Asentimiento_978-607-99600-0-1_COVEpub.jpg

Índice

Prólogo

Introducción

  1. La naturaleza del asentimiento

    Incondicional

    Intrínseco

    Más próximo a lo real

    Absoluto

    Personal

  2. Los límites de la inferencia formal
    en contraste con el asentimiento

    La asunción de premisas

    La generalidad de las conclusiones

    La autenticidad del asentimiento

  3. El asentimiento y el sentido ilativo

    Newman y Butler

    La voluntariedad del asentimiento

    La necesidad de una lógica más amplia

    La operación del sentido ilativo

    La phrónesis y el sentido ilativo

  4. La naturaleza de la certeza

Conclusiones

Referencias

Prólogo

John Henry Newman nació en 1801 y murió en 1890. Se ordenó como presbítero en la Iglesia anglicana en 1825. Fue integrante de un grupo intelectual conocido como el Movimiento de Oxford, en el cual se planteó la naturaleza de la relación entre el anglicanismo y el catolicismo. Después de un largo y difícil periodo de reflexión decidió abandonar la Iglesia de Inglaterra para ordenarse como sacerdote católico en 1847. Su labor dentro del catolicismo inglés fue muy destacada tanto en el servicio pastoral como en el plano intelectual. En 1879 fue nombrado cardenal por el papa León XIII.

Newman fue un autor muy prolífico. Sin embargo, sus ideas fueron poco conocidas en el mundo hispanoparlante, salvo por algunas figuras excepcionales, como Miguel de Unamuno. Sus escritos versan sobre una diversidad de disciplinas, como filosofía, teología, historia de la iglesia y pedagogía. Su obra más conocida es Apología pro vita sua, texto autobiográfico en que narra la historia de su conversión al catolicismo. No obstante, es revelador que el libro fuera traducido al español hasta 1961. En la actualidad existen varias traducciones al español de esta obra, así como de otros de los títulos principales de Newman.

Aunque quizá no sea el más conocido de sus libros, el Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento es la obra filosófica más importante del cardenal. En este libro, Newman abre una línea epistemológica para defender la fe ante las objeciones ilustradas, modernas y cientificistas. Esta línea coincide, en muchos aspectos, con las que otros autores como William James y Ludwig Wittgenstein desarrollaron posteriormente, no sólo para defender la fe sino, en general, las certezas de nuestra vida diaria.

Newman responde a las objeciones de lo que él llama el liberalismo religioso de su tiempo, que por la influencia de la cultura anglosajona en el mundo actual se ha convertido en una doctrina global. Esta doctrina sostiene que la organización política de la sociedad debe asumir que ninguna religión puede demostrarse como verdadera, por lo que cualquiera es muy respetable. Un corolario de esta doctrina es que nadie tiene el derecho de afirmar que posee la verdad acerca de algún asunto de fe. Lo correcto es anteponer una cláusula precautoria que indique que uno está dispuesto a conceder que está equivocado sobre cualquiera de estos asuntos. La posición correcta en temas religiosos debe ser el falibilismo, a saber, la doctrina epistemológica de que cualquier creencia, no importa qué tan seguros de ella estemos, puede resultar falsa. La única fuente de certeza aceptada por el liberalismo que combatía Newman era la ciencia natural, en particular la ciencia matematizable. Fuera de ella, todo debía considerarse como mera opinión.

Asentimiento y certeza en el pensamiento de John Henry Newman. Una defensa de la creencia religiosa, de Alejandro Sada, es un excelente estudio filosófico sobre el Ensayo para contribuir a una gramática de asentimiento. El autor examina detalladamente los razonamientos de Newman y desglosa sus partes con suma claridad.

La defensa de la fe de Newman es muy diferente de la de otros teólogos. Su aproximación no es normativa sino descriptiva. No especula sobre las condiciones a priori que debe cumplir una creencia para que sea una certeza, sino que nos muestra las condiciones a posteriori que cumplen nuestras creencias que son certezas. Newman muestra que incluso las certezas aceptadas por los científicos tienen características en común con las certezas que apuntalan nuestra fe religiosa. Por lo mismo, las divisiones tradicionales entre fe y razón y entre ciencia y religión no son tan radicales como suponen los filósofos modernos y cientificistas. La conclusión es que no es irracional creer en Dios, no es algo que deba avergonzarnos en un mundo en el que las verdades de hecho están determinadas por la ciencia y en el que existe una tolerancia a la pluralidad religiosa dentro de una sociedad laica.

No expondré aquí el sutil argumento de Newman para llegar a esa conclusión. Sada lo hace de manera aguda y precisa. El autor también señala, cuando es el caso, las debilidades que se pueden encontrar en la argumentación de Newman y ofrece respuestas a esas objeciones. Tal como lo explica Sada, Newman es un filósofo que no sólo responde a cuestiones teológicas sino de epistemología básica. Sus razonamientos nos ilustran acerca de la naturaleza de la fe, del conocimiento y de la certeza en todos los planos de nuestra existencia. Lo que nos enseña Newman es que la epistemología no es una rama separada de la antropología filosófica: Lo que yo conozco depende de lo que yo soy. No puedo conocer de otra manera. Cualquier filosofía que no reconozca este hecho fundamental es una filosofía equivocada.

El Ensayo para contribuir a una gramática de asentimiento es una respuesta al pensamiento ilustrado del siglo xix. La confianza desmedida en la razón y en la ciencia de aquel siglo ha decaído ante las críticas que se le hicieron en el siglo xx. Por ello, quizá ya no sentimos la misma urgencia de Newman por responder a las objeciones con las que él se enfrentó. Ante la crisis de la razón moderna, la fe ha comenzado a recobrar su sitio en el siglo xxi. Por ejemplo, en años recientes, el movimiento de la ortodoxia radical, propuesto por algunos teólogos británicos como John Milbank, Catherine Pickstock y Graham Ward, se ha planteado como una respuesta a los excesos del individualismo neoliberal, el secularismo extremo y el nihilismo posmoderno.

Seguramente Newman discreparía en no pocos aspectos con esta ortodoxia radical; sin embargo, no podríamos imaginar un movimiento como éste sin el antecedente de Newman, es decir, sin su vigorosa defensa de la fe ante los embates de la modernidad más miope y más intolerante.

John Henry Newman fue canonizado en 2019 en una ceremonia encabezada por el papa Francisco. Es deseable que el cardenal inglés no sólo sea venerado en nuestros altares, sino que también sea estudiado en nuestras escuelas de filosofía y teología. Asentimiento y certeza en el pensamiento de John Henry Newman. Una defensa de la creencia religiosa, de Alejandro Sada, es una contribución muy valiosa al estudio especializado del pensamiento de Newman que seguramente servirá sobremanera para ese propósito.

Guillermo Hurtado

Ciudad de México, 2021

Introducción

La principal inquietud filosófica de John Henry Newman a lo largo de su vida fue la justificación de la creencia religiosa. Estaba profundamente preocupado por la crisis de fe por la que atravesaba la cultura victoriana del siglo xix. Una de las víctimas de esa crisis fue William Froude, hermano menor de Hurrell Froude, con quien Newman había desarrollado una estrecha amistad durante su estancia en el Oriel College y en el Movimiento de Oxford. La incredulidad de William era una constante preocupación para el cardenal, como puede apreciarse en las numerosas cartas que le escribió. “A inicios de 1860 –nos cuenta Ian Ker– [Newman] mantuvo una correspondencia con William Froude en la que intercambiaron sus puntos de vista sobre la posibilidad de certeza en la fe religiosa, pues su esposa e hijos se habían hecho católicos”.[1] Por una parte, el cardenal pretendía defender la nueva fe de la señora Froude y sus hijos; por otra, quería ayudar a William a abrazar la misma fe.

Como consecuencia de la inquietud de Newman por su amigo William y de la continua preocupación que mostraba por el tema de la certeza en la fe, el cardenal decidió poner por escrito el legado de una vida de reflexión sobre la filosofía de la religión. En 1870 publicó finalmente su Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento.

Según Edward A. Sillem, Newman escribió la Gramática “principalmente para beneficio de su amigo William Froude”,[2] y nos advierte sobre la importancia de tener presente este hecho, pues si se pasa por alto, se corre el riesgo de leer el trabajo como un tratado abstracto de filosofía y no como un ensayo dirigido a un amigo. La Gramática utiliza un lenguaje amistoso, en continuidad con el que puede apreciarse en la correspondencia entre William y Newman.[3] Existe una íntima relación entre los problemas que Froude plantea en sus cartas y los desarrollos que leemos en la Gramática. Por eso mismo, no puede contextualizarse adecuadamente el trabajo de Newman si no se conoce el tono del diálogo epistolar que mantuvieron ambos pensadores.

El 24 de diciembre de 1859, Newman da la noticia a William de que ha recibido a su hijo Hurrell para formar parte de la Iglesia católica.[4] Cinco días después, William le responde en una célebre carta en la que expone las razones por las que no concuerda con la decisión de su hijo y se declara en una posición antagónica al catolicismo. En ella sostiene: “Sobre ningún tema, sea cual sea […] mi mente (y hasta donde alcanzo a ver, la mente de cualquier ser humano) es capaz de alcanzar conclusiones absolutamente ciertas. Aunque claramente algunas conclusiones son mucho más ciertas que otras, existe un elemento de incertidumbre en todas”.[5]

Para Froude, todos los procesos del pensamiento son falibles, lo cual nos debe llevar a dudar de todos nuestros juicios. Más aún, considera un deber moral mantener siempre presentes las probabilidades de que cada conclusión sea falsa, pues la mente se siente continuamente inclinada a sobreestimar los grados de probabilidad que hay a su favor. William piensa que las dudas son sagradas y advierte que cualquier persona honesta debe reconocer que sus creencias son solamente provisionales y pueden cambiar en un futuro. La fe, para él, no es otra cosa que prejuicio y es propia de temperamentos inmorales, pues supone un uso irresponsable de las facultades.

En la primera respuesta de Newman a esta carta, fechada el 2 de enero de 1860, le advierte a William que su postura es falaz, pero reconoce que es muy difícil mostrarlo. Newman es consciente de la complejidad de la mente humana, y piensa que su interlocutor presenta una versión muy simplista y superficial de ella. “Pienso que hay una filosofía mucho más profunda que la tuya sobre el tema”,[6] le escribe a Froude. El 15 de enero del mismo año, William provoca a Newman para que trabaje en el proyecto de desarrollar esa “filosofía más profunda”: “Deseo de todo corazón (y he escuchado a otros que piensan muy parecido a mí expresar el mismo deseo también de todo corazón) que tú desarrolles real y completamente esta cuestión –es en efecto una cuestión que tú más que nadie eres competente para examinar a fondo, según sentimos los que te conocemos”.[7]

El resultado de esta oportuna provocación fue la obra filosófica más grande de Newman: la Gramática del asentimiento.[8]

La postura de Froude encarna el liberalismo contra el que Newman batalló durante toda su vida. En la mañana del lunes 12 de mayo de 1879, el ya viejo sacerdote inglés recibió la noticia de que había sido nombrado cardenal. Estupefacto, John Henry Newman pronunció un discurso que quedó inmortalizado como Biglietto speech. En él dice: “Por treinta, cuarenta, cincuenta años, me he resistido, hasta donde alcanzan mis poderes, al espíritu del liberalismo en religión”.[9] En efecto, podríamos resumir la filosofía de Newman como una larga batalla contra el liberalismo, aunque se debe considerar que el término presenta muchas dificultades, pues tiene diversas connotaciones. El cardenal, por ejemplo, no se oponía al liberalismo como movimiento político ni al progreso de los científicos liberales. En el mismo discurso reconoce que “hay mucho en la teoría del liberalismo que es bueno y verdadero; por ejemplo, por no decir más, los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad, autodominio, benevolencia, que, como ya he señalado, están entre sus principios declarados”.[10] El liberalismo al que Newman se resiste es el que desea cobrar terreno en el ámbito de la religión.

En el Biglietto speech, el cardenal explica que liberalismo en el caso de la religión “es la doctrina de que no existe verdad positiva en religión, sino que un credo es tan bueno como otro [...]. Enseña que todos deben ser tolerados, pues todos son materia de opinión”.[11] En 1865 se presenta una nueva edición de la Apologia en la que, entre otras cosas, Newman añade una nota para responder a la inquietud de sus lectores que piden una explicación más detallada de lo que entiende por “liberalismo”. Hacia el final de la nota se ofrece una serie de proposiciones que permiten describirlo.[12] Las primeras cinco de la lista de 18 tratan explícitamente sobre la creencia religiosa. Leemos en ellas que para el liberalismo:

1. Ningún principio religioso es importante, a menos que la razón lo demuestre.[13]

2. Nadie puede creer lo que no entiende.

3. Ninguna doctrina teológica es más que una opinión.

4. Es deshonesto que alguien haga un acto de fe en algo que no se le ha probado.

5. Es inmoral para un hombre creer más de lo que puede recibir espontáneamente según su naturaleza moral y mental.

Sillem sintetiza estas proposiciones en dos puntos. “Liberalismo” es:

1. Cualquier forma de racionalismo que niegue la verdad de los dogmas de la religión cristiana con base en que no puede existir verdad en religión o en metafísica en absoluto, y que convierte la creencia religiosa en únicamente materia de opinión personal o de gusto individual, sentimiento o capricho.[14]

2. La teoría filosófica de que no hay una manera legítima o posible para obtener un conocimiento de la verdad a no ser a través de la “demostración” o de la argumentación razonada formalmente; podemos únicamente conocer, estar ciertos de, o dar nuestro asentimiento, a aquellas proposiciones que han sido probadas de una vez por todas por la razón con el vigor lógico de una deducción matemática. Cualquier proposición que la razón no pueda probar de esta manera sólo puede ser sostenida como una opinión más o menos probable, y el asentimiento que se le da tiene que variar en fuerza según la validez de la evidencia disponible.[15]

Desde mi punto de vista, el problema de fondo, para Newman, es una idea reducida de lo que significa “racionalidad”. Se dio cuenta de que se habían establecido criterios a priori para determinar la validez de una prueba y la garantía de un asentimiento. Como consecuencia de esos criterios, la creencia religiosa, al igual que el conocimiento sobre la realidad concreta, se veían comprometidos, y la capacidad de la persona para conocer la verdad quedaba despojada de su fuerza natural.

Esta visión de la racionalidad es producto de la larga disputa entre idealistas y empiristas que esculpió las mentalidades del siglo xix. Newman veía innecesario involucrarse en esa disputa, pues consideraba que estaba agotada y pertenecía a la historia del pensamiento. Por una parte, para la filosofía idealista, en palabras de Sillem: “La mente forma un mundo encerrado sin contacto con el universo material de hechos y eventos empíricos, de tal forma que no sabe nada además de sus ideas y las conexiones necesarias entre ellas”. Por otra, para la filosofía empirista:

[…] la razón significaba experiencia ordenada, y razonar implicaba, primero, el proceso de analizar nuestras sensaciones complejas y todos los datos sensibles hasta las unidades “atómicas” elementales de las cuales supuestamente estaban compuestas, y segundo, dar cuenta de cada idea de la mente en términos de sensaciones y datos sensibles empíricamente analizados hasta sus elementos primitivos.[16]

Tomar postura por una u otra parte significaba para Newman simplificar artificialmente la condición de la mente humana tal como se observa en el mundo. Para el idealista, el hombre es razón o mente pura que piensa formalmente por medio de leyes abstractas; para el empirista, el hombre es racional en cuanto que en él se produce una síntesis ordenada de información proveniente de la experiencia sensible. Para Newman, en ambos casos nos encontramos con que la mente queda despojada de su dotación personal.

Desde la Ilustración, la razón se fue haciendo del monopolio para acceder al conocimiento. Ese recinto de luminosidad se veía como accesible a todos por igual, pues se tenía la idea de que la facultad suprema de los seres humanos era la misma para todos y tenía una naturaleza universal. Se consideraba ilustrado a quien se atrevía a pensar por sí mismo con su propia razón y formulaba sus juicios según esa facultad, al tiempo que discriminaba todo contenido no racional, es decir, autoridades, tradiciones y dogmas. Más aún, el uso de la razón era el lugar privilegiado para unificar a las personas, precisamente por su nota de universalidad. Sin embargo, desde el punto de vista de Newman, esa idea de racionalidad convierte a la razón en la medida de lo real e ignora la manera en que la persona produce legítimamente sus certezas. Entiende al ser humano como una persona, más que como una racionalidad. Es la persona quien piensa y adquiere conocimientos; no la razón universal e impersonal que propone la Ilustración. Conocer es una actividad espontánea e interior de la persona, y no una simple manipulación mecánica de leyes lógicas.

Recuperar esa dimensión personal del conocimiento humano no podría lograrse, para Newman, desde la disputa entre idealistas y empiristas. Era necesario emprender una nueva línea de reflexión que observara de manera honesta, sin criterios a priori, el modo real en que trabaja la mente humana. La ruta que traza Newman está más cerca de lo descriptivo que de lo normativo, pues piensa que la única forma de hacerle justicia a nuestra naturaleza es reconocerla tal como nos es dada. El punto culminante de esa línea de reflexión es la Gramática. En esta obra, el autor dice la última palabra de su batalla contra el liberalismo. Se propone mostrar fundamentalmente dos cosas:

1. Que podemos creer legítimamente en misterios que sobrepasan nuestra comprensión.

2. Que podemos tener certeza de muchas verdades que somos incapaces de demostrar.

Facilitaré la lectura de la GramáticaGramática


[1] Ian Ker, John Henry Newman: una biografía, Madrid, Palabra, 2010, p. 626.

[2] Edward J. Sillem, The Philosophical Notebook of John Henry Newman, vol. 1, Lovaina, Nauwelaerts Publishing House, 1969, p. 58. Todas las traducciones del inglés son mías, salvo cuando se especifica lo contrario.

[3] Cf. Gordon Huntington Harper, Cardinal Newman and William Froude, F. R. S. A Correspondence, Baltimore, John Hopkins Press, 1933.

[4] Cf. Charles Dessain (ed.), The Letters and Diaries of John Henry Newman, vol. 19. Edinburgo, Thomas Nelson and Sons, 1969, p. 259. En adelante me referiré a estos documentos con la abreviatura LD, vols. 1-32.

[5] LD 19, p. 270.

[6] Ibid., p. 273.

[7] Idem.

[8] Recomiendo la edición crítica de Ian Ker: John Henry Newman, An Essay in Aid of a Grammar of Assent, Nueva York, Oxford University Press, 2001. Me he apoyado mucho en la traducción al español realizada por Josep Vives: Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento, Madrid, Encuentro, 2010. En adelante me referiré a estos documentos con la abreviatura GA.

[9] Wilfrid Ward, The Life of John Henry Newman Based on His Private Journals and Correspondence, vol. 2, Londres, Longmans, Green and Co., 1912, p. 460.

[10] Ward, op. cit., vol. 2, p. 462.

[11] Ibid., p. 460.

[12] Apologia Pro Vita Sua. Historia de mis ideas religiosas, pp. 294-295. En adelante se citará como Apo.

[13] Newman estaría dispuesto a aceptar esta proposición siempre y cuando el término razón incluyera la compleja actividad del sentido ilativo. El rechazo de Newman se dirige a la reducción del término que asume el paradigma liberal.

[14] Sillem, op. cit., vol. 1, p. 60.

[15] Ibid., vol. 1, p. 62.

[16] Ibid., pp. 25-26.