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ÍNDICE

Nota a la edición de 1967

Prólogo

Primera parte. Biografía

   I. 1770-1802

1. «Aquí, en Bonn, el Destino no me es favorable»

2. «Un hombre más alegre…, un Destino mejor»

3. «¡Valor! ¡Mi genio debe triunfar!»

4. «¿Jamás? – No, ¡sería demasiado duro!»

II.   1802-1812

1. «¡Quiero coger el Destino por el cuello!»

2. «No hay más que un Beethoven»

3. «Los artistas son de fuego»

4. «Una personalidad completamente indómita»

III.  1813-1827

1. «¿Qué puedo hacer? – ¡Ser más que tu Destino!»

2. «Tened paciencia conmigo… ¡Todavía me llamo Beethoven!»

3. «La libertad y el progreso son el objetivo»

4. «¡Si supiéramos lo que pensáis en vuestra música!»

5. «Me parece que apenas he escrito algunas notas»

6. «¡Lástima!… ¡Demasiado tarde!»

IV. Índices y apéndices

Indicaciones bibliográficas

Segunda parte. Historia de las obras

1. Catálogos de las obras

2. Noticias sobre las obras

Tercera parte. Ensayo

 I. El hombre de un combate

II. La obra de un hombre

NOTA A LA EDICIÓN DE 1967

Para todo libro de historia o de biografía, doce años transcurridos desde la primera edición constituyen un apreciable «momento de la verdad», debido a que el ritmo de las publicaciones y de las pesquisas está lejos de detenerse.

Es el lector, y no nosotros, el que debe decir si nuestro trabajo puede resistir la prueba.

Hemos querido aprovechar esta reedición para aportar a este libro ciertas correcciones y rectificaciones de detalle, sin cambiar nada de su arquitectura ni de su esencia.

No obstante, la publicación del muy importante catálogo de Georg Kinsky, terminado y publicado por Hans Halm1, exigía una revisión y hasta una refundición de nuestro propio catálogo cronológico; no lo hemos seguido ciegamente en todos sus puntos, pero nos ha resultado imposible no tenerlo en cuenta en una gran medida.

Es bastante fácil fijar los límites de la composición de una obra entre las fechas extremas de sus primeros borradores, por una parte, y de su publicación y su primera ejecución, por otra. Pero resulta menos fácil decir en qué momento exacto se ha efectuado lo principal del trabajo con vistas a su puesta al día. Y no es tampoco fácil proponer un orden de sucesión que resulte satisfactorio cuando no nos limitamos a fechar una obra, sino que buscamos sugerir una lectura –o una audición– de la obra completa de un creador entre tantos trabajos que se cruzan y se recortan más o menos sutilmente. Gracias sobre todo a los pacientes y fecundos trabajos de Kinsky y de Halm, gracias también un poco a nuestra tenaz búsqueda, el catálogo cronológico de la presente edición se presenta a la vez de una forma más rigurosa y más sugestiva que en 1955.

Sobre otros muchos puntos sólo podemos repetir nuestras propias palabras: una vez más no creemos haber llegado al límite de nuestra búsqueda. Los trabajos emprendidos y publicados desde la primera edición de nuestro libro nos parecen confirmar más que invalidar nuestros resultados e incluso en más de un punto nuestras hipótesis. Sin embargo, serían necesarios muchos otros grandes libros para poder empezar a hablar seriamente de Beethoven y todavía nos encontramos al principio. Pero todos los que le aman como nosotros le amamos saben bien que no hay un estímulo más eficaz ni más ardiente que su música para exigirnos a cada uno de nosotros que continuemos investigando.

J. y B. M.,

7 de febrero de 1967

No es por ambición por lo que hemos escrito este libro; es porque hubiéramos deseado encontrarlo ya hecho para nuestro uso personal.

Se han escrito muchos libros sobre Beethoven; algunos excelentes, otros muchos útiles, pero ninguno nos ofrece el instrumento de trabajo, casi habría que decir el manual, que necesitábamos para comprender mejor a Beethoven. Unos, y casi siempre eran los más notables, sólo nos informaban sobre su vida, sobre un aspecto de su carácter, sobre un género musical dentro de la obra. Otros eran demasiado sucintos, o demasiado vagos, o estaban demasiado novelados. En algunos, en fin, las licencias o las interpretaciones del autor nos resultaban enojosas.

Con lo que soñábamos era con un libro donde se encuentren unidos los datos históricos más serios y más auténticos sobre toda la vida y toda la obra de Beethoven, envueltos en un mínimo de comentarios personales, y presentados en un orden determinado que facilite su clasificación.

Hemos empezado este trabajo para nosotros mismos, y a continuación nos hemos dicho que posiblemente no fuéramos los únicos a los que les podía resultar útil; así es como ha nacido este libro.

Debemos advertir que hemos apartado sistemáticamente todos los datos que pertenecen por derecho propio a la ciencia musical. Lo hemos hecho conscientemente, sabiendo que era un reto consagrar este libro, que pretende ser serio, a un músico, sin rozar la técnica de su trabajo creador. Hemos decidido, sin embargo, afrontar este desafío por muchas razones.

La primera, que no interesará más que medianamente al lector, es que sabemos que no estamos suficientemente cualificados para un trabajo propiamente musicológico.

La segunda es que una investigación puramente histórica nos ha aportado ya resultados bastante abundantes y –nos parece– suficientemente interesantes como para llenar un gran libro, que fácilmente podría haber sido aún mayor: un estudio musicológico, con los ejemplos musicales, el catálogo temático completo, las comparaciones con otros músicos, que exigiría un libro más amplio, quizá también más útil, pero de una utilidad distinta.

La tercera razón es que hemos pensado, al emprender este trabajo, en todos los oyentes de la radio, de los discos, de los conciertos, que aman a Beethoven y que no conocen nada de la música, aun queriéndola apasionadamente. Sin duda podrían aprender música para comprenderla mejor, pero son muy escasos los hombres a los que nuestra sociedad permite largos estudios que no aportan nada. Existen millones y millones de personas que necesitan la música en general, y a Beethoven en particular, para vivir, y que nunca tendrán tiempo de aprender lo que es un acorde de séptima disminuida, cuáles eran, en tiempos de Beethoven, las leyes de la modulación de una tonalidad a otra, ni cuántas especies de fugas diferentes existen, de contrapuntos, de escrituras fugadas…

Estos «beethovenianos profanos» tienen, sin embargo, el deseo de saber más sobre la historia de la obra y del hombre al que admiran; para ellos hemos querido trabajar, sin desdeñar que nuestro trabajo pueda serles útil a los conocedores de la música, ya que ninguna competencia técnica autoriza a ignorar impunemente la historia.

La primera parte de este libro –«Biografía»– pretende ser esencialmente una recopilación de textos de Beethoven y sobre Beethoven, alineados en un orden lo más rigurosamente cronológico posible y unidos por una narración acompañada de explicaciones o de discusiones cuando han sido necesarias.

Hemos presentado estos textos tipográficamente, de forma que el lector pueda ver al primer golpe de vista si se trata de un texto salido con toda seguridad de la pluma de Beethoven o si se trata de frases suyas referidas por testigos y de anécdotas contadas por sus contemporáneos.

Ante la cantidad de documentos que se nos ofrecían se imponía una selección. Más exactamente, una serie de selecciones. En primer lugar, hemos preferido reproducir un gran número de extractos de textos antes que un pequeño número de documentos íntegros; la mayoría de la correspondencia de Beethoven en particular, y en ocasiones dos o tres frases de gran importancia que emergen de una larga discusión relativa a un proceso o a una edición de obras. Las indicaciones bibliográficas que se encuentran al final de la biografía permitirán encontrar el contexto, al menos en alemán.

En segundo lugar, hemos preferido mantener los textos que aclaraban los aspectos psicológicos o sociológicos de la vida de Beethoven, que arrojaban luz sobre sus ideales respecto al mundo, la vida, el arte, su existencia y su obra, más que sobre los textos que relataban peripecias sin gran significado. Hemos buscado reducir al mínimo los detalles relativos a las relaciones con sus editores, las disputas con sus hermanos, los procesos con los príncipes, las dificultades de la tutela, las búsquedas de personal doméstico, los gustos culinarios de Beethoven, etc., ya que para este tipo de temas podía bastar una narración breve y las controversias son mínimas.

Hemos tenido que elegir también entre la verosimilitud más o menos cierta de tradiciones inconciliables, tanto como entre las diferentes interpretaciones de un mismo texto. Otras opciones nos aguardaban todavía: sobre la fecha de una carta o sobre la autenticidad de una conversación contada, etc. En muchas ocasiones hemos estado indecisos.

Tratamos de ser lo más honestos posible en nuestras opciones, pero sobre todo hemos querido mencionar las hipótesis que rechazábamos y los argumentos de estas hipótesis, y hemos querido dar también, incluso por extenso, los argumentos de nuestras propias elecciones. La narración pierde así ligereza, sin duda, y la lectura facilidad; pero de este modo el lector podrá tener, datos en mano, su propia opinión. Después de todo, no faltan vidas de Beethoven que resultan muy agradables de leer, y tan perentorias que no se advierten al leerlas las ideas formadas de antemano por sus autores. Nuestro deseo era proporcionar un instrumento de trabajo y de reflexión; no hemos querido tampoco disimular las dificultades de nuestra investigación.

En la medida en que la palabra objetividad tiene un sentido en historia, esperamos haber sido objetivos. Y nos hemos impuesto abstenernos de cualquier efusión lírica en nuestros comentarios. Este libro es un libro lleno de amor sin límites y sin reservas hacia Beethoven; no intentamos ocultarlo. Pero de este lugar único que Beethoven ocupa en nuestros corazones y en nuestros actos no vamos a hablar aquí. No querríamos cansar al lector.

La segunda parte de este libro –«Historia de las obras»– requiere menos una explicación que un modo de empleo. Hemos buscado reunir en ella, a propósito de cada obra, los datos históricos que puede haber sobre la génesis de su concepción y de su elaboración, sobre las circunstancias que han acompañado su nacimiento y su ejecución y su publicación y sobre lo que pensaba Beethoven en el momento o mucho tiempo después sobre las reacciones inmediatas de sus contemporáneos.

La mayor o menor extensión de cada nota, o la ausencia de comentario para alguna obra, no tiene nunca nada que ver con un juicio de valor por nuestra parte.

Hay composiciones sobre las que no hemos encontrado nada que decir, o muy pocas cosas, porque históricamente faltan esos datos: los contemporáneos han hablado poco de ellas o los cuadernos que contenían comentarios se han podido perder, etc. Algunas de las obras que más apreciamos no tienen casi historia; otras, que queremos menos, tienen una historia abundante; no es culpa nuestra si existen más documentos sobre La batalla de Vitoria que sobre el Concierto para violín.

Hemos pensado primero ordenar estas notas en el mismo orden de su número de opus (o de obra). Dos razones nos han hecho renunciar a ello. Por una parte, esta numeración no es enteramente obra de Beethoven; sus hermanos y sus editores han intervenido con frecuencia y resulta que el orden de los opus (no nos resignamos a utilizar el plural «opera») no corresponde ni al orden cronológico ni a la exacta intención de Beethoven. Por otra parte, numerosas obras, inéditas o publicadas en vida de Beethoven sin que éste les diera mucho valor, no han recibido número de opus; no nos parece bien relegarlas a un apéndice.

Tampoco hemos querido ordenar las notas según los géneros musicales (sinfonías, cuartetos, sonatas, etc.), pues tal clasificación habría roto la unidad de la evolución orgánica de la obra entera. Esto puede convenir a una investigación musicológica, pero no es posible en un trabajo histórico.

Hemos tratado de obtener una clasificación cronológica fundada en las fechas de composición y nunca en las fechas de ejecución o de publicación de las obras. No hemos disimulado y no queremos esconder al lector el carácter hipotético que a veces ofrece tal clasificación y el carácter aproximativo que presenta con más frecuencia todavía, sobre todo cuando la composición de una obra se escalona en varios años. Tal como ha sido, nos parece lo mejor para el conjunto y preferible a cualquier otro procedimiento.

Pero era indispensable hacer preceder estas notas de un triple catálogo, a saber: un catálogo según la numeración por opus, un catálogo según los instrumentos y los géneros musicales; y un catálogo cronológico, cuyo orden corresponde a la sucesión de las notas. Y hemos trasladado a los dos primeros catálogos las fechas de composición indicadas en el tercero y en la cabecera de cada página de notas.

De este modo, por dar un ejemplo, el oyente que escucha anunciar por la radio la Sonata opus 109 no tiene más que remitirse al primer catálogo (por opus) que le indica la fecha de 1820; si, por el contrario, oye anunciar la Cuarta Sinfonía o la Sinfonía en si bemol mayor no tiene más que echar una mirada al segundo catálogo (por instrumentos y géneros) para obtener la fecha de 1806.

Según nuestro primer proyecto, nuestro libro se detenía aquí. Pero a medida que se prolongaba nuestro trabajo hemos sentido la necesidad de añadirle, como tercera parte, un «Ensayo», ya que durante nuestra investigación hemos hecho algunos descubrimientos.

Descubrimiento, en primer lugar, de la importancia de cierto número de datos que los primeros historiadores de Beethoven han querido escamotear, más o menos deliberadamente; de pistas que han querido embrollar y que quizá los historiadores posteriores no hayan puesto suficientemente en claro. Descubrimiento posterior de la convergencia de cierta cantidad de textos que no han podido influenciarse mutuamente; cada uno, tomado aisladamente, no llevaba más que a débiles suposiciones; su acumulación, nos parece, impone ciertas evidencias.

Ha sucedido que, habiendo empezado con objeto de reunir los elementos de un dossier y para facilitar a otros el estudio del mismo, hemos terminado por proponer, si no las conclusiones definitivas de una investigación que no consideramos terminada, al menos nuestra primera tentativa de interpretación de este dossier. Hemos intentado hacerlo separando claramente el «Ensayo» de las dos primeras partes; de esta manera el lector que no comparta alguno de nuestros puntos de vista podrá utilizar libremente el resto del libro y formarse una opinión diferente de la nuestra partiendo de los mismos presupuestos.

No se ha utilizado en el «Ensayo» ningún descubrimiento que no figure ya en la «Biografía» o en la «Historia de las obras»; no hemos querido hacerlo más pesado aportando nuevas referencias y hemos dado por buenos los resultados de las opciones por las que nos habíamos decantado.

El «Ensayo» se apoya constantemente en la «Biografía y en la «Historia de las obras», pero estas últimas pueden muy bien pasarse sin el «Ensayo». Es lo que hemos querido; pues, si las interpretaciones pueden discutirse hasta el infinito, los hechos, por el contrario, son incuestionables.

Una vez más, tampoco nos consideramos al final de nuestra investigación. Y hemos recibido demasiado de Beethoven como para creernos en paz con él después de este primer trabajo.

J. y B. M.

31 de agosto de 1954

PRIMERA PARTE
BIOGRAFÍA

I.
1770-1802

«Amar por encima de todo la libertad»
(Escrito por BEETHOVEN en el cuaderno de un amigo en 1793)

1.

AQUÍ, EN BONN, EL DESTINO

NO ME ES FAVORABLE.

1770-1792

1770

El 16 (o el 17) de diciembre, Ludwig van Beethoven nacía en Bonn, en el número 515 de la Bonngasse.

El día exacto de su nacimiento no se conoce con certeza, ya que el único dato de referencia que tenemos es el acta de su bautismo, que tuvo lugar el 17 de diciembre, y que según la costumbre de la época y de la comarca debía celebrarse en la fecha más próxima a la de su nacimiento. El padrino del pequeño Ludwig fue su abuelo, que se llamaba igualmente Louis (Ludwig) van Beethoven, y su madrina, una vecina, Gertrude Baums.

Bonn era entonces, y continuó siéndolo hasta 1794, la capital de los príncipes-arzobispos, electores de Colonia. En el siglo XIII, los burgueses de Colonia se habían revuelto contra su arzobispo y, victoriosos, le habían prohibido residir en su ciudad más de tres días seguidos; los electores de Colonia tomaron desde entonces esa actitud y se acostumbraron a residir en Bonn.

En el momento de la Revolución, la población de la ciudad se estimaba en unos 12.000 habitantes. Ninguna industria, ni aun naciente; ningún intercambio comercial con el extranjero. Bonn estaba principalmente habitado por cortesanos, funcionarios y sirvientes del Elector.

El príncipe-arzobispo reinante en 1770 era Maximiliano Federico, conde de Koenigseck-Rothenfels. Su predecesor, Clemente Augusto (1724-1761), se había destacado por su fasto y su largueza. El gran afán de Maximiliano Federico fue la economía. Al principio era afable y amante de los placeres; uno de sus contemporáneos dijo de él: «Ha pasado toda su vida en compañía de mujeres, y dicen que ha encontrado en esto más placer que en su breviario». Pero estaba lejos de tener el mismo gusto por la música y el mismo cuidado en el reclutamiento de los músicos de su capilla que su predecesor.

Es precisamente al comienzo del reinado de Clemente Augusto cuando Louis van Beethoven, el abuelo, fija su residencia en Bonn, en 1732. La familia Van Beethoven era de origen flamenco y plebeyo (la partícula «van» no tenía la mayoría de las veces ningún sentido nobiliario en Flandes). El abuelo de este primer Louis, Guillaume van Beethoven, nacido en la región de Lovaina, era comerciante de vinos. Se casó en 1680, y en 1683 tuvo un hijo, Henri van Beethoven, que fue sastre en Amberes.

¿Por qué razón el joven Louis, tercer hijo de Henri, nacido en Amberes en 1712, dejó muy joven la casa paterna? La tradición familiar guarda el oscuro recuerdo de una terrible discusión. En cualquier caso, después de pasar algunos meses en Lovaina, donde fue sochantre en la colegiata, llegó a Bonn en 1732, a la edad de veinte años. Encontró allí a uno de sus parientes, Michel van Beethoven, natural de Malinas, mercader de cirios y de bujías, que había venido a instalarse en Bonn como proveedor de la corte electoral.

Un año después de su llegada, Louis van Beethoven estaba ya doblemente enraizado en Bonn por su nombramiento como músico de la corte (Kurfürstlicher Hof-Musiker) y por su matrimonio con una joven de Bonn, María Josefa Poll. A partir de este momento, doblemente importante para nosotros y desde donde podemos seguir con cierta precisión la historia de la familia, se inicia la primera vocación musical. Los Beethoven que aquí nos interesan se instalan definitivamente en Flandes, y la Renania alemana acaba siendo su única patria. Es importante dejar bien aclarado este punto. Numerosos beethovenianos en Francia, por motivos más sentimentales que objetivos, han pretendido interpretar a Beethoven exclusivamente por sus ascendientes flamencos y hacer de él un flamenco puro, sobre el que Alemania no tendría ningún derecho. Independientemente de que esta opinión hubiese indignado al propio Beethoven, recordemos simplemente que un hombre desciende tanto de su madre como de su padre, tanto de su abuela paterna como de su abuelo paterno, y que de los cuatro abuelos de Beethoven, tres al menos son indiscutiblemente alemanes.

En 1761, el abuelo Louis van Beethoven conseguía, por fin, el empleo de maestro de capilla (Holfkapellmeister) del príncipe-arzobispo, al que había sido durante tanto tiempo candidato sin éxito. Como sus emolumentos no eran considerables, había montado, fuera de sus funciones musicales, un comercio de vinos al por mayor, y parece que se defendía bastante bien. Murió en 1773, rodeado de la consideración general.

1 / El pequeño Ludwig se unió con la mayor ternura a este abuelo, que, como se ha dicho, era al mismo tiempo su padrino, y a pesar de haberlo perdido muy pronto, la impresión precoz que había recibido permaneció siempre viva en él. Hablaba gustoso de su abuelo a sus amigos de la infancia, y su piadosa y dulce madre, a la cual quería mucho más que a su padre –que era demasiado severo–, le hablaba con frecuencia de su abuelo. El retrato de este último, pintado por Radoux, pintor del Elector, es el único objeto que Beethoven hizo traer desde Bonn hasta Viena y que le proporcionó satisfacción hasta su muerte. Este abuelo era un hombre pequeño, robusto, con ojos muy vivos; estaba muy considerado como artista.

WEGELER

De su abuela paterna, sin embargo, Beethoven no podía felicitarse. Sólo conocemos de María Josefa su desmesurada afición por la bebida. Al final, su dipsomanía adquirió tales proporciones que hubo que internarla en una especie de asilo en Colonia, donde murió.

Louis van Beethoven y María Josefa tuvieron muchos hijos. Sólo uno sobrevivió, Johann, nacido en 1740; era muy joven cuando su padre le enseñó música, y sobre todo canto, e hizo que realizara su aprendizaje en la capilla electoral. A los dieciséis años Johann recibía ya el título de músico de la corte, pero hasta ocho años después no comenzó a percibir los emolumentos correspondientes. Parece que su talento musical era inferior al de su padre; en todo caso, no llegó nunca a sucederle como maestro de capilla. También su carácter estaba lejos de parecerse al de Louis van Beethoven. Nos resulta difícil discernir, a través de los pocos testimonios que se han podido recoger sobre él, en qué momento empezó a dejar que su existencia se degradase progresivamente; puede ser que heredase de su madre la disposición al alcoholismo y que ésta fuese creciendo en él.

En 1767 se casa con la hija de un cocinero jefe del Elector de Tréveris, María Magdalena Keverich. Ella tenía entonces veinte años. A los dieciséis la joven se había casado en primeras nupcias con un ayuda de cámara del Elector de Tréveris, que murió dos años después, dejándola viuda a los dieciocho años. Todos los testimonios nos hablan de ella como de una mujer dulce, bondadosa, capaz y delicada, pero insisten sobre su constante melancolía.

A pesar de que ella hubiera recibido una buena educación y de que tuviera una reputación irreprochable, Louis van Beethoven se opuso con todas sus fuerzas al proyecto de matrimonio de su hijo. Estimaba que se trataba de una alianza inconveniente para un músico, servidor de un príncipe-arzobispo, unirse con la familia de un cocinero al servicio del príncipe-arzobispo vecino. Johann se mantuvo firme en su decisión –es uno de los rasgos que hacen honor a su pobre figura–, y la disputa fue tan lejos que su padre se negó a asistir a la boda. Pero, como sucede en las familias donde todos son de buen corazón, llegó enseguida la reconciliación. La unión pudo haber sido feliz; de hecho, parece que conocieron buenas épocas, e incluso al final momentos de felicidad. Pero los recursos financieros eran más que exiguos, y la política de austeras economías del elector Maximiliano Federico no arreglaba nada. Sobre todo, Johann se volvía más y más alcohólico, y María Magdalena presentó pronto síntomas de una tuberculosis que la minó lentamente antes de llevársela. La armonía del hogar se volvía cada vez más precaria y, de siete hijos que tuvieron, sólo tres llegaron a la edad adulta.

1771-1777

Cuando se han descartado las leyendas claramente inventadas sobre la infancia de Beethoven, nos quedan pocos datos sobre sus primeros años. Sólo, poco más o menos, sus vecinos Cecilia y Gottfried Fischer1 nos han conservado en muy pocas frases la imagen de un niño que jugaba como los demás.

2 / Cuando los hijos de Beethoven eran tres, fueron llevados durante los hermosos días de verano por los sirvientes a las orillas del Rin o al jardín del castillo. Allí jugaban sobre la arena con los otros niños que encontraban a las mismas horas… Cuando Johann van Beethoven recibía a alguien se alejaba de los niños a causa de sus travesuras, la criada los llevaba a la parte de atrás, los sentaba sobre la piedra, y entonces ellos se enfadaban; los niños se agarraban a la puerta de la casa para ver… Los hijos de Beethoven no fueron educados con dulzura; fueron con frecuencia abandonados a los sirvientes; el padre era muy severo con ellos.

Cuando Ludwig van Beethoven tuvo edad, fue a la escuela elemental de Huppert, en la Neugasse […] y más tarde a la Münsterschule; según lo que decía su padre, no aprendía gran cosa en la escuela; también le puso muy pronto al teclado, y le retenía con severidad. Cecilia Fischer decía que cuando su padre le ponía al teclado debía sostenerse sobre un pequeño taburete de juguete… Ludwig van Beethoven, años más tarde, hablaba entre risas de su escuela elemental y de su viejo maestro el señor Huppert.

FISCHER

Vemos cómo todas las ocupaciones serias y alegres del pequeño Ludwig le eran escamoteadas por su padre bajo pretexto de su aprendizaje musical. Hay que recordar que la música era el medio de vida de la familia desde hacía dos generaciones. El abuelo Louis van Beethoven presentaba ya en público a su hijo, el pequeño Johann, a la edad de diez años. Una vez padre, Johann no pensaba seguramente en martirizar a su hijo cuando le obligaba a aprender pronto su futuro oficio. Tanto más –y es necesario insistir en esto– cuanto que Ludwig no necesitaba ser coaccionado para descubrir en él un amor apasionado por la música. Schlosser, su primer biógrafo, nos dice que a la edad de cinco años su mayor placer era que su padre le sentara sobre sus rodillas y colocara sus dedos sobre el teclado para que le acompañara en una canción.

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3 / Una vez que Ludwig tocaba por casualidad el violín sin música, su padre apareció y le dijo: «Tú rascas este instrumento a tontas y a locas, sabes que no puedo soportarlo, hazlo con música o no te servirá de mucho». Cuando Johann recibía por casualidad una visita y Ludwig aparecía, daba vueltas alrededor del clave y posaba su mano sobre el teclado. Entonces su padre le decía: «¿Qué haces? Vete o te doy una bofetada». Sin embargo, el padre acabó por prestarle atención al oírle tocar el violín; un día que seguía su fantasía sin música, su padre le dijo: «¿No pararás cuando yo te lo diga?». Él continuó tocando y dijo a su padre: «¿No te parece hermoso?». Su padre respondió: «Es otra cosa; no debes tocar de oído, aplícate, ataca bien las notas, eso es lo más importante; cuando lo consigas podrás trabajar con la cabeza y tendrás bastante con ello».

FISCHER

Veremos en suficientes ocasiones cómo, ya hombre, Beethoven siguió reacio a toda enseñanza por parte de su padre para inculcarle los rudimentos teóricos y prácticos de su arte. La paciencia y flexibilidad necesarias para enseñar a su hijo eran cualidades de las que Johann van Beethoven estaba absolutamente desprovisto.

4 / Beethoven aprendió música, y su padre en la casa familiar le obligaba a aplicarse sin descanso. Fuera de las ganancias del padre, no había otro medio de subsistencia, por eso la penuria reinaba en el hogar. De ahí esta severidad de un padre poco distinguido por su inteligencia o por su moralidad, pero que quería encontrar pronto en su hijo mayor una ayuda para la educación de sus otros hijos […].

Beethoven padre, tan severo con su hijo, se permitía en cambio ciertas cosas a sí mismo. Se había abandonado a la bebida y su carácter se volvió muy violento, sobre todo en este estado. Era frecuente ver al pequeño Ludwig hacer llorando los ejercicios musicales a los que su padre le obligaba.

WEGELER

1778

Hacer de su hijo un músico capaz de aportar dinero al hogar lo antes posible era el propósito de Johann. Pero al comprobar las asombrosas cualidades de Ludwig, otra ambición nació sin duda en él: la de exhibirle como niño prodigio. Quince años antes el maestro de capilla del príncipe-arzobispo de Salzburgo, Leopold Mozart, había cosechado grandes éxitos y honores presentando a su pequeño Wolfgang Amadeus en las principales capitales de Europa, y toda Alemania lo recordaba. Para mejor rivalizar con Mozart, Johann van Beethoven no duda en hacerle pasar por dos años menos de edad, y el propio Ludwig será hasta la cuarentena la primera víctima de esa superchería paterna.

Después de algunos ensayos ante la corte electoral de Bonn, Johann decide tentar la suerte y conseguir la aprobación de la gran ciudad más próxima: Colonia. Si el éxito le acompaña, una carrera de virtuoso puede empezar para el pequeño.

5 / AVISO: Hoy, 26 de marzo de 1778, en la sala de la Academia Musical, en la Sternengasse, el Hoftenorist del Elector de Colonia, Beethoven, tendrá el honor de presentar a dos de sus alumnos: la señorita Averdonc, altista [viola] de la corte, y su propio hijo, de seis años. Tendrán el honor de presentarse, la primera, con diferentes aires y, el segundo, con distintos conciertos de teclado y tríos, y confían deleitar a la asistencia, tanto más porque los dos han tenido el honor de ser escuchados con gran placer por toda la corte.

Ignoramos la impresión producida en el gran mundo de Colonia por el niño de siete años, pero todo hace creer que el éxito no respondió a las esperanzas de Johann, pues esta exhibición fue aplazada indefinidamente. Mientras tanto, un pequeño círculo de íntimos había tenido ocasión de apreciar los dones y progresos del pequeño Ludwig. No todo era siempre triste en esta infancia.

6 / Todos los años, el día de Santa Magdalena, se celebraba con solemnidad el aniversario y la fiesta de la señora Van Beethoven. Entonces se traían todos los atriles del coro, que colocaban en las dos habitaciones, a derecha e izquierda, y se levantaba un baldaquino en la sala donde se colgaba el retrato del abuelo Ludwig van Beethoven, adornado de flores, laurel y ramas. Por la tarde, la señora Van Beethoven se iba a dormir hasta las diez, cuando estaba ya todo preparado con mucha pompa. Entonces empezaban a arreglarse e iban a despertar a la señora Beethoven. Después de vestida, era colocada bajo el baldaquino. Daba comienzo una música admirable que se oía en toda la vecindad. Todos los que se disponían a acostarse, trasnochaban alegremente. Cuando terminaba la música se sentaban a la mesa, comían, bebían, y cuando las cabezas estaban un poco cargadas y tenían ganas de bailar, para no hacer ruido en la casa, se quitaban los zapatos, bailando solamente con medias, y la fiesta terminaba así…

FISCHER

1779

A pesar de su carácter brutal y autoritario, Johann tuvo al menos el mérito de darse cuenta de que no podía hacerse cargo él solo de la educación musical de su hijo. Le buscó entonces otros profesores; su elección recayó al principio en un individuo bastante pintoresco. Bohemio y fantástico, pero no carente de talento, Tobias Pfeiffer era uno de los músicos ambulantes que recorrían entonces Alemania. Pasó un año en Bonn, durante el que vivió en casa de los Beethoven, y le daba lecciones a Ludwig según un método pedagógico bastante curioso si damos crédito a los recuerdos de un testigo: el violonchelista Maürer.

7 / Pfeiffer era un clavecinista hábil y un oboísta notable. Le rogaron que diera lecciones a Ludwig, pero no tenía horas fijas para ello. A menudo, cuando Pfeiffer había estado bebiendo hasta medianoche con el padre de Beethoven, al volver con él a casa, donde Ludwig estaba acostado y dormido, el padre le sacudía violentamente, el niño se levantaba llorando, se ponía al teclado, y Pfeiffer permanecía a su lado hasta el amanecer, porque reconocía su extraordinario talento. Puede que le inculcara algunos conocimientos sacados de Kirnberger. Al cabo de un año, Pfeiffer tuvo que abandonar Bonn, y Ludwig pudo entonces dormir tranquilo.

Cuando estuvo ya bastante adelantado como para ser oído por aficionados, su padre, exaltado, invitaba a todo el mundo a admirar a su Ludwig, que se mantenía insensible a los elogios, ocultándose y ejercitándose para sí mismo, preferentemente cuando su padre no estaba en casa. Así pasaron los años setenta sin que se oiga decir nada más de particular respecto a Ludwig.

MAÜRER

1780

A la marcha de Tobias Pfeiffer, Beethoven verá confiada su educación musical a Egidius van den Eeden. De origen flamenco él también, nació en 1704, estaba afincado en Bonn desde 1722, fue primer organista de la corte, y moriría casi octogenario en 1782. Es difícil saber en qué medida se ocupó verdaderamente de su alumno, ya que en la misma época vemos a éste aprender también la práctica del órgano.

8 / Cuando Ludwig hubo hecho progresos en el teclado con su padre y éste comprendió que ya era maestro de sus notas y del teclado, deseó que aprendiera a tocar el órgano. Fue entonces al convento de los franciscanos a hablar con el hermano Willibald, que era un buen maestro y que conocía bien a su padre. El franciscano le acogió con benevolencia, le introdujo con el permiso del padre superior, le hizo aprender los ritos eclesiásticos e hizo todo lo que pudo por ayudarle.

Cuando Ludwig, más tarde, se convirtió en un buen organista, deseó tocar en un órgano más grande, y frecuentó el convento de los Mínimos; se hizo amigo del organista y se comprometió a tocar el órgano en la primera misa, a las seis de la mañana. Había en el convento un buen organista, el padre Hanzmann. Cuando se celebraba un concierto en casa de los Beethoven, el padre Hanzmann se encontraba siempre allí. Ludwig no podía soportarle, y le confiaba a Cecilia [Fischer]: «Este fraile podría quedarse en su convento leyendo el breviario».

FISCHER

A todos estos profesores hay que añadir aún a Franz Rovantini, trece años mayor que Beethoven y primo suyo por parte de la familia Keverich, que le hizo estudiar el violín antes de morir prematuramente en septiembre de 1781.

1781

Es sin duda este año cuando finalizaron los estudios escolares de Ludwig, si bien anteriormente no habían tenido mucha continuidad. Johann había enviado a su hijo al «Tirocinium», especie de escuela preparatoria en el Liceo de Bonn. El chico no permaneció allí más de un año o dos; a los doce se fue, y no se planteó volver, porque la situación financiera, física y moral de sus padres se deterioraba cada vez más.

9 / Según el testimonio de Wurzer, que fue su condiscípulo, y que llegó a ser presidente del Tribunal de Bonn, «Beethoven, en el Tirocinium, destacaba sobre todo por su descuido en el vestir, lo que hacía creer a sus camaradas que no tenía madre, y nadie descubrió entonces señal alguna de la llama genial que más tarde brotaría en él».

A fin de año, sin duda en noviembre, Beethoven, que apenas tenía once años, emprendió una gira de virtuosismo por Holanda. Una de sus primas Rovantini era ama de llaves de una familia de Rotterdam; Johann no pudo acompañarles, y la estancia se convirtió en un recuerdo mucho más pintoresco que lucrativo.

10 / Según los recuerdos de la señora Karth, la señora Van Beethoven recordaba con frecuencia lo penoso que había sido el viaje por el Rin; había hecho tanto frío en el barco que no había dejado de mantener en su regazo los pies helados de su hijo para calentarlos. Pero en Rotterdam «Ludwig había tocado en grandes casas y había asombrado a todo el mundo por su virtuosismo».

11 / Ludwig había decidido por entonces dar un concierto en Holanda; creyeron que ganaría mucho dinero. Estuvieron bastante tiempo ausentes. Cuando a su vuelta Fischer le preguntó su impresión, Ludwig le respondió: «Los holandeses son unos mezquinos, no volveré jamás a Holanda».

FISCHER

Es al año siguiente cuando Beethoven recibirá algunos de los impulsos decisivos que le permitirán convertirse en él mismo.

1782

Franz Gerhard Wegeler2, nacido en Bonn en 1765, tenía diecisiete años y se preparaba ya para ser médico cuando, según sus propias palabras: «Conocí en 1782 a un chiquillo de doce años que era ya todo un autor, y viví sin interrupción en la más completa intimidad con él». Ya un poco antes Wegeler había reparado en el joven Ludwig y se había emocionado con su sino.

12 / La casa Fischer [donde vivían los Beethoven] estaba, y es posible que continúe así, unida por detrás por un pasaje con una casa que da a la Giergasse y que estaba entonces habitada por el señor Bachem, empleado superior de las Aduanas del Rin. Su hijo pequeño, Benedikt, era nuestro compañero de escuela, y cuando íbamos a su casa podíamos ver desde allí al pequeño Ludwig, lo que hacía y lo que sufría.

WEGELER

No solamente Wegeler fue desde el principio para Beethoven lo que continuaría siendo toda su vida –el amigo más fiel y afectuoso–, sino que aportó un gran cambio en la vida del adolescente, introduciéndole desde 1782, parece ser, en el hogar de sus amigos Breuning; allí Beethoven encontró mucho de lo que necesitaba para su equilibrio humano y su formación intelectual.

13 / Ludwig aprendió principalmente de los poetas su primer conocimiento de literatura alemana; la recibió, lo mismo que su primera formación para la vida social, en medio de la familia Breuning, en Bonn. Como esta familia será citada con frecuencia más adelante, es el momento de hablar de ella, así como de sus relaciones con Beethoven.

Se componía de la madre, viuda del consejero áulico electoral Von Breuning; de tres hijos varones, aproximadamente de la edad de Beethoven, y de una hija. El más joven recibió, lo mismo que su hermana, lecciones de Beethoven […]. Reinaba en esta casa, con toda la alegría de la juventud, un tono de buena educación, sin rigidez. Christoph von Breuning se inició pronto en la poesía; Stephan von Breuning le imitó mucho más tarde, pero sin su éxito. Los amigos de la casa se distinguían por su conversación, tan útil como agradable.

Añadamos a ello que en este hogar reinaba un cierto desahogo, sobre todo antes de la guerra; se comprenderá que Beethoven sintiera aquí las primeras y alegres expansiones de la juventud. Pronto fue tratado como el niño de la casa; pasaba en ella no sólo la mayor parte del día, sino a menudo toda la noche.

Allí se sentía libre; se movía con facilidad; todo concurría para hacerle la vida alegre y ayudarle a desarrollar su espíritu.

Cinco años mayor que él, yo me sentía capaz de observarle y de apreciarle. La señora Von Breuning, la madre, tenía un gran ascendiente sobre este joven, a veces obstinado y desagradable. Lo que aquí adelanto se confirmará en muchos pasajes de las cartas de Beethoven.

WEGELER

Este mismo año de 1782, Beethoven tuvo suerte con las enseñanzas de Neefe. Sucesor del viejo Egidius van den Eeden como organista de la corte, Christian Gottlieb Neefe3 era diferente, y cuando sucedió a Egidius como profesor del joven Ludwig, le fue muy útil. Nacido en Chemnitz en 1748, dividió sus estudios entre el derecho y la música, y terminó siendo director musical de un grupo de teatro ambulante; una serie de casualidades le llevaron luego a Bonn. Melancólico y apasionado, Neefe se unió pronto y profundamente a Beethoven, comprendiendo su carácter y lamentando sus infortunios familiares.

Puso primero entre sus manos El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach, y las Sonatas, de Carl Philipp Emanuel Bach. Le ayudó a llevar a buen fin sus primeras tentativas de creación musical. Aunque era comprensivo, sabía también ser exigente, y el testimonio de Wegeler nos transmite las fricciones que enfrentaron a menudo a maestro y alumno.

14 / Neefe tuvo poca influencia en la instrucción de nuestro Ludwig; éste se lamentaba de la muy dura crítica que hacía Neefe de sus primeros intentos de composición.

WEGELER

La primera parte de este juicio es manifiestamente inexacta si nos atenemos a los términos de una carta que Beethoven mismo envió desde Viena a Neefe en 1793, y que Neefe, feliz, se apresura a publicar en una gaceta de Berlín:

15 / Le agradezco sus consejos, me han sostenido muy a menudo en mis progresos y en mi arte divino. Si algún día llego a ser un gran hombre, usted habrá participado; esto os alegrará tanto como podáis estar convencido de ello.

La educación musical del mismo Neefe no había sido muy sistemática, pero lo que se sabe de sus conceptos deja adivinar qué género de influencia pudo tener sobre Beethoven.

16 / «La teoría de Neefe –dice Nottebohm– era que las leyes y los fenómenos de la música deben parecerse a la vida psicológica del hombre y, propiamente hablando, deben tomarla como base. En resumen, se puede decir que la enseñanza de Neefe era insuficiente desde el punto de vista técnico, pero que desde el punto de vista de la educación, del gusto y del sentimiento musical era estimulante y eficaz».

Habiendo tenido una vasta cultura literaria y puesto música a los versos de Klopstock, Neefe, junto con los Wegeler y los Breuning, contribuyó a dar así a Beethoven esta familiaridad con los poetas contemporáneos que pronto suplió en él las insuficiencias de su instrucción escolar.

Otro hecho debió aún de ayudarle: Neefe no era sólo organista, sino director de orquesta del teatro de la corte. El joven Ludwig encontró pronto un empleo secundario, pero interesante: habían recurrido a él para acompañar al clave durante las repeticiones de las obras, lo que le permitía familiarizarse con el repertorio. Ahora bien, sólo en el invierno de 1782-1783 el teatro de Bonn representó, entre otras, tres piezas de Shakespeare: Ricardo III, Otelo y El rey Lear; y una pieza de Schiller, que entonces tenía veintitrés años: Los bandidos (La conjuración de Fiesco debía ser representada en julio de 1783). Podemos pensar que desde este momento Beethoven entra en contacto con dos de los poetas cuya influencia será más profunda en toda su vida (se sabe que en plena madurez revisó una música para Fiesco).

iamge

1783

Mientras tanto, las enseñanzas musicales de Neefe empiezan a dar sus frutos, y éste piensa que ha llegado para su alumno el momento de enfrentarse al público, sacando a la luz sus primeras obras. A finales de 1782, o más bien al comienzo de 1783, aparecen editadas en Mannheim las Nueve variaciones para clave en do menor, sobre una marcha de Dressler, dedicadas a la condesa de Wolf-Metternich4. Neefe no se encuentra allí, ansioso por hacer su propia publicidad al mismo tiempo que la de su alumno, e inserta sobre éste la nota siguiente en una de las crónicas sin firma que dirigía al Magazin der Musik, de Cramer:

17 / Ludwig van Beethoven, hijo del tenor arriba mencionado, joven de once años, dotado de excepcional disposición, toca el pianoforte con notable talento; descifra muy bien y, en una palabra, toca de corrido El clave bien temperado, de Sebastian Bach, obra en la que le ha iniciado el señor Neefe. Quienquiera que conozca esta colección de preludios y fugas en todos los tonos, obra de la mayor dificultad, puede juzgar el grado de ciencia que es necesario para interpretarlo. El señor Neefe le ha empujado también al estudio serio del contrapunto siempre que sus ocupaciones se lo han permitido. En la actualidad se ejercita en la composición, y para estimularle le ha hecho imprimir en Mannheim nueve variaciones para clave sobre una marcha de Dressler. Este joven genio merece ser apoyado y poder viajar. Llegará a ser seguramente un segundo Wolfgang Amadeus Mozart si continúa como ha empezado.

NEEFE, 30 de mayo de 1783

En Espira, en octubre de 1783, aparece una obra más considerable: se trata de Tres Sonatas para clave. Para dar un golpe de efecto, Neefe (o, menos probablemente, Johann van Beethoven) había empujado a Ludwig a dedicarle esta producción a Maximiliano Federico, el Elector, de quien dependía absolutamente todo favor en Bonn, y más aún todo medio de subsistir. Sin duda el estilo de Neefe se traiciona en esta carta dedicada, que nos ha quedado como el primer documento no musical salido de la pluma de Beethoven (y sobre cuya ironía sobran comentarios):

18 / ¡Alteza Serenísima!:

Desde los cuatro años, la música ha sido la primera de mis ocupaciones. Familiarizado tan pronto con la dulce musa que hacía resonar mi alma con puras armonías, ella era para mí, y pienso que yo a veces también lo era para ella, algo muy querido. He aquí que ya he alcanzado mi undécimo año, y desde entonces, en las horas de inspiración, mi musa me ha murmurado con frecuencia: «¡Intenta una vez más reproducir las ar- monías de tu alma!». Once años, pensaba yo, ¿cómo podré tener el aspecto de un autor? y ¿qué dirán los hombres, los auténticos artistas? Estaba muy intimidado, pero, como mi musa lo quería, obedecí y escribí.

¿Y puedo ahora, ¡Alteza Serenísima!, atreverme a colocar las primicias de mis jóvenes trabajos sobre los peldaños de vuestro trono? ¿Puedo esperar que me concedáis vuestra alentadora aprobación y una tierna mirada paternal? ¡Oh, sí!, siempre las ciencias y las artes han encontrado en vos su prudente defensor, su generoso protector y el talento risueño que resplandece bajo los dulces cuidados paternales.

Lleno de esta fortalecedora seguridad, me atrevo a acercarme a vuestra presencia con mis jóvenes ensayos. Aceptadlos como un puro homenaje del respeto de un niño y dignaos, ¡Alteza Serenísima!, descender vuestra mirada sobre su joven autor.

LUDWIG VAN BEETHOVEN

1784

Cada vez más absorbido por sus funciones teatrales, Neefe necesitaba ser ayudado en sus obligaciones de organista; por entonces, Johann continuaba hundiéndose, y cada vez era menos capaz de contribuir a los gastos de su familia. También, el 15 de febrero de 1784, Ludwig dirige a su soberano una solicitud para ser nombrado organista adjunto. El 23 de febrero el conde de Salm-Reifferscheidt, gran intendente de la corte, unía su propia recomendación personal. Maximiliano Federico, que encontraba mucho más ventajoso ser servido sin dar nada a cambio, hizo oídos sordos. Pero el 15 de abril de 1784 falleció.

Su sucesor, que sería el mentor de Beethoven, era muy diferente. Nacido en 1756, el archiduque Maximiliano Francisco de Habsburgo era el último hijo de la emperatriz María Teresa y hermano de José II, entonces reinante, y de Leopoldo II, que no tardaría en reinar. En principio había sido destinado a la carrera militar, hasta que una caída del caballo le había descorazonado lo suficiente como para predisponerle a ingresar en las órdenes. En 1780, con veinticuatro años, coadjutor del elector de Colonia y con promesa de sucederle, Maximiliano Francisco representaba muy bien el tipo de tirano ilustrado que su hermano José intentaba encarnar en Viena. Al ser nombrado Elector, el 6 de junio de 1784, suprimió la tortura en sus Estados. A esta medida le siguieron otras: la simplificación de los procedimientos judiciales y, sobre todo, la creación en 1786 de la Universidad de Bonn. Bajo su mandato, las nuevas ideas iban a encontrar un buen terreno de difusión en el Electorado, lo que no deja de tener importancia para la formación cultural e ideológica del joven Beethoven.

Y lo que es más importante todavía: Maximiliano Francisco era un enamorado de la música. Intérprete pasable, llevaba consigo una pequeña orquesta en todos sus desplazamientos. Antes de llegar a Bonn había frecuentado mucho a Mozart, y habló incluso de nombrarle su maestro de capilla cuando llegase a reinar. ¿Olvidó su promesa? ¿O fue Mozart el que rehusó, no queriendo alejarse de Viena, como rehusó más tarde todas las ofertas procedentes de Praga? Lo cierto es que el proyecto no tuvo continuidad; sólo podemos soñar en lo que se hubiese convertido Beethoven si hubiese terminado de formarse en compañía de Mozart, o más exactamente preguntarnos cuál hubiera podido ser la intimidad de dos genios cuyos caminos fueron tan diferentes.

Desde su acceso al trono archiepiscopal, Maximiliano Francisco hizo redactar un estado administrativo de los músicos de su capilla. Los Beethoven, padre e hijo, figuran en los siguientes términos:

19 / Número 8. Johann Beethoven tiene una voz que se pierde enseguida, está al servicio desde hace tiempo, muy pobre, con una conducta pasable, y casado.

Número 14. Ludwig Beethoven, un hijo del Beethoven nombrado antes con el número 8, no tiene ninguna asignación, pero ha servido dos años y ha tocado el órgano durante la ausencia del Kapellmeister Luchesi. Tiene buena capacidad, todavía joven, de discreta conducta, y pobre.

El 25 de junio de 1784, una decisión del príncipe le quitaba a Johann quince florines de su sueldo, pero nombraba a Ludwig segundo organista titular, con ciento cincuenta florines al año.

1785-1786