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Para Pilar Valls.

Pedro Peinado, in memoriam.

Presentación

¿Qué fue el Régimen franquista? Entre 1939 y 1975 fue una irregularidad, un fenómeno, la excepción de su entorno, la anomalía que convino, el sistema primero repudiado y luego aceptado.

Fue una dictadura militar de derechas, un sistema político y pretoriano a un tiempo, un régimen unipartidista y a la vez deudor de una coalición reaccionaria, un Estado próximo al fascismo y después aliado de Occidente, de los valores de la Cristiandad. ¿Y esto qué significa?

Pues un sistema de partido único (Falange Española Tradicionalista y de las JONS o Movimiento Nacional) con una jefatura dotada de plenos poderes: un reino sin rey. Significa también un sistema de pluralismo limitado, limitadísimo, con familias políticas, con adhesiones inquebrantables y otras puramente circunstanciales.

Es un régimen castrense, capitaneado por militares..., a cuya cabeza hay un general, un jefe de los ejércitos que es a la vez jefe del estado: un Generalísimo o un Caudillo. Nace en la época de los fascismos, en tiempos convulsos.

Nace en esa época atroz —terrible, decía Antonio Gramsci—, con países debilitados por crisis económicas profundas, por crisis sociales abiertamente violentas, por derrotas militares irrestañables o por amenazas revolucionarias. Nace a partir de un pequeño partido o movimiento de corte igualmente fascista: Falange Española.

Pero en el franquismo el régimen y el partido no son lo mismo. El sistema surge de la Guerra Civil y, por tanto, surge de una coalición de fuerzas combatientes y políticas que luego tendrán diversa influencia o diferente predominio. Existen, por tanto, esas distintas familias con ideologías variadas: desde el falangismo hasta el carlismo, pasando por el Opus Dei o los propios militares o la Iglesia.

El franquismo es un régimen que dura, que se asienta, que persiste y que evoluciona a lo largo de varias décadas con el auxilio material e inmaterial de la Iglesia católica. Dura gracias a la circunstancia estratégica y geolítica que beneficia a España, en particular, el combate occidental contra el sovietismo, contra el expansionismo soviético.

El Régimen evoluciona desde el totalitarismo hasta el autoritarismo corporativista y nacionalcatólico: desde el fascismo de partido único hasta la dictadura unipersonal, militar, con pluralismo limitado. Pero lo que no dejará de ser nunca el franquismo es un sistema antiliberal y antidemocrático, antisocialista, anticomunista, como otras dictaduras de origen igualmente fascista.

«La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal», decía José Ortega y Gasset en un párrafo memorable de La rebelión de las masas. Vale decir, la forma más sofisticada, la técnica más compleja de funcionamiento social es el sistema democrático porque hace convivir a los diferentes, a los que piensan distinto, a los que se contrarían. Lejos de eliminar las tensiones, la democracia liberal reconoce los conflictos, conflictos de intereses o de opinión, y les da un cauce de expresión.

«Ella lleva al extremo la resolución de contar con el prójimo y es prototipo de la “acción indirecta”[…]», añadía Ortega. Contar con el prójimo, pero no porque piensa igual que nosotros, sino porque sostiene cosas diferentes, porque sus juicios, por muy equivocados que puedan ser, expresan puntos de vista que serían una pérdida eliminar.

El franquismo es justamente lo contrario y a este sistema represivo, policial y militar se opondrán comunistas y anarquistas, convencidos de las consecuencias de la acción directa, del levantamiento armado, de la lucha, de la guerrilla. El Estado español de 1939 aplicará con persistencia y sin contemplaciones su aparato represor. ¿Para qué? Para acallar a quienes fastidian o incordian por su simple supervivencia, para exterminar a quienes amenazan o se enfrentan con el propósito de destruir el Régimen, a sus representantes y a sus gerifaltes. Será un sistema que niega las libertades, que interviene la economía, que absorbe, controla, limita y persigue. Al menos, hasta un cierto punto.

Aceptar la pluralidad de intereses, admitir la legitimidad de los conflictos y de las opiniones diversas es un logro civilizado, lo que no significa que esos juicios que nos son contrarios debamos aceptarlos sin más para callar los nuestros. Lo elevado de la democracia liberal es legalizar esos conflictos y sobre todo excluir la violencia. ¿Y qué es lo civilizado?

«La barbarie es ausencia de normas y de posible apelación». La mayor o menor «cultura se mide por la mayor o menor precisión de las normas», apostilla Ortega. En efecto, se mide por la densidad normativa de la sociedad y del sistema político. Eso no quiere decir que el Estado deba regularlo todo, sino que debe crear un espacio jurídico en el que no haya lugar a la improvisación o a la arbitrariedad, un ámbito o dominio en el que todos sepan a qué atenerse y en el que la vulneración de esas normas bien fijadas y claras tenga respuesta institucional prevista.

La violencia, pues, se reduciría a ultima ratio. Más aún, la violencia (incluso la violencia verbal) como principal recurso es la antítesis de la civilización. Pues bien, esa violencia es la forma habitual de funcionamiento de un Estado, el franquista, que se dota de leyes, de marcos normativos, para regularizar la crueldad que se ejerce contra quienes perdieron la Guerra Civil o simplemente se oponen o son sospechosos de disidencia.

En España pasaremos entre 1975 y 1978 de un Régimen originariamente fascista y carpetovetónico, nacionalcatólico y castrense, a una Democracia parlamentaria, pluripartidista y constitucional. Las circunstancias fueron complicadas...: no puedes desalojar de buenas a primeras a quienes llevan varias décadas en el poder; tampoco puedes hacer una depuración radical. Pero debes lograr de quienes mandan que acepten su retirada institucional, su asentimiento, su sometimiento a la nueva legalidad. La oposición al Régimen, brava, valerosa, es insuficiente y poco fuerte, pero tiene legitimidades bien ganadas y asentadas.

Lo que se libra entre 1975 y 1978 no es un juego de suma cero. Es una transacción, un acuerdo entre partes rivales, entre opuestos. Hay un patrimonio material e inmaterial, un pasado que justifica, unas ataduras ideológicas. Hay matanzas y un ensañamiento que no se pueden olvidar, hay unas heridas por restañar... Y hay una generosidad razonablemente egoísta de quienes aspiran a convivir. De esas convivencias y de esas expectativas, nace el Régimen del 78. Con todas sus imperfecciones.

José Antonio Vidal Castaño ha escrito libros y artículos muy valiosos sobre lo que fue el primer franquismo, sobre lo que fue la primera oposición, una epopeya armada, guerrillera y española condenada al fracaso militar. Son textos imprescindibles para conocer mejor los tiempos del maquis, no tan remotos. Son textos utilísimos para conocer la conducta humana en situaciones extremas.

La historia no es la restitución vengativa o arbitraria del pasado; tampoco es un campo de batalla. Es la exhumación de lo antiguo o de lo cercano con vocación objetiva, sistemática, documentada y hasta equidistante. Con la pasión del científico y con la frialdad del literato, que diría Vladímir Nabokov. El resultado es edificante, algo muy distinto de las jeremiadas, de los panfletos, de los rencores.

Nos pasamos la vida fantaseando con las cosas que podríamos hacer o haber hecho, con los actos que podíamos emprender o haber emprendido. Nos pasamos la vida cavilando en silencio. Por muy parlanchines o bocazas que seamos, guardamos reserva de ciertas cosas. Como los guerrilleros... Los otros, quienes nos observan, solo pueden apreciar rasgos, indumentarias, maquillajes o ademanes superficiales, impresiones. No es solo que nos cubramos o nos ocultemos: es que buena parte de lo que sentimos o pensamos no lo revelamos o no lo verbalizamos.

Nos pasamos la vida anticipando lo que podría sucedernos si emprendiéramos este o aquel curso de acción. Como los maquis. Columbramos, sospechamos, sopesamos un porvenir no materializado, un futuro solo evanescente. Nos valemos de la imaginación para predecir y nos servimos de la imaginación para adentrarnos retrospectivamente en lo que no siempre hemos vivido.

Una parte fundamental de nuestra existencia no se da, no se consuma, no se materializa, y encima esas cavilaciones nos afectan hondamente. Como el bravo guerrillero que imagina... El asunto es raro o patético. Es humano. Puede muy bien ocurrir que lo ficticio cobre mayor impacto que lo ordinario o lo real, que nos trastorne más lo engañoso o lo deseado que lo verdadero y contundente. Como al maquis.

Hay dos o tres cosas que podemos hacer con la producción de Vidal Castaño. Leer sus obras, releerlas, hojearlas. En cualquiera de los casos, los beneficios que nos procuran son muy rentables. Al tocar sus libros, sujetarlos, abrirlos o incluso terminarlos, algo se nos pega. Nos acercan a un mundo que no es el nuestro, un mundo de seres vivos y muertos que algo dijeron. Con valor, con menos medios y con más o menos comodidades que las nuestras.

Los libros de Vidal Castaño nos hacen salir del ensimismamiento presente; nos hacen abandonar esa idea tan extendida de que lo pasado no vale o ya está caduco. El mundo actual tiene numerosas cosas buenas, pero no nos engañemos: muchas de las preguntas que se planteaban nuestros antepasados siguen vigentes. ¿Por qué razón? Porque las respuestas que ellos nos dieron siguen siendo parcialmente válidas o porque los problemas que esperábamos haber superado aún están por resolver. Asuntos como el género humano, como la condición humana, como la bondad o la maldad, como la utilidad o el desprendimiento, como el altruismo o la benevolencia, son materias de nuestro tiempo. Y de siempre.

Justo Serna

Universidad de Valencia

Prólogo

El maquis, la guerrilla antifranquista que se desarrolló durante la posguerra en una buena parte de la España rural (y en algunas ciudades como Granada y Barcelona), es un fenómeno relativamente mal conocido por el gran público, a pesar de haber sido objeto de un número creciente de trabajos en los últimos años.

Entre sus muchos méritos, el libro de José Antonio Vidal Castaño tiene el muy principal de hacer accesible a un público no necesariamente especialista un relato a la vez ameno y riguroso de la historia de los hombres, y algunas mujeres, que no se resignaron a la victoria final del Caudillo y a la represión en la que su dictadura sumió a buena parte de la población española.

Vidal Castaño aborda el relato de esta lucha estableciendo, desde el primer momento, la filiación del movimiento guerrillero con el Ejército republicano y con el proceso mismo de la guerra civil. También tiene muy presente el marco europeo en el que se desarrolla la resistencia antifranquista durante la posguerra, un marco que en una medida muy importante explica el sentido que le dieron sus protagonistas y hace inteligible su oportunidad histórica. La resistencia española es así continuidad y prolongación no solo de la Guerra Civil española, sino también de la batalla que se estaba librando en una buena parte de Europa entre fascismo y antifascismo: así lo entendieron numerosos militantes que, tras haber combatido en el Ejército republicano, participaron en la Resistencia francesa para posteriormente volver a atravesar la frontera y participar en el maquis español. Vidal Castaño se detiene en la estrecha relación entre los exiliados españoles en Francia y el inicio de la actividad resistente en el interior, pero también en el parentesco entre las historias cruzadas de la Resistencia francesa y la resistencia antifranquista española.

El relato nos conduce así hacia las «invasiones» guerrilleras de 1944 a través de los Pirineos que, si bien fracasaron en su objetivo de establecer una «cabeza de puente» en la España franquista para forzar una intervención aliada (pues no era otro el objetivo de una operación que, de otra manera, parecería suicida), marcaron el comienzo del auge de la actividad guerrillera en el interior de España. Pero el fracaso de las «invasiones» también supuso el inicio de la operación de toma de control del Partido Comunista de España sobre la actividad resistente en el interior. El autor bucea en las tramas conspirativas y luchas por el poder, dignas de una novela, que agitaron a la dirección del PCE con respecto a la organización y control de la guerrilla y que tuvieron como epicentro la persona de Jesús Monzón. Como en otros momentos del libro, saber historiográfico e imaginación literaria o cinematográfica se combinan en la pluma de Vidal Castaño, que no solo se emplea en recomponer un episodio central en la historia de la oposición antifranquista mediante las pruebas recopiladas por los historiadores, sino que se sirve del imaginario colectivo que de estos acontecimientos han transmitido la literatura y el cine para componer un relato ágil y eficaz, pero no por ello menos riguroso.

En los capítulos siguientes, Vidal Castaño entra en el núcleo del sujeto y establece la naturaleza y la organización de los grupos guerrilleros, las vicisitudes de todos y cada uno de los núcleos, partidas o agrupaciones, deteniéndose particularmente en dos ámbitos geográficos: Andalucía, escenario de la actuación de varias agrupaciones guerrilleras, y el amplio territorio controlado por la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA), con alguna incursión también, tan sugestiva como indispensable, por los territorios de la guerrilla anarquista catalana. Vidal Castaño conoce estos territorios guerrilleros de primera mano, en particular el territorio de la AGLA, al que dedicó su excelente libro La memoria reprimida: historias orales del maquis (PUV, 2004) o, desde un enfoque literario, el reciente Asalto al tren pagador (2015).

Si bien el libro no pierde en esta parte, así como en las dedicadas a los condicionantes políticos y socioculturales del conjunto, su carácter divulgativo, al que contribuye grandemente una escritura ágil y amena, Vidal Castaño también aporta elementos novedosos y hasta polémicos, como cuando aborda la desaparición, asesinado por sus propios compañeros, del guerrillero y excomandante del XIV Cuerpo de Guerrilleros Juan Ramón Delicado, o la muerte nunca esclarecida del dirigente de la AGLA Peregrín o Pelegrin Pérez. En fin, el autor reserva una parte de su relato a protagonistas que las historias al uso de la guerrilla han dejado demasiado a menudo en la sombra: las mujeres que compartieron el espacio de lucha en el monte con los guerrilleros. Y, al cerrar su libro con un balance sobre la agónica lucha de estos guerrilleros antifranquistas, no rehúye ni las preguntas incómodas, ni la evocación de la dureza de un tiempo en el que, años después de finalizada la guerra civil, la violencia armada volvió a manifestarse y a ser pretexto para una represión implacable y, demasiado a menudo, indiscriminada.

Con la misma inteligencia narrativa y sensibilidad histórica demostrada en anteriores trabajos, tanto ensayos como ficciones, José Antonio Vidal Castaño nos entrega un libro necesario, un libro que no existía todavía, a medio camino entre la rigurosa investigación historiográfica, tal vez demasiado árida en ocasiones, y la no menos rigurosa divulgación histórica. Un libro en el que el lector o la lectora tal vez no encuentre «un sistemático afán por la información pormenorizada —que también en algunos casos, y con ciertos ejemplos— pero sí, un afán por el análisis y la reflexión, por la síntesis».

Y de todo ello andábamos bastante necesitados.

Mercedes Yusta

Institut Universitaire de France

Université Paris 8