Para Julia, Juan y Fuencisla.

PRINCIPIO

I

¡Señoras, señores, loros,

malos cantantes de coros,

perros, gatos, alcornoques,

gusanos de albaricoques,

espinosos puercoespines,

rotos de los calcetines,

ciclistas sin bicicleta,

abecedarios sin zeta,

altas montañas nevadas,

flanes con nata montada,

sabios maestros de escuela,

y al que si no corre, vuela!

¡También a los comerciantes

que nos dan nueces gigantes,

y a las piedras de los ríos

de esos arroyos tan fríos,

y a las casas con buhardillas,

como árboles con ardillas,

y a las luces que en la noche

son los ojos de los coches,

y a los que lloran por cosas

rematadamente hermosas,

y a los que se ríen de todo

y de callarles no hay modo,

y a los que no se deciden

y ríen, lloran y ríen!

¡Y, sobre todo, a vosotros,

a los unos y a los otros,

a los que estáis más atentos,

en estos mismos momentos,

a los que nada os despista,

por ser de cabeza lista,

a los que os gusta leer

porque os encanta saber,

a los que estáis deseando

que ya me vaya callando,

y pensáis: «Qué pesadez,

que termine de una vez»!

¡TACHÁAAAAN!

¡Os presento al detective

más sagaz de cuantos viven!

¡A un sujeto más astuto

que un profesor de instituto!

¡A un ser que, de puro sabio,

tiene un granito en el labio!

¡Al hombre que descubría

el secreto que tenía

la persona que pasara,

con solo mirar su cara!

¡Al ser más inteligente!

(Junto a papá... ¿se me entiende?).

¡Queridos amigos, sí:

os presento a... MOJOPÍ!

II

Que quién era Mojopí.

Que quién es, querréis decir.

Mojopí... Mojopí es

un detective al revés.

Ni ha viajado por el mundo

ni tiene un gesto iracundo.

(¿Es raro el vocabulario?:

¡pues visita el diccionario!).

No tiene lupa ni gorra,

y en ropa de abrigo ahorra:

viste chillonas bermudas

–de su buen gusto no hay dudas–

y lleva unas camisetas

que él se cree que son coquetas.

Sus zapatillas de esparto

¡no son de piel de lagarto!,

y sus calcetines rojos

dañan un poco los ojos.

Tiene cierta barriguilla

que él llama mi cinturilla,

y un bigote arrebolado

pelirrojo por un lado.

Mas toda esta extravagancia

en él se vuelve elegancia:

Mojopí... Mojopí es

un detective al revés.

Que quién era Mojopí.

Que quién es, querréis decir.

Mojopí... Mojopí es...

¿cómo contaros más de él?

Lo llaman a cada paso

para que resuelva un caso:

«Las naranjas de la China

que parecen mandarinas»

o «El señor que en Estocolmo

consiguió peras del olmo»

o «El endemoniado asunto

de las íes sobre los puntos»

o «¿Por qué en martes y trece

la buena suerte florece?».

Pero él casi nunca viaja

(dice que no le relaja).

Se sienta en su mecedora

viendo transcurrir las horas.

Da una vuelta por su aldea

perfumadita de brea.

(¿Es raro el vocabulario?:

¡pues visita el diccionario!).

Junto a su amiga Fuencisla,

la más guapa de la isla,

come papas arrugadas

(llama a las otras planchadas).

Se echa una pequeña siesta,

que es buena para la testa...

... y, cuando menos lo esperas,

¡brillan sus entendederas!

Se roza el grano del labio

–le salió de puro sabio–,

y nos dice: «¡Ya lo sé,

el ladrón fue don José!».

O murmura: «¡Vaya, vaya,

el crimen no fue en la playa!».

O piensa: «¿Será un estuche

ese osito de peluche?».

O se asombra: «¡Esto es el colmo:

disfrazó el peral de olmo!».

Más que dejarnos confusos,

nos deja patidifusos.

Su jefe, don Agapito,

amante del huevo frito,

mientras se come una yema

pide que le aclare el tema:

«¿No fue en la playa? ¿Un estuche?

¡Bien, Mojopí, desembuche!».