vieran, lo cual provocó que toda la masa de enemigos emprendiera la retirada. Ya no eran un ejército, ahora eran soldados atemorizados que corrían en todas las direcciones.

El ejército de los vencedores gritaba de júbilo por la victoria que habían obtenido, ya nada sería lo que fue antes. Pulerg se agachó y trató de despertar a Hignar quien yacía en el piso. Cuando este reaccionó, lo primero que vio fue la cara del montañés y escuchó la voz de Alkardas que le decía:

—¡No te rindas! Aún tenemos un castillo que tomar para poder volver a nuestros hogares, con nuestras familias. –este lo ayudó a ponerse en pie –Ya todo acabó, la guerra terminó. La paz llegó de vuelta a toda Naraligian.

Cuando Hignar se recuperó del golpe. Todos juntos marcharon contra el Norte de Algirón donde la victoria final los aguardaba.

2

Entre problemas y acertijos

Después de varios años Naraligian volvía a estar en paz. La batalla en los campos de Algirón ya solo era un recuerdo en la mente de todos. Pero se sabe, que las cosas deseadas no perduran mucho tiempo. Con la llegada de un mensajero a la ciudad capital, los fallstorianos de Filardin, comenzaron a estar más preocupados. Este portaba el estandarte de una casa del reino de Goldanag.

—He traído un mensaje para el rey –de su bolsillo tomó un pequeño papel enrollado, en él, un sello de cera dorado cerrándolo.

El consejero real lo tomó y se dirigió al castillo donde le fue entregado al mismo Alkardas en persona. El señor de Fallstore no mostró ninguna emoción al leer la carta. En ella decía:

Lobo gris.

»Mi querido amigo. El tiempo ha volado y la edad por fin nos ha llegado.

Tu hijo, el heredero al trono de tu reino, ya no es más un niño. En el día de hoy celebra el décimo sexto día de su nacimiento, por ello le envío un regalo digno de reyes. Esta espada fue forjada por el mejor herrero de mi tierra, la cual fue apodada como la “Furia del Sur”. Ten cuidado, el mal está surgiendo, la tierra nos lo dio a conocer. No bajes la guardia.«.

Pulerg señor de Trono de piedra.

La felicidad de Alkardas se desvaneció al instante. La sangre comenzó a enfriarse en su interior. Su consejero le entregó en sus manos la espada que estaba envuelta en lienzos.

—Capitán Filead –dijo este mientras tomaba la espada –¡Venga de inmediato!

Por la puerta de la fortaleza entró un hombre alto, de pelo castaño y ojos azul oscuro. Llevaba puesta la armadura color plata que representaba a todos los capitanes del ejército fallstoriano. Este se detuvo frente a su rey.

—Para servirle –dijo Filead mientras colocaba su mano izquierda en la empuñadura de su espada.

—Me ha llegado cierta nota –dijo el rey inclinándose para un costado y apoyando su brazo en el gran asiento –la cual me ha dejado perplejo. Dime mi fiel capitán ¿cuántos hombres componen nuestros ejércitos en este momento? Me refiero a que si debemos temer a una posible amenaza externa o simplemente me relajo.

Los ojos del capitán miraron hacia el techo, su pensamiento fijo en la pregunta. Su rey comenzó a mostrar impaciencia por el tiempo en que tardó en responder. De la boca de Filead se pudieron distinguir un grupo de palabras.

—Decenas de miles mi señor –dijo este con la barbilla en alto y sus ojos fijos en su rey. –Nuestros reclutas siguen siendo entrenados de la forma tradicional. Ya nadie se equipara con nuestras fuerzas, ni siquiera los goldarianos, quienes afirman poseer armaduras tan duras como la piedra misma.

Alkardas se sentó en el trono, el cual era de piedra, y en él se había tallado un gran lobo con montañas a su espalda. Él ordenó a Filead que fuera a buscar al joven príncipe e hijo de Alkardas, era necesaria su inmediata presencia en aquel salón. Con una pequeña reverencia, el capitán se dirigió al patio del castillo. Ahí en el jardín de pinos se encontraba la reina Valeri, quien se estaba cepillando su largo cabello rubio.

Mi señora, ¿cómo se encuentra en esta hermosa mañana? –dijo Filead.

Valeri volteó a mirar al capitán, sus ojos eran de color azul como el agua del océano.

—¡De maravilla! Se podría decir que el inicio de la primavera es la mejor época del año, salvo que todos ustedes prefieren más el frío invierno como los lobos que son. Lo que menos me gusta es no poder distinguir el verano del invierno. Aquí todo es igual un día, como en otro –La reina continuó cepillándose cuando Filead le preguntó:

—Por esas casualidades de la vida, ¿sabrá el paradero actual de su hijo? –dijo Filead inclinándose hacia adelante –Su señor esposo y mi rey, me ha solicitado que vaya en su búsqueda.

Valeri dejó el cepillo a un costado mientras una pequeña sonrisa de felicidad nacía de su rostro; sus ojos miraban con detenimiento un viejo y arrugado pino que se hallaba justo delante de ella.

—Mi amado hijo, el príncipe Ponizok, en este momento se encuentra practicando lucha con espada en lo alto de la torre Oeste. Si lo llega a encontrar allí dígale que lo quiero con toda el alma.

El joven capitán se despidió gentilmente de su señora reina para poder emprender su marcha. El camino hacia la torre Este consistía en un grupo de espacios. La gran sala del trono siempre fue la parte que más le gustaba al capitán Filead. Sus columnas de piedra talladas formando cabezas de lobos que miran el centro del salón, sus bellos murales con ilustraciones de cómo se originaron los fallstorianos y representaciones de batallas y dioses. En la torre Oeste se encontraba la gran biblioteca, a la cual, solo con autorización del señor se podía entrar. Era el lugar donde los señores de Filardin y el maestro de la fortaleza iban a estudiar o meditar. La inmensa escalera de caracol a los pies de la gran torre llevaba a la cima de esta.

En lo alto de la estructura se encontraba el gran maestro. Un hombre de mediana edad, su pelo era color cobre. Este llevaba puesta la armadura de cuero marrón oscuro sobre una cota de malla.

—Filead mi buen amigo –dijo este extendiéndole una mano al capitán. –¿qué te trae a la cima del mundo?

—He venido a buscar al príncipe Ponizok –Filead estrechó su mano con la del maestro. –Me dijeron que se encontraba aquí practicando contigo. A juzgar por lo que veo, aquí no se encuentra.

—Exactamente –dijo el maestro mientras se tiraba para atrás su corto pelo colorado –El joven príncipe en este momento está trepando esta torre desde sus cimientos. Mire con sus propios ojos si no me cree. –el maestro señaló un costado de la torre. El capitán fallstoriano asomó su cabeza por el borde. Allí, en el medio entre el piso y el final de la gran estructura, se encontraba un joven de cabello castaño oscuro al igual que sus ojos y piel blanca como la nieve.

—¡Mi señor príncipe! –Filead le gritó al joven –el rey demanda su presencia inmediata en el salón del trono.

—Un segundo –dijo el joven –Capitán Filead, dígale al gran maestro de armas Stebanis que seguiremos con la práctica y el estudio más tarde. Ponizok tomó una soga que tenía atada a su cintura, en la punta de esta, había atada una piedra. El joven príncipe arrojó ese extremo hacia la viga de la ventana de la biblioteca. Cuando la soga se enganchó, este se dejó caer hacia el suelo. Al llegar allí, se desató la cuerda de la cintura y a paso veloz fue a la sala del trono.

Filead corrió hacia el gran salón donde su rey y el príncipe Ponizok se hallaban. Alkardas se encontraba sentado en el trono mientras que su hijo permanecía parado delante de este.

—Padre –dijo Ponizok mientras se acomodaba sus vestimentas –¿Cuál es el motivo de esta repentina necesidad de mi presencia? ¡Tú mismo me has solicitado que no detenga mis estudios antes de tiempo!

Lo sé y me arrepiento de haberlo hecho, pero el rey Pulerg te envía esto. –Alkardas tomó del costado del gran asiento la espada envuelta en lienzos.

Ponizok extrajo el bello objeto de entre su fina envoltura. Era un arma digna de reyes. Su empuñadura era color negro azabache y en la unión del mango con la hoja de esta había tallado un perfecto lobo que parecía estar gruñendo.

—Pulerg dice que la han nombrado como la Furia del Sur. También explicó en su carta que fue hecha por el más fino de los herreros goldarianos –El rey se levantó del esbelto trono y con toda su fuerza abrazó al muchacho. –¡Feliz día hijo mío! Quiero que sepas que a partir de hoy ya eres un hombre adulto destinado a grandes cosas.

—¡Gracias padre! Pido permiso para poder retirarme. El gran maestro Stebanis me está esperando. –Ponizok coloca su arma en su cinturón.

—Hazlo entonces –dijo Alkardas asintiendo con la cabeza. –Capitán Filead –Filead volteó a mirar a su señor –¿sería tan amable de acompañar a mi hijo?

—No es ninguna molestia mi señor, con gusto lo haré –Este se dirigió al patio del castillo donde el gran maestro aguardaba al príncipe.

—¿Qué te sucede Filead? –dijo Ponizok mientras miraba al capitán. –Tú no eres así. Te preocupa algo.

—No mi joven señor. Es solo que se acerca la guerra contra el rey Hignar y sus vasallos. El mismo señor de Goldanag ha pedido a vuestro padre que les brinde el apoyo, en caso de necesitarlo.

Ponizok dejó escapar una carcajada. Sus ojos no dejaban de mirar el cielo mientras se reía.

—¡Hignar es un cobarde! Sus hombres carecen de disciplina. –dijo Ponizok –Yo te advierto que, si decide atacar Goldanag, el mismo Pulerg enviará emisarios para pedirnos ayuda. Con nuestras fuerzas en el campo, Hignar, se verá obligado a retirarse. Siempre huye de nosotros.

Filead se detuvo un momento frente a la gran estatua que se hallaba en el centro del patio. No dejaba de rascarse la barba color marrón que poseía.

—Joven príncipe –dijo este mientras se erizaba con las manos el cabello de la frente –No por nada conocemos al bosquerino como el rey sabio. Le puedo asegurar que, si él lleva a sus fuerzas a su terreno, la victoria estará de su parte. Nosotros somos guerreros de campo abierto, en un bosque, nuestras tropas caerían. Creo que Stebanis le debe haber ya explicado el arte de la guerra, sino, debería estudiarlo por si solo.

—Tienes razón, nunca había pensado en esa posibilidad –Ponizok asentía con la cabeza mientras se mordía los labios.

Bueno, aquí nos separamos. Espero capitán Filead, que cuando se produzca este conflicto, este a mi lado en el campo de batalla. –Filead hizo una reverencia al joven príncipe y se retiró a la gran taberna de la ciudad donde los capitanes del ejército solían pasar las noches.

Las puertas de los muros de la fortaleza permanecían todavía abiertas mientras que los guardias, apostados en ellas, vigilaban el ingreso y salida de personas. El Capitán fallstoriano cruzó la inmensa entrada de piedra y recorrió las calles de la ciudad, las cuales rebosaban de gente. Los escuadrones de la guardia patrullaban todas las calles de Norte a Sur y de Este a Oeste, manteniendo la seguridad en la capital.

El Faleriano, ese era el nombre de la taberna, era un viejo edificio de piedra por el cual subían enredaderas. Al ver a Filead llegando los guardias abrieron las puertas. La oscuridad prevalecía en este lugar. En una mesa de la esquina derecha, Filead logró distinguir las capas negras con lobos plateados bordados en ellas.

—¡Mis amigos! –Filead tomó uno de los asientos y se sentó. Llamó a uno de los camareros –Una pinta de cerveza rubia por favor.

Uno de los hombres sentado a la mesa miró al Capitán. Era un hombre viejo, sus ojos eran grises como el hierro y su pelo negro como la oscuridad.

—¿Qué noticias traes? –dijo este mientras tomaba un trago de cerveza –¿o acaso no traes ninguna?

—Déjalo Benogac –dijo otro de los hombres –de seguro no tiene noticias o nada importante que decir. Desde que lo mandaron al castillo se ha vuelto un niño mimado.

El capitán Filead se reía entre dientes, tenía sus manos cruzadas delante de su boca.

—Muy cierto Capitán Wolfhem –Filead se levantó colocando su mano en la empuñadura de su espada –Pero este niño mimado podría arrancarte la cabeza del cuerpo con un solo movimiento de su espada. –los ojos del joven capitán se posaron sobre los de Wolfhem.

Este con una sonrisa en el rostro se sirvió más cerveza en su jarro, Los demás hicieron lo mismo salvo Filead que aún permanecía de pie con la mano en su arma. De pronto un grito los hizo saltar de sus asientos, en la calle la gente corría despavorida, un hombre de la guardia de la ciudad entró rápidamente a la taberna y viendo a los capitanes sentados les gritó:

»¡Fuego! ¡Se queman las cercanías de la ciudad! «.

Los tres capitanes corrieron rápidamente a las murallas donde miles de soldados y personas del pueblo miraban el fuego. Alkardas llegó montado en su caballo, lo seguía Ponizok junto con toda la guardia real. El calor golpeó con fuerza en los rostros de todos.

—¡Wolfhem! –dijo Alkardas mientras cogía un catalejo que fue brindado por uno de sus guardias. –¡Toma todos los hombres que creas necesarios y dirígete al sector más cercano al fuego! Busca por todos lados al causante de este incendio.

El capitán miró a su rey. Sus ojos demostraban temor y duda.

—Mi señor, el fuego permanece allí. –dijo Wolfhem –Si el viento cambia de dirección puede que nos asesine o arrase con la ciudad.

De pronto, el cielo se nubló, y de él, comenzaron a caer gotas de lluvia tan grandes como diamantes. Alkardas admiró el milagro que estaba sucediendo. Los hombres agradecían a sus dioses que las mandaran para detener el mal que los azotaba.

—Recuerda esto –le dijo el príncipe al esbelto Capitán –Faler es nuestro padre y como tal protege a sus hijos.

Wolfhem tomó un numeroso grupo de los mejores soldados y se dirigió a donde yacía el fuego que se extinguía a pasos agigantados. Filead comprendía que algo malo estaba pasando. Su rey no estaba siendo muy sincero con ellos.

—¿Alguien en esta ciudad ha visto como sucedió esto? –Alkardas gritaba a los presentes.

De la gran multitud se oyó hablar a una sola persona. Un simple carnicero de la ciudad, el cual pasaba todas las noches admirando las tierras de más allá y todas las estructuras de la ciudad.

—¡Mi gran rey! –dijo este a gritos –Una bola de luz blanca cayó del gran cielo. Al impactar con la tierra una gran explosión de fuego emergió de esta.

Filead analizó lo dicho por el hombre, los ojos de este demostraban seguridad al hablar por lo que dedujo que decía simplemente la verdad.

—Debió ser una estrella errante de las que hablan los sabios. –dijo Filead a su rey.

—¡Déjate de cuentos para niños Filead! –Alkardas no parecía contento, más bien parecía nervioso –¡Estrellas errantes, son viejas leyendas nada más! ¡Ahora todos se retiran, solo los guarda murallas permanecen aquí!

La gente comenzó a retirarse, el capitán Filead caminaba por la calle solo. Sus pensamientos estaban en las viejas leyendas. Ponizok logró alcanzarlo y casi susurrando le dijo:

—Yo te creo. Si fue una estrella errante, cuantas leyendas deben ser ciertas –El joven príncipe le sonreía al capitán y este le devolvió la sonrisa.