A todo aquel que alguna vez calló lo que sentía por temor,

Y a todo aquel que lo gritó con valor.

1.

¿Con ella o con él?

Creí que mi suerte iba a empezar a mejorar. Pero quizás no ya mismo, debía ser paciente, tomar aire profundo y apretar con fuerza la mochila que colgaba de mi hombro izquierdo mientras la larga fila para registrarnos en el hotel se demoraba por el inconveniente que atañía a todos los pasajeros del buque que nos trajo a la isla: todos nuestros equipajes estaban rumbo a otra isla, la vecina. Pero no era tan simple, debíamos hacer el reclamo, llenar planillas y convivir con nuestros nervios.

Sí. Así arrancó el primer día en el campamento de entrenamiento: “Sé un buen líder”. Las que habría tomado como minivacaciones para divertirme e instruirme en mi licenciatura en Turismo me estaban avisando que la cosa no sería fácil. Tengo 22 años, y como que me llamo Iván Navarro les juro que mi vida no fue dura ni nada de eso, solo que desde que comencé la carrera las cosas han ido cuesta abajo hasta en los más pequeños detalles, como si la mala suerte se hubiera enamorado de mí.

Siempre blanco de los ladronzuelos de celulares o billeteras, perdiendo el colectivo por un segundo, sorprendido por la lluvia en la calle y abandonado por Paula Taylor, quien fue mi novia desde los veinte. Ella me dejó a mí. Lo admito, yo era más su amigo que otra cosa, mi cabeza estaba en salir con los chicos, conocer todas las combinaciones del vodka y estudiar.

Paula fue mi primer amor y me siento extraño por lo que nos pasó, no lo entiendo del todo, o no lo entiendo como ella, solo dijo que dejé de ser suficiente, que quería más y que me iba a querer toda la vida. La separación fue hace dos semanas y para mi mala suerte, sí, esa suerte burlona que les comenté, Paula también está en el campamento, en el mismo hotel y a pocos pasos de mí, ignorándome completamente, muy entretenida con sus amigas, viendo entre risitas y sin disimulo como adolescentes hacia la fila de al lado, donde un fulano hacía su descargo como todos.

Lo miré un momento, se veía tranquilo y hablaba en voz baja, parecía de pocas palabras y cuando iba a quitar la vista giró a ver hacia mí para regalarme una fugaz mirada de fastidio, seguramente por mi manera de mirarlo.

Maldita sea, ¿era el mismo sujeto que en el Buquebus me hizo tirar el celular por la borda?

Sí. ¡Era él!

Seguí mirándolo ya con odio y él volvió a ver hacia mí con la misma mirada intensa, seguro que recordando mi cara quebrantada por ver lanzar 150.000 pesos al agua. El tema fue así, fue un accidente, pero fue su culpa, pasé papando moscas como era usual en mí luego de algún trago, anoche bebí bastante, era la última noche del viaje antes de tocar tierra y tenía sed. Nos chocamos, o lo choqué, o me tropecé con sus piernas y trastabillé, fue así como volaron el celular y la copa al agua.

¿Qué hacía tirado en el piso? Dijo que veía a las estrellas…

¡Estrellas, mi abuela!

Estaría borracho como yo, tirado en el piso, destruido, qué sé yo, no me acuerdo. Pero lo recuerdo a él y a ese gesto.

Y lo odio.

Me comenzó a temblar el labio, me conozco, estaba empezando a enojarme porque el descarado no dejaba de verme tampoco.

“Me-debés-un-celular”, le murmuré con lentitud para que lea mis labios y de golpe hizo una sonrisa burlona y quitó la vista.

¡No te hagas el desentendido, vos… extraño, como te llames! Grité en mi mente y lo seguí con la vista ir hacia el ascensor. Fue cuando sentí que me empujaron en la fila, era mi turno en el mostrador.

A ver qué me depara mi suerte.

Mi ojo derecho estaba rojo y queriendo salir de su órbita. Le pedí a la encargada del edificio que repitiera lo último que había dicho, porque yo ya sabía que estaba casado con la mala suerte, pero esto era demasiado. Mi habitación fue ocupada, o como dijo ella, por error registraron a alguien más con mi habitación, ahora sigamos con la famosa mala suerte; el o la otra huésped ya se había acomodado, encima eso.

Okey, vamos con otra entonces, pero no, además el hotel estaba lleno, porque no podía ser de otra manera.

Urrggg.

Paula se adelantó en la fila para ver por qué me tomaba la cabeza y sentí su mano en mi hombro y su sonrisa como una burla, pero para mi sorpresa me ofreció espacio con ella. La miré desconfiado.

¿Con ella?

No sé, ir de prestado a invadir su intimidad cuando hace dos semanas me había tirado como a un trapo viejo… Estaba buscando mi dignidad y esperaba que no se hubiera perdido con mi equipaje y mi buen juicio. Tomé aire profundo y en cinco segundos pensé que podía negociar mi espacio con la persona que se registró en mi cuarto, si era una chica mejor, si era un chico podría hacer un nuevo compa de copas.

En ese lapso en que tardé en decidir, los ojos de Paula revolotearon hacia sus amigas que reían entre sí viéndome en un claro gesto de burla compartido entre mi ex y las demás serpientes del estanque, y la respuesta vino a mí como aluvión, cargado de fastidio.

Y me dije a mí mismo: “No, gracias, no, gracias, no, gracias…”.

¿Pero y si aceptaba?

¿Era positivo o negativo para nosotros?

¿Por qué me ayudaba?

¿Ahora me quería cerca?

¿Qué, me quería recuperar?

No reconocí su sonrisa o no me pareció auténtica. Aceptar un espacio en su cuarto y en su mundo era retroceder, era conformarme con lo que le sobraba, era limosna.

Uy, qué exagerado estaba sonando, pero nada bueno podía salir de aceptar. Nada.

Golpeé la puerta de la habitación I-130 y volví a acomodar la mochila viendo al piso fastidiado y sin poder creer que mi equipaje con toda mi ropa estaba rumbo a República Dominicana y yo no tenía habitación, o sí tenía, pero debía compartirla con vaya a saber quién y el guiño del destino me decía que la habitación era la I-130 y si tapaba el 0, era el 13, la yeta.

Sonreí incrédulo y tapé el 0 con la mano, mordí mi labio y me reí para adentro cuando la puerta se abrió de golpe, dejando mi mano suspendida en el aire.

¿Qué? Naaa. ¿De verdad? ¿Mi cuarto era su cuarto? ¿Es chiste?

Bajé mi mano rápidamente y nos quedamos viendo, el chico del mostrador, el fulano que me hizo perder un celular de 150.000 pesos en el buque, el maldito arrogante que me sonrió con ironía estaba parado frente a mí, en la puerta de mi habitación, con una toalla a la cintura y el pelo mojado.

—Hola… –susurré y me rasqué la cabeza nervioso–. Ehh… ¿Querés escuchar algo loco?

—No. Quiero seguir duchándome. ¿Te puedo ayudar en algo? –respondió en tono cortante.

Le di tiempo a que se vistiera y mientras regresaba del baño investigué cada rincón del cuarto, era como en las fotos, pero mejor, el espacio se sentía amplio porque ingresaba mucha luz y las dos grandes ventanas estaban abiertas de par en par, se podía ver el mar agitado y las palmeras sujetarse al suelo para no volar con el fuerte viento.

Uy, me sorprendió la rudeza con que soplaba, caminé hacia el balcón sin soltar mi mochila y me quedé viendo el cielo azul que ya traía algunas nubes. Observé que las personas que caminaban se cubrían el rostro por la cortina de arena que se había esparcido de punta a punta.

El arisco acomodó su garganta detrás de mí y rompió mi concentración. Me había dejado entrar porque le adelanté que teníamos un pequeño problemita con la reserva de la habitación, y en lugar de cerrarme la puerta en la cara, lo que creí que haría debido a los inexistentes gestos de su cara sin expresión alguna, me dejó pasar.

Y ahí estábamos, parados viendo por la ventana el viento soplar.

2.

No más vodka, Iván Navarro

I-130. Esa era la famosa bendita habitación que algún listo ofreció a dos personas diferentes, a mí y al arisco, al fulano que me debe un celular de 150.000 pesos. La gerente del hotel dijo que fue un error que jamás les pasó, el sistema no grabó el primer registro entonces cuando llegó el momento de la segunda reserva la I-130 estaba radiantemente disponible. Error humano, error de sistema, karma, mala suerte, Iván Navarro. Así. Alineado.

“Nunca pasó, nunca pasó, le juro, señor, que nunca pasó”.

Pero, por supuesto, la primera vez tenía que ser conmigo, por ese enamoramiento pasajero del que les hablé, el de la mala suerte. Así que así estamos. Yo fastidiado, él también. Yo me había desparramado en el sillón frente a la cama y lo veía hablar por celular en el balcón, con la mano en la cintura en forma de jarrón y largando suspiros molestos entre palabra y palabra. Estaba lejos y no podía oírlo porque además hablaba bajo, como en el mostrador hace rato o como cuando me abrió la puerta. Apreté mi mochila sobre mi estómago y cerré los ojos, con suerte aparecería una habitación por arte de magia, porque el de la mala suerte era yo, no él. Y las risas que venían del pasillo nos hicieron voltear, yo desde el sillón y el arisco desde el balcón. Pude reconocer esa voz inmediatamente: Paula Taylor.

“El bolu se quedó sin cuarto. ¡Ja, ja, ja! ¡¡¡Ja, ja, ja!!!”.

Las carcajadas siguieron del otro lado de la puerta entre palabras inentendibles de lo tentadas que estaban por mi suerte. El escándalo hizo al arisco regresar del balcón con un gesto molesto y así se paró frente a mí mientras yo seguía apretando con furia mi mochila, lo miré con la esperanza de tener buenas noticias y que esa habitación apareciera para alguno de los dos, pero las risas de afuera no cesaban e hicieron que el fulano saliera de la habitación, claro que me levanté y lo seguí.

Los cuatro nos quedamos callados cruzando miradas, Paula, el arisco, yo y la amiga de Paula, Sofía “no sé cuánto”. El rostro sin expresión del extraño las dejó mudas y excitadas, eso y que había salido de la ducha y dejaba una estela de perfume que me hacía doler la cabeza, o era el estrés del incómodo momento.

—¿Ya conseguiste habitación? –preguntó Paula, conteniendo la risa, cuando quería podía ser tan odiosa y sus 22 años se volvían 13. Vi la puerta tras ella abierta, es decir: ¿qué? ¿Se iba a instalar en el mismo piso? ¿En el mismo pasillo? ¿Enfrente? Mi karma se estaba haciendo una panzada con mi destino. Mi cara le dijo todo, no respondí, y en lo que tomé aire, el arisco nos dejó a los tres parados ahí y se fue al ascensor, luego me miró fijo.

—¿Venís o te quedás? –susurró él, ya desde lejos. Bajó la mirada enseguida, se veía fastidiado, así que lo seguí cerrando los ojos.

¡Qué situación más incómoda, por favor!

Y así continuó en el ascensor, callado, serio, viendo el piso con las manos en los bolsillos, pero ya no se veía tan molesto. Acomodé mi garganta y rasqué mi barbilla inquieto, ni siquiera sabía su nombre, pero estaba necesitando un trago. Sí, un trago, no importaba que fueran las 11 de la mañana, quería alcohol, si el extraño no me acompañaba bebería solo. Paula Taylor siempre lograba descolocarme.

Descendimos en silencio, la puerta del ascensor se abrió y el arisco me miró dándome paso para bajar primero, haciendo el gesto con la mano sin hablar. Debería apodarlo el mudo más que el arisco, pero su constante cara de nada ameritaba su primer apodo.

Bajé y giré a verlo, no sabía a dónde íbamos, yo debía seguirlo y lo hice, me llevó a la recepción. Una pequeña alegría me inundó, eso podía significar que finalmente la bendita habitación extra había aparecido para uno de los dos, sonreí y me apoyé en el mostrador aliviado e ingenuo.

—Sr. Taborda, Sr. Navarro –dijo la encargada con una sonrisa, nerviosa. Miré al fulano junto a mí, al Sr. Taborda. ¿Taborda? Ese apellido me sonaba, bueno, podía ser común. No importaba. Lo importante era que íbamos a resolver el problemita de la reserva al fin, y mi equipaje estaría en camino y las cosas irían acomodándose. La encargada sacó la planilla de ingreso y la extendió hacia mí con una pluma para que la llenara–. Veo que llegaron a un acuerdo…

—¿Acuerdo? ¿Cuál acuerdo…? –pregunté antes de empezar a escribir, miré la planilla y todo indicaba la habitación I-130. Miré al tal Taborda confuso, él cruzó sus brazos a modo de meterme presión, pero seguía mudo. ¿Cómo iba a llegar a un acuerdo con alguien que no me hablaba? Miré a los dos, dos veces y dejé la planilla y la lapicera–. ¿Qué se supone que tengo que hacer?

—Firmar, como todo el mundo –respondió al fin el arisco, cortante, desde luego–. El registro es importante para el seguro de vida y cualquier cosa que necesites

—Eso ya lo sé. Pregunto por qué estás registrado ahí ya.

—Si es mi habitación... –increpó y de prisa agregó–: también.

—Entonces no resolviste nada –afirmé molesto.

—¿Cómo que no? Acepté compartirla con un gruñón. Eso es mucho –respondió y volvió a mostrar esa leve sonrisa cínica.

—Sr. Navarro, nuevamente le pedimos disculpas, la isla está llena, no hay habitaciones en los complejos linderos a este –se disculpó la encargada–. Todos los gastos que ambos tengan durante su estadía correrán por cuenta de la empresa.

Cuatro vasos de trago largo vacíos estaban de mi lado, y una copa de “no sé qué”, algo naranja y verde del lado de arisco Taborda. Nos habíamos sentado un momento en uno de los salones del hotel e inmediatamente comenzaron a tratarnos como reyes, el mozo fue y vino todas las veces que lo llamé hasta que perdí la cuenta y en un momento no sabía si me atendían dos o cuatro o veía doble y eran ocho, no sé. Me tomé la cabeza destruido, el vodka estaba haciendo lo que tenía que hacer, alejarme de esta horrible realidad. Miré al señor seriedad sentado frente a mí que leía una revista y bebía su trago como una parsimonia mientras yo descendía al quinto infierno. Crucé mis piernas y me estiré hacia atrás, riendo bajo, él me miró.

—Ese es el truco. Me dejás beber para sacar ventaja en el acuerdo de convivencia –murmuré.

—Yo no soy quién para prohibirte beber –afirmó en el mismo tono bajo en que hablé yo sin dejar de ver su revista–. Vos quisiste sentarte y poner pautas. Yo quiero dormir.

—Dormir... es medio día.

—Es el único día libre que tendremos, mañana arranca la instrucción y será agotador –me miró sobre las hojas abiertas–. ¿Leíste el programa de capacitación? ¿O creías que eran vacaciones?

—¿Todo te lo tomás tan en serio? –pregunté en voz lenta, ya no estaba hablando claramente y él dejó la revista en la mesa y tomó su copa, la bebió sin dejar de verme. Hice lo mismo, me terminé la última copa y bajé el vaso con fuerza, casi lo rompí–. Es en vano… cuando creés que vas bien, y hacés lo mejor que podés, y lo tomás en serio... los demás abusan, te toman en chiste y quedás como un boludo, así como dijo Paula, un bolu.

—¿Quién es esa chica que se reía tanto…?

—Paula.

—Aja... ¿la conocés?

—Sí. No te conviene, vas a terminar con cuatro vasos de vodka como yo.

—Oh, entiendo.

—¿Te gusta? No te culpo, es linda. Pero…

—No. No me gusta –me interrumpió y sonrió. Miró la hora en su fino reloj y se levantó–. Yo me voy a descansar un rato, te dieron la tarjeta de la puerta, ¿no?

—Sí. Pero pará, no me dejes acá así... no puedo caminar solo, mirá todo lo que me dejaste tomar –le indiqué señalando la mesa, él miró serio el desastre que había dejado y seguro mi cara se había transformado por la borrachera.

—Vamos a aclarar algo en este instante –dijo totalmente serio–. Si acepté compartir la habitación fue porque tenés el mismo derecho que yo, no es mía ni es tuya, nos la reservaron a los dos. Yo no voy a ser niñero de nadie. Si no podés caminar, dejá de beber así, y sobre todo dejá de hacerlo por una chica que se ríe en tu cara. Lamentablemente no estarás entendiendo nada de lo que te digo por los niveles de alcohol que tenés encima… ¿O entendés?

—Entiendo.

—¿Qué entendés?

—Que me vas a llevar al ascensor –murmuré y sonreí.

Di dos vueltas en la cama y me desperté. Ahhh, qué suaves estaban las sábanas, era justo lo que estaba necesitando. Una cama y pasar la resaca y el mal trago de tener a Paula en la habitación de enfrente. Me senté abrazando la almohada sin recordar cómo carajos había llegado a la habitación o a la isla, ya ni sabía qué día era. Así era el momento posvodka.

Afuera estaba oscuro, quizás ya era de noche, me incorporé y vi dos figuras en la esquina del balcón. Hablaban bajo y una de las voces se oía jocosa y alegre, una voz femenina, y evidentemente coqueteando.

Paula Taylor.

Apreté los puños por la falta de desfachatez de mi exnovia, todavía no había comenzado el campamento y ya estaba revoloteando como mariposa alrededor de mi compañero de cuarto. Estornudé dos veces seguidas y los dos regresaron hasta pararse frente a la cama.

—Va a llover –afirmó Paula y se acomodó el pelo a un lado del hombro, continuaba su coqueteo, la conocía demasiado bien–. ¿Nadie se fijó el clima antes de programar un campamento?

—Las fechas se fijan seis meses antes –murmuró el arisco y miró la hora en su reloj–. El clima, con tanta anticipación, puede fallar.

—¡Ay, sí! ¡¡¡Ja, ja, ja!!! –gritó ella, descostillándose de risa como si fuera el chiste del siglo. Enseguida se cubrió la boca tentada y miró hacia mí–. Perdón. Todavía le debe doler la cabeza por la resaca.

—¿Qué estás haciendo acá?

—Dos cosas: uno, saber si estás bien. Tu compañero te cargó desde el lobby y yo lo ayudé desde el ascensor hasta la cama. Y dos, Iván… vení conmigo, me da vergüenza ajena que estés molestando a este chico con tus tonterías.

—Prefiero las preguntas antes que las órdenes.

—Dijimos poder ser buenos amigos. ¿Por qué esta actitud? –dijo con pena, el chico a su lado nos dejó solos y se fue al baño. La miré y tiré mi cuerpo hacia atrás–. Iván…

—Dos cosas, Pau. No te preocupes y no te metas.

Cerré la puerta tras ella convencido de que había elegido lo correcto. Prefería al arisco extraño a tener que soportar sus regaños. Empecé a maldecir en voz baja presionando la puerta con mis puños apretados.

—¿Vas a ser así todo el bendito campamento? Ya fue, me dejaste. Así que dejame de romper las pelotas por favor. –Sentí la mirada sobre mí y dejé de ser patético, pero cuando giré el fulano no se reía, ni siquiera sonreía, lo noté incómodo. Paula tenía razón, qué molesto debo resultar para este sujeto, y encima de los locos que hablan solos.

—Creo que te gustaría estar solo un rato –dijo y puso las manos en los bolsillos–. Voy a leer un poco en el lobby. Es casi la hora de cenar.

—Pero… dijiste que querías descansar.

—Vos lo necesitás más que yo.

3.

Confianza

Salí del baño luego de lavar mi cara y me quedé frente al sofá que estaba al pie de la cama. El arisco dormía plácidamente cruzando sus brazos.

¿Tendría frío?

Aunque afuera hacían ya 80° de temperatura a las 7 de la mañana aquí adentro encendimos el aire acondicionado. Bueno, habrá sido él, yo me dormí luego de que dejó la habitación. Supongo que cenó e hizo sociales y regresó con algunas copas de más… pero, pensándolo bien, no parecía de los que se pegarían gran borrachera, ni siquiera gran panzada, parecía saludable física y mentalmente.

¿Qué necesidad de cruzar los brazos y fruncir el ceño mientras duerme?

Hasta inconscientemente sos arisco, Taborda. Finalmente abrió los ojos y me descubrió observándolo.

—Ya sé –murmuró–. Querés ropa, pasta de dientes, cepillo y etcétera… y todo lo que hay en tu valija.

—Sipi… mierda. ¿Tu valija también se perdió?

—Sí. Una grande. Pero traje un bolso con muchas cosas –se incorporó en el sofá intentando despertarse–. El baño tiene todo lo que necesitás y… tenemos casi la misma complexión física, podés usar mi ropa.

—No te molestes.

—Hace calor para pantalón y camisa y es necesario que te duches ya mismo.

—Bueno –dije y lo miré cruzando mis brazos–. Teniendo en cuenta que me debés un celular de 150.000 pesos, acepto tu ropa.

Él sonrió y me miró fregando sus ojos con un gesto claro de “seguí soñando”, luego bostezó y me dejó parado ahí y se metió al baño.

Inmediatamente oí música de cumbia, seguro proveniente de su celular. Reconocí la banda; “Los Charros”. Me sorprendió que conociera cumbia sudamericana. Unos segundos después oí la ducha. Miré hacia su equipaje y fui a abrirlo para ver qué onda su ropa, fue cuando me topé con su billetera abierta, mucho efectivo y tarjetas, un Kindle última generación, le gustaba leer de verdad, también varios perfumes y mucha ropa muy bien doblada.

“Este chico está loco”, fue lo primero que pensé, dejar todo a mi alcance sin usar la caja fuerte del cuarto.

Al cabo de unos minutos salió del baño nuevamente con la toalla a la cintura y ese fuerte perfume que invadió la habitación, entendí que era ese champú extraño que puso junto a la ducha. Yo esperaba mi turno para bañarme con la toalla en la mano y un poco de vergüenza, quería pedirle ropa interior y vi que había traído prendas nuevas. No sabía cómo empezar a manguearle, pero él parecía estar siempre un paso adelante.

—No deberías tener tu plata así.

—¿Ya elegiste ropa? –preguntó y fue a su bolso acomodando su pelo mojado.

—Ey… ¿Escuchaste lo que te dije?

—Tiago…

—¿Eh...?

—Soy Tiago, no “Ey” –replicó, sacó ropa y la depositó sobre la cama–.Hasta que llegue tu equipaje y teniendo en cuenta que te debo un celular y una copa, todo el contenido de este bolso lo compartiremos, tengo más de 1750 libros en mi Kindle, podés leer cuando quieras. –Me miró serio y me lanzó una caja que logré atrapar aún descolocado por su respuesta y siguió–: Esa ropa interior es nueva.

—¿Por qué me ayudas?

—Porque prefiero así y no oírte quejándote todo el día –volvió a mirarme–. Bañate y vamos a desayunar y hablaremos del sorteo por el sofá.

Cuando llegué a la arena, el arisco y otros dos, entre ellos el instructor, hacían carrera en la orilla. Llegué antes que los demás por seguir los movimientos de Tiago, él se movía más temprano que todos.

Qué fanático.

Hicimos una fila frente al primer instructor, Leo. Tendríamos tres, o Leo tendría dos ayudantes, algo así. Éramos ocho; cuatro hombres, tres mujeres y esa cosa llamada Paula que no dejaba de ver hacia mí. Obviamente porque a mi lado estaba el arisco viendo al frente como todo niño aplicado.

Debo admitir que el chico mudo se viste bien, me gustaba la ropa que me prestó, y era verdad, teníamos la misma estatura, el mismo volumen, el mismo color de pelo, y si no fuera que él estaba bronceado y yo pálido pasaríamos como hermanos. Pero no dejábamos de ser el día y la noche. Yo no podía dejar de moverme y él me miraba a cada rato conteniendo el reto.

—Escuchá bien esta parte –dijo en voz baja señalando al instructor que ya había nombrado a su primer asistente e iba a nombrar al otro, de golpe el arisco me miró serio–. Estás muy rojo.

—Sí. Es que necesito mi bloqueador –respondí y lo noté preocupado–. ¿Por qué me estoy quemando si no hay sol?

No me respondió y fue al frente tras ser llamado por Leo, fue directo a su bolso y sacó algo. Volvió hasta mí y me extendió su bloqueador, luego regresó a su lugar frente a nosotros. No sabía que era un instructor también, eso explicaba su reacia actitud.